Lancha rápida de Renata Adler. Garabatos de realidad

lancharápidaSi hay algo en lo que se está especializando Sexto Piso es en publicar autores que, extrañamente, debían estar publicados por aquí anteriormente. El caso que nos atañe hoy es el de Renata Adler, nacida en Milán en 1938, en los años sesenta comenzó su carrera como escritora en la revista The New Yorker donde realizó crónicas sobre temas tan diversos como el Movimiento por los Derechos Civiles o la vida en el Sunset Strip de Los Ángeles. En 1976, su primera novela, Lancha Rápida, ganó el Ernest Hemingway Award.

Estaba yo pensando directamente en ponerme a hablar de dicha novela cuando el postfacio de Guy Trebay me lo pone facilísimo por su claridad a la hora de explicar prácticamente todo lo que viene en ella:

“Con un estilo a veces periodístico, cronístico, aforístico, siempre episódico y mordaz, Lancha rápida es una novela hecha de una serie de miniaturas observadas con gran agudeza y colocadas oblicuamente. Aunque en ocasiones puede parecer que estar miniaturas se despliegan, por parafrasear a Borges, de manera arbitraria y sin ningún orden especial, como las cosas que uno ven en sueños, en realidad están organizadas en patrones sutiles e inevitables, también como las cosas en los sueños. Como Lancha rápida es una novela sin principio ni final obvio, una obra en la cual el progreso narrativo no se mide tanto en términos de sucesos como por la presentación incisiva de los detalles, y donde un simple fragmento de diálogo podría indicar que todo ha cambiado, se ha incluido en ocasiones en la más temible de las categorías: ficción experimental.”

En efecto, Lancha Rápida, es una heredera de su tiempo, a lo largo de sus capítulos se reúnen textos aparentemente inconexos que siguen una línea de actuación y que tratan temas de todo tipo; no podemos hablar de principio ni de final, es un flujo de pensamientos que reflejan lo que es nuestra realidad:

“Lancha rápida también hace eso, estampar conciencia contemporánea con su marca singular. Puesto que el libro prefiguró con décadas de antelación ciertas formas de comunicación telegráfica que ahora damos por hechas, es fácil olvidar que Lancha rápida llegó mucho antes que el correo electrónico o Facebook o Twitter. Adler había crecido leyendo a novelistas del siglo XIX y ellos la habían moldeado; sin embargo, descubrió que no podía trabajar con formas tradicionales. Y así pues, Lancha rápida es un libro sin suspense ni nada que parezca una trama definida, una novela cuya protagonista tiene conversaciones telefónicas que a menudo suenan como un diálogo de Beckett, cuya relación con la violencia es abstracta, cuyo oído siempre tiende a capturar la charla grotesca y tristemente cómica de un cóctel de la vida urbana del siglo XX. Es este un libro en el cual el tiempo y el tiempo verbal son inestables, los hechos se comprimen, la moralidad está sujeta a una revisión constante, bajo la presión de un par de torsión situacional.”

Tendemos a intentar valorar las obras de arte (libros, películas…) por tener una trama definida y bien hilada, lo que nos parece cerrado, sin sobresaltos; sin embargo, ¿cuántas veces encontramos esa trama definida en nuestra realidad? ¿En el mundo que vivimos?; sinceramente, casi nunca, el dicho “la realidad supera la ficción” lo podemos aplicar en innumerables ocasiones; aun así nuestra búsqueda de esa estabilidad/definición provoca que obras tan iconoclastas como la de Adler provoquen incomodidad; la siguiente idea de Trebay me parece muy interesante:

“Sin embargo, la ficción estrictamente vanguardista tiende a despreciar la mayoría de los llamamientos a la emoción, el sentimiento, la preocupación por los personajes y lo que les ocurre, como barato y kitsch, y se mantiene en un ámbito gélido. La ironía, el humor, escalofríos de asombro, cierto ingenio, una cualidad atribulada, pero eso es todo. Nada que te haga llorar, preocuparte por los personajes, querer cosas por ellos. No podrías ser, pongamos, Dickens ahora, o George Eliot o Henry James. O quizá podrías escribir como ellos, con suerte, pero no sería fiel a nuestro tiempo, sonaría falso en cierto modo. Para aquellos efectos has de volver a los originales. Adoro los efectos vanguardistas, lo que quiero decir es que Kafka, aunque perfecto, es frío. Así que me preguntaba si en estos tiempos existe una forma de poner sentimiento convencional. No creo que lo haya logrado salvo de manera esporádica, hasta Pitch Dark. Quizá ni siquiera entonces.”

Incide en dos aspectos bastante comunes; el primero de ellos es la aparente frialdad de este tipo de narraciones postmodernistas o vanguardistas en general; hay mucho camino en este aspecto, Sergio de la Pava lo empieza a entender como adelanté (enlace) dando una visión más humana del postmodernismo. El segundo de los aspectos tiene que ver con la incongruencia que supondría actualmente escribir como escribían Dickens o George Eliot; de ahí que el arte, consecuentemente, refleje el estado cultural/social de la época en la que vivimos; es por ello que el postmodernismo sea lo más cercano a esa realidad actual, una realidad en la que la clave de lo que sucede está mutando continuamente, no podemos agarrarnos a prácticamente nada pero sí podemos certificar que somos los protagonistas de lo que está sucediendo:

“Cuál es la clave –dice Jen en Lancha rápida. La frase no es una pregunta-. Eso es lo que debe tenerse en cuenta. En ocasiones la clave real es quién quiere qué. En ocasiones la clave es lo que está bien o es amable […]. En ocasiones se trata de quién tuvo la culpa o de qué ocurrirá si no actúas enseguida. La clave cambia y desaparece. No puedes estar siempre pendiente de cuál es la clave o te pierdes lo más simple: ser un personaje protagonista en tu propia vida.” Un escepticismo vigilante, una duda profunda, es probablemente la corriente más fuerte y ciertamente la más moderna del sentimiento en Lancha rápida: la duda, después de todo, es escritura. La elegancia, la persistente frescura de Lancha rápida no son un misterio cuando la consideras una novela que más de una vez pone en cuestión la moral de la historia y, a menudo, la historia en sí.”

Es por ello que, en un período de dudas, de escepticismos, la escritura de Adler, y, en particular, Lancha rápida, constituyen un reflejo de lo que vivimos nosotros, como protagonistas únicos de una historia cambiante a cada segundo; un mundo en el que los escritores no sabemos si escriben o no:

“Pienso con frecuencia en la gente que se entretiene en las papeleras que hay en las esquinas de las aceras de la ciudad. Los ves de día y de noche, jóvenes y viejos, bien vestidos, en harapos –con frecuencia con bolsas de la compra-, sacando cosas de la basura. Recogen periódicos, sobres. Descartan cosas. Muchas veces me planteo quiénes son y qué buscan. Me acerco y no puedo preguntárselo. De todos modos, se escabullen. En ocasiones pienso que son escritores que no escriben. Que los “escritores escriben” debería ser evidente en sí mismo. A la gente le gusta decirlo. Yo sé que casi nunca es cierto. Los escritores beben. Los escritores despotrican. Los escritores telefonean. Los escritores duermen. He conocido a pocos escritores que escriban.”

Y el aburrimiento se convierte en un leit motif demasiado cercano a la crueldad:

“No es para nada evidente qué es el aburrimiento. Implica, por ejemplo, una idea de duración. Sería una locura decir: “Durante tres segundos, estuve aburrida.” El aburrimiento implica indiferencia, pero, al mismo tiempo, requiere cierto grado de atención. Uno no puede estar aburrido por algo que no ha notado, o si está en coma o dormido. Pero lo que sí sé, o creo saber, es que la gente ociosa se aburre con frecuencia y la gente aburrida, a menos que duerma mucho, es cruel. No es accidental que el aburrimiento y la crueldad sean grandes preocupaciones de nuestro tiempo. Florecen en una misma región de la mente.”

En este (des)orden de cosas cada palabra escogida se revela como falible, tan falible e inestable como nuestra propia realidad:

“-Exacto. Bien. Verán enseguida que cada elección en el lenguaje está determinada, en todos los planos, rima, métrica, significado, otros planos, por un factor de sinonimia. Y uno de contextualidad. Si no lo ven., los remito a Jakobson y Halle.

Al principio creíamos que la distinción carecía de importancia práctica. Luego, descubrimos que, de hecho, en casos de trastorno severo del habla, los extremos absolutos resultaban ser, por un lado, casos de sinonimia pura y, por el otro, casos de contexto puro. En trastornos de sinonimia, la misma palabra se repite, sin fin. Repetición. En el extremo del contexto, tenemos palabras que deliran sin aparente coherencia. Lo que hemos dado en llamar un amontonamiento de palabras.”

Este amontonamiento de palabras es un símil perfecto del caos en el que vivimos, de esta profusión de experiencias desordenadas y mutantes; Adler nos mostró en 1976, casi cuarenta años antes, que era una visionaria, no solo literaria, sino social.

Los textos provienen de la traducción de Javier Guerrero de Lancha rápida de Renata Adler para la editorial Sexto Piso.

One thought on “Lancha rápida de Renata Adler. Garabatos de realidad

  1. Pingback: Lectura y Locura | Oscuridad total de Renata Adler. La realidad fragmentada

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *