“El clan de los parricidas y otras historias macabras” de Ambrose Bierce. Humor negro y fantasmas

EL CLUB DE LOS PARRICIDASEl escritor norteamericano Ambrose Bierce, nacido en 1842 y desaparecido misteriosamente en 1913 es uno de los mejores exponentes del relato breve fantástico. Mi bautismo de fuego con él ha sido precisamente esta recopilación de cuentos cortos denominada “El clan de los parricidas y otras historias macabras” y el resultado ha sido demoledor.

Bierce no hace concesiones al estilo para centrarse más en lo que cuenta; un especialista en las narraciones cortas normalmente con temas relacionados con la guerra o con el género fantástico (más concretamente con las ghost-stories o historias de fantasmas). El primer relato de la antología deviene en epítome del estilo del autor y en cuanto al tema tratado, con humor muy muy negro, en las primeras frases podemos encontrar esto:

“Me llamo Boffer Bing. Mis respetables padres eran de clase muy humilde: él fabricaba aceite de perro y mi madre tenía un pequeño local junto a la iglesia del pueblo, en donde se deshacía de los niños no deseados. Desde mi adolescencia me inculcaron hábitos de trabajo: ayudaba a mi padre a capturar perros para sus calderos y a veces mi madre me empleaba para hacer desaparecer los “restos” de su labor.”

La característica del cuento homónimo es el que se trata de una pequeña antología de parricidas, donde Bierce, haciendo gala de un humor que va más allá del negro nos describe un catálogo de perversidades en las que el nexo en común es un hijo/a matando algún padre (o los dos si se tercia la ocasión); esta estructura resulta más que curiosa, ya que da la impresión de que estás leyendo una antología incluida en la antología (meta…); es un recurso que utiliza en más ocasiones, por ejemplo para unir varias desapariciones misteriosas u otro tipo de historias. Dando la impresión de tratarse de experimentos narrativos reales, periodísticos:

“Estos han sido algunos de los experimentos que he realizado en el campo de la sugestión hipnótica. Que esta pueda emplearse con malos propósitos, es algo que desconozco.”

El que juegue con estos factores no es óbice para que en otros momentos busque una descripción más física, con un punto más lírico que nos sirva para entrar de una manera más realista en el cuento:

“Un charco formado en la rodada de una carreta emitía un reflejo carmesí que llamo su atención. Se agachó y hundió la mano en él. Al sacarla, sus dedos estaban manchados. ¡Era sangre! Sangre que, como pudo observar entonces, le rodeaba por todas partes: los helechos que bordeaban profusamente el camino mostraban gotas y salpicaduras sobre sus grandes hojas; la tierra seca que delimitaba las rodadas parecía  haber sido rociada por una lluvia roja. Sobre los troncos de los árboles había grandes manchas de aquel color inconfundible, y la sangre goteaba de sus hojas como si fuera rocío.”

Lo que es evidente es que buscaba confundir al lector y presentarnos amenazas que no fructifican, no se hacen evidentes, hasta que llegamos a la parte final del relato:

“Hay algo de lo que sí tengo conciencia clara: la presencia de aquel hombre a mi lado me resultaba singularmente desagradable e inquietante; tanto que cuando por fin detuve el carro bajo el anuncio luminoso del hotel Putnam, experimenté  la sensación de haber escapado a algún peligro espiritual de naturaleza especialmente funesta. Esa sensación de alivio se vio modificada al descubrir que el doctor Dorrimore también se alojaba en el mismo hotel.”

De hecho el autor suele jugar con esa sorpresa final que tan bien funciona en este tipo de relatos en un continuo “crescendo”.  Hay en todos los cuentos una sensación de irrealidad inherente,  y es en esa frontera entre la ficción y la realidad en la que se mueve Bierce para estimular nuestros miedos más ocultos.

Excelente recopilación para descubrirle, gracias, cómo no, al trabajo de la editorial Valdemar.

Traducción del inglés de Javier Sánchez García-Gutiérrez de la antología “El clan de los parricidas y otras historias macabras.” De Ambrose Bierce.

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