Las aventuras de Monsieur Vieux Bois de Rodolphe Töpffer. Pionero del noveno arte.

AventurasMonsieur
Indudablemente, me gusta que me sorprendan; pero para que la sorpresa sea agradable se debe conocer a esa persona, saber lo que le puede gustar y cumplirlo; algunas editoriales como Ginger Ape Books & Films parecen entrar en ese círculo de personas ofreciendo un catálogo heterogéneo y ecléctico, además de sorprendente. Su última publicación redunda en estas virtudes, Las aventuras de Monsieur Vieux Bois del ginebrino Rodolphe Töpffer acaba de ser publicado en su colección Ópera Pantagruélica y se puede adquirir en versión papel a un módico precio o bien directamente en versión digital gratuitamente.

El prólogo del traductor Rubén L. Conde pone en contexto al autor suizo desde sus orígenes e influencias:

“Hijo del pintor y caricaturista Wolfgang-Adam Töpffer, Rodolphe nació en la próspera y cosmopolita Ginebra a comienzos del año 1799. Disfrutó de una infancia sana y feliz, siguiendo la afectuosa guía de su padre, que le inclinó hacia el estudio de las artes. Durante su adolescencia, llegó a conocer y apasionarse por la obra de William Hogarth, que le causó una honda impresión («las expresiones de crimen y virtud que este moralista pintor grababa enérgicamente en los rostros de sus personajes suscitaron en mí esa atracción mezcla de turbación que un niño prefiere a cualquier otra cosa») y le inició, a su propio decir, en el placer de la observación de los hombres, todo lo cual resultaría determinante en su carrera como historietista.”

Entrando de lleno en la técnica que utilizó en su momento en la creación de historias, de cómics al fin y al cabo, de lo que llamó histoires en estampes, la autografía le ayudó a este propósito:

“Sea como fuere, a su efectiva publicación también coadyuvó una innovación técnica : la autografía, un novedoso procedimiento litográfico (que Töpffer encomió con su habitual sarcasmo –uno de esos descubrimientos que han cambiado la faz del universo y el devenir de la humanidad–, y sobre el que incluso llegó a teorizar) , que le permitía volcar directamente sus dibujos del papel a la piedra, todo a bajo coste, sin participación de terceros (caso del artesano al que se confiaba el proceso y que reinterpretaba las imágenes del autor), sin inversión especular (como ocurría con la litografía) y sin menoscabo alguno de la vibrante riqueza de su trazo (pudiendo conservar los textos manuscritos y evitando de este modo el recurso a los tipos de imprenta).”

Hay una referencia igualmente a la labor excelente de la editorial para adaptar las viñetas y, de esta manera, ofrecer al lector una experiencia de lectura muy grata:

“[…] ha optado, como ya ocurriera con la primera versión de la casa Aubert, por recajear las viñetas y separarlas con un espacio en blanco variable, eliminando por todo lo demás los cartuchos de texto (que han sido sustituidos por líneas de texto desprendidas y tipografiadas). Los editores justifican esta decisión en el deseo de ofrecer al público español una experiencia lectora renovada (toda vez que la obra de Töpffer no requiere de una puesta en valor demostrativa, a la que ya han procedido otros y mejores),[…]”

Lo que es indudable es que recuperaciones como estas ayudan a dar la importancia que merece uno de los pioneros del noveno arte que, hasta ahora, estaba bastante olvidado:

“Pero al margen de estas referencias y su recepción desprejuiciada entre artistas e intelectuales de la primera mitad del siglo XX (a los posteriores nos referiremos en las líneas que cierran este libro), lo cierto es que hoy, y pese al proceso de revalorización que experimenta el cómic, pocos son los que conocen la figura de Rodolphe Töpffer, y menos, los que han accedido –o podido acceder– a su obra. Sirva pues la presente para ayudar a reparar el error y rellenar esta inadmisible laguna.”

Pero esto son solo letras, es imposible hacerse una idea sin echar un vistazo a la historia que nos ofrece Töpffer, para ello os pongo las dos siguientes páginas:

Monje

 

Monje_Continuación

Como bien dice Rubén L. Conde en una especie de postfacio:

“En Töpffer, en su obra, encontramos, y advertimos fácilmente, elementos suficientes, y en armónica combinación, del arte que hoy se conoce –al menos, popularmente– como cómic. Y su propio autor, aun cuando utiliza la equívoca fórmula histoires en estampes, aun cuando califica sus propios dibujos de garabatos, sinsentidos gráficos o pequeñas locuras, es consciente de haber creado una nueva forma de narración híbrida, una forma que romperá las fronteras del tiempo y del espacio, y que llegará a obtener, y por derecho propio, la calificación de arte.”

Podemos ver la clara secuencia en la acción, cada uno de los textos está unido indisolublemente a la viñeta que describen y, sorprendentemente, los dibujos, esos “garabatos” que buscan más la parodia que la belleza, están cargados de dinamismo, se puede percibir la sucesión de acontecimientos, ese proto-arte secuencial ya desarrollándose desde el siglo XIX, lógico que se fijara en él Chris Ware como también se comenta en dicho postfacio:

“Está claro que Töpffer no solo inventó el cómic, sino también al moderno historietista». Quien así se expresa no es un animoso editor, ni un sesudo investigador, ni tan siquiera un deslumbrado aficionado. Es el genial artista Chris Ware , creador de la premiadísima serie The Acme Novelty Library”

Es importante subrayar el carácter lúdico de la historia, se relatan las vicisitudes de un amante en el intento de unirse con su amada y lo realiza con un más que inspirado buen humor, un humor que utiliza ya los recursos de la repetición a lo largo del tiempo como podemos ver en las tres siguientes secuencias:

Suicidio4

 

VillanoMojado

 

MonjesEnterrados

 

En la primera de ellas vemos el cuarto intento frustrado de suicidio por no poder conseguir a su amada, es una escena que, además, vuelve a mostrar la forma en que se viste, recurso repetido, en varias ocasiones igualmente. Lo mismo podemos decir de las dos siguientes escenas, en una alterna al villano atrapado en un molino de agua mientras está sucediendo una escena bucólica y pastoril entre los dos amantes,; lo bueno es que, hasta que se libera, este paralelismo irá sucediendo llevándolo al límite en el contraste. Lo mismo sucede con los monjes que él mismo entierra.

La lectura de esta manera consigue sacarte sonrisas además de poder admirar la técnica del autor, como bien dice Conde:

 “Y es así que su grafismo, su ritmo y recursos narrativos, sus planteamientos compositivos, los códigos y estructuras de su lenguaje visual; amén de sus personajes, su (anti)heroicidad, vicisitudes y caprichos; su comicidad argumental y giros satíricos; sin olvidar la especulación que subyace a todo este fabuloso ejercicio, imponen a la obra de Töpffer una legibilidad extemporánea, le otorgan, con admirable anticipación, carta de naturaleza presente”

En efecto, estamos hablando de un cómic que anticipa muchos de los recursos y planteamientos de siglos posteriores convirtiéndose por derecho propio en un verdadero hallazgo: una lectura gozosa por la diversión que nos ofrece.

Los textos provienen de la edición y traducción/adaptación de Rubén L. Conde de Las aventuras de Monsieur Vieux Bois de Rodolphe Töpffer para Ginger Ape Books & Films

Eso de Inger Christensen. Cosmogonía de la palabra

esoEs inevitable. Sexto piso puede añadir a sus ya reconocidos logros la publicación regular en España de la gran poetisa Inger Christensen; hablé con palabras elogiosas de su excelente Alfabeto  que entró, por méritos propios, en mi top de lecturas del año pasado; vuelvo ahora para recomendar Eso, el último poemario publicado por aquí y que constituye en sí mismo una obra de arte total con la palabra como protagonista. Un generador de sensaciones con la palabra en el centro ordenándolo todo.

La estructura que adopta la escritora no deja lugar a dudas, tres partes diferenciadas con un punto en común: Prólogos-Logos-Epílogos.  El Logos en griego es la “palabra en cuanto a meditada, reflexionada o razonada” y retrotrae directamente al cristianismo por su identificación con Dios que se produce en el comienzo del Evangelio de San Juan: “en el principio era el logos y el logos era con Dios el logos era Dios.”

El objetivo de Christensen era presentarnos la importancia de la palabra desde sus orígenes y presentar la evolución a lo largo del poemario, de ahí esa sensación de cosmogonía que se reafirma según vamos leyendo. Esta sensación se enfatiza por la forma escogida, el comienzo, el principio de la palabra, se moldea según una prosa poética, un flujo continuo de pensamientos que se van enlazando:

“[…] Ya tiempo que a grandes rasgos sólo se puede medir en vidas. Ya la absoluta desolación del espacio, reducido a cosa. Cautiva en un juego provisional. Reducida a detalles reservados que incesantemente se dividen y se diferencian, buscan lo diferente, buscan la ficción. Giran y se retuercen, se retuercen, se vuelven, giran, dan un viraje fortuito, se inclinan, se comban en expresiones ocasionales, buscan el sistema aparente. Parafrasean. Nutren la gran ambición de las partes individuales: modelar todo o el universo a su propia manera. Quieren parecer otra cosa. No parecerse ya más a sí mismos. Varían pues muy aleatoriamente. Divergen a saltos. Fluctúan difusamente. Modulan, matizan de forma que ellos mismos son modulados, son matizados en el camino. Al azar. […]”

Y en la que utiliza ese juego de contrarios, de conceptos dicotómicos que convierten la lectura en algo muy sensorial, de  imágenes, sonidos, sensaciones táctiles; se trata de una génesis de la palabra, como un big-bang evolutivo altamente sensorial:

“[…] Agua y aire. Contraluz y luz, lo evidente, fosforescente. El mar, saturado de oxígeno y manchas de sol, desencadena una furiosa tormenta solar en un día tranquilo, encuentra la hiperbólica expresión para huida y se desborda en el séptimo cielo, interferencia entre olas de luz y agua, se desmorona, se hunde bajo la superficie donde el mar descansa bañado en un mar de luz. Pero no quema, es mucho más mortífero que ello, el mar icárico. Otro mundo. P. ej., un mundo de sonidos que es mudo en su propio mundo, silencioso. Un mundo superficial, enfrascado en sí mismo. O un mundo incesantemente efervescente, burbujeante, goteante, en silenciosa anestesia. Un mundo incesantemente inquieto de calmantes, una deslumbrante oscuridad, donde luz y oscuridad se refieren a interferencias ausentes entre luz y oscuridad. […]”

Que se va entrecortando, el flujo de pensamiento, desapareciendo para dejar la palabra como protagonista; en este orden de cosas es la ficción la que se convierte en el fermento de nuestras vidas, el resultado del uso de esa palabra, una ficción que es profundo fingimiento, ya que lo que se ficciona no es real por el carácter falible del propio discurso fundamentado en la palabra:

“[…] Visto así la ciudad es un laberinto. Un laberinto formado por pequeños laberintos cuyos habitantes temporalmente móviles mantienen la ficción en orden, se mueven con mesura, p. ej., en fábricas, adecuadamente adaptadas, se mueven con regularidad, atados, p. ej., mantenidos en tiempo y espacio por las cosas temporalmente presentes que se mueven con mesura, adecuadamente, regularmente,

                Ligadas a la ficción mantenida por los habitantes.

Visto así la ciudad es una ficción. Un sistema de funciones que funcionan para funcionar, para que alguna otra cosa pueda funcionar y porque alguna otra cosa funciona. Un sistema de ficciones que fingen para fingir, para que alguna otra cosa pueda fingir, y porque alguna otra cosa finge.[…]”

Después de este prólogo, la poetisa danesa nos sumerge de lleno en el cuerpo del Logos que concibe en tres órdenes superpuestos, en primer lugar el marco, el lugar en el que sucede: el Escenario; un escenario cuyo decorado son de nuevo las palabras:

 

“Después de que el escenario, tras haber sido

minuciosamente lavado, corroído

con ácido, desapareció, surgió

el hedor, la náusea, el vacío,

la necesidad de decorado de las palabras:

 

“el espejo” deseaba un espejo,

“el eructo” deseaba un eructo,

incluso “el ácido” deseaba un ácido,

“el decorado”, un decorado,

las palabras

creaban sus propias condiciones,

hacían un mundo de “el mundo.”

 

Vuelve a redundar en esa sensación de microuniverso creado únicamente de palabras, unas palabras que están vivas, ella se siente como una extranjera en este mundo que las palabras dominan, un “palabrarcado” y su tergiversación por parte del hombre al usarlo en su beneficio:

 

“He tratado de mantener el mundo a distancia. Ha sido fácil.

Estoy acostumbrada a mantener el mundo a distancia. Soy foras-

tera. Como mejor me encuentro es siendo forastera. De esa manera

me olvido del mundo. De esa manera ya no lloro ni me encolerizo

más. De esa manera el mundo se vuelve blanco e indiferente.

 

Y yo camino por cualquier parte. Y permanezco completamente

inmóvil.

De esa manera me acostumbro a estar muerta.

 

Esto es una crítica del poder del hombre sobre el idioma

porque es una crítica del poder del idioma sobre el hombre.”

 

¿Cuánto (si dejáramos a la palabra) podríamos llegar a disfrutar de la belleza que irradia en sí misma?, como al combinarla en el siguiente poema en un mundo en el que el “agua llora” y el “loco sabe donde pisa”:

 

“Le pedí prestada al agua una lágrima

y la lloré una y otra vez

Un loco que conocí en el país

que no existe era mi amigo

 

Lo oía decir incesantemente

que la locura tiene que mantenerse viva

Entonces loamos el agua que llora

y al loco que sabe donde pisa”

 

Sobre el escenario se desarrolla el segundo nivel: la acción poética referenciada a la palabra;  es aquí cuando Christensen desborda en cuanto a aliento poético postmoderno, imágenes poderosas que se combinan en un aparente caos por la posible falta de unión entre dichos temas, cada frase es un cambio de perspectiva estimulante:

 

“Hay manifiestos enfebrecidos

ofrendas de flores y vino

 

palomas vestidas de blanco en jaulas

vírgenes escondidas ocultas en ataúdes

 

anécdotas de caminantes

que van de embriaguez en embriaguez

 

hierba que vuelve verdes los cerebros

balbuceante belleza senil

 

en lo más hondo de la iniciativa política”

 

Es sorprendente la profundidad que consigue en un poema como el siguiente, nos sentimos imbuidos dentro de un infinito de la palabra, una acción a la que no le vemos final pero a la que pertenecemos:

 

“Así pues sigue dando vueltas la palabra que basta

Y todos son alcanzados por su silencio”

 

“Dentro del primer banco hay un segundo, dentro del segundo hay

un tercero, dentro del tercero un cuarto banco, etc.

 

Dentro del banco n.º 3517 hay un hombre calculando los gastos

totales de la guerra

 

En el banco n.º 1425 hay un hombre calculando los beneficios

totales de la guerra

 

El hombre n.º 8611 ha estado desvariando sobre un reparto justo

 

Al final todos los bancos reunidos hay un sagaz especulador”

 

El último nivel, por encima de la acción, es el del texto; es en ese momento cuando el discurso poético se vuelve más denso, volvemos a una prosa que nos retrotrae al principio del poema en cuanto a imágenes y utilización del lenguaje:

“Hoy he pedido algo más de papel. Utilicé como excusa que ayer había olvidado decirle algo a mi esposa. O si soy mujer, que había olvidado decirle algo a mi marido. Sólo quiero decirte que el paraíso es un jardín sin límites, pero tú no tienes que tener miedo para entrar y perderte y todo eso porque las fronteras siguen estando en su sitio y tú puedes ver fácilmente en efecto cuando llegas hasta ellas porque inventaron la luz y hay luz por todas partes. Hay alguien detrás de mí mirando por encima de mi hombro mientras escribo esto. Y ahora me pregunta si es una clave.”

Estamos, a estas alturas, totalmente unidos a un flujo interminable de palabras en el que nos mecemos, junto a ellas como si estuviéramos en una cuna, subyugados por su vaivén:

 

“Veo las ingrávidas nubes

Veo el ingrávido sol

Veo lo fácilmente que dibujan

Un interminable proceso

Como si tuviesen confianza

En mí que estoy en la tierra

Como si supiesen que yo

Soy sus palabras”

 

El epílogo se estructura como un nuevo flujo de pensamiento poético que cierra el círculo con respecto al  que utilizó al principio; la evolución de la palabra deviene en una forma poética real y alejada de la prosa, un cuerpo poético cuyas células son las palabras, vivas para siempre en nuestra existencia, integradas en nuestra vida:

 

“[…] pudieron ser palabras

la materia que sin embargo

compartimos unos con otros

la materia que puede expandir

la mente

y los sentidos

pudieron ser palabras

que tú has dicho

por decir

la totalidad

tal como es

tengo miedo

Intentos eróticos

cuando el cuerpo

en su ciega

actividad

sexual

anhela la invisibilidad

las células

son palabras

cuando el cuerpo

se pierde

en todo

y allí

en su perdición

continúa […]”

 

Un conglomerado poético total, ESO, la influencia de las palabras a través de la poesía en nuestras vidas:

 

“[…] No es casualidad

No es el mundo

Es aleatorio

Es el mundo

Es la totalidad en una masa de diferentes gentes
Es la totalidad en una masa diferente

Es la totalidad en una masa

Es la totalidad

Eso es Eso”

 

Estamos ante un poemario inabarcable y cargado de posibilidades e interpretaciones, el uso de las diferentes técnicas narrativas y poéticas fundamentan un eclecticismo y un ritmo envidiables, la fuerza de sus imágenes nos provocan sensaciones agradables y contradictorias a la vez. Estimulante, enriquecedor, o, simplemente, literatura. De la mejor que se puede encontrar.

Los textos provienen de la excelente traducción de Francisco J. Uriz de Eso de Inger Christensen para Sexto piso.

La Traviata en el Teatro Real: una Violetta para recordar

Artículo publicado originalmente en Ópera World en este enlace.

La Traviata en el Teatro Real: una Violetta para recordar

Posiblemente no hay ópera más conocida que esta, La Traviata representa el paradigma de la ópera popular debido a que la historia es bien conocida y, además, la música que compuso Verdi es brillante por su concepción teatral. Un prodigio. De ahí que, cada vez que se represente, se la mire con lupa, sobre todo desde el punto de vista escénico.

En este caso la escena de La Traviata en el Teatro Real venía avalada por David McVicar que ya había presentado además este montaje en el Liceo; tal y como entiende el director escénico la ópera todo es sombrío y lúgubre para empezar, renuncia a una posible evolución, a esos contrastes que, sin embargo, están presentes en la sublime música de Verdi, en aras de realzar el componente dramático, dando, si cabe, más oscuridad a la tragedia por anticipación; de ahí que no haya más que inmensos telones negros que reducen la escena a un pequeño hábitat que llama la atención por ser claustrofóbico, por encerrar en tan poco espacio a unos cantantes que afrontan de maneras distintas esta situación y de los que hablaré después; una vez sabido esto, hay que reconocer que la propuesta es ciertamente conservadora, sencilla, continuista, y cómoda de cara a un público que ya lidió con la vanguardia (o intento de ella) en la de Sotelo que se programó con anterioridad. Desde este punto de vista, es una pequeña reconciliación, un guiño que, a pesar de lo comento, funcionará para la mayoría de los asistentes.

Y La Traviata en el Teatro Real funciona especialmente por la adecuación y consistencia de Renato Palumbo a esta propuesta, el italiano escoge la vía que le ofrece McVicar e interpreta la música de una manera intimista, contenida, y buscando sonoros estallidos donde aprovecha toda la capacidad orquestal (poniendo en peligro las voces con menor proyección que sufren para cantar y ser escuchados con esta densidad); a pesar de ello, el conjunto no se resiente, es una lectura ágil (y) que consigue momentos ciertamente logrados, sobre todo, en el exquisito dúo de Germont y Violetta del segundo acto y en el patético final con la muerte de la protagonista. Se le podría poner algún pero a los números de coro intermedios donde hay algún desajuste en los tiempos, y alguna elección caprichosa del tempo, por ejemplo en los contrastes de Violetta con la partida de cartas; aun así, no me disgusta la visión de Palumbo.

La Traviata en el Teatro Real: una Violetta para recordar

Para tener una buena Traviata, es indispensable que el trío protagonista sea de entidad; la soprano albanesa Ermonela Jaho dibujó una Violetta atormentada desde el principio, adaptándose a la perfección a lo indicado por McVicar, no hay amor efervescente y juvenil en su “Follie, Follie…Sempre Libera” sino determinación y reafirmación como mujer, es un grito de libertad que ruge como un estampido incontrolable; pero su actuación no es inmovilista, muy al contrario, existe una evolución que roza la excelencia por su capacidad de reflejar la personalidad de Violetta, desde la frustración y el sacrificio contra su voluntad ,del segundo acto, hasta el camino inexorable a la muerte en el acto final. Este último es una interpretación de las más desgarradoras que recuerdo, con estertores de tal calibre que nos hacían sufrir a todos los que estábamos presenciándolo; totalmente unidos e integrados a su forma de cantar. Me puedo creer perfectamente a Jaho, irradiaba tanto dolor que es imposible no llegar a empatizar con ella; y su instrumento, sin embargo, no era para echar cohetes, de poca extensión en los agudos, un poco estrangulados y, encima con mucha suciedad; de hecho, sorprende que se atreviera con el Mi bemol sobreagudo que ejecutó a pesar de las dificultades; evidentemente, con la evolución de la vocalidad en los siguiente actos, se adaptaba mejor a lo que cantaba y tuvo momentos sublimes como el “Dite alla giovine…” susurrado, exquisito en ejecución y sensibilidad y todo el dúo con Germont y el final, simplemente sobrecogedor. Una excepcional Violetta, sin lugar a dudas, la gran triunfadora.

Francesco Demuro en el papel de Alfredo fue el gran perjudicado por la situación comentada, no me desagrada su timbre de tenor lírico y dibujó una buena línea de canto en “De miei bollenti spiriti”, pero su volumen se resintió con los arranques orquestales siendo tapado sin clemencia en no pocas ocasiones, acometió el Do de pecho en la cabaletta “O mio rimorso” con valentía, pero en el registro más agudo no suena firme, se le descolocó y fue poco brillante, de hecho, en varias ocasiones se le cambió de manera perceptible la voz en el cambio de registro resultando (en)sonidos extraños, alejados del más consistente registro a media voz donde estaba más cómodo (supongo que fue debido a buscar volumen y la proyección no fue lo más adecuada); tiene hechuras, falta madurez todavía. Sobreactuó ligeramente en su disposición teatral, sobre todo en comparación con Jaho.

Desbordante el Giorgio Germont de Juan Jesús Rodríguez, está en plenitud vocal y se nota por la potencia en todas sus notas, un barítono lírico al que no le falta nada y que fue la contraposición musical perfecta por timbre y rotundidad a Violetta; hizo un “Di Provenza il mar..” de fábula, lidiando incluso con una pequeña carraspera en medio ,que consiguió tapar para acabarlo de manera brillante. Su segundo acto fue generoso en musicalidad y con gran compenetración desde el “Pura siccome un angelo”; pudo, de sobra, con la orquesta, incluso en las explosiones mencionadas y solamente habría que ponerle en el “debe” una cierta apertura de las notas agudas en algunos momentos que deslucían y desentonaban la melodía; si bien es cierto que no ocurrió con demasiada frecuencia.

En cuanto a los secundarios de La Traviata en el Teatro Real, correctos en sus papeles, podría hacer una pequeña mención a la buena Flora de Marifé Nogales, o las buenas prestaciones de César San Martín y Fernando Radó en sus Douphol y Grenvil respectivamente. El coro rozó a buen nivel en los conocidos números, siempre es un gusto escucharlos por su seguridad, fortaleza y musicalidad.

Muchos aplausos y ovaciones a una función que recupera al público que quiere ver grandes títulos en un teatro como el madrileño. Una buena propuesta con las puntualizaciones mencionadas. Una Violetta para recordar.

Las fotos pertenecen a Javier del Real.

El misterio de la mosca dorada de Edmund Crispin. Lo intelectual no está reñido con lo popular

MisterioMosca“Allí, junto al camposanto, hace un alto la locomotora, con morbosa pertinacia, emitiendo esporádicos gritos y lamentos de deleite necrofílico. Un sentimiento de feroz e irritante frustración se apodera entonces del viajero. Ahí está Oxford, apenas a unos kilómetros de distancia se encuentra la estación, y aquí, el tren. A los pasajeros no se les permite caminar por las vías, aunque algunos de ellos estarían tentados de hacerlo. Es la misma tortura que Tántalo padeció en el infierno. Ese interludio dedicado al memento mori, durante el cual la compañía del ferrocarril recuerda a los muchachos y muchachas en la flor de la vida que acabarán, de forma inevitable, convirtiéndose en polvo, aún se prolonga otros diez minutos –habitualmente-, tras los cuales el tren procede a continuar su andadura a regañadientes, y entra en esa estación a la que Max Beerbohm se refirió tan agudamente como “la última reliquia de la Edad Media.”

Aunque parezca mentira, el fragmento anterior en el que se relata de una manera tan culta el acercamiento de un tren a Oxford, pertenece a la primera novela del detective Gervase Fen, El misterio de la mosca dorada, del escritor británico Edmund Crispin, ya mencionado en otras ocasiones en este blog con ocasión de sus anteriores novelas publicadas por Impedimenta.

Parece mentira igualmente que esta primera novela sea un despliegue de alta magnitud literaria por la calidad de la propuesta; una propuesta que alcanza lo literario y lo popular a todos los niveles y a la que no le falta el buen humor:

“-Dios, ¡cómo odio Oxford! ¡Cómo odio a todos estos bobos descerebrados que me rodean aquí! ¡Y el teatro, y todo lo que nos rodea en este sitio mugriento!

-Nada te retiene aquí, supongo. El West End está esperando ansiosamente que decidas qué papel te gustaría representar y con quién te apetece…

-¡Que te den! –gritó ella, con una repentina furia venenosa en su voz.

-¿Recordando momentos entrañables? –preguntó Nicholas, un poco alejado de ellos. Apenas si había captado unas breves frases de toda la conversación.

-Cierra el pico, Nick –dijo Yseut-. Eres único a la hora de meter la pata.

Nigel vio cómo se petrificaba el rostro de Nicholas.

-Querida Yseut –replicó dulcemente-, qué suerte tenemos de que no haya ninguna razón en el mundo por la que deba ser educado con zorras como tú.”

Crispin (o Montgomery si no tenemos en cuenta su pseudónimo) aprovecha el texto para introducir reflexiones de tipo filosófico, que aplican a diversos ámbitos; la siguiente comparación entre el arte detectivesco y la crítica literaria entronca con lo que decía Chesterton del detective como crítico de un asesino:

“Como te digo siempre, Dick –explicaba-, el arte detectivesco y la crítica literaria realmente son la misma cosa: intuición; ese desgraciado y degradado elemento de nuestras modernas seudofilosofías… En cualquier caso –añadió, prescindiendo con reticencia de la digresión que él mismo había formulado-, ese no es el asunto central. El asunto central es que, para decirlo sencilla y claramente, la relación entre las distintas claves (yo diría la naturaleza de la relación entre una clave y otra) en la labor detectivesca se le ocurre a uno exactamente de la misma manera a como surge el conocimiento de la relación que hay entre, digamos, Ben Jonson y Dryden, en la crítica literaria: y poco importa si se trata de un proceso lógico o de una facultad completamente extrarracional.”

O directamente sobre las razones primordiales origen de los crímenes:

“-Todos han sido motivos sexuales, mi querido Dick. Yo no creo en el crime passionnel, sobre todo cuando la pasión dominante parece ser principalmente la frustración, como en este caso. Dinero, venganza, seguridad: estos son los tres móviles plausibles en cualquier crimen, y voy a intentar averiguar cuál es el que determinó el caso que nos ocupa. He de confesar también que ciertos detalles, aunque probablemente secundarios e irrelevantes, aún me tienen confuso.”

Todo ello ensambla de una manera ejemplar y produce fragmentos excepcionales como el siguiente: en el que una obra de teatro se convierte, además, en un reflejo de toda la trama, de la evolución de los personajes y presagio de lo que va a suceder.

“Con todo, la clave del éxito había que atribuírsela a la obra. Mientras la veía, Nigel se descubrió a sí mismo maravillado ante la revelación de un genio único y especial. Durante el primer acto, podría haberse pensado que la obra no pasaba de ser una comedia particularmente ingeniosa y excéntrica, enriquecida por la extraordinaria facilidad con la que los actores transmitieron la gran gama de matices de los personajes que interpretaban al atento público. Durante el segundo acto hubo un cambio de registro: la comedia adquirió un cariz grave que desconcertó a los espectadores. Se escuchaban menos carcajadas y por la platea se extendió un sentimiento cada vez más agudo de inquietud y desasosiego del cual eran incapaces de desprenderse. Los personajes del primer acto, sin perder su identidad, se tornaron menos humorísticos y más abiertamente grotescos. No se trataba de que hubieran cambiado de personalidad, era que poco a poco y cada vez más claramente ofrecían al público su verdadero ser. El último acto se interpretaba en la semioscuridad, bajo la sombra de una tragedia personal inminente y amenazadora. En ese momento, excepto Helen y Rachel, todos parecieron degenerar en muñecos monstruosos y autómatas farfullando palabras que los descubrían como una terrorífica parodia de sus anteriores personalidades.”

Mención aparte merece el excelente postfacio del traductor José C.Vales donde se reafirman algunos de los elementos que hacen único a Crispin, su propia imagen, que intentaba aunar lo intelectual y lo popular:

“Es precisamente esta imagen de Edmund Crispin la que resulta a un tiempo contradictoria y atractiva: como uno de aquellos decorados rotatorios de antaño (igual que el que se describe en esta novela, el autor ofrece indistintamente su cara frívola o su hierático rostro de alta cultura; casi sin sentir pasa de una fiesta donde todo son bromas y cotilleos a una sentencia moralista extraída de un oscuro autor del siglo XVII. Por otro lado, Bruce Montgomery (que utilizó el seudónimo de Edmund Crispin para preservar sobre todo su carrera musical, al parecer) era muy consciente de estar desarrollando con sus novelas una faceta que algunos podrían considerar frívola y ligera.”

Para conseguir lo anterior, Vales pone énfasis en los dos recursos que utiliza el autor,  en primer lugar, la multirreferencialidad cultural, presente en todos sus libros de una manera muy inteligente, totalmente integrada en la trama aprovechando una lectura muy profunda del arte (llámese este Teatro, Literatura u Ópera):

“En Trabajos de amor…, la pieza clave es -¡nada menos!- un supuesto manuscrito perdido de William Shakespeare: el título de la novela de Crispin es una paráfrasis retorcida y cómica de Love’s Labour’s Won, la supuesta y mítica obra de Shakespeare de la que no hay ni rastro; […] Y en la novela que precede a este epílogo, todo gira en torno a la representación de una obra teatral basad en cierta pieza de un dramaturgo menor llamado Piron. El canto del cisne se desarrolla en el mundo de la ópera y, concretamente, en la representación de Los maestros cantores de Núremberg, de Wagner.

[…] Y es posible que algunas de ellas remitan sobre todo a esa preocupación por mantenerse a flote en las aguas de la novelística popular y querer alcanzar la orilla esnob de “Lo culto” y “Lo literario.”

En segunda lugar, la mistificación, con un significado más cercano a lo británico, esa cualidad de intentar que cunda el desconcierto:

“El segundo recurso de Bruce Montgomery para la superación del conflicto entre lo popular y lo culto resulta especialmente llamativo. Es lo que Crispin denomina mystification; no se trata exactamente de la “mistificación” española (engaño, embaucamiento, falsificación), sino más bien algo relacionado con la perplejidad o el desconcierto.”

El resultado es una mezcla explosiva donde lo frívolo y lo culto están indisolublemente unidos; un cóctel maravilloso que el autor del postfacio utiliza como colofón y que me parece una manera simplemente genial de resumir el talento, la genialidad, de un autor simplemente imprescindible:

“Tal es la sensación que tiene el lector al enfrentarse a estas delirantes y divertidísimas historias detectivescas, donde lo intelectual y lo popular conforman un todo extravagante pero coherente. Se dice que las novelas de detectives son el entretenimiento frívolo más intelectual, y desde luego Edmund Crispin no dudó a la hora de proponer verdaderos retos intelectuales (y enciclopédicos), a aquellos que se atrevieran con sus novelas. Lo cual, por otra parte, no impide que cualquier lector pueda acercarse  a ellas con la seguridad de que va a disfrutar de una fantástica y divertida aventura detectivesca. Así fue como Bruce Montgomery salvó su conciencia erudita y universitaria, y, al tiempo, pudo darse el placer de disfrutar de su “frivolidad literaria” favorita: las novelas populares de detectives.”

Los textos provienen de la traducción de José C. Vales de El misterio de la mosca dorada de Edmund Crispin para Impedimenta

Cuando ella era buena de Philip Roth. El “Roth” menos “rothiano”

CuandoErabuenaLa segunda novela de Philip Roth, Cuando ella era buena, escrita en 1967, es la más atípica con respecto al, por llamarlo de alguna manera, paradigma “rothiano”; inscrita en la tradición naturalista y ajena al entorno judío. Se ambienta en una ciudad del medio oeste en los años cuarenta y tiene como protagonista a una mujer, Lucy Nelson. El retrato de ella y su marido Roy devienen en una historia muy efectista y engañosa. Es evidente que, en sus primeros tiempos, Roth experimentaba  por dónde quería ir, y tocaba todos los palos. Posteriormente, dos años después llegaría el clásico El lamento de Portnoy, toda una declaración de intenciones sobre lo que llegaría más adelante. El lector poco habitual del autor que le descubra a través de esta novela encontrará una buena novela pero no encontrará a Philip Roth.

Sorprende especialmente la utilización de un personaje tan fuerte y contradictorio como es el caso de Lucy Nelson, un personaje creado en la desdicha que juzga sin piedad al resto de personajes que se va encontrando por su moralidad, rozando lo feroz, cuando se trata de una familia, aún peor que la suya:

“Y al pequeño Bing (llamado así por el cantante), que arrastraba la sábana de su cama por el patio trasero mientras llamaba a gritos a alguien llamado Fay, que, según le explicó Kitty, ni siquiera existía. Luego apareció el señor Egan, que podría haberle gustado a Lucy por su caminar sordo y pesado y sus brillantes ojos verdes, si no hubiese sido porque antes Kitty le había señalado algo que colgaba de un clavo, en la parte trasera de un cobertizo abierto, y había susurrado que era un látigo. En todos los aspectos, era la familia más miserable y desdichada que Lucy había visto, de la que hubiese oído hablar o se hubiese imaginado; era aún peor que la suya, si tal cosa era posible.”

O al hablar del amigo más íntimo de su prometido Roy:

“Roy había organizado aquella excursión y había hecho que su madre preparara la merienda como una fiesta de despedida para Joe Whetstone, a quien consideraba su amigo más íntimo. Lucy siempre había considera a Joe un gran tonto. Suponía que, sin duda, era un gran deportista y había que admitir que era guapo y robusto, siempre que a uno le gustara ese tipo de chico, pero no tenía una sola opinión personal sobre ningún tema. Dijeras lo que dijeses, Joe estaba de acuerdo. Había momentos en que Lucy sentía deseos de recitar la Declaración de la Independencia solo para observar cómo cabeceaba afirmativamente, y para oírle decir, después de cada frase famosa:

-Puedes apostar a que sin duda alguna es verdad. Seguro que tiene mucho sentido; es exactamente lo que dice mamá…”

El embarazo (sorpresa) de Lucy desencadenará los acontecimientos posteriores,  la narradora muestra su sufrimiento ante la incomprensión del médico al que va a ver a propósito de la situación,  su actitud defensiva es fruto de una sociedad patriarcal en la que, por defecto, reacciona con acritud:

“-Oh, no me refería eso. ¡Doce cosas, pero ni siquiera sé lo que dice! Doctor… por favor, tiene usted razón, no quiero casarme con él. No quiero mentirle. ¡Odio las mentiras, no miento nunca, esa es la verdad! Por favor, cientos y cientos de chicas hacen lo que yo he hecho. ¡Y lo hacen con varias personas!

-Quizá no deberían hacerlo.

-¡Pero yo no soy mala! –No podía evitarlo, era la verdad-. ¡Soy buena!

-Por favor, debes serenarte. No he dicho que fueras mala. Estoy seguro de que no lo eres. No debes saltar ante todo lo que digo antes de terminar de escucharme.

-Lo siento. Es una costumbre. Lo siento muchísimo.”

La actitud condescendiente del médico nos horroriza como lectores, y nos sorprende en un autor, como es Roth, acusado frecuentemente de ser machista, notamos la indefensión de ella como mujer, al menos desde su perspectiva:

“-Cobarde –gemía Lucy mientras corría hacia la cafetería-. Miserable –sollozaba mientras llevaba la guía telefónica hasta la cabina de la parte trasera de la cafetería-. Egoísta, pusilánime, cruel… -repetía mientras revisaba con el dedo la lista de médicos en las páginas amarillas del listín, imaginando que todos le dirían lo mismo, “Jovencita, no puedes esperar que solucione tu vida”, y se vio a sí misma pasando de un consultorio a otro, humillada, obviada y maltratada.” 

Obligada a casarse con alguien que no merece su respeto, tomará el papel aparentemente matriarcal, Roy, su marido, se convierte en una persona insegura en todos los aspectos con respecto a ella:

“-Oh, ¿de veras? ¿Y por qué motivos, si es que puedo preguntarlo? ¿Soy yo quien desaparece? ¿Soy yo quien no va al trabajo y quien ni siquiera no se concentra cuando está trabajando? ¿Soy yo quien rompe a llorar y tiene pataletas delante de un niño pequeño? ¿Soy yo quien imprime tarjetas de visita para un negocio que ni siquiera puedo empezar a organizar?

Señor, no me diga que consiga un abogado. Dígale a su cliente, el señor Sowerby, que le diga a su sobrino que crezca. Tengo que ocuparme de un apartamento y de un confundido niñito cuyo padre desaparece para pedirle consejo a una persona despreciable e irresponsable. ¡Adiós!”

La raíz de la forma de ser de Lucy tiene que ver con el estigma de su padre, que no ha hecho la vida fácil a su madre, según se acerca al final, no duda en recriminar a su madre su actitud:

“-Déjame… -La voz era apenas audible.

-¿Por qué? ¿Para echar por la borda otros veinte años? ¿Para ser humillada una vez más? ¿Para volver a ser maltratada? ¿Para que vuelvan a abusar de ti? Madre, ¿qué crees que estás haciendo? ¿A quién crees que salvas? Madre, ¿qué sentido tiene decirle al señor Muller que se vaya cuando ese idiota, ese retardado, ese redomado inútil…?

-¡Pero tú deberías ser feliz!

-¿Cómo? –de pronto Lucy se quedó sin fuerzas.”

Podríamos estar hablando de una novela feminista hasta ahora; sin embargo, Roth, en un giro final inesperado y efectista; le da la vuelta todo, demostrándonos la falta de fiabilidad de la narradora y convirtiendo todo lo que hemos leído en un delirio, con una escena final tremendamente patética que recuerda más a un thriller de Lehane:

“-No –dijo Papá Will-, no, Lucy.

-Déjame pasar, abuela. Papá Will, dile que me deje pasar, si es que tienes algún poder sobre tu propia esposa. Subiré a recoger mi abrigo  y mis zapatos y luego iré a la comisaría de policía. Porque ninguno de ellos se saldrá con la suya. Y si la policía tiene que arrestarlos todos, a Roy, a Julian y a ese famoso buen hombre Lloyd Bassart, entonces que lo hagan. ¡Porque no se puede robar un niño! ¡No se puede arruinar una vida! ¡No se puede abandonar un matrimonio y una familia! ¡Por favor, abuela, déjame que suba a buscar mi abrigo!”

No dudo de que muchos lectores puedan disfrutar con ella, pero, indudablemente, Cuando ella era buena no entraría en el corpus de las obras magníficas que ha creado el escritor norteamericano; es bueno acercarse a ella, pero no vamos a descubrir lo mejor de Roth.

Los textos provienen de la traducción de Horacio y Margarita González Trejo de Cuando ella era buena de Philip Roth para DeBolsillo.

Fajas de abril 2015. ¡Están vivas!!

Este mes también tocan fajas. Es curioso, pero según voy escribiendo textos sobre ellas es como si empezaran a vivir, a evolucionar. De hecho estoy convencido de que están vivas. Ya veréis por qué. Vamos a por ellas, seguro que os lleváis alguna sorpresa.

FajaMurciélago-Voy a empezar con un ejemplo aburrido, sobre todo por lo inmovilista de la propuesta de Roja y Negra a propósito de la nueva (más bien antigua) novela de Jo Nesbo:

Si os fijáis en la faja que sacaron a propósito de su anterior novela vuelven a utiliza el recurso de #ADICTIVO, poco creativo… aunque consistente, y el de número de ejemplares vendidos de nuevo… eh, espera un momento, aquí hay un cambio significativo!!! Resulta que en unos meses ha pasado de cinco millones de ejemplares  vendidos a 25!!! Se ha multiplicado por cinco… se ve que poner 5 o 25 da lo mismo para la editorial, seguro que con 25 venden más… Seguro que alguien se equivocó con los números, inocentemente, son cosas que pasan.

faja_CorazóntinieblasAh, también ponen que es la primera novela, “Así empezó todo”…

-La segunda utiliza uno de esos recursos que se llevan utilizando durante tiempo:

Identificar el título en cuestión con una película conocida, más en este caso, con la famosa Apocalyse Now de Coppola, parece una forma de dar a conocer un clásico. Siempre el cine es más conocido que un autor como Joseph Conrad, resignación.

faja_establishment-La tercera, es un ejemplo fantástico de cómo aprovechar el momento presente:

El interesante libro de Owen Jones El establishment. La casta al desnudo viene con dos citas en su faja; una, de Russel Brand, grandilocuente y conectada a uno de los grandes escritores del siglo XX: “El Orwell de nuestra generación”. La segunda cita, de rabiosa actualidad, no podía faltar el omnipresente Pablo Iglesias hablando de la casta, no es mala frase de todos modos ; en su segunda parte alude a la necesidad de leer para tener un rigor “Leer es el primer paso para no confundir los diagnósticos y acertar en las terapias.”

faja_Mourinho20150318_184015-¿Recordáis este post en el que aludía a una faja que aparecía en el último libro de Philip Kerr? En dicho faja, se aludía a un “famoso técnico portugués” que “ha sido asesinado”. Fijaos en la evolución de la faja en una edición posterior, no podéis negar que las fajas tienen vida propia:

Basta de sutilezas, Serie Negra lo ha puesto claro “¿Han asesinado a Mourinho?”, ahora queda claro sin lugar a dudas, y le han añadido información sobre su éxito, nada menos que 10.000 ejemplares en una semana. Claro que si lo comparamos con los veinte millones de evolución de Nesbo… creo que se han quedado un poco cortos.

-Para acabar, me gustaría aplaudir la iniciativa audaz de Seix Barral con una faja de las que hacen época.

Faja_savoltaAprovechando el 40 aniversario de la publicación de La verdad sobre el caso Savolta de Eduardo Mendoza, la editorial nos pone una faja cargada de ironía,  ya que indica el informe de la censura que se escribió a propósito de ella en el año 1973 donde la calificaban de estúpida y confusa, “escrita sin pies ni cabeza” con “casamientos, cuernos, asesinatos y todo lo típico de las novelas pésimas escritas por escritores que no saben escribir”, un ejemplo maravilloso de crítica parcial y sin fundamento basado en prejuicios adquiridos… la ironía se refleja en dos niveles: mediante la contraposición con el premio de la crítica tres años posterior a dicho informe y con la celebración de la efemérides del 40 aniversario. Una verdadera delicia, cuando se hace bien, hay que decirlo también.

Estoy empezando a pensar en utilizar el concepto de “metafaja” para aludir a las fajas que se refieren a otras fajas, sobre todo por el dinamismo que empiezan a mostrar las editoriales con ellas.

Espero que os hayan gustado este mes. Creo que ha sido de los más completos.

Resumen Marzo 2015. Volando voy

Cierto. Esta vez el subtítulo es muy descriptivo.

Este mes he avanzado. Ayudado inestimablemente  por los deliciosos libros de Agatha Mistery de Steve Stevenson; está claro, de todos modos, que, aparte de ellos la cosecha ha sido variada y numerosa. Estoy muy contento por el resultado y más adelante acometeré obras de un nivel mayor. Además he leído libros de mi proyecto y en inglés, lo cual resulta aún más productivo. Dicho esto, pasemos al listado de Marzo, ya sabéis que varios de ellos tienen el enlace directo a su reseña/post en el blog:

El mundo deslumbrante de Siri Hustvedt, me extendí tan profundamente que cualquier cosa que diga de más será redundante. Es uno de los mejores libros del año pasado.

El gran misterio de Bow de Israel Zangwill, lo mismo que en el anterior, podéis entrar en la reseña para ver más detalle. Un clásico mistery, uno de los primeros que supone un anticipo del futuro por lo arriesgado de su propuesta.

Thor 4: Asedio de Kieron Gillen, el crossover relacionado con el Asedio de Asgard dio bastante de así. Esta historia centrada en Thor se deja leer sin deslumbrar. Entretenido al menos.

El asesinato de Margaret Thatcher de Hilary Mantel, recopilación de cuentos de la escritora británica que nos demuestran nuevamente su buen hacer.

En el Japón fantasmal de Lafcadio Hearn, ya lo dije, antología deliciosa y variada donde destaca prácticamente todo. Si queréis saber más sobre su composición y fortalezas pinchad en ella. 

Cuentas pendientes de Juan Madrid, aprovechad para leerlo, antes de que se nos vaya. El gran amigo de Ledesma era un gran creador de historias policíacas.

La habitación de Jacob de Virginia Woolf, parece mentira lo claro que tenía por dónde iba a ir Woolf, en este relato primerizo se empiezan a atisbar sus rasgos sin ninguna duda.

Grupo de Noche de Juan Madrid, quizá es el libro más consistente y mejor realizado dentro de la serie de Toni Romano, que ya es decir.

El secreto de Drácula de Steve Stevenson, el italiano se atreve con todo, hasta con maldiciones y vampiros. ¡Y funciona!

Complot en Lisboa de Steve Stevenson, lo mismo se podría decir de este caso donde nada es lo que parece en un caso sin cerrar desde hace diez años.

Operación Amazonas de Steve Stevenson, diversión irregular, se nota que le faltaba evolucionar un poco en la elaboración de las tramas.

La espada del rey de Escocia de Steve Stevenson, entretenido a pesar de no ser de los mejores de la saga.

Ángeles robados de Shaun Hutson, ya lo dije, pero vuelvo a decirlo, qué libro más desasosegante. Todo un soplo de dolor.

Miracleman 2: El síndrome del Rey rojo, pues fíjate, yo ya creía que no iban a poder seguir con estos cómics; me encanta equivocarme. ¿Os he dicho que está Alan Davis? Pues él solo es un motivo de peso para leerlo y disfrutar. 

Adictos a El Crack de Varios Autores, tenía que haber hecho una reseña sobre él, ya no toca, pero os recomiendo encarecidamente que os leáis esta recopilación de ensayos sobre dos de las mejores películas policíacas españolas. A pesar de su brevedad consiguen un grado de análisis más que loable.

El maestro de Petersburgo de J. M. Coetzee, siempre un placer leerlo. Coetzee es un gran narrador y ofrece puntos de vista distintos de las formas más interesantes. En este caso, con la ayuda de Dostoievski. Más información en el post.

Sobre el dragón del abismo de Izumi Kyoka, la pereza y la falta de tiempo se han conjuntado para evitar que ponga algún texto con respecto al grandísimo escritor japonés. Quizá es porque su intimismo y sutileza deben quedar para una lectura personal, da miedo compartirlo. 

La perla de Bengala de Steve Stevenson, a pesar de ser de las primeras historias, el autor tenía claro por dónde debía ir para hacerlo interesante.

Robo en las cataratas del Niágara de Steve Stevenson, el mundo de la ópera y sus tópicos no podían faltar. Otra buena historia. 

Destino Samarcanda de Steve Stevenson, quizá es de los más previsibles pero no pierde su interés gracias al buen humor y las situaciones  habituales.

The Sacrifice de Joyce Carol Oates, el primero de los libros escritos por la norteamericana este año es una magnífica propuesta. Oates vuelve a hacer una mezcla de géneros irresistible.

A la caza del Tesoro en Nueva York de Steve Stevenson, aquí se salta la estructura habitual para plantear el típico reto de agencias de detectives, la novedad y lo bien llevada que está la historia lo convierte en uno de los mejores de la serie.

Perillán de Terry Pratchett, una de las verdaderas penas del año, nos deja el hombre del sombrero, pero queda un legado indiscutible de creatividad. Aquí, como ya comenté, la Inglaterra victoriana y Charles Dickens están más cercanos a nosotros que nunca.

Sobre la escritura de Virginia Woolf, edición de Federico Sabatini, comenté en el post al respecto el valor de las cartas de Woolf, también comenté el batiburrillo que resulta esta selección, interesante, pero escasa teniendo en cuenta todo el material que hay al respecto todavía sin editar.

Y ya está bien.

Este mes no voy a poner lecturas futuras porque tengo un buen caos montado… os referencio al anterior post, la nube de libros sigue vigente, eran demasiados libros y, además, han salido algunos otros por el camino que se han entrometido por su interés.

Quién sabe los libros que vendrán en abril. Os pongo la última foto de compras porque de ella han salido varios de los que estoy leyendo este mes.

Compras_Marzo1

¡Buenas lecturas!

El maestro de Petersburgo de J. M. Coetzee. La escritura como sacrificio

ElMaestropetersburgo“Intenta lanzar un encantamiento, pero ¿sobre quién? ¿Sobre un espíritu o sobre sí mismo? Piensa en Orfeo cuando camina hacia agrás, paso a paso, susurrando el nombre de la mujer muerta, para engatusarla y obligarla a salir de las entrañas del infierno; piensa en la esposa envuelta en el sudario, con los ojos ciegos, muertos, que lo sigue con las manos extendidas ante sí, inertes, como una sonámbula. No hay flauta, no hay lira: solo la palabra, la única palabra una y otra vez. Cuando la muerte siega todos los demás lazos, aún queda el nombre. El bautismo: la unión de un alma con un nombre, el nombre que llevará por siempre, para toda la eternidad. Apenas respira, pero forma de nuevo las sílabas: Pavel.”

Haber leído y analizado varias novelas de Coetzee en el blog me da una ventaja creativa considerable a la hora de afrontar lo que me queda del autor sudafricano (ahora australiano): la de poder fijarme en detalles que, a veces, no definen en esencia la novela, sino más bien al autor. Esta es una de esas ocasiones en las que aprovecho la situación; El maestro de Petersburgo, aparentemente, puede ser considerada como una biografía ficcional de Fiodor Dostoievski que adopta el papel (falso) de padre del recientemente fallecido Isaev:

“-Tu padre que te quiere, Fiodor Mijailovich Dostoievski –murmura el magistrado antes de mirarle a la cara-. Hablemos, pues, con claridad. Usted no es Isaev. Usted es Dostoievski.

-Sí. Ha sido una treta, un error estúpido, pero inofensivo, que ahora de veras lamento.

-Comprendo. No obstante, viene usted aquí y afirma ser… En fin, ¿hay que utilizar esa fea expresión? Utilicémosla cautelosamente, por así decir, al menos de momento, a falta de otra mujer. Afirma ser el padre del difunto Pavel Alenxadrovich Isaev y solicita que le sean devueltas sus pertenencias, cuando lo cierto es que no es usted esa persona. Esto no tiene  buena pinta, ¿verdad que no?”

“-Utilicé el nombre pensando en no complicar más las cosas, nada más que por eso. Pavel Alesandrovich Isaev es mi hijastro, el único hijo de mi difunta esposa. Pero para mí es como si fuera mi propio hijo. Aparte de a mí mismo no tiene a nadie en el mundo.”

Me fascina cómo Coetzee utiliza algo tan sencillo para verter sus ideas que van mucho más allá de este mero relato de posibles hechos biográficos; da la impresión de que utiliza la figura del escritor ruso para reflejar sus propias inquietudes y miedos, como es el inferior papel de los hombres sobre las mujeres:

“Este es el gran secreto de las mujeres, eso es lo que les da ventaja sobre los hombres como nosotros. Saben cuándo ceder, cuándo echarse a llorar. Nosotros, tú y yo, no lo sabemos. Aguantamos, embotellamos la pena dentro de nosotros, la encerramos a cal y canto, hasta que se convierte en el mismísimo demonio. Y entonces nos da por cometer alguna estupidez, solo con tal de librarnos de la pena, aunque no sea más que un par de horas. Sí, cometemos alguna estupidez que luego habremos de lamentar durante toda la vida. Las mujeres no son así, porque conocen el secreto de las lágrimas. Tenemos que aprender del sexo débil, Fiodor Mijailovich; tenemos que aprender a llorar. Fíjate: a mí no me avergüenza llorar. El mes que viene se cumplirán tres años desde que sobrevino la tragedia. ¡Y no me avergüenza llorar!”

Utiliza una característica tradicionalmente femenina, por costumbre un signo de debilidad, para resaltar que el hombre es inferior precisamente por no saber llorar;  y, afortunadamente no se queda ahí, utiliza el marco histórico para criticar el acomodamiento de una sociedad en contra de la revolución en marcha:

“-Se lo voy a decir. Sus días están contados. Lo que ocurre es que en vez de hacer mutis y abandonar el escenario sin hacer ruido, quieren arrastrar al mundo entero con ustedes. Les irrita que las riendas pasen a manos de hombres más jóvenes y más fuertes, hombres que van a construir un mundo mejor. Así es como son ustedes. Y no me venga con el cuento de que usted fue un revolucionario, que fue condenado a diez años en Siberia por sus creencias. Sé al dedillo que a usted lo trataron en Siberia como si fuese parte de la nobleza. Usted no compartió los sufrimientos del pueblo, en modo alguno: todo eso es mera falsedad. ¡Los viejos como usted me dan asco! El día en que cumpla treinta y cinco años, me vuelo la tapa de los sesos, se lo juro.”

Y llego a las dos reflexiones que se me quedaron grabadas, una es la referente a la muerte, sobre lo que de verdad nos asusta, no tanto el dolor físico como el psicológico:

“-Lo que más nos asusta de la muerte no es el dolor. Es el miedo de dejar atrás a los que nos aman, y de viajar solos. Pero no es así, no es tan simple. Cuando nos morimos, nos llevamos a los seres queridos en nuestro corazón. Por eso, Pavel te llevó consigo cuando se murió, y me llevó a mí consigo, y también a tu madre. Aún nos lleva dentro a todos. Pavel no está solo.”

La otra, como no podía ser de otra forma, es referente al precio de escribir, el escritor que, de manera faustiana, entrega su alma al escribir cada libro, como hizo su ejemplo, Dostoievski, como hace el propio premio Nobel con cada texto que perpetra:

“Le da la impresión de que es un precio enorme el que ha de pagar. Le pagan muchísimo dinero por escribir libros, dijo la niña, repitiendo lo que había oído al niño muerto. Lo que ninguno de los dos alcanzó a decir fue que a cambio había de entregar su alma.

Ahora empieza a probar ese sabor, y sabe a hiel.”

Los textos provienen de la traducción de Miguel Martínez-Lage de El maestro de Petersburgo de J. M. Coetzee para Random House Mondadori.

El mundo deslumbrante de Siri Hustvedt. La permanente sombra del patriarcado

Maquetación 1Este es uno de esos libros que establece un límite entre el lector habitual sin pretensiones y el lector avezado dispuesto a ser más arriesgado.

Este es uno de esos libros que no aparece en ninguna lista de lo mejor del año.

Este es uno de esos libros que  difuminan la frontera de la erudición y el esnobismo.

Este es uno de esos libros que se revela como imprescindible.

Las primeras páginas de El mundo deslumbrante son demoledoras:

“Todas las creaciones intelectuales y artísticas, incluso las bromas, las ironías o las parodias, tienen mejor recepción en la mente de las masas cuando estas saben que en algún lugar detrás de una gran obra o de un gran engaño se encuentra una polla y un par de pelotas.” En el año 2003 me topé con esta frase provocativa leyendo una carta al director publicada en la revista The Open Eye, una publicación interdisciplinar que venía leyendo diligentemente desde hacía varios años. La frase no la había escrito quien firmaba la carta, Richard Brickman. Citaba una artista cuyo nombre jamás había visto en letra impresa: Harriet Burden.”

A lo largo de sus páginas, Siri Hustvedt establece una ingeniosa forma de afrontar el papel de la mujer en el arte y parte del hecho esencial indicado en el anterior texto: la recepción de una obra de arte está fuertemente polarizada por el género del artista. A partir de ahí, adopta el papel de una hipotética escritora que se dedica a estudiar la vida de la artista Harriet Burden, que , recientemente fallecida, utilizó a tres hombres para representar sus propias manifestaciones artísticas, tres “máscaras” donde se ocultó por sus miedos a no ser aceptada como mujer. Como un puzle, esta escritora irá conformando un relato totalmente fragmentado donde cada pieza va ensamblando en un complejo rompecabezas formado por los testimonios de las personas que la conocieron, sus suplantadores de identidad y sus propios diarios, así como críticas de arte y artículos sobre su obra:

“De cualquier forma, la carrera de Rune ha sido documentada extensamente. Su obra ha sido objeto de multitud de reseñas y existen bastantes artículos firmados por críticos de arte y libros sobre él a disposición de quienes tengan un mayor interés. No obstante, he querido que el punto de vista de Rune tenga cabida en este libro y por eso le pedía a Oswald Case, un periodista, amigo, y, a la vez biógrafo de Rune, que contribuyera con su opinión y accedió amablemente a ello. Han contribuido, además, Bruno Kleinfeld; Maisie y Ethel Lord; Raquel Briefman (amiga cercana de Burden); Phineas Q. Eldridge (la segunda “máscara” de Burden); Alan Dudek (que convivió con Burden y es también conocido como el Barómetro); y Sweet Autumn Pikney, que trabajó como ayudante en La historia del arte occidental y conoció a Anton Tish.”

Esta forma de estructurarlo deviene en una escritura muy variada y cargada de matices, ya que, adapta cada uno de los testimonios a diferentes estilos, además de obtener un resultado final en el que la construcción de su identidad es casi como un relato de detectives, todo un acicate para la de por sí dificultosa narración; un tipo de narración que, indudablemente, reta al lector habitual, haciéndole salir de su zona de comodidad tanto por los temas tratados como por su estilo:

“Puede que lo mejor sea que el lector del presente libro juzgue por sí mismo lo que Harriet Burden pretendía o no decir y si su relato autobiográfico tiene visos de verosimilitud. El relato que emerge de esta antología de voces es íntimo, contradictorio y, debo admitir, algo extraño. He ensamblado lo mejor que he podido los textos para darles un orden razonable, adjuntando notas que los clarifiquen donde lo he considerado necesario, pero cada palabra pertenece a quienes han contribuido con su declaración, ya que yo me he limitado a realizar los mínimos retoques editoriales.”

Lo fascinante de dicha narración es que, según avanza, Hustvedt demuestra mucha más ambición; si como lectores podemos pensar que ella es la narradora de dicha construcción, esto se va desmoronando, ya que, en realidad, Harriet Burden se convierte en la encarnación de los propios miedos e inquietudes de la escritora norteamericana:

“Sospechaba que, de haber venido yo a este mundo con otro envoltorio, mi obra habría tenido aceptación o, al menos, hubiera sido tomada en serio. No pensaba que hubiese habido ningún complot contra mí. Hay muchos prejuicios que son inconscientes. Lo que aflora a la superficie es una aversión indefinida a la que luego se le asigna alguna justificación racional. Quizá es peor ser ignorado (esa expresión de aburrimiento en la mirada de otra persona) a que los demás estén convencidos de que nada que provenga de ti puede tener interés alguno. No obstante, yo fui acumulando golpes y humillaciones hasta convertirme en una persona aprensiva.

Oído a mis espaldas: esa es la mujer de Felix Lord. Hace casas de muñecas. Risitas por lo bajo.

En mi cara: He oído que Jonathan va a exponer tu trabajo porque es amigo de Feliz. Además necesitaban alguna mujer entre los artistas de la galería.

En un periodicucho: La galería de Jonathan Palmer expone la obra de Harriet Burden, esposa del legendario marchante Felix Lord, […]”

Tal paradoja alimenta un texto cargado de matices donde se dedica a exponer estos dos papeles como una narración esquizofrénica donde se van confrontando estas dos manifestaciones de su propia identidad; es imposible que, leyendo el texto anterior, no recordemos la entrevista que no hace mucho le hacían en un periódico de tirada nacional y que la presentaba, nuevamente, como “la mujer de…”, relegando su importancia a estar conectada a un hombre, como en tantas ocasiones Siri, y otras artistas, han sufrido y sufren en actualmente. Es inevitable establecer los paralelismos entre el libro y la realidad tal y como los dibuja la escritora, llegando al punto en el que, la propia mujer se considera invisible ante el papel preponderante del hombre en un mundo tan restringido como el del arte:

“A la gente de ese mundo le gusta que sus genios sean tímidos, distantes, o unos borrachos que se lían a golpes en el Cedar Bar, dependiendo de los tiempos. Antes de publicar mi artículo sobre Tish descubrí que la tía rara que había conocido en su estudio era la viuda de Felix lord y las piezas del rompecabezas encajaron: la viuda rica y su protegido. El chico estaba bajo su amparo, si no por sus caderas delgadas y adorables, sí por su talento.

Lo que me sorprendió fue no haberla reconocido. Tuve que haberla visto docenas de veces antes de aquel día con Tish. Yo iba siempre a todas las inauguraciones y por lo menos un par de veces asistí, en la espaciosa chabola de los Lord, a los multitudinarios y ruidosos cócteles que daban, donde abundan los canapés y los cotilleos malévolos. Yo tengo muy buen ojo para juzgar a la gente y buen oído para captar un comentario jugoso desde el otro extremo del salón. Sin embargo, la señora de Felix Lord no había dejado en mí huella alguna. En resumen, era la mujer invisible. Supongo que ahora está teniendo sus quince minutos de fama, desde su tumba.”

Como decía en mi introducción, la sensación al leerla, y al leer posteriormente algunos análisis relacionados con la novela, es la de profundo asombro ante la erudición de la escritora, ese tipo de saber que, debido a la multirreferencialidad, el estilo y la oscuridad/ambigüedad de lo tratado, da como resultado una narración difícil, un profundo desafío a la inteligencia del lector y del crítico por extensión; la frontera entre el esnobismo y la erudición se vuelve difusa y depende del fondo lector del que lo lee. No os voy a engañar, cuesta, pero el premio es incalculable.

“A todos los críticos de arte les gusta sentirse por encima de la obra sobre la que escriben. Si la obra los desconcierta o los intimida es más que probable que la pongan por los suelos. Gran parte de los artistas no son intelectuales, pero Burden lo era, y su trabajo reflejaba sus amplios conocimientos. Sus referencias abarcaban muchas áreas y a menudo eran imposibles de rastrear. Su arte también tenía una calidad narrativa, literaria, que a muchos le producía rechazo. Estoy convencida de que su sola erudición basta para irritar a algunos críticos.”

No quería acabar sin resaltar una idea que aparece en el discurso de Hustvedt, la idea de la superficialidad y la falta de profundidad cada vez más acuciantes acentuados por unos medios de comunicación social que están destruyendo precisamente lo que se supone que deberían alentar.

“Rune era un fabulador. Se reinventó continuamente hasta su día final. En ese sentido fue un hombre de nuestro tiempo, una criatura nacida de los medios de comunicación que vivía en una realidad virtual, un avatar caminando sobre la tierra, un ser digitalizado. Nadie le conocía en realidad. El comentario que hizo sobre su autobiografía calificándola de simulacro es, a la vez, profundo y superficial. Ahí radica el quid de la cuestión. En nuestro mundo no puede haber nada profundo, ninguna personalidad, ninguna historia verdadera, tan sólo imágenes sin sustancia proyectadas en cualquier sitio y en todos los sitios simultáneamente. Pronto tendremos artilugios implantados en el cerebro para comunicarnos. La distinción entre realidad e imagen se está desdibujando en estos momentos. La gente vive dentro de una pantalla. Los medios de comunicación social están sustituyendo a la vida social.”

Hustvedt ha compuesto una sinfonía maravillosa de claroscuros que no cesa. Un apabullante grito feminista contra el patriarcado reinante en el mundo del arte. Una novela, sin más, deslumbrante.

Los textos provienen de la traducción de Cecilia Ceriani de El mundo deslumbrante de Siri Hustvedt para Anagrama.

Sobre la escritura de Virginia Woolf. Edición de Federico Sabatini. Selección epistolar

SobrescrituraCuriosa la publicación que nos trae Alba de la mano de Federico Sabatini (1973), profesor de lengua y literatura inglesa de los siglos XIX y XX en la Universidad de Turín y doctor en literatura comparada;  este Sobre la escritura es todo un descubrimiento por su potencialidad más que por el conjunto de textos reunidos; la introducción de Sabatini nos introduce con acierto en la figura de la británica, de cara a poner en valor su creciente prestigio:

“Su prestigio siguió creciendo con el tiempo tanto en el medio académico como en el sentir popular. Junto con su sorprendente y conmovedor suicidio, hay múltiples factores que han contribuido a que se ha ya considerado un icono: fue una mujer que, a pesar de sufrir episodios de una enfermedad mental grave, consiguió escribir un corpus asombrosamente amplio de ficción y crítica literaria; alguien que, a pesar de su frágil sensibilidad, tuvo la fortaleza de expresar abiertamente sus propias opiniones y de oponerse con firmeza a la cultura de su tiempo y a la tradición literaria que la precedió. Y, por último, una escritora valiente que, con su marido, fue capaz de fundar su propia editorial para poder disfrutar de una completa libertad de expresión.”

Para, a continuación, informarnos de la composición; ni más ni menos que una selección de pasajes significativos de las cartas que escribía Virginia Woolf:

“Este libro presenta los pasajes más significativos de las cartas de Virginia Woolf en los que habla de la escritura en general y de sí misma como escritora. Los fragmentos de sus textos sobre la escritura revelan, inevitablemente, el carácter vanguardista y original de su personalidad, su ironía, que ha sido demasiadas veces pasada por alto y su alegría. Y, de un modo todavía más relevante, su profunda clarividencia, captura en esos “momentos de ser de la vida cotidiana.”

Y nos descubre el valor de las mismas, no solamente en cuanto al fin, ese reflejo de los momentos de vida, sino también en lo estilístico, mucho más elaboradas de lo habitual, con un uso nada ordinario de comparaciones y metáforas:

“En algunos de los fragmentos seleccionados en este libro encontramos el empleo recurrente de metáforas y comparaciones sutiles, originales y a menudo humorísticas que son típicas de su manera de desafiar el uso del lenguaje ordinario y los límites del propio lenguaje. Podemos leer, por ejemplo, que un libro es “como una serpiente que ha sido medio atropellada pero que siempre acaba levantando la cabeza”; el texto de Lytton Strachey le parece “una serpiente que se insinúa con innumerables anillos de oro”, ella es la morsa que “trepará a su roca y lanzará un grito” o se siente como si estuviera “clavando una bandera en lo alto de un mástil en medio de un vendaval enfurecido.”

Estas cartas se centran en dos aspectos claros, tanto en lo personal como en lo profesional en su faceta de escritora y crítica; esa diferenciación es difusa en ocasiones  como en el siguiente caso, pero la escritora ahondaba en la falibilidad del lenguaje como medio de expresión y la paradoja que supone al dedicarse a escribir:

“Supón que cuando esta carta te llegue estás de humor y que la lees justo con la luz adecuada, junto al brasero en la habitación grande. Entonces, como por accidente, puede que llegues a comprender algo de lo que yo, que estoy sentada junto a mi chimenea en Monks House, soy, siento o pienso. Todo parece bastante incierto e infinitamente engañoso: hay tantas afirmaciones vacías, tantas trampas del lenguaje. Y sin embargo es el arte al que consagramos nuestras vidas.”

Esta unión en el caso de Woolf se convierte en algo indisoluble: finalizar un libro supone un momento desolador, no solo como escritora sino a un nivel interno psicológico:

“Te lo juro, todo aquí es tan amargo, tan roto, tan desolador, todo fracturado, todo inerte. Los Huxley vienen a cenar y no consigo armarme de valor para atender a mis invitados. Qué gran vacío… lo que quiero decir es que estoy temblando como una hoja en un vendaval en algún pasillo o antesala, fuera de la vida, fuera de la habitación, todo porque he terminado un libro.”

No faltan comentarios críticos, faceta quizá más olvidada pero fundamental en el caso de la ambigua escritora; y comprobamos que existía un fin, esa búsqueda de la belleza, de lo sublime, que ya había visto en obras clásicas; la aparición de Proust no es casual como comentaré más adelante.

“Pero estoy de acuerdo en que uno (nosotros, nuestra generación) debe renunciar a conseguir la gran belleza; la belleza que viene de la plenitud, esa que está en libros como Guerra y Paz y supongo que en Stendhal y en algo de Jane Austen; y en Sterne; y sospecho que en Proust, del cual solo he leído un volumen. Solo ahora que he escrito esto dudo de que sea verdad. ¿No estamos siempre esperándola? Y aunque siempre fracasamos, seguramente no lo hacemos tan completamente como lo haríamos si no estuviésemos desde el principio para intentarlo todo.

Hay que renunciar cuando el libro ya está terminado, no antes de empezarlo.”

El talento de Woolf es patente hasta para definir su forma de pensar:

“Mi cerebro es una máquina que solo es capaz de funcionar diez minutos seguidos.”

Me quedo especialmente con su faceta crítica; es fabuloso como se queda sin palabras para describir la poesía de T.S. Eliot y evita utilizar lengua de suplemento cultural hasta poder encontrar una forma de comentarlo:

“Es lo que el crítico del Lit. Sup. (Times literary suplement) llamaría encanto, o encantamiento. Tiene que haber una palabra exacta que es la que usaría un crítico, pero tengo demasiado sueño para buscarla. Así que debo simplemente dejar constancia del hecho de que es la magia la que me aleja de la comprensión. Uno de estos días espero empezar a comprenderlo más y más y entonces cortaré el libro en muchas cintas con mil navajas.. eso espero.”

Y es por ello que la selección se queda en un pequeño compendio ligeramente insatisfactorio, no me importaría que publicaran sus seis volúmenes de cartas y sus estudios críticos para completar la idea y la personalidad que tengo ya formada de la contradictora escritora. Una buena muestra de su genialidad a la hora de mezclar este género epistolar con crítica y unirlo a ese “momento de vida” es el siguiente párrafo, una delicia sobre Proust:

“Mi gran aventura es Proust. Bueno, ¿qué queda por escribir después de eso? Voy todavía por el primer tomo y supongo que se podrían encontrar faltas, pero estoy en estado de fascinación. Como si se estuviera produciendo un milagro delante de mis ojos. ¿Cómo es posible que por fin alguien haya conseguido solidificar esa materia siempre fugitiva y convertirla en esta sustancia tan perfectamente bella y duradera? Uno tiene que dejar el libro y respirar hondo. El placer es físico, como sol, vino y uvas.”

No hay mejor forma de terminar este pequeño comentario. Woolf y su grandísimo talento.

Los textos provienen de la traducción de María Tena de Sobre la escritura de Virginia Woolf en la edición de Federico Sabatini para Alba.

The Sacrifice de Joyce Carol Oates. Lo racial como eje

TheSacrifice_OatesTeniendo en cuenta que Alfaguara  (ahora incluida dentro de Penguin Random House Mondadori) está sacando, con suerte, un libro al año de Joyce Carol Oates (el año pasado únicamente Carthage que comenté por aquí) es ciertamente insuficiente para equilibrar los tres libros al año que va a sacar en el 2015, por poner un ejemplo. En este orden de circunstancias, sabiendo que puedo leer en inglés sin problemas, opto por leerlo mejor en su lengua original e iré adquiriendo los que vayan saliendo. Por lo tanto, para vuestro bien o no… podréis ir viendo los nuevos lanzamientos de la prolífica y ecléctica escritora estadounidense.

El primer libro que ha sacado este año es The Sacrifice y está de pletórica actualidad habida cuenta de los últimos hechos acontecidos en Estados Unidos; siguiendo la cuenta de twitter de la autora (si no lo hacéis ya, deberíais…) es uno de los temas más comentados (¡junto con la sociedad del rifle!) y este libro es la respuesta a esta preocupación.

La premisa inicial es sencilla, una hija negra desaparecida que supuestamente recibe malos tratos por un grupo de policías blanco; el marco, Pascayne, una ciudad de New Jersey donde ambientaba la novela Them que terminaba en una explosión racista de considerables dimensiones. La víctima, Sybilla Frye, es buscada en una escena inicial de indudable patetismo por parte de su madre Ednetta, fijaos en la forma de caracterizar el habla, como el segmento más bajo de la sociedad, además, de color:

“Seen my girl? My baby?

[…]

My girl S’b’lla –anybody seen her?

[…]

S’b’lla young for her age, and trustin –she smile at just about anybody.”

La ciudad, racista casi por naturaleza, los negros, una especie en peligro de extinción en un sitio como este:

“They were an endangered species –black boys. Ages twelve to twenty-five, you had to fear for their lives in inner-city Pascayne, New Jersey.”

La victima describe lo que le ha ocurrido mediante un monólogo interior de mucha fuerza que resalta por las faltas que comete al hablar para describir una situación extrema:

“Tied me so tight like you’d tie a hog no water and no food, they was hopin I would weaken and die some of them went away, an other ones came in therr place Nigra hoar of babyland they was laughin

I could not see their faces mostly I heard their voices

[…]

In my hair and on my body they smeared dog shit to shame me when they was don with me two of them dragged me from the van to that place in the cellar they put they foot on the back of my head to press into the earth they would leave me there, they said beetles would eat me and nobody give a damn about some ugly nappy lit nigra if she live or die and nobody believe her, that a joke to think!”

A partir de ahí, Oates utiliza una narración ficcional de una manera ensayística, su objetivo es, a través de la ficción, mostrar una situación general racista (independientemente de si ha ocurrido o no) y evaluar quién/es serán los sacrificados por esta situación; de esta manera propone diferentes perspectivas desde distintos puntos de vista, en una narración coral que ayuda a dilucidar todas las personas que se convertirán en sacrificio; Pascayne es el paradigma de ciudad racista, como muchas otras en EE.UU para Oates, de hecho, que ocurra algo así no es común, pero tampoco es raro:

“A brutal gang-rape is not a common incident even in inner-city Pascayne. Yet, a brutal gang-rape is not an uncommon incident in inner-city Pascayne.”

La variedad de matices que nos muestra enriquece muchísimo una narración tan variada donde vamos encontrando uno tras otro sacrificio, como es el caso de la Sargento Iglesias, de Puerto Rico, que sufrirá de diferentes maneras el tener que investigar el caso, primero por parte de sus compañeros:

“When she’d graduated from the police academy and began to wear the patrol officer’s uniform she’s felt suffused with pride. She’d thought Now I am one of – something. Now there are many like me.

Apart from the Forest Park captain Ramon Iglesias there were few Puerto Rican-American police officers in the Pascayne PD. Very few African-Americans. And very few women.

Not quite out of earshot her fellow officers had begun saying of her If Iglesias believes that rape bullshit she’s crazy. She’s finished.”

Algo que puede llegar a entender, lo que no comprende y le atormenta es el rechazo manifiesto de Ednetta; discriminación entre personas del mismo sexo, el femenino; la raza es en este caso lo que prevalece, al no reconocerla como negra… sino como latina:

“Iglesias was pained that Ednetta Frye so disliked and distrusted her. There seemed nothing she could say to persuade the woman otherwise.

The animosity of men, she could comprehend. Sex-hatred of the female was common in the culture. But the animosity of a woman so like herself –so essentially herself- was something very different.”

El colmo para la pobre sargento es encontrar que no solo no va poder investigarlo sino que le van a indicar que no puede hacer nada para evitarlo; esta inevitabilidad e impotencia ante algo que va a volver a suceder es una de las grandes tesis de Oates; independientemente de que en esta ocasión haya sido verdad o no, volverá a ocurrir de nuevo y no hay manera de evitarlo:

“Mrs Tice laughed. Still she was gripping Iglesias’s elbow in an oddly intimate gesture.

“Mrs. Tice, if nothing is done, whoever hurt Sybilla will get away with it. If she’s been sexually assaulted – he will do it again. Or –they will do it again.”

Now gravely Mrs. Tice said, “Yes ma’am. They will do it again. Nobody gonna stop that.”

Si todo fuera en una dirección no aportaría demasiado a estudios de este estilo pero Oates va más allá; es decisiva la entrada del reverendo Mudrick y su hermano gemelo abogado Byron; todo va encaminado en este caso dirigido a la mercantilización del dolor en provecho propio:

“You, Sybilla, are a race victim, a martyr, and a sacrifice. But you will be our saint –our Joan of Arc.”

Aprovechar la situación para extenderlo, en general, a un conflicto contra toda la raza es la baza que usará el reverendo para montar una cruzada contra la raza blanca:

“Another time now, but with renewed zest and revulsion, Mudrick recounted the unspeakable outrage” perpetrated upon Sybilla Frye. “When white men assault a black girl, it is ‘blackness’ they are assaulting- that is, all of us.”

Su propio hermano, Byron, no podrá entenderlo; Marus tomará decisiones sin consultarle, arriesgando su carrera y añadirá la utilización de la religión como elemento aglutinador en su cruzada; Marus adaptará la religión y las enseñanzas de Cristo a lo que le interesa en ese momento provocando situaciones muy peligrosas, no solo para su hermano sino para toda la ciudad:

“Jesus! My brother is insane.

Reckless, vicious…

But I’m the one who will be disbarred.

Afterward, Marus said with a shrug that he hadn’t consulted with Byron because he’d knows that Byron would have counselled him against the impromptu march. And Byron Said, incensed, “You are right, Marus! You are absolutely right.”

“You’re a conservative by nature, Brother. I’m a radical.”

“You’re a Christian. You can’t betray the basic tenets of our religion.”

“Brother, there are ‘conservative’ and ‘radical’ Christians. Jesus was hardly ‘conservative’ –He died for his radical beliefs, and we must emulate him.”

“You don’t want to die for your beliefs, Marus –don’t be ridiculous. Like King? Like Malcolm X? Not you.”

La religión se convertirá en el único bálsamo, el remedio para Sybilla que cederá ante un líder musulmán para buscar refugio ante una situación insostenible:

“’Aasia Muhammad.’ Daughter of the Prophet you will rise…”

Aasia Muhammad! She had never heard so beautiful a name.

No longer was she “Sybilla Frye” –already the name sounded coarse and common to her ears.”

El final se revela como una epifanía donde, en realidad, cada pequeño sacrificio es parte de un Sacrificio mayor, el de toda una sociedad polarizada por múltiples intereses que no pueden evitar que se sigan produciendo estos conflictos en los que nadie gana, todos perdemos. Su visión, en una sociedad como la norteamericana, es profundamente pesimista. Los sacrificios quedan claros, lo que no está tan claro es que pueda haber una solución a una situación que se está enquistando y convirtiéndose en una espiral incontrolable de destrucción.

Gran libro el que se marca Joyce Carol Oates. Si manejáis inglés, es un buen momento para introducirse en la prosa de la norteamericana, quizá no lo veamos nunca por aquí.

La habitación de Jacob de Virginia Woolf. Woolf y sus orígenes

LaHabitaciónJacobLo bueno de empezar a leer ciertos autores desde el comienzo es empezar a encontrar trazas de lo que está por venir, tanto en estilo como en temas; ya lo he comentado a propósito de otros como Coetzee, McCarthy o Roth  y ahora llegamos a Woolf, una de los grandes exponentes del modernismo.

La habitación de Jacob, escrita en 1922, es una de sus primeras novelas y, ya es un compendio embrionario de lo que estaba por venir. El texto es una especie de bildungsroman, un relato de formación, con la peculiaridad de ser una sombra el protagonista de dicha evolución; Jacob Flanders es presentado a través de los testimonios de aquellos que le conocieron (casi todos mujeres) y no puede ser más ambiguo en su resultado final:

“Nadie ve a los demás como son, y mucho menos una señora mayor sentada frente a un joven desconocido en un vagón de tren. Ven el conjunto… ven toda clase de cosas… se ven a sí mismos… La señora Norman leyó entonces tres páginas de una de las novelas de Frank Norris. ¿Debería decir al joven (a fin de cuentas era exactamente de la misma edad que su hijo): “si quieres fumar, no te preocupes por mí”? No: el muchacho parecía absolutamente indiferente a la presencia de la mujer… no deseaba interrumpirlo.

Pero puesto que, incluso a su edad, notaba su indiferencia, seguramente era, en uno otro sentido (al menos para ella), simpático, guapo, interesante, distinguido, bien proporcionado, como su hijo. Que cada uno sacara lo mejor de este informe. En cualquier caso, el joven era Jacob Flanders, de diecinueve años.”

Una narración fragmentada en la que no falta la terrible sapiencia de la autora capaz de presentar la ciudad de Cambridge a través de su arte, de su cultura, en una demostración de erudición continúa:

“Si alguna luz arde en las capas superiores del aire de Cambridge, tiene que ser una de estas tres habitaciones; aquí arde el griego; allí la ciencia; filosofía en la planta baja. El pobre viejo Huxtable no puede andar derecho; Sopwith, también, ha elogiado el cielo todas las noches durante estos veinte años; y Cowan sigue teniéndose que tragar la risa con las mismas historias. No es simple, ni pura, ni enteramente espléndida, la lámpara del aprendizaje, puesto que si uno los ve bajo esta luz (tanto si en la pared hay una reproducción de Rosetti como si es de Van Gogh tanto si en el cuenco hay lilas como pipas oxidadas), ¡no parecen sino clérigos! ¡Cuán similar es todo a un barrio residencial adonde uno va por las vistas y a comer un pastel especial! “Solo nosotros preparamos este pastel.” De vuelta de nuevo a Londres; se acabó el banquete.”

No falta el lirismo en un estilo inigualable en flujo continuo de pensamientos que se va hilando, todo lleva a un conjunto, a un final, a la final caracterización de la identidad de Jacob, la habitación en la que vivió se convierte en dicho destino:

“Mujeres envueltas en chales llevan bebés con párpados morados; muchachos aguardan en las esquinas; muchachas miran al otro lado de la calle… dibujos groseros, imágenes en un libro cuyas páginas volvemos una y otra vez como si al final hubiéramos de encontrar lo que estamos buscando. Cada cara, cada tienda, cada ventana de habitación, cada bar y plaza oscura es una imagen pasada febrilmente… ¿en busca de qué? Pasa lo mismo con los libros. ¿Qué buscamos entre millones de páginas? Sin embargo seguimos girando las páginas… ah, he aquí la habitación de Jacob.”

Estos hilos son tejidos de manera invisible, con maestría, algo que llevaría al extremo en sucesivas novelas, como es el caso de La señora Dalloway, especialmente en el caso de la transición de escenas; el siguiente texto lo desvela, una escena se entrelaza con la siguiente solamente por la confluencia física del personaje, Fanny Elmer, al pasar por debajo de la ventana de Jacob; esa simple presentación nos lleva a la siguiente escena sin más preámbulos:

“La casa estaba sin vida, oscura y silenciosa. Jacob estaba dentro, enfrascado en un problema de ajedrez (el tablero en un taburete entre sus rodillas). Con una mano se tocaba el pelo de la nuca. Lentamente la llevó hacia delante y levantó la reina blanca de su casilla; acto seguido la depositó de nuevo en el mismo lugar. Cargó la pipa; meditó; movió dos peones; desplazó el caballo blanco hacia delante; después rumió con un dedo apoyado en el alfil. En este momento, Fanny Elmer pasaba por debajo de su ventana.

Iba a posar para Nick Bramham, el pintor. 

Se sentó en un chal español estampado de flores, con una novela amarilla en la mano.

-Un poco más baja, un poco más suelta, así… mejor, bien – musitaba Bramhan […]”

El que sean mujeres las verdaderas narradoras con sus diferentes puntos de vista nos lleva a su faceta más feminista, aplicada no solo al papel de la mujer en la sociedad, sino a la propia cultura; subraya el hecho de no haber recibido educación precisamente por ser mujer, una educación que le ayudaría a disfrutar de una obra (un tostón) como Tom Jones; hay que tener en cuenta que esto es muy embrionario con lo que estaba por venir en este sentido:

“A las diez de la mañana, en una habitación que compartía con una maestra de escuela, Fanny Elmer leía Tom Jones, aquel libro místico. Porque semejante tostón (pensaba Fanny) con personajes de nombres raros es lo que le gusta a Jacob. A la gente bien le gusta. Mujeres anticuadas a quienes no les preocupa como cruzar las piernas leen el Tom Jones, un libro místico; porque hay algo, pensó Fanny, en los libros que, si tuviera yo educación, podría haber disfrutado, mucho más que los pendientes y las flores, suspiró, pensado en los pasillos de la Slade y en el baile de disfraces de la semana próxima. No tenía nada que ponerse.”

La imagen final de Jacob, en su habitación, es desoladora, le conocemos menos de lo que habíamos atisbado al empezar:

“Lo dejó todo tal como estaba”, pensó maravillado Bonamy. “No ordenó nada. Todas sus cartas esparcidas por ahí para que todo el mundo pueda leerlas. ¿Qué esperaba? ¿Creía que volvería?”, pensó, en medio de la habitación de Jacob.”

Esta indefinición es el sentir de una autora que jugaba con la ambigüedad más que con el juego de dicotomías, no había lucha entre contrarios sino integración de todo en una barrera difusa, como la personalidad de Jacob, tan aparentemente contradictoria como la de Woolf.

Los textos provienen de la traducción de Carles Llorach Freixes de La habitación de Jacob de Virginia Woolf para Piel de Zapa.

Perillán de Terry Pratchett. El genio que nunca nos dejará

Perillan1-294x450El pasado 12 de marzo nos dejó uno de los escritores más imaginativos y divertidos que te puedes echar a la cara. Sir  Terence David John “Terry” Pratchett cimentó su merecida fama en el buen humor y en su imaginación, una creatividad sin límites que iba más allá de su serie más conocida: Mundodisco. El otro día no pude ocultar mi estupefacción, en España, aparte de círculos literarios que busquen algo más que el bestseller, no es nada conocido. Y esto es debido, como siempre, a que en España la ciencia ficción, la fantasía, etc.. es un nicho que se desprecia por los lectores habituales y que es relegado a un segundo nivel por parte de la mayoría de la crítica. De hecho, la mayoría de los buenos obituarios sobre el autor han venido desde el extranjero,  donde la crítica busca otro tipo de aproximaciones que no están tan enraizadas en la crítica clásica y es más cercana a Cultural Studies y de género.

Para mi pequeño homenaje al autor he traído una novela fuera de Mundodisco; en este caso se trata de Perillán, ambientada en la época victoriana, supone el pequeño homenaje del autor a lo clásico, con Charles Dickens como protagonista y amigo del encantador Perillán:

“Aquello pareció exigir un esfuerzo a Perillán. Lanzó una mirada intensa al hombre y logró decir:

-Bueno, señor, “háganse las cosas.” Sí, eso dice, y yo sigo sin ver ningún chelín.

Charlie soltó una carcajada.

-¿”Háganse las cosas”? ¡A fe mía que nos has asistido a una iglesia ni a una capilla en la vida, joven! No sabes leer ni escribir. Por el amor de Dios, ¿puedes decirme el nombre de un solo apóstol? Me temo, por la cara que estás poniendo, que no. Y sin embargo, has saltado en ayuda de nuestra joven de arriba, cuando tantos otros habrían apartado la mirada, de modo que te entregaré cinco, cinco medios chelines, si emprendes la tarea que te he encargado en mi nombre y en el del señor Mayhew. De modo que pregunta por ahí, busca la historia, amigo mío. De día puedes encontrarme en el Morning Chronicle. No me busques en ningún otros sitio. Aquí está mi tarjeta por si la necesitas. El señor Dickens, ese soy yo.”

La trama se desencadena cuando el protagonista salva a una pequeña dama de sus captores, el alcantarillero no se considera precisamente un señor pero es todo un pícaro, el paradigma de pícaro en la época:

“Perillán se inclinó hacia ella y susurró:

-Señorita, yo no soy ningún señor. Me llamo Perillán.

Somnolienta, la chica respondió con lo que Perillán supuso que era un acento alemán.

-¿Perillán? ¿Persona lista y pícara, es decir, difícil de atrapar? Gracias, Perillán. Eres muy amable, y yo estoy cansada.”

La mayor habilidad del autor es utilizar cualquier época o historia que conocemos y satirizarla mediante la subversión de lo establecido-conocido, aquí no podía faltar, Perillán se empezará a plantear si no puede ser algo distinto de un simple peón:

“[…] Joven, los juegos a los que jugamos son lecciones que aprendemos. Las suposiciones que hacemos, las cosas que pasamos por alto y las que cambiamos nos convierten en lo que somos.

Aquello era material bíblico, seguro que sí. Pero cuando Perillán se paró a pensarlo, ¿qué diferencia había? La vida entera era un juego. Pero si lo era, ¿uno era el jugador o el peón? En su mente caló la idea de que tal vez Perillán pudiera ser algo más que Perillán, si se molestaba en dedicarle un esfuerzo. Era una llamada a las armas que decía: ¡”Espabila de una vez!”

Tampoco puede faltar el gran humor de Pratchett, presente en todos sus libros, un tipo de humor amable que te tiene en perpetua sonrisa y la utilización de momentos absurdos para sacar carcajadas; su definición de la gente de la calle en tres actos es memorable:

“Al terminar, Perillán fue el espectador privilegiado de una maravilla obra de teatro callejero, que aun sin apenas palabras se desarrolló en tres actos: el primero se titulaba “Yo no sé na”, el segundo “Yo no he visto na” y por último llegó el clásico “Yo no he hecho na”, seguido sin coste adicional por un bis, que era el tradicional e infalible “Yo no estaba allí.”

La tercera faceta es su necesidad de enseñar, de retratar a la sociedad a través de lo que narra; a raíz de deshacerse de Sweeny Todd, la sociedad va cambiando la versión de los hechos hacia algo muy distinto de lo ocurrido; con gran tino, el británico subraya este afán de morbo y gusto por lo macabro:

“[…] El señor Dickens me ha explicado la verdad de lo ocurrido en Fleet Street, ¿y verdad que es pasmoso que la percepción pública de lo que es cierto últimamente siempre se decante hacia lo macabro? Se diría que no hay nada que guste más al hombre de la calle que un asesinato pantoso.”

La trama avanza con un estilo muy adecuado al de la época, transformado en esta ocasión para el momento y se acerca más a una novela policíaca que a una novela de fantasía; Perillán deviene en verdadero salvador y resuelve el enigma; en palabras de Charles Dickens, es imposible no caer ante sus indudables encantos:

“-Ya que me he ido de la lengua, señor, poco puedo hacer aparte de decir la verdad. ¿Sería posible que el señor Dickens no se enterara de mi desliz, por favor? Lo que dijo fue: “Ese don Perillán es tan avispado que un día su nombre se conocerá en todos los continentes, posiblemente como benefactor de la humanidad, ¡pero también muy posiblemente como el sinvergüenza más encantador al que se haya ahorcado nunca!”

El autor en un pequeño postfacio habla sobre algunas de las licencias que se toma a la hora de presentar a los personajes de la época y resalta el verdadero valor de lo que comenta,  ya indicado anteriormente:

“Porque, aunque haya trasteado con las posiciones de la gente y tal vez con sus posibles reacciones a ciertos hechos, la porquería, la miseria y la desesperación de una clase baja que aun así sobrevivió, a menudo ayudándose a sí misma, no las he alterado en absoluto. Además, fue una época en la que no existían conceptos como la educación universal o la salud y la seguridad laboral, ni muchísimas otras normas y restricciones que hoy en día damos por supuestas. Y siempre había espacio para los espabilados y listos perillanes de ambos sexos.” 

Pratchett nos ha dejado, pero nunca nos dejará; ya es eterno, ahí está su obra para refrendarlo. Cada vez que me ría y disfrute a partir de ahora con sus libros, esa risa se mezclará con un atisbo de tristeza por saber que no voy a tener ningún otro libro más. Gracias por hacer disfrutar a tanta gente con tus libros ahora y ya para siempre.

Los textos provienen de la traducción de Manu Viciano de Perillán de Terry Pratchett para Fantascy Libros