“El expreso de Tokio” de Seicho Matsumoto. Precisión nipona

ExpresoTokioSi tenemos libros como este publicado es gracias a que hay editoriales independientes como Libros del Asteroide. Otro día vendré con alguno de los libros de novela policíaca que nos trae Quaterni, otra de esas editoriales pequeñas que están buscando obras de autores japoneses que nos parecían impensables hace un tiempo.

Pero hoy es el turno de de Seicho Matsumoto, escritor japonés que publicó “El expreso de Tokio” por entregas en 1958 como bien nos dice la bio de la editorial:

“Seicho Matsumoto (1909-1992) fue un prolífico escritor japonés que comenzó a publicar cuando ya tenía más de cuarenta años, pero su carrera literaria no despegó hasta su segundo libro, cuando recibió el premio Akutagawa por Historia del diario de Kokura (Aru Kokura-nikki den). El expreso de Tokio se publicó por entregas en una revista en 1958 y obtuvo un éxito inmediato, su reedición en forma de libro lo convirtió en uno de los mayores best sellers de la posguerra japonesa.”

La novela tiene un comienzo bastante atípico, dos apuntes bastan y son necesarios para luego entender los derroteros por los que va la novela, en primer lugar una referencia velada a un escándalo de corrupción:

“En otoño del año anterior, en ese ministerio había estallado un escándalo de corrupción en el que decía que había varios proveedores implicados. La prensa destacaba que por el momento solo afectaba a los cargos inferiores, pero que en primavera empezaría a salpicar las altas esferas.”

En segundo lugar la inofensiva presentación de Tatsuo Yasuda y su relación con las camareras del bar Koyuki:

“Tatsuo Yasuda era un hombre de unos cuarenta años. Tenía la frente ancha y la nariz perfilada. Su tono de piel era más bien oscuro y tenía la mirada bondadosa y las cejas pobladas pero bien definidas. Era todo un hombre de negocios y su carácter era franco y abierto. Era muy popular entre las camareras del Koyuki. Aun así, nunca intentaba aprovecharse de ellas y las trataba a todas con la misma amabilidad.”

Después de esta escena inicial en la que no hay que perder detalle de lo que va sucediendo, abruptamente, en el siguiente episodio nos encontramos con un aparente doble suicidio:

“Pero nunca había visto lo que descubrieron ese día sus ojos clavados en el suelo. Sobre la oscura superficie de una roca destacaban dos cuerpos, un inoportuno obstáculo en mitad de aquel paisaje que le resultaba tan familiar. Estaban inmóviles, tumbados bajo la pálida luz de la mañana. El sol aún no había salido. El viento frío azotaba su ropa, lo único que se movía demás de su pelo. Los zapatos negros y los calcetines blancos también estaban inmóviles.”

No estoy desvelando parte de la trama, desde el principio el autor japonés deja claro la potencialidad de algo “por suceder”, y ese evento se nos presenta de una manera que puede ser malentendida y tomada por algo más sencillo de lo que es; nada más lejos de la realidad, a partir de dicho momento los detalles más pequeños conformarán una trama milimétrica, una novela de detectives en su sentido más cerrado, donde nos encontramos una habitación cerrada  estándar con el tiempo como protagonista. El memorable capítulo “Un intervalo de cuatro minutos” nos pone en perspectiva y nos alerta sobre lo que está sucediendo; el investigador tendrá que hacer una labor dificultosa, abstraer cual Sherlock Holmes, los posibles movimientos que pudo llevar el asesino, un cúmulo de casualidades que parecen no cuadrar hasta que se estudian con minuciosidad.

La manida metáfora del reloj y su precisión se aplica a la perfección a esta trama policíaca que recuerda a aquellas que elaboraban en el genial “Detection Club”; la base de la solución serán las sospechas de un detective que no confió en lo que aparentemente era lo más evidente:

“Todavía recuerdo lo que me dijo usted en su última carta: “Todos somos víctimas de prejuicios inconscientes y dejamos escapar los detalles más obvios. Es peligroso. De vez en cuando, los prejuicios ofuscan el sentido común y es necesario revisar e investigar una vez más aquello que se daba por sentado.” Tenía usted toda la razón. Un hombre y una mujer mueren juntos. Para una mente ofuscada por los prejuicios, se trata de un doble suicidio. La verdad es que fuimos víctimas de una ilusión. Nuestro enemigo se aprovechó del sentido común crónico de los humanos, que nos hace dar por sentadas ciertas cosas que parecen evidentes.”

Estupenda novela con el mejor sabor de la “mistery novel” más clásica; pero esta vez nos llega desde Oriente, bienvenida sea.

Los textos provienen de la traducción de Marina Bornas de “El expreso de Tokio” de Seicho Matsumoto para Libros del Asteroide.

5 thoughts on ““El expreso de Tokio” de Seicho Matsumoto. Precisión nipona

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