“Días de guardar” de Carlos Pérez Merinero. La incomodidad de un punto de vista

DiasdeGuardarAntes de empezar este comentario, aviso, los textos de la novela “Días de guardar” de Carlos Pérez Merinero no son para estómagos sensibles. De ahí que, los que lean esta reseña, se los pueden saltar si lo consideran conveniente.

Una vez dicho esto, qué mejor forma para darle el contexto necesario a esta obra que recurrir al prólogo de Óscar Urra donde la ubica temporalmente con otras novelas claves de lo policíaco español:

“Así, Los mares del sur (1977) de Vázquez Montalbán, establece el canon del detective chandleriano asociado al análisis social y cultural; Demasiado para Gálvez, de Jorge Martínez Reverte, que aparece en el mismo año, indaga en las posibilidades de denuncia y explicación de ciertas tramas financieras desde el punto de vista periodístico; Un beso de amigo (1980), de Juan Madrid, plantea la investigación abordada desde “el otro lado de la barrera”, el policial; por su parte, Prótesis, de Andreu Martín, también en ese año, brega con el conflicto psicológico y delictivo compartido entre la autoridad y el delincuente común; por fin, en 1981, aparece Días de guardar, primera novela de un muy joven Carlos Pérez Merinero que no solo completa el repóquer de este período dorado del género en nuestro país, sino que aporta al mismo el sentir, el pensar y el hacer radicales del delincuente, sin renunciar a trazar, siquiera sea de pasada, pero de manera precisa e impresionista, un fresco de las tensiones políticas y sociales de la época.”

El propio Urra nos indica la diferencia primordial de las novelas de género negro con respecto al autor y lo compara con Jim Thompson; podríamos considerar a Carlos Pérez Merinero como nuestro Jim Thompson patrio; Antonio Domínguez es el simpar y amoral protagonista:

“Porque, a diferencia de la gran mayoría de novelas de género negro, en Días de guardar, no es el tema moral (social o individual) el que interesa al autor, sino la estupidez y la mezquindad de la ciudadanía media en sus múltiples formas actitudes y paisanajes. Al lado de lo que la sociedad y las circunstancias pergeña todos los días con la vida de la mayoría de los personajes que se cruzan con el protagonista, la brutalidad que este se gasta […], se antoja ingenua y circunstancial; el proceder de Antonio es el de un tipo amoral que escribe sus propias leyes, no un inmoral que pretende burlarlas.”

Este punto de vista, el de un asesino amoral que elige sus propias leyes por encima de lo establecido es, precisamente por eso, muy incómodo; no hay un intento de justificación del porqué de esta amoralidad por parte del autor; su único objetivo es mostrar tal y como cree que debe ser su vida y eso va más allá de las convenciones sociales; de hecho, cada intervención en esta primera persona es violenta, descarnada y profundamente incomprensible para el lector; solo tenemos que coger cualquiera de sus pensamientos, como lo que piensa de una mujer con la que se acaba de acostar:

“Cuando vuelvo al cuarto ella duerme como una bendita. Serán gilipollas, desagradecidas y todo lo que ustedes quieran, pero tengo que reconocer –si tengo una virtud esa es la de ser objetivo- que están buenísimas. La ves así, durmiendo, en pelotita viva, y te dan ganas de olvidarte de que es lunes y de que la tienes un poco floja y de ponerte sobre ella y tirar de vareta. Se iba a despertar con toda la mandanga dentro.”

O la forma en que describe sus sensaciones a la hora de robar un banco; la metáfora sexual que utiliza es ciertamente brutal y desagradable en algunos momentos:

“Es la primera vez que atraco un Banco y tengo un gustazo en el cuerpo de aquí te espero. Algo así como si me hubiera tirado a un regimiento de tías del Playboy, pero todavía en mejor. Si no me corro es por no manchar los calzoncillos. Ganas no me faltan.”

Lo cual no quita para que tenga alguna reflexión lúcida en su particular mundo, un universo en el que los periodistas no aportan nada interesante a su vida (probablemente a la nuestra tampoco):

“Y la culpa de todo la tienen los periodistas. Por mi madre, que con las tripas del mejor ahorcaba al peor. ¿Se han fijado alguna vez en la cantidad de paridas que se escriben en los periódicos? Pues si no se han fijado, fíjense. Cosas que le interesen a uno, lo que se dice cosas que le interesen a uno, hay que buscarlas con la lupa. Sin embargo, chorradas todas las que quieran. Pero eso sí, le dan un barniz los tíos que parece que nos va a ir la vida en que tal menda de nombre impronunciable gane las elecciones en Dinamarca o que en los Estados Unidos no vendan trigo a los rojazos de los rusos. La monda en bicicleta, vamos.”

A pesar de los estallidos de violencia física y psicológica a la que vamos asistiendo, sus peripecias están teñidas siempre de un cierto humor, muy negro, indudablemente, pero sirve para aligerar la crudeza de lo que nos cuentan; el uso de la jerga es otra característica esencial que se nota en cada momento y que, contrario a lo que podía pensar inicialmente, no resulta tan chocante a pesar de usar expresiones de los años ochenta:

“-¡Qué suerte! –dice una voz femenina a mi espalda.

Es una voz que suena como los ángeles. Me vuelvo esperando encontrarme con una tía de bandera, de esas que te la guardan en su coñito con honres de reina, pero lo que veo es una cuarentona con unas gafotas que le sientan como un tiro y una cara de pedorra como para jugar al abejorro con ella.”

Si el punto de vista era incómodo, la conclusión lo es aún más; y no será porque no avisa sobre ello al reflejar la incapacidad de la policía, él si cree en el crimen perfecto pero no por su pericia sino por la inutilidad de los medios policiales:

“Porque el crimen perfecto existe. Sí, hombre, no se rían. Existe. […] Además, qué coño, la prueba de la impericia de la poli es la cantidad de casos que quedan sin resolver. Los cabrones de los periodistas –mamporreros de pro- en cuanto que aclaran algo lanzan las campanas al vuelo y la gente que lee los periódicos piensa: “¡Qué listos son nuestros Sherlock Holmes!” ¡Una leche! ¿Por qué no publican la lista de los casos pendientes? ¿Eh, por qué no la publican? Muy sencillo. Porque ocuparía todas las páginas y aún faltarían más.”

Como en las novelas de Thompson, no hay conclusión satisfactoria para el lector ávido de finales felices; aquí no se coge al ladrón ni al asesino. La impunidad con que lo logra demuestra que, como la vida misma, no siempre los buenos ganan y los malos son castigados.  La vida y sus grises.

“Wildboy. El chico salvaje” de Rob Lloyd Jones. Sherlock Holmes (nuevamente) como inspiración

WildBoyUno se encuentra sorpresas de diferente calibre en todo tipo de sellos; en este caso, en el de Alfaguara Juvenil, se trata de la novela “Wildboy. El chico salvaje” del británico Rob Lloyd Jones, libro que, me temo va a pasar desapercibido a pesar de su indudable potencial manifestado ya en el prólogo con el que da comienzo, ambientado en 1838, en el que un empresario va a buscar a alguien, un chico muy especial, a un orfanato; os dejo con dos textos muy indicativos de los derroteros que va a tomar:

“-He venido a por el chico -respondió el empresario.

Los ojos del ventanuco se entornaron.

-¿Qué chico? Aquí hay docenas de chicos.

El empresario se inclinó hacia delante, mostrando su rostro bajo la sombra de su chistera ladeada. Era una cara horrorosa, surcada por tantas cicatrices que parecía hecha con trozos de piel cosidos entre sí. Tenía marcas de latigazos, cuchilladas y arañazos. Señales de mordiscos, quemaduras y cortes de sierra. Y un largo tajo que recorría su nariz huesuda como maquillaje morado. Se acarició la herida con un dedo mientras se acercaba al ventanuco para gruñir.

-El chico.”

De los ojos del muchacho rodaron lagrimas que escamparon el vello de sus mejillas. Pero apretó los dientes y aguantó el dolor del pecho.

-¿Veré cosas? -susurró.

El empresario miró a Bledlow, desconcertado por la pregunta.

-Le gusta observarlo todo -explicó el encargado. Es lo único que hace este pequeño animal. Se sienta ahí y mira por la ventana.

El empresario soltó el pelo del muchacho dejándolo caer al suelo.

-Verás un montón, claro que sí -dijo-. Sólo que, donde tú irás, no habrá muchas cosas bonitas.

-¿Una parada de monstruos? -preguntó el chico.

-Una parada de monstruos -confirmó el empresario.”

Aparte de las inevitables resonancias dickensianas, tenemos un chico muy especial, con gran capacidad de observación, y al que recoge un empresario de circo salido de una película que nos retrotrae al “Freaks” de Todd Browning, de rabiosa actualidad actualmente con la cuarta temporada de American Horror Story y su Freakshow.

Estas pistas se irán revelando de manera muy inteligente según empiece a desarrollar la historia Lloyd Jones, ya tres años más tarde (1841) en el Londres victoriano. Nuestro chico, Wild Boy, recibe ese nombre de su condición más animal que humana, recordando más a un oso que a otra cosa. Se convierte en un personaje más de un circo que es un “Gabinete de curiosidades”, con lo cual ya tenemos el lugar en el que se desarrollará la acción y el contexto.

A continuación, sucederá un asesinato de uno de los integrantes de esta “Parada de monstruos”, del que culparán a nuestro protagonista; Wild Boy confrontará al asesino casi por casualidad al encontrarse con él y le hablará de una misteriosa máquina:

“No conseguirás la máquina.

[…]

Trató de que su voz sonara firme, pero había algo en aquella figura que le había provocado un escalofrío por todo el cuerpo, un terror más profundo que cualquiera de los acontecimientos de aquella noche. Quienquiera que fuera, se alegraba de que se hubiera marchado.”

El autor aprovechará entonces la dimensión social para poner de relevancia la típica situación en la que se culpa al que es más raro, extraño, al que puede amenazar el estatus quo de los que se consideran normales y juzgan lo que es normal desde su óptica; esto, de hecho lo está explotando también Ryan Murphy en Freakshow. Donde se desmarca Lloyd Jones es en la otra característica comentada anteriormente, la última por reseñar: su capacidad de observación:

“Le invadió la ira. Sólo porque fuera un bicho raro todo el mundo creía que era culpable. Sin poder controlarse, cogió uno de los cuencos de sopas, lo estrelló contra la pared de la cámara subterránea. Se inclinó sobre la mesa, maldiciendo y tirándose del pelo de la cara.

-¿Has terminado ya de compadecerte de ti mismo? -le preguntó Clarissa.

-no, no he terminado -gritó Wild Boy-. Déjame en paz, ¿quieres?

-¡No voy a dejarte en paz! Mi nombre está también en esa casa, ¿sabes? Y vas a ayudarme a salir de esta.

-¿Sí? Dime cómo.

-Encontraremos pistas que demuestren nuestra inocencia.”

No esconde el británico su adoración por Conan Doyle y su maravilloso personaje, dotando a nuestro peludo personaje de una capacidad de fijarse en los detalles digna del detective de Baker Street; de ahí que decida, junto a Clarissa, la acróbata, intentar desentrañar el misterio detrás de los asesinatos que se van sucediendo a continuación.

Volverá a encontrarse con el asesino y este utilizará su inseguridad para escapar; el caramelo de la máquina que puede hacerle “normal” será un germen que descompensará a nuestro protagonista y le llenará de dudas:

“El asesino entornó sus ojos tras la máscara.

-Es una máquina muy poderosa. Una máquina que te cambia. Imagina algo así Wild Boy de Londres. Imagina una máquina que pudiera volverte normal como todo el mundo.

Wild Boy estaba demasiado sorprendido para responder. Lo que el asesino acababa de decir no era posible, ¿verdad? Él nunca podría ser normal.”

No dejarán de sucederse las persecuciones llenas de acción, aparecerán aliados inesperados, sociedades secretas que esconden más de lo que se dice… hasta llegar a una resolución digna de una mistery novel con nuestro velludo compañero transmutado en un Sherlock Holmes Freak encantador que consigue aceptarse a sí mismo con sus virtudes y sus defectos.

Comienzo de una serie que, al dedicarse a la presentación de personajes, no puede desarrollar  a fondo lo que ha presentado, pero que tiene un gran potencial para las siguientes entregas. Mucho más que un entretenimiento, con una resolución sorprendente. Más que recomendable.

Los textos provienen de la traducción de Montserrat Nieto Sánchez de “Wildboy. El chico salvaje” de Rob Lloyd Jones para Alfaguara.

“Niveles de vida” de Julian Barnes. Sehnsucht y ausencia

Maquetación 1Siempre que leo a Julian Barnes me vuelve a recordar el infinito placer que siento al leer cualquiera de sus obras y cómo dejo pasar demasiado tiempo entre una y otra lectura. Barnes tiene la extraña cualidad de conseguir emocionarme con una apariencia formal que no busca dicha emotividad sino una aproximación alejada de sentimentalismos.

En “Niveles de vida” Barnes nos propone un juego de relojería que divide en tres partes; en la primera de ellas “El pecado de la altura”, donde habla sobre los pioneros de la conquista del cielo mediante globos aerostáticos, consigue contarnos un hecho muy general que utilizará más adelante, ya que, de fondo, esta historia es una alegoría que le servirá de hilo conductor. Sólo hay que fijarse en lo que significa estar en las alturas según sus locos aeronautas:

“En este espacio silencioso, moral, el aeronauta experimenta una salud física y también espiritual. La altitud “reduce todas las cosas a sus proposiciones relativas, y a la Verdad.” Se esfuman las cuitas, los remordimientos, las aversiones: “Con qué facilidad se disipan la indiferencia, el desprecio, la desmemoria… y surge el perdón.”

En la segunda parte, “En lo llano”, se produce la particularización a través de uno de los personajes que veíamos en esa primera parte, Fred Burnaby, y refleja especialmente su obsesión por Sarah Bernhart, una de las grandes experimentadoras y conocida actriz de la época.

“Vivimos a ras del suelo, en lo llano, y sin embargo aspiramos a elevarnos. Terrestres, a veces ascendemos tan alto como los dioses. Algunos se elevan por medio del arte, otros con la religión; la mayoría con el amor. Pero al elevarnos también podemos caer en picado. Hay pocos aterrizajes suaves. Podemos rebotar en el suelo con tal fuerza que se nos fractura una pierna y somos arrastrados hacia una vía férrea extranjera. Cada historia de amor es en potencia una historia de aflicción. Si no al principio, más tarde. Si no para uno, para el otro. A veces para ambos.”

Aspiramos a lo máximo, el amor nos puede elevar hasta lo máximo; pero también nos puede conducir a lo más hondo, “cada historia de amor” se convertirá en algún momento “en una historia de aflicción”.

La tercera parte, “La pérdida de profundidad”, supone el paso de lo ajeno a lo propio, en este caso, lo personal más íntimo, las consecuencias de la muerte de su mujer en su vida. Es aquí cuando te das cuenta de cómo ha ido preparando Barnes la narración para llegar a su punto culminante y aprovechar lo andado, donde el reloj, con todos sus mecanismos, funciona perfectamente, con su correcto tic-tac; como cuando dos personas se juntan y se produce dicha simbiosis:

“Juntas a dos personas que nunca habían estado juntas. A veces es como aquel primer intento de acoplar un globo de hidrógeno a otro de aire caliente: ¿prefieres estrellarte y arder o arder y estrellarte? Pero a veces funciona y se crea algo nuevo y el mundo cambia. Después, tarde o temprano, en algún momento, por alguna razón u otra, una de las dos desaparece. Y lo que desaparece es mayor que la suma de lo que había. Esto es quizá matemáticamente imposible, pero es emocionalmente posible.”

Ese reloj que funciona a la perfección se rompe en algún momento, lo malo es que, como comenta el británico, se pierde mucho más que la suma, algo probable únicamente en el terreno emocional. Es capaz de entrar en un terreno tan espinoso sin caer en lo cómodo, solo hay que comprobar la forma en que la añora, en lo que hace y en lo que no hace:

“Lloro su pérdida de un modo muy simple y absoluto. Tengo esa buena y también esa mala suerte. Antes las palabras venían a mi cabeza: la añoro en cada acción y en cada inacción. Era una de esas frases que me repetía para confirmarme dónde estaba y lo que era. Al igual que, al volver a casa, me preparaba para el regreso diciendo en voz alta: “No estoy volviendo con ella ni hacia ella.” Al igual que, cuando algo fallaba o se rompía o se perdía alguna cosa, me tranquilizaba diciendo: “En la escala de las pérdidas no es nada.”

Sorprende siempre por su capacidad para racionalizar aspectos tan emocionales como es en el caso de discernir entre dos conceptos tan próximos como aflicción y duelo; exactamente, la aflicción es vertiginosa y es la que causa el verdadero estado de dolor.

“Está la cuestión de la aflicción frente al duelo. Cabe intentar diferenciarlos diciendo que la primera es un estado y el segundo un proceso; sin embargo, es inevitable que se superpongan. ¿Disminuye el estado? ¿Progresa el proceso? ¿Cómo saberlo? Quizá sea más fácil pensarlo metafóricamente. La aflicción es vertical –y vertiginosa-, mientras que el duelo es horizontal. La aflicción te trastorna el estómago, te quita la respiración, corta el suministro de sangre al cerebro; el duelo te proyecta hacia una nueva dirección.”

Cuando muere alguien más querido, no solo muere la persona sino lo que esa persona tenía de ti como he comentado en un texto anteriormente; esa condición de pérdida genera una añoranza inevitable que define con una palabra alemana única en su sonoridad:

“Hay una palabra alemana, Sehnsucht, que no tiene un equivalente inglés; significa “añoranza de algo”. Tiene connotaciones románticas y místicas; C. S. Lewis la definió como el “inconsolable anhelo” del corazón humano de “no sabemos qué”. Parece bastante alemana la capacidad de especificar lo inespecificable. El anhelo de algo o, en nuestro caso, de alguien. Sehnsucht describe el primer tipo de soledad. Pero el segundo tipo procede del estado opuesto: la ausencia de un alguien muy específico. No es tanto soledad como la ausencia de ella. “

Esta ausencia de la persona con la que has compartido (o no) tantas cosas es la que genera una añoranza casi mística, que roza el romanticismo pero no cae en el sentimentalismo barato, ya que, por momentos, se vuelve inespecificable. La dificultad de expresar lo vivido con Barnes fluye hasta transmitir un sentimiento de congoja durante su lectura que nos sobrecoge y subyuga. La facilidad de la palabra del británico, una total experiencia lectora donde no cabe la mediocridad.

Los textos provienen de la traducción de Jesús Zulaika de “Niveles de vida” de Julian Barnes para Anagrama.

“Laidlaw” de William McIlvanney. Las peculiaridades de un detective

laidlaw_300x458William McIlvanney es un escritor escocés que goza del privilegio de ser el precursor del “tartan noir”, ni más ni menos que el noir ambientado en escocia, un subgénero que han seguido más adelante Ian Rankin y Val McDermid; las características de este “subgénero” son tan comunes al hardboiled y la novela políciaca que no veo apenas diferencias para calificarlo como tal, pero bueno, la etiquetación de géneros que no falte.

Vayamos a lo importante, la novela. El comienzo nos desvela un narrador omnisciente particular, que alude a alguien en segunda persona, a nuestro protagonista; es una curiosa elección de narrador para una novela en 1977 donde ya se empezaban a utilizar habitualmente narradores en primera persona:

“Lo más extraño es que no hubo aviso. Te pusiste el mismo traje, escogiste cuidadosamente la corbata, te equivocaste al cambiar de autobús. Media hora antes estabas riendo. Después, tus manos te tendieron una emboscada. Te traicionaron. Tus manos, que levantan tazas, sostienen monedas y se agitan para saludar, de pronto se rebelaron, se convirtieron en furia descontrolada. Las consecuencias fueron para siempre.”

Y es que Laidlaw, Jack, nuestro protagonista, es peculiar, no nos engañemos. Si hay algo que nos lleva en volandas a lo largo de la narración es el cúmulo de sus rarezas, una paradoja en sí mismo:

“Le parecía que su naturaleza renacía como una acumulación de paradojas. Era un hombre potencialmente violento que odiaba la violencia, un defensor de la fidelidad que era infiel, un hombre activo que anhelaba comprensión. Estuvo tentado de abrir el cajón donde guardaba los libros de Kierkegaard, Camus y Unamuno, como si fueran una provisión encubierta de alcohol. En su lugar lanzó un buen suspiro y empezó a ordenar los papeles que tenía sobre el escritorio. No sabía hacer otra cosa que habitar en paradojas.”

Totalmente autoconsciente de sus contradicciones, no duda en señalar hechos que le causan la misma intranquilidad que su misma condición, como el morbo que causa un asesinato al público que se amontona cerca de donde ha sucedido:

“Pero lo más extraño del escenario no eran los policías. Lo extraño eran las personas que se aglomeraban tras el cordón. A Laidlaw no le gustaba mirarlas. Tenían esa extraña unidad que había observado en los grupos, estirando el cuello y hablando entre ellas, como una hidra hablando consigo misma. Un padre llevaba a su hija subida a hombros con las piernas metidas entre sus axilas. Un niño pequeño chupaba una piruleta. No podía comprender a esas personas. No estaban allí para intentar prestar alguna ayuda. Simplemente, eran mirones del desastre.

[…]

-Mírelos –dijo Laidlaw-. ¿Qué hacen todos aquí? Y probablemente creen que la chica muerta es el misterio. Probablemente creen que quienquiera que hizo esto es un ser muy raro.

-Solo tienen curiosidad, señor.

-Mucha.

-No son tan mala gente.

-¿Acaso es usted tan hermanita de la caridad? Yo no dejaría sola a la víctima con ellos. Podrían llevarse una uña a casa para sus hijos.

-Eso es algo cínico, señor.

-No me lo diga a mí. Dígaselo a ella.”

Es un cínico que dice sin cortapisas lo que piensa y, normalmente acierta, precisamente por su condición de saberse tan contradictorio en sí mismo; su crítica no es desde su ética, que no tiene, sino que viene de su innata observación.

La trama nos trae el escabroso crimen sexual de una chica y se divide rápidamente en tres líneas principales que irán alternándose hasta confluir al final; por un lado, la del investigador para resolver el caso, por otro lado el asesino que habla con su novio para que le proteja (la homosexualidad y cómo se trata es otro de los aspectos novedosos, ya que explora las relaciones además de su presión social) y por último una última línea que busca ajustar cuentas con el asesino, a nivel profesional o, incluso, personal, encarnado en la figura del padre sobreprotector que no supo tratar a su hija en  vida y busca venganza:

“-Solo pido una cosa –dijo Bud. Era la primera vez que hablaba en una hora. No había lágrimas en sus ojos; los tenía despejados y sin expresión-. Dejádmelo a mí cinco minutos. –La taza que hacía girar en sus manos parecía un dedal-. Sólo deseo tenerlo en mis manos. Eso es todo lo que deseo. Y nunca volveré a pedir nada.”

McIllvaney, no olvida además, su ciudad, no es anecdótica la descripción que hace de Glasgow, resulta bastante original mezclarla con los personajes que ha ido utilizando según desarrollaba la trama:

“Siempre le había gustado la ciudad, pero jamás había sido tan consciente de ella como esa noche. Captó su fuerza en las contradicciones. Glasgow es galletas de jengibre caseras y Jennifer muerta en el parque. Es la simpatía sentenciosa del comandante y la anunciada agresividad de Laidlaw. Es Milligan, insensible como un bloque de hormigón, y la señora Lawson, atontada por el sufrimiento. Es la mano derecha que te derriba de un golpe y la mano izquierda que te levanta, mientras la boca alterna disculpas y amenazas.”

A pesar de que el final se pueda esperar, hay que reconocer que, por lo que he comentado anteriormente, el cómo llega a dicho final es bastante concluyente y denota más que buen oficio por parte del escocés. Laidlaw es, sin lugar a dudas, un “personajazo” que no deja indiferente y que, en muchas ocasiones, suelta verdades como puños:

“-Lo que tengo contra tíos como Lawson no es que estén equivocados. Es sólo que estén tan seguros de tener la razón. La intolerancia es solo certeza no ganada, ¿verdad?”

Como siempre, habrá que rezar para ver si Serie negra, entre tanto Lee Child, le da tiempo a publicar al autor escocés.

Los textos provienen de la traducción de Amelia Brito de “Laidlaw” de William McIlvanney para RBA.

“Candentes cenizas” de Erwin Schrödinger. La contradicción de un artista

candentescenizasParece una paradoja digna del gran Chesterton hablar, en la misma frase, del físico Erwin Schrödinger y de poesía o inspiración artística; sin embargo, en el prólogo de Feliz Schmelzer a “Candentes cenizas”, el sorprendente libro que acaba de sacar Salto de página con textos del físico, confirmamos rápidamente que no existe tal contradicción:

“De hecho, mi deseo de joven fue ser poeta, pero me di cuenta rápidamente de que la poesía no era un negocio pagado. La ciencia, por otro lado, me ofreció una carrera.” Eso decía Erwin Schrödinger en una entrevista, en 1931. Sabemos que dicha elección le otorgó  cierto éxito, nada menos que el Premio Nobel de Física, dos años más tarde en 1933. No obstante, es evidente que Erwin Schrödinger no podía o no quiso renunciar a su lado poético durante su vida, como demuestra el volumen presente, que reúne su poesía, por primera vez traducida a la lengua española. A veces, la lucha aparente entre la poesía y la ciencia, con una preferencia secreta por la primera, toma cuerpo en los mismos poemas: “Con frecuencia me reprochan /pasar la vida en el sueño, /preferir la rima al cálculo.”

El premio Nobel de Física era una persona marcada por dos mundos; mundos que consideraba totalmente complementarios y necesarios para su vida:

“La relación entre la poesía y la ciencia es, en última instancia la relación entre los sentidos y la razón, el sentir y el pensar, y el entrelazamiento indisoluble de ambos es algo que, evidentemente, fascinó a Erwin Schrödinger a lo largo de su vida. Como revela su obra ensayística, el físico poeta austríaco no se cansa de recordarnos el hecho de que la razón obtiene su contenido de los sentidos, y por eso de ninguna manera juega un papel superior a ellos.”

No puedo estar más de acuerdo con que “la razón obtiene su contenido de los sentidos” y “de ninguna manera juega un papel superior a ellos.” Lo que cuenta Schmelzer en este prólogo quedó perfectamente reflejado en la poesía de Schrödinger donde muestra un anhelo, quizás contraproducente por su condición de científico, por esa necesidad de algo que está por encima, en su caso Dios, es inevitable que la primera estrofa no nos recuerde a la escena del Nuevo Testamento y a la Magdalena en particular:

 

ANHELO

Tus Pies que yo lavé y besé

y sequé -y soñé día tras día…

por qué, de pronto, tendría que sentir tanto miedo

si  una noche no supiera de ti…

[…]

si no existieras tú, tú diosa, reina.

Si no existieras tú, quién querría afrontar la necia luz del día y un pasivo seguir.

 

Uno siente la vida meramente volátil

y acepta de buen grado presto desvanecerse

para perderse luego en tus honduras.

 

A pesar de su confianza en la ciencia, esta no era incondicional; muy al contrario, se encargó de desmitificarla, de librarla de su condición divina; en este poema habla precisamente de la falibilidad del empirismo como fuente para dar sentido a nuestra vida:

 

PARÁBOLA

[…] La confusa vibración de las manchas luminosas

no te hace captar las leyes.

Tus júbilos y temblores

no conforman el sentido de esta vida.

Tan sólo el alma del mundo, si se lanza,

apuntará el resultado

de miles de experimentos.

¿Acaso esto nos atañe todavía?

 

El poema homónimo es una total personificación del alma de Schrödinger, el alma de un poeta; las cenizas son en realidad ascuas de su genio poético:

 

CANDENTES CENIZAS

Irradian por el rescoldo los carbones candentes

y despiertan lo que sólo a medias conocemos

 

y convocan lo que es nuestro sólo a medias

y, por estar lejos, es casi molesto.

 

Deja que esta noche silente sea la última.

No tendría importancia. No sería asombroso.

 

Pues cuando el orbe del mundo habita,

como mucho, con rauda muerte recibe recompensa.

 

Creas en los dioses, o creas en Dios:

invócalos, invócalo, o se convierten en burla.

 

Yo creo en las cenizas vivas en las ascuas,

a nadie envidio, por más que sea su condición alta.

 

En este orden de cosas, para el poeta-físico, la mayor satisfacción, la gran recompensa, está en el amor, paradigma de la lírica; la última estrofa cierra el círculo, son las que refería Schmelzer en su prólogo y que suponen la encarnación de la personalidad del germánico.

 

RECOMPENSA 

Por qué todavía hoy una hermosa mujer

joven cual rocío matutino

me brinda sus cálidos labios

con precisión te comunico:

 

porque para mí nunca hubo

joya alguna terrenal,

ni gloria alguna de valor más alto

que el amor de las mujeres.

Todo resultaba pobre

frente al beso de la boca amada.

 

Con frecuencia me reprochan

pasar la vida en un sueño,

preferir la rima al cálculo.

Ahora -yo me desquito.

 

Después del “Fragmento inédito de un diálogo de Galileo” que añade una nota científica curiosa aunque anecdótica, tenemos el artículo de Clara Janés llamado:

“Los límites del mar

Erwin Schrödinger: conocimiento y gozo.”

Este artículo recoge textos de entrevistas al autor alemán bastante esclarecedores de lo que resulta su personalidad y que ya habían quedado adelantados anteriormente en su obra poética, me quedó con su reflexión sobre el papel de esa dicotomía ciencia-arte:

“-Al darme cuenta de que deportes, arte y ciencia son meramente salidas para la energía superflua. Observamos que, cuando un animal se libera en cierto modo de la lucha por la existencia, empieza a jugar. Así los animales domésticos que dependen de nosotros para su comida, usan su energía superflua en el juego. El hombre, cuando hubo conquistado su entorno, de modo que toda su vida no era ya una lucha por la existencia, empezó a jugar. inventó deportes, inventó las artes y la ciencia. Todas esas cosas son formas de juego. Existen para darnos placer.”

En efecto, ni más ni menos que están ambas para darnos placer; exquisita y sorprendente la propuesta de Salto de Página que, además, adereza el texto con fotografías de Adriana Veyrat que complementan otros textos de Schrödinger; una obra pequeña que se convierte en algo muy grande. Que no os eché para atrás su reducido continente.

Los textos provienen de la traducción de Felix Schmelzer y Clara Janés de “Candentes cenizas” de Erwin Schrödinger en Salto de página

“Poética Musical” de Ígor Stravinski. Clases magistrales

stravinskiHay que reconocer que Acantilado tiene una colección de libros relacionados con música que es ciertamente interesante. Si el otro día hablaba de la monografía de Charles Rosen sobre Arnold Schoenberg, hoy paso a reseñar un libro que  recoge unas clases magistrales sobre poética musical que dio el compositor Ígor Stravinski; en la presentación de Iorgos Seferis encontramos el origen de los textos:

“Las seis conferencias siguientes fueron impartidas en francés bajo el título general de “Poétique musicale sous forme de six leÇons”, y pertenecen a la famosa serie de Charles Eliot Norton Lectures on Poetry de la Universidad de Harvard. Durante años estuvieron agotadas y era imposible encontrar el texto original.”

Así como poner en perspectiva la importancia musical de la figura del ruso, equiparable en genialidad al gran Picasso:

“Sin embargo, donde hemos de buscar la expresión más profunda de Stravinski –y utilizo esta palabra en un sentido absoluto- no es en el campo de la palabra, sino en el campo del sonido. Ahí fue donde trasplantó a su persona y es ahí donde ha sido reconocido como un gran señor de la música, una figura comparable en estatura al otro pilar de nuestra época, Pablo Picasso.”

Las seis conferencias revelan la gran capacidad de síntesis del compositor; en “Toma de contacto”, la primera conferencia, establece la base que le servirá de argumentación, su pretensión era fundar unas teorías objetivas, alejadas de subjetivismos:

“No se trata, pues, de mis sentimientos y de mis gustos particulares. No se trata de una teoría de la música proyectada a través de un prisma subjetivista. Mis experiencias y mis investigaciones son enteramente objetivas y mis introspecciones no me han llevado a interrogarme sino para sacar consecuencias concretas.

Estas ideas que desarrollo, estas causas que defiendo y que defenderé sistemáticamente ante ustedes, han servido y servirán siempre de base a la creación musical, precisamente porque están basadas en el plano de la realidad concreta.”

Como ejemplo de esa realidad concreta toma, al hilo del controvertido estreno de su “Consagración de la primavera”, la opinión del compositor Ravel a la hora de valorar lo verdaderamente reseñable de dicha composición:

“Cuando la Consagración apareció, fueron muchas las opiniones contradictorias, mi amigo Maurice Ravel intervino casi solo para poner las cosas en su lugar. Él supo ver y dijo que la novedad de La Consagración no residía en la escritura, en la instrumentación, en el aparato técnico de la obra, sino en la entidad musical.”

Su exposición, cristalina, resume los pasos siguientes que llevará a cabo en las próximas conferencias:

“Como ven, esta explicación de la música que voy a emprender para ustedes y, lo espero, con ustedes, tendrá el aspecto de una síntesis, de un sistema que, partiendo del análisis del fenómeno musical, terminará con el problema de la ejecución de la música.”

Entrando ya en el capítulo “Del fenómeno musical” desbroza la música a través de dos de sus elementos fundamentales: sonido y tiempo.

“Porque el fenómeno musical no es más que un fenómeno de especulación. Esta expresión no les debe asustar lo más mínimo. Supone simplemente, en la base de la creación musical, una búsqueda previa, una voluntad que se sitúa de antemano en un plano abstracto, con objeto de dar forma a una materia concreta. Los elementos que necesariamente atañen a esta especulación son los elementos de sonido y tiempo. La música es inimaginable desvinculada de ellos.”

Si a ellos les sumamos el juego tonal, es cuando podemos hablar con propiedad de lo que es la música.

“Las articulaciones del discurso musical descubren una correlación oculta entre el tempo y el juego tonal. No siendo la música más que una secuencia de impulsos y reposos, es fácil concebir que el acercamiento y el alejamiento de los polos de atracción determinan, en cierto modo, la respiración de la música.”

Cada cierto tiempo utiliza ejemplos ilustrativos de lo que está explicando en ese momento, como la importancia de la melodía en el caso de Bellini y su carencia en el caso de Beethoven:

“Beethoven ha legado a la música un patrimonio que no parece sino fruto de su obstinada labor. Bellini recibió el don melódico sin haber tenido la necesidad de pedirlo, como si el Cielo le hubiese dicho: “Te doy justamente todo aquello que faltaba a Beethoven.”

Es interesante, cuando ya entramos en la conferencia “De la composición musical”, cómo desgrana la teoría musical con el tiempo vivido, el convulso siglo XX con el derribo de lo establecido decimonónicamente llegando a la raíz de la era de la información, la paradoja del desconocimiento:

“Vivimos en un tiempo en el que la condición humana sufre hondas conmociones. El hombre moderno va camino de perder el conocimiento de los valores y el sentido de las relaciones. […] En el orden musical las consecuencias son las siguientes: de un lado se tiende a apartar el espíritu de lo que yo llamaría la alta matemática musical para rebajar la música a aplicaciones serviles y vulgarizarla acomodándola a las exigencias de un utilitarismo elemental. […] por otro lado […] el nuevo pecado original […] un  pecado de desconocimiento: desconocimiento de la verdad y de las leyes a que da lugar, leyes que hemos llamado fundamentales.”

Prácticamente anecdótica parece sin embargo su conferencia sobre “Las transformaciones de la música rusa” que utilizó para detenerse en “sus avatares, sus transformaciones, en el curso del período tan breve de su duración, ya que sus orígenes, en su aspecto de arte culto, no se remontan más allá de un centenar de años.”

La última conferencia “De la ejecución” es, en mi opinión, la más jugosa y, sobre todo, más cercana al aficionado, llega a compararlo con el traductor de idiomas en su faceta más traidora y pone de relevancia la dificultad de interpretar cualquier obra, ejecutarla, según los dictados del compositor y las variables que influyen en las ejecuciones

“Advirtamos que coloco al ejecutante ante una música escrita en la que la voluntad del autor está explícita y se desprende de un texto correctamente establecido. Pero por escrupulosamente anotada que esté una música y por garantizada que se halle contra cualquier equívoco en la indicación de los tempi, matices, ligaduras, acentos, etc., contiene siempre elementos secretos que escapan a la definición, ya que la dialéctica verbal es impotente para definir enteramente la dialéctica musical. Estos elementos dependen, pues, de la experiencia, de la intuición, del talento, en una palabra, de aquel que está llamado a presentar la música.”

Me encanta cuando, en un ejercicio de sinceridad, habla sobre las prácticas actuales de inflar orquestas que no se pensaron de esa manera, como para la Pasión según San Mateo de Bach, escrita para un conjunto de música de cámara (34 miembros en total con solistas y coro); parece de sentido común pensar que no fueron pensadas para dichas sonoridades, cosa que, hoy en día, para qué engañarnos, no parece tan claro.

“Lo absurdo de semejantes prácticas clama al cielo desde cualquier punto de vista, en primer lugar en el aspecto acústico. Porque no basta con que el sonido llegue al oído del público: es necesario, además cuidar en qué condiciones y en qué estado llega. Cuando la música no ha sido concebida para una gran masa de ejecutantes, cuando su autor no ha querido producir efectos dinámicos macizos, cuando el marco es desproporcionado a las dimensiones de la obra, la multiplicación de los efectivos no puede producir sino efectos desastrosos.”

Y acaba con otra reflexión digna de su genio y que demostró una gran clarividencia, no puedo dejar de pensar en mi Spotify donde con un par de botones puedo encontrar prácticamente cualquier versión musical de una obra en cuestión:

“El oyente moderno no necesita hacer más esfuerzo que el de girar un botón. Pero el sentido musical no puede adquirirse ni desarrollarse sin ejercicio. En música, como en todas las cosas, la inactividad conduce, poco a poco, a la anquilosis, a la atrofia de las facultades. Así entendida, la música termina por ser una especie de estupefaciente, que, lejos de estimular el espíritu, lo paraliza y lo embrutece. De modo que el mismo agente que trata de infundir amor por la música, difundiéndola cada vez más, se encuentra a menudo con que aquellos a quienes quisiera despertar el interés y desarrollar el gusto pierden el apetito.”

Implícitamente, Stravinski defiende la autoformación musical como vía para poder apreciarla; estoy muy de acuerdo con él, que sea ocio no quiere decir que no se investigue sobre ello y esta idea debería aplicarse a otras artes, como literatura, pintura… esto, sin embargo, es algo de lo que se adolece cada vez más con las consecuencias funestas que todos conocemos.

Fantástico libro, accesible a pesar de que en algunos momentos resulte denso por su saber.

Los textos provienen de la traducción del francés de Eduardo Grau de “Poética Musical” de Ígor Stravinski para Acantilado.

Fajas en octubre: variedad ante todo

En vista de la aceptación del anterior post que hice sobre las fajas el mes anterior, de hecho, sorprendentemente, tiene más visitas que algunas reseñas de libros tan interesantes como este  y este ; he decidido seguir con la disección de una de las estrategias que más aprovechan las editoriales para llamar la atención en los expositores plagados de novedades. En esta ocasión traigo ejemplos de todo tipo, no forzosamente malos o engañosos. Y estrategias de todo tipo. Vayamos a ellas.

-Ya he comentado en el blog la nueva colección de Turner “El cuarto de las maravillas” en estas tres reseñas de los libros de Roque Larraquy, Tarashea Nesbit y Matt Sumel; aprovechando el lanzamiento de dicha colección le han dado una vuelta al diseño de las fajas que podemos ver en la siguiente foto:

fajas_Turner

La intención es clara: destacar sobre el resto de novedades. Para ello cambian la orientación habitual de la faja (ahora es vertical), la vuelven transparente para que se integre con la portada y no solo le ponen las típicas frases de promoción sino que también aparecen el título y el autor de la obra. Las frases, en fin, hay de todo (“magistral” “voz muy original”) alternadas con otras menos habituales como el pequeño análisis que aparece en “La comemadre” de Ignacio Echevarría. El único problema que les encuentro es que, a pesar de ser verticales, molestan para leer y son un poco frágiles, rompí dos de tres, con el problema añadido en este caso de perder el título y el autor si se rompe la faja.

-El segundo ejemplo viene de parte de Impedimenta con el lanzamiento de “Los políglotas” de William Gerhardie.

Faja_Gerhardie20141002_230537Impedimenta tiene un catálogo y un público muy bien definido; ese público sabe que puede encontrar literatura inglesa de mucha calidad y es lo que explotan en la frase con letras mayúsculas: “UNA DE LAS OBRAS MAESTRAS SUBTERRÁNEAS DE LA LITERATURA INGLESA DEL XX.” Aquí la palabra clave es “subterránea”, William Gerhardie no es un autor habitual y no suele ser tan conocido como otros autores de la época, pero nos encontramos ante una obra maestra que ha permanecido oculta, y para refrendarlo sirve la segunda frase de un autor consagrado como Evelyn Waugh que recalca este hecho “Yo tengo talento, pero lo de Gerhardie es simple genialidad”. El manejo editorial es muy interesante, obra maestra desconocida por aquí pero que fue reconocida por sus coetáneos. La baza está ahí, veremos si les sale bien.

Faja_LEopardo_20141002_230249“Adictivo”, una de las palabras más comunes en la mayoría de las fajas, es el protagonista de las dos siguientes, que lo usan de distintas maneras, veamos primero la de Roja y negra para el lanzamiento de la nueva novela de Jo Nesbo “El leopardo”:

No olvidemos que Roja y Negra es el sello de novela negra de PRHM (Penguin Random House Mondadori) y no menos importante es reconocer que es el último fichaje de la colección que deja de ser publicado por RBA en su Serie Negra. Los argumentos son de peso: cantidad y adicción. “MÁS DE 5 MILLONES DE EJEMPLARES VENDIDOS”, ¿cómo vas a ser uno de los que te lo pierdas? Aunque no ponga de dónde son esos lectores se deduce que son mundiales. El porqué de este montón de lectores en letras aún más grandes, a continuación:  #ADICTIVO; con un plus, el ser como un hashtag de twitter, apelando a la posibilidad de que si se los leen esos cinco millones tiene que ser Trending Topic Mundial. Cuestión de seguridades las que utiliza la editorial en este caso.

faja_hombremascaraespejoasEl otro ejemplo de este caso lo tenemos con la última novela negra de Nieves Abarca y Vicente Garrido “El hombre de la máscara de los espejos”:

En este caso las dos frases iniciales están muy bien pensadas para llamar la atención: “SABES QUE NO DEBERÍAS LEERLA” “SABES QUE NO DEBERÍA GUSTARTE”, aludiendo al hecho de ser algo prohibido alientan justo el instinto contrario, DEBERÍA GUSTARTE, DEBERÍAS LEERLA. Por lo menos no es algo que se utilice con tanta frecuencia. La última frase, más habitual, resume lo contrario de lo anterior: “la novela negra más oscura, inteligente y adictiva que jamás hayas leído.” Un oxímoron que forman las tres frases en la faja, la última frase una hipérbole en toda su extensión.

-Para acabar… otra ponderación desmesurada, incluso en su matización; la muestra viene del último libro de Danielewski, el creador de “La Casa de Hojas” que editan conjuntamente Pálido Fuego y Alpha Decay:

faja_Danielews

No sabemos de qué va la novela, lo que sí sabemos SEGURO es que es del autor de “LA CASA DE HOJAS” (fijaos en que las mayúsculas de este título son más grandes que el título del libro “La espada de… algo…., tampoco importa mucho), y ojo… que lo dice El País, “La novela de terror más aplaudida en lo que va de siglo”. Brutal, pero sí sabemos que Bahbelia es un suplemento cultural que, posiblemente, lean muchos de los lectores de Alpha Decay. No hay faja que no esté pensada cuidadosamente. Y en este caso no importa tanto la obra sino que es del autor de “LA CASA DE HOJAS”. Fabuloso uso de la hipérbole por encima de cualquier cosa.

Bueno, os dejo por este mes. El siguiente mes más, que seguro que las habrá, se avecinan tormentas de libros de todo tipo que necesitan fajas para reafirmar su calid… sus ventas… eso quería decir.

“La visita de Wagner a Rossini” de Edmond Michotte. El diálogo de dos genios

VisitaWagnerRossiniEl prefacio de Xavier Lacavalerie a este curioso libro es muy esclarecedor en cuanto al contenido que nos podemos encontrar en el interior de “La visita de Wagner a Rossini”:

“Con fecha del 15 de abril de 1906 (es la fecha que figura al pie del prefacio o, más bien, de la larga dedicatoria introductoria, texto, como sabemos, escrito con frecuencia a vuelapluma, a última hora, sobre la misma platina, en la imprenta), aparecía en la sediciones Charles Bulen de Bruselas un inesperado opúsculo firmado por un (relativo) desconocido llamado Edmond Michotte. En unas cincuenta páginas, el autor relataba allí la visita que hizo, en su presencia y unos cincuenta años antes, el compositor Richard Wagner (1813-1883) al ilustre Gioacchino Rossini (1792-1868), que había regresado a París para vivir apaciblemente una bien merecida jubilación dorada. Visita durante la cual él tomó unas notas […]”

Por lo tanto se trató de una visita que realizó Richard Wagner en la compañía de Edmond Michotte a un Rossini en el crepúsculo de su carrera. Lo que parecía augurar una sucesión de anécdotas más o menos curiosas en lo histórico-musical, sin embargo, se convierte en algo muy distinto, ya que el propio Lavacalarie se encarga de indagar en los objetivos de la visita del alemán:

“Más allá de la simple curiosidad humana de conocer a una celebridad antaño adulada, tal vez Wagner quisiera sencillamente hacer balance sobre sí mismo al visitar a Rossini. Como si deseara despedirse definitivamente del viejo orden musical europeo que tan bien encarnaba el viejo maestro, pues había hecho vibrar salas enteras […] a golpe de arias de bravura, gorgoritos virtuosos y crescendos orquestales, de lo que solo él parecía poseer el secreto.”

Y se vuelve mucho más interesante de lo esperado en la parte final de la entrevista cuando se convierte en una constatación de dos estilos, de dos formas de hacer y entender la música:

“Pero sobre todo les interesa el presente. Nuestros dos compositores van, pues, a lanzarse a una apasionante disputatio, cada cual argumentando, paso a paso, sobre la reforma de la ópera y las concepciones wagnerianas de la “música del porvenir”, que da todo su interés a este pequeño texto: pues, con el agudo ingenio que le caracteriza, Rossini comprende muy pronto que tiene ante él a un teórico inspirado y a un interlocutor de primer orden que sabe perfectamente lo que quiere y a dónde va.”

En efecto, y como bien dice el autor del prefacio “que no nos impidan degustar el particular sabor de este texto inesperado y rico en enseñanzas”.

Aparte de la típica anécdota, como la vez que Rossini conoció a Beethoven (Rossini es un puente musical e histórico entre Beethoven y Wagner, su figura se convierte en algo privilegiado por haber podido vivir ambas épocas):

“En Milán, yo había oído hablar de los cuartetos de Beethoven, y no necesito decirle con qué impresión de admiración. Conocía también algunas obras de piano. En Viena, asistí por primera vez a la ejecución de una de sus sinfonías, la Heroica. Aquella música me trastornó. Ya únicamente pensé en una cosa: conocer a aquel gran genio, verle, aunque solo fuera una vez.”

O cuando, a partir del halago de Wagner sobre la música de Rossini, Rossini es capaz de compararse con otros músicos aunque no crea tener parangón con ellos:

“Me está usted citando, y lo acepto de buena gana, afortunados cuartos de hora en mi carrera. ¿Pero qué significa todo eso comparado con la obra de un Mozart o un Haydn? Nunca le diré bastante cómo admiro en esos maestros esa flexible ciencia, esa seguridad que tan natural les es en el arte de escribir. Siempre se las he envidiado; eso nunca debe aprenderse en los bancos de la escuela, y además es preciso ser Mozart para sacar provecho de ello. Por lo que se refiere a Bach, para no abandonar su país, es un genio abrumador. Si Beethoven es un prodigio de la humanidad, Bach es un milagro de Dios.”

Sin embargo, donde de verdad el texto despega y se vuelve más profundo es cuando hablan sobre su forma de hacer la música; Rossini, como no podía ser de otra manera, hace gala de un carácter más dicharachero que su contrapartida alemana y no duda en ridiculizar momentos en los que tuvo que claudicar a las convenciones musicales de la época; este ejemplo sobre los septetos solemnes que aparecían inevitablemente en todas sus óperas es muy representativo:

“¿Y sabe usted cómo llamábamos a eso, en mis tiempos, en Italia? La fila de las alcachofas. Reconozco que yo advertía perfectamente lo ridículo de la cosa. Me hacía siempre el efecto de una pandilla de facchini cantando para obtener una propina. Pero, ¿qué quiere usted?, era la costumbre; una concepción que debíamos hacer al público, de lo contrario nos hubieran tirado manzanas cocidas… ¡e incluso algunas que no lo estaban!”

Wagner, sin embargo, mucho más afectado, serio, parece querer dar a conocer a Rossini la concepción de su revolución, de su drama musical así como la melodía y el leitmotiv. En el siguiente diálogo, una joya, habla sobre sus ideas y las compara con uno de los maravillosos momentos de la inconmensurable “Guillermo Tell” para regocijo del chispeante compositor italiano que no puede evitar preguntarle si él, también, hizo en algún momento música del porvenir (el texto no es más aclarativo sobre esta pregunta que puede ser admirativa o irónica):

“Wagner: “Quiero la melodía libre, independiente, sin trabas. Una melodía que especialice en su contorno característico no solo a cada personaje de modo que no se confunda con otro, sino también determinado hecho, determinado episodio inherentes al contexto del drama. Una melodía de forma muy precisa que, plegándose por sus múltiples inflexiones al sentido del texto poético, pueda extenderse, reducirse, ampliarse siguiendo las condiciones exigidas por el efecto musical, tal como quiera obtenerlo el compositor. Por lo que se refiere a esta melodía, usted mismo, maestro, estereotipó de ella un sublime espécimen en la escena de Guillermo Tell “Sois immobile”, donde el canto libre, acentuando cada palabra y sostenido por los jadeantes trazos de los violoncelos, alcanza las más altas cimas de la expresión humana. 

Rossini: ¿De modo que, sin saberlo, hice ahí música del porvenir? 

Wagner: Hizo ahí, maestro, música de todos los tiempos, y es la mejor.”

Lo que sí es claro es que la respuesta de Wagner fue aduladora. Un elogio de la música de Rossini en el ejemplo ya establecido de “Guillermo Tell”.

En fin, un gozoso y breve descubrimiento que hará las delicias de todos los aficionados a la música pero que puede disfrutar prácticamente cualquier persona.

Los textos provienen de la traducción de Manuel Serrat Crespo de “La visita de Wagner a Rossini” de Edmond Michotte para Antoni Bosch Editor.

“Hacer el bien” de Matt Sumell. La provocación como leitmotiv

hacerelbienMi recorrido por los primeros títulos de la colección de Turner “El cuarto de las maravillas” finaliza con el post de hoy dedicado a Matt Sumell y su “Hacer el bien”. Es buen momento para recordar que ya había reseñado “Las esposas de Los Álamos” y “La comemadre” anteriormente; Turner se ha lanzado con tres títulos a la vez que denotan el eclecticismo que la colección parece prometer ahora y en el futuro, ya que tratan temas muy distintos y, desde luego, estilos bien diferenciados.

El que me ocupa hoy narra las aventuras de Alby, un conflictivo personaje que Sumell utiliza como narrador en primera persona; se trata de un narrador agresivo, brutal en su planteamiento y que resume la historia de su infancia de esta manera:

“Yo tendría unos cinco o seis años cuando mi padre y yo pasamos un día por delante de la peluquería de caballeros Mario’s y yo lo miré y quise darle la mano pero la mía era tan pequeña que con ella solo podía cogerle el pulgar, así que le solté una patada. A los ocho años le di una paliza a mi hermano porque se quitó el reloj y la correa le olía a ganchitos de queso. A los once maté una gaviota de una pedrada y a los doce unas cuantas más con una escopeta de aire comprimido de la marca Crosman. Me saqué el carné de conducir el día después de cumplir los dieciséis, y cuando mis padres me dejaban el coche, daba paseos y buscaba comadrejas y mapaches y cubos de basura para atropellarlos. Me expulsaron una temporada del instituto por pegarme con alguien. A los diecinueve me rompí la mano derecha al dar un golpe contra un pilar de madera que había detrás de las placas de yeso del estudio en que vivía, y a los veintiuno me rompí la misma mano al soltarle un guantazo en el oído a un mexicano chulito y de cara gorda.”

Una historia de violencia sin aparente causa; él mismo define su mal genio con una analogía sencilla:

“Como soy consciente de que habrá gente a la que le cueste valorarlo, voy a recurrir a una analogía guay: mi mal genio es como una inclemente oleada de armamento, y mi yo es como el dique que contiene esa inclemente oleada de armamento para que no deje arrasada la población o a la persona más cercana, en este caso mi hermana.”

Teniendo en cuenta que esta es la base, ya podemos hacernos una idea de cómo va a ir el texto, Sumell convierte la transgresión, la provocación, en el leitmotiv conductor; en este afán de mostrar esta conducta no se salva nadie, ni su hermana:

“-Esta eres tú: “Estoy demasiada ocupada creando obras de arte para tener consideración con los demás y recoger lo que voy ensuciando, así que me dedicaré a cubrir todas las superficies lisas con mis cochinadas para que los demás no puedan comer en la mesa sin tener que quitar mis cochinadas. Además, soy una lerda y una gilipollas.” Sí, hablo de ti, lerda gilipollas.”

Afortunadamente, en medio de los estallidos de violencia, tanto verbal como física, encontramos alguna reflexión que revela la segunda lectura de fondo, ese descontento, personificado en la figura de Alby, que, en realidad, define nuestro propio descontento ante los acontecimientos sociales que vivimos:

“-Como iba diciendo: la gran falacia de la era de la televisión es que estamos mejor informados, cuando en realidad lo que nos enseñan es lo que nos aseguran que es importante, y nosotros lo consideramos importante porque es lo que nos están enseñando.”

La gran paradoja de la era de la información es suponer que estamos mejor informados; muy al contrario, el poder mediático de la televisión controlada por unos pocos, hace que solo veamos lo que a ellos le interesan y, lo que es peor, que nos convenzamos de que es importante porque nos lo enseñan, sin indagar nuevos caminos. Estaríamos hablando de la lucha de la individualidad sobre el colectivo, no todo tiene que valer para todos, muy al contrario, cada persona debe buscar lo que le convenza a ella misma, independientemente de la opinión del resto; siempre he defendido esta faceta en lo cultural a la hora de leer libros: establecer tu camino literario personal debería ser íntimo y alejado del gusto general (a menos que te guste lo general).

Igualmente Alby personifica la desesperación, la insatisfacción personal ante no poder conseguir un puesto en la sociedad que de verdad llene tu vida:

“Lo odié porque no se estaba quedando calvo, porque al parecer todo le iba bien en la vida, porque tenía dinero y un coche y una mujer muy guapa. Aunque sobre todo lo odié por  haberme convencido para que aceptara ese trabajo de imbéciles, un encargo que yo sabía que solo era un eslabón más de una larga cadena de decepciones, porque lo único para lo que yo estaba cualificado de verdad era para hacer eso. También sabía (como me sucedía en el resto de empleos) que seguiría trabajando en ese sitio hasta que me resultase inaguantable y después cambiaría un infierno por otro. Todo lateral, nada vertical.”

Esa monotonía de la que no podemos salir es insoportable, un infierno del que no podemos escapar, a menos que la naturaleza se rebele y nos muestre las debilidades de nuestra aparente omnipotencia:

“Pero incluso en esa época la nieve se fundía y se volvía a congelar, se volvía a fundir y se volvía a congelar. No teníamos polvo de nieve, teníamos hielo. Las ramas se doblaban. Las cosas se rompían. Las máquinas pasaban por las carreteras y echaban sal pero no servía para nada, y eso me encantaba, igual que me encantan los huracanes potentes, las inundaciones y los tornados, el toro que le saca las tripas al torero. Creo que está muy bien que la naturaleza se rebele y embista contra nosotros, que interrumpa nuestros planes, que revele la prepotencia de nuestros falsos juicios, y que, a su paso, cuestione la solidaridad del sufrimiento compartido.”

Esta propuesta es fácil que entre al gran público, el problema es que, a pesar de lo que pueda parecer, la provocación se queda un poco a medias, ya que Alby no es tan duro como parece; y se acerca poderosamente a la narrativa desgarradora del norteamericano Chuck Palahniuk (sobre todo en sus primeros libros-relatos), del que Sumell parece acólito en su intención. Aun así, es una opción interesante.

Gracias especialmente a Turner por su confianza en mí para desgranar estas tres obras que me han proporcionado lecturas muy gratas. ¡Qué buen comienzo de un nuevo sello!

Los textos provienen de la traducción de Ismael Attrache de “Hacer el bien” de Matt Sumell para Turner.

Resumen Septiembre 2014. Nuevos retos: hacia los 200

Septiembre ha supuesto, indudablemente, un paso hacia delante en el avance de mi recorrido lector de todo el año; iba tan bien con las lecturas en el reto del año, llegar a los 150 libros, que he decido exigirme un poco más y lanzarme a por los 200 libros en un año. Veremos si puedo conseguirlo. En cuanto a la lista de lecturas ha sido variadísima en cuanto a temas y me ha proporcionado lecturas de gran calidad. Estoy muy satisfecho y solo he echado de menos avanzar más en mi  proyecto literario. No hablemos más del tema y pasemos al resumen de las lecturas del mes:

“Una singularidad desnuda” de Sergio de la Pava, me extendí justamente en la reseña que le dediqué a una de las mejores novelas del año. Un gozo.

“Historia en viñetas de la Gran Guerra” de Louis Raemaekers, una versión más (gráfica) de la Gran Guerra, no menos interesante que el resto de versiones más descriptivas.

“A girl is a Half-Formed Thing” de Eimear McBride, la ganadora del Baileys Prize que premia ficción de mujeres en el Reino Unido. Espléndido (y difícil) ejercicio de estilo que abruma por cómo lo cuenta aunque flaquee en lo que cuenta.

“Cuchillada en la oscuridad” de Lawrence Block, un Block olvidado e inencontrable, es un Scudder de los primeros casos pero con elementos que lo van dotando de la personalidad de más adelante.

“El comienzo de la madurez” de Henry James, reflexiva muestra de un texto temprano del gran James. Texto completista que entretiene pero no es especialmente resaltable.

“Cuanto el antro sagrado cierra” de Lawrence Block, salto cualitativo del gran escritor de novela negra con un epílogo brutal que explora las consecuencias del caso y que suponía toda una novedad.

“Los niños se aburren los domingos” de Jean Stafford, recopilación magistral de cuentos de la autora norteamericana, otro de esos libros que se deben leer, más si te gusta la narrativa breve.

“El regreso de Reginald Perrin” de David Nobbs, divertidísima muestra del humor melancólico inglés. Un placer disponer de novelas que tengan tanto que ofrecer y además te hacen reír.

“Un baile en el matadero” de Lawrence Block, crudísima novela que nos trae uno de los casos más escabrosos y mejor llevados por el novelista norteamericano. Una de sus mejores novelas.

“La última noche en Tremore Beach” de Mikel Santiago, un thriller donde todo está muy visto y que, sin embargo, se está “vendiendo como rosquillas”; un producto con final feliz con declaración con flores y arrodillamiento incluidos que no añade nada más que visitas a los lugares comunes, dulcificación en extremo de las situaciones, inverosimilitud a raudales y falta de coherencia interna además de edición por parte de la editorial. Eso sí, se lee en un santiamén.

“Fundido en negro: antología de relatos del mejor calibre criminal femenino” edición de Inmaculada Pertusa Seva, recopilación de relatos policíacos escritos por mujeres que nos traen matices diferentes y buscan nuevos acercamientos al género desde la perspectiva femenina.

“Los jardines estatuarios” de Jacques Abeille, novela atípica por el ritmo al que predispone, una suerte de distopía filosófica que resulta muy placentera por lo bien escrita que está.

“Que levante mi mano el que crea en la telequinesis y otras historias para corromper la juventud” de Kurt Vonnegut, curiosa recopilación de discursos a universitarios realizados por el gran Vonnegut, lástima de precio para que tenga más éxito. Se lee bien, aunque algún texto o idea se repita.

“La visita de Wagner a Rossini” de Edmond Michotte, toda una sorpresa para los aficionados por los motivos que esgrimiré en la próxima reseña.

“La comemadre” de Roque Larraquy, toda una declaración de intenciones para la nueva colección de Turner “El cuarto de las maravillas”; es el camino a seguir para la colección. Espléndida propuesta.

“Poética musical” de Igor Stravinsky, recopilación de las clases que dio en Harvard sobre sus ideas relativas a la música en todos sus aspectos. Más recomendable sobre todo para los que estamos más metidos en el mundo de la música. Me extenderé la próxima semana en una reseña.

“Alfabeto” de Inger Christensen, vaya maravilla para empezar su nueva colección de poesía. En la reseña que publiqué me extiendo más sobre esta pequeña delicia.

“Schoenberg” de Charles Rosen, libro que desgrana una de las figuras más polémicas del siglo XX en lo musical y lo hace con éxito.

“Las esposas de los álamos” de Tarashea Nesbit, otro de los libros con los que Turner ha empezado su nueva colección. Esta ficción histórica utiliza un narrador muy diferente a lo habitual sobre el que hablé en la reseña.

En octubre tengo disponibles las siguientes compras para elegir. Nada nada mal.

Novedades_últimas

Lo único que tengo claro son dos cosas:

-Empezaré con unos cuantos libros policíacos y de novela negra: el último de Block, Jo Nesbo, el famoso Galveston, que se me están acumulando y quiero darles salida, además de que apetecen bastante.

-El “tochazo” del mes está claro también, es uno de los libros que más esperaba  en ese post que hice en septiembre. Se trata del “¿Por qué manda el occidente… por ahora?” de Ian Morris y editado con mucho gusto por Ático de los libros en su colección de Ático Historia.

Y a partir de aquí, quién sabe lo que me puede apetecer…. Tendréis que esperar al próximo mes para saberlo.

“Alfabeto” de Inger Christensen. Creación-destrucción como pulsión poética

Alfabeto2No suelo prodigarme con la poesía… soy más dado a leer ficción; ergo, no tenía pensado que apareciese este libro por aquí.

Sorpresas de la vida, en efecto, estoy aquí para hablar de él. Por lo tanto, podéis suponer que me ha impactado.

Sexto Piso, otra de esas editoriales inquietas, se han lanzado a una nueva aventura, en este caso poética y el primer libro que han escogido, “Alfabeto” de la danesa Inger Christensen, es una absoluta delicia.

Es una de esas extrañas obras en las que ese concepto tan difuso, “el aliento poético”, está tan presente que impacta por su calidez/calidad literaria. Estructuralmente, puede parecer inicialmente rígida; de la sinopsis editorial sacamos dos concurrencias que utiliza la danesa para componer su obra:

“Es un largo poema cuya forma sigue dos principios de composición. El primero es la secuencia de Fibonacci. Es decir, cada verso es la suma de los dos precedentes: 0, 1, 1, 2, 3, 5, 8, 13… El segundo es el alfabeto. Cada poema, y las palabras que utiliza, sigue el orden de las letras: a, b, c, d, e. Sin embargo, bajo esta forma aparentemente estricta, hay lugar para el azar.”

En efecto, en primer lugar la famosa serie de Fibonacci, cada verso es la suma de los dos precedentes y, desde luego, el alfabeto que le da nombre. Sin embargo, como bien dice, la editorial, no denota rigidez, muy al contrario, es tan variada en la forma de tramar los temas y los estilos que supone un pequeño caos poético que se une a la aparente “rigidez” estructural para conseguir una mezcla ciertamente subyugadora.

Me gustaría transcribir a continuación alguno de los poemas de su muestra poética, avisando por adelantado que se resienten del sentido total de un poema que funciona al completo tan bien, que sacar muestras individuales puede desvirtuaran dicha completitud. Lo bueno de esta obra es que permite diferentes interpretaciones-obsesiones cada vez que lo lees y, aunque hoy saque estos temas, otro día podría sacar otros:

 

“las glaciaciones existen, las glaciaciones existen,

el hielo del océano Ártico y el hielo del martín pescador;

las cigarras existen; chicoria, cromo

 

y el iris amarillo-cromo, el azul; el oxígeno

sobre todo; existen también los témpanos del océano Ártico,

el oso polar existe, marcado como una piel

con número de identidad existe, condenado a su vida;

 

de marzo azules de hielo existe, si existen los arroyos;

si el oxígeno en los arroyos existe, el oxígeno

sobre todo; existe sobre todo donde existe el sonido i

de las cigarras, sobre todo donde existe el cielo

de la chicoria como azul turquesa diluido

en agua, […]”

 

Es especialmente reseñable el contraste que logra la danesa mediante las dicotomías existencia-creación/destrucción; en el fragmento anterior se centra especialmente en elementos de la existencia utilizando las repeticiones para obtener el ritmo y jugando con lo sensorial tanto a través de los colores como incluso del sonido.

Esta simbiosis color-sonido tan sensorial es especialmente bella cuando se refiere al canto de los pájaros, donde se mezcla el canto de los pájaros con el susurro de las hojas, y el propio silencio del cielo con la luz resplandecente como una hipérbole que nos trae al tiempo presente, el de la existencia de la bomba atómica, la propia existencia de la bomba trae la destrucción-no-existencia a su alrededor:

 

“[…] los pájaros

cantan y casi

 

ahogan el susurro

de las hojas al viento;

las hojas susurran

y casi ahogan

con su silencio el cielo,

 

el cielo que resplandece,

y la luz que casi

desde entonces se ha parecido

al fuego de la bomba atómica

un poco”

 

De ahí que vaya más allá en esta comparación, la bomba de hidrógeno es la evolución de dicha destrucción, de esa falta de existencia, en un párrafo que rompe el ritmo anterior y lo emparenta directamente con la muerte, en un instante, un ritmo de versos cortos con encabalgamientos continuos que transmiten una rapidez mortal a un instante en el que se acaba todo:

 

“la bomba de hidrógeno existe

una plegaria para morir

 

como se suele morir

un día con un tiempo

 

corriente, ya sepas

que vas a morir o

no sepas nada, un día

 

en que quizá como de costumbre

has olvidado que vas a morir,

un día un poco ventoso

 

quizás de noviembre, […]”

 

El hombre se torna como agente de dicha destrucción, como creador de su propia aniquilación:

 

“[…] nosotros

garantizamos

 

que aniquilamos

todo, destruimos

todo, de manera que

a la primera nada

la decisiva

no se le dará permiso

para escribir poesía

como escribe el viento

en aire o agua; […]”

 

Afortunadamente, la naturaleza, y todo lo bello que contiene existe para nuestro placer; entre tanta destrucción, “la alegría florece” y “la compasión existe”.

 

“[…] cuéntame que la luna es hermosa,

que la extinta ave moa como del melón

 

verde, que la alegría florece, existe,

que los briozoos existen, el banco de caballa existe,

métodos de renuncia, de descenso existen,

reparto físico, como en poemas, de incomparables

bienes terrenales existe, la compasión existe”

 

Y aunque escribamos poesía como escribía una estación, el resultado de esa escritura poética, aunque esté “marcado por la muerte”, se acercará a lo sublime:

 

“[…] escribo como escribe un otoño

marcado por la muerte

como esperanzas inquietas

como tormentas de luz

atravesando una memoria brumosa

 

escribo como el invierno

escribo como la nieve

y el hielo y el frío

y la oscuridad y la muerte

escriben”

 

Vaya poemario el de Inger Christensen, variado como pocos en lo estílistico y en los temas utilizados. Nos acercamos a lo sublime y a una experiencia única, la de leer esta joya. Un comienzo inmejorable el que nos ofrece la editorial que tantas buenas noticias nos da.

Los textos provienen de la traducción de Francisco J. Uriz de “Alfabeto” de Inger Christensen para Sexto Piso.

“Cartas sobre Luís II de Baviera y Bayreuth” de Richard Wagner. Repaso histórico al mecenazgo de Wagner

CartasWagnerEn el prólogo de la obra de su traductor y anotador Blas Matamoro, “El rey virginal y su genial cortesano”, tenemos una introducción histórica que sirve para poner el contexto a la época, la relación de Wagner y Luís II y, como extensión, a las cartas que envía Wagner:

“Lo que sigue es una suerte de novela histórica. Novela por lo que su documentación tiene en sí misma de novelesca, e histórica por su apego a los hechos contrastados. Cuando empiezan a tratarse Wagner y Luís II de Baviera, los Estados que formarán el Imperio Alemán se hallan todavía dispersos.”

Contexto que queda ampliamente explicado, sobre todo su relación con Luís II, una relación que rozó lo prohibido en la época:

“Wagner tiene entonces cincuenta y un años. Como siempre, está angustiado y enfermo, impedido de componer, torturado y con sensaciones de final. Pero cuenta con una confesora –más que confidente-: Cósima, hija de Franz Liszt y esposa del director Hans von Bülow, de la cual será amante y con la que, tras engendrar un par de hijas con apellido del marido, se casará mediante el debido divorcio.

Como en las malas novelas, el encuentro con el tierno reyecito de diecinueve años resulta providencial. Hay un coup de foudre, propio de un enamorado primerizo. El rey lo quiere consigo, no como maestro de capilla sino como amigo íntimo, y que se quede en Múnich, donde seguirá componiendo y estrenando sus obras.”

Conocer esta relación es imprescindible para entender el mecenazgo que gozó Wagner en su época; este patrocinio sería fundamental para el desarrollo sin cortapisas de su teoría del drama musical.

Es indudable que el propio Luís II fue muy consciente de lo que había ayudado a Wagner en su vida, solo tenemos que ver lo que dijo del músico a su muerte: “El artista que deja el mundo entristecido fui yo el primero en reconocerlo y salvarlo de ese mismo mundo.”

La relación fue tan fructífera en todo lo material que parece ciencia ficción si tenemos en cuenta los tiempos que corren en la actualidad; de dicho mecenazgo surgiría el templo de las óperas de Wagner: Bayreuth (“Bayreuth representa la obra maestra del dúo Luis-Ricardón. Con todo hay que decir que la inauguración no salió perfecta.”)

Lo que motivo este mecenazgo queda explicado según la infancia que vivió Luís II, le atraía el arte por encima de todo y buscó la forma de que perdurara:

“Luís II fue un niño fantasioso y tempranamente incomprendido. Su padre, Maximiliano, apenas se ocupó de él y la madre, María, fue incapaz de compensarlo. […]

Los hijos apenas veían al padre en el desayuno y en la cena. Él y la madre casi nunca los visitaban en sus habitaciones. En consecuencia, se criaron entre una multitud de preceptores, servidores y cortesanos, una suerte de estadillo dentro del Estado, bajo la férula del mayordomo. Se practicaba el arte de la conversación durante los paseos, pero Luís atendía escasamente a los temas políticos y se enviscaba en su amor al arte. Así de simple. Desde muy joven se aficionó a la lectura nocturna, con molestas consecuencias visuales. Leía casi exclusivamente libros sobre el arte teatral, la historia del teatro, textos de dramas y comedias, libretos de óperas, álbumes con bocetos y figurines.”

Una vez acabado este prólogo que nos pone en contexto, Matamoro nos desvela la faceta de Wagner que quizá menos conocíamos en las “Notas sobre la edición”, la de epistológrafo:

“La obra de Richard Wagner como epistológrafo es una torrentera solo comparable con su igualmente torrentosa obra de compositor. Baste recordar que su correspondencia general, en la edición de Leipzig de 1912, suma 17 volúmenes.”

Dicho todo esto, es fácil ubicar temporal y temáticamente la selección de cartas realizada; simplificando tenemos tres tipos distintos de cartas, en primer lugar aquellas en las que se refería a su relación con Luís II como esta que mandó a Eliza Wile; donde refleja su suerte sin igual, ya que se podrá dedicar a su idea musical, no le faltará de nada para hacerlo.

“Usted sabe que el joven rey de Baviera mandó buscarme. Lamentablemente es tan hermoso y espiritual, animoso y excelente, que temo que su vida se pierda en este mundo vulgar como el fugitivo sueño de un dios. Me ama tan íntima y ardientemente como si fuera su primer amor: conoce y sabe de mí y me entiende como mi propia alma. Quiere que yo permanezca siempre junto a él, trabaje, descanse, represente mis obras; quiere darme todo cuando yo necesite; yo he de terminar mis Nibelungos y él desea ponerlos en escena como yo quiera. Tendré un ilimitado poder, no como maestro de capilla sino como yo mismo y amigo suyo. Y esto lo entiende seria y precisamente según hemos hablado los dos. Todas mis necesidades serán satisfechas, tendré cuanto me haga falta sólo con permanecer junto a él.”

Otras cartas se refieren a Bayreuth y las gestiones dedicadas a su construcción y gestión, como en esta carta a Karl Riedel donde se queja sobre el recorte de aforo que va a tener que realizar:

“En Bayreuth hay dificultades. El arquitecto no puede situar en la escena a más de 200 cantantes, según las noticias que me acaban de llegar. Entonces me veo obligado a desperdigar el coro por la platea. Cómo hacerlo ni cuánto costará, no lo sé. En la sala apenas caben 700 personas. Debo reducir las entradas para los invitados de la orquesta y el coro; 100 músicos y 300 cantantes dan una suma de 400 invitados, por lo que habrá que limitarse al expolio, por lo menos, en 100 personas.”

No faltan las cartas en las que refiere a aspectos musicales, aunque son más esporádicas, especialmente ilustrativa es la que dirige al bajo-barítono Franz Vess donde acaba refiriéndose a sus dificultades (como actualmente) para encontrar un tenor que pueda cantar Sigfrido:

“Después de que le comunique mi plan definitivo de funciones, le pido su colaboración para realizar lo circunstanciado de antemano. Dado que le he elegido a usted para la gran tarea de encarnar a Wotan, he destinado a otros colegas suyos a distintos papeles, aunque todos pretendían el indicado. De la misma forma que escogí a nuestro amigo Nemann para el rol de Sigmundo, aunque no le oculto que, como también le he adjudicado el de Sigfrido, temo que no le den fuerzas para resolver los dos. De modo que, por el momento, no tengo en realidad a ningún tenor que cante Sigfrido.”

Interesante la propuesta de la editorial Fórcola que nos ayuda a entender la libertad creativa de la que gozó Richard Wagner gracias al mecenazgo de Luís II además de presentarnos históricamente la época, los personajes y las vicisitudes que rodearon dicha relación.

Traducción, edición y prólogo de Blas Matamoro de “Cartas sobre Luís II de Baviera y Bayreuth” de Richard Wagner en la editorial Fórcola

“Las esposas de Los Álamos” de Tarashea Nesbit. Un narrador arriesgado

alamosSi el otro día comentaba el fantástico libro de Roque Larraquy en el nuevo sello de Turner: “El cuarto de las maravillas”; hoy vengo con un nuevo título con el que se ha iniciado dicho sello. En este caso se trata de “Las esposas de Los Álamos” de la norteamericana nacida en Ohio Tarashea Nesbit, una primera obra igualmente destacada por distintos motivos que la obra del argentino, pero que, dentro de este “gabinete de curiosidades literarias”, encaja a la perfección y cuya lectura proporciona no pocas alegrías.

No soy muy dado a repasar argumentos, pero el punto de partida de esta obra que nos ofrece la editorial es muy interesante:

“Las esposas de Los Álamos es, sin embargo, la reconstrucción imaginaria de lo que no sabemos, contada por un «nosotras » que es la voz de la colmena y el pensamiento popular, pero también de la reflexión: la de unas mujeres jóvenes y cosmopolitas, esposas educadas que venían de Berkeley y de Cambridge, que habían huido de París, solían vivir en Londres y Chicago, y que, sin darse cuenta, o un poco a sabiendas, contribuyeron a desatar la fuerza más destructiva de la historia.”

Bajo la etiqueta de ficción histórica (especulativa) tenemos una reconstrucción totalmente imaginaria de lo que puso ser dicho momento, el proyecto Manhattan que, como todos sabemos, acabaría originando la bomba atómica. La mayor o menor originalidad de esta especulación se ve refrendada por la original voz escogida por Nesbit para narrar la historia. Se trata de una primera persona en plural muy poco habitual, entre otras cosas, porque, aunque esporádicamente puede funcionar, la amenaza de una cierta monotonía puede estar más que presente en todo momento. Sobre todo porque, al aplicar a un colectivo, continuamente, elimina la posible empatía con el lector y necesita de muchos recursos para poder mantenerlo durante una novela al completo. La escritora es muy audaz y aprovecha cada uno de estos párrafos para enriquecer narrativamente la historia:

“Nuestros padres dieron puñetazos en la mesa y gritaron ¿Os creéis que somos espías nazis? ¡Contádnoslo! Nuestras madres añadieron Tened cuidado, o Escribidme en cuanto podáis. Y a nuestros hijos les entró miedo y exclamaron ¡Decídselo!, pero no se lo contamos, ni a ellos ni a nuestros hijos. Después, cuando nuestros padres se tranquilizaron, cuando nos dijeron, mientras nos acariciaban el brazo, Soy tu padre, me lo puedes contar todo, no les contamos adónde íbamos, porque todavía no lo sabíamos.”

En este texto podemos ver el manejo de esa primera persona plural como un colectivo indefenso, el de las mujeres que se encuentran con una situación que no están seguros de poder desentrañar por el secretismo del proyecto, guardado por sus propios maridos. Lo mejor del asunto es que, a pesar de este aire de colectividad, es capaz de presentarlas individualmente, particularmente, de manera muy ingeniosa como podemos ver en este otro texto:

“Éramos de cara redonda, deportistas, bullangueras, austeras, de huesos finos, felinas y torpes. Cuando discutíamos las opiniones políticas de las demás nos calificaban de tercas o francas. Nuestros padres procedían del mundo académico; nosotras conocíamos ese mundo. Nos casamos con hombres exactamente iguales a nuestros padres, o completamente distintos, o solo en los mejores rasgos. Como esposas de científicos que trabajaban en ciudades universitarias, organizábamos meriendas y chismeábamos, o vivíamos en una gran ciudad y recibíamos invitados a la hora del cóctel. Ofrecíamos cigarrillos en bandejas de plata. Nos apoyábamos mucho en las otras esposas, fingíamos ser muy buenas amigas, nos llevábamos la mano a la boca y les susurrábamos cosas al oído. Y, lo más importante, descubríamos cómo lograr una plaza fija para nuestros maridos.”

De esta manera no solo nos presenta el fenómeno de un modo conjunto, sino que consigue dar rasgos individuales a dichas esposas. Nesbit utiliza la narración ficcional en dos aspectos igualmente: haciéndose preguntas generales sobre el papel de la ciencia y la guerra así como preguntas más particulares sobre aspectos que afectan a la mujer, a su papel en la sociedad y a su propio papel personal en estos hechos. En este último caso es altamente esclarecedor el siguiente fragmento:

“Tratamos de conciliar el sueño pero no lo logramos. Nos acordamos de nuestras madres, que cuando nos casamos nos habían asegurado El matrimonio no es fácil. Nos acordamos de nuestras madres, que nos habían asegurado Es un buen hombre, y de nuestras madres, que nos habían dicho Sé buena con él. Nuestras madres que nos habían asegurado que el secreto de un matrimonio feliz era una casa limpia y una comida caliente, nuestras madres que nos habían dicho que el secreto consistía en ser discretas, o nuestras madres que nos habían dicho que el secreto de un matrimonio consistía en saber elegir tus batallas. O, en el caso de una de nuestras madres, el secreto de un matrimonio feliz según ella era el sexo.”

Donde se refleja, en todo su esplendor, la influencia del patriarcado estructural en el propio pensamiento de la mujer, personificado en este caso en los pensamientos de sus madres que se extienden y se hacen propios en ellas mismas. Y, por defecto, el papel de la mujer, de cada mujer, queda relegado:

“O en su momento habíamos querido hacer un doctorado pero en el último año de universidad nuestros mentores, de sexo masculino, nos habían dicho En el campo de las matemáticas avanzadas no hay sitio para las mujeres, por brillantes que sean. A algunas nos dijeron las universidades no os querrán, y tendréis una titulación excesiva para dar clases de secundaria.”

En este marco, se desalentaba a las mujeres de seguir sus estudios, ya que, para el papel que les iban a dejar representar, no necesitaban mucho más.

La otra perspectiva que comentaba y que explota claramente la norteamericana es la reflexión sobre la guerra y el papel de la ciencia; alterna cada cierto tiempo, para dar marco temporal a la narración, fragmentos históricos que sirven para ubicarnos históricamente y, sobre todo, ubicar a las esposas, a pesar de su papel en la sombra:

“Pero las noticias de la guerra eran ineludibles y frecuentes: a finales de febrero las tropas estadounidenses izaron su bandera en lo alto del monte Suribachi, en Iwo Jima, cuyas pedregosas pendientes se habían teñido de rojo con la sangre de los soldados y de los civiles.”

Son ellas las que tienen que vivir una situación que no comprenden, que no hace más que despertarles dudas, es conveniente o no conveniente, interesa o no interesa, nos tenemos que alegrar o no hacerlo:

“Nos quedamos de pie, dándonos las manos. Respiramos profundamente. Contuvimos la respiración. Gritamos. Aquello nos pareció espantoso, o un triunfo, o algo hermoso, o todo lo anterior. En aquel lugar que una enorme erupción volcánica había formado millones de años antes, nuestros maridos acababan de crear la suya propia.”

Es en ese momento cuando Tarashea utiliza con más frecuencia la conjunción disyuntiva para expresar, precisamente, la imposibilidad de mostrar una opinión colectiva y, sin embargo, muchas opiniones individuales ante lo que está sucediendo en ese primer ensayo exitoso.

El lanzamiento de las bombas en Japón es el desencadenante final de muchas preguntas, de una escisión de las mujeres que no acaban de entender si, lo que la ciencia ha hecho en este sitio es bueno o es malo (“A algunas de nosotras nuestro pueblecito ya no nos parecía un refugio frente a un mundo moderno y cruel. A algunas ya no nos parecía que ese sitio fuese Shangri-La.”), lo que está claro es que no es lo que esperaban:

“Nuestros maridos describieron a quienes habían fotografiado como si no fueran personas, sino especímenes: Los que no fallecieron inmediatamente, si estaban lo bastante cerca de la zona cero, lo hicieron al cabo de pocos días. Aquí se ve el brazo de un niño entre los escombros. Fíjense en los efectos de la radiación.”

La riqueza del planteamiento narrativo de Nesbit ayuda a entender todo lo que hubo detrás del momento histórico y el papel que tuvieron las mujeres, las esposas, en un hecho único en la historia mundial; lo que quedó al final fue un cúmulo de dudas, un sentir general en el que cada una de ellas lo afrontó de una manera, fue el reflejo de una sociedad tan convulsa como la del siglo XX donde se derrumbaron definitivamente los valores establecidos; la inestabilidad de un mundo que avanzaba a la postmodernidad:

“Nos marchamos contentas, nos marchamos aliviadas, nos marchamos pensando que habíamos formado parte de algo único, nos marchamos con dudas sobre nuestros maridos, sobre nosotras mismas, o sobre nuestro país, o sobre todas esas cosas, o sin ninguna duda. Nos marchamos anhelando especialmente aquello que habíamos tenido, en una ocasión, en medio de aquella noche del aullido: a nuestras amigas, Louise, Starla, Margaret, Ingrid. Nos marchamos embarazadas, nos marchamos –en algunos aspectos- como habíamos llegado: llenas de polvo y con el cabello sucio.”

Los textos provienen de la traducción de Ismael Attrache de “Las esposas de los álamos” de Tarashea Nesbit para Turner.

“Schoenberg” de Charles Rosen. La polémica de una figura única en la música del siglo XX

Schoenberg-Charles-Rosen-portadaSi hay una figura clave para entender el devenir y la evolución de la música del siglo XX esa es sin duda el alemán Arnold Schoenberg. Figura en la cual se aunaban polémica y genio a partes iguales. Para desgranar dicha importancia Acantilado acaba de publicar la obra “Schoenberg” del pianista profesional, profesor de música y autor de diversos ensayos Charles Rosen (1927-2012). El norteamericano integra en esta pequeña obra biografía, historia cultural, sociología  y análisis musical de manera admirable, ya que consigue que, a pesar de la complicación de lo tratado musicalmente, resulte accesible para neófitos en la materia además de no decepcionar por su superficialidad en el caso de sus estudiosos.

En su prólogo, Rosen nos pinta la biografía de un músico que cayó en desgracia para el público general y, especialmente, el mundo musical; él fue totalmente consciente de su importancia:

“Schoenberg se consideró a sí mismo como una fuerza histórica inevitable. En una ocasión en que le preguntaron si él era el famoso compositor Arnold Schoenberg, respondió: “Ningún otro quiso el trabajo, de modo que tuve que asumirlo.” Llegó a ser un clásico aun sin haber obtenido en su vida la aceptación pública que se dispensó sin regateo a figuras menores. Hoy día es indudable que sus trabajos son duraderos y el peso de su influencia, reconocido; sin embargo la significación de ambos sigue siendo objeto de controversia.”

Así como de la hostilidad de sus adláteres que tuvo que soportar por sus ideas “revolucionarias” y ciertamente avanzadas que le proporcionaron no pocas penalidades:

“Al final de su vida, Schoenberg reconoció la importancia de la hostilidad con la que tuvo que enfrentarse a lo largo de su carrera: 

Personalmente tengo la sensación como de haber caído en un océano de aguas hirvientes y, sin saber cómo nadar o escapar de otra manera, haber tratado de hacer lo mejor que podía con manos y pies…, sin rendirme nunca. ¿Cómo podría haberme rendido en medio de un océano? 

[…] nunca entendí qué les había hecho yo para conseguir que fueran tan maliciosos, tan iracundos, tan maledicentes, tan agresivos…”

El texto resulta preclaro en la forma de presentar poco a poco, las ideas del alemán,; en primer lugar desmontando la idea general de lo que es una disonancia:

“Circulan dos concepciones generales erróneas sobre la disonancia: la primera sostiene que la disonancia es un sonido desagradable; la segunda, que para que exista una disonancia deben tocarse por lo menos dos notas simultáneas. Ambas exigen una rectificación para poder captar en qué sentido y en qué medida la revolución estilística de las primeras décadas de este siglo puede ser descrita como una emancipación de la disonancia.”

En este contexto musical es cuando la disonancia se define en base a su terminación, es decir, la necesidad de que exista una consonancia que complete la disonancia:

“Este efecto de terminación, denominado función cadencial, es lo que precisamente define una consonancia. Una disonancia es cualquier sonido musical que debe ser resuelto, es decir, ir seguido de una consonancia; en cambio una consonancia es un sonido musical que no requiere resolución y puede actuar de última nota redondeando la cadencia.”

Es en ese momento cuando por fin el autor introduce la verdadera innovación de Schoenberg, la “emancipación de la disonancia”:

“En este continuo vaivén entre tensión y resolución, la total “emancipación de la disonancia” significó –y sólo podía haber significado eso- una liberación con respecto a la consonancia, es decir, con respecto a la obligación de resolver la disonancia. Esto no sólo significaba que cualquier combinación de notas era aceptable, sino que dejaba de existir la obligación de resolver un acorde disonante en una consonancia.”

Se suprime la necesidad de “completar” una disonancia, y ello generará la base para el desarrollo de unas formas de estructurar las partes musicales que, hasta ese momento, eran inconcebibles, como en el caso de su ópera Erwartung:

“Pero dichos espaciamientos son sólo una pequeña parte de la textura musical, y donde Erwartung es más revolucionaria es en la casi inconcebible variedad y significación de sus texturas. Es sobre todo aquí donde se reconstruyen los efectos fundamentales de disonancia y resolución. Desterrada la armonía, la disonancia vuelve, transformada, a tomar posesión de todos los demás elementos de la música.”

Rosen resulta tremendamente didáctico cuando introduce la idea de completitud que sustituirá la consonancia, la saturación musical, una plenitud cromática musical (que ojo, puede ser fuerte o débil en volumen):

“Este masivo movimiento cromático a distintas velocidades, ascendente y descendente, y acelerando, constituye una saturación del espacio musical, conseguida en unos pocos segundos, y al ser un movimiento cada vez más rápido, cada nota dentro de la tesitura orquestal es tocada en una especie de glissando. La saturación del espacio musical es para Schoenberg el sustituto del acorde de tónica del lenguaje musical tradicional. La consonancia absoluta es un estado de plenitud cromática.”

A partir de ahí el texto sube el nivel para introducir el serialismo (que surge a partir del dodecafonismo schoenbergiano) en el cuál cada nota tiene la misma importancia y en el que sólo importa su ubicación:

“El serialismo de Schoenberg (dodecafonismo) adopta como condición inicial la homogeneidad del espacio cromático. Cada nota es en teoría tan importante como cualquier otra y ninguna posee valor intrínseco alguno que la coloque por encima de las demás; su único valor viene dado por su lugar en la serie. El principio de no redundancia implica simplemente que deben ser respetadas las posiciones relativas dentro de la serie.”

A pesar de una mayor aridez final para explicar esta parte, la evolución del texto es tan lógica y bien hilvanada que no resulta tan dificultoso a pesar de la apariencia; Schoenberg fue tan variado en la evolución de su música que desencadena en los oyentes respuestas de lo más variopinto, quizá en sus primeras obras es en donde se puede descubrir parte de este genio por el público menos habituado al repertorio:

“Quizá en estas obras el oyente es más consciente del movimiento continuo de fondo debido a que la serie, en sus múltiples formas, se plasma en una extraordinaria variedad de ritmos y configuraciones. Schoenberg probablemente hubiese gozado la ironía de pensar que las obras donde más llegó a involucrar sentimientos no musicales fueron precisamente las que le permitieron desarrollar las formas abstractas más satisfactorias.”

Muy buena aproximación a la figura del compositor alemán y su música, bastión de la música del siglo XX. Charles Rosen sabía muy bien cómo ser didáctico sin dejar de hacer interesante lo que escribía.

Los textos provienen de la traducción del inglés de Fernán Díaz de “Schoenberg” de Charles Rosen en Acantilado.

“La Comemadre” de Roque Larraquy. Una maravilla en “El cuarto de las maravillas”

comemadre 1Si hay una editorial actual que se caracterice por su búsqueda de nuevos caminos editoriales y por su eclecticismo podemos hablar sin lugar a dudas de Turner. En su afán de buscar nuevo público uno se siente privilegiado que cuenten con él para experimentar con una nueva colección, máxime cuando esta colección se amolda tanto a mis posibles gustos como es “El cuarto de las maravillas”, cuya premisa es, desde luego, muy apetecible:

“El gabinete de curiosidades de la casa, lugar de las historias inverosímiles, las voces nuevas que además parecen nuevas, las crónicas verídicas, la cotidianidad poética y los libros experimentales.”

La idea de montar un “gabinete de curiosidades literarias” donde dicha etiqueta se comporte como aglutinadora de valores nuevos contemporáneos y un gusto por experimentar es, en mi opinión, un riesgo en los tiempos actuales y solo por ello ya es merecedor de aplauso. La calidad de los libros con los que han comenzado, afortunadamente, refrenda la propuesta dotándola de un interés aún mayor que viene acompañada, por si fuera poco, de unos precios muy competitivos (cercanos a ediciones de bolsillo) y un diseño de fajas ciertamente innovador.

Solamente por la publicación de la encantadoramente experimental y prometeica “La comemadre” del joven escritor argentino Roque Larraquy ya estaría más que justificada la aparición de esta colección.

Nacido en Buenos Aires en 1975 el autor estructura esta historia en dos tiempos paralelos: una primera parte en 1907 y una segunda parte en 2009. Mucho deben las dos narraciones al mito de Prometeo, pero ya en la primera podemos comprobar la base de lo que sucede en un sanatorio:

“Un hecho desconocido por quienes no practican el oficio es que la cabeza separada del tronco permanece consciente y en pleno uso de sus facultades durante nueve segundos. Al alzar la cabeza, el verdugo entrega a su víctima una visión del mundo, última y menguante. Haciéndolo, no solo contradice la idea misma del castigo, sino que convierte al público en espectáculo.”

Esta premisa experimental desencadenará una serie de experimentos para demostrar lo que sucede en el momento relatado, aquí lo experimental se sostiene en lo experimental del lenguaje usado (metaexperimentalidad), lo absurdo se mezcla con lo aparentemente real, el estar en un sanatorio de enfermos de cáncer estimula la imaginación de los doctores, como es el caso de Quintana:

“-Esta es la propuesta: seleccionamos pacientes terminales. Les cortamos la cabeza de modo que no se lastime el aparato fonador, técnica que he practicado exitosamente con palmípedos y que ya explicaré, y pedimos que la cabeza nos cuente en voz alta qué percibe. Por el intento recibimos una excelente paga a expensas de Mr Allomby.”

Parece lógico entonces que engañen a varios de los pacientes indicándoles que no ha funcionado su tratamiento para que acepten la propuesta; si además aluden al caduco e inherente patriotismo argentino como causa por encima de todo, Roque perpetra una burla del carácter argentino:

“La mayoría se deja convencer porque intuye un desastre científico argentino de dimensión mundial, y en esta efusión de patriotismo entregan el cuerpo. El clima de gesta favorece el sí fácil.”

Los intentos de comprobar lo que sucede desencadenan tal cantidad de muertos que, para desembarazarse de ellos, habrá que idear una forma de hacerlo. En medio del horror que supone este espectáculo, una digresión botánica le sirve para introducir la “comemadre”:

“Una digresión botánica: el islote Thompson, en Tierra del Fuego, es el único lugar del mundo donde crece una planta de hojas aciculares conocida como “comemadre”, cuya savia vegetal produce (en un salto de reinos no del todo estudiado) larvas animales microscópicas. Las larvas tienen la función de devorar el vegetal hasta resecarlo por completo. Los restos se dispersan y fecundan la tierra donde se reanuda el proceso.”

Esa “comemadre” actúa como el elemento que es capaz de borrar nuestros fallos, resultado de nuestra experimentación, del anhelo de saber si existe otra vida y que alguien nos lo pueda confirmar. ¿Una posible metáfora del olvido selectivo que todos practicamos cuando algo no sale como esperábamos o sobre todo sobre los fallos que cometemos?

Si este pequeño relato nos desafía, el siguiente, ambientado en 2009 empieza con una prolepsis que anticipa parte de la historia, la del protagonista, que igualmente narra en primera persona las consecuencias de lo que le ha sucedido:

“Aquí su síntesis sobre mí: tengo una mano de cuatro dedos, el quinto se me perdió. Tengo un cuerpo que es mío, y una cabeza de perfil anormal que me costó mucho dinero. Un museo de Copenhague ofrece el doble por plastificarme y exponerme al público cuando muera. Dos asociaciones de derechos humanos de Dinamarca demandan al museo por estimular “una mirada del cuerpo como mercancía.” Un colectivo de lesbianas organiza una sentada en la puerta del museo, en solidaridad con el derecho de ponerle precio a mi cuerpo, como se hace con cualquier objeto de arte.”

El anhelo por buscar la otra vida se hace a través del arte, hay dos figuras paralelas, dos genios que llevan vidas similares, el narrador, conocerá a su amante Sebastián:

“Al terminar, con un verdor llamativo para la piel humana y la rodilla roja del roce contra el suelo, Sebastián dice (es un romántico) que esperaba la entrada de su cliente soñado, el que había buscado en los otros, y que yo soy ese. Quiere que estemos juntos desde ahora: con mi aspecto no hay manera de que le sea infiel. Da por descontado que en dos o tres días voy a enamorarme.”

Que le servirá de sujeto base sobre el que experimenta llegar a la sublimación artística aún a costa de lo que le pueda pasar; las consecuencias del dolor causado le llevarán a un sanatorio que es el de la primera historia:

“Veo un diploma de reconocimiento oficial con la cara de Eva, un escudo de armas inglés o irlandés, una pinta antropométrica, una hilera de frascos de porcelana, una serie de fotos individuales del primer plantel médico del sanatorio, con un mismo bigote puntiagudo recorriendo todas las caras, y un retrato al óleo del dueño y fundador, Mr R. Allomby, exhibiendo orgulloso una quemadura que le deforma la boca.”

Como unión no solo está ese sanatorio sino la “comemadre” de la que hablábamos, utilizable, incluso después de cien años; en este caso se convertirá en parte de dicho experimento, nuevamente:

“Es un polvo negro de textura irregular. Su nombre en español, “comemadre”, se extinguió con la planta en la Patagonia hace ochenta años, pero sobrevive en Inglaterra como motherseeker (“buscamadre”) o momsickener (“enfermami”). Los últimos ejemplares están al cuidado de la mafia inglesa, que usa las larvas para borrar evidencia. Esto es lo que dice Sebastián. Los datos restantes provienen de las notas de un médico muerto. ¿Sólo con agua? ¿Después de un siglo? Algunas semillas se mantienen en letargo durante más tiempo. Es un reto a la credibilidad, pero Lucio tiene el rostro apaciguado de los creyentes.”

Lo único que puede frenar el anhelo por la vida ulterior, por la sublimación a través del arte es, sin lugar a dudas, la falta de fe. Experimentar se convierte en un leitmotiv de nuestras vidas si creemos en sus posibilidades, como el de Roque Larraquy y su espléndida pequeña maravilla.

Un año más el Nobel de literatura se acerca: los candidatos del 2014

 

Una vez más vamos a cumplir la tradición instaurada en este espacio: el análisis de los candidatos a ganar el Nobel de Literatura, el premio más importante de letras que se concede a nivel mundial. Si recordáis, el año pasado acertamos de pleno en la elección e incluso incidimos con otro post en las consecuencias decisivas del nombramiento de la canadiense Alice Munro.

Os recuerdo que este post lo construyo de dos maneras muy particulares: en primer lugar la lista de apuestas en Ladbrokes por el Nobel como base, la segunda es, aunque parezca mentira  el Grupo del Nobel que tenemos creado en Twitter, donde especulamos sobre las características sociopolíticas que rigen un premio con unos criterios ciertamente curiosos que buscan, especialmente, una especie de equilibrio que solo ellos conocen y un montón de particularidades que se muestran como bastante caprichosas. Lo que sí es cierto es que aquí podéis encontrar un análisis que se acerca más a la realidad que los artículos calcados que aparecen en la mayoría de periódicos.

La lista de este año parte de esta manera (06/10/2014):

Ngugi Wa Thiong’o          4/1

Haruki Murakami             4/1

Svetlana Aleksijevitj       6/1

Adonis                                  10/1

Patrick Modiano               10/1

Jon Fosse                            12/1

Philip Roth                          12/1

Peter Handke                    12/1

Assia Djebar                       14/1

Tras ganar una mujer el año pasado, está claro que este no debería tocar, nunca en su historia han repetido; uno de esos equilibrios que no siguen los académicos suecos es precisamente la distribución hombres-mujeres entre los ganadores, distribución injusta por la calidad actual de muchas escritoras. Con Munro cubrieron el cupo de autores norteamericanos, eligiendo un canadiense le daban en los morros a EE.UU., una de sus mayores animadversiones, por lo tanto, los Oates, Roth, Pynchon, Delillo, McCarthy… estarían descartados. Recordemos que hace solo dos años de Mo Yan, lo cual descartaría los asiáticos hasta por lo menos otros diez años. Tampoco los hispanos tienen muchas posibilidades, Vargas Llosa está muy reciente.

Entonces ¿qué nos queda? La academia no es muy dada a hacer dos años seguidos una concesión a un escritor popular, por lo tanto, el de este año debería ser poco conocido a nivel mundial. En ese caso y examinando todas las posibilidades, habría dos posibilidades muy reales: africano o europeo del este, con predominancia en la primera opción, ya que el último africano fue Coetzee en el 2003 y ya han pasado más de diez años. Según esto, las opciones serían:

Ngugi-wa-Thiongo_Daniel-A-Anderson-pressGran favorito: Ngugi Wa Thiong’o.

El keniata nacido en 1938 cumpliría los requisitos anteriormente mencionados a la perfección. Africano, caracterizado por escribir cuentos, ensayos y novelas. Comprometido por sus estudios postcolonialistas, estudios de raza, género… En fin, una perla negra para la academia sueca. En cuanto a libros para descubrirlo… bueno, casi que pasamos palabra. “El brujo del cuervo” editado por Alfaguara aunque prácticamente inencontrable. También hay un par editados en editoriales mexicanas igualmente difíciles de comprar. La verdad es que como gane será una risa en este sentido.

assia_djebarSi se decidieran por mujer: Assia Djebar.

Ya hablé de ella el año pasado, no voy a dar más información de la que di entonces. Analicé “Lejos de Medina”  y el texto que puse de la argelina el año pasado refleja bastante bien lo que podríamos encontrar en su literatura. Alianza podría originar más publicaciones de la autora si ocurriera.

Adonis_gran_poesia_laicaLa otra gran posibilidad “africana”: Adonis.

Ya han pasado tres años del último poeta, el sueco Tranströmer; por lo tanto la opción de poesía sería plausible. Más sabiendo que el escritor libanés se ha prodigado también en el ensayo. Si subiera en el último día podría ser el gran ganador. Posiblemente sea su última oportunidad, teniendo ya 84 años… En cuanto a libros no puedo recomendar ninguno en especial, pero sí se puede encontrar bastantes antologías poéticas en diferentes editoriales: Alianza, Nórdica, Visor…

¿Y si no tocan africanos? Entonces hablaríamos de rarezas de calibre mayúsculo. Los últimos años suenan con fuerza los nombres de Peter Nadas, Jon Fosse o Svetlana Aleksijevitj. En el caso de que cedieran a mujer del este, la bielorrusa tiene un único libro publicado en España: “La plegaria de Chernobyl: crónica del futuro”; de Fosse o de Nadas hay algo más pero está descatalogado, es prácticamente imposible encontrar alguno de ellos. Serían, en todo caso, opciones realmente extrañas pero, sabiendo la querencia de los suecos por alternar entre famosos y semidesconocidos, no podemos descartarlos. Últimamente incluso Handke o Kadaré podrían entrar en su singular propuesta.

Veremos qué es lo que sucede este año. Me parece que mis favoritos, que ya he comentado en otras ocasiones, no tienen muchas posibilidades. Habrá que esperar. Ay, Joyce, siempre arriba en las apuestas pero, sigh… una pena.

“Que levante mi mano quien crea en la telequinesis” de Kurt Vonnegut. No me digas que esto no fue bonito

que-levante-mi-mano-quien-crea-en-la-telequinesis-y-otros-consejos-para-corromper-a-la-juventudTengo que reconocer que no sabía qué esperar de este libro. Por un lado es un Vonnegut, siempre existe este afán completista; por otro lado, parecía una antología de obras menores, en este caso, nueve discursos y una recopilación de citas para meditar; el formato tampoco ayudaba mucho, es el formato del otoño literario de este año: libros en tapa dura, pocas páginas y precios ligeramente elevados.

La propia editorial me ayudó a decidirme ofreciéndolo y, hay que conceder que la idea ha sido estupenda. Estamos ante una lectura que, pese a no ser de lo mejor del autor, supone un entretenimiento de alto nivel y cumple su cometido a la perfección. El texto introductorio de Dan Wakefield nos refleja a la perfección la personalidad general del inimitable autor norteamericano; en primer lugar, su concepción de cultura en general y cuentos en particular:

“Mientras se ponían de moda meditaciones orientales como el zen, Vonnegut afirmaba que tenemos un estupendo método occidental para desacelerar el corazón e inmovilizar la mente: la “lectura de cuentos”. A esa práctica la llamaba “siestecilla budista”. No era, sin embargo, uno de esos adultos de la época que no hallaban nada que admirar en la cultura juvenil. Había escrito que “la función del artista consiste en conseguir que a la gente le guste más la vida”, y cuando alguien le preguntaba si eso había sucedido alguna vez, respondía: “Sí, los Beatles lo lograron.”

Lo cual se complementa con su forma de pensar, ideas sencillas y espontaneidad de la mano:

“Tal como hablaba y escribía, Vonnegut siempre acababa soltando frases e ideas sencillas que todo el mundo pensaba pero que nadie decía, unos razonamientos que expresaban sentimientos íntimos, impugnaban prejuicios y mostraban las cosas desde otro punto de vista. Vonnegut señalaba la evidencia silenciada, era el primero en advertir que el emperador iba desnudo.”

Configurando una personalidad sin par que mezclaba a partes iguales su capacidad de juguetear con la profundidad y sinceridad de sus pensamientos:

“Vonnegut ni se rebajaba para ser entendido por sus lectores ni trataba de abrumarlos con su sabiduría. Era tan juguetón como profundo, y con ese espíritu se dirigía a los graduados.”

“Vonnegut fue uno de los narradores más sinceros de nuestra época. Por eso no encontraréis falsedad en sus consejos.”

A continuación se han introducido los nueve discursos que dio en universidades, siete de ellos para universitarios recién licenciados; todos estos discursos se pueden entender como “los consejos para la vida del bueno de Kurt” y están cargados de sapiencia y buen humor. Me centraré en dos o tres ideas que reflejan este parecer, como es su idea de los “ritos de paso”, esa serie de peldaños evolutivos que originan el paso a la madurez, uno de los que utiliza para ironizar es, precisamente, la guerra, a través de su experiencia personal:

“Otra vivencia del macho americano y europeo que puede contemplarse como rito de paso es la guerra. Cuando el varón regresa de la batalla, sobre todo si lo hace gravemente herido, todo el mundo coincide en que ese chico está hecho un hombre. Cuando llegué a Indianápolis tras pasar la Segunda Guerra mundial en Alemania, un tío mío me dijo: “Caramba, ahora sí que pareces un hombre.” Me entraron ganas de estrangularlo. Caso de haberlo hecho se habría convertido en el primer alemán que me cargaba. Yo ya era un hombre antes de partir a la guerra, pero él no pensaba reconocerlo jamás.”

Y no se corta en opinar sobre el aburrimiento o sobre la maternidad:

“Y ahora pasemos al aburrimiento. Friedrich Wilhelm Nietzsche, un filósofo alemán fallecido hace setenta y ocho años, sentenció lo siguiente: “Contra el aburrimiento hasta los dioses pelean en vano”. Se supone que debemos aburrirnos. Forma parte de la vida. Aprended a soportarlo o, de lo contrario, nunca estaréis a la altura del honor que ya he concedido a esta promoción: ser mujeres u hombres hechos y derechos.”

“Algunas os convertiréis en madres. No lo recomiendo, pero son cosas que pasan.

Si eso os ocurre, siempre podéis encontrar una justa compensación en estas palabras del poeta William Ross Wallace: “rige el mundo la mano que mece la cuna.”

Afortunadamente no falta una mención a los libros, se vuelven la mejor mascota, casi el mejor amigo, al atribuirles características humanas:

“No renunciéis a los libros. Son amables y muy gratos al tacto. Pensad en la dulce reticencia de sus páginas cuando las pasáis con la sensible punta de vuestros dedos. Una gran parte de nuestro cerebro está consagrada a dilucidar si lo que tocan nuestras manos es bueno o malo. Cualquier cerebro medio activo sabe que los libros son buenos.”

Imagino a los jóvenes a los que dirigió estos discursos y no puedo dejar de sonreír ante el manejo del discurso; divertido y profundo a la vez y apelando en su parte final una empatía que buscaba crear mejores personas, los dos últimos párrafos reflejan a la perfección esta capacidad, su anécdota sobre lo que contaba su tío Alex es deliciosa:

“Pero volvamos a mi tío Alex, que ya está en el cielo. Una de las cosas que objetaba a los seres humanos era que casi nunca advertían su felicidad cuando eran felices. Él hacía todo lo posible para celebrar los buenos momentos. Podíamos estar bebiendo limonada a la sombra de un manzano, en pleno verano, y el tío Alex interrumpía la conversación para exclamar: “No me digas que esto no es bonito ¿eh?”

[…]

Que ese sea el lema de vuestra promoción: “No me digas que esto no fue bonito.”

Y es que la única pretensión de Kurt era que aportásemos nuestro granito de arena para mejorar el mundo. A base de granitos se construyen montañas:

“Os sugiero, adanes y evas, que centréis vuestras aspiraciones en convertir una pequeña parte del planeta en un lugar seguro, saludable y decente.

Hay mucho que barrer.

Hay muchos que reconstruir, tanto espiritual como físicamente.

Pero también va a haber mucha felicidad. ¡No os olvidéis de reconocerla!”

Era único, el señor Kurt Vonnegut era único.

Los textos provienen de la traducción de Ramón de España de “Que levante mi mano quien crea en la telequinesis y otros mandamientos para corromper a la juventud” de Kurt Vonnegut para Malpaso

“Los jardines estatuarios” de Jacques Abeille. Distopía filosófica

LosjardinesestatuariosLa propuesta de hoy no es para todos los paladares, no pretendo engañar a nadie; ya he hablado, a propósito de alguna obra de Delillo, que hay diferentes velocidades de lectura y esta velocidades están predispuestas según el estilo y el tipo de narración. “Los jardines estatuarios” del francés Jacques Abeille no es una obra que enganche desde la primera página, no es una lectura trepidante, no se lee en una noche… es una obra reflexiva y fascinante al mismo tiempo; una obra que demanda mayor atención y tiempo y, sobre todo, una lectura reposada. En estas condiciones estamos ante una obra deliciosa, otra perla de un catálogo esplendoroso como el que nos ofrece Sexto Piso. Otro día vendré con su nueva colección de poesía, cuánto buen gusto.

Partimos de un mundo extraño, no muy alejado de las dixtopías de ciencia ficción en el que existen jardines de los que brotan estatuas y que necesitan jardineros para cuidarlas; es una premisa original por lo arriesgado:

“Cuando estuvimos más cerca, me fijé en que los jardineros manejaban martillos y escoplos.

-Están procediendo a la talla. En cada etapa de su crecimiento la estatua echa por todas partes unos brotes desordenados. Cada vez se replantea por completo la forma definitiva, aquella hacia la que se va desarrollando oscuramente. Por tanto, hay que retocarla sin cesar, confirmarla, y para ello separar a tiempo los miembros excedentes que amenazan con convertirla en algo del todo informe y monstruoso.”

Esta singular premisa le sirve a Abeille para desarrollar un micro universo en el que la inflexibilidad, muy de acuerdo con la propia rigidez estatuaria, es parte esencial de un mundo inmovilista en el cual las leyes que lo rigen están establecidas y no son fáciles de seguir, ese secretismo ayuda a entender aún más dicha inmovilidad:

“-¿Quebrantaría una ley, en tal caso?

-No, una ley propiamente, no. Lo que nos retiene es más bien una especie de incomodidad que me costaría mucho explicar. Todo lo que puedo decir sobre esto es que lo que está escrito se presta poco a la palabra. Lo contrario es igualmente cierto. Pero tendré que darle a conocer algunos de nuestros libros para que pueda completar lo que está viendo ahora mismo.

Una vez más se confirmaban las afirmaciones repetidas por el decano: no podían decírmelo todo. Llegué incluso a presentir que debería descubrir por mi cuenta una parte de aquel mundo que en cambio parecía ofrecerse sin reticencia.”

Las extrañas costumbres imperantes nos chocan; estamos ante un sitio que no se rige por las leyes que seguimos en nuestra vida; este contraste con el mundo estatuario nos sirve para hacer paralelismos con nuestra propia existencia; esta premisa le sirve, precisamente, para establecer disquisiciones de tipo ontológico-filosófico e, incluso, literario. La idea de que cada persona tenga su propio biógrafo al morir y que, además, esta biografía se vaya complementando con los testimonios de los que te conocieron, nos transmite la falta de un final para nuestras vidas; los libros nunca se terminan, cualquiera puede añadir una nota en proceso casi religioso:

“Si los biógrafos no eran escritores, todavía menos eran autores, pues, apenas empezaban a esforzarse por organizar la materia de una obra, todo su trabajo se veía desbordado y a veces destrozado por las consideraciones ajenas a sus intenciones que sin embargo estaban obligados a aceptar. Así en la mención que precedía a la firma que estampaban al final del manuscrito, ellos se designaban como biógrafos o, si se puede perdonar este barbarismo a un traductor en apuros, como escribidores. […] No cabía apreciar en ellos ninguna de las habilidades, aún menos de las astucias, típicas del escritor, y contra las que se enfrenta la sagacidad del lector, que así queda encantado de su propia agudeza. Pero esta misma carencia era origen de encantamientos más potentes. Como si dejar de lado todos los artificios de la literatura permitiera a los biógrafos alcanzar en toda su pureza, y muchas veces a su pesar, algo esencial; eso sin lo cual no existe literatura y que toda literatura disimula como su manantial oculto; cierta experiencia sagrada tal vez.”

El papel de la mujer en esta sociedad se presenta como algo limitadísimo, con la única capacidad de ofrecer dos roles, madre o prostituta. Una dicotomía paradójica que demuestra un papel, el de la mujer, subyugado, como en nuestra sociedad, al papel que le dictan el hombre:

“-Desde luego. Sólo deme su ropa para que la sacuda, y la ropa interior, para que la lave.

-Pero ese no es un trabajo de mujer -protesté.

-Cuando llegó usted, yo estaba haciendo el trabajo de un hombre; ahora le sirvo como un muchacho; más tarde me conduciré como una mujer. Todos esos roles que dividen la sociedad que nos rodea hace tiempo que dejaron de estar vigentes entre nosotros.

Todo aquello lo decía con una creciente expresión de desprecio al que venía a mezclarse el hartazgo, un desprecio que no estaba hecho a mi medida, sino que abarcaba todo un mundo lejano del que yo no era más que un elemento cualquiera.”

El visitante que explora el territorio y sus ancestrales leyes será el acicate que pueda generar una revolución, la única manera de conseguirlo será a través de una guerra, o al menos, esa es la evolución hacia la que se va encaminando la narración según pasan las páginas:

“-No lo sé muy bien. Hay muchas guerras posibles. La más sencilla sería la de un país rico y organizado al que se agrede para despojarlo de todo cuanto posee e incluirlo en un imperio. Las relaciones, en este caso, son  de pura fuerza. Pero aquí, ¿qué se les puede quitar a los jardineros? Lo único que se puede hacer es destruir su manera de vivir y matarlos.

Y de repente pensé en el dominio abandonado en el que encontré al príncipe por primera vez.

-A fin de cuentas -proseguí-, este tipo de conquistador tiene una ventaja: no pretende traer la civilización. A partir de ahí, todo depende de lo que hagan los hombres en ese retorno de la tierra al estado salvaje. Se producirán barbaries insoportables, pero la vida no se apaga por ello.”

El problema radica en que, quizá, el dominio estructural está tan imbuido en las raíces de dicha sociedad que ni una guerra puede conseguir subvertir los papeles.

“-Vamos a ver. Lo que se presenta ahora es el fin de una manera de vivir antigua y el principio, tal vez, de otra nueva. El paso no se realizará sin dolor. Nosotras, las chicas, a nuestra manera, como otros en la suya, podemos ser ese dolor. Pero no significa en absoluto que vayamos a tener derecho a una vida mejor, claro que no.

-Pero ¿por qué? – no pude evitar protestar.

-Cualquiera que sea nuestra edad, nosotras somos de otra época. Nos tiene agarradas. Luchar contra el tiempo no es más que otra manera de durar en él. Lo que ahora bascula, en el mejor de los casos, nos sepultará bajo sus escombros, pues escapar de ello sería condenarnos a un vano destino de supervivientes. No existe un nuevo amanecer.”

Releyendo este último párrafo me doy cuenta de que quizá nuestra sociedad no está lejos de una sociedad dixtópica como la que nos plantea Jacques Abeille. Excelente lectura. Reflexiva, cargada de buen gusto.

Los textos provienen de la traducción de Lluís Maria Todó de “Los Jardines estatuarios” de Jacques Abeille para Sexto Piso.

Lawrence Block: el último clásico de la novela negra

cuchilladaMientras algunos inauguran bibliotecas de autor de novela negra empezando por un especialista en thrillers mediocres como Lee Child; el más grande autor vivo de novela negra permanece en el ostracismo debido a políticas editoriales ciertamente dudosas y mucha, mucha mala suerte.

A Block, como a Leonard, ciertamente le ha hecho daño el ser tan prolífico. Si echamos un vistazo a la Wiki del autor en inglés comprobamos que no sólo ha creado a Matt Scudder (aunque parece que todos los artículos que están saliendo suponen que esto es así). Tiene nada menos que dieciocho novelas (una de relatos) de la serie de Scudder, pero otras once del ladrón Bernie Rhodenbarr, otras ocho de Evan Tanner, cinco de Chip Harrison y otras cinco del asesino profesional Keller; a las que se suman otro montón de novelas escritas con diferentes pseudónimos, relatos cortos, etc.. Publicar esta ingente cantidad es difícil sin editores responsables y que conozcan bien cada una de las series. El resultado es que, en estos momentos, solo hay cuatro novelas de Block que se pueden comprar, sólo de la serie de Scudder y las tiene en su totalidad serie negra que ahora está impulsándolo gracias al estreno de la película “Caminando entre tumbas” con Liam Neeson en el papel de Matt. En breve dispondré de la novela y también pasará por el blog.

Es una de esas cosas ilógicas, cualquier lector aficionado al buen “hardboiled”, a la buena novela negra, no debería dejar pasar la oportunidad; Block es, sin lugar a dudas, de lo mejor actual y no solo por su Scudder, las novelas de Keller son magníficas igualmente. En estas condiciones, os traigo tres novelas protagonizadas por Matt Scudder pero que no están disponibles, descatalogadas por sus editoriales, no recuperadas (aún) por RBA en su Serie Negra (quién sabe si lo hará algún día) que sirven como tarjeta de entrada para entrar en su mundo y, sobre todo, si os gusta, animaros a leer el resto.

La primera de ellas es “Cuchillada en la oscuridad” editada, hace muchos años, en la extinta colección legendaria de novela negra de Júcar, Etiqueta negra. Novela de los primeros años de Scudder publicada originalmente en 1981 justo antes de su magnífica “8 millones de maneras de morir”. En ella tenemos las claves del ex-policía y cuasi investigador (no tiene carnet de detective privado) obsesionado con la bebida. Block tenía muy claro desde el principio la base de su investigador. En esta en concreto, utiliza la particularidad de un caso de un asesino en serie para montar otro caso de la nada. La forma en que aborda los casos es por recomendación, la de sus antiguos compañeros policías:

“-Pero él le recomendó a mí.

-Sí.

-¿Por qué? […]

-Él dijo que usted era un loco hijo de puta. Esas fueron las palabras. No las mías.

-¿Y qué más?

-Dijo que usted podía llevar el asunto de una forma que no lo haría una gran agencia. Que cuando usted hinca el diente a algo no lo suelta. Dijo que la suerte estaba en su contra, pero que usted podía encontrar quién mató a Bárbara.”

Scudder es concienzudo y tenaz, todo el mundo sabe que hasta que no soluciona un caso no parará; también interesa bastante comprobar el método deductivo que Block utiliza en sus novelas:

“-¿Crees que podrías refrescar su memoria?

Negué con la cabeza.

-Creo que podría sacar alguna idea de él. Una cierta parte de la investigación es intuitiva. Recoges detalles y observas impresiones, y entonces aparece la respuesta  en tu mente de algún sitio. No es como Sherlock Holmes, por lo menos nunca fue así para mí.”

Es una curiosa mezcla de intuición e investigación ordenada; sin embargo, cada resolución suele ser como una epifanía al estilo más clásico de los Poirot o Marple, existe un momento en el que las piezas se ensamblan como por birlibirloque:

En “Cuchillada en la oscuridad” una mentira es la desencadenante de dicha epifanía y que le llevará a resolver el caso. Block en estos libros del principio es un “loser” de libro, autoconsciente de esta situación que alienta con su incontrolable deseo de beber:

“La sensación de opresión seguía en el pecho.

cuandoantrosagradoEl coñac, me dije. Probablemente sería una buena idea dejarlo. Mantente en lo que estás acostumbrado. Mantente en bourbon.

Fui a Armstrong’s. Un poco de bourbon embotaría el efecto del coñac. Un poco de bourbon embotaría casi cualquier cosa.”

En “Cuando el antro sagrado cierra”, editada por La factoría de ideas, tenemos a un Scudder en los mismos términos de la anterior, justo después de “8 millones…”

“-Sí, lo siento por ellos -dijo-. Apuesto a que se están cagando en los pantalones. Hasta el momento, este mes solamente han conseguido cien de los grandes. Lo que no saben es que Matt “Bulldog” Scudder está tras su pista y esos pobres cabrones no podrán gastarse ni diez centavos de lo que se han sacado.” 

El cabezón Scudder usando sus dotes deductivas para un aspecto personal, el de su inmersión en la bebida:

“Mi puerta tenía el pestillo echado. Era una buena señal. Si me había acordado de echar el cerrojo, entonces no había llegado en tal mal estado. Por otro lado, mis pantalones estaban tirados sobre la silla. Habría sido mejor si hubieran estado colgados en el armario. Pero, de nuevo, no estaban arrugados sobre el suelo y tampoco los llevaba puestos. El gran detective, analizando las pistas, intentando descubrir lo borracho que había estado la noche anterior.”

El punto de partida son tres situaciones inconexas… empiezan a ensamblarse, como un puzle del que no eres consciente hasta el final pero que cuadra maravillosamente; sin embargo, en esta novela una vez resuelto el caso tenemos un epílogo en varios capítulos que cierra la historia, se dedica a contar las consecuencias, lo que rodea la resolución del caso. Sorprende por el cambio de dinámica y, sobre todo, por la amargura que destila en cada momento. Este salto cualitativo de Block consigue transmitir a la perfección la sordidez de nuestros actos, lo oscuro que se esconde en el género humano.

Lo que nos lleva a la colosal “Un baile en el matadero”, también editada por La factoría de ideas, pero en la que encontramos un Scudder muy diferente. La novela está ubicada en el tiempo tres libros después del anterior, de ahí que no hayamos podido ver esta evolución. Scudder no bebe habitualmente y va a las reuniones de Alcohólicos Anónimos, y encima tiene una relación con Elaine, una prostituta activa que participa de los casos de Matt. Elaine supone la humanización, la visión del mundo ante lo que afronta nuestro investigador, como podemos ver en la siguiente reflexión tras observar una cinta de vídeo de una “snuff movie”:

bailematadero“Sé que el mundo está lleno de una fauna bastante extraña, y que la gente hace de todo. Sé que hay muchos pervertidos, sé que a la gente le gusta disfrazarse, llevar cuero, goma, pieles, atrase unos a otros, tener fantasías, y todas esas cosas. También sé que hay gente que acaba confundida, se pasa de la raya y hace cosas terribles. […] bienvenidos al mundo. Hay días en los que pienso que alguien debería cerrarle el grifo a toda la raza humana. Pero, bueno, mientras tanto puedo vivir con ello. Pero esta mierda no puedo soportarla. De verdad que no puedo.”

Elaine representa el punto de vista del lector, el lector, en este caso yo, siente un horror indescriptible al leer lo que sucede en este libro, lo grotesco de unos asesinatos que parecen no entrar en lo que entendemos por realidad; que ella, viviendo en una situación tan cercana a los más bajos instintos, sienta que no pueda soportar esto nos hace una idea de lo que nos estamos encontrando; el hombre es capaz de lo peor y, posiblemente, nunca dejará de pasar:

“Sin embargo, otras noches, esa misma revelación no me tranquilizaba en absoluto, sino que más bien me provocaba desesperanza. Siempre habíamos sido así, no estábamos mejorando, nunca lo haríamos. Cualquiera que a lo largo del amplio camino que habíamos recorrido hubiese muerto por redimir nuestros pecados, lo había hecho en vano. Siempre teníamos más pecados en reserva, tantos que nos durarían toda la eternidad”

Este proceso general, de hecho, lo particulariza en lo personal de uno de los protagonistas; este personaje siente que, al introducirse en este mundo, todo lo que piensa empieza a cambiar, llegando incluso a normalizar los impulsos asesinos:

“Una vez, sin embargo, estaba en la cama y ella dormía a mi lado y empezaron a venirme a la cabeza diferentes imágenes sobre cómo podía matarla. No quería tener semejantes pensamientos, pero tampoco podía alejarlos de mi mente. Me imaginaba asfixiándola con una almohada, o apuñalándola, o acabando con ella de cualquier modo. Tuve que irme a la habitación de al lado tomarme un par de copas. No tenía miedo de que fuera a hacerlo, simplemente me molestaba que esas cosas se me hubieran pasado por la cabeza.”

Ante esta situación Scudder se empieza a replantear lo que antes entendía como dilemas morales; ante el desencanto con el orden establecido y su incapacidad de hacer cumplir la justica, empieza a erigirse como justiciero, cueste lo que cueste, a seguir su propia ley, camino realmente difícil y plagado de vericuetos que, imagino, empezarán a desarrollarse en los próximos números.

No voy a esconder que, posiblemente, es la novela más dura que me he leído de Block y de su detective Scudder en particular; el pesimismo, la sordidez, las bajezas, la crudeza, la violencia al describir ciertos momentos son de un realismo brutal y, acompañados de un estilo que evoluciona con respecto a sus primeras novelas, consiguen sobrecogerme y horrorizarme; al mismo tiempo que le reverencie, lo que se merece un autor excelso que necesita que se hable de él. Consigamos que sea leído. Es un clásico vivo.

Los textos provienen de:

La traducción de Jane Mary Hayes de “Cuchillada en la oscuridad” en Etiqueta negra Júcar.

La traducción de Ester Mendía Picazo de “Cuando el antro sagrado cierra” para la Factoría de ideas.

La traducción de Elena González de “Un baile en el matadero” para la Factoría de Ideas.

“Fundido en negro” Antología coordinada por Inmaculada Pertusa Seva. La riqueza de lo femenino

fundidonegroEl prólogo de Inmaculada Pertusa es imprescindible para entender el sentido de esta recopilación de textos policíacos detectivescos escritos por mujeres; realiza un pequeño repaso histórico de las mujeres que escriben novelas policíacas y es curioso comprobar cómo el tema comenzó realmente tarde (1979), sobre todo comparado con el resto de países. No olvidemos que en Gran Bretaña ya había textos femeninos en plena época victoriana. Como siempre España a la cabeza:

“Ya casi resulta de enciclopedia señalar que la primera detective privada de las letras peninsulares nació en 1979 de la pluma de Lourdes Ortiz en su novela Picadura moral. Aunque la investigadora Bárbara Arenas no regresó a lugar del crimen literario propiamente dicho, es indudable que inauguró sin proponérselo lo que poco a poco ha llegado a ser la tradición de lo detectivesco femenino español. También obligada es ya la mención de la novela de corte policial de Marina Mayoral, Cándida otra vez (1982), y la de Rosa Montero, Te trataré como a una reina (1986), que aparecen unos años más tarde, y que la crítica literaria suele mencionar al hablar del desarrollo de la novela detectivesca protagonizada y escrita por mujeres en España; si bien estas novelas no acaba de presentar a un personaje femenino cumpliendo el papel de detective ni están desarrolladas siguiendo el proceso investigado típico en el género criminal, son, sin lugar a dudas, caldo de cultivo para el posterior establecimiento de la novela criminal femenina.”

Afortunadamente la tendencia es muy positiva, Inmaculada se hace eco de ello y realiza una recopilación de historias de todo tipo, eclécticas como pocas y caracterizadas por sacar matices que, habitualmente, para los acostumbrados al género, no encontramos con frecuencia. La nómina de escritoras aparece en este pequeño texto:

“Aunque hubiéramos querido que Fundido en Negro: antología de relatos del mejor calibre criminal femenino hiciera las funciones de un escaparate de la talla investigativa con la que trabajan las detectives perfiladas por cada una de las autoras españolas desde 1979 hasta ahora, en esta antología nos sentimos honrados de poder contar, si no con todas las que son, al menos con una representación cualitativa de la detective como protagonista del panorama literario de España. […] el personaje de Lònia Guiu, de Maria Antònia Oliver, y el de Petra Delicado, de Alicia Giménez Bartlett, para proseguir con las que continuaron su pista narrativa, ya en el nuevo milenio: Cornelia Webber-Tejedor, de Rosa Ribas, Emma García, de Isabel Franc, Vicky González, de Cristina Fallarás, Rebeca Santana, de Susana Hernández, María Ruíz, de Berna González Harbour, Cate Maynes, de Clara Asunción García, y Kate Salas, de Carolina Solé. Se trata de un fundido en negro de gran calibre de voces, estilos y heroínas al que no hay que perderles el rastro en ningún momento.”

La recopilación es fantástica, sobre todo porque, sin descuidar las tramas policíacas-negras, incide en aspectos, matices, puntos de vista que enriquecen la trama policíaca precisamente por el hecho de tener a mujeres detrás escribiendo. Todas las historias tienen su gracia y un nivel alto pero me voy a centrar en dos para poner algunas de sus características.

El cuento “La voz de la sangre” de Alicia Giménez Bartlett me resultó particularmente entretenido, su detective, la paradójica Petra Delicado no hace honor a su nombre, es poderosa y de fuertes convicciones; ante su compañero Garzón no se corta en expresar lo que siente o piensa pero, además, siempre se acuerda de la mujer, poniéndola en el centro, independientemente de su pasado:

“-Entonces no será un caso fácil.

-Eso me temo yo también. Un cliente, un asunto de drogas, una venganza…

-Pero el hierro es el mismo, Garzón, Cuatro mujeres asesinadas, esa es la única realidad, se trate o no de un burdel.”

En efecto, este matiz, que corrige el primer pensamiento, posiblemente machista, de su compañero, sirve para entender el papel de la mujer investigadora defensora de su género, una perspectiva diferente de una Petra que, indudablemente, sabe que la realidad la supera, que no hace más que encontrarse dolor en su camino y, de alguna manera, ella está ahí para intentar mitigarlo:

“-¡Magnífico Fermín!, ¿y no había por esa fonda ninguna oveja achicharrada por los rayos? Digo, y que hubiera completado muy bien el cuadro de niña famélica.

-A veces, inspectora, pienso que no tiene usted corazón.

-Más me vale para enfrentarme a toda esta miseria moral.”

Afortunadamente, Giménez Bartlett sabe imprimir humor a la fuerte personalidad de su personaje gracias a su inimitable compañero de investigación para, de esta manera, obtener una historia muy completa:

“-Si Petra, ya veo, descartado el exmarido machista, un crimen religioso es lo que le gustaría más ¿verdad? ¡Sus dos principales bestias negras puestas en solfa!

-¿Está insinuando que me dejo llevar por mis obsesiones privadas en la investigación?

-¡Hombre, inspectora, si ya solo falta acusar a un nazi para que toda su ideología quede en exposición!”

El otro caso que quería resaltar era el de la escritora Susana Hernández con su Rebeca Santana en “La ternura del jugador de Rugby” donde realiza un ejercicio de estilo metaficcional, poniéndose ella misma como protagonista de su cuento, acompañando en la investigación a su pareja de detectives, en este caso las dos femeninas:

“-¿Qué se supone que quieres saber? –soltó Vázquez a bocajarro.

-Ver cómo es el día a día en la vida de dos policías.

La Marquesa hizo una mueca.

-Jodido y menos emocionante de lo que te crees.

-¿Qué os toca hoy?

Las subinspectoras se miraron.

-Pues a ver el menú… -Santana se rascó la barbilla-. Tenemos un asesino en serie que mata ancianas con una motosierra, un asesino múltiple disparando en un centro comercial, un tiroteo en la Diagonal…

La escritora abrió los ojos como platos.

-¿En serio?

-No –rio Santana con ganas y su compañera la secundó-. Esto no es Nueva York por suerte. Nos han llamado del Vall d’Hebron. Una agresión sexual. ¿Te apuntas?”

En este fabuloso intercambio entre los tres personajes femeninos podemos encontrar un poco de todo, desde la humildad de ella misma al reconocer que necesita estudiar cómo es el día a día de la policía, hasta la broma sobre crímenes que sólo ocurren en EE. UU.; acabando con un caso típico que, dolorosamente, se trata de una agresión sexual, incidiendo en el hecho de que es demasiado habitual que haya violencia de género. De un simple diálogo podemos extraer tantas cosas que todo el cuento es una pequeña maravilla.

Concluyendo, es necesario, mejor dicho, imprescindible, que haya recopilaciones de este estilo para sacar nuestra cabeza de nuestro margen de confianza. Salirse de los lugares comunes de la mano de estas espléndidas novelistas puede ser una buena forma de hacerlo. Bien por la editorial “Al Revés” que aboga por traernos cosas diferentes y tan interesantes.