“Lohengrin” en el Teatro Real: Apoteosis coral

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Empiezo de una manera poco común, ya que suelen ser reseñados en último lugar casi siempre; pero me gustaría empezar hablando del coro, uno de los máximos artífices del éxito que se vivió en la función de ayer de Lohengrin en el Teatro Real. El reconocimiento del público y su entusiasmo fue unánime, hacía tiempo que no oía ovaciones y “bravos” como en esta ocasión. Y no fue para menos, el coro, en esta ópera de Wagner tiene un papel protagonista, es indispensable y está claro que lo solventaron de una manera magnífica; como cantante que es uno, sé lo difícil que es cantar Wagner, extremo por momentos, delicado en otros, pero sobre todo, exigente;  el coro Intermezzo, particularmente la sección de hombres, lo bordó, simplemente, cuánto equilibrio y empaste en voces tan sobresalientes individualmente. No hubo crispación a pesar de las dificultades y los textos se escucharon con una fantástica dicción alemana.

Fue una de esas noches en que ni la errática producción ni las dificultades de los cantantes podían ensombrecer un triunfo como el que se vivió. La puesta en escena de Hemleb rozó el esperpento por su sencillez y arbitrariedad. Sencillez porque la ambientó en una cueva, onmipresente durante cada acto; arbitrariedad porque había un monolito iluminado en el centro de la misma que aparecía y desaparecía sin ninguna función clara. El pobre iluminador por lo menos intento hacer algo más vivo lo estático de la situación. La dirección escénica se reducía a mover al coro de atrás a delante del escenario o hacer dar vueltas a Elsa o Telramund; una pena, pero por lo menos en esta ocasión no entorpecía lo visionado/escuchado y la mayoría del público no creo que ni se acuerde de él por el éxito de lo musical.

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Harmut Haenchen transmite mucha serenidad desde que coge la batuta iluminada en total oscuridad y hace que se desenvuelva esa joyita inconmensurable que compuso Wagner para la obertura; gesto claro, enérgico solo cuando es necesario; manejó muy bien las dinámicas para intentar equilibrar todo el conjunto especialmente en el difícil segundo acto; en el primero quizá se dejó se llevar consiguiendo un resultado demasiado ruidoso y un poco caótico; el tercer acto, más intimista por momentos, estuvo muy bien llevado. Encomiable el trabajo de la orquesta que, como el Coro, empieza a demostrar su categoría cada vez más y el resultado fue excelso, transmitiendo con toda su intensidad una obra mágica (a pesar de su pesimismo final) a un público que se rindió a la dirección musical de Haenchen y al trabajo orquestal.

En cuanto a los cantantes, cumplieron; no podemos hablar de interpretaciones para la historia, pero, en el conjunto, no desentonaron ni restaron un ápice al disfrute masivo que se produjo a pesar de ciertas limitaciones evidentes. Ventris escogió una manera muy heroica de interpretar a Lohengrin, no creo que sea lo más acertado, las mejores interpretaciones han sido más líricas como es el caso de Konya, Windgassen o Jess Thomas; pero hay que reconocer que dio las notas aunque no matizó lo deseable, su “In fernem land..” no tuvo enjundia, resultó tosco y sin contrastes, y en el último acto rozó el grito por momentos al ir reduciéndose su caudal; aun así el primero y segundo actos, a su manera, funcionaron. Esperaba más del trabajo de Catherine Naglestad, Elsa no es un papel difícil por tesitura, es un caramelo para cualquier soprano y, aunque parezca mentira, abusó con frecuencia del portamento para coger algunas notas y otras, directamente, salieron caladas; su interpretación olvidó la inocencia de Elsa para mostrarnos una atormentada protagonista rozando la locura, su timbre no es demasiado limpio y virginal para el contraste con Ortrud; Thomas Johannes Mayer afrontó al maléfico Telramund  con mucha fuerza , atacando con potencia los agudos aunque su voz adolece de una oscuridad que sería deseable en la configuración de este papel (siempre recuerdo a Uhde en estas ocasiones), pero hay que reconocer que se mostró seguro y no perdió la voz en ningún momento en este barítono tan particularmente wagneriano. Lo de Polaski, a su edad, no tiene mucho sentido; su voz no puede cantar Ortrud, sin más, el vibrato (que se fue haciendo cada vez más acusado) está desde la primera nota de su actuación; el último acto fue un desfile de gritos desentonados sin ningún sentido; el público agradeció su perversa actuación pero vocalmente es un desastre que no debía haber ocurrido. Hawlata, veterano ya también en estos menesteres, no puede tampoco con su papel del rey Heinrich, su voz disminuyó cada vez más, ni siquiera en el primer acto estuvo bien, noble en la media voz, escaso de medios para los agudos.  Muy bien el Heraldo de Anders Larsson, con una voz hermosa, sin desfallecer en ninguna de sus actuaciones y una buena línea de canto.

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Como ya dije anteriormente, estos pequeños detalles que he ido citando no disminuyeron el brillo de un verdadero triunfo musical, una de esas veladas en las que todos los espectadores salieron con una sonrisa en la cara. Lástima que Mortier no pudiera verlo en esta ocasión pero ese es el mayor homenaje que se le puede hacer: disfrutar de la música.

Publicado inicialmente en Ópera World aquí.

Fotos de Javier del Real para el Teatro Real.

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