“Aquí y ahora (2)” de Paul Auster y J.M. Coetzee

Sabiendo que venimos de aquí ; en este segundo post voy a poner alguno de esos momentos que considero reseñables por algún hecho en particular y que paso a relatar sin más dilación:

jm+coetzee-1Me encanta la crónica espontánea que realiza Coetzee para referirse a las organizaciones de eventos culturales en Italia, reflejo de una mentalidad, la mediterránea, que, a pesar de lo caótico que pueda ser superficialmente, consigue obtener buenos resultados:

“A estas alturas ya he estado en bastantes eventos culturales en Italia como para no perder los nervios ante el caos que parece rodearlos. Nadie está del todo seguro de dónde ha de celebrarse el evento, al técnico de sonido no lo encuentra nadie, la intérprete está furiosa porque nadie la ha informado del orden de las intervenciones, etc, etc. Sin embargo, cuando llega la hora, todo sale bien: el público averigua milagrosamente adónde ha de ir, el equipo de sonido funciona y la intérprete lo hace de maravilla. Resulta que todo el caos era espurio.”

Uno de los momentos más sonrojantes tiene que ver con la figura de Philip Roth, el sudafricano acaba de leer “Sale el espectro” y realiza un análisis crítico del mismo, detallado, conciso, intentando ahondar, como crítico, en lo que está detrás del libro del autor norteamericano, olvidando el reduccionismo biográfico de la cultura americana sobre la que, además, le pregunta a Auster centrándose en Nueva York, ya que puede perderse algo que sea necesario para su análisis:

“Doy por sentado que has leído “Sale el espectro” y que sabrás que es un poco un batiburrillo. Incluye una diatriba completamente inmotivada sobre las tendencias del llamado periodismo cultural, puesta en los labios del personaje de Roth, Lonoff. Sin duda en esa diatriba hay mucho que yo, que no soy de Nueva York, me pierdo. Pero está claro que Lonoff (¿y también Roth?) no siente nada más que desprecio hacia esa mezcla de moralina y reduccionismo biográfico que pasa por crítica literaria en vuestros órganos culturales (y también en los nuestros). (Cuando hablo de reduccionismo biográfico me refiero a tratar la narrativa como una forma de camuflaje del yo que practican los escritores: la tarea del crítico es deshacer ese camuflaje y revelar la “verdad” que hay detrás)”.

Y, ¿cuál es la respuesta de Auster?, me guardo el comentario para luego, porque tiene chicha:

“¿Nado yo en las mismas aguas que Roth? No estoy seguro. Nuestros caminos se han cruzado unas cuantas veces, en dos ocasiones hemos cenado en un grupo de tres con Don Delillo (íntimo amigo mío desde hace muchos años), y hemos intercambiado un puñado de cartas. En otras palabras, es un conocido, no un camarada. Lo que a él más le interesa de mí, creo yo, es que ambos hemos nacido en Newark. En cuanto a Nueva York, sin embargo, no soy algo menos visible que él, sino muchísimo, quizá infinitamente menos visible. Roth es un dios cuya obra ha sido universalmente elegida desde su primer libro, mientras que yo solo soy un simple y esforzado mortal cuya obra ha recibo más coces de las que quisiera recordar. Y además, tiendo a evitar muchedumbres, fiestas y declaraciones públicas, prefiriendo cuidar de mi pequeño jardín en Brooklyn. Por otro lado, Roth ha tenido una enorme presencia literaria durante más de cincuenta años: una trayectoria excepcionalmente prolongada para todo escritor, sin duda la carrera más larga de cualquier autor norteamericano en la historia. Una prueba de su fama: es el único novelista vivo cuya obra se ha publicado en la Library of America”.

Auster Coetzee

Nuevamente utiliza la comparación (en este caso con Delillo) para establecer que Roth no es, ni mucho menos íntimo (“es un conocido”); solo hay que ver el comienzo (“¿Nado yo en las mismas aguas de Roth?”), esta frase tiene tanto resentimiento explícito que puede no ser peor, pero sí lo es, vaya que sí; comenta que a Roth no le interesa nada de él más allá del hecho de ser de la misma ciudad, se reconoce prácticamente invisible ante Roth en Nueva York, ignorado por los círculos críticos y culturales en comparación, y con esta frase (“Roth es un dios cuya obra ha sido universalmente elegida desde su primer libro, mientras que yo solo soy un simple y esforzado mortal cuya obra ha recibo más coces de las que quisiera recordar”) hace gala de una acritud sin límites, ese dios en minúscula, encumbrado (según él) por la crítica desde el primer momento, mientras que él, con todo lo que se esfuerza, no consigue lo mismo y le machacan. Hay mucho rencor detrás de toda la afirmación, un sentimiento de inferioridad manifiesto ante la efigie del gran Roth (en mi opinión, muy superior a él, como Coetzee), un complejo que no puede evitar sacar (me atrevo a decir que hay odio) y que le hace olvidarse totalmente de lo que le ha preguntado, muy profesionalmente, Coetzee. Anecdóticamente, antes de este párrafo, lo primero que reconoce es no haberse leído la obra comentada, aunque se haya leído muchas de Roth, ¿casualidad?, más bien no, es evidente que los dos escritores no se llevan muy bien y que, además, en EE.UU. hay mayor consideración por el segundo.

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Me he extendido mucho con lo anterior pero creo que valía la pena, me gustaría poner también el comentario que hace Coetzee sobre el signo de los tiempos, ese cambio a lo electrónico que, desde luego, no tolera demasiado bien:

“Hace poco me llegó una revista […]. Incluía un artículo que celebraba la inauguración de una nueva biblioteca universitaria, con terminales informáticas, cubículos para estudiar, salas para seminarios e incontables espacios de trabajo. Leí el artículo y lo volví a leer para asegurarme. Pero no me equivocaba la primera vez. La palabra “libro” no aparecía ni una sola vez. […]

¿Qué tiene esa gente contra los libros? ¿Por qué no comparten mi idea de la biblioteca como hectáreas y hectáreas de estanterías sumidas en penumbra que sostienen hileras interminables de libros apelotonados extendiéndose hasta el infinito en todas direcciones?

El argumento en contra de la biblioteca borgiana es casi demasiado tedioso como para repetirlo: demasiado tedioso y demasiado concluyente, en una época en que la economía ha sido proclamada reina de las ciencias. Y es que los libros ocupan demasiado espacio.”

Sí quería terminar con algo que entronca claramente con la realidad vivida este año, un hecho que los dos escritores complementan: su preocupación por el momento en que deberían dejar de escribir. Coetzee se ve incapaz de detectar ese momento:

“Lo que me interesa en la situación presente es la cuestión de cómo y cuándo se anunciará el agotamiento de las energías. No se puede seguir escribiendo eternamente; y tampoco quiere uno despedirse con un producto vergonzosamente malo de la chochez. ¿Cómo detecta uno que simplemente ha perdido la capacidad para hacerle justicia a un tema?”

Auster es más positivo al respecto, estupendo el hilado que hace con la novela de Willeford (autor de novela negra, por cierto):

“Una frase me ha estado rondando por la cabeza durante estas últimas semanas: New hope for the dead (Nueva esperanza para los muertos- Novela de Charles Willeford) […] y la tengo muy presente después de enterarme de que Doctorow acaba de publicar un nuevo libro de relatos a los ochenta años, de hablar con Coover (79) acerca de la conferencia sobre Beckett que dará en Irlanda este otoño, de cenar con Roth (78) y Delillo (74), y al encontrar a todos esos presuntos ancianos en un increíble estado físico, llenos de proyectos, contando chistes, comiendo con saludable apetito, me sentí animado por lo que vi y oí. Nueva esperanza para los muertos. Lo que significa: “Nueva esperanza para nosotros”.

Sin embargo, ya sabemos que escritores como Roth y Kertész se han retirado de su carrera literaria, quizá no estemos tan lejos de la retirada de estos grandes escritores, lo cuál siempre me embarga con un poco de pena; prefiero quedarme con el mensaje que nos envía, para acabar la correspondencia Coetzee: “El mundo sigue enviándonos sorpresas. Y nosotros seguimos aprendiendo.”

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