“Imperios del mar” de Roger Crowley

imperios-del-marNo hace mucho comenté por aquí en tono elogioso el comienzo de la colección de “Ático historia” de la editorial Ático de los libros con la inmejorable publicación de “El renacimiento del siglo XII” del británico Charles Homer Haskins. El segundo título de esta colección se trata de “Imperios del mar”, del también británico Roger Crowley y, sinceramente, no le va a la zaga; es una verdadera maravilla que atestigua que estamos ante una de las propuestas más interesantes actualmente, si no es la que más, sobre ensayos históricos.

Este “Imperios del Mar” tiene como subtítulo  “La batalla final por el Mediterráneo 1521-1580” y recoge el período de luchas por la hegemonía del mar del mediterráneo en pleno apogeo de la armada turca y de la flota española. En este caso estamos ante un ensayo muy complementario con el anterior de la colección porque está pensado de una manera muy diferente; es prácticamente una narración “ficcional” de los hechos, sin olvidarse de nombrar los datos, pero que bien podría pasar por una novela de Patrick O’brian. Es tan novelística que parece mentira que te encuentres ante un ensayo.

Crowley la estructuró en tres partes muy diferenciadas y lógicas que siguen una evolución cronológica. En la primera de ellas “Césares en el combate por el mar” el inglés nos presenta las bases del conflicto; como ya he comentado, lo hace de una manera extremadamente amena sin dejar de ser exhaustivo en la presentación de los datos, como se puede comprobar en este párrafo que pone contexto al conflicto:

“El mediterráneo era un mar muy problemático. Y a partir de 1453 se convirtió en el epicentro de una guerra mundial.

En este terreno se disputó uno de los enfrentamientos más duros y caóticos de la historia de Europa: la lucha entre el islam y el cristianismo por hacerse con el centro del mundo. Fue un choque que duró muchos años. La batalla rugió ciegamente sobre las olas durante bastante más de un siglo; sus primeras escaramuzas, en las que los otomanos eclipsaron el poder de Venecia, duraron cincuenta años. Y asumió muchas formas: pequeñas guerras de desgaste económico, incursiones piratas en nombre de la fe, ataques a fuertes costeros y puertos, asedios de grandes bastiones isleños y, lo más extraordinario de todo, un puñado de épicas batallas navales.”

No escatima elogios a la hora de describir el poderío turco, consigue que nos hagamos una idea muy clara de lo temibles que podían ser en esa época:

“Lo que distinguía a las campañas bélicas de los otomanos era su capacidad para movilizar hombres y recursos a una escala tan grande que paralizaba el poder de cálculo de sus enemigos. Los cronistas tendían a doblar o triplicar la estimación razonable de fuerzas que realmente podían reunirse y mantenerse durante una guerra o, simplemente, dejaban por imposible el cálculo y decían que los soldados eran “tan numerosos como las estrellas”, un epíteto común entre los apabullados defensores que contemplaban agachados tras las almenas la vasta horda de hombres y animales acampados fuera.”

Por otro lado tenemos la figura de Carlos I, muy joven al comienzo de la lucha y que es caracterizado con buen humor, los cuadros pueden verificar que no debía resultar demasiado alejado de la realidad:

“No fue un comienzo glorioso. Y tampoco el joven de diecisiete años que pisaba por primera vez suelo español resultaba particularmente impresionante. Mientras que la calculada actitud imperial del joven Solimán impresionaba a cuantos lo veían, Carlos simplemente parecía un imbécil. Generaciones de endogamia entre los Habsburgo le habían legado facciones poco agraciadas. Tenía ojos saltones y una tez alarmantemente pálida, y los aspectos físicos positivos que podían redimirlo –un cuerpo bien formado y una frente despejada- quedaban inmediatamente anulados por un largo y prominente mentón que a menudo le hacía quedarse con la boca abierta.”

Tras presentar los dos bandos, la confrontación; los reyes y sus adalides, sus brazos ejecutores en una época en la que los mandos no se escondían sino que iban a la cabeza de la batalla:

“Carlos y Doria, Solimán y Barbarroja. Después de Túnez estaba claro que los dos potentados dispuestos a disputarse el dominio del Mediterráneo habían escogido a sus respectivos campeones y preparaban sus armadas. Si Barbarroja era el gran almirante del sultán, Doria era el capitán general del mar de Carlos. Ambos marineros eran los ejecutores de las guerras de sus señores.”

Ya en la segunda parte, “Epicentro: la batalla de Malta”, tenemos uno de los episodios más épicos, el asedio de Malta. No hay manera de producir más miedo que describir la flota de los infames turcos apareciendo desde el horizonte:

“Hacia mediodía los defensores ya podían comprobar la enormidad de la flota otomana. Según todas las crónicas, fue una visión extraordinaria: “A quince o veinte millas de Malta la armada turca era claramente visible, con todas sus velas desplegadas, de modo que las velas de algodón blanco cubrían la mitad oriental del horizonte”, escribió Giacomo Bosio. El espectáculo era sobrecogedor: cientos de barcos en una gran media luna acercándose sobre el mar en calma -130 galeras, 30 galeotas, 9 barcazas de transporte, 10 galeras grandes, 200 barcos de transporte y 30.000 hombres-. Cuando la flota invasora se ocupó la totalidad del horizonte visible al acercarse a su objetivo, los tres coloridos buques insignia se distinguieron con claridad con sus estandartes ondeando al viento.

No creo que se puedan describir mejor las escaramuzas turcas, con sus ingenieros de asedios y la heroicidad de los escasos defensores; épica a raudales, heroísmo y sangre, una de los episodios más importantes y que desencadenarían la tercera parte, “El final: lanzados hacia Lepanto.”

En efecto, el clímax final es, como podéis imaginar, la batalla de Lepanto; la flota de la Liga Santa que se formó para destruir la flota otomana, su general, el insigne Don Juan de Austria, hermanastro de Felipe II, el general de Cristo:

 “Don Juan, de solo veintidós años, bien parecido, galante, inteligente, caballeroso y valiente, y animado por un insaciable apetito de gloria, era la antítesis de su hermanastro el prudente Felipe. Ya había demostrado su valía como líder militar durante la revuelta de los moriscos, pero durante ese conflicto había corrido algunos riesgos que su hermanastro consideraba inaceptables.”

¿Hay mejor forma de describir lo que se avecinaba que esta manera?

“Con el paso de las horas ambas armadas se desplegaron a lo ancho del golfo y se hizo patente la magnitud del enfrentamiento que estaba a punto de producirse. A lo largo de un frente de seis kilómetros y medio, dos enormes flotas de guerra se aproximaban en una zona cerrada del mar. La escala del acontecimiento hacía palidecer cualquier batalla naval anterior. Unos 140.000 hombres –soldados, chusma y marineros- en unos 600 barcos: algo más del setenta por ciento de todas las galeras del Mediterráneo estaban concentradas en aquella franja del mar. La inquietud se tornó duda. En ambos bandos había hombres secretamente conmocionados por lo que veían.”

Excepcional el manejo de la tensión narrativa para presentar la acción de una de las batallas navales más importantes de la historia; lo cruento de la batalla se expone con crudeza, la imagen de la sangre cubriendo el océano resulta extremadamente gráfica. Crowley consigue un relato cargado de detalles y sin ahorrar epítetos que consigan embellecer en lo posible la historia, lirismo sobrecogedor:

“Fue una escena de devastación sobrecogedora, como un cuadro del fin del mundo. Incluso los exhaustos vencedores quedaron conmocionados y horrorizados ante lo que habían hecho. Habían presenciado una matanza a escala industrial. En solo cuatro horas habían muerto cuarenta mil hombres y se habían destruido casi 100 barcos. […] La gran batalla por el control del mar Blanco permitió a la gente de principios de la era moderna contemplar un primer atisbo del Armagedón que aguardaba a la humanidad. Este ritmo de mortandad no sería superado hasta la batalla de Loos en 1915.”

Ya en su parte final el escritor británico subraya los elementos que podrían haber cambiado el signo de la batalla y, por qué no decirlo, de la historia incluso; todo ello nos sirve para ponderar en su justa medida la importancia del momento:

“El sur de Europa tendría hoy un aspecto muy distinto si Shuluq Mehmer hubiera rodeado el ala veneciana, o si las pesadas galeazas venecianas no hubieran desorganizado el centro de Alí Pachá o si Uluj Alí hubiera atravesado la línea de Doria una hora antes de cuando lo hizo. Pero sucedió que la resistencia de Malta y la victoria de Lepanto detuvieron el avance otomano en el centro del mar. Los acontecimientos de 1565-1571 fijaron las fronteras del mundo Mediterráneo moderno.”

Magnífico. Como el de Homer Haskins. Vaya colección de ensayo histórico. No puedo esperar a que saquen el siguiente.

Los textos vienen de la impecable traducción del inglés de Joan Eloi Roca de “Imperios del mar” de Roger Crowley en esta edición de Ático de los Libros.

5 thoughts on ““Imperios del mar” de Roger Crowley

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