“Que levante mi mano quien crea en la telequinesis” de Kurt Vonnegut. No me digas que esto no fue bonito

que-levante-mi-mano-quien-crea-en-la-telequinesis-y-otros-consejos-para-corromper-a-la-juventudTengo que reconocer que no sabía qué esperar de este libro. Por un lado es un Vonnegut, siempre existe este afán completista; por otro lado, parecía una antología de obras menores, en este caso, nueve discursos y una recopilación de citas para meditar; el formato tampoco ayudaba mucho, es el formato del otoño literario de este año: libros en tapa dura, pocas páginas y precios ligeramente elevados.

La propia editorial me ayudó a decidirme ofreciéndolo y, hay que conceder que la idea ha sido estupenda. Estamos ante una lectura que, pese a no ser de lo mejor del autor, supone un entretenimiento de alto nivel y cumple su cometido a la perfección. El texto introductorio de Dan Wakefield nos refleja a la perfección la personalidad general del inimitable autor norteamericano; en primer lugar, su concepción de cultura en general y cuentos en particular:

“Mientras se ponían de moda meditaciones orientales como el zen, Vonnegut afirmaba que tenemos un estupendo método occidental para desacelerar el corazón e inmovilizar la mente: la “lectura de cuentos”. A esa práctica la llamaba “siestecilla budista”. No era, sin embargo, uno de esos adultos de la época que no hallaban nada que admirar en la cultura juvenil. Había escrito que “la función del artista consiste en conseguir que a la gente le guste más la vida”, y cuando alguien le preguntaba si eso había sucedido alguna vez, respondía: “Sí, los Beatles lo lograron.”

Lo cual se complementa con su forma de pensar, ideas sencillas y espontaneidad de la mano:

“Tal como hablaba y escribía, Vonnegut siempre acababa soltando frases e ideas sencillas que todo el mundo pensaba pero que nadie decía, unos razonamientos que expresaban sentimientos íntimos, impugnaban prejuicios y mostraban las cosas desde otro punto de vista. Vonnegut señalaba la evidencia silenciada, era el primero en advertir que el emperador iba desnudo.”

Configurando una personalidad sin par que mezclaba a partes iguales su capacidad de juguetear con la profundidad y sinceridad de sus pensamientos:

“Vonnegut ni se rebajaba para ser entendido por sus lectores ni trataba de abrumarlos con su sabiduría. Era tan juguetón como profundo, y con ese espíritu se dirigía a los graduados.”

“Vonnegut fue uno de los narradores más sinceros de nuestra época. Por eso no encontraréis falsedad en sus consejos.”

A continuación se han introducido los nueve discursos que dio en universidades, siete de ellos para universitarios recién licenciados; todos estos discursos se pueden entender como “los consejos para la vida del bueno de Kurt” y están cargados de sapiencia y buen humor. Me centraré en dos o tres ideas que reflejan este parecer, como es su idea de los “ritos de paso”, esa serie de peldaños evolutivos que originan el paso a la madurez, uno de los que utiliza para ironizar es, precisamente, la guerra, a través de su experiencia personal:

“Otra vivencia del macho americano y europeo que puede contemplarse como rito de paso es la guerra. Cuando el varón regresa de la batalla, sobre todo si lo hace gravemente herido, todo el mundo coincide en que ese chico está hecho un hombre. Cuando llegué a Indianápolis tras pasar la Segunda Guerra mundial en Alemania, un tío mío me dijo: “Caramba, ahora sí que pareces un hombre.” Me entraron ganas de estrangularlo. Caso de haberlo hecho se habría convertido en el primer alemán que me cargaba. Yo ya era un hombre antes de partir a la guerra, pero él no pensaba reconocerlo jamás.”

Y no se corta en opinar sobre el aburrimiento o sobre la maternidad:

“Y ahora pasemos al aburrimiento. Friedrich Wilhelm Nietzsche, un filósofo alemán fallecido hace setenta y ocho años, sentenció lo siguiente: “Contra el aburrimiento hasta los dioses pelean en vano”. Se supone que debemos aburrirnos. Forma parte de la vida. Aprended a soportarlo o, de lo contrario, nunca estaréis a la altura del honor que ya he concedido a esta promoción: ser mujeres u hombres hechos y derechos.”

“Algunas os convertiréis en madres. No lo recomiendo, pero son cosas que pasan.

Si eso os ocurre, siempre podéis encontrar una justa compensación en estas palabras del poeta William Ross Wallace: “rige el mundo la mano que mece la cuna.”

Afortunadamente no falta una mención a los libros, se vuelven la mejor mascota, casi el mejor amigo, al atribuirles características humanas:

“No renunciéis a los libros. Son amables y muy gratos al tacto. Pensad en la dulce reticencia de sus páginas cuando las pasáis con la sensible punta de vuestros dedos. Una gran parte de nuestro cerebro está consagrada a dilucidar si lo que tocan nuestras manos es bueno o malo. Cualquier cerebro medio activo sabe que los libros son buenos.”

Imagino a los jóvenes a los que dirigió estos discursos y no puedo dejar de sonreír ante el manejo del discurso; divertido y profundo a la vez y apelando en su parte final una empatía que buscaba crear mejores personas, los dos últimos párrafos reflejan a la perfección esta capacidad, su anécdota sobre lo que contaba su tío Alex es deliciosa:

“Pero volvamos a mi tío Alex, que ya está en el cielo. Una de las cosas que objetaba a los seres humanos era que casi nunca advertían su felicidad cuando eran felices. Él hacía todo lo posible para celebrar los buenos momentos. Podíamos estar bebiendo limonada a la sombra de un manzano, en pleno verano, y el tío Alex interrumpía la conversación para exclamar: “No me digas que esto no es bonito ¿eh?”

[…]

Que ese sea el lema de vuestra promoción: “No me digas que esto no fue bonito.”

Y es que la única pretensión de Kurt era que aportásemos nuestro granito de arena para mejorar el mundo. A base de granitos se construyen montañas:

“Os sugiero, adanes y evas, que centréis vuestras aspiraciones en convertir una pequeña parte del planeta en un lugar seguro, saludable y decente.

Hay mucho que barrer.

Hay muchos que reconstruir, tanto espiritual como físicamente.

Pero también va a haber mucha felicidad. ¡No os olvidéis de reconocerla!”

Era único, el señor Kurt Vonnegut era único.

Los textos provienen de la traducción de Ramón de España de “Que levante mi mano quien crea en la telequinesis y otros mandamientos para corromper a la juventud” de Kurt Vonnegut para Malpaso

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