“Ciudad de N” de Leonid Dobychin. Puntillismo y Costumbrismo ruso.

ciudad-de-n-840122En el fantástico postfacio de James Womack quedan muy claras, una vez leída la novela, las claves de “Ciudad de N”, única novela del desconocido autor ruso Leonid Dobychin (1894-1936), tanto en temática como en el estilo:

“Para Dobychin la situación es algo distinta: no se trata de que se viera excluido de la sociedad que quería narrar, sino de que dicha sociedad había sido destruida. Y ahí es donde cobra sentido entender La ciudad de N como una obra satírica. 

El narrador de Dobychin toma como su modelo, de forma accidental, la amoral Ciudad de N, el lugar en que se desarrolla la mayor parte de la novela de Gógol Almas muertas. Con su elección está haciendo hincapié en lo sencillo que es cometer el error de leer a Gógol como un escritor realista, que su sátira no era más que la simple y llana descripción de cómo es Rusia, y como será por siempre. En lugar de adoptar la línea soviética de que nuestros esfuerzos de hoy nos conducirán al futuro glorioso de mañana, Dobychin insiste en que nada cambia.” 

En primer lugar la atemporalidad y apoliticidad de la obra en sí, Dobychin juega con esta idea mostrándonos una Rusia destruida pero que no evoluciona; más bien, nos hace conscientes de esta falta de evolución.  Es por ello que, más allá de mostrarnos un relato realista, es, sin embargo, la sátira la que impregna cada palabra contenida en ella. Lo bueno de esta visión es que nunca pierde vigencia, la vuelve inmortal por su planteamiento.

En cuanto a la forma de hacerlo, la metáfora pictórica que nos comenta James es sumamente clarificadora y entronca, por extensión, en la creación de un cuadro costumbrista ruso:

“La comparación más obvia es con la pintura: La ciudad de N es una pieza de puntillismo literario, entendido como la técnica literaria en la cual minúsculos, “puros” detalles, equivalentes a los puntos de color utilizados por artistas como Seurat o Signac, van componiendo una imagen mayor. Después de leer la Ciudad de N, y sobre todo después de releerla, el lector siente que se le ha entregado un tapiz completo de una sociedad en su totalidad, con sus costumbres y sus creencias, sus hábitos y en cierta medida sus esperanzas, en el espacio de menos de doscientas páginas. Una imagen que puede mirarse infinitas veces sin que se vuelva obsoleta.”

Dicho puntillismo es fiel a los pequeños detalles que componen una imagen mayor, una imagen que engloba incluso pequeñas salidas hacia el exterior:

“Volvieron a venir visitas a nuestra casa. Las damas se interesaban por el conde y preguntaban por su apariencia. Los señores jugaban al vint. Barbicanos todos, conversaban sobre la creación en Estados Unidos de una máquina parlante y decían también que la iluminación eléctrica debía ser perjudicial para la vista.”

Pero estas pequeñas salidas no nos desvían de lo que Leonid considera más importante: el relato de las costumbres del pueblo ruso; todo ello a través de la figura del protagonista que representa al protagonista de un típico relato de formación y que irá creciendo según los acontecimientos se vayan sucediendo:

“La Navidad pasó volando. El número extraordinario del periódico Dvina informaba de que Japón nos había atacado. Los servicios eclesiásticos se volvieron aún más largos. Cuando terminaba la misa, comenzaba una plegaria “por la concesión de la victoria”. En la vitrina de L. Kusman aparecieron las Cartas abiertas patrióticas. Serge comenzó a recortar del Nueva Era fotografías de acorazados y portaviones y a pegarlas en su cuaderno de apuntes en sucio. Maman y yo una vez visitamos a los Karmánov. Las damas hablaron de que ahora en la guerra ya no se utilizaba la hila y las mujeres nobles ya no se juntaban para picarla.”

Lo construirá mediante la pérdida, mediante la negación, su incapacidad de decirle lo que siente a un amigo:

“Los Karmánov tomaron asiento en el vagón. El tren se puso en marcha. Nosotros agitamos la mano tras él. “Serge, Serge, ah, Serge… ¿me recordarás como yo te recordaré a ti?”, no llegué yo a decirle.”

No deja de ser curioso que la nostalgia, ese enemigo del raciocinio, se convierta en un síntoma de hacerse mayor; el recuerdo como un elemento de “madurez”, de pérdida de la inocencia:

“Serge, escribía yo durante las clases en hojas arrancadas del cuaderno, “me he dado cuenta de que me estoy haciendo como los mayores. A veces ya recuerdo momentos de mi infancia. Me parece que los demás también lo notan. Por ejemplo, nuestra cocinera Eugenia, cuando maman no está, parece cada vez más interesada en venir a mi habitación y charlar conmigo.”

Por todas estas características, la obra se caracteriza igualmente por una ambigüedad latente, que redunda en las posibles interpretaciones que se le pueden dar a varios momentos; por si fuera poco, en el final, el protagonista se da cuenta de que necesita gafas, que hasta ese momento todo lo había visto de una manera errónea:

“-Espera –dije, admirado. Tomé los quevedos de su nariz y me los puse. Ese mismo día fui al oftalmólogo y me puse cristales en la nariz.

Ahora veía con claridad los rostros en la calle, leía los números en los drozhki de cocheros y en los letreros al otro lado de la calle. Veía todas las hojas de los árboles. Miré la vitrina de la tienda de loza y vi lo que había en las estanterías de dentro. Vi doce platos colocados en fila con dibujos de judíos en harapos y la nota “concedidos a crédito”. […]

Cuando oscureció aquella tarde vi que había muchas estrellas y que tenían rayos. Me paré a pensar que todo lo que había visto hasta entonces lo había visto mal.”

Esto es un aviso no solo para el narrador, sino para nosotros, lectores de la obra del ruso; posiblemente sea necesario que la leamos de nuevo, posiblemente encontremos otros detalles, otros puntos de vista inherentes en su interior.

Me encanta descubrir la literatura rusa con lo que está publicando Nevsky, no solo por la lectura en sí, sino por todo lo periférico a ella; sobre todo con obras como esta pequeña maravilla de Leonid Dobychin.

Los textos vienen de la traducción del ruso de Inés Goñi Alonso de “Ciudad de N” de Leonid Dobychin.

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