Gass sobre Gaddis: Un aperitivo a “Los reconocimientos”

losreconocimientosLlevo ya un par de semanas, gracias a Sexto Piso, degustando poco a poco la ópera prima de William Gaddis. “Los reconocimientos”, es una obra inabarcable casi desde cualquier punto de vista: su volumen es considerable (mi gimnasio particular), su número de páginas (casi 1400, van a constituir mi récord en una novela), la temática (el arte, la falsificación), el estilo, los personajes, etc. Las sensaciones al leerla son contradictorias en todo momento, desde la más febril reverencia ante el autor hasta el agotamiento más absoluto por tal despliegue de erudición.

Posiblemente me queden aún algunos días para terminarlo así que voy a escribir más de un post sobre él. En este caso me voy a centrar, a modo de aperitivo, en el primoroso prólogo que la editorial consiguió añadir a esta fabulosa reedición de la obra, a cargo del “otro” William: William H. Gass, otro de los representantes del postmodernismo en su versión norteamericana.

No tiene desperdicio, sus comentarios sirven, sin lugar a dudas, como acicate para abrir el apetito antes de comenzar esta magna obra, ese es el pequeño objetivo de este post. Repasemos alguna de sus ideas:

“En 1976, cuando su segunda novela, Jota Erre, ganó el National Book award, sus admiradores, confundidos por el anonimato anterior de William Gaddis, por lo juicioso de la fumata blanca y por los balbuceos habituales en los cócteles celebratorios, con frecuencia felicitaban a otro hombre, más gordo. Incluso The New Yorker, tocando fondo, atribuyó su tercera novela, Gótico Carpintero, a esa misma persona, cuyo nombre es tan parecido al suyo. Sí. Tal vez William Gaddis no sea B. Traven, después de todo, ni J. D. Salinger, ni Ambrose Bierce, ni Thomas Pynchon. Tal vez sea yo.

Cuando me felicitaban siempre me mostraba muy amable. Cuando me atribuyeron su libro por error, me sentí honrado.

Todas esas identificaciones equivocadas parecen formar parte de la escritura de William Gaddis, en la que la realidad ya ha sido secuestrada, pues ¿qué puede ser cierto en un mundo hecho de farsantes, apropiaciones indebidas, fraudes y patrañas?”

Gass alude a la cualidad que tiene Gaddis (como Pynchon) de ser esquivo, hasta tal punto de haber sido confundido con otros muchos escritores (incluso el mismo prologuista), que también han alentado este anonimato y alejamiento del mundo que conocemos. Lo más interesante viene al final cuando emparenta estas identificaciones erróneas con la propia escritura de Gaddis, caracterizada por la alternancia de personajes sin apenas posibilidad de identificarlos igualmente.

“En nuestro tiempo, extrañamente clamoroso a la vez que silente, ser un escritor famoso consiste en ser desconocido en todo el mundo. Del mismo modo, Los reconocimientos, la obra que envolvió a William Gaddis en una nube de confusiones cuidadosamente alumbradas, es un libro del que se oye hablar a menudo y con reverencia, pero que apenas se lee. Parece tener, como un faraón en su tumba, una vida subterránea, presumiblemente rodeado por otras cosas preciosas y protegido por una maldición.”

Gass-En efecto, “Los reconocimientos” es un libro del que se habla mucho pero que no se lee por prácticamente nadie. Me siento un héroe por haberlo casi acabado tras no poco trabajo. Gaddis es muy exigente con el lector. No es una lectura fácil y, además, es una primera lectura no podrás llegar a todo lo que propone. En este punto es, ciertamente frustrante.

“Además, el paso de las preocupaciones de “Los reconocimientos” a las de “Jota Erre” es totalmente razonable. “Los reconocimientos”, desde luego, aborda las preguntas fundamentales: ¿Qué es lo real, y cómo podemos encontrarlo en nosotros mismos y en las cosas que hacemos? Pero una generación más tarde, no hay preguntas fundamentales que puedan plantearse. “Jota Erre” muestra un mundo absolutamente decadente.”

-Haber leído ya “Jota Erre” es primordial para entender esta afirmación, “Los reconocimientos”, como la ópera prima del autor que es, aborda lo fundamental, es fundacional tanto en el caso del postmodernismo como de la propia escritura del norteamericano. La pregunta que plantea Gass es imprescindible y necesaria para entender el devenir de las páginas: “¿Qué es lo real, y cómo podemos encontrarlo en nosotros mismos y en las cosas que hacemos?”. El mundo decadente al que alude lo desgrané someramente en este post.

“Los grandes libros no pueden explicarse, y yo no voy a tratar de explicar este. Una explicación –en realidad, cualquier explicación- lo profanaría, ya que a lo que una obra de arte se opone es precisamente a la reducción. Las respuestas fáciles, los resúmenes prácticos, las preguntas de los exámenes, las anotaciones, las flechas, las frases subrayadas, las listas de referencias, los números de sus fuentes, los ecos y las influencias, los esquemas de la trama –por mucho que en ocasiones nos sirvan de ayuda- falsean gravemente las obras. Las guías son útiles pero sólo para enfrentarse al pasado. La interpretación reemplaza al original de un modo pobre y soso.”

-Me apasiona la identificación de explicación “como profanación de la obra de arte” y me alivia. Lo que escriba sobre esta magna obra no buscará explicarla, muy al contrario, mi interpretación nunca debe reemplazar el sentido del original. De fondo se encuentra la teoría de la recepción literaria según la cual, cada interpretación de un lector enriquecería el sentido final de la obra. Otra aproximación al postmodernismo referente al sentido final no cerrado de una obra de arte.

“Con demasiada frecuencia, aplicamos a la literatura la preferencia por el “realismo” con la que, en general, nos hemos criado, y como consecuencia de eso consideramos que una obra como Los reconocimientos es demasiado imaginativa, oscura y enigmática; pero ¿acaso la realidad es siempre clara e inequívoca? ¿Es acaso simple y no compleja? ¿Se despliega como las páginas de un periódico, o su despliegue se parece más al de un mapa de carreteras, que es difícil de abrir, difícil de interpretar y difícil de volver a plegar? Y ¿acaso se recuerda todo con precisión y nada se repite, y la gente que conocemos desaparece inexplicablemente durante largos períodos de tiempo para surgir de repente cuando menos la esperamos?”

-Primordial es esta afirmación que se encuadra precisamente en el postmodernismo, Gass, otro de sus representantes, defiende precisamente esta forma de escribir sobre el realismo, porque, al fin y al cabo, ¿qué es más real que una realidad compleja, oscura, ambigua..? Quizá el postmodernismo refleje mejor lo que vivimos en nuestro día a día que el “realismo”.

-Me gustaría acabar con dos temas que Gass retoma al final de su magnífico prólogo, por un lado su alusión a las “epifanías” de los personajes de la obra que nos ocupa (“Entre estas “epifanías” se encuentra una especial, de la que ya he hablado: la de qué es una auténtica obra de arte y qué es lo que, siendo auténtico, “toca con reconocimiento los orígenes del designio”) con especial énfasis nuevamente sobre el discernimiento de lo que es una auténtica obra de arte y cómo afecta a nuestros orígenes dicho reconocimiento.

-Por otro lado creo que el siguiente párrafo resume a la perfección lo que está siendo mi experiencia lectora gracias a las ideas de Gass:

“No hay por qué darse prisa; las páginas que tiene usted por delante pueden estar ahí todo el tiempo que usted quiera. Es perfectamente aceptable que algunas cosas no se entiendan desde el principio, y que haya referencias a cosas que usted no reconoce. Siga leyendo alegremente. No nos quedamos todo el día en la cama sólo por haber extraviado la agenda, ¿verdad? No, necesitamos entender este libro –disfrutar de su encanto, de su ingenio, de su ironía, de su erudición, de su sensual materialización- como entendemos a una pareja con la que hemos vivido y a la que hemos escuchado y amado durante muchos años, noche tras noche.”

Disfrutar letra a letra, palabra a palabra, frase a frase; con calma regocijándonos en el deleite que nos produce; mantener el sosiego, sin impaciencia, como si de tu pareja se tratase, este libro se quedará, quizá, para siempre contigo. “Leer alegremente”, qué gran consejo.

Los textos pertenecen a la traducción de Mariano Peyrou del prólogo de William H. Gass a “Los reconocimientos” de William Gaddis en Sexto Piso.

Pulp de Moda: La segunda remesa de Memento Mori

escuelanocturnaQuién me iba a decir a mí que iba a ver tantos libros pulp publicados en los últimos tiempos… hace ya un tiempo que publiqué un pequeño monográfico del pulp español  donde resumía las características del género y donde ponía algunas muestras representativas: estas incluían recuperaciones de los grandes clásicos, algún ensayo e incluso tentativas de pulp actualmente.

Afortunadamente este proceso se está viendo continuado en la actualidad, solo tenemos que ver la tentativa de editoriales pequeñas como Darkland que están intentando publicar novelas emblemáticas de Silver Kane o Donald Curtis (otro día habrá que hablar de ellos) sino que también las propuestas más modernas de autores jóvenes que respetan temas y formatos.

Ayer mismo hablaba de Daniel Ausente y su fantástico “Mataré a vuestros muertos”  que constituía una propuesta actual; hoy traigo la segunda remesa de libros de la editorial Memento Mori, capitaneada por Alberto Haj-Saleh que se lanza de nuevo con dos autores distintos a los que reseñé con anterioridad.

La primera de las novelas tiene como autor a Noel Ceballos, el mediático, carismático y nunca suficientemente reconocido autor del blog de referencia El Emperador de los Helados ; su título “Escuela nocturna”; su carta de presentación, la siguiente:

“Permítame presentarles al primer castigo ejemplar de la Escuela Nocturna. Nuestra educación de terror exigirá más sacrificios antes de que extendamos el manto escarlata sobre la realidad putrefacta. Hasta la siguiente lección—–D.”

Dicha organización realiza una serie de asesinatos rituales que serán investigados por Simón Latour, el intrépido reportero de “El avispón esmeralda”; la ambientación es clave en este Madrid de principios de siglo, no pude evitar recordar alguno de los lanzamientos de la Felguera, especialmente en momentos como este:

“[…] tres años atrás, él (Víctor Latour) y un pérfido inglés habían fundado Investigaciones Joyce Sance & Latour, un negocio a medio camino entre el trabajo de sabueso y la astucia del trilero que consistía, como el propio Arthur se había encargado de subrayar varias veces, en asistir a sus clientes en la resolución de asuntos ultraterrenales. En lengua romance, la traducción aproximada de eso sería algo muy parecido a “atrapar fantasmas”.

No me gusta desvelar la trama porque mi objetivo no es contar sinopsis que luego descubra el lector; baste decir que tiene los suficientes vericuetos como para llevarnos de un lado a otro sin aliento y con detalles truculentos que enriquecen su faceta más pulp; Noel se muestra ambicioso e intenta ir un poco más allá, la siguiente identificación del cinematógrafo y su influencia en nuestras vidas (que puede ser aplicado a la actual) lo demuestra:

“-Seguimos usando el espectáculo para mirar más allá del velo. El cinematógrafo nos convierte a todos en embalsamadores del presente, pero hace algo más con los que se dejan fotografiar en movimiento. Temo, Latour, que los está convirtiendo en muertos en vida.”

De hecho, al leer ciertos párrafos, he detectado una influencia subyacente inconfundible que seguro que hará sonreír a Noel: ¡nuestro adorado Pynchon! Esa “ruptura formal”, “una pieza literaria de otros tiempos”, como la obra del esquivo escritor norteamericano:

 “Entonces fue cuando  María comprendió que estaba ante algo que el resto de sus contemporáneos tardaría años en vislumbrar, una pieza literaria de otros tiempos, un concepto apenas esbozado para el que el presente aún no estaba preparado. El impacto fue devastador: había algo en esa ruptura formal que no estaba bien, que no pertenecía a aquel lugar en el tiempo, que apuntaba a una inocencia perdida quizá…”

La posible existencia de la “Escuela nocturna” más allá de tiempo y espacio es un delirio paranoico digno de él, todos somos Pynchon:

“A veces su influencia es invisible, a veces necesitan recurrir a nosotros para que todo funcione. Señorita Guideón, siempre habrá una Escuela Nocturna. Considérese afortunada de vivir en una realidad donde ha podido verla: miles de millones de personas viven y mueren vidas sin sentido y no llegan, ni siquiera por un segundo, a vislumbrar quién las gobierna.”

Una-bala-a-Dios-y-otra-al-DiabloBuena primera novela, ambiciosa, aunque evidentemente tiene problemas de ritmo, irregular en ciertos momentos, confusa en otros; pero que constituye un comienzo bastante esperanzador. Hay potencial por desarrollar.

El segundo título es “Una bala a Dios y otra al Diablo” de Guillermo Zapata y tiene un comienzo espectacularmente pensado desde sus primeros párrafos, sobre una premisa que recuerda, sin rubor, a un capítulo de Buffy o Angel:

“Esta es la historia de cómo cambié de nombre y de vida y empieza el día que firmé mi primer contrato de trabajo, el día que murió mi abuela atropellada por un autobús. Tenía 84 años. El golpe la desplazó treinta metros, al menos eso nos dijeron. […] Cuando mi abuela murió (ahora diría que fue asesinada, pero tampoco puedo probarlo) pensaba que el mundo se dividía en buenos y malos. Ahora creo que se divide entre los que saben las cosas y los que las ignoran. Los que tienen herramientas y los que carecen de ellas. Los que hacen algo y los que no hacen nada.”

La pérdida del alma, cual si Angel-Angelus se tratara, se convierte en el campo de batalla de nuestro desafortunado protagonista:

“Va a ir al infierno si no hacemos lo que te he dicho ya. Está en deuda desde hace casi veinte años. Yo también lo estoy. Los médicos le diagnosticaron un tumor inoperable. No había forma de salvarla, así que hicimos un pacto, el alma del primero de los dos que muriera a cambio de curarla. ¿Entiendes lo serio que es esto?”

Un campo de batalla con dos bandos bien diferenciados, el de los ángeles y los demonios:

“Mastema no me podía matar porque yo había vendido mi alma al otro bando. El otro bando no era una facción de demonios peleada con otra, eran ángeles. Me lo repetí un par de veces. Mi alma había sido vendida al bando de los ángeles. Los ángeles compraban almas. Los demonios y los ángeles tenían una tregua. Vomité por tercera vez en lo que iba de noche. No me quedaba nada, bilis. Los ojos rojos me ardían.”

Guillermo hace que la trama avance a golpe de buen humor usando la multirreferencialidad cultural como en el caso del Doctor Who:

“Beatriz (había decidido llamarla Beatriz, me resultaba más cómodo) sin embargo, consiguió que la dejaran pasar utilizando una identificación que, a mis ojos, estaba en blanco.

-Vi el juguete en una serie y me gustó –me dijo como excusa.”

O bien, con una gran expresividad como en el momento de la invocación de un espíritu

“La verdad, la sensación que me dio en ese momento es que decía algo parecido a: “Agramon, soy yo, saca la cabeza del culo, deja de acosar a los súcubos y sube aquí para que pueda terminar de joderte eso que llamas no-vida. Es hora de pagar.”

Es una gran baza, necesaria incluso, ya que la trama es muy deslavazada, caótica e incoherente en algunos momentos y esos momentos ayudan a no perder las ganas de seguir avanzando; pero lastran lógicamente el resultado final, bastante irregular. La premisa inicial se enreda tanto que, al final, no queda ya claro el cómo solucionarla, ni siquiera para el propio autor, habida cuenta del epílogo que escribe:

“Quería contaros esa historia porque casi nadie atiende a los principios. Al principio nada está claro, nadie sabe realmente cómo van a salir las cosas, ni si tendrán éxito o no. Los héroes pasan la mayor parte del tiempo llorando, vomitando o en medio de una confusión absoluta. No saben nada. No sabemos nada, pero vamos improvisando.”

Estoy convencido de que Guillermo puede ofrecernos un resultado más redondo en próximos textos, trazas para ello hay.

La conclusión es que tenemos dos novelas, como comenté al principio, deliciosamente pulp, tremendamente entretenidas; con una editorial como Memento Mori que apuesta por autores jóvenes de gran potencial y nosotros los seguiremos disfrutando por estos lares y más en este blog, defensor hasta la muerte de propuestas como esta. Espero que podamos ver en breve alguna propuesta más de este estilo.

“Mataré a vuestros muertos” de Daniel Ausente. Lovecraft quinqui

MATARÉ A VUESTROS MUERTOSSiempre es un placer traer a este blog a Daniel Ausente del que hablé ya largo y tendido a propósito de su fantástica “Mentiré si es necesario” , una novela a medio camino entre el ensayo y la narración autobiográfica que iba muy en consonancia con la faceta más ensayística del autor. Ahora ha vuelto y, esta vez, por fin se ha arriesgado con una ficción, encuadrada por temática y formato en el pulp: novela corta, de capítulos rápidos con cliffhangers adictivos y terror a raudales.

En la construcción de la novela utiliza cada uno de los capítulos iniciales para establecer una base, con los siguientes ejes: por un lado, la amenaza, bien conocida por todos los que leemos a Lovecraft; en el encantador siguiente pasaje podemos reconocer, sin atisbo de duda, una de sus criaturas primigenias:

“Algo parece arrastrarse hacia ella en un reptar viscoso. Levanta como puede la nuca para enfocar mejor y de la oscuridad emerge algo indefinido, una silueta irregular que no se parece a nada de este mundo. La iluminación es tenue y apenas permite apreciar cómo agita lo que parecen brazos largos y asimétricos. Puede centrar la vista en una de esas extremidades porque avanza hacia ella con un movimiento ondulado, como si fuera una enorme serpiente de carne despellejada, lleva de palpitantes bulbos blanquecinos y negros filamentos que se mueven enhiestos. El aullido se incrementa, excitado, y Selena se da cuenta de que está desnuda y de que sus piernas atadas y separadas forman un triángulo cuya cúspide es su sexo abierto e indefenso, y que ese es el destino de aquella cosa asquerosa que ahora puede ver algo mejor, porque el apéndice ya está allí mismo y su extremo delantero parece la cabeza de una gaviota que abre el pico. Entonces Selena grita, pero nadie la escuchará, ni ahora ni nunca más.”

La escritura de Daniel es prolija en detalles sexuales y viscerales que refuerzan  expresivamente el relato enmarcado, sin lugar a dudas, en el terror; muchos años de visionado del noveno arte son un bagaje incalculable para afrontar este tipo de narración. Por otro lado Daniel apela, en el grandísimo segundo capítulo, “Fauna”, a sus vivencias personales; dicho capítulo finaliza de la siguiente manera:

“-¡Joder, Sole, que estamos abajo, me cago en tu puta madre! –grita la Nati.

-¡Vete a la mierda, Nati! –responden desde una ventana.

Toda la escena sucede en el cruce de tres calles, Voltés, Plom y Enriqueta Martí, que forman un pequeño reducto del viejo barrio chino de Barcelona, cada vez más pequeño y arrinconado.”

Refleja a la perfección la vida de la Barcelona más arraigada, la de los personajes que habitan esas tres calles; un barrio de miserias, un barrio de gente humilde y trabajadora que se erigirán en verdaderos protagonistas de una historia de terror “lovecraftiano”; Daniel sabe llevar lo que vive día a día, lo que lleva observando a lo largo de toda su vida, la cotidianidad quinqui se suma al terror sobrenatural en una mezcla explosiva de fatídicas consecuencias.

No se olvida de ningún detalle, como podemos extraer del siguiente pasaje, el nexo entre los dos ejes mencionados:

“-¿Y esto a dónde lleva, Juan?

-Uf. La verdad es que no lo sé bien. Ya sabes que todo el barrio está lleno de túneles y caminos y hay quien dice que antaño iban de la falta de la montaña de Montjuich hasta la Catedral. Recto, como a unos treinta metros, se llega al piso inferior del garaje aquel al que se entraba por Voltés y que lleva cerrado cinco o seis años. Es un sitio curioso porque tiene arcos y columnas como de claustro de monjas, que es lo que debía de ser antes, sólo que ahora están bajo tierra. De ahí salen varios caminos pero la mayoría están tapiados o acaban haciéndose inaccesibles.”

Túneles y caminos (desde antaño construidos) que servirán para dotar a los suburbios de Barcelona de un elemento mítico; la ciudad y lo que tiene de oculto servirán como vehículo para que nuestra deliciosa (y mortífera) criatura se desplace sin que sea detectada de un sitio a otro causando muertes por doquier.

En otro memorable capítulo (“Pantera Rosa”) tenemos una muestra del gran talento del escritor barcelonés; cargado de buen humor, recursos y, desde luego, mucha creatividad, para dotar a narración de riqueza; no le faltan medios, hasta nuestro entrañable Chuck Norris puede servir para ello:

“-Tu madre hacía las mejores mamadas del Chino, Sardina, sobre todo cuando se sacaba la dentadura.

El Sardina asiente sin alterarse porque hace años que se acostumbró al comentario. Con la mirada busca la cosa del Kala, que no es otra cosa que un subfusil Kalashnikov AD-47. Al Kala le llaman así por eso, porque hace veinte años se hizo con uno. Hay diversas teorías al respecto; que fue parte del botín tras una guerra de bandas, que movió cielo y tierra para comprarlo tras ver la película “Delta Force”, donde lo llevaban los terroristas que se enfrentaban a Chuck Norris o, simplemente, porque el destino lo puso en sus manos.”

La narración funciona como un verdadero tiro; los personajes, inolvidables, van entrelazando sus historias hasta llegar a una batalla final que denota su afán por sorprendernos y que adolece de algún pequeño defecto lógico: una vez que todo está establecido se acaba muy abruptamente, estoy seguro que de que podría haber desarrollado otras cien páginas sin ninguna dificultad. Parece que, ya llegando a esa parte, está tan cómodo que le cuesta horrores tener que cortar por el formato.

Un libro con tantísimas virtudes que no me voy a cansar de recomendarlo, a menos que no guste el terror claro; esperamos más maravillas como esta Sr Ausente, buena literatura (pulp o lo que sea), ni más ni menos.

Resumen Octubre 2014. Un mes “negro”

Sabéis que siempre tardo en poner resumen del mes. Entre otras cosas porque me gusta que hayan aparecido las reseñas del mes en cuestión antes; ha sido un mes difícil, con un ritmo menor de lecturas, debido precisamente a la lectura de una de esas lecturas “grandes” por calidad, número de páginas y tamaño. Es el caso de la obra “¿Por qué manda el occidente… por ahora?” de Ian Morris. Del que veréis reseña próximamente, ya que se extendió su lectura y lo terminé en  noviembre. Del resto de lecturas, sin lugar a dudas me centré temáticamente en la novela negra y policíaca como habéis ido observando en las reseñas mensuales.

Pasemos entonces a la ristra de lecturas, quince, a pesar de Morris:

“Hacer el bien” de Matt Sumell, tercer libro de la nueva colección “El cuarto de las maravillas” de Turner. Un pseudo-Palahniuk que ofrece una lectura más que entretenida con un poco de barrabasadas y situaciones que rozan lo transgresor polémico.

“Cartas sobre Luis II de Baviera y Bayreuth” de Richard Wagner, Fórcola nos trajo uno de esos libros que sacan a relucir una faceta del compositor que no conocíamos: epistológrafo. Sirven para entender además el contexto histórico y saber de primera mano el mecenazgo que vivió.

“El expreso de Tokio” de Seicho Matsumoto, una verdadera delicia detectivesca que nos trae una trama que funciona “al segundo” por su precisión.

“La sangre de los King” de Jim Thompson, no es lo mejor de Thompson, para nada. Estamos hablando de una obra del crepúsculo creativo del autor. Pero, claro, es una novela de Thompson.

“Wild Boy” de Rob Lloyd Jones, aproximación “freak” al mito de Sherlock Holmes, el protagonista, nuestro peludo “chico salvaje” hará las delicias del público juvenil, y del adulto. Buena nueva de presentación.

“Candentes Cenizas” de Erwin Schrödinger, un texto de esos curiosos y lleno de calidad, el físico y sus contradicciones. Poesía en estado puro.

“Niveles de Vida” de Julian Barnes, ya me extendí en su reseña. Baste decir que me encanta encontrar cualquier libro del británico. Es pequeña pero muy bella.

“Al borde del camino” de Seumas O’Kelly, recopilación de cuentos del irlandés que dejan tan buen sabor de boca que piden relectura próxima. Mezcla de costumbrismo y mito.

“El Leopardo” de Jo Nesbo, prefería al Nesbo de antes, aunque siempre ofrece un divertimento de calidad; en la reseña podéis ver las razones.

“Días de guardar” de Carlos Pérez Merinero, nuestro Jim Thompson patrio en una novela donde el punto de vista del criminal asusta y divierte por igual.

“Galveston” de Nic Pizzolato, el primero número de Salamandra Black ha sido un bombazo comercial que viene de la mano de su escritor, el creador de la famosa True Detective; lo que en la serie quedaba oculto tras la producción y dirección artística queda desnuda a la hora de escribir; un escritor mediocre, con “ecos” de todo según sus fervientes seguidores y que no hace más que mostrar sus vergüenzas en cada palabra: incoherencias, falta de cohesión, estilo inexistente, trama previsible…; una de las peores novelas negras de que he leído últimamente, una decepción que hace que se me ponga la mosca detrás de la oreja con lo que tiene que ofrecernos este nuevo sello.

“Laidlaw” de William McIlvaney, fantástica novela del escritor escocés con uno de esos detectives que tiene una personalidad única.

“Caminando entre tumbas” de Lawrence Block, por fin una novela más de Scudder, a ver cuánto tiempo tendremos que esperar para tener otra por aquí.

“Los perseguidos” de C.S. Forester, atípica novela policíaca con un punto de vista bastante arriesgado para la época en que fue escrita. Un tour de force más que una novela negra.

“This is Water” de David Foster Wallace, el famoso (y paradójico) discurso del norteamericano que complementa lo poco que queda por publicar de su intensa obra.

Y ya estamos en pleno noviembre, las compras del mes anterior, a pesar de que no se distinguen muy bien, fueron copiosas.

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En medio del mes lo que está claro es que  Gaddis va a ser la lectura central, “Los reconocimientos”, su primera y fabulosa obra está jerarquizando el resto del mes. No sé qué vendrá después. Es difícil saberlo, el vendaval Gaddis tiene efectos secundarios y duraderos.

Lo que sí he pensado es en preparar una especie de  novelas que me voy a leer en el siguiente mes. Este mes imposible claro, Pero en el siguiente, sí tocará y pondré foto. Entre otras cosas porque la buena marcha del año que viene dependerá muy mucho de ser previsor y un poco programático. Si no, mi proyecto no hay manera de avanzarlo.

Y eso es todo por ahora. ¡Buenas lecturas!

“El Leopardo” de Jo Nesbo. El inevitable camino hacia el thriller

650_RH28948.jpgNesbo ya es un habitual por aquí. Tengo que reconocer que he leído todo lo que se ha publicado, incluído al Doctor Proctor y su aproximación al thriller “Headhunters” que tenía su aquél, de hecho, podéis encontrar varios artículos sobre él si buscáis en el blog. Como el de las razones de su éxito o el de “Headhunters”  o incluso alguno del Doctor Proctor  con suerte dispar. En su anterior publicación en España “El muñeco de nieve” , me sentí un poco discordante por subrayar los motivos por los que veía que dicha novela era un paso atrás en su evolución; me temo que mis augurios se siguen cumpliendo, pero de diferente manera a lo esperado; sigue haciendo buenas novelas, con entretenimiento asegurado y adicción inherente pero su viraje hacia el thriller hace que cambie la concepción inicial de Harry Hole.

“El Leopardo” es su novela más voluminosa hasta la fecha; siempre he pensado que una novela policíaca no debería pasar de trescientas páginas pero eso daría para otro artículo; sus 700 páginas ya de principio achantan irremisiblemente. Si bien es cierto que el comienzo es parecido al de sus otras novelas, una  posible víctima, en una situación aparentemente insalvable:

“Se despertó. Parpadeó ante aquella oscuridad profunda. Abrió la boca y respiró por la nariz. Volvió a parpadear. Notó que le caía una lágrima, notó que disolvía la sal de otras lágrimas. Pero ya no le bajaba la saliva por la garganta, tenía la cavidad bucal reseca y dura. Se le habían tensado las mejillas por la presión interior. Tenía la sensación de que aquel cuerpo extraño que tenía en la boca fuera a reventarle la cabeza. […] ¿Y él, donde se habría metido? ¿Estaría allí mismo, detrás de ella? Contuvo la respiración, aguzó el oído. No oía nada pero sí sentía la presencia. Como un leopardo.”

No puede faltar la voz del asesino en estas primeras páginas para subrayar algo que resulte escandaloso por su falta de ética y hacernos la idea de a quién se va a enfrentar:

“Personalmente pienso que la capacidad de asesinar es fundamental en todo hombre. Nuestra existencia es una lucha por las cosas buenas, y aquel que no es capaz de matar a su prójimo no tiene derecho a existir. Matar es, pese a todo, anticipar lo inevitable. La muerte no hace excepciones, y mejor así, porque la vida es dolor y sufrimiento. Visto de ese modo, toda muerte es un acto de compasión.”

Hasta aquí todo va bien, a pesar de que la forma de matar a la víctima se acerqué cada vez más a Jigsaw, el encantador protagonista de la brutal saga de terror Saw, podría ser algo habitual en los casos de nuestro Harry pero… de pronto, saltamos a Hong Kong, porque resulta que Harry está allí y se enfrenta a la Mafia japonesa. El Nesbo de antes lo habría mandado a cualquier ciudad nórdica para desaparecer; el actual busca el efectismo de un ambiente exótico que vira claramente a un típico thriller (que, ojo, no es malo “per se”, adoro muchos thrillers) y nuestro Harry se convierte casi en un remedo de James Bond. Esta sensación se irá repitiendo según avanza la novela, a pesar de tener momentos más habituales como su recuerdo del alcohol y sus consecuencias:

“Harry se dio cuenta de que ya estaba totalmente despierto, de que estaba sentado al borde de la silla. Notaba el temblor, la tensión. Y las náuseas. Como cuando tomo el primer trago, el que le revolvió el estómago, el que su cuerpo rechazaba desesperadamente. Y del que luego no tardaba en suplicar que le dieran más. Y más, y más. Hasta que lo aniquilara a él y a todos los que tuviera a su alrededor.”

Y las alusiones a su sensación de “loser”, de haber sido castigado en la vida:

“Harry estaba cansado. Cansado de golpes, cansado de tener miedo, cansado de quedarse atrás. Pero en aquel preciso momento estaba cansado de los adultos que nunca se cansaban de jugar a ser el rey del castillo.”

La trama está llena de cliffhangers que hacen que avance a todo marcha, muy en la línea de los thrillers habituales; la trama, vuelve a tener hasta tres finales distintos para poder acabarla, lógicamente, para mantener tal cantidad de páginas necesita usar estos trucos; el mismo Nesbo refuerza esta complicación con un comentario de Hole a su compañera Beate Lönn:

“Pero ¿por qué lo ha hecho todo el Caballero de un modo tan tremendamente complicado?

-Porque las personas son complicadas -dijo Harry, y oyó resonar un eco de algo que había oído y olvidado-. Hacemos cosas complejas, que influyen unas en otras, en las que controlamos el destino y podemos sentirnos señores de nuestro propio universo.”

Aunque recupera algo del “Holeverso” del que ya he hablado alguna vez; esta internacionalización de sus aventuras deja este esfuerzo en simple anécdota, parece que no quiera recuperar esa senda que buscaba más coralidad.

Da la impresión de que Nesbo está buscando que su personaje fetiche salte a la gran pantalla; este libro, desde luego, es un guiño escandaloso a Bourne o a James Bond, a Hollywood; de ahí que haya decidido tomar la senda de “Headhunters” en vez de la más intimista y psicológica de “Petirrojo” y posteriores; no es algo que me entusiasme, pero tengo que reconocer que siempre hace buenas novelas a pesar de ello. Seguiré leyéndolo, pero parece que no vamos a alcanzar mejores cotas de calidad que las anteriores.

Lo curioso va a ser cuando Roja y Negra, que es la que tiene ahora los derechos tras haber quitado a Nesbo a Serie Negra, publique el siguiente de Hole, que es el anterior a “Petirrojo”, el antiguo Hole, alguno se va a sorprender bastante con las diferencias.

Los textos provienen de la traducción de Ada Berntsen y Carmen Montes Cano de “El Leopardo” de Jo Nesbo en Roja y Negra.

“Caminando entre tumbas” de Lawrence Block. El infierno cada vez más cerca

caminando_entre_tumbas_300x456“Caminando entre tumbas” es la décima novela de Lawrence Block sobre Matt Scudder y continúa las cosas tal y como acabaron en la brutal “Un baile en el matadero”; si la anterior supuso el avance hacia una nueva forma de gestionar la ley: haciendo que se cumpla cueste lo que cueste y con los medios que hagan falta; esta supone la confirmación de este camino hacia el infierno, lleno de claroscuros que no permiten ver luz; de hecho, la única luz estriba en la relación que mantiene con Elaine:

“Eludíamos usar esa palabra que empieza por A, pero sin duda lo que yo sentía por ella –y ella por mí- era amor. Evitábamos hablar de la posibilidad de casarnos, o de irnos a vivir juntos, aunque yo sí pensaba en eso, y me consta que ella también. Pero no lo hablábamos, como tampoco hablábamos de amor o de lo que hacía ella para ganarse la vida. […] Como alguien había afirmado, lo mejor era vivir la vida entera al día, porque así es, al fin y al cabo, como nos la entrega el mundo.”

El caso, escabroso como ya va siendo habitual, es el de un traficante de drogas cuyo único objetivo es la venganza cueste lo que cueste, Matt es consciente de la situación desde el primer momento y la acepta a pesar de posibles implicaciones morales:

“-Así que supongo que ya te imaginas lo que propongo y qué sentido tiene todo esto. ¿Quieres que lo diga?

-Puedes decirlo.

-Quiero ver muertos a estos hijos de puta. Quiero estar allí, quiero hacerlo, quiero verlos morir. –Pronunció estas palabras con calma, de manera desapasionada, sin el menor rastro de emoción-. Eso es lo que quiero. Ahora mismo, lo deseo tanto que no me interesa nada más, ni me imagino siquiera la posibilidad de que pueda interesarme nada más. ¿Es más o menos lo que suponías?”

Como en el anterior caso, los detalles son escabrosos, tan dolorosos que, tanto Elaine como Matt, no pueden llegar a entender en lo que se está convirtiendo el hombre:

“[…] Elaine es una mujer de recursos, y fuerte además, pero en ese momento me pareció conmovedoramente vulnerable.

-Santo Dios –acertó a decir.

-De lo que es capaz la gente.

-No tiene límites, ¿verdad? Es infinita. –Bebió un sorbo de agua-. La crueldad, quiero decir, el sadismo más absoluto. ¿Por qué iba alguien a…? En fin, ¿para qué preguntarse por qué?

-Supongo que les causaba placer –aventuré-. Que disfrutaban con ello, y no me refiero solo al acto de matarla, sino al hecho de restregárselo a él por las narices, de hacerlo ir de un lado para otro, de decirle que estaba en el coche y luego que estaría en casa cuando él llegara, para después dejar que la encontrara cortada a trocitos en el maletero del Ford.”

En un mundo como este, Matt se adapta de la manera que él cree más adecuada, sabe que no todo se resuelve y que un criminal puede escapar sin castigo, al menos castigo de la ley; en la siguiente conversación da un doble sentido a dicha impunidad: física y espiritual. La espiritual por sus consecuencias para la persona:

“-Y siempre se suelta, tarde o temprano, ¿no? Según se decía, nadie puede salir impune de un asesinato.

-¿Eso se solía decir? Pues me temo que ya no se dice. Todos los días alguien comete un asesinato y sale impune de ello.

Bajé del coche y luego me incliné para concluir mi razonamiento.

-En un sentido, al menos, pero no en otro. Para serte sincero, no creo que nadie salga impune de nada.”

No lo dice de casualidad, en un caso de ese calibre, nadie puede salir ileso de las consecuencias; el final, la venganza, es de una dureza sin límites, muy acorde con la crueldad sin límites de la que hablaba Matt con Elaine; y esa venganza nos destruye un poco a todos. Entre tanto “hardboiled” el único motivo para la esperanza está en ese final, una pequeña concesión de Block, relacionada con la pareja.

Matt Scudder está acercándose cada vez más al infierno; cuando se pierde la perspectiva moral y se pierde lo único que la sustenta: el amor hacia los demás, puede desencadenar consecuencias imprevistas. Espero que podamos ver las siguientes novelas del detective y podamos comprobarlo.

Los textos provienen de la traducción de Montse Triviño de “Caminando entre tumbas” de Lawrence Block publicado por RBA en su Serie Negra.

“Valle-Inclán y el insólito caso del hombre con Rayos X en los ojos” editado por La Felguera. Sello de identidad

Valle-Inclan_y_el_hombre_con_rayos_x-2-257e0Si hay algo que caracteriza a la La Felguera Editores en cada uno de los libros que están publicando es el mimo a la hora de editar (a diferencia de otras que lo pretenden); ya que sus libros no se tratan específicamente de una traducción de un libro existente sino de una conjunción de diferentes textos, de diversas procedencias, que dan un contexto único a la obra en cuestión.

Ya comenté con el fantástico “Sherlock Holmes contra Houdini” varias de estas características y en el caso que me ocupa hoy: “Valle-Inclán y el insólito caso del hombre con Rayos X en los ojos”, nos encontramos con otro ejemplo de este estilo, que confirma lo que es su sello de identidad único. Esa mezcla de textos con dibujos, cárteles de la época, fotos, diversas tipografías, etc… para conformar obras muy especiales y cargadas de interés.

En este caso empiezan con un texto de Mondo Brutto de la ensayista y redactora Grace Morales (“Valle-Inclán y la luz astral del peregrino”) que sirve como prefacio a la situación que se desarrollará más adelante; esta introducción alerta sobre la tradicional incredulidad española, en relación con los fenómenos extraños (muy paradójica con lo que vendrá luego):

“Aquí, salvo el tradicional rosario de supersticiones, prejuicios de toda clase y gusto por la quincallería religiosa, el pensamiento nunca se han caracterizado por la impregnación espiritual y contemplativa. Eso, por no hablar del género de la fantasía y los tratados sobre fenómenos del espíritu, que durante cien años se limitaron a seguir los postulados de El criterio del padre Balmes y su “filosofía del sentido común”. Fuera de esos límites de pensamiento llano y de orden, el resto estaba maldito, era un atentado contra la vieja normalidad española.”

E introduce la figura del escritor Valle-Inclán, que servirá para comprender su papel en el caso en cuestión; una faceta poco conocida debido a que no se ha hecho énfasis en ella habitualmente:

“Ramón del Valle-Inclán fue el primer escritor español que se convirtió a sí mismo en un personaje. […] No hay escritor en castellano que como él demostrara tanto interés en la metapsíquica y rescatara la antigua influencia de Oriente en la cultura española como forma de expresión, pero no como una simple moda con la que se viste uno una temporada, asunto que él sabía manejar muy bien, sino como herramienta y deseo de comunicación.”

El texto central que resume la situación ocurrida en la época es del poeta y novelista Ramón Mayrata (“Valle-Inclán, Houdini y el hombre que tenía rayos X en los ojos”) y, con pocas palabras, hace un resumen inicial altamente clarificador presentando las figuras desencadenantes de la situación:

“En aquel tiempo Valle-Inclán lucía barba negra y Harry Houdini iba perfectamente rasurado. Coincidían en pocas cosas y cuando ambos se enfrentaron a un mismo enigma, reaccionaron de manera muy distinta. El enigma fue el llamado “caso Argamasilla”, un joven español que aseguraba poseer visión de rayos X, de manera que podía ver a través de los cuerpos opacos.”

El obrador del milagro, Joaquín Argamasilla de la Cerda y Elio, fue dado a conocer por su padre que  “En noviembre de 1922 descubrió en el muchacho una nueva facultad humana a la que denominó metasomoscopia. Consistía en la visión a través de ciertos cuerpos opacos.”

Tal fue la fama que alcanzó que empezó una gira en Nueva York donde encontraría su némesis, el que, a la postre, descubriría el fraude; un periodista modeló este combate como una pelea de boxeo:

“Pero un combate de boxeo precisa, al menos, de dos contendientes. ¿Quién es el oponente de Argamasilla? El periodista descubre al hombre de complexión atlética, no demasiado alto, en el que cree advertir una fuerza grandiosa. Se trata de Harry Houdini el ilusionista.”

La actitud de Houdini pilló por sorpresa a Argamasilla que no esperaba este acoso y derribo hasta encontrar los trucos y desmitificar un posible poder sensorial; a nosotros, lectores avezados, no nos parece tan raro, sobre todo si ya hemos leído “Sherlock Holmes contra Houdini” donde se reflejaba la situación que llevó a Houdini a convertirse en el adalid de la destrucción de los trucos espiritualistas:

“Lo que Houdini hace con truco –sostienen en el filo de la lógica y del sentido común-, los espiritistas lo llevan a cabo sin ninguna clase de manipulación. Sin embargo, quienes son capaces de hacer estas disquisiciones son una minoría. Cuando Houdini emplaza a un médium en su punto de mira, sus intervenciones son demoledoras y acaban situándole frente a la decepción y el repudio de los espectadores. Esta actitud de Houdini asombra  y, tal vez, desazona a Argamasilla, pero no resulta sorprendente para quien dirija una mirada a la historia de la magia.”

Lo cual nos lleva a una característica aún más interesante de La Felguera, me encontré otras referencias a otros títulos de la editorial, reforzando la idea de un “Universo Felguerano” donde cada obra que van publicando ocupa un hueco y una serie de conexiones con otras que ya estaban publicadas. Es evidente que esto es todo un acicate para el lector habitual de sus obras, ya que encontrará nexos de unión a la más que interesante época en la que están ambientadas, a sus personajes, a toda una forma de editar.

Naturalmente, Houdini encontró el truco, ya que, como podéis suponer, Argamasilla no tenía Rayos X en los ojos:

“Argamasilla solo lograba descifrar los textos ocultos cuando utilizaba sus propias cajas metálicas. Houdini logró reproducir su diseño y los movimientos y maniobras con los que las manipulaba, de manera que consiguió remedar sus efectos públicamente.”

Y esto, desde luego, solo tuvo una correspondencia lógica: “La consecuencia fue el descrédito del joven médium español y de las teorías metapsíquicas de su fogoso padre.” Lo podemos ver explicado en un  texto de Houdini que revela el desenmascaramiento de Argamasilla y que está traducido por Raquel Duato.

Lo más curioso es que, en un vano alarde de patriotismo, hubo muchos periódicos que se pusieron de lado de Argamasilla a pesar del indudable desenmascaramiento de Houdini. El libro termina con una serie de cartas donde se refleja la lucha de la época entre los detractores y los promotores del susodicho; cartas del propio padre de Argamasilla y de nuestro Valle-Inclán defendiéndole, poniéndose en contra incluso del doctor Lafora:

“He leído el artículo del doctor Lafora, sobre el cual me preguntas, y no creo que deba preocuparte. Este doctor parece que es un eminente alienista, pero nunca ha mostrado ser un zahorí en achaque de trucos y tahurerías. Su opinión en este punto carece de toda autoridad. Hablar de lo que no se ha visto y suponernos tontos a los que hemos tenido plena comprobación, acusa más ligereza que sentido científico.”

Todo esto, como viene siendo habitual, viene aderezada con fotos, carteles e incluso periódicos de la época con los artículos que se desencadenaron para conformar una obra deliciosamente pulp, psicotrónica en su concepción pero con un acabado, ciertamente, de lujo.

Otro gran logro, un verdadero disfrute en todos los sentidos.

“This is Water” by David Foster Wallace. No quiero usar “paradoja” pero….

EstoEsAgua…. Es inevitable que surja tras leer este texto, que recoge el Discurso de Graduación de la promoción de 2005 del Kenyon College expuesto por el escritor norteamericano David Foster Wallace (a partir de aquí DFW); principalmente porque es un discurso orientado a cómo avanzar en la vida y, sin embargo, el autor se suicidó tres años después de haberlo dado.

En la primera parte del discurso adopta un tono formal pero sin ser condescendiente, en ningún momento da consejos de un modo paternal sino desde su experiencia, no quiere vender valores (aunque puedan llegar a serlo) sino que se centra en nuestra capacidad de elección ante lo que llama el modo por defecto de actuar (default-setting) y que nos viene impreso de fábrica a todos:

“This is not a matter of virtue — it’s a matter of my choosing to do the work of somehow altering or getting free of my natural, hard-wired default-setting, which is to be deeply and literally self-centered, and to see and interpret everything through this lens of self.

People who can adjust their natural default-setting this way are often described as being “well adjusted,” which I suggest to you is not an accidental term.”

De hecho, establece que ese modo que viene por defecto, está centrado en nosotros mismos y que la llave para salir de esa zona de comodidad ajustada a nuestros intereses es nuestra libertad para elegir lo que queremos hacer.

Sí subraya que ese modo de vivir nos lleva a una cierta esclavitud y esa esclavitud día tras día nos conduce a estar completamente solos en las vicisitudes que surjan en esa rutina:

“And I submit that this is what the real, no-bull- value of your liberal-arts education is supposed to be about: How to keep from going through your comfortable, prosperous, respectable adult life dead, unconscious, a slave to your head and to your natural default-setting of being uniquely, completely, imperially alone, day in and day out.”

Ante la amenaza que trae esta posible desesperación la única salida que ofrece DFW es nuestra elección, lo que decidimos “adorar”, no hay más truco que la perfecta conciencia de esta situación y afrontarla sabiendo lo que puede ocurrir si no lo hacemos:

“The only thing that’s capital-T True is that you get to decide how you’re going to try to see it. You get to consciously decide what has meaning and what doesn’t. You get to decide what to worship.

The trick is keeping the truth up-front in daily consciousness”

Finalizando el discurso, nos alienta sobre la posible clave para salir de nuestro egoísmo, la entrega al resto de personas que nos rodean, pequeños sacrificios que hay cultivar a todas horas y que nos sacan de nuestro margen de comodidad:

“The really important kind of freedom involves attention, and awareness, and discipline, and effort, and being able truly to care about other people and to sacrifice for them, over and over, in myriad petty little unsexy ways, every day. That is real freedom. The alternative is unconsciousness, the default-setting, the “rat race” — the constant gnawing sense of having had and lost some infinite thing.”

Aunque no quiere engañarlos, por mucho que lo diga, es terriblemente duro tomar esta decisión en cada día que vamos pasando:

“It is unimaginably hard to do this, to stay conscious and alive, day in and day out.”

De hecho, sabiendo cómo acabó su vida, está claro que él mismo no pudo predicar con el ejemplo de lo que comentaba.

Muy curiosa publicación que nos sirve para entender un poco más la figura de uno de los autores contemporáneos más interesantes del siglo XX y para, de hecho, aprovechar de alguna manera el indudable trasfondo de la forma de vivir que nos comentaba el norteamericano.

Cápsulas policíacas: C.S. Forester y Jim Thompson. Dos consagrados

LosPerseguidosPodría haber dedicado a ambos libros una entrada completa; sin embargo, a veces tengo esta tendencia curiosa a agrupar, para dar salida libros que quiero comentar (algunos ni llegan a ser comentados); lo más curioso es que me gusta encontrar puntos en común entre ellos, un hilo conductor que los una. En este caso más que una temática (la novela negra) les uniría su caracterización como clásicos del negro.

Así, tenemos inicialmente la novela “Los perseguidos” del escritor Cecil Scott Forester (1899-1966); novela que se trató de un manuscrito perdido durante casi 70 años y encontrado en 2003 cuando el autor ya había fallecido, había sido escrita, sin embargo, en 1935; en pleno auge de las novelas de detectives.

Hablé hace poco sobre “suicidios aparentes”; un poco antes que el escritor japonés, Forester planteó otro de esos casos donde se nota desde el principio que hay gato encerrado por la forma en que ha muerto un personaje; pero Forester, sorprendentemente, no plantea el caso como una investigación estándar, si no que se centra (desde un narrador omnisciente, eso sí) más bien en cómo vive la situación la hermana de la fallecida, Marjorie, ante la posible amenaza de su marido:

“Marjorie sabía perfectamente que aquella noche no iba a dormir: ahora permanecía siempre despierta, inquieta y nerviosa, cuando Ted se ponía “pesado”, y aquella noche fue mucho, mucho peor. Supuso que debían de ser las dos cuando Ted se durmió, acalorado y pesado a su lado, con el aliento un poquito más ruidoso que cuando estaba despierto. Ella se quedó echada de espaldas en el borde de la cama, con la almohada metida en la nuca, demasiado cansada para llorar, y con las emociones demasiado confundidas para que su sufrimiento fuese agudo. Solo era consciente de sentir una depresión negra e insomne, una infelicidad mucho más arraigada de la que había conocido nunca.”

Y sorprende precisamente porque se dedica a expresar los miedos de una mujer ante la infelicidad en el matrimonio, que tiene un causante principal, su marido Ted; todo ello ambientado en un tiempo tan lejano como eran los primeros años del siglo XX y desde la perspectiva de un hombre; sinceramente, lo hace muy bien; pinta en primer lugar la situación y, a continuación, asistimos a la liberación de Marjorie al conocer el amor de nuevo en un período vacacional, alejado de su opresor:

“Marjorie sintió un dolor estremecedor en el pecho cuando el sol bajó todavía más. Aquel lugar, absolutamente maravilloso, la tristeza de la tarde, el dolor al saber que aquel tiempo tan feliz estaba concluyendo, todo aquello pesaba sobre ella mientras luchaba por tomar una decisión sobre Ted. La cabeza le daba vueltas, no podía pensar con claridad.”

La instigadora de un cambio brutal será, paradójicamente, su madre, que tampoco confía en Ted, a pesar de que parezca no entender la situación:

“En ese caso, sería también inútil buscar la ayuda de su madre para dejar a Ted. Su madre sería la última persona de toda la tierra que animase a una esposa a separarse de su marido. La cabeza le daba vueltas a Marjorie. Estaba exhausta por la tensión emocional.”

Ella será el desencadenante de un tour de force del que tendrán que escapar, convirtiendo la parte final de la novela en una persecución como si de un capítulo de “El fugitivo” se tratase. No hay lugar a una resolución del crimen inicial; todo ello se sustituye por un buen manejo de la trama y una desviación hacia lo más negro, olvidando la parte más detectivesca.

La conclusión al viaje deja buen sabor de boca a pesar de lo aparentemente negativo. Una gran novela, sin lugar a dudas.

Los textos provienen de la traducción de Ana Herrera Ferrer de “Los perseguidos” de C.S. Forester.

LaSangreKingLa segunda propuesta viene de otro clásico, uno de los más grandes, del que vemos publicado otra de sus obras, “La sangre de los King”; hablamos, claro que sí, de Jim Thompson. Estamos ante una obra crepuscular, ya en el final de su carrera, un Thompson muy pasado de vueltas se desvió hacia el western y lo dotó de la violencia habitual en sus obras; violencia que, en este caso, traspasa las fronteras familiares, solo hay que ver cómo Critch King habla de su madre; siempre resulta muy crudo leer algo de esta magnitud:

“Solo durante el último año, cuando su madre ya llevaba más de dos años haciendo de puta. Y una puta, si se la magulla y se la maltrata, acaba viendo disminuidos sus ingresos. Ray había conseguido contenerse. Aquella noche, sin embargo Ray había ido demasiado lejos. No tenía nada que perder golpeándola, o eso le parecía. La estúpida zorra había estado ocupada todo el día. Un cliente tras otro. Y sin embargo, al final de la jornada había vuelto con menos dinero del que tenía al principio. Además de su cuerpo, regalaba el dinero. ¡Coño gratis y encima regalaba dinero!”

Los King son salvajes por naturaleza, hasta tal punto que llegan a definir sus propias reglas por las que regirse; sus límites están muy por encima de lo que entendemos como ética, de ahí que todo lo que vaya sucediendo esté “justificado”, han sido educados así por su patriarca:

“-Somos totalmente distintos. Nos lo han inculcado. Papá era más salvaje que civilizado. Entre él y Tepaha nos educaron para creer que podíamos hacer prácticamente cualquier cosa, siempre y cuando no nos cogieran. Por lo que se refiere a nuestra madre… Bueno, acabó vendiendo el culo a cualquiera que llegaba. Lo vendía o lo regulaba; tampoco parecía importarle mucho.

[…]

-Pero no pasa nada si lo hace un King. La diferencia entre el bien y el mal es algo que no va con nosotros.”

En tal orden de cosas, no es extraño comprobar como un hermano intenta matar al otro sin ningún tipo de remordimiento:

“-Eh… ¿Qué crees que ocurrió? –dijo Arlie por fin-. ¿Se rompió la cincha?

-Debió de ser eso.  Si alguien la cortó, debía de ser un hijo de puta miserable, malnacido, cabrón y desgraciado, ¿no te parece? Yo no conozco a nadie de por aquí que lo sea, ¿y tú?”

Aparte de la violencia explícita y de tipo psicológica que se gasta el norteamericano, falta profundización psicológica, y la trama, para qué engañarnos, es simple y dulcificada en un final poco coherente con lo leído anteriormente; el estilo, inconfundible,  hace que valga la pena su lectura, pero no estamos ante una de sus obras maestras. Por lo menos puede servir para acercarse a ellas.

Los textos provienen de la traducción de Damià Alou de “La sangre de los King” de Jim Thompson.

“El expreso de Tokio” de Seicho Matsumoto. Precisión nipona

ExpresoTokioSi tenemos libros como este publicado es gracias a que hay editoriales independientes como Libros del Asteroide. Otro día vendré con alguno de los libros de novela policíaca que nos trae Quaterni, otra de esas editoriales pequeñas que están buscando obras de autores japoneses que nos parecían impensables hace un tiempo.

Pero hoy es el turno de de Seicho Matsumoto, escritor japonés que publicó “El expreso de Tokio” por entregas en 1958 como bien nos dice la bio de la editorial:

“Seicho Matsumoto (1909-1992) fue un prolífico escritor japonés que comenzó a publicar cuando ya tenía más de cuarenta años, pero su carrera literaria no despegó hasta su segundo libro, cuando recibió el premio Akutagawa por Historia del diario de Kokura (Aru Kokura-nikki den). El expreso de Tokio se publicó por entregas en una revista en 1958 y obtuvo un éxito inmediato, su reedición en forma de libro lo convirtió en uno de los mayores best sellers de la posguerra japonesa.”

La novela tiene un comienzo bastante atípico, dos apuntes bastan y son necesarios para luego entender los derroteros por los que va la novela, en primer lugar una referencia velada a un escándalo de corrupción:

“En otoño del año anterior, en ese ministerio había estallado un escándalo de corrupción en el que decía que había varios proveedores implicados. La prensa destacaba que por el momento solo afectaba a los cargos inferiores, pero que en primavera empezaría a salpicar las altas esferas.”

En segundo lugar la inofensiva presentación de Tatsuo Yasuda y su relación con las camareras del bar Koyuki:

“Tatsuo Yasuda era un hombre de unos cuarenta años. Tenía la frente ancha y la nariz perfilada. Su tono de piel era más bien oscuro y tenía la mirada bondadosa y las cejas pobladas pero bien definidas. Era todo un hombre de negocios y su carácter era franco y abierto. Era muy popular entre las camareras del Koyuki. Aun así, nunca intentaba aprovecharse de ellas y las trataba a todas con la misma amabilidad.”

Después de esta escena inicial en la que no hay que perder detalle de lo que va sucediendo, abruptamente, en el siguiente episodio nos encontramos con un aparente doble suicidio:

“Pero nunca había visto lo que descubrieron ese día sus ojos clavados en el suelo. Sobre la oscura superficie de una roca destacaban dos cuerpos, un inoportuno obstáculo en mitad de aquel paisaje que le resultaba tan familiar. Estaban inmóviles, tumbados bajo la pálida luz de la mañana. El sol aún no había salido. El viento frío azotaba su ropa, lo único que se movía demás de su pelo. Los zapatos negros y los calcetines blancos también estaban inmóviles.”

No estoy desvelando parte de la trama, desde el principio el autor japonés deja claro la potencialidad de algo “por suceder”, y ese evento se nos presenta de una manera que puede ser malentendida y tomada por algo más sencillo de lo que es; nada más lejos de la realidad, a partir de dicho momento los detalles más pequeños conformarán una trama milimétrica, una novela de detectives en su sentido más cerrado, donde nos encontramos una habitación cerrada  estándar con el tiempo como protagonista. El memorable capítulo “Un intervalo de cuatro minutos” nos pone en perspectiva y nos alerta sobre lo que está sucediendo; el investigador tendrá que hacer una labor dificultosa, abstraer cual Sherlock Holmes, los posibles movimientos que pudo llevar el asesino, un cúmulo de casualidades que parecen no cuadrar hasta que se estudian con minuciosidad.

La manida metáfora del reloj y su precisión se aplica a la perfección a esta trama policíaca que recuerda a aquellas que elaboraban en el genial “Detection Club”; la base de la solución serán las sospechas de un detective que no confió en lo que aparentemente era lo más evidente:

“Todavía recuerdo lo que me dijo usted en su última carta: “Todos somos víctimas de prejuicios inconscientes y dejamos escapar los detalles más obvios. Es peligroso. De vez en cuando, los prejuicios ofuscan el sentido común y es necesario revisar e investigar una vez más aquello que se daba por sentado.” Tenía usted toda la razón. Un hombre y una mujer mueren juntos. Para una mente ofuscada por los prejuicios, se trata de un doble suicidio. La verdad es que fuimos víctimas de una ilusión. Nuestro enemigo se aprovechó del sentido común crónico de los humanos, que nos hace dar por sentadas ciertas cosas que parecen evidentes.”

Estupenda novela con el mejor sabor de la “mistery novel” más clásica; pero esta vez nos llega desde Oriente, bienvenida sea.

Los textos provienen de la traducción de Marina Bornas de “El expreso de Tokio” de Seicho Matsumoto para Libros del Asteroide.

“Días de guardar” de Carlos Pérez Merinero. La incomodidad de un punto de vista

DiasdeGuardarAntes de empezar este comentario, aviso, los textos de la novela “Días de guardar” de Carlos Pérez Merinero no son para estómagos sensibles. De ahí que, los que lean esta reseña, se los pueden saltar si lo consideran conveniente.

Una vez dicho esto, qué mejor forma para darle el contexto necesario a esta obra que recurrir al prólogo de Óscar Urra donde la ubica temporalmente con otras novelas claves de lo policíaco español:

“Así, Los mares del sur (1977) de Vázquez Montalbán, establece el canon del detective chandleriano asociado al análisis social y cultural; Demasiado para Gálvez, de Jorge Martínez Reverte, que aparece en el mismo año, indaga en las posibilidades de denuncia y explicación de ciertas tramas financieras desde el punto de vista periodístico; Un beso de amigo (1980), de Juan Madrid, plantea la investigación abordada desde “el otro lado de la barrera”, el policial; por su parte, Prótesis, de Andreu Martín, también en ese año, brega con el conflicto psicológico y delictivo compartido entre la autoridad y el delincuente común; por fin, en 1981, aparece Días de guardar, primera novela de un muy joven Carlos Pérez Merinero que no solo completa el repóquer de este período dorado del género en nuestro país, sino que aporta al mismo el sentir, el pensar y el hacer radicales del delincuente, sin renunciar a trazar, siquiera sea de pasada, pero de manera precisa e impresionista, un fresco de las tensiones políticas y sociales de la época.”

El propio Urra nos indica la diferencia primordial de las novelas de género negro con respecto al autor y lo compara con Jim Thompson; podríamos considerar a Carlos Pérez Merinero como nuestro Jim Thompson patrio; Antonio Domínguez es el simpar y amoral protagonista:

“Porque, a diferencia de la gran mayoría de novelas de género negro, en Días de guardar, no es el tema moral (social o individual) el que interesa al autor, sino la estupidez y la mezquindad de la ciudadanía media en sus múltiples formas actitudes y paisanajes. Al lado de lo que la sociedad y las circunstancias pergeña todos los días con la vida de la mayoría de los personajes que se cruzan con el protagonista, la brutalidad que este se gasta […], se antoja ingenua y circunstancial; el proceder de Antonio es el de un tipo amoral que escribe sus propias leyes, no un inmoral que pretende burlarlas.”

Este punto de vista, el de un asesino amoral que elige sus propias leyes por encima de lo establecido es, precisamente por eso, muy incómodo; no hay un intento de justificación del porqué de esta amoralidad por parte del autor; su único objetivo es mostrar tal y como cree que debe ser su vida y eso va más allá de las convenciones sociales; de hecho, cada intervención en esta primera persona es violenta, descarnada y profundamente incomprensible para el lector; solo tenemos que coger cualquiera de sus pensamientos, como lo que piensa de una mujer con la que se acaba de acostar:

“Cuando vuelvo al cuarto ella duerme como una bendita. Serán gilipollas, desagradecidas y todo lo que ustedes quieran, pero tengo que reconocer –si tengo una virtud esa es la de ser objetivo- que están buenísimas. La ves así, durmiendo, en pelotita viva, y te dan ganas de olvidarte de que es lunes y de que la tienes un poco floja y de ponerte sobre ella y tirar de vareta. Se iba a despertar con toda la mandanga dentro.”

O la forma en que describe sus sensaciones a la hora de robar un banco; la metáfora sexual que utiliza es ciertamente brutal y desagradable en algunos momentos:

“Es la primera vez que atraco un Banco y tengo un gustazo en el cuerpo de aquí te espero. Algo así como si me hubiera tirado a un regimiento de tías del Playboy, pero todavía en mejor. Si no me corro es por no manchar los calzoncillos. Ganas no me faltan.”

Lo cual no quita para que tenga alguna reflexión lúcida en su particular mundo, un universo en el que los periodistas no aportan nada interesante a su vida (probablemente a la nuestra tampoco):

“Y la culpa de todo la tienen los periodistas. Por mi madre, que con las tripas del mejor ahorcaba al peor. ¿Se han fijado alguna vez en la cantidad de paridas que se escriben en los periódicos? Pues si no se han fijado, fíjense. Cosas que le interesen a uno, lo que se dice cosas que le interesen a uno, hay que buscarlas con la lupa. Sin embargo, chorradas todas las que quieran. Pero eso sí, le dan un barniz los tíos que parece que nos va a ir la vida en que tal menda de nombre impronunciable gane las elecciones en Dinamarca o que en los Estados Unidos no vendan trigo a los rojazos de los rusos. La monda en bicicleta, vamos.”

A pesar de los estallidos de violencia física y psicológica a la que vamos asistiendo, sus peripecias están teñidas siempre de un cierto humor, muy negro, indudablemente, pero sirve para aligerar la crudeza de lo que nos cuentan; el uso de la jerga es otra característica esencial que se nota en cada momento y que, contrario a lo que podía pensar inicialmente, no resulta tan chocante a pesar de usar expresiones de los años ochenta:

“-¡Qué suerte! –dice una voz femenina a mi espalda.

Es una voz que suena como los ángeles. Me vuelvo esperando encontrarme con una tía de bandera, de esas que te la guardan en su coñito con honres de reina, pero lo que veo es una cuarentona con unas gafotas que le sientan como un tiro y una cara de pedorra como para jugar al abejorro con ella.”

Si el punto de vista era incómodo, la conclusión lo es aún más; y no será porque no avisa sobre ello al reflejar la incapacidad de la policía, él si cree en el crimen perfecto pero no por su pericia sino por la inutilidad de los medios policiales:

“Porque el crimen perfecto existe. Sí, hombre, no se rían. Existe. […] Además, qué coño, la prueba de la impericia de la poli es la cantidad de casos que quedan sin resolver. Los cabrones de los periodistas –mamporreros de pro- en cuanto que aclaran algo lanzan las campanas al vuelo y la gente que lee los periódicos piensa: “¡Qué listos son nuestros Sherlock Holmes!” ¡Una leche! ¿Por qué no publican la lista de los casos pendientes? ¿Eh, por qué no la publican? Muy sencillo. Porque ocuparía todas las páginas y aún faltarían más.”

Como en las novelas de Thompson, no hay conclusión satisfactoria para el lector ávido de finales felices; aquí no se coge al ladrón ni al asesino. La impunidad con que lo logra demuestra que, como la vida misma, no siempre los buenos ganan y los malos son castigados.  La vida y sus grises.

“Wildboy. El chico salvaje” de Rob Lloyd Jones. Sherlock Holmes (nuevamente) como inspiración

WildBoyUno se encuentra sorpresas de diferente calibre en todo tipo de sellos; en este caso, en el de Alfaguara Juvenil, se trata de la novela “Wildboy. El chico salvaje” del británico Rob Lloyd Jones, libro que, me temo va a pasar desapercibido a pesar de su indudable potencial manifestado ya en el prólogo con el que da comienzo, ambientado en 1838, en el que un empresario va a buscar a alguien, un chico muy especial, a un orfanato; os dejo con dos textos muy indicativos de los derroteros que va a tomar:

“-He venido a por el chico -respondió el empresario.

Los ojos del ventanuco se entornaron.

-¿Qué chico? Aquí hay docenas de chicos.

El empresario se inclinó hacia delante, mostrando su rostro bajo la sombra de su chistera ladeada. Era una cara horrorosa, surcada por tantas cicatrices que parecía hecha con trozos de piel cosidos entre sí. Tenía marcas de latigazos, cuchilladas y arañazos. Señales de mordiscos, quemaduras y cortes de sierra. Y un largo tajo que recorría su nariz huesuda como maquillaje morado. Se acarició la herida con un dedo mientras se acercaba al ventanuco para gruñir.

-El chico.”

De los ojos del muchacho rodaron lagrimas que escamparon el vello de sus mejillas. Pero apretó los dientes y aguantó el dolor del pecho.

-¿Veré cosas? -susurró.

El empresario miró a Bledlow, desconcertado por la pregunta.

-Le gusta observarlo todo -explicó el encargado. Es lo único que hace este pequeño animal. Se sienta ahí y mira por la ventana.

El empresario soltó el pelo del muchacho dejándolo caer al suelo.

-Verás un montón, claro que sí -dijo-. Sólo que, donde tú irás, no habrá muchas cosas bonitas.

-¿Una parada de monstruos? -preguntó el chico.

-Una parada de monstruos -confirmó el empresario.”

Aparte de las inevitables resonancias dickensianas, tenemos un chico muy especial, con gran capacidad de observación, y al que recoge un empresario de circo salido de una película que nos retrotrae al “Freaks” de Todd Browning, de rabiosa actualidad actualmente con la cuarta temporada de American Horror Story y su Freakshow.

Estas pistas se irán revelando de manera muy inteligente según empiece a desarrollar la historia Lloyd Jones, ya tres años más tarde (1841) en el Londres victoriano. Nuestro chico, Wild Boy, recibe ese nombre de su condición más animal que humana, recordando más a un oso que a otra cosa. Se convierte en un personaje más de un circo que es un “Gabinete de curiosidades”, con lo cual ya tenemos el lugar en el que se desarrollará la acción y el contexto.

A continuación, sucederá un asesinato de uno de los integrantes de esta “Parada de monstruos”, del que culparán a nuestro protagonista; Wild Boy confrontará al asesino casi por casualidad al encontrarse con él y le hablará de una misteriosa máquina:

“No conseguirás la máquina.

[…]

Trató de que su voz sonara firme, pero había algo en aquella figura que le había provocado un escalofrío por todo el cuerpo, un terror más profundo que cualquiera de los acontecimientos de aquella noche. Quienquiera que fuera, se alegraba de que se hubiera marchado.”

El autor aprovechará entonces la dimensión social para poner de relevancia la típica situación en la que se culpa al que es más raro, extraño, al que puede amenazar el estatus quo de los que se consideran normales y juzgan lo que es normal desde su óptica; esto, de hecho lo está explotando también Ryan Murphy en Freakshow. Donde se desmarca Lloyd Jones es en la otra característica comentada anteriormente, la última por reseñar: su capacidad de observación:

“Le invadió la ira. Sólo porque fuera un bicho raro todo el mundo creía que era culpable. Sin poder controlarse, cogió uno de los cuencos de sopas, lo estrelló contra la pared de la cámara subterránea. Se inclinó sobre la mesa, maldiciendo y tirándose del pelo de la cara.

-¿Has terminado ya de compadecerte de ti mismo? -le preguntó Clarissa.

-no, no he terminado -gritó Wild Boy-. Déjame en paz, ¿quieres?

-¡No voy a dejarte en paz! Mi nombre está también en esa casa, ¿sabes? Y vas a ayudarme a salir de esta.

-¿Sí? Dime cómo.

-Encontraremos pistas que demuestren nuestra inocencia.”

No esconde el británico su adoración por Conan Doyle y su maravilloso personaje, dotando a nuestro peludo personaje de una capacidad de fijarse en los detalles digna del detective de Baker Street; de ahí que decida, junto a Clarissa, la acróbata, intentar desentrañar el misterio detrás de los asesinatos que se van sucediendo a continuación.

Volverá a encontrarse con el asesino y este utilizará su inseguridad para escapar; el caramelo de la máquina que puede hacerle “normal” será un germen que descompensará a nuestro protagonista y le llenará de dudas:

“El asesino entornó sus ojos tras la máscara.

-Es una máquina muy poderosa. Una máquina que te cambia. Imagina algo así Wild Boy de Londres. Imagina una máquina que pudiera volverte normal como todo el mundo.

Wild Boy estaba demasiado sorprendido para responder. Lo que el asesino acababa de decir no era posible, ¿verdad? Él nunca podría ser normal.”

No dejarán de sucederse las persecuciones llenas de acción, aparecerán aliados inesperados, sociedades secretas que esconden más de lo que se dice… hasta llegar a una resolución digna de una mistery novel con nuestro velludo compañero transmutado en un Sherlock Holmes Freak encantador que consigue aceptarse a sí mismo con sus virtudes y sus defectos.

Comienzo de una serie que, al dedicarse a la presentación de personajes, no puede desarrollar  a fondo lo que ha presentado, pero que tiene un gran potencial para las siguientes entregas. Mucho más que un entretenimiento, con una resolución sorprendente. Más que recomendable.

Los textos provienen de la traducción de Montserrat Nieto Sánchez de “Wildboy. El chico salvaje” de Rob Lloyd Jones para Alfaguara.