“Los reconocimientos” de William Gaddis. La ambición de un maestro

losreconocimientosEl mundo se divide entre los que han leído “Los reconocimientos” y los que no. Ni más, ni menos.

Me siento orgulloso de estar entre los primeros. Haber disfrutado de una experiencia única que he definido como lectura reverencial-agotadoramente-jubilosa.

Y cada adjetivo tiene su sentido y guarda una evolución en mi caso:

“Reverencial”: nada más empezar, esa sensación de estar leyendo algo que no puedes abarcar, una obra que te deja pequeño (mucho más pequeño de lo habitual). Sí, es una primera obra, pero sorprende tanto que el norteamericano se atreviera a hacer algo tan ambicioso…, desde el principio es palpable la transformación desde la perspectiva decimonónica hasta empezar a experimentar poco a poco,  dotándolo de una evolución inconcebible en la época, y puestos a ser justos, hoy tampoco.

“Agotadora (mente)”: no voy a engañar a ningún lector, según las páginas van pasando, me sentí agotado física y (sobre todo) mentalmente; intentar quedarte con todos los detalles que utiliza Gaddis, con todas las estrategias, transformaciones de estilo, estructura,… es improductivo, apuntas y apuntas citas y luego tienes tal ristra que resulta que podrías escribir hasta doscientas páginas solo con los textos; todo esto va unido a una sensación de obra que no tiene fin, ineludible y la vez interminable.

“Jubilosa”: en la recta final, una vez pasas las dudas y te sobrepones al cansancio mencionado; de la misma manera,  te invade una gozosa sensación de felicidad que me ayudó a terminarla. Hay júbilo por terminarla, por saber que continúa en tu interior, porque habrá una relectura futura en la que la disfrutarás aún más. Sin duda. El halo de una obra maestra.

Parafraseando a William H. Gass en el prólogo, “no voy a profanar esta obra de arte intentando explicarla o analizarla”; simplemente citaré unas observaciones, ideas, cavilaciones… que puedan servir al lector futuro, acompañadas, eso sí, de algún texto del autor:

“El reverendo Gwyon hizo las maletas y viajó lentamente por la península. Vio gente y reliquias, movimiento y colapso, la acumulación del tiempo en los muros, los pórticos derruidos, mosaicos en monocroma exposición que recuperaban sus colores de vida romana cuando se les echaba encima un cubo de agua, las fachadas rotas de catedrales donde el tiempo no había pasado, sino que se había aglomerado, y que perduraban no como testigos de su destrucción, sino como custodios de su pervivencia. Al entrar en las ciudades lo perseguían los gritos de los buhoneros, hombres que compraban botellas, que vendían escobas, que gritaban como hombres afligidos por grandes dolores. Por las calles lo perseguía la desesperada esperanza de felicidad de las melodías rotas de los organillos, y se detenía a contemplar los juegos de los niños sobre el pavimento, buscando allí (como buscaba en la forma de los tejados, en el trazado de las escaleras, los pasillos, los dormitorios y las cocinas abandonados en paredes todavía en pie donde el edificio colindante se había derrumbado, o en la sombra del respaldo de una silla sobre el embaldosado repetitivo de un suelo) indicios de un modelo persistente, de una forma significativa. Visitó catedrales, la desentrañada mezquita de Córdoba, la inmensa mole de Granada, y esa frenética demostración gótica de Burgos donde hay un Cristo firmemente clavado del que una vez se dijo que estaba hecho con un pellejo humano disecado, pero que luego había pasado por cuero de búfalo, un material menos frecuente, que recordaba en su humor a la sirena compuesta de un mono y un bacalao.”

-El engañoso comienzo, anclado en la tradición realista, puede dejar a al lector con una sensación errónea; de hecho, en el texto anterior vemos una narración habitual donde el narrador omnisciente relata los viajes del reverendo Gwyon con todo lujo de detalles, comparaciones y metáforas. Toda la primera parte se puede entender como un Künstlerroman, cuyo núcleo es la figura del pintor Wyatt Gwyon, verdadero protagonista, y en la que se narra la evolución (el destino irá avanzando según pasen las páginas).  Sin embargo esa evolución del protagonista se verá acompañada de un continuo transitar hacia características postmodernistas, alejándose entonces de la narración tradicional y probando nuevas formas:

“Pueblo fundado en 1666 annus mirabilis Oh Caray Oh caramba s-Santo Cristo t- Tenemos gan labor por delante interconfesional infra supra sub tiró el tintero: conferencia en el Convento de Monjas, ilustrada, ceremonia Pagana, curas con sotana, Monjas, altar mayor, &c. Un gemido de ultratumba. Vean chica en mazmorra. Tío Sam al rescate. Público invitado. Entrada 50 $  no nos dejes caer en la tentación.”

-A pesar de lo que pueda parecer, el autor es consciente de lo que está realizando; lo podemos ver claramente en este “tumulto de pensamientos” en una fase inicial, un preludio a lo que realizará en “Jota Erre” y en “Gótico Carpintero”; estamos viendo los inicios de una narración en multiperspectiva, sin identificación de los hablantes, que llevará hasta sus últimas consecuencias en sus últimas obras; ese tumulto es su idea para reflejar el caos en el que vivimos:

“En aquella mesa alguien dijo: “Eso no me hace ningún efecto. ¿Pero no habéis notado que el cielo se está acercando?”. “Por supuesto que amo el arte, por eso estoy en París”, dijo una chica. El chico que estaba con ella dijo: “Ye man fú, eso significa en francés…”, “Putas, putas, putas”, murmuró el hombre del traje de zapa. Alguien dijo: “Tengo las manos ocupadas, ¿te importaría sacarme unas cerillas del bolsillo…? Aquí, el bolsillo de los pantalones”. Alguien dijo: “¿Te gusta esto?”. Otro dijo: “Por la mañana no quería, así que se la puse bajo el brazo mientras molía café”. Un hombre con un opaco monóculo marrón dijo “Gshzhzhzht… uh…”, y se cayó de la silla. Alguien contó el chiste de Carruthers y su caballo.”

-En las manos del escritor ese caos reinante (y que quería reflejar en sus obras) es el que gobierna nuestras vidas, muy especialmente la del artista y su relación con la obra de arte:

“Era a través de esta acumulación de caos impuesta donde luchaba ahora por moverse: más allá estaba la simplicidad, inconmensurable, residencia de la perfección, donde nada era creado, donde la originalidad no existía, porque era el origen; donde, una vez llegaba, no existían el trabajo ni el pensamiento en secuencia causal y vacilante, sino sólo la trascripción: donde el poema que conocía pero no podía escribir existía, ya formado, esperando su recuperación ene se momento en que escribirlo resultaba imposible, porque ella era el poema.”

Gaddis exige como nadie al lector, pero lo respeta, no solo quiere hacernos partícipe de su obra sino que no entendería su obra sin nuestra aportación como verdaderos creadores de la misma; la obra de arte sale de la órbita inherente al creador tradicional y cobra sentido en la esfera de cada lector; la teoría de la recepción, más cercana en su interpretación al postmodernismo actual:

“-Pero si el señor Feddle ve un ejemplar de una obra de Ibsen, si le encanta “El pato salvaje” y le gustaría haberlo escrito, si quiere ser Ibsen sólo por un momento y dedicar su obra a alguien que ha sido amable con él, ¿es eso mentir? No es tan malo como la gente que hace un trabajo por el que no siente ningún respecto. Todo el mundo tiene esa sensación cuando mira una obra de arte y está bien, esa súbita familiaridad, una especie de… reconocimiento, como si la estuvieran creando ellos mismos, como si la estuvieran creando a través de ellos mientras la miran o la escuchan, ¿y ha de ser pecado el querer haber creado belleza?”

-Si hay un eje sobre el que gira toda la obra es el de la dicotomía auténtico-falso u original-reproducible/falsificable, que nos lleva a la consiguiente creador-farsante (que identifica con mercantil), en los dos siguiente textos tenemos dos facetas referentes a estas dos posibilidades:

“No es por amor a la cosa misma por lo que trabaja un artista, sino porque a través de ella expresa su amor por algo superior, porque esa es la única forma en que el arte es realmente libre, sirviendo a algo superior a sí mismo, como nosotros, como lo somos nosotros…”

-Eleva el arte a un estatus muy superior, a una esfera en la que sólo están los propios lectores, verdaderos receptores-creadores; ¿son ellos los que tienen que “reconocer” la obra de arte? Desde luego Gaddis los consideraba así, dentro de sus diversas acepciones de la palabra que tantas veces se repite a lo largo del texto. Sentirse reconocido a través de los lectores como ideal artístico.

“-No tiene suficiente imaginación para eso. Probablemente estará escribiendo otro libro.

-Ya ha escrito cincuenta. Si tenía algo que decir es para pensar que ya lo habría dicho. ¿Por qué siguen publicándoselos?

-Porque sigue escribiéndolos. Y a un editor le cuesta más parar el negocio que mantener en funcionamiento las prensas, así que las ceban con cualquier cosa.”

Lo mercantil se identifica entonces como la creación del farsante, es identificado como no-auténtico por el autor, contrario a todo lo que rodea la creación artística con su comercialización (“No lo habrás comprado, ¿verdad? Cristo, ¿a ese precio? Quién demonios creen que va a pagar tanto por una novela. Cristo, podría habértelo dado, lo único que necesito para escribir la reseña es la nota de la solapa.”)

-Erudición. Gaddis es un erudito de lo artístico, del lenguaje y de la forma de escribir. Esta sapiencia es más que palpable en la conjunción música-texto que aparece en todo momento en cada obra suya. En esta no podían faltar, como de costumbre, referencias musicales que van más allá del aficionado y que nos llevan al diletante que fue; este último texto refleja esta simbiosis sensorial:

“A estas alturas, la música se había convertido en algo inherente a la habitación; era como si se hubiera amalgamado con el humo y los olores incongruentes en una presencia tangible, el desecho del refinado sobrenadando en el atanor, donde el alquimista esperaba con la paciencia de toda una vida, contemplando su improbable compuesto de ingredientes tan dispares en naturaleza como en proporción, mezclándose pero negándose a fundirse bajo su mano, y tan ajenos a su mano como a su propia finalidad, de modo que unos se hundían y otros salían enteramente a la superficie, todo ello como si nada hubiera cambiado desde que la mano filtraba la escoria de la Edad Media en busca de lo que todas las edades han buscado, y encontrado, al descubrir que lo que buscan se ha refinado hasta consumirse, dejando solo las cenizas de la necesidad.”

Seguramente si escribiera otro día sobre él, escribiría otras reflexiones. Posiblemente quedaría mejor incluso; lo que está claro es que nada como leer directamente a Gaddis; puede que se convierta en esa “lectura reverencial-agotadoramente-jubilosa” que comentaba al principio. ¡Pero vaya experiencia!

Los textos pertenecen a la traducción de Juan Antonio Santos de “Los reconocimientos” de William Gaddis en Sexto Piso.

“Ananda. 108 poemas Zen” de Ko Un. Cuando los análisis (y las palabras) sobran

ananda-108-poemas-zen-9788486760748En este post hablé extensamente del poeta surcoreano Ko Un; a propósito de la lectura de “Ananda. 108 poemas Zen” opto por la simplicidad. Que mis palabras no emborronen la claridad y la sapiencia de cada verso del autor oriental. Que me convierta en simple transmisor de su obra. Una obra sencillamente magistral en su minimalismo aunque sin exención de lirismo. Bastan tres reflexiones del prólogo de Jesús Ferrero para introducirse en este libro:

“Estos sutras modernos salidos de la mente diáfana y turbia de Ko Un, son también una escritura flotante y transparente, que hiere y acaricia, que hiela y quema a la vez, y que convida a disfrutar en profundidad de la vida de la mente y de la vida de la piel.” 

“[..] la buena poesía no exige que la entendamos, exige que entremos en ella como quien entra en su casa (lo más propio) y como quien entra en el mar (lo más ajeno). Así hay que entrar también en Ananda: Cada poema es un atolón que pide que nos hundamos en su laguna para ver la luz que surge del mismo fondo, y es que la llave que abre el sentido y el sinsentido de cada composición está casi siempre en el último verso, que ilumina de forma inesperada los versos anteriores y que convierte cada poema en una pequeña revelación, en un pequeño satori.” 

“Acabo de darte las claves fundamentales para adentrarte en este archipiélago de ciento ocho islas afortunadas y te juro que no necesitas más. Ya sólo me queda desearte una feliz navegación. Cuando llegues al último poema, se sentirás despojado de gravedad y pesadumbre. Los poemas de Ko Un, que sin embargo no ocultan verdad alguna, son un antídoto contra el sentimiento tétrico de la vida y el sentimiento trágico de la existencia.”

A partir de aquí sólo quedan los versos de Ko Un:

 

“Bebé”

Antes de tu nacimiento

Antes que tu padre

Antes que tu madre

 

Tu balbuceo ya estaba ahí.

 

“Sala de meditación”

Intenta sentarte

No sólo un Kalpa

Sino durante diez Kalpas,

Ninguna iluminación llegará

 

Simplemente diviértete

Con tus angustias e ilusiones

 

Entonces levántate

*Un kalpa es el número de años que tardan el Cielo y la Tierra en completar un ciclo de terminación y renacimiento, la mayor unidad de tiempo concebible.

 

“Simplemente”

Se dice que seguimos

El camino que cada uno ha tomado

Porque alguien nos dijo que lo tomemos

Se dice que el agua que fluye simplemente

por el valle

Está fluyendo

Porque alguien le dijo que lo hiciera

 

Qué pobre es la sabiduría humana

 

“Verano”

Los veranos siguen al sol

                                                Ciegos

Las campanillas se abren a la luz de la luna

                                                Ciegas

 

¡Qué locura!

Esto es todo lo que saben

Las libélulas vuelan por el día

Los escarabajos por la noche

 

“Una siesta”

El mundo reposa en el útero

Aquello fue un buen sueño

Ahora quisiera salir afuera

 

Llorar. Eso es todo.

 

¿Verdad que no hace falta nada más?

 

Los textos provienen de la traducción del coreano de Jong Kwon Tae (revisada por Isabel R. Cachera) de “Ananda. 108 poemas Zen” de Ko Un para la Editorial Casariego.

“El gran mínimo” de Gilbert K. Chesterton. Una faceta para profundizar más en el autor

El_Gran_MínimoDespués de tantos libros leídos de Chesterton, con cada nueva edición de su ingente obra siempre encuentro algo nuevo (o recuerdo lo que ya sabía) y vuelvo a disfrutar con él. Es el caso de esta antología poética bilingüe del autor inglés que nos trae Salto de página. La introducción de Miguel Salas Díaz nos ofrece en pocas líneas un resumen que serviría para cualquier obra del prolífico autor, en este caso particularizada para su obra poética. De hecho, es muy relevante el comienzo donde repasa varias de las características de sus poemas a nivel estilístico y temático:

“No es de extrañar tal éxito popular, pues la poesía de Chesterton combina elementos muy atractivos: fue un excelente versificador y, a pesar del tradicionalismo de sus formas poéticas y de su léxico –utiliza a menudo formas arcaicas-, sus imágenes son muy modernas y sugerentes. A veces su estilo es transparente –en sus poemas más tiernos, ya hable del amor humano o del divino, y también en los humorísticos o más claramente combativos- y otras su voz se adensa y se vuelve hermética, dando lugar a composiciones de sesgo más visionario, cargadas de difíciles presagios y hondas intuiciones. Sus temas –la religión, los problemas sociales, el amor, la guerra- eran los que preocupaban a la mayoría de sus contemporáneos.”

En efecto, el tratamiento de dichos temas (universales) hace que no pierda vigencia y el manejo de formas resulta muy acorde con lo tratado. Salas Díaz aprovecha esta antología para subrayar la característica esencial de la obra de Chesterton para lo bueno y para lo malo, aunque en menor medida: ser un autor de tesis:

“Si hay algo que hace especial la poesía de Chesterton, pero que a su vez limita su vuelo, es que en todo lo que escribió a lo largo de su vida fue un autor de tesis. Sus ensayos, sus novelas, su teatro y su poesía –incluso los relatos detectivescos del padre Brown- pretenden demostrar algo, transportar una idea de carácter moral hasta el corazón del lector, y a veces esto los lastra en exceso.”

Su explicación de la “teoría del gran mínimo” es inspiradora y esclarecedora para el lector habitual del orondo escritor:

“¿Y cuál es esa tesis que Chesterton defendió en toda su obra, y también, si hemos de hacer caso a los testimonios de los que le conocieron bien, con su ejemplo diario a lo largo de toda su vida? Él mismo la denominó la “teoría del gran mínimo” –uno de los poemas recogidos en esta antología se titula así-. Surgió de una intensa crisis vital –después de unos años ensimismado, apático, dedicado sin entusiasmo y sin éxito a los estudios de bellas artes, durante su primera juventud- convencido de que el pesimismo reinante –fruto del relativismo moral propio de la época, del venenoso industrialismo contra el que se rebeló con tanta virulencia en sus posteriores artículos, del materialismo cientificista- era el ácido que corroía el alma del de sus contemporáneos. El hombre debe, en su opinión, ejercitarse en la contemplación de las maravillas de la existencia y en el sentimiento de gratitud que inevitablemente deriva de ellas. La gloria de lo minúsculo –la convicción de que hasta lo más pequeño es un regalo lleno de infinitas posibilidades- es la base en la que se funda la cosmovisión chestertoniana.”

Miguel de Salas, en un arranque de sinceridad  que comparto, precisamente, establece que no parece que la poesía sea la mejor forma de conocer la obra de Chesterton; estos poemas se convertirían en una manera imprescindible de conocer otras facetas del autor que complementan su obra; es mejor, por tanto, recomendarlo a conocedores de su obra que a neófitos:

“Es cierto que jamás recomendaría la poesía de Chesterton a quien no lo conozca ya como novelista o ensayista, pero no lo es menos que quien no haya leído sus poemas no puede tener una visión completa de su obra. Están en ellos todos los grandes temas de su prosa, pero expresados en un personalísimo lenguaje poético que los convierte en algo completamente nuevo. Para elaborar esta antología hemos seguido la primera edición de sus Collected Poems, publicada cuando Chesterton aún estaba vivo. No recoge todos sus poemas, pero sí todos aquellos que él consideró esenciales y quiso que se incluyeran –que son la gran mayoría-, y sigue también el orden en el que decidió disponerlos: de los más modernos a los más antiguos.”

Su original forma de hacer la antología va a la contra de lo habitual, pasamos de los más elaborados a los más sencillos; lo que perdemos en evolución, lo ganamos en frescura y lozanía de los primeros poemas, más cortos por otra parte. La “teoría del gran mínimo” que comentaba el prologuista y traductor es más que patente en sus últimos poemas, en las siguientes dos muestras se puede observar:

“A second childhood”

 “[…]

A thrill of thunder in my hair:

Though blackening clouds no be plain,

Still I am stung and startled

By the first drop of the rain:

Romance and pride and passion pass

And these are what remain.”

 

“To M.E.W.”

“[…]

In the calm of the last white winter, when all the past is ours,

Old tears are frozen as jewels, old storms frosted as flowers.

Dear Lady, may we meet again, stand up again, we four,

Beneath the burden of the years, and praise the earth once more.”

En ambos ejemplos podemos apreciar ese énfasis chestertoniano por encontrar el más pequeño detalle para justificar tu propio sentido en la vida; dar gracias por el más mínimo detalle creado (“and praise the earth once more”, y alabad lo creado (la tierra que pisamos) una vez más”. )

Su poesía más elaborada posiblemente sea “Lepanto” donde hace un repaso histórico-poético a la batalla, aquí es más palpable el uso tradicional del lenguaje y los arcaicismos léxicos, aunque no falten las rimas, en muchos casos consonantes, y otros recursos como aliteraciones o encabalgamientos, el resultado es excelente, no faltan ni Cervantes ni Don Juan de Austria:

“[…]

Cervantes on his galley sets the sword back in the sheath

 (Don John of Austria rides homeward with a wreath)

And he sees across a weary land a straggling road in Spain,

Up which a lean and foolish knight forever rides in vain,

And he smiles, but not as Sultans smile, and settles back

                [the blade…

(But Don John of Austria rides home from the Crusade.)”

Redundando en la teoría anteriormente mencionada, el poema homónimo “The great mínimum” es un compendio de la tesis del autor:

“[…]

Lo, blessed are our ears for they have heard;

Yea, blessed are our eyes for they have seen:

Let the thunder break on man and beast and bird

And the lightning. It is something to have been.”

No me gustaría terminar este pequeño post sin poner un poema de su primera etapa,  en este “At night” vemos varios de los temas ya mencionados anteriormente y funcionan maravillosamente a pesar de su pequeña extensión, la brevedad en este caso alienta la belleza:

“How many million stars there be,

That only God hath numbered;

But this one only chosen for me

In time before her face was fled.

Shall not one mortal man alive

Hold up his head?” 

Por si fuera poco, esta antología se complementa con un ensayo “On bad poetry” (Sobre la mala poesía) que sirve como perfecto colofón, utiliza referencias eruditas a los grandes poetas de los de la antigüedad a los clásicos y lo lleva a su terreno, la última frase vuelve a tratar sobre la teoría de la que he hablado extensamente:

“And he (Carlyle) did whitewash Cromwell and Frederick, as nobody whitewashed Achilles. Shakespeare and Shelley were better than Cromwell and Frederick; but they also were men and not statues. Even their bad poetry may be productive of good philosophy.”

Selección, traducción y prólogo de Miguel Salas Díaz para esta edición de “El gran mínimo” de G. K. Chesterton en Salto de Página.

“Matemos al tío” de Rohan O’Grady. Más allá de lo gótico.

MatemosTíoRohan O’Grady  es el seudónimo de la novelista canadiense June Skinner. De vocación literaria tardía, no empezó a escribir hasta casi cumplir cuarenta años, pero entre 1961 y 1970 publicaría cuatro novelas, entre las que destaca con luz propia “Matemos al tío” (1963) (incluso fue llevada al cine en 1966 por el director William Castle). Aunque se tiende a clasificar esta obra como gótica, la mezcla de géneros que destila esta rareza hace que sea bastante difícil limitarse a uno en concreto. De hecho, a pesar de lo gótico no dejaría de incluirlo en la novela policíaca o negra igualmente.

Independientemente de estas formalidades, uno puede encontrar dicotomías de todo tipo en cada página: perversidad-inocencia, realismo-onirismo, etc.; es tan infrecuente, sorprendente y encantadora que  es difícil resistirse a la historia que nos cuenta.

Dos niños son los protagonistas, Christie y Barnaby  Gaunt, niños, que, aparentemente, siguen las normas tópicas establecidas en cuanto a niños traviesos; sin embargo, una vez llegan a la Isla para tener sus vacaciones, la autora se desmarca y va introduciendo poco a poco elementos que llaman la atención sobre una situación no tan típica; por ejemplo, cuando el sargento Coulter conoce a Barnaby:

“El sargento Coulter sonrió al recordar la admiración en los ojos del chico. Todos los niños querían ser Montados.

Pero la sonrisa se desvaneció casi al instante. A aquel niño le pasaba algo grave, estaba seguro. No era solo que estuviera asustado. Parecía casi demente, y esa expresión en su rostro cuando preguntó por su tío…

¿De qué se trataba? ¿Dónde lo había visto antes? Su mente de avezado sabueso le daba vueltas y más vueltas. Entonces todo encajó y se acordó. Era la misma mirada que exhibe el prisionero recién librado de la horca.”

El tercer protagonista, aunque parezca mentira es Una Oreja, un puma al que los niños conocerán y que será parte esencial de su historia. O’Grady no duda en añadir su propio hilo de pensamiento, un punto de vista que le sirve para resaltar la crueldad inherente en el ser humano:

“Dondequiera que fuese, lo perseguirían. Colocó su gran cabeza sobre las patas extendidas y parpadeó cansinamente. Tenía una vieja cicatriz, del tamaño del puño de un hombre, justo encima de la articulación de su enorme hombro. Los humanos. ¡Ellos le habían hecho eso! Junto con los perros, los humanos eran lo que más odiaba en el mundo. Profundamente corrompidos, ¡todos ellos! ¿Perseguían los pumas a los hombres con armas y perros? ¿Acorralarían cuarenta pumas a un hombre, lo herirían, y lo despedazarían si tuvieran oportunidad de hacerlo?”

La relación entre los dos niños es simplemente genial, sus diálogos destilan todo tipo de detalles y son utilizados por la escritora para desarrollar poco a poco el problema con el tío de Barnaby,  partiendo de un hecho común pero le da la vuelta para mostrarnos el grado de perversidad del tío:

“-Me pega.

-Vaya, no me digas –se burló Christie-. A muchos niños les dan azotes. Mi madre me da bien fuerte si no me porto bien.

-¡No lo entiendes! ¡Solo me azota si me porto bien! Si soy malo me hace regalos. Está loco y nadie lo sabe excepto yo. Es la verdad, Christie, solo me pega si soy bueno.

Hizo una pausa y añadió con tristeza:

-No me pega muy a menudo.”

En otro de esos diálogos memorables nos muestra una faceta más, pero está unida a los niños que se comportan con una frialdad que va más allá de su inocencia; el tío es tal amenaza que solo existe una solución a dicho problema:

“Christie se quedó pensativa, entornó los ojos y apretó los labios en una fina línea.

-Bueno –dijo finalmente-, para empezar, deja de comportarte como un bebé. Si es tan malo como dices, y que conste, Barnaby Gaunt, que no estoy diciendo que me crea todo lo que dices porque siempre lo exageras todo, pero si es tan malo, solo nos queda una opción.

-¿Y cuál es? ¿Qué vamos a hacer, Christie? ¡Haré lo que sea!

-Tendremos que asesinarlo a él primero –dijo Christie.”

Con toda esta puesta en escena basada en el punto de vista de los niños solo falta que haga su aparición el villano; su aparición engaña al resto de adultos, pero no así a los niños:

“Barnaby levantó la mirada hacia el rostro de su tío, pero se detuvo a la altura de la boca, que parecía una cuchilla. No se atrevía a mirar los ojos que había tras las gafas oscuras.

Tío tenía ojos de demente.

Tío, por supuesto, lo sabía, y por eso siempre llevaba gafas oscuras.

Mientras se alejaba, Barnaby inhaló y exhaló profunda, lentamente. Tío no había cambiado en absoluto.”

En todo este cóctel maravilloso solo falta algo: lo sobrenatural, o, al menos la apariencia de ello; y curiosamente toma como referencia al sargento Coulter, que servirá para ligar toda la historia a la posible existencia de fenómenos mágicos; esto cargará al cuento de un onirismo que nos lleva a lo gótico de manera indefectible:

“Los borrachos, asesinos, falsificados o estafadores no lo perturbaban lo más mínimo, pero era pensar en ellos y se le ponía la carne de gallina.

Uno casi llegaba a creer en las leyendas sobre la luna llena, los aquelarres de las brujas, las misas negras y las balas de plata para los corazones de los hombres lobo. Los crímenes que habían cometido algunos eran casi inconcebibles, y aun así no se los podía juzgar. Encarcelados a disposición de Su Majestad. Todo aquello tenía una apariencia ligeramente medieval.”

A partir de ahí todo se desencadenará, un juego macabro de los niños (y el puma) con el tío; un juego en el que tiene que haber víctimas por lo extremo de la situación; el final, cargado de tensión, es inimaginable y crudísimo en su conclusión; el tío recuerda por su aire mítico y por su oscuridad al inolvidable protagonista de “La noche del cazador”. Hay tantos detalles cargados de protervia y sangre fría que hacen que, desde luego, sea una novela para adultos por su maldad. A veces nada es lo que parece y las situaciones extremas llevan a decisiones extremas que quizá no esperábamos.

Impresionante, no he puesto ningún texto del final, cada lector debe descubrirlo por sí mismo.

Los textos provienen de la traducción del inglés de Raquel Vicedo de “Matemos al tío” de Rohan O’Grady en la edición de Impedimenta.

“Hipérbole y media” de Allie Brosh. Tragicomedia (aparentemente) inocente

Allie Brosh decidió un buen día llevar a cabo la ”pésima”  idea de “escribir y dibujar cosas y colgarlas en Internet”; el resultado fue la creación de un blog extremadamente original y divertido que se hizo muy famoso, el nombre del blog era “Hipérbole y media”; en el 2013, en vista del éxito del blog decidió pasar varios de sus posts a libro con el maravilloso subtítulo: “situaciones desafortunadas, maneras equivocadas de solucionar problemas, caos y otras cosas que pasan”.

No pocas virtudes tiene el libro (y el blog) que explican el fenómeno; en primer lugar la elección del dibujo:

hiperbole

Las ilustraciones son sencillas, para nada requieren una elaboración muy grande; en pocos trazos y con un uso más bien limitado de colores transmiten una inocencia y una simplicidad que, a veces no tienen nada que ver con el texto que está mencionando.

Es fundamental el uso del humor del que hace gala, en dos vertientes, primero el que surge de la observación; Brosh en el siguiente párrafo refleja a la perfección lo que siente un niño cuando le niegan tomarse un pastel e intenta buscar la forma de comérselo por encima de cualquier prohibición:

“Me lo comí entero. Recuero que en un momento dado fui dolosamente consciente de la opresiva saturación que crecía en mi interior, pero seguí comiendo por una mezcla de tozudez y rencor. Nadie podía decirme que no me comiera el pastel entero –ni mamá, ni Santa Claus, ni Dios-, nadie. Era mi pastel y todos se podrían ir a la mierda.”

La otra vertiente es más relativa al humor absurdo, muchas veces aplicado a los consejos que da a los animales, muy en particular a los perros, a los que atribuye cualidades humanas; el siguiente caso con un perro apretando varias veces un juguete se ajusta a este patrón:

Hiperbolemedia“Apretar el juguete que pita durante tres horas seguidas mientras estás tirada en el suelo ni siquiera es técnicamente un juego, pero vosotras creéis que sí y por eso ya no podéis tener juguetes que hagan ruido.

La lección importante a extraer de este tema es que se debe practicar la moderación en todo lo que hagáis, incluso mordisquear los juguetes que al apretarlos pitan. Si sentís impulso de hacer algo muchas veces, hacedlo solo una décima parte de las veces que tenéis ganas de hacerlo.”

No se acaban aquí las excelencias de la autora, falta aquello por lo que se diferenció: el tratamiento psicológico que hizo de diferentes asuntos, por ejemplo la depresión. Su tratamiento racionalizado, mezclado con humor y la combinación con los dibujos aparentemente inocentes eran un cóctel explosivo que convertía la obra en una tierna tragicomedia ciertamente deliciosa; solo hay que ver su descripción de la depresión para rendirse ante el novedoso tratamiento empleado:

“Es muy frustrante sentirse triste sin motivo. La tristeza puede ser casi placenteramente indulgente cuando está justificada. Puedes escuchar canciones tristes e imaginar que eres el protagonista de alguna película dramática. Puedes mirar por la ventana mientras lloras y pensar: “Es todo tan triste. No puedo creer lo triste que es mi situación. Apuesto a que una recreación de mi tristeza haría que todo el público del cine acabara bañado en lágrimas.”

Pero mi tristeza carecía de propósito. Escuchar música triste e imaginarme como la protagonista de un drama me hacía sentir extraña porque no acababa de hacerme a la idea de una película en la que la protagonista está triste sin motivo.”

Incluso para ir describiendo la evolución de la depresión:

“Al principio intentaba explicarles que ya no era negatividad ni tristeza, sino más bien una niebla distante y sin sentido en la que no sientes nada por nada –ni siquiera por las cosas que amas, ni por las divertidas- y te sientes aburrida y sola de un modo horrible, pero puesto que has perdido tu habilidad para conectar con todas las cosas que habitualmente te harían sentir menos aburrida y sola, estás atrapada en el vacío aburrido, solitario y sin sentido sin nada que te distraiga de lo aburrido, solitario y sin sentido que es.” 

¡Y cómo no es tan fácil salir de ella!, es capaz de extrapolarlo a sus períodos felices de juventud y refleja su incapacidad ante esta situación:

“Pero de mayor se volvió cada vez más difícil acceder a aquel gran espacio de mi imaginación que hacía que mis juguetes fueran divertidos. Recuerdo haberlos mirado y haberme sentido frustrada y confundida porque las cosas ya no fueran como antes.”

La memoria, el recuerdo, no sirve en esta situación como refugio ni para recuperarse de la sensación depresiva. La descripción de todo el proceso depresivo es cristalina, con prosa sencilla pero demoledora en lo que cuenta.

En el capítulo dedicado a sus “Pensamientos y sentimientos” tenemos nuevos alardes de su creatividad, en este caso para definir sus reglas inconscientes:

“Tengo una serie de reglas inconscientes sobre cómo debería funcionar la realidad. No las desarrollé a propósito, y la mayoría de ellas no tienen sentido –lo que resulta preocupante, sobre todo si se tiene en cuenta que su objetivo es gobernar el comportamiento de la realidad-, pero existen y juegan un papel importante a la hora de determinar cómo reacciono ante las cosas que me pasan. Tan importante, de hecho, que la mayoría de mis sentimientos son una reacción al hecho de que la realidad no se ajuste a mi arbitraria lista de reglas.”

Lo que la lleva a reflejar a continuación su necesidad de sorprenderse ante lo que le ofrece la vida. Sí podemos hablar  de sinceridad a la hora de escribir, una sinceridad que te deforma y que reconoces más palpable en tu propia vida. Es esta empatización con el lector otra de las razones para su triunfo: sabe expresar inigualablemente lo que nos ha sucedido alguna vez y lo compensa con su dibujo de estética “naif”:

“Parece que paso mucho tiempo sintiéndome vagamente decepcionada por cosas que no son decepcionantes. Sin embargo, parecen decepcionantes porque siempre quiero que las cosas me impresionen o sorprendan. Me produce placer encontrar cosas excepcionales de forma inesperada. Incluso si la cosa en sí no me gusta, me sigue produciendo un subidón descubrir que algo es malo de verdad. Si estuviera herida y desangrándome, pero la cantidad de sangre fuera sorprendente, me sentiría casi animada al verla. Me gusta tanto que las cosas me impresionen que busco esa sensación activamente.”

Creo, sinceramente, que está tragicomedia aderezada con dibujos no puede dejar a nadie indiferente; te hace reír, te hace sufrir y, sobre todo, te ayuda a vivir. No hay que perdérselo.

“Al pensar en hacer buenas obras te sientes casi como si las hicieras. Disfruto de todas las buenas sensaciones sin ninguno de los inconvenientes. Es repugnante lo orgullosa que estoy de mí misma por cosas que nunca he hecho.”

¡Genial! ¿O no?

Los textos provienen de la traducción de la traducción del inglés de Joan Eloi Roca de  “Hipérbole y media” de Allie Brosh para Principal de los Libros.

Resumen Noviembre 2014. Compromisos para el siguiente mes

Es indudable que Gaddis y sus “Reconocimientos” han causado un alud en mis lecturas mensuales, he tenido que dedicarle mucho tiempo (tiempo muy valioso porque la obra lo merece) y esto ha lastrado el resto de lecturas posibles; a pesar de todo estoy bastante orgulloso de comprobar que he logrado leer nada más y nada menos que dieciséis libros, que paso a comentar brevemente, de varios de ellos tenéis la reseña anexada:

“Valle-Inclán y el insólito caso del hombre con rayos X en los ojos” de varios autores, no pude empezar mejor con una de estas pequeñas joyitas que saca La Felguera. No falta nada, Houdini, Valle-Inclán, fenómenos extraños y muy buen hacer.

“Carta de Lord Chandos” de Hugo Von Hofmannsthal, me recomendaron leerlo mientras escuchaba a Messiaen y similares y, en efecto, funciona a la maravilla, un maridaje excelso y enriquecedor. Me falta otra lectura por llegar de este estilo.

“¿Por qué manda Occidente… por ahora?” de Ian Morris, un pequeño dinosaurio lleno de buen hacer y muchas páginas, una premisa fabulosa, un buen desarrollo y un final un poco a destiempo, una grandísima lectura.

“Las mejores 50 arias de Verdi” de Arturo Reverter, estamos ante un libro imprescindible para todo buen aficionado a la ópera, y más particularmente a Verdi.

“La tumba” de Jim Butcher, el tercer volumen de la saga del inspector de lo paranormal da lo de costumbre y suele funcionar bastante bien, es una mezcla que a mí particularmente me encanta, lo sobrenatural y lo noir.

“Sobre la crítica literaria” de Marcel Reich-Ranicki, un clásico de la crítica alemana, una obra capital para entender el papel de la crítica ayer y hoy en día.

“Mataré a vuestros muertos” de Daniel Ausente, Daniel sabe exactamente lo que hay que hacer para crear una novela pulp hoy en día. ¡Cuánta diversión!

“El futuro del alma” de Eva Illouz, dos discursos de la marroquí que me sirven para descubrirla y comprobar nuevas posibilidades críticas. Más centradas en Estudios Culturales.

“La escuela nocturna” de Noel Ceballos, Noel deja un rato el blog y se dedica crear una conspiración en el Madrid de principios del siglo XX. Buen pulp.

“Una bala para Dios y otra para el Diablo” de Guillermo Zapata, una historia que podría haber firmado perfectamente Joss Whedon para su Buffy.

“La glándula de Ícaro” de Anna Starobinets, nueva remesa de relatos de la rusa que vuelve a la senda de la magnífica “Una edad difícil”, ciencia ficción y terror, mezclados con todas las obsesiones habituales de la escritora. Una recopilación fantástica.

“El caballero” de Jim Butcher, la cuarta entrega se acerca al ideal del trabajo, evolución de los personajes, un aprovechamiento de cada una de las subtramas, la aparición del mundo de las hadas y acción a raudales. De lo mejor de la serie.

“Máscaras de muerte” de Jim Butcher, cierta relajación pero manteniendo el entretenimiento habitual.

“Clases de baile para mayores” de Bohumil Hrabal, pequeña delicia que nos trae Nórdica para que conozcamos al escritor checo. Funciona muy bien casi desde cualquier perspectiva: estilo, fondo y humor.

“Antología de relatos japoneses. Tres maestros de la literatura” de Varios autores, recopilación de relatos de Ryūnosuke Akutagawa, Kenji Miyazawa y Osamu Dazai, tres clásicos japoneses con diferentes temáticas aunque la perspectiva fantástica está muy presente. Me encanta todas estas cositas que saca esta editorial.

“Lobezno Origen” de Paul Jenkins y Andy Kubert, relectura que vuelve a demostrar que, si quitamos el dibujo de Kubert y ese entintado… nos queda una historia más bien floja, a pesar de alguna sorpresa interesante.

No puede faltar la foto de compras de la última vez que fui a ver a mi insigne librero.

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Y este mes voy a intentar algo distinto, es una prueba piloto para ver si podré realizarlo el año que viene en el que ya tengo claro que quiero centrarme más en mi proyecto literario y en novela negra/terror. Voy a poner una foto tentativa de los libros que pretendo leerme el siguiente mes. Me vais a poder regañar si no lo cumplo, aunque es cierto que se puede romper por mil motivos. De hecho este mes… la extensión del Gaddis ha causado un retraso que será difícil de cumplir, veremos si es posible.

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¿Qué os parece la tentativa? ¿Me he pasado? ¿Os gusta la selección? Creo que me ha salido bastante equilibrada. Ya aviso que me estoy retrasando un poco para empezar el mes…. 😉

“Sobre la crítica literaria” de Marcel Reich-Ranicki. Crítica de ayer, crítica de hoy

elm_reich_cubdilve_a6913fa30a5b824197b37e49adeeb953Pequeños libros, en ocasiones, pueden encerrar grandes tesoros. Tal es el caso de “Sobre la crítica literaria”, el ensayo del crítico polaco Marcel Reich-Ranicki (1920- 2013) que se acaba de publicar recogiendo sus reflexiones sobre la crítica literaria alemana; para los que no le conozcan, en una de las solapas del libro editado por Elba aclara su figura: “destacado crítico literario y escritor de origen judeo-polaco y superviviente del gueto de Varsovia, era conocido como “el Papa de la literatura alemana”. Fue durante varios años director de las páginas literarias del diario Frankfurter Allgemeine Zeitung, aunque su mayor influencia la logró desde el programa de televisión El cuarteto literario, con el que contribuyó a impulsar el éxito internacional de escritores como Javier Marías o Cees Nooteboom.

Los juicios de Reich-Ranicki eran temidos por editores y escritores, y cuando se trataba de escritores consagrados, como Günter Grass o Martin Walwe, solían desatar grandes polémicas.”

En cuanto al contenido que podemos encontrar, los propios editores nos lo indican en una nota:

“El presente ensayo fue escrito en 1970 como introducción a una antología de críticas de Marcel Reich-Ranicki titulada Latuer Verrisse (algo así como Críticas demoledoras y nada más). Dicho libro reunía reseñas y ensayos acerca de Günter Eich, Hans Magnus Enzensberger, Günter Grass, Peter Härtling, Günter Kunert, Anna Seghers, Martin Walser y Peter Weiss, entre otros autores. […] Únicamente se han suprimido los dos primeros párrafos, que concernían a la selección y al objeto del volumen Lauter Verrisse.”

Este ensayo viene complementado por otro pequeño ensayo que relaciona “Crítica y negatividad” al respecto de la labor de Reich-Ranicki a cargo de Ignacio Echeverría que, siendo interesante, no me voy a detener en él. Bastante podemos desgranar del primero; llama a la relectura con locura, sobre todo para aquellos que, como yo, nos hemos introducido humildemente en dichas sendas.

En los primeros apartados Reich-Ranicki se centra especialmente en las particularidades de la crítica alemana; relacionándola con el contexto histórico: la unificación alemana ahonda en la visión ciertamente negativa que se le otorga a los críticos literarios:

“[…] dicha hostilidad fue aún en aumento porque “el trauma de la unidad y la unificación alemanas […] advierte debilidad en aquella pluralidad que conduce a la formación de la voluntad democrática. Quien critica viola el tabú de la unidad, que tiende a la organización totalitaria. El crítico se divide y se convierte, en la retórica totalitaria, en un disidente.”

Más específica aún es la semántica asociada a la palabra ‘criticar’ en Alemania; es imposible que, en este caso, se acerque al significado mucho más extendido (y a veces constructivo) que pueda tener dicho término:

“Porque, al contrario de lo que ocurre en las principales lenguas europeas, en alemán la palabra criticar no significa por lo común ‘discernir, examinar, analizar evaluar o dictaminar’, sino que tiene un sentido exclusivamente peyorativo o, cuando menos, un tono inequívocamente despectivo. Se confunde “evaluar” con “devaluar”, y “emitir un juicio”, con “dictar una condena.”

De ahí que críticos como Lessing (y el propio Reich-Ranicki) hayan tenido que hacer apología de dicha labor desde tiempos bien lejanos; un reconocimiento mucho más difícil en un país como el germano:

“Es razonable que Lessing se viera obligado a hacer un firme alegato en favor de la crítica como institución, a defenderla y a luchar por su reconocimiento. Más curioso y digno de atención, no obstante, parece la circunstancia de que, al cabo de los siglos, también en este sentido su figura siga siendo ejemplar: y es que la historia de la crítica literaria alemana es la historia de la lucha por su reconocimiento.”

A partir de entonces, aunque las conclusiones las aplique a su contexto, ciertamente podemos extenderlas a nuestra situación, claro que con una diferencia primordial, la crítica y la labor crítica, en general, han sido mucho más tenidas en cuenta en aquel país que en el nuestro y no debemos perder dicha perspectiva;  el polaco no duda en transitar uno de los lugares comunes de la crítica, “languidece y se consume”; posiblemente ahora lo vería incluso peor, pero no debemos olvidar que este discurso se lleva repitiendo desde siempre:

“La crítica literaria alemana es mala. Atraviesa por una grave crisis, languidece y se consume lentamente. Su estado deplorable es manifiesto; su declive, aterrador; su nivel, tan bajo que resulta ya imposible de disimular. Eso es al menos lo que se dice hoy. Pero ¿sólo hoy?”

Lo bueno de partir de este lugar común es que luego da las causas que originan esa percepción negativa. Una de estas causas viene parafraseada por el polaco de la tesis de Georg Lukács:

“Georg Lukács, el cual, después de un montón de consideraciones complicadas y eruditas, desconcierta a los lectores de su tratado sobre “El escritor y la crítica” con una tesis tan simple como iluminadora, a saber: “En general, para el escritor una “buena” crítica es aquella que lo elogia a él o censura a sus rivales; una “mala” crítica, la que le reprocha algo a él o favorece a sus rivales.”

Esto es tan real como la vida misma y lo he vivido en mis carnes…. sobre todo cuando hago una crítica negativa; afortunadamente, Reich-Ranicki toca todos los palos y descarga responsabilidad al referirse a la posible subjetividad que pueda tener el crítico:

“Puesto que “no existe ninguna ciencia que enseñe a juzgar de manera puramente objetiva y universal”, la crítica, de acuerdo con su esencia, está necesariamente obligada a ser individual y a contener siempre un elemento subjetivo.”

Es inevitable que existan elementos subjetivos, que los haya no restan validez a dicha crítica; si es negativo sin embargo que una crítica resulte oscura, deliberadamente complicada o no entendible; este alegato por el análisis y la claridad es todo un manifiesto sobre cómo hacer crítica literaria, sobre todo si le sumamos otra idea que usa a continuación:

“Pero allí donde se prefiere el crepúsculo y lo misterioso a la claridad y la templanza, allí donde se confía más en el conjuro que en el análisis, allí donde se aprecia sobre todo a los pensadores cuando escriben poesía, y a los poetas cuando no piensan, allí donde, por otra parte, existe una obstinada debilidad por los abstruso y lo confuso, por cuando es profundo o, mejor dicho, por cuanto parece profundo, es evidente que no puede haber lugar para la crítica, allí la crítica no puede por menos de parecer algo molesto e indecente.”

Esta segunda idea que, junto a lo anterior, suponen mi ideal de crítico, tiene que ver con el carácter pedagógico:

“Y de la socorrida comparación del crítico con un pedante que se dedica a dar lecciones –lo cual, ya puestos, no es lo peor que puede ocurrirle a un crítico-, sólo se libran, por lo que veo, aquellos que prefieren evitar la valoración o bien, por el contrario, cifrar de tal modo los juicios de valor que el desciframiento en sí entraña ya un arte específico. Anotemos de pasada que toda crítica, abierta o camuflada, alberga también por supuesto una intención pedagógica. Forma parte del oficio desde tiempos inmemoriales.”

Sorprende mucho esto si tenemos en cuenta que el escritor fue bien conocido por sus juicios ciertamente demoledores, incluso en el caso de los consagrados; no exime de error a un crítico, más bien defiende el derecho a equivocarse, poniéndolo por encima de una de las peores plagas de la labor crítica: el elogio entre escritores realizando “aparentes labores críticas”:

“Los errores de la crítica”, escribió en 1755 Nicolai, “no son ni de lejos tan dañinos como los elogios que se prodigan los autores entre ellos”.

El mismo mal objetan los críticos antes mencionados a la crítica literaria de nuestro siglo. Tucholsky habla indignado y con desdén de las “sociedades de seguros mutuos del elogio”. Musil se queja en 1933 de que “se ha dejado la crítica de libros en manos de gran parte de literatos que se elogian entre sí.”

Esto, como podéis comprobar se sigue produciendo hoy en día, si le sumamos la afinidad de ciertos periódicos a según qué publicaciones, estamos hablando, ni más ni menos, de nuestra situación crítica.

Habida cuenta de la importancia cada vez menor de un crítico literario en la actualidad; lo único que le queda al crítico es una pequeña capacidad de influencia de que ya era consciente el propio Reich-Ranicki.

“Existe la costumbre de culpar a los críticos de asesinatos literarios. Pero deberíamos guardarnos de considerar asesinos a aquellos entre cuyas obligaciones figuran diagnosticar epidemias y expedir partidas de defunción. Pero promover o impedir la circulación de bestsellers no atañe al crítico (eso es competencia de otro gremio): el crítico sólo está en situación de alentar y suscitar, de favorecer y acelerar y, por supuesto, también de impedir procesos de comprensión y descubrimientos.”

Cada vez que un lector de mi blog me dice que ha leído a un autor por mí, siento que esta pequeña influencia ha conseguido algo grande; gracias a ello, a lo mejor hay algún lector más de Joyce Carol Oates o de Thomas Pynchon y me siento totalmente realizado en mi pequeño ámbito. No puedo estar más de acuerdo con el polaco.

“Ojalá este libro se entienda como una aportación al debate sobre la literatura y la crítica alemanas de estos años, y como una defensa de aquella negación detrás de la cual no se esconde más que una afirmación rotunda, tal vez incluso apasionada.”

Esta última frase, con la que se cierra el ensayo, refleja la simple pretensión de un clarividente Marcel Reich-Ranicki;  el texto funciona como apología de la crítica en general y, al mismo tiempo, refleja una situación histórica en particular, la alemana; pero, sobre todo, nos hallamos ante un texto indispensable sobre la labor de la crítica en la sociedad.

Los textos provienen de la traducción de Juan de Sola de  “Sobre la crítica literaria” de Marcel Reich-Renicki  editado por Elba.

“¿Por qué manda Occidente…. por ahora?” de Ian Morris. Un final deslucido ante un trabajo monumental

Occidente_frontaldilveLas expectativas que tenía hace unos meses se van cumpliendo, al menos en cuanto a la calidad que se podía esperar de las obras que voy leyendo. Había mucho que esperar del tercer título de la colección Ático Historia de la editorial Ático libros por varios motivos: calidad de los dos volúmenes anteriores (los  reseñé por aquí y aquí), por el gusto exquisito de las ediciones, por las buenas traducciones y, en este caso, además, por el tema tratado en la obra “¿Por qué manda Occidente… por ahora?” por el británico Ian Morris, todo un reto, un desafío cargado de incógnitas. Las expectativas se han visto cumplidas en su mayoría, aunque también he encontrado un “pero” importante que explicaré a continuación.

La introducción del catedrático le sirve para establecer  las reglas que va a poner en juego para tamaña gesta:

“Y punto. Fin de la historia.

Excepto, claro está, que es no es el fin de la historia. Solamente lleva a otra pregunta: ¿por qué tenía Occidente la ametralladora Maxim y el resto del mundo no? Esta es la primera pregunta que pienso abordar, porque la respuesta nos dará la clave de por qué Occidente sigue mandando hoy en día. A continuación, respuesta en mano, podremos hacernos una segunda pregunta. Cuando la gente se plantea las causas del dominio de Occidente, la mayor parte de las veces lo que quiere saber es si esta hegemonía durará mucho, y si es así, cuánto tiempo y bajo qué condiciones. En resumen: ¿qué pasará en el futuro?”

Se puede adivinar que su idea es estudiar el porqué de algunos eventos pasados que le ayudarán a ver lo que puede deparar el futuro; en este camino desarma las teorías vigentes, la de los partidarios del azar moderno y, sobre todo, las de los partidarios del destino antiguo:

“La idea unificadora que subyace en las teorías de los “antiguos” es que desde tiempos remotos existe un factor esencial que ha diferenciado  a Oriente y Occidente de forma total y absoluta, y que ha sido determinante para que la revolución industrial tuviera lugar en Occidente. Los defensores de esta teoría, sin embargo, están en ferviente desacuerdo sobre cuál es ese factor y cuándo empezó a operar. Algunos ponen el acento en las fuerzas materiales, como el clima, la topografía o los recursos naturales; otros señalan aspectos más intangibles, como la cultura, la política o la religión.”

Desde luego no está a favor de esa predestinación y una simple especulación le sirve para demostrar lo infundado de dicha teoría:

“Quizá debamos dejar a un lado la vieja pregunta y hacernos otra nueva: no por qué manda Occidente, sino si es verdad todavía que Occidente manda. Si la respuesta es no, entonces todas las teorías de un destino antiguo que cimientan la explicación del dominio de Occidente en razones arraigadas en un pasado histórico no tienen mucho sentido, especialmente si creemos que Occidente ya no gobierna el mundo.”

Esto le sirve para plantearse una perspectiva distinta como indica en la siguiente afirmación:

“El hecho de que tantos expertos distintos puedan llegar a conclusiones tan dispares indica que algo no cuadra en cómo se ha abordado el problema. En este libro sostengo que tanto los defensores de las teorías de un destino antiguo como los que abogan por el azar moderno no han comprendido correctamente la forma de la historia, y por lo tanto solo han llegado a conclusiones parciales y contradictorias. Lo que necesitamos, en mi opinión, es una perspectiva distinta.”

Lo novedoso de dicha nueva perspectiva es, precisamente, que se remonta a los orígenes de la humanidad, entender lo que ha sucedido desde nuestros ancestros nos debería llevar, en su opinión, a predecir, de alguna manera el devenir de los tiempos futuros:

“Lo único que podemos hacer para resolver el debate es analizar los periodos anteriores y tratar de establecer la forma de la historia desde un punto de vista general. Solo entonces, con un punto de partida previamente establecido, podremos debatir acerca de por qué las cosas sucedieron como lo hicieron y llegar a alguna conclusión.”

En esa teoría realiza la invención de lo que él denomina Índice de desarrollo social, un valor matemático que calculará independientemente para Occidente y Oriente y que calculará con una suma de factores que él considera indispensables para medir este desarrollo social de la civilización: Captura de energía, urbanización, tecnología de la información y capacidad bélica.

Este índice lo utilizará en cada uno de los epígrafes en los que se divide el libro y, de esta manera, explicará cada uno de los cambios que se produzcan según sus cálculos.

Sin embargo, antes de esto, en la misma introducción desarrolla dos conceptos muy creativos y que le servirán para hilar acontecimientos; el primero de ellos es muy ingenioso, ya que utiliza una frase del escritor de ciencia ficción Robert Heinlein:

“El gran escritor de ciencia ficción Robert Heinlein sugirió una vez que “el progreso lo provocan los hombres perezosos en busca de maneras más fáciles de hacer las cosas. “ […] Pero si lo pulimos un poco, creo que el punto de vista de Heinlein se convierte en un acertado resumen, tan bueno como cualquier otro, de las causas del cambio social. De hecho a medida que avancemos por este libro empezaré a mencionar una versión menos sucinta de este aforismo y lo bautizaré como mi propio “teorema de Morris”: “El cambio se debe a la gente perezosa, cobarde y codiciosa que busca maneras más fáciles, rentables y seguras de hacer las cosas. Y raramente sabe lo que hace.” La historia nos enseña que cuando la situación apremia, el cambio despega como un cohete.”

El Teorema de Morris establece entonces que los cambios se suelen deber a “gente perezosa, cobarde y codiciosa que buscan maneras más fáciles, rentables y seguras de hacer las cosas.” Otra de las grandes ideas que utilizará lo denomina paradoja del desarrollo y define, ni más ni menos, que la marcha de nuestras vidas, nunca cesan los problemas, más bien se generan nuevos después de un éxito:

“Pero este no es el punto final de nuestra historia, porque si la gente tiene éxito en su propósito de extraer energía de su entorno y reproducirse, su actividad desembocará inevitablemente en más presión sobre los recursos de los que dispone (recursos materiales y también intelectuales y sociales). Paradójicamente, entonces, es el auge del desarrollo social el que genera las fuerzas que impiden un crecimiento social aún mayor. A este fenómeno lo he bautizado como “paradoja del desarrollo”. El éxito da lugar a nuevos problemas; al solucionarlos, se crean otros problemas nuevos. La vida, como suele decirse, es un valle de lágrimas.”

Según van pasando los capítulos Morris (apoyado por su equipo) utiliza el índice de desarrollo social como hilo conductor y partir del resultado intenta deducirlo mediante las herramientas mencionadas (y va),  añadiendo otras que explican dichos cambios. Es muy importante mencionar, a raíz de que Oriente se ponga delante de Occidente en el siglo VI, la influencia innegable de uno de los factores que sacará a colación en varias ocasiones: la geografía:

“¿Por qué Oriente se puso por delante en el siglo VI? ¿Y por qué su puntuación de desarrollo social ascendió tan rápido durante el siguiente medio milenio mientras Occidente se quedaba cada vez más rezagado? Estas preguntas son cruciales para explicar por qué manda hoy occidente, y al intentar darles respuesta en este capítulo encontraremos un nutrido reparto de héroes y villanos, de genios e idiotas. Tras todo el ruido y la furia, sin embargo, encontraremos el mismo sencillo hecho que ha marcado la diferencia entre Oriente y Occidente a lo largo de la historia: la geografía.”

Morris desarrolla sucesivamente cada uno de los capítulos con una prosa muy clara y una mezcla de conceptos bien llevados que hacen que la lectura sea ligera a pesar de los temas tratados y de la densidad de información. El culmen se produce con la llegada de uno de los hechos más importantes para el aumento del índice del desarrollo social: la Revolución industrial:

“Boulton y sus competidores habían abierto la caja de Pandora de la captura de energía. Aunque su revolución tardó varias décadas en desarrollarse por completo (en 1800 los fabricantes británicos todavía generaban tres veces  más energía a partir de ruedas hidráulicas que por motores de vapor), fue de todos modos la mayor y más rápida transformación acaecida en la historia del mundo. En tres generaciones los cambios tecnológicos destrozaron el techo duro del nivel del desarrollo. […] Los combustibles fósiles hicieron posible lo imposible.”

Y su consiguiente segunda revolución con la entrada del petróleo y la mezcla consistente de ciencia tecnología:

“Alemania y Estados Unidos lideraron lo que los historiadores a menudo denominan la segunda revolución industrial, consistente en aplicar de forma más sistemática la ciencia a la tecnología. Pronto hicieron que las gestas de Phileas Fogg parecieran arcaicas y convirtieron el siglo XX en una era de petróleo, automóviles y aviones.”

Es a partir del capítulo “ …Por ahora”, el último epígrafe, cuando llega el “pero” que indiqué anteriormente y que hace que la obra no sea redonda del todo.  Solo tenemos que leer el siguiente párrafo:

“Aquí es donde todos los pronósticos que comenté en la sección anterior se desmoronan. Todos extrapolan el presente al futuro próximo y todos –como es normal- concluyen que el futuro será más o menos como el presente pero con una China más rica. Si en lugar de limitarnos a eso traemos a colación todo el peso de la historia –es decir, si hablamos con el espíritu de las navidades pasadas- nos vemos obligados a reconocer que el aumento del nivel de desarrollo social que se va a producir no tiene precedentes.”

De pronto, él mismo desmonta sus teorías, aquellas que ha desarrollado razonablemente durante más de 600 páginas para decir que mira, que a lo mejor  es imprevisible lo que va a suceder y lo fundamenta en un aumento exponencial del índice del desarrollo social y en el comportamiento imprevisible del hombre:

“El cambio climático no es lineal: todo está interconectado y los fenómenos se retroalimentan de modos tan complejos y desconcertantes que resultan imposibles de prever. Habrá momentos críticos en los que el clima cambiará abrupta e irreversiblemente, pero no sabemos cuándo serán ni qué sucederá cuando llegue ese momento.

Y la más aterradora de las cosas que aún no sabemos es cómo reaccionarán los humanos.”

Lo que le lleva a lo siguiente:

“Y ahí radica la ironía más profunda: contestar a la primera pregunta de este libro (por qué manda Occidente) responde también en buena parte la segunda (qué pasará en el futuro próximo), pero esa segunda respuesta a la segunda pregunta desposee a la primera de casi toda su trascendencia. Ver lo que nos aguarda revela lo que quizá debería haber sido obvio desde hace tiempo: que la historia que realmente importa no es sobre Oriente, Occidente o cualquier otra subsección de la humanidad. La historia que importa es global y evolutiva y explica cómo pasamos de organismos de una sola célula a la Singularidad.”

Al final, ¿para qué queremos Occidente y Oriente? ¿Quiere esto decir que la premisa de partida en realidad no valía la pena? No sé si buscaba un final efectista para romper los esquemas del lector, esto lo cumple a la perfección; sin embargo la impresión del que lo lee es de incoherencia, obvia elementos mencionados en sus argumentaciones para, de pronto, dejar de tener validez para el futuro. Una lástima, podría haber sido una obra que rozara la perfección.

De todos modos, y a pesar de este extraño final, ciertamente, el esfuerzo del escritor merece la lectura muchísimo; es un camino fabuloso por la historia de la humanidad y con una premisa muy atractiva. Una excelente lectura que no dejo de recomendar.

Los textos provienen de la traducción de la traducción del inglés de Joan Eloi Roca de  “¿Por qué manda Occidente…. por ahora?” de Ian Morris para Ático Libros.

“Las 50 mejores arias de Verdi” de Arturo Reverter. Más que lectura, experiencia musical

50ariasCon motivo del bicentenario de Verdi que tuvo lugar el año pasado, Alianza Editorial, gracias a la figura del crítico musical Arturo Reverter, lanzó este compendio que incluye las 50 mejores arias de Verdi según el autor; a priori, reunía todos los ingredientes que a un buen aficionado de ópera podría buscar; sobre todo si, como es mi caso particular, acompaño la lectura del libro con la atenta audición de cada uno de los momentos mencionados.

Hoy en día, con los medios que se nos ofrecen: youtube, spotify, etc… este tipo de libros se convierten en verdaderas experiencias musicales, más que simples lecturas; me atrevo a asegurar que es imprescindible dedicarle el tiempo necesario para leer las explicaciones del autor al mismo tiempo que se escucha el aria porque es la mejor manera de: primero, entender el carácter  musical gracias al análisis particularizado; segundo, deleitarse con el genio del gran Verdi a la hora de componer música.

Una vez entendida esta parte indispensable, vayamos al  prólogo del propio Reverter para comprobar el objetivo del libro en cuestión:

“¿Qué mejor homenaje se puede hacer a un compositor que estudiar su música y promover su escucha? Esto es lo que pretende el presente libro, en el que se disponen las bases de conocimiento necesarias para empezar a penetrar en los secretos de la escritura de Giuseppe Verdi, de cuyo nacimiento se han cumplido no hace mucho doscientos años. Durante ellos, al menos a partir de 1839, el del estreno de su primera ópera: “Oberto, Conte di San Bonifacio”, la figura del músico de Busetto no ha hecho sino crecer hasta convertirse en una de las más preclaras, trascendentes, influyentes y conocidas del mundo de la ópera. “

En efecto, lo primero, y más fundamental, conseguir que se estudie su música y promover la escucha; más en este caso, ya que estamos hablando de uno de los compositores más conocidos por la mayoría de la gente; se trata, ni más ni menos que de escuchar activamente, el estudio, como muchas veces he dicho, refuerza la ya de por sí excelente música convirtiendo la experiencia en algo aún más sublime.

El punto polémico viene, como no podría ser menos, en la elección de las arias, así como el número escogido, Reverter también se refiere a este asunto en particular en su introducción:

“En cuanto a la selección, el número redondo nos parecía indicado considerando que era suficiente para dar una vívida y fiel imagen, adecuadamente contrastada, del arte del compositor dentro de una dimensión razonable, en busca de un manejo cómodo a la hora de la consulta y de la localización. También, evidentemente, de la extensión de un libro de estas características, que ha de buscar ante todo la máxima claridad, la sencillez expositiva y la incorporación del dato pertinente. ¿Qué criterios hay que seguir en un caso así? Las posibilidades son múltiples.

Si se hubieran elegido las arias buscando la pureza musical, la perfección de la forma, el equilibrio estructural, la profundidad, no estarían incluidas algunas de las páginas más famosas.”

Es evidente que la elección obedece a dos motivos: el de tamaño: el formato estándar del libro no debe superar las alrededor de trescientas páginas para que no se suban los costes; el de la comercialidad: de ahí que este la mencionada aria de Verdi o, incluso una cabaletta como es el caso de “Di quella pira”, o que la mayoría de arias sean conocidas o interpretadas por tenores o sopranos. No vamos a poner más énfasis en el tema, la elección es la que viene y, sinceramente, funciona muy bien por los motivos mencionados  y por otro motivo que diré en la parte final de esta reseña.

Por otro lado, el autor se centra en identificar lo que va a comentar por cada una de las arias en el siguiente párrafo:

“En cada caso se manejan similares elementos de conocimiento, bien que no siempre expuestos de la misma manera o en un idéntico orden: estudio musical riguroso, con ejemplos pentagramáticos adjuntos;  descripción del momento dramático que se vive; aproximación a la psicología del personaje; rememoración de los cantantes que intervinieron en el estreno; valoración del tipo vocal adecuado, al aria en cuestión y a la ópera en la que se inscribe en general; repaso sucinto de los cantantes que, en la historia del fonógrafo, mejor han servido la parte y, en especial, la pieza analizada. No se suelen dar datos relacionados con la discografía, ni referencias numéricas, muchas veces variadas y variables en los catálogos.”

Las arias vienen ordenadas en estricto orden cronológico de  composición de la ópera y en cada una de ellas se empieza con una introducción a dicha ópera: contexto histórico y musical, circunstancias del estreno, intérpretes, etc. El siguiente ejemplo, en el caso de “Macbeth” resulta muy ilustrativo:

“Pero Macbeth, pese a sus carencias, a sus artificios, a sus irregularidades, es una obra apasionante en la que, encontramos páginas de enorme contenido emotivo y musical; como el aria La luce langue, que estudiamos en página vecina. Son, por supuesto, de excelente factura los grandes finales de los actos primero y segundo, y brillantes y tópicos, en la mejor tradición del Verdi guerrero, el coro de los prófugos escoceses y el himno de la victoria que cierra la ópera.

Fuera como fuera, Verdi consiguió hacer verdaderamente algo distinto, nuevo, unitario, de extremada concisión dramática; una ópera experimental, en palabras de Degrada, un drama a lo Séneca releído según los esquemas culturales de moda para unir el mundo de las brujas a las creencias contemporáneas y a las tradiciones populares, fabricando una metáfora horrible y grandiosa de la conciencia atormentada del protagonista. Una especie de intuitiva y sui generis Gesamtkunstwerk wagneriana que establece la unión entre canto, declamación, parlato, gesto escénico; nuevas relaciones entre música y drama. Tenemos aquí la búsqueda del nuevo ideal: “la palabra escénica.”

A continuación se hace el estudio de cada aria o arias que pertenezcan a la ópera mencionada y que merezcan dicho estudio según la selección. En todas ellas se pone el texto en el idioma original (italiano) y se traduce justo al lado de la misma. Después se procede a examinar/analizar con la ayuda de varios pentagramas la descripción exacta del momento musical/dramático, así como de la conjunción música/letra que utiliza Verdi para evolucionar el personaje, en el mismo “Macbeth” vemos uno de estos ejemplos:

“La voz insiste luego en la coda en la palabra cadrá, que representa el anhelo soberano de la dama y también su historia. Los contratiempos de la orquesta, que desarrolla una figura rítmica impetuosa y motora, animan esa parte conclusiva, que es coronada con un brillantísimo si natural agudo.

Esa brillantez también dependerá de la soprano, que habrá de ser evidentemente una dramática de agilidad, en la línea de Odabella de Attila y, sobre todo, de Abigaille de Nabucco –de la que hemos hablado en otro capítulo y de cuyo tipo vocal hemos dado pistas-  que se puede aplicar al personaje de la pérfida Lady Macbeth, que, evolucionada, posee hechuras similares en cuanto a carácter con otras criaturas verdianas, dotadas en cualquier caso de mayores claroscuros, como Azucena de Trovador, Eboli de Don Carlo o Amneris de Aida.”

Por último, y a la luz del tipo de vocalidad necesitada para dicho aria (y dicha ópera), se analizan los intérpretes históricos ponderando especialmente el interés en aquellos que han conseguido la interpretación más adecuada.  En este caso es donde puede cansar un poco más porque, desgraciadamente hay pocos intérpretes ideales para Verdi y siempre aparecen los mismos nombres por la calidad que han atesorado.

Si todavía no he convencido a alguien de leer este libro, me queda una última baza, aquel motivo que mencioné al principio y que saco ahora a colación: la selección ayuda a la apreciación de la evolución musical del compositor en toda su escala, desde las primeras óperas,  más influenciadas por los belcantistas hasta el final de su carrera (con Wagner de fondo) pero con personalidad propia.

Estamos, sin lugar a dudas, ante un libro imprescindible para todo aficionado a la ópera en particular y, por extensión, a la música clásica. No hay que dejar pasar esta oportunidad de vivir una experiencia tan íntima en lo musical.

“Clases de baile para mayores” de Bohumil Hrabal. Un insolente y divertido libertino

ClasesBaileBohumil Hrabal (1914-1997) es un escritor checo cuya obra se caracteriza “por una visión satírica de la realidad y la importancia que confiere a sus aspectos absurdos”. “Considerado uno de los más grandes autores del siglo XX en su lengua por su facilidad narrativa y el uso alternativo del humor y la tragedia en un mismo plano.” Nórdica nos trae ahora una de sus obras emblemáticas, “Clases de bailes para señoras” donde un anciano cuenta sus batallitas a una señorita con todo lujo de detalles.

Para entender su estilo y su forma de escribir me voy a basar en tres fuentes, en primer lugar la opinión del escritor británico Julian Barnes:

“Hrabal es un novelista muy sofisticado, con un gran gusto por el humor y una sutil ternura en los detalles.”

De esta frase hay tres datos importantes a tener en cuenta: sutileza en los detalles, gusto por el humor y lo sofisticado de su propuesta.

Como segunda fuente vamos a utilizar al propio autor que en la novela que me ocupa hoy dice lo siguiente en el prólogo:

“Pienso que las expresiones idiomáticas poco ortodoxas a las que he recurrido en la construcción de Clases de Baile para mayores son necesarias en la misma medida, en la prosa contemporánea se aprecia un deslizamiento en la selección en la figura del héroe. Creo que existe un continuo trasvase entre la lengua coloquial y las jergas, y que un nivel idiomático presupone la existencia del otro. Las jergas, más que la lengua coloquial, tienen un interés en el idioma académico, puesto que se basan en saltarse las reglas establecidas mediante la creatividad, buscando un efecto de sorpresa y singularidad, para cogerte desprevenido.[…]”

Su defensa a ultranza de la jerga idiomática como elemento desestabilizador del orden establecido le ayuda a desplazar la figura de un héroe atípico, como es en este caso el insolente, tierno, divertido anciano que nos cuenta las típicas batallas de los abuelos. La tercera fuente es mi propia experiencia observadora: Hrabal plantea una narración en primera persona que es un flujo continuo de pensamientos, de anécdotas y experiencias que se van sucediendo a lo largo de toda la narración; no utiliza el diálogo, pero se sabe que está narrándoselo a alguien.

A pesar de la apariencia poco amigable (no hay apenas puntos y apartes) la narración avanza con solidez y resulta bastante adictiva ya que Hrabal es capaz de aderezarla con todo tipo de detalles que la enriquecen, tal es el caso de su descripción de lugares en los que nuestro querido anciano ha estado; en ese momento es cuando acentúa el uso de los adjetivos para exaltar el colorido de lugares tan exóticos como Hungría:

“[…] y me fui  a hacer mundo, a Hungría ¡qué delicia!… en Sopron había una hermosa fábrica de cerveza, un edificio rojo y blanco con ventanas verdes como las tirolesas, y todo estaba alicatado, junto a cada una de las ventanas había una escalera de hierro para que los bomberos, en caso de incendio, pudieran subir y bajar con facilidad, como los monos aquellos de Dresde… y Budapest, ¡qué maravilla de ciudad!, una calle blanca con ventanas rojas y otra toda verde con ventanas amarillas; las había azules, doradas y con pintas; incluso durante la guerra se hacía un pan tan blanco como si fueran bollos…[…]”

Todo esto salpicado de momentos metaliterarios donde reflexiona sobre el verdadero fin de la poesía en particular; el símil, desde luego, ayuda a entenderlo además de sacarnos una sonrisa:

“[…] por ello el poeta Bondy me decía que la verdadera poesía debe ser dolorosa, como si uno olvidara la cuchilla de afeitar en un pañuelo y, al sonarse, la nariz se cortara con ella, que un buen libro no es el que sirve al lector para mejor conciliar el sueño, sino que, por el contrario, debe sacarle de la cama para que corra, tal como está, en calzoncillos, a propinarle unos coscorrones al señor escritor…[…]”

En este vendaval de grandilocuencia, no duda en atribuirse las palabras de su teniente Hovorka a la hora de conquistar a una mujer, esa sutileza en los detalles de la que hablaba anteriormente:

“[…]¡Chicos!, decía el teniente Hovorka, “a una mujer así hay que tratarla con suavidad, como si uno estuviera afilando un lápiz: eso con las mujeres es más eficaz que sacarles la bayoneta; […]”

Y hace gala continuamente del humor, hasta cuando le llegaron a incluir en el parte de bajas, ¡estando él presente!

“[…] y me sucedió a mí que un día, al pasar revista, leyendo el parte de bajas, me señalaron entre los caídos: todo coincidía, incluso la fecha de nacimiento, conque dije en voz alta: “¡Pero si yo estoy vivo!”, a lo que me cayeron dos semanas de arresto por hablar durante el pase de revista; […]”

Es en el epílogo donde adivinamos por fin a quién está narrando sus peripecias; es entonces cuando el gran escritor checo hace gala de una mayor profusión lírica; en efecto, su escena final es de un gusto ciertamente conmovedor, un colofón extraordinario a esta pequeña sorpresa literaria.

[…] y empezó a lavarse, y el anciano, que se había pasado toda la tarde contándole historias, en ese instante quedó como fulminado, su rodilla doblada, presa de unas manos anudadas, mirando más allá de ella, hierático, arrebatado, tierno, mientras ella le hacía ese regalo que solamente una mujer puede hacer a un hombre, lavándose, a la caída del día, para unos ojos emocionados…”

Los textos provienen de la traducción del checo de Jitka Mlejnková y Alberto Ortiz de “Clases de baile para mayores” de Bohumil Hrabal para la editorial Nórdica.

Gass sobre Gaddis: Un aperitivo a “Los reconocimientos”

losreconocimientosLlevo ya un par de semanas, gracias a Sexto Piso, degustando poco a poco la ópera prima de William Gaddis. “Los reconocimientos”, es una obra inabarcable casi desde cualquier punto de vista: su volumen es considerable (mi gimnasio particular), su número de páginas (casi 1400, van a constituir mi récord en una novela), la temática (el arte, la falsificación), el estilo, los personajes, etc. Las sensaciones al leerla son contradictorias en todo momento, desde la más febril reverencia ante el autor hasta el agotamiento más absoluto por tal despliegue de erudición.

Posiblemente me queden aún algunos días para terminarlo así que voy a escribir más de un post sobre él. En este caso me voy a centrar, a modo de aperitivo, en el primoroso prólogo que la editorial consiguió añadir a esta fabulosa reedición de la obra, a cargo del “otro” William: William H. Gass, otro de los representantes del postmodernismo en su versión norteamericana.

No tiene desperdicio, sus comentarios sirven, sin lugar a dudas, como acicate para abrir el apetito antes de comenzar esta magna obra, ese es el pequeño objetivo de este post. Repasemos alguna de sus ideas:

“En 1976, cuando su segunda novela, Jota Erre, ganó el National Book award, sus admiradores, confundidos por el anonimato anterior de William Gaddis, por lo juicioso de la fumata blanca y por los balbuceos habituales en los cócteles celebratorios, con frecuencia felicitaban a otro hombre, más gordo. Incluso The New Yorker, tocando fondo, atribuyó su tercera novela, Gótico Carpintero, a esa misma persona, cuyo nombre es tan parecido al suyo. Sí. Tal vez William Gaddis no sea B. Traven, después de todo, ni J. D. Salinger, ni Ambrose Bierce, ni Thomas Pynchon. Tal vez sea yo.

Cuando me felicitaban siempre me mostraba muy amable. Cuando me atribuyeron su libro por error, me sentí honrado.

Todas esas identificaciones equivocadas parecen formar parte de la escritura de William Gaddis, en la que la realidad ya ha sido secuestrada, pues ¿qué puede ser cierto en un mundo hecho de farsantes, apropiaciones indebidas, fraudes y patrañas?”

Gass alude a la cualidad que tiene Gaddis (como Pynchon) de ser esquivo, hasta tal punto de haber sido confundido con otros muchos escritores (incluso el mismo prologuista), que también han alentado este anonimato y alejamiento del mundo que conocemos. Lo más interesante viene al final cuando emparenta estas identificaciones erróneas con la propia escritura de Gaddis, caracterizada por la alternancia de personajes sin apenas posibilidad de identificarlos igualmente.

“En nuestro tiempo, extrañamente clamoroso a la vez que silente, ser un escritor famoso consiste en ser desconocido en todo el mundo. Del mismo modo, Los reconocimientos, la obra que envolvió a William Gaddis en una nube de confusiones cuidadosamente alumbradas, es un libro del que se oye hablar a menudo y con reverencia, pero que apenas se lee. Parece tener, como un faraón en su tumba, una vida subterránea, presumiblemente rodeado por otras cosas preciosas y protegido por una maldición.”

Gass-En efecto, “Los reconocimientos” es un libro del que se habla mucho pero que no se lee por prácticamente nadie. Me siento un héroe por haberlo casi acabado tras no poco trabajo. Gaddis es muy exigente con el lector. No es una lectura fácil y, además, es una primera lectura no podrás llegar a todo lo que propone. En este punto es, ciertamente frustrante.

“Además, el paso de las preocupaciones de “Los reconocimientos” a las de “Jota Erre” es totalmente razonable. “Los reconocimientos”, desde luego, aborda las preguntas fundamentales: ¿Qué es lo real, y cómo podemos encontrarlo en nosotros mismos y en las cosas que hacemos? Pero una generación más tarde, no hay preguntas fundamentales que puedan plantearse. “Jota Erre” muestra un mundo absolutamente decadente.”

-Haber leído ya “Jota Erre” es primordial para entender esta afirmación, “Los reconocimientos”, como la ópera prima del autor que es, aborda lo fundamental, es fundacional tanto en el caso del postmodernismo como de la propia escritura del norteamericano. La pregunta que plantea Gass es imprescindible y necesaria para entender el devenir de las páginas: “¿Qué es lo real, y cómo podemos encontrarlo en nosotros mismos y en las cosas que hacemos?”. El mundo decadente al que alude lo desgrané someramente en este post.

“Los grandes libros no pueden explicarse, y yo no voy a tratar de explicar este. Una explicación –en realidad, cualquier explicación- lo profanaría, ya que a lo que una obra de arte se opone es precisamente a la reducción. Las respuestas fáciles, los resúmenes prácticos, las preguntas de los exámenes, las anotaciones, las flechas, las frases subrayadas, las listas de referencias, los números de sus fuentes, los ecos y las influencias, los esquemas de la trama –por mucho que en ocasiones nos sirvan de ayuda- falsean gravemente las obras. Las guías son útiles pero sólo para enfrentarse al pasado. La interpretación reemplaza al original de un modo pobre y soso.”

-Me apasiona la identificación de explicación “como profanación de la obra de arte” y me alivia. Lo que escriba sobre esta magna obra no buscará explicarla, muy al contrario, mi interpretación nunca debe reemplazar el sentido del original. De fondo se encuentra la teoría de la recepción literaria según la cual, cada interpretación de un lector enriquecería el sentido final de la obra. Otra aproximación al postmodernismo referente al sentido final no cerrado de una obra de arte.

“Con demasiada frecuencia, aplicamos a la literatura la preferencia por el “realismo” con la que, en general, nos hemos criado, y como consecuencia de eso consideramos que una obra como Los reconocimientos es demasiado imaginativa, oscura y enigmática; pero ¿acaso la realidad es siempre clara e inequívoca? ¿Es acaso simple y no compleja? ¿Se despliega como las páginas de un periódico, o su despliegue se parece más al de un mapa de carreteras, que es difícil de abrir, difícil de interpretar y difícil de volver a plegar? Y ¿acaso se recuerda todo con precisión y nada se repite, y la gente que conocemos desaparece inexplicablemente durante largos períodos de tiempo para surgir de repente cuando menos la esperamos?”

-Primordial es esta afirmación que se encuadra precisamente en el postmodernismo, Gass, otro de sus representantes, defiende precisamente esta forma de escribir sobre el realismo, porque, al fin y al cabo, ¿qué es más real que una realidad compleja, oscura, ambigua..? Quizá el postmodernismo refleje mejor lo que vivimos en nuestro día a día que el “realismo”.

-Me gustaría acabar con dos temas que Gass retoma al final de su magnífico prólogo, por un lado su alusión a las “epifanías” de los personajes de la obra que nos ocupa (“Entre estas “epifanías” se encuentra una especial, de la que ya he hablado: la de qué es una auténtica obra de arte y qué es lo que, siendo auténtico, “toca con reconocimiento los orígenes del designio”) con especial énfasis nuevamente sobre el discernimiento de lo que es una auténtica obra de arte y cómo afecta a nuestros orígenes dicho reconocimiento.

-Por otro lado creo que el siguiente párrafo resume a la perfección lo que está siendo mi experiencia lectora gracias a las ideas de Gass:

“No hay por qué darse prisa; las páginas que tiene usted por delante pueden estar ahí todo el tiempo que usted quiera. Es perfectamente aceptable que algunas cosas no se entiendan desde el principio, y que haya referencias a cosas que usted no reconoce. Siga leyendo alegremente. No nos quedamos todo el día en la cama sólo por haber extraviado la agenda, ¿verdad? No, necesitamos entender este libro –disfrutar de su encanto, de su ingenio, de su ironía, de su erudición, de su sensual materialización- como entendemos a una pareja con la que hemos vivido y a la que hemos escuchado y amado durante muchos años, noche tras noche.”

Disfrutar letra a letra, palabra a palabra, frase a frase; con calma regocijándonos en el deleite que nos produce; mantener el sosiego, sin impaciencia, como si de tu pareja se tratase, este libro se quedará, quizá, para siempre contigo. “Leer alegremente”, qué gran consejo.

Los textos pertenecen a la traducción de Mariano Peyrou del prólogo de William H. Gass a “Los reconocimientos” de William Gaddis en Sexto Piso.

Pulp de Moda: La segunda remesa de Memento Mori

escuelanocturnaQuién me iba a decir a mí que iba a ver tantos libros pulp publicados en los últimos tiempos… hace ya un tiempo que publiqué un pequeño monográfico del pulp español  donde resumía las características del género y donde ponía algunas muestras representativas: estas incluían recuperaciones de los grandes clásicos, algún ensayo e incluso tentativas de pulp actualmente.

Afortunadamente este proceso se está viendo continuado en la actualidad, solo tenemos que ver la tentativa de editoriales pequeñas como Darkland que están intentando publicar novelas emblemáticas de Silver Kane o Donald Curtis (otro día habrá que hablar de ellos) sino que también las propuestas más modernas de autores jóvenes que respetan temas y formatos.

Ayer mismo hablaba de Daniel Ausente y su fantástico “Mataré a vuestros muertos”  que constituía una propuesta actual; hoy traigo la segunda remesa de libros de la editorial Memento Mori, capitaneada por Alberto Haj-Saleh que se lanza de nuevo con dos autores distintos a los que reseñé con anterioridad.

La primera de las novelas tiene como autor a Noel Ceballos, el mediático, carismático y nunca suficientemente reconocido autor del blog de referencia El Emperador de los Helados ; su título “Escuela nocturna”; su carta de presentación, la siguiente:

“Permítame presentarles al primer castigo ejemplar de la Escuela Nocturna. Nuestra educación de terror exigirá más sacrificios antes de que extendamos el manto escarlata sobre la realidad putrefacta. Hasta la siguiente lección—–D.”

Dicha organización realiza una serie de asesinatos rituales que serán investigados por Simón Latour, el intrépido reportero de “El avispón esmeralda”; la ambientación es clave en este Madrid de principios de siglo, no pude evitar recordar alguno de los lanzamientos de la Felguera, especialmente en momentos como este:

“[…] tres años atrás, él (Víctor Latour) y un pérfido inglés habían fundado Investigaciones Joyce Sance & Latour, un negocio a medio camino entre el trabajo de sabueso y la astucia del trilero que consistía, como el propio Arthur se había encargado de subrayar varias veces, en asistir a sus clientes en la resolución de asuntos ultraterrenales. En lengua romance, la traducción aproximada de eso sería algo muy parecido a “atrapar fantasmas”.

No me gusta desvelar la trama porque mi objetivo no es contar sinopsis que luego descubra el lector; baste decir que tiene los suficientes vericuetos como para llevarnos de un lado a otro sin aliento y con detalles truculentos que enriquecen su faceta más pulp; Noel se muestra ambicioso e intenta ir un poco más allá, la siguiente identificación del cinematógrafo y su influencia en nuestras vidas (que puede ser aplicado a la actual) lo demuestra:

“-Seguimos usando el espectáculo para mirar más allá del velo. El cinematógrafo nos convierte a todos en embalsamadores del presente, pero hace algo más con los que se dejan fotografiar en movimiento. Temo, Latour, que los está convirtiendo en muertos en vida.”

De hecho, al leer ciertos párrafos, he detectado una influencia subyacente inconfundible que seguro que hará sonreír a Noel: ¡nuestro adorado Pynchon! Esa “ruptura formal”, “una pieza literaria de otros tiempos”, como la obra del esquivo escritor norteamericano:

 “Entonces fue cuando  María comprendió que estaba ante algo que el resto de sus contemporáneos tardaría años en vislumbrar, una pieza literaria de otros tiempos, un concepto apenas esbozado para el que el presente aún no estaba preparado. El impacto fue devastador: había algo en esa ruptura formal que no estaba bien, que no pertenecía a aquel lugar en el tiempo, que apuntaba a una inocencia perdida quizá…”

La posible existencia de la “Escuela nocturna” más allá de tiempo y espacio es un delirio paranoico digno de él, todos somos Pynchon:

“A veces su influencia es invisible, a veces necesitan recurrir a nosotros para que todo funcione. Señorita Guideón, siempre habrá una Escuela Nocturna. Considérese afortunada de vivir en una realidad donde ha podido verla: miles de millones de personas viven y mueren vidas sin sentido y no llegan, ni siquiera por un segundo, a vislumbrar quién las gobierna.”

Una-bala-a-Dios-y-otra-al-DiabloBuena primera novela, ambiciosa, aunque evidentemente tiene problemas de ritmo, irregular en ciertos momentos, confusa en otros; pero que constituye un comienzo bastante esperanzador. Hay potencial por desarrollar.

El segundo título es “Una bala a Dios y otra al Diablo” de Guillermo Zapata y tiene un comienzo espectacularmente pensado desde sus primeros párrafos, sobre una premisa que recuerda, sin rubor, a un capítulo de Buffy o Angel:

“Esta es la historia de cómo cambié de nombre y de vida y empieza el día que firmé mi primer contrato de trabajo, el día que murió mi abuela atropellada por un autobús. Tenía 84 años. El golpe la desplazó treinta metros, al menos eso nos dijeron. […] Cuando mi abuela murió (ahora diría que fue asesinada, pero tampoco puedo probarlo) pensaba que el mundo se dividía en buenos y malos. Ahora creo que se divide entre los que saben las cosas y los que las ignoran. Los que tienen herramientas y los que carecen de ellas. Los que hacen algo y los que no hacen nada.”

La pérdida del alma, cual si Angel-Angelus se tratara, se convierte en el campo de batalla de nuestro desafortunado protagonista:

“Va a ir al infierno si no hacemos lo que te he dicho ya. Está en deuda desde hace casi veinte años. Yo también lo estoy. Los médicos le diagnosticaron un tumor inoperable. No había forma de salvarla, así que hicimos un pacto, el alma del primero de los dos que muriera a cambio de curarla. ¿Entiendes lo serio que es esto?”

Un campo de batalla con dos bandos bien diferenciados, el de los ángeles y los demonios:

“Mastema no me podía matar porque yo había vendido mi alma al otro bando. El otro bando no era una facción de demonios peleada con otra, eran ángeles. Me lo repetí un par de veces. Mi alma había sido vendida al bando de los ángeles. Los ángeles compraban almas. Los demonios y los ángeles tenían una tregua. Vomité por tercera vez en lo que iba de noche. No me quedaba nada, bilis. Los ojos rojos me ardían.”

Guillermo hace que la trama avance a golpe de buen humor usando la multirreferencialidad cultural como en el caso del Doctor Who:

“Beatriz (había decidido llamarla Beatriz, me resultaba más cómodo) sin embargo, consiguió que la dejaran pasar utilizando una identificación que, a mis ojos, estaba en blanco.

-Vi el juguete en una serie y me gustó –me dijo como excusa.”

O bien, con una gran expresividad como en el momento de la invocación de un espíritu

“La verdad, la sensación que me dio en ese momento es que decía algo parecido a: “Agramon, soy yo, saca la cabeza del culo, deja de acosar a los súcubos y sube aquí para que pueda terminar de joderte eso que llamas no-vida. Es hora de pagar.”

Es una gran baza, necesaria incluso, ya que la trama es muy deslavazada, caótica e incoherente en algunos momentos y esos momentos ayudan a no perder las ganas de seguir avanzando; pero lastran lógicamente el resultado final, bastante irregular. La premisa inicial se enreda tanto que, al final, no queda ya claro el cómo solucionarla, ni siquiera para el propio autor, habida cuenta del epílogo que escribe:

“Quería contaros esa historia porque casi nadie atiende a los principios. Al principio nada está claro, nadie sabe realmente cómo van a salir las cosas, ni si tendrán éxito o no. Los héroes pasan la mayor parte del tiempo llorando, vomitando o en medio de una confusión absoluta. No saben nada. No sabemos nada, pero vamos improvisando.”

Estoy convencido de que Guillermo puede ofrecernos un resultado más redondo en próximos textos, trazas para ello hay.

La conclusión es que tenemos dos novelas, como comenté al principio, deliciosamente pulp, tremendamente entretenidas; con una editorial como Memento Mori que apuesta por autores jóvenes de gran potencial y nosotros los seguiremos disfrutando por estos lares y más en este blog, defensor hasta la muerte de propuestas como esta. Espero que podamos ver en breve alguna propuesta más de este estilo.

“Mataré a vuestros muertos” de Daniel Ausente. Lovecraft quinqui

MATARÉ A VUESTROS MUERTOSSiempre es un placer traer a este blog a Daniel Ausente del que hablé ya largo y tendido a propósito de su fantástica “Mentiré si es necesario” , una novela a medio camino entre el ensayo y la narración autobiográfica que iba muy en consonancia con la faceta más ensayística del autor. Ahora ha vuelto y, esta vez, por fin se ha arriesgado con una ficción, encuadrada por temática y formato en el pulp: novela corta, de capítulos rápidos con cliffhangers adictivos y terror a raudales.

En la construcción de la novela utiliza cada uno de los capítulos iniciales para establecer una base, con los siguientes ejes: por un lado, la amenaza, bien conocida por todos los que leemos a Lovecraft; en el encantador siguiente pasaje podemos reconocer, sin atisbo de duda, una de sus criaturas primigenias:

“Algo parece arrastrarse hacia ella en un reptar viscoso. Levanta como puede la nuca para enfocar mejor y de la oscuridad emerge algo indefinido, una silueta irregular que no se parece a nada de este mundo. La iluminación es tenue y apenas permite apreciar cómo agita lo que parecen brazos largos y asimétricos. Puede centrar la vista en una de esas extremidades porque avanza hacia ella con un movimiento ondulado, como si fuera una enorme serpiente de carne despellejada, lleva de palpitantes bulbos blanquecinos y negros filamentos que se mueven enhiestos. El aullido se incrementa, excitado, y Selena se da cuenta de que está desnuda y de que sus piernas atadas y separadas forman un triángulo cuya cúspide es su sexo abierto e indefenso, y que ese es el destino de aquella cosa asquerosa que ahora puede ver algo mejor, porque el apéndice ya está allí mismo y su extremo delantero parece la cabeza de una gaviota que abre el pico. Entonces Selena grita, pero nadie la escuchará, ni ahora ni nunca más.”

La escritura de Daniel es prolija en detalles sexuales y viscerales que refuerzan  expresivamente el relato enmarcado, sin lugar a dudas, en el terror; muchos años de visionado del noveno arte son un bagaje incalculable para afrontar este tipo de narración. Por otro lado Daniel apela, en el grandísimo segundo capítulo, “Fauna”, a sus vivencias personales; dicho capítulo finaliza de la siguiente manera:

“-¡Joder, Sole, que estamos abajo, me cago en tu puta madre! –grita la Nati.

-¡Vete a la mierda, Nati! –responden desde una ventana.

Toda la escena sucede en el cruce de tres calles, Voltés, Plom y Enriqueta Martí, que forman un pequeño reducto del viejo barrio chino de Barcelona, cada vez más pequeño y arrinconado.”

Refleja a la perfección la vida de la Barcelona más arraigada, la de los personajes que habitan esas tres calles; un barrio de miserias, un barrio de gente humilde y trabajadora que se erigirán en verdaderos protagonistas de una historia de terror “lovecraftiano”; Daniel sabe llevar lo que vive día a día, lo que lleva observando a lo largo de toda su vida, la cotidianidad quinqui se suma al terror sobrenatural en una mezcla explosiva de fatídicas consecuencias.

No se olvida de ningún detalle, como podemos extraer del siguiente pasaje, el nexo entre los dos ejes mencionados:

“-¿Y esto a dónde lleva, Juan?

-Uf. La verdad es que no lo sé bien. Ya sabes que todo el barrio está lleno de túneles y caminos y hay quien dice que antaño iban de la falta de la montaña de Montjuich hasta la Catedral. Recto, como a unos treinta metros, se llega al piso inferior del garaje aquel al que se entraba por Voltés y que lleva cerrado cinco o seis años. Es un sitio curioso porque tiene arcos y columnas como de claustro de monjas, que es lo que debía de ser antes, sólo que ahora están bajo tierra. De ahí salen varios caminos pero la mayoría están tapiados o acaban haciéndose inaccesibles.”

Túneles y caminos (desde antaño construidos) que servirán para dotar a los suburbios de Barcelona de un elemento mítico; la ciudad y lo que tiene de oculto servirán como vehículo para que nuestra deliciosa (y mortífera) criatura se desplace sin que sea detectada de un sitio a otro causando muertes por doquier.

En otro memorable capítulo (“Pantera Rosa”) tenemos una muestra del gran talento del escritor barcelonés; cargado de buen humor, recursos y, desde luego, mucha creatividad, para dotar a narración de riqueza; no le faltan medios, hasta nuestro entrañable Chuck Norris puede servir para ello:

“-Tu madre hacía las mejores mamadas del Chino, Sardina, sobre todo cuando se sacaba la dentadura.

El Sardina asiente sin alterarse porque hace años que se acostumbró al comentario. Con la mirada busca la cosa del Kala, que no es otra cosa que un subfusil Kalashnikov AD-47. Al Kala le llaman así por eso, porque hace veinte años se hizo con uno. Hay diversas teorías al respecto; que fue parte del botín tras una guerra de bandas, que movió cielo y tierra para comprarlo tras ver la película “Delta Force”, donde lo llevaban los terroristas que se enfrentaban a Chuck Norris o, simplemente, porque el destino lo puso en sus manos.”

La narración funciona como un verdadero tiro; los personajes, inolvidables, van entrelazando sus historias hasta llegar a una batalla final que denota su afán por sorprendernos y que adolece de algún pequeño defecto lógico: una vez que todo está establecido se acaba muy abruptamente, estoy seguro que de que podría haber desarrollado otras cien páginas sin ninguna dificultad. Parece que, ya llegando a esa parte, está tan cómodo que le cuesta horrores tener que cortar por el formato.

Un libro con tantísimas virtudes que no me voy a cansar de recomendarlo, a menos que no guste el terror claro; esperamos más maravillas como esta Sr Ausente, buena literatura (pulp o lo que sea), ni más ni menos.

Resumen Octubre 2014. Un mes “negro”

Sabéis que siempre tardo en poner resumen del mes. Entre otras cosas porque me gusta que hayan aparecido las reseñas del mes en cuestión antes; ha sido un mes difícil, con un ritmo menor de lecturas, debido precisamente a la lectura de una de esas lecturas “grandes” por calidad, número de páginas y tamaño. Es el caso de la obra “¿Por qué manda el occidente… por ahora?” de Ian Morris. Del que veréis reseña próximamente, ya que se extendió su lectura y lo terminé en  noviembre. Del resto de lecturas, sin lugar a dudas me centré temáticamente en la novela negra y policíaca como habéis ido observando en las reseñas mensuales.

Pasemos entonces a la ristra de lecturas, quince, a pesar de Morris:

“Hacer el bien” de Matt Sumell, tercer libro de la nueva colección “El cuarto de las maravillas” de Turner. Un pseudo-Palahniuk que ofrece una lectura más que entretenida con un poco de barrabasadas y situaciones que rozan lo transgresor polémico.

“Cartas sobre Luis II de Baviera y Bayreuth” de Richard Wagner, Fórcola nos trajo uno de esos libros que sacan a relucir una faceta del compositor que no conocíamos: epistológrafo. Sirven para entender además el contexto histórico y saber de primera mano el mecenazgo que vivió.

“El expreso de Tokio” de Seicho Matsumoto, una verdadera delicia detectivesca que nos trae una trama que funciona “al segundo” por su precisión.

“La sangre de los King” de Jim Thompson, no es lo mejor de Thompson, para nada. Estamos hablando de una obra del crepúsculo creativo del autor. Pero, claro, es una novela de Thompson.

“Wild Boy” de Rob Lloyd Jones, aproximación “freak” al mito de Sherlock Holmes, el protagonista, nuestro peludo “chico salvaje” hará las delicias del público juvenil, y del adulto. Buena nueva de presentación.

“Candentes Cenizas” de Erwin Schrödinger, un texto de esos curiosos y lleno de calidad, el físico y sus contradicciones. Poesía en estado puro.

“Niveles de Vida” de Julian Barnes, ya me extendí en su reseña. Baste decir que me encanta encontrar cualquier libro del británico. Es pequeña pero muy bella.

“Al borde del camino” de Seumas O’Kelly, recopilación de cuentos del irlandés que dejan tan buen sabor de boca que piden relectura próxima. Mezcla de costumbrismo y mito.

“El Leopardo” de Jo Nesbo, prefería al Nesbo de antes, aunque siempre ofrece un divertimento de calidad; en la reseña podéis ver las razones.

“Días de guardar” de Carlos Pérez Merinero, nuestro Jim Thompson patrio en una novela donde el punto de vista del criminal asusta y divierte por igual.

“Galveston” de Nic Pizzolato, el primero número de Salamandra Black ha sido un bombazo comercial que viene de la mano de su escritor, el creador de la famosa True Detective; lo que en la serie quedaba oculto tras la producción y dirección artística queda desnuda a la hora de escribir; un escritor mediocre, con “ecos” de todo según sus fervientes seguidores y que no hace más que mostrar sus vergüenzas en cada palabra: incoherencias, falta de cohesión, estilo inexistente, trama previsible…; una de las peores novelas negras de que he leído últimamente, una decepción que hace que se me ponga la mosca detrás de la oreja con lo que tiene que ofrecernos este nuevo sello.

“Laidlaw” de William McIlvaney, fantástica novela del escritor escocés con uno de esos detectives que tiene una personalidad única.

“Caminando entre tumbas” de Lawrence Block, por fin una novela más de Scudder, a ver cuánto tiempo tendremos que esperar para tener otra por aquí.

“Los perseguidos” de C.S. Forester, atípica novela policíaca con un punto de vista bastante arriesgado para la época en que fue escrita. Un tour de force más que una novela negra.

“This is Water” de David Foster Wallace, el famoso (y paradójico) discurso del norteamericano que complementa lo poco que queda por publicar de su intensa obra.

Y ya estamos en pleno noviembre, las compras del mes anterior, a pesar de que no se distinguen muy bien, fueron copiosas.

ComprasÚltimas2

En medio del mes lo que está claro es que  Gaddis va a ser la lectura central, “Los reconocimientos”, su primera y fabulosa obra está jerarquizando el resto del mes. No sé qué vendrá después. Es difícil saberlo, el vendaval Gaddis tiene efectos secundarios y duraderos.

Lo que sí he pensado es en preparar una especie de  novelas que me voy a leer en el siguiente mes. Este mes imposible claro, Pero en el siguiente, sí tocará y pondré foto. Entre otras cosas porque la buena marcha del año que viene dependerá muy mucho de ser previsor y un poco programático. Si no, mi proyecto no hay manera de avanzarlo.

Y eso es todo por ahora. ¡Buenas lecturas!

“El Leopardo” de Jo Nesbo. El inevitable camino hacia el thriller

650_RH28948.jpgNesbo ya es un habitual por aquí. Tengo que reconocer que he leído todo lo que se ha publicado, incluído al Doctor Proctor y su aproximación al thriller “Headhunters” que tenía su aquél, de hecho, podéis encontrar varios artículos sobre él si buscáis en el blog. Como el de las razones de su éxito o el de “Headhunters”  o incluso alguno del Doctor Proctor  con suerte dispar. En su anterior publicación en España “El muñeco de nieve” , me sentí un poco discordante por subrayar los motivos por los que veía que dicha novela era un paso atrás en su evolución; me temo que mis augurios se siguen cumpliendo, pero de diferente manera a lo esperado; sigue haciendo buenas novelas, con entretenimiento asegurado y adicción inherente pero su viraje hacia el thriller hace que cambie la concepción inicial de Harry Hole.

“El Leopardo” es su novela más voluminosa hasta la fecha; siempre he pensado que una novela policíaca no debería pasar de trescientas páginas pero eso daría para otro artículo; sus 700 páginas ya de principio achantan irremisiblemente. Si bien es cierto que el comienzo es parecido al de sus otras novelas, una  posible víctima, en una situación aparentemente insalvable:

“Se despertó. Parpadeó ante aquella oscuridad profunda. Abrió la boca y respiró por la nariz. Volvió a parpadear. Notó que le caía una lágrima, notó que disolvía la sal de otras lágrimas. Pero ya no le bajaba la saliva por la garganta, tenía la cavidad bucal reseca y dura. Se le habían tensado las mejillas por la presión interior. Tenía la sensación de que aquel cuerpo extraño que tenía en la boca fuera a reventarle la cabeza. […] ¿Y él, donde se habría metido? ¿Estaría allí mismo, detrás de ella? Contuvo la respiración, aguzó el oído. No oía nada pero sí sentía la presencia. Como un leopardo.”

No puede faltar la voz del asesino en estas primeras páginas para subrayar algo que resulte escandaloso por su falta de ética y hacernos la idea de a quién se va a enfrentar:

“Personalmente pienso que la capacidad de asesinar es fundamental en todo hombre. Nuestra existencia es una lucha por las cosas buenas, y aquel que no es capaz de matar a su prójimo no tiene derecho a existir. Matar es, pese a todo, anticipar lo inevitable. La muerte no hace excepciones, y mejor así, porque la vida es dolor y sufrimiento. Visto de ese modo, toda muerte es un acto de compasión.”

Hasta aquí todo va bien, a pesar de que la forma de matar a la víctima se acerqué cada vez más a Jigsaw, el encantador protagonista de la brutal saga de terror Saw, podría ser algo habitual en los casos de nuestro Harry pero… de pronto, saltamos a Hong Kong, porque resulta que Harry está allí y se enfrenta a la Mafia japonesa. El Nesbo de antes lo habría mandado a cualquier ciudad nórdica para desaparecer; el actual busca el efectismo de un ambiente exótico que vira claramente a un típico thriller (que, ojo, no es malo “per se”, adoro muchos thrillers) y nuestro Harry se convierte casi en un remedo de James Bond. Esta sensación se irá repitiendo según avanza la novela, a pesar de tener momentos más habituales como su recuerdo del alcohol y sus consecuencias:

“Harry se dio cuenta de que ya estaba totalmente despierto, de que estaba sentado al borde de la silla. Notaba el temblor, la tensión. Y las náuseas. Como cuando tomo el primer trago, el que le revolvió el estómago, el que su cuerpo rechazaba desesperadamente. Y del que luego no tardaba en suplicar que le dieran más. Y más, y más. Hasta que lo aniquilara a él y a todos los que tuviera a su alrededor.”

Y las alusiones a su sensación de “loser”, de haber sido castigado en la vida:

“Harry estaba cansado. Cansado de golpes, cansado de tener miedo, cansado de quedarse atrás. Pero en aquel preciso momento estaba cansado de los adultos que nunca se cansaban de jugar a ser el rey del castillo.”

La trama está llena de cliffhangers que hacen que avance a todo marcha, muy en la línea de los thrillers habituales; la trama, vuelve a tener hasta tres finales distintos para poder acabarla, lógicamente, para mantener tal cantidad de páginas necesita usar estos trucos; el mismo Nesbo refuerza esta complicación con un comentario de Hole a su compañera Beate Lönn:

“Pero ¿por qué lo ha hecho todo el Caballero de un modo tan tremendamente complicado?

-Porque las personas son complicadas -dijo Harry, y oyó resonar un eco de algo que había oído y olvidado-. Hacemos cosas complejas, que influyen unas en otras, en las que controlamos el destino y podemos sentirnos señores de nuestro propio universo.”

Aunque recupera algo del “Holeverso” del que ya he hablado alguna vez; esta internacionalización de sus aventuras deja este esfuerzo en simple anécdota, parece que no quiera recuperar esa senda que buscaba más coralidad.

Da la impresión de que Nesbo está buscando que su personaje fetiche salte a la gran pantalla; este libro, desde luego, es un guiño escandaloso a Bourne o a James Bond, a Hollywood; de ahí que haya decidido tomar la senda de “Headhunters” en vez de la más intimista y psicológica de “Petirrojo” y posteriores; no es algo que me entusiasme, pero tengo que reconocer que siempre hace buenas novelas a pesar de ello. Seguiré leyéndolo, pero parece que no vamos a alcanzar mejores cotas de calidad que las anteriores.

Lo curioso va a ser cuando Roja y Negra, que es la que tiene ahora los derechos tras haber quitado a Nesbo a Serie Negra, publique el siguiente de Hole, que es el anterior a “Petirrojo”, el antiguo Hole, alguno se va a sorprender bastante con las diferencias.

Los textos provienen de la traducción de Ada Berntsen y Carmen Montes Cano de “El Leopardo” de Jo Nesbo en Roja y Negra.

“Caminando entre tumbas” de Lawrence Block. El infierno cada vez más cerca

caminando_entre_tumbas_300x456“Caminando entre tumbas” es la décima novela de Lawrence Block sobre Matt Scudder y continúa las cosas tal y como acabaron en la brutal “Un baile en el matadero”; si la anterior supuso el avance hacia una nueva forma de gestionar la ley: haciendo que se cumpla cueste lo que cueste y con los medios que hagan falta; esta supone la confirmación de este camino hacia el infierno, lleno de claroscuros que no permiten ver luz; de hecho, la única luz estriba en la relación que mantiene con Elaine:

“Eludíamos usar esa palabra que empieza por A, pero sin duda lo que yo sentía por ella –y ella por mí- era amor. Evitábamos hablar de la posibilidad de casarnos, o de irnos a vivir juntos, aunque yo sí pensaba en eso, y me consta que ella también. Pero no lo hablábamos, como tampoco hablábamos de amor o de lo que hacía ella para ganarse la vida. […] Como alguien había afirmado, lo mejor era vivir la vida entera al día, porque así es, al fin y al cabo, como nos la entrega el mundo.”

El caso, escabroso como ya va siendo habitual, es el de un traficante de drogas cuyo único objetivo es la venganza cueste lo que cueste, Matt es consciente de la situación desde el primer momento y la acepta a pesar de posibles implicaciones morales:

“-Así que supongo que ya te imaginas lo que propongo y qué sentido tiene todo esto. ¿Quieres que lo diga?

-Puedes decirlo.

-Quiero ver muertos a estos hijos de puta. Quiero estar allí, quiero hacerlo, quiero verlos morir. –Pronunció estas palabras con calma, de manera desapasionada, sin el menor rastro de emoción-. Eso es lo que quiero. Ahora mismo, lo deseo tanto que no me interesa nada más, ni me imagino siquiera la posibilidad de que pueda interesarme nada más. ¿Es más o menos lo que suponías?”

Como en el anterior caso, los detalles son escabrosos, tan dolorosos que, tanto Elaine como Matt, no pueden llegar a entender en lo que se está convirtiendo el hombre:

“[…] Elaine es una mujer de recursos, y fuerte además, pero en ese momento me pareció conmovedoramente vulnerable.

-Santo Dios –acertó a decir.

-De lo que es capaz la gente.

-No tiene límites, ¿verdad? Es infinita. –Bebió un sorbo de agua-. La crueldad, quiero decir, el sadismo más absoluto. ¿Por qué iba alguien a…? En fin, ¿para qué preguntarse por qué?

-Supongo que les causaba placer –aventuré-. Que disfrutaban con ello, y no me refiero solo al acto de matarla, sino al hecho de restregárselo a él por las narices, de hacerlo ir de un lado para otro, de decirle que estaba en el coche y luego que estaría en casa cuando él llegara, para después dejar que la encontrara cortada a trocitos en el maletero del Ford.”

En un mundo como este, Matt se adapta de la manera que él cree más adecuada, sabe que no todo se resuelve y que un criminal puede escapar sin castigo, al menos castigo de la ley; en la siguiente conversación da un doble sentido a dicha impunidad: física y espiritual. La espiritual por sus consecuencias para la persona:

“-Y siempre se suelta, tarde o temprano, ¿no? Según se decía, nadie puede salir impune de un asesinato.

-¿Eso se solía decir? Pues me temo que ya no se dice. Todos los días alguien comete un asesinato y sale impune de ello.

Bajé del coche y luego me incliné para concluir mi razonamiento.

-En un sentido, al menos, pero no en otro. Para serte sincero, no creo que nadie salga impune de nada.”

No lo dice de casualidad, en un caso de ese calibre, nadie puede salir ileso de las consecuencias; el final, la venganza, es de una dureza sin límites, muy acorde con la crueldad sin límites de la que hablaba Matt con Elaine; y esa venganza nos destruye un poco a todos. Entre tanto “hardboiled” el único motivo para la esperanza está en ese final, una pequeña concesión de Block, relacionada con la pareja.

Matt Scudder está acercándose cada vez más al infierno; cuando se pierde la perspectiva moral y se pierde lo único que la sustenta: el amor hacia los demás, puede desencadenar consecuencias imprevistas. Espero que podamos ver las siguientes novelas del detective y podamos comprobarlo.

Los textos provienen de la traducción de Montse Triviño de “Caminando entre tumbas” de Lawrence Block publicado por RBA en su Serie Negra.

“Valle-Inclán y el insólito caso del hombre con Rayos X en los ojos” editado por La Felguera. Sello de identidad

Valle-Inclan_y_el_hombre_con_rayos_x-2-257e0Si hay algo que caracteriza a la La Felguera Editores en cada uno de los libros que están publicando es el mimo a la hora de editar (a diferencia de otras que lo pretenden); ya que sus libros no se tratan específicamente de una traducción de un libro existente sino de una conjunción de diferentes textos, de diversas procedencias, que dan un contexto único a la obra en cuestión.

Ya comenté con el fantástico “Sherlock Holmes contra Houdini” varias de estas características y en el caso que me ocupa hoy: “Valle-Inclán y el insólito caso del hombre con Rayos X en los ojos”, nos encontramos con otro ejemplo de este estilo, que confirma lo que es su sello de identidad único. Esa mezcla de textos con dibujos, cárteles de la época, fotos, diversas tipografías, etc… para conformar obras muy especiales y cargadas de interés.

En este caso empiezan con un texto de Mondo Brutto de la ensayista y redactora Grace Morales (“Valle-Inclán y la luz astral del peregrino”) que sirve como prefacio a la situación que se desarrollará más adelante; esta introducción alerta sobre la tradicional incredulidad española, en relación con los fenómenos extraños (muy paradójica con lo que vendrá luego):

“Aquí, salvo el tradicional rosario de supersticiones, prejuicios de toda clase y gusto por la quincallería religiosa, el pensamiento nunca se han caracterizado por la impregnación espiritual y contemplativa. Eso, por no hablar del género de la fantasía y los tratados sobre fenómenos del espíritu, que durante cien años se limitaron a seguir los postulados de El criterio del padre Balmes y su “filosofía del sentido común”. Fuera de esos límites de pensamiento llano y de orden, el resto estaba maldito, era un atentado contra la vieja normalidad española.”

E introduce la figura del escritor Valle-Inclán, que servirá para comprender su papel en el caso en cuestión; una faceta poco conocida debido a que no se ha hecho énfasis en ella habitualmente:

“Ramón del Valle-Inclán fue el primer escritor español que se convirtió a sí mismo en un personaje. […] No hay escritor en castellano que como él demostrara tanto interés en la metapsíquica y rescatara la antigua influencia de Oriente en la cultura española como forma de expresión, pero no como una simple moda con la que se viste uno una temporada, asunto que él sabía manejar muy bien, sino como herramienta y deseo de comunicación.”

El texto central que resume la situación ocurrida en la época es del poeta y novelista Ramón Mayrata (“Valle-Inclán, Houdini y el hombre que tenía rayos X en los ojos”) y, con pocas palabras, hace un resumen inicial altamente clarificador presentando las figuras desencadenantes de la situación:

“En aquel tiempo Valle-Inclán lucía barba negra y Harry Houdini iba perfectamente rasurado. Coincidían en pocas cosas y cuando ambos se enfrentaron a un mismo enigma, reaccionaron de manera muy distinta. El enigma fue el llamado “caso Argamasilla”, un joven español que aseguraba poseer visión de rayos X, de manera que podía ver a través de los cuerpos opacos.”

El obrador del milagro, Joaquín Argamasilla de la Cerda y Elio, fue dado a conocer por su padre que  “En noviembre de 1922 descubrió en el muchacho una nueva facultad humana a la que denominó metasomoscopia. Consistía en la visión a través de ciertos cuerpos opacos.”

Tal fue la fama que alcanzó que empezó una gira en Nueva York donde encontraría su némesis, el que, a la postre, descubriría el fraude; un periodista modeló este combate como una pelea de boxeo:

“Pero un combate de boxeo precisa, al menos, de dos contendientes. ¿Quién es el oponente de Argamasilla? El periodista descubre al hombre de complexión atlética, no demasiado alto, en el que cree advertir una fuerza grandiosa. Se trata de Harry Houdini el ilusionista.”

La actitud de Houdini pilló por sorpresa a Argamasilla que no esperaba este acoso y derribo hasta encontrar los trucos y desmitificar un posible poder sensorial; a nosotros, lectores avezados, no nos parece tan raro, sobre todo si ya hemos leído “Sherlock Holmes contra Houdini” donde se reflejaba la situación que llevó a Houdini a convertirse en el adalid de la destrucción de los trucos espiritualistas:

“Lo que Houdini hace con truco –sostienen en el filo de la lógica y del sentido común-, los espiritistas lo llevan a cabo sin ninguna clase de manipulación. Sin embargo, quienes son capaces de hacer estas disquisiciones son una minoría. Cuando Houdini emplaza a un médium en su punto de mira, sus intervenciones son demoledoras y acaban situándole frente a la decepción y el repudio de los espectadores. Esta actitud de Houdini asombra  y, tal vez, desazona a Argamasilla, pero no resulta sorprendente para quien dirija una mirada a la historia de la magia.”

Lo cual nos lleva a una característica aún más interesante de La Felguera, me encontré otras referencias a otros títulos de la editorial, reforzando la idea de un “Universo Felguerano” donde cada obra que van publicando ocupa un hueco y una serie de conexiones con otras que ya estaban publicadas. Es evidente que esto es todo un acicate para el lector habitual de sus obras, ya que encontrará nexos de unión a la más que interesante época en la que están ambientadas, a sus personajes, a toda una forma de editar.

Naturalmente, Houdini encontró el truco, ya que, como podéis suponer, Argamasilla no tenía Rayos X en los ojos:

“Argamasilla solo lograba descifrar los textos ocultos cuando utilizaba sus propias cajas metálicas. Houdini logró reproducir su diseño y los movimientos y maniobras con los que las manipulaba, de manera que consiguió remedar sus efectos públicamente.”

Y esto, desde luego, solo tuvo una correspondencia lógica: “La consecuencia fue el descrédito del joven médium español y de las teorías metapsíquicas de su fogoso padre.” Lo podemos ver explicado en un  texto de Houdini que revela el desenmascaramiento de Argamasilla y que está traducido por Raquel Duato.

Lo más curioso es que, en un vano alarde de patriotismo, hubo muchos periódicos que se pusieron de lado de Argamasilla a pesar del indudable desenmascaramiento de Houdini. El libro termina con una serie de cartas donde se refleja la lucha de la época entre los detractores y los promotores del susodicho; cartas del propio padre de Argamasilla y de nuestro Valle-Inclán defendiéndole, poniéndose en contra incluso del doctor Lafora:

“He leído el artículo del doctor Lafora, sobre el cual me preguntas, y no creo que deba preocuparte. Este doctor parece que es un eminente alienista, pero nunca ha mostrado ser un zahorí en achaque de trucos y tahurerías. Su opinión en este punto carece de toda autoridad. Hablar de lo que no se ha visto y suponernos tontos a los que hemos tenido plena comprobación, acusa más ligereza que sentido científico.”

Todo esto, como viene siendo habitual, viene aderezada con fotos, carteles e incluso periódicos de la época con los artículos que se desencadenaron para conformar una obra deliciosamente pulp, psicotrónica en su concepción pero con un acabado, ciertamente, de lujo.

Otro gran logro, un verdadero disfrute en todos los sentidos.

“This is Water” by David Foster Wallace. No quiero usar “paradoja” pero….

EstoEsAgua…. Es inevitable que surja tras leer este texto, que recoge el Discurso de Graduación de la promoción de 2005 del Kenyon College expuesto por el escritor norteamericano David Foster Wallace (a partir de aquí DFW); principalmente porque es un discurso orientado a cómo avanzar en la vida y, sin embargo, el autor se suicidó tres años después de haberlo dado.

En la primera parte del discurso adopta un tono formal pero sin ser condescendiente, en ningún momento da consejos de un modo paternal sino desde su experiencia, no quiere vender valores (aunque puedan llegar a serlo) sino que se centra en nuestra capacidad de elección ante lo que llama el modo por defecto de actuar (default-setting) y que nos viene impreso de fábrica a todos:

“This is not a matter of virtue — it’s a matter of my choosing to do the work of somehow altering or getting free of my natural, hard-wired default-setting, which is to be deeply and literally self-centered, and to see and interpret everything through this lens of self.

People who can adjust their natural default-setting this way are often described as being “well adjusted,” which I suggest to you is not an accidental term.”

De hecho, establece que ese modo que viene por defecto, está centrado en nosotros mismos y que la llave para salir de esa zona de comodidad ajustada a nuestros intereses es nuestra libertad para elegir lo que queremos hacer.

Sí subraya que ese modo de vivir nos lleva a una cierta esclavitud y esa esclavitud día tras día nos conduce a estar completamente solos en las vicisitudes que surjan en esa rutina:

“And I submit that this is what the real, no-bull- value of your liberal-arts education is supposed to be about: How to keep from going through your comfortable, prosperous, respectable adult life dead, unconscious, a slave to your head and to your natural default-setting of being uniquely, completely, imperially alone, day in and day out.”

Ante la amenaza que trae esta posible desesperación la única salida que ofrece DFW es nuestra elección, lo que decidimos “adorar”, no hay más truco que la perfecta conciencia de esta situación y afrontarla sabiendo lo que puede ocurrir si no lo hacemos:

“The only thing that’s capital-T True is that you get to decide how you’re going to try to see it. You get to consciously decide what has meaning and what doesn’t. You get to decide what to worship.

The trick is keeping the truth up-front in daily consciousness”

Finalizando el discurso, nos alienta sobre la posible clave para salir de nuestro egoísmo, la entrega al resto de personas que nos rodean, pequeños sacrificios que hay cultivar a todas horas y que nos sacan de nuestro margen de comodidad:

“The really important kind of freedom involves attention, and awareness, and discipline, and effort, and being able truly to care about other people and to sacrifice for them, over and over, in myriad petty little unsexy ways, every day. That is real freedom. The alternative is unconsciousness, the default-setting, the “rat race” — the constant gnawing sense of having had and lost some infinite thing.”

Aunque no quiere engañarlos, por mucho que lo diga, es terriblemente duro tomar esta decisión en cada día que vamos pasando:

“It is unimaginably hard to do this, to stay conscious and alive, day in and day out.”

De hecho, sabiendo cómo acabó su vida, está claro que él mismo no pudo predicar con el ejemplo de lo que comentaba.

Muy curiosa publicación que nos sirve para entender un poco más la figura de uno de los autores contemporáneos más interesantes del siglo XX y para, de hecho, aprovechar de alguna manera el indudable trasfondo de la forma de vivir que nos comentaba el norteamericano.

Cápsulas policíacas: C.S. Forester y Jim Thompson. Dos consagrados

LosPerseguidosPodría haber dedicado a ambos libros una entrada completa; sin embargo, a veces tengo esta tendencia curiosa a agrupar, para dar salida libros que quiero comentar (algunos ni llegan a ser comentados); lo más curioso es que me gusta encontrar puntos en común entre ellos, un hilo conductor que los una. En este caso más que una temática (la novela negra) les uniría su caracterización como clásicos del negro.

Así, tenemos inicialmente la novela “Los perseguidos” del escritor Cecil Scott Forester (1899-1966); novela que se trató de un manuscrito perdido durante casi 70 años y encontrado en 2003 cuando el autor ya había fallecido, había sido escrita, sin embargo, en 1935; en pleno auge de las novelas de detectives.

Hablé hace poco sobre “suicidios aparentes”; un poco antes que el escritor japonés, Forester planteó otro de esos casos donde se nota desde el principio que hay gato encerrado por la forma en que ha muerto un personaje; pero Forester, sorprendentemente, no plantea el caso como una investigación estándar, si no que se centra (desde un narrador omnisciente, eso sí) más bien en cómo vive la situación la hermana de la fallecida, Marjorie, ante la posible amenaza de su marido:

“Marjorie sabía perfectamente que aquella noche no iba a dormir: ahora permanecía siempre despierta, inquieta y nerviosa, cuando Ted se ponía “pesado”, y aquella noche fue mucho, mucho peor. Supuso que debían de ser las dos cuando Ted se durmió, acalorado y pesado a su lado, con el aliento un poquito más ruidoso que cuando estaba despierto. Ella se quedó echada de espaldas en el borde de la cama, con la almohada metida en la nuca, demasiado cansada para llorar, y con las emociones demasiado confundidas para que su sufrimiento fuese agudo. Solo era consciente de sentir una depresión negra e insomne, una infelicidad mucho más arraigada de la que había conocido nunca.”

Y sorprende precisamente porque se dedica a expresar los miedos de una mujer ante la infelicidad en el matrimonio, que tiene un causante principal, su marido Ted; todo ello ambientado en un tiempo tan lejano como eran los primeros años del siglo XX y desde la perspectiva de un hombre; sinceramente, lo hace muy bien; pinta en primer lugar la situación y, a continuación, asistimos a la liberación de Marjorie al conocer el amor de nuevo en un período vacacional, alejado de su opresor:

“Marjorie sintió un dolor estremecedor en el pecho cuando el sol bajó todavía más. Aquel lugar, absolutamente maravilloso, la tristeza de la tarde, el dolor al saber que aquel tiempo tan feliz estaba concluyendo, todo aquello pesaba sobre ella mientras luchaba por tomar una decisión sobre Ted. La cabeza le daba vueltas, no podía pensar con claridad.”

La instigadora de un cambio brutal será, paradójicamente, su madre, que tampoco confía en Ted, a pesar de que parezca no entender la situación:

“En ese caso, sería también inútil buscar la ayuda de su madre para dejar a Ted. Su madre sería la última persona de toda la tierra que animase a una esposa a separarse de su marido. La cabeza le daba vueltas a Marjorie. Estaba exhausta por la tensión emocional.”

Ella será el desencadenante de un tour de force del que tendrán que escapar, convirtiendo la parte final de la novela en una persecución como si de un capítulo de “El fugitivo” se tratase. No hay lugar a una resolución del crimen inicial; todo ello se sustituye por un buen manejo de la trama y una desviación hacia lo más negro, olvidando la parte más detectivesca.

La conclusión al viaje deja buen sabor de boca a pesar de lo aparentemente negativo. Una gran novela, sin lugar a dudas.

Los textos provienen de la traducción de Ana Herrera Ferrer de “Los perseguidos” de C.S. Forester.

LaSangreKingLa segunda propuesta viene de otro clásico, uno de los más grandes, del que vemos publicado otra de sus obras, “La sangre de los King”; hablamos, claro que sí, de Jim Thompson. Estamos ante una obra crepuscular, ya en el final de su carrera, un Thompson muy pasado de vueltas se desvió hacia el western y lo dotó de la violencia habitual en sus obras; violencia que, en este caso, traspasa las fronteras familiares, solo hay que ver cómo Critch King habla de su madre; siempre resulta muy crudo leer algo de esta magnitud:

“Solo durante el último año, cuando su madre ya llevaba más de dos años haciendo de puta. Y una puta, si se la magulla y se la maltrata, acaba viendo disminuidos sus ingresos. Ray había conseguido contenerse. Aquella noche, sin embargo Ray había ido demasiado lejos. No tenía nada que perder golpeándola, o eso le parecía. La estúpida zorra había estado ocupada todo el día. Un cliente tras otro. Y sin embargo, al final de la jornada había vuelto con menos dinero del que tenía al principio. Además de su cuerpo, regalaba el dinero. ¡Coño gratis y encima regalaba dinero!”

Los King son salvajes por naturaleza, hasta tal punto que llegan a definir sus propias reglas por las que regirse; sus límites están muy por encima de lo que entendemos como ética, de ahí que todo lo que vaya sucediendo esté “justificado”, han sido educados así por su patriarca:

“-Somos totalmente distintos. Nos lo han inculcado. Papá era más salvaje que civilizado. Entre él y Tepaha nos educaron para creer que podíamos hacer prácticamente cualquier cosa, siempre y cuando no nos cogieran. Por lo que se refiere a nuestra madre… Bueno, acabó vendiendo el culo a cualquiera que llegaba. Lo vendía o lo regulaba; tampoco parecía importarle mucho.

[…]

-Pero no pasa nada si lo hace un King. La diferencia entre el bien y el mal es algo que no va con nosotros.”

En tal orden de cosas, no es extraño comprobar como un hermano intenta matar al otro sin ningún tipo de remordimiento:

“-Eh… ¿Qué crees que ocurrió? –dijo Arlie por fin-. ¿Se rompió la cincha?

-Debió de ser eso.  Si alguien la cortó, debía de ser un hijo de puta miserable, malnacido, cabrón y desgraciado, ¿no te parece? Yo no conozco a nadie de por aquí que lo sea, ¿y tú?”

Aparte de la violencia explícita y de tipo psicológica que se gasta el norteamericano, falta profundización psicológica, y la trama, para qué engañarnos, es simple y dulcificada en un final poco coherente con lo leído anteriormente; el estilo, inconfundible,  hace que valga la pena su lectura, pero no estamos ante una de sus obras maestras. Por lo menos puede servir para acercarse a ellas.

Los textos provienen de la traducción de Damià Alou de “La sangre de los King” de Jim Thompson.

“El expreso de Tokio” de Seicho Matsumoto. Precisión nipona

ExpresoTokioSi tenemos libros como este publicado es gracias a que hay editoriales independientes como Libros del Asteroide. Otro día vendré con alguno de los libros de novela policíaca que nos trae Quaterni, otra de esas editoriales pequeñas que están buscando obras de autores japoneses que nos parecían impensables hace un tiempo.

Pero hoy es el turno de de Seicho Matsumoto, escritor japonés que publicó “El expreso de Tokio” por entregas en 1958 como bien nos dice la bio de la editorial:

“Seicho Matsumoto (1909-1992) fue un prolífico escritor japonés que comenzó a publicar cuando ya tenía más de cuarenta años, pero su carrera literaria no despegó hasta su segundo libro, cuando recibió el premio Akutagawa por Historia del diario de Kokura (Aru Kokura-nikki den). El expreso de Tokio se publicó por entregas en una revista en 1958 y obtuvo un éxito inmediato, su reedición en forma de libro lo convirtió en uno de los mayores best sellers de la posguerra japonesa.”

La novela tiene un comienzo bastante atípico, dos apuntes bastan y son necesarios para luego entender los derroteros por los que va la novela, en primer lugar una referencia velada a un escándalo de corrupción:

“En otoño del año anterior, en ese ministerio había estallado un escándalo de corrupción en el que decía que había varios proveedores implicados. La prensa destacaba que por el momento solo afectaba a los cargos inferiores, pero que en primavera empezaría a salpicar las altas esferas.”

En segundo lugar la inofensiva presentación de Tatsuo Yasuda y su relación con las camareras del bar Koyuki:

“Tatsuo Yasuda era un hombre de unos cuarenta años. Tenía la frente ancha y la nariz perfilada. Su tono de piel era más bien oscuro y tenía la mirada bondadosa y las cejas pobladas pero bien definidas. Era todo un hombre de negocios y su carácter era franco y abierto. Era muy popular entre las camareras del Koyuki. Aun así, nunca intentaba aprovecharse de ellas y las trataba a todas con la misma amabilidad.”

Después de esta escena inicial en la que no hay que perder detalle de lo que va sucediendo, abruptamente, en el siguiente episodio nos encontramos con un aparente doble suicidio:

“Pero nunca había visto lo que descubrieron ese día sus ojos clavados en el suelo. Sobre la oscura superficie de una roca destacaban dos cuerpos, un inoportuno obstáculo en mitad de aquel paisaje que le resultaba tan familiar. Estaban inmóviles, tumbados bajo la pálida luz de la mañana. El sol aún no había salido. El viento frío azotaba su ropa, lo único que se movía demás de su pelo. Los zapatos negros y los calcetines blancos también estaban inmóviles.”

No estoy desvelando parte de la trama, desde el principio el autor japonés deja claro la potencialidad de algo “por suceder”, y ese evento se nos presenta de una manera que puede ser malentendida y tomada por algo más sencillo de lo que es; nada más lejos de la realidad, a partir de dicho momento los detalles más pequeños conformarán una trama milimétrica, una novela de detectives en su sentido más cerrado, donde nos encontramos una habitación cerrada  estándar con el tiempo como protagonista. El memorable capítulo “Un intervalo de cuatro minutos” nos pone en perspectiva y nos alerta sobre lo que está sucediendo; el investigador tendrá que hacer una labor dificultosa, abstraer cual Sherlock Holmes, los posibles movimientos que pudo llevar el asesino, un cúmulo de casualidades que parecen no cuadrar hasta que se estudian con minuciosidad.

La manida metáfora del reloj y su precisión se aplica a la perfección a esta trama policíaca que recuerda a aquellas que elaboraban en el genial “Detection Club”; la base de la solución serán las sospechas de un detective que no confió en lo que aparentemente era lo más evidente:

“Todavía recuerdo lo que me dijo usted en su última carta: “Todos somos víctimas de prejuicios inconscientes y dejamos escapar los detalles más obvios. Es peligroso. De vez en cuando, los prejuicios ofuscan el sentido común y es necesario revisar e investigar una vez más aquello que se daba por sentado.” Tenía usted toda la razón. Un hombre y una mujer mueren juntos. Para una mente ofuscada por los prejuicios, se trata de un doble suicidio. La verdad es que fuimos víctimas de una ilusión. Nuestro enemigo se aprovechó del sentido común crónico de los humanos, que nos hace dar por sentadas ciertas cosas que parecen evidentes.”

Estupenda novela con el mejor sabor de la “mistery novel” más clásica; pero esta vez nos llega desde Oriente, bienvenida sea.

Los textos provienen de la traducción de Marina Bornas de “El expreso de Tokio” de Seicho Matsumoto para Libros del Asteroide.