“Deudas y Dolores” de Philip Roth. El final de un camino es el comienzo de otro.

P86631A.jpg“Deudas y Dolores” sí que puede ser considerada la primera novela de Philip Roth; al fin y al cabo, “Goodbye Columbus” era una antología de historias cortas, y nos encontramos ya con varios de los temas que continuarán durante toda su obra; lo curioso es que, para ser  una novela que escribió en 1962, demuestra ser una obra madura y un buen exponente del gran Roth, del coloso de las letras norteamericano.

Ambientada en los años 50 en EE.UU., Roth escoge como gran protagonista y narrador a Gabe Wallach; aunque cambie de punto de vista y focalización en otras ocasiones para representar la vida de Paul y Libby o de Martha Reganhart, el verdadero eje y observador es Gabe que le sirve para representar en todo su esplendor una época difícil, sobre todo, por las patentes restricciones de tipo social.

En Wallach Roth epitomiza la lucha interior del intelecto y lo sentimental; el libro se abre precisamente por una carta que le ha dejado escrita su madre recién fallecida y que dará un vuelco completo a la percepción que tenía de su vida hasta entonces:

“La muerte lo trastornó todo. Cuando murió mi madre en 1952, resultó evidente que por aquel entonces no se consagraba menos a ayudar a mi padre, para que mantuviera su equilibrio en el mundo, de lo que lo hiciera en 1942; que él no pudiera mantenerse en equilibrio por sí solo había sido la causa de gran parte de la aflicción que ella prefería no exteriorizar. Inmediatamente después de su muerte, culpé a mi padre de haber sido indigno de ella. Pero entonces recibí su carta y, pese a lo desolado que me sentía, pese a lo sobrecogido que estaba por las circunstancias en que la escribió, la confesión que contenía me obligó a aceptar una verdad que yo mismo me había negado a ver. Mi madre había sido una persona tan atractiva que me había resultado difícil juzgarla mientras vivía, pero, una vez muerta, llegó a parecerme una especie de mala de la película, y cuando abandoné el ejército estaba dispuesto a creer que era ella quien había arruinado la vida de mi padre.”

De pensar que su padre era una persona indeseable todo se volverá del revés, demostrando que su madre era la que había en realidad arruinado sus vidas;  se refugiará entonces, abandonando lo intelectual, en una vida más sentimental; Gabe representa claramente la confusión de no saber cuál es su verdadera identidad, un desbalanceo que le hará cometer errores y que se desarrollará según pasen las páginas:

“Cree ser mejor de lo que cuanto ha hecho en la vida le ha enseñado a ser. A menudo, cuando se separa de amigos y conocidos, sospecha que su comportamiento ha sido reprobable; lo que haya sucedido o no, en realidad, altera muy poco su actitud hacia sí mismo. Sufre el malestar de muchos hombres jóvenes saludables pero vulgares: no sabe muy bien qué hacer consigo mismo. Aunque también está sujeto a sufrir depresiones, pesadillas y melancolía, no puede disfrutar a fondo de nada de eso (y por lo tanto percibe su auténtico y trágico valor), debido a una duda insistente: piensa que es muy afortunado y debería estar agradecido y callarse.”

Teniendo en cuenta las acusaciones de misoginia que ha recibido frecuentemente a lo largo de su carrera literaria sorprende bastante encontrar tres mujeres tan poderosas y con  tanta personalidad en sus páginas; por un lado tenemos el caso de Martha Reganhart que se convertirá en la pareja de Gabe y con la que se establece un conflicto de clase, ya que es una divorciada  que intenta sacar a sus hijos adelante y que no ha gozado de una vida que ella consideraría “normal”:

“Al principio su inmovilidad se debía tan solo que deseaba volver a Hildreth’s y tomar una última taza de café. Pero entonces reparó en que quería que él se llevara a sus hijos, pero no solo al otro lado de la calle, sino tan lejos como le viniera en gana. Quería que los tres siguieran caminando y desaparecieran de su vida. Quería ser tan insensata como una universitaria de segundo curso. Quería tener una cita con alguien que se la llevara en el coche de su padre. Lo que deseaba era recuperar aquellos años desaparecidos. Jamás había gozado del sencillo placer de sentirse como una veinteañera. Un día había tenido diecinueve años; al día siguiente tendría treinta. Por un momento quiso que el tiempo se detuviera.”

Martha, que tuvo que madurar demasiado rápidamente, no busca más que alguien que la haga sentir especial, debido al bagaje que ha tenido que soportar; de ahí que le diga a Gabe:

“-No se trata de matrimonio ¿sabes? No tienes que pensar en eso… nadie ha de casarse conmigo. ¿Comprendes? Nadie ha tenido jamás que sentir la obligación de casarse conmigo. Por favor, no te preocupes por mis pequeños, no hay ningún problema con ellos. Solo yo debo preocuparme por ellos. Nadie tiene que quitármelos de las manos, Gabe. No necesito un marido, cariño… solo un amante, Gabe, solo alguien que pura y simplemente me quiera.”

En una durísima escena, Martha reniega de los hombres y del “consuelo paternalista”, no lo busca, no lo quiere para nada y así se lo dice a Gabe que demuestra habitualmente no estar a la altura de ella:

“Tuve a esa niña, no me la rasparon y desapareció por algún desagüe en un callejón oscuro. Y entonces una mañana me desperté y ese hijo de puta volvía a estar encima de mí, y tampoco entonces aborté. Se trata de vidas por el amor de Dios. Quiero a estos niños. Me alegro de haberlos tenido, me alegro muchísimo. He de trabajar de noche y lo detesto, no sabes cuánto lo detesto, pero me alegro de haber tenido a mis hijos. Son algo serio, maldita sea. Por lo menos no se dedican a hacer su equipaje continuamente. Los hombres son un fastidio. Alguien debería llevarse su equipaje y quemarlo. ¿Dónde estarían entonces? Te diré una cosa sobre los sentimientos, amigo mío: ya nadie los tiene. ¡Todo lo que tiene son maletas! Y no me toques con esas manos tuyas que acarician grandes tetas… tengo derecho a llorar. ¡No me consueles, coño!”

Libby Herz es la segunda mujer y junto con Paul representan el conflicto familiar, siendo de dos religiones distintas, judía y católica, se enfrentan a la incomprensión por ambos lados ante los eventos que les irán sucediendo: la dificultad de tener hijos, aborto, adopción, relaciones de pareja en conflicto, etc. La religión y la sexualidad mal orientada (en una frontera difícil entre la santidad y la concupiscencia) desestabilizan profundamente su relación; solamente cuando Gabe les ayude a conseguir un hijo en adopción este equilibrio parece producirse, aunque para ello Gabe destruya su relación con Martha:

“En la familia más protestante de Norteamérica no podría existir más frialdad que la que envolvió a Libby durante los primeros cinco años de su matrimonio. Pero tal vez ella tuviera en parte la culpa. Tal vez había una salida definitiva de aquel embrollo que no era el psicoanálisis ni el dinero en el banco ni la sexualidad ni la lástima de sí misma ni la locura, sino la religión. No aquella mistificación de Cristo y María, ni siquiera necesariamente la creencia en Dios, aunque, vete a saber, quizás el mismo Dios llegaría a su debido tiempo. Pero primero algo básico y vigorizante, algo que los preparase realmente para tener un hijo, que los hiciera merecedores de ellos; algo cálido, sagrado, válido: tradiciones y ceremonias, festividades y costumbres religiosas…”

La tercera mujer en discordia es Theresa Haug, se convertirá en la madre que dará en adopción una niña a la pareja Herz; a Theresa la vida no la ha tratado bien tampoco y, con la influencia de su marido no pondrá las cosas tan fáciles para la ejecución de la adopción; Gabe se erigirá como mediador en el conflicto:

“Miré de nuevo a Theresa Haug, que estaba a cierta distancia de nuestra mesa. Era callada y servicial con los clientes, y eficiente hasta llegar a la histeria (o tal vez fuese histeria hasta llegar a la eficiencia, me parecía lo mismo).  […] Tanto su cuerpo como sus facciones parecían haber sido diseñados y construidos por un comité de esposas de ministros baptistas. Las medias le colgaban por las pantorrillas subdesarrolladas de una manera lastimera, su piel carecía de misterio y su boca era un tímido guión en la cara inexpresiva. Sin embargo, alguien se había tomado la molestia de desnudarla, tumbarla y echarse encima de ella. Habían sembrado en ella una simiente, y yo había ido a verla para hablar de su fruto.”

Martha, en su infinita espera de la decisión de Gabe, lo abandonará, causando la más profunda de las humillaciones a Gabe; él, incapaz de buscar una solución a su vida se desorienta hasta el límite:

“Lo único que a él se le ocurría como respuesta, como defensa, era contarle lo sucedido aquella tarde en Gary. Pero, naturalmente, eso no era ninguna respuesta. No podía decir nada. La hora que había pasado con Bigoness… después de todo, ¿de qué iba a servir aquello? Aquel lastimoso intercambio, la humillación de un hombre estúpido, no bastaba para elevar su vida. La vida que llevaba era pequeña, insignificante. Penosa… En aquellos momentos nada parecía capaz de aportarle proporción o dignidad.”

En esta desesperación, conseguir que se produzca la adopción se convierte en una meta, en algo que pueda ayudarle a avanzar, a discernir entre la razón o el sentimiento o, simplemente , a unirlas como única solución.

“Abrazaba a la niña como si se estuviera abrazando a sí mismo, como si la niña abrazara al hombre y no al revés. Apretó los dientes, cerró los brazos: ojalá pudiera estar tan convenido como decidido; ojalá pudiera saber qué estaba siendo, si prudente, imprudente, valiente, sentimental… Un defensor de causas perdidas, un hombre de corazón frío, un blando, un duro, un cauto… ¿qué? Ah, si pudiera desmoronarse y romper a llorar. Pero no había consuelo para él ni en las lágrimas ni en la razón. Había ido más allá de lo que consideraba el recorrido normal de la vida, más allá de lo que se consideraba normal por fortuna y por estrategia. Las lágrimas solo resbalarían por su cubierta exterior. Y cada razonamiento tenía su pareja. Adondequiera que volviese, había una clase de horror.” 

No hay un final para Gabe sino el comienzo de un camino, un nuevo camino madura hacia esa identidad buscada; quizá es porque siempre estamos empezando y nunca sabemos si estamos en un final. Roth, maestro, ayudándonos a seguir nuestro camino.

Los textos vienen de la traducción del inglés de Jordi Fibla de “Deudas y Dolores” de Philip Roth en Debolsillo.

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