“La fiesta de la señora Dalloway” de Virginia Woolf. Alrededor de la Señora Dalloway.

lafiestadallowayDe la nota de edición de Lumen al libro podemos leer:

“Los siete relatos que componen La fiesta de la señora Dalloway son el complemento ideal de la novela, pues Virginia Woolf los escribió en el período comprendido entre 1922 y 1927, así que, de alguna manera, estos textos rodean y acompañan a La señora Dalloway, que se publicó en 1925.

Dos de ellos sirven de introducción a lo que luego será el evento, y otros se acercan a los personajes secundarios para enfocarlos mejor, mirar de cerca vestidos y chalecos, y dedicarles una atención que quizá no cabía en las páginas de la novela. Finalmente hay algunos que sirven de epílogo, como si la autora no quisiera abandonar del todo a sus criaturas y tuviera ganas de seguir disfrutando de ese momento tan peculiar, cargado de tensión y brío: una copa más, otro chisme pillado al vuelo, un último repaso a los volantes de un vestido antes de que las luces se apaguen y cada cual vuelva a ser lo que buenamente pueda.”

Tengo que reconocer que el enfoque que ha dado Lumen a la obra no me ha gustado nada de nada, de hecho el prólogo de Bimba Bosé no es lo que esperaba para empezar a leer estos relatos de Woolf; por mucho que a la británica le gustaran las “parties” no creo que centrar todo el libro en lo relacionado con la moda, cómo visten, etc… sea precisamente la manera de encauzar a esta escritora. Obviando este hecho, lo más interesante es leer estos textos relacionados con “La señora Dalloway”, ahí está la verdadera magia del asunto, volvemos a encontrar sus personajes, un microuniverso que catapultó a la escritora al Olimpo modernista y literario.

De hecho el primero de los relatos, “La señora Dalloway en Bond Street”, nos trae precisamente a la protagonista que reflexiona sobre lo literario y sobre el pasado, paradoja ciertamente interesante, ya que Virginia abogó por el avance, como estandarte del modernismo, luchando por las nuevas formas de entender la creación literaria (no olvidemos su encarnizada lucha con Arnold Benett, epítome de la tradición decimonónica):

“¡Se había casado con él por eso! ¡No había leído a Shakespeare! Tenía que haber algún libro barato que pudiera comprar para Milly, ¡ya está, Cranford! ¿Había algo más gracioso que esa vaca en enaguas? Ojalá la gente tuviera ahora esa clase de humor, esa clase de dignidad, pensó Clarissa al recordar las amplias páginas; las frases que tenían un final; los personajes, de los que se hablaba como si fueran reales. Para todas las cosas grandes hay que remitirse al pasado, se dijo.”

Sin embargo, en “El hombre que amaba al prójimo” sí que encontramos algo más acorde a su pensamiento considerando a los Shakespeare, Dickens… como lujos en un tiempo de problemas, de crisis… casi como el tiempo actual, perfectamente extrapolable.

“Le habría gustado releer a algunos de sus autores preferidos –Shakespeare, Dickens-, habría deseado tener tiempo para ir a la National Gallery, pero no podía, no, era imposible. Era de verdad imposible, con el mundo en la situación en que se encontraba. Cuando todo el día la gente solicitaba su ayuda, casi la pedía a gritos. No era momento para lujos.”

Woolf fue una personalidad inherentemente contradictoria, buena prueba de esta personalidad está incluida en sus obras, y estas narraciones cortas no son menos, del mismo cuento podemos comprobarlo en la dicotomía amor-odio:

“-Me temo que soy una de esas personas muy corrientes que aman al prójimo –dijo él poniéndose en pie.

A lo que la señorita O’Keefe casi gritó:

-También yo.

Odiándose el uno al otro, odiando a toda la gente que llenaba la casa y que les había proporcionado esa velada penosa, decepcionante, los dos amantes del prójimo se levantaron y, sin mediar palabra, se separaron para siempre.”

Su personalidad maníaco depresiva  es más que patente en “Juntos y separados”:

“De todas las cosas, nada es tan extraño como el trato humano, se dijo, debido a sus cambios, a su extraordinaria irracionalidad, pues su antipatía no distaba ahora del amor más intenso y arrebatado, y al instante le vino a la imaginación la palabra “amor” y la rechazó pensando de nuevo en lo oscura que era la mente, con sus poquísimas palabras para designar todas esas percepciones asombrosas, esas alternancias de dolor y placer. “

El trato humano le resultaba ajeno, oscuro; el juego de contrarios amor-razón fue uno de los ejes de su vida, como amor-odio o dolor-placer. Esta inestabilidad literaria era un total reflejo de su vida. Su literatura nos recuerda esto, pero también nos retrotrae a otra época, a una época de fiestas donde cualquier detalle cuenta, y lo más pequeño puede volverse relevante. Es imprescindible leer a Woolf, por lo menos por todo lo que nos puede hacer pensar. Eso, en mi opinión, siempre es estimulante.

Traducción del inglés de Ramón Gil Novales  de  “La fiesta de la señora Dalloway” de Virginia Woolf para Lumen

Ilustraciones de la nacida rusa, nacionalizada estadounidense Yelena Bryksenkova

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