Eso de Inger Christensen. Cosmogonía de la palabra

esoEs inevitable. Sexto piso puede añadir a sus ya reconocidos logros la publicación regular en España de la gran poetisa Inger Christensen; hablé con palabras elogiosas de su excelente Alfabeto  que entró, por méritos propios, en mi top de lecturas del año pasado; vuelvo ahora para recomendar Eso, el último poemario publicado por aquí y que constituye en sí mismo una obra de arte total con la palabra como protagonista. Un generador de sensaciones con la palabra en el centro ordenándolo todo.

La estructura que adopta la escritora no deja lugar a dudas, tres partes diferenciadas con un punto en común: Prólogos-Logos-Epílogos.  El Logos en griego es la “palabra en cuanto a meditada, reflexionada o razonada” y retrotrae directamente al cristianismo por su identificación con Dios que se produce en el comienzo del Evangelio de San Juan: “en el principio era el logos y el logos era con Dios el logos era Dios.”

El objetivo de Christensen era presentarnos la importancia de la palabra desde sus orígenes y presentar la evolución a lo largo del poemario, de ahí esa sensación de cosmogonía que se reafirma según vamos leyendo. Esta sensación se enfatiza por la forma escogida, el comienzo, el principio de la palabra, se moldea según una prosa poética, un flujo continuo de pensamientos que se van enlazando:

“[…] Ya tiempo que a grandes rasgos sólo se puede medir en vidas. Ya la absoluta desolación del espacio, reducido a cosa. Cautiva en un juego provisional. Reducida a detalles reservados que incesantemente se dividen y se diferencian, buscan lo diferente, buscan la ficción. Giran y se retuercen, se retuercen, se vuelven, giran, dan un viraje fortuito, se inclinan, se comban en expresiones ocasionales, buscan el sistema aparente. Parafrasean. Nutren la gran ambición de las partes individuales: modelar todo o el universo a su propia manera. Quieren parecer otra cosa. No parecerse ya más a sí mismos. Varían pues muy aleatoriamente. Divergen a saltos. Fluctúan difusamente. Modulan, matizan de forma que ellos mismos son modulados, son matizados en el camino. Al azar. […]”

Y en la que utiliza ese juego de contrarios, de conceptos dicotómicos que convierten la lectura en algo muy sensorial, de  imágenes, sonidos, sensaciones táctiles; se trata de una génesis de la palabra, como un big-bang evolutivo altamente sensorial:

“[…] Agua y aire. Contraluz y luz, lo evidente, fosforescente. El mar, saturado de oxígeno y manchas de sol, desencadena una furiosa tormenta solar en un día tranquilo, encuentra la hiperbólica expresión para huida y se desborda en el séptimo cielo, interferencia entre olas de luz y agua, se desmorona, se hunde bajo la superficie donde el mar descansa bañado en un mar de luz. Pero no quema, es mucho más mortífero que ello, el mar icárico. Otro mundo. P. ej., un mundo de sonidos que es mudo en su propio mundo, silencioso. Un mundo superficial, enfrascado en sí mismo. O un mundo incesantemente efervescente, burbujeante, goteante, en silenciosa anestesia. Un mundo incesantemente inquieto de calmantes, una deslumbrante oscuridad, donde luz y oscuridad se refieren a interferencias ausentes entre luz y oscuridad. […]”

Que se va entrecortando, el flujo de pensamiento, desapareciendo para dejar la palabra como protagonista; en este orden de cosas es la ficción la que se convierte en el fermento de nuestras vidas, el resultado del uso de esa palabra, una ficción que es profundo fingimiento, ya que lo que se ficciona no es real por el carácter falible del propio discurso fundamentado en la palabra:

“[…] Visto así la ciudad es un laberinto. Un laberinto formado por pequeños laberintos cuyos habitantes temporalmente móviles mantienen la ficción en orden, se mueven con mesura, p. ej., en fábricas, adecuadamente adaptadas, se mueven con regularidad, atados, p. ej., mantenidos en tiempo y espacio por las cosas temporalmente presentes que se mueven con mesura, adecuadamente, regularmente,

                Ligadas a la ficción mantenida por los habitantes.

Visto así la ciudad es una ficción. Un sistema de funciones que funcionan para funcionar, para que alguna otra cosa pueda funcionar y porque alguna otra cosa funciona. Un sistema de ficciones que fingen para fingir, para que alguna otra cosa pueda fingir, y porque alguna otra cosa finge.[…]”

Después de este prólogo, la poetisa danesa nos sumerge de lleno en el cuerpo del Logos que concibe en tres órdenes superpuestos, en primer lugar el marco, el lugar en el que sucede: el Escenario; un escenario cuyo decorado son de nuevo las palabras:

 

“Después de que el escenario, tras haber sido

minuciosamente lavado, corroído

con ácido, desapareció, surgió

el hedor, la náusea, el vacío,

la necesidad de decorado de las palabras:

 

“el espejo” deseaba un espejo,

“el eructo” deseaba un eructo,

incluso “el ácido” deseaba un ácido,

“el decorado”, un decorado,

las palabras

creaban sus propias condiciones,

hacían un mundo de “el mundo.”

 

Vuelve a redundar en esa sensación de microuniverso creado únicamente de palabras, unas palabras que están vivas, ella se siente como una extranjera en este mundo que las palabras dominan, un “palabrarcado” y su tergiversación por parte del hombre al usarlo en su beneficio:

 

“He tratado de mantener el mundo a distancia. Ha sido fácil.

Estoy acostumbrada a mantener el mundo a distancia. Soy foras-

tera. Como mejor me encuentro es siendo forastera. De esa manera

me olvido del mundo. De esa manera ya no lloro ni me encolerizo

más. De esa manera el mundo se vuelve blanco e indiferente.

 

Y yo camino por cualquier parte. Y permanezco completamente

inmóvil.

De esa manera me acostumbro a estar muerta.

 

Esto es una crítica del poder del hombre sobre el idioma

porque es una crítica del poder del idioma sobre el hombre.”

 

¿Cuánto (si dejáramos a la palabra) podríamos llegar a disfrutar de la belleza que irradia en sí misma?, como al combinarla en el siguiente poema en un mundo en el que el “agua llora” y el “loco sabe donde pisa”:

 

“Le pedí prestada al agua una lágrima

y la lloré una y otra vez

Un loco que conocí en el país

que no existe era mi amigo

 

Lo oía decir incesantemente

que la locura tiene que mantenerse viva

Entonces loamos el agua que llora

y al loco que sabe donde pisa”

 

Sobre el escenario se desarrolla el segundo nivel: la acción poética referenciada a la palabra;  es aquí cuando Christensen desborda en cuanto a aliento poético postmoderno, imágenes poderosas que se combinan en un aparente caos por la posible falta de unión entre dichos temas, cada frase es un cambio de perspectiva estimulante:

 

“Hay manifiestos enfebrecidos

ofrendas de flores y vino

 

palomas vestidas de blanco en jaulas

vírgenes escondidas ocultas en ataúdes

 

anécdotas de caminantes

que van de embriaguez en embriaguez

 

hierba que vuelve verdes los cerebros

balbuceante belleza senil

 

en lo más hondo de la iniciativa política”

 

Es sorprendente la profundidad que consigue en un poema como el siguiente, nos sentimos imbuidos dentro de un infinito de la palabra, una acción a la que no le vemos final pero a la que pertenecemos:

 

“Así pues sigue dando vueltas la palabra que basta

Y todos son alcanzados por su silencio”

 

“Dentro del primer banco hay un segundo, dentro del segundo hay

un tercero, dentro del tercero un cuarto banco, etc.

 

Dentro del banco n.º 3517 hay un hombre calculando los gastos

totales de la guerra

 

En el banco n.º 1425 hay un hombre calculando los beneficios

totales de la guerra

 

El hombre n.º 8611 ha estado desvariando sobre un reparto justo

 

Al final todos los bancos reunidos hay un sagaz especulador”

 

El último nivel, por encima de la acción, es el del texto; es en ese momento cuando el discurso poético se vuelve más denso, volvemos a una prosa que nos retrotrae al principio del poema en cuanto a imágenes y utilización del lenguaje:

“Hoy he pedido algo más de papel. Utilicé como excusa que ayer había olvidado decirle algo a mi esposa. O si soy mujer, que había olvidado decirle algo a mi marido. Sólo quiero decirte que el paraíso es un jardín sin límites, pero tú no tienes que tener miedo para entrar y perderte y todo eso porque las fronteras siguen estando en su sitio y tú puedes ver fácilmente en efecto cuando llegas hasta ellas porque inventaron la luz y hay luz por todas partes. Hay alguien detrás de mí mirando por encima de mi hombro mientras escribo esto. Y ahora me pregunta si es una clave.”

Estamos, a estas alturas, totalmente unidos a un flujo interminable de palabras en el que nos mecemos, junto a ellas como si estuviéramos en una cuna, subyugados por su vaivén:

 

“Veo las ingrávidas nubes

Veo el ingrávido sol

Veo lo fácilmente que dibujan

Un interminable proceso

Como si tuviesen confianza

En mí que estoy en la tierra

Como si supiesen que yo

Soy sus palabras”

 

El epílogo se estructura como un nuevo flujo de pensamiento poético que cierra el círculo con respecto al  que utilizó al principio; la evolución de la palabra deviene en una forma poética real y alejada de la prosa, un cuerpo poético cuyas células son las palabras, vivas para siempre en nuestra existencia, integradas en nuestra vida:

 

“[…] pudieron ser palabras

la materia que sin embargo

compartimos unos con otros

la materia que puede expandir

la mente

y los sentidos

pudieron ser palabras

que tú has dicho

por decir

la totalidad

tal como es

tengo miedo

Intentos eróticos

cuando el cuerpo

en su ciega

actividad

sexual

anhela la invisibilidad

las células

son palabras

cuando el cuerpo

se pierde

en todo

y allí

en su perdición

continúa […]”

 

Un conglomerado poético total, ESO, la influencia de las palabras a través de la poesía en nuestras vidas:

 

“[…] No es casualidad

No es el mundo

Es aleatorio

Es el mundo

Es la totalidad en una masa de diferentes gentes
Es la totalidad en una masa diferente

Es la totalidad en una masa

Es la totalidad

Eso es Eso”

 

Estamos ante un poemario inabarcable y cargado de posibilidades e interpretaciones, el uso de las diferentes técnicas narrativas y poéticas fundamentan un eclecticismo y un ritmo envidiables, la fuerza de sus imágenes nos provocan sensaciones agradables y contradictorias a la vez. Estimulante, enriquecedor, o, simplemente, literatura. De la mejor que se puede encontrar.

Los textos provienen de la excelente traducción de Francisco J. Uriz de Eso de Inger Christensen para Sexto piso.

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