“Un jardín de placeres terrenales” de Joyce Carol Oates. La génesis de una gran escritora

un-jardin-placeres-terrenales_grandeCuando empecé con “Un jardín de placeres terrenales” no me fijé demasiado en el título ni en la portada del libro; para nada, mi referencia era la escritora,  Joyce Carol Oates, a quien conocía bastante bien; lo segundo que tenía en cuenta era empezar a conocer desde sus inicios a la norteamericana con todos sus libros incluidos en Mi proyecto literario (que si habéis comprobado, lo he alargado un año más, con tanto libro es imposible llegar a leerlos todos en tres años).

Al ser un libro extenso, y llevarlo encima varios días, varias personas me comentaron algo de lo que no era consciente: lo posiblemente “rosa” , reforzado, además, por la portada glamurosa; y claro, el comentario unánime era que no me pegaba; lo curioso es que lo acaba de leer este párrafo cargado de violencia:

“Notó cómo la hoja fina y afilada le atravesaba la ropa, la rasgaba, la levantaba, la hundía, y Rafe seguía sin soltarle. Rafe trató de agarrarse a él, cogió aire, emitiendo un sonido lánguido de estremecimiento y Carleton empezó a sollozar intentando liberarse, ahora le rajó con la cuchilla resbaladiza en la parte de atrás del cuello de Rafe, donde la carne es tierna, donde su propia carne ardía y latía por un sarpullido extraño de la piel y Rafe le agarró de la cabeza con las dos manos, con los pulgares en los ojos queriendo arrancárselos, y ahora era Carleton el que aullaba “¡Para,para!” y la hoja de la navaja se sumergió, dando de nuevo en el hueso y lo atravesó, lo hundió; le apuñaló, sin encontrar ahora resistencia alguna en el grueso del hombre, que cayó, inclinado hacia atrás de modo que parecía que Carleton pudiera estar golpeando a su amigo con tan solo una mano, con el puño, en un gesto de afectuosidad fraternal. Y al final Rafe le soltó y cayó al suelo.”

Me fascina tremendamente la capacidad que tiene Joyce para describir este tipo de momentos en sus libros. O este otro párrafo:

“En los campos, la gente descuida su aspecto, la mayoría. Nadie te mira, o le importa un bledo, por lo que a veces acabas hablando contigo mismo, entrecerrando los ojos, reviviendo viejas peleas o altercados, y a veces buenos momentos también, si puedes recordar buenos momentos, y escupir sobre la tierra. Son pensamientos que zumban por tu mente, como las moscas gordas y negras que revolotean sobre espirales de excrementos humanos en la parte trasera de los campos, en el pequeño bosque de pinos secos, el lugar donde tienes que ir si te entran ganas de defecar. Y el capataz que se fija en cómo te alejas del campo por si vagueas.”

El reflejo de la sociedad rural norteamericana en los tiempos posteriores a la Gran Depresión es descrito con crudeza, más enmarcado en la tradición realista que lo que hará posteriormente con experimentos de corte más postmodernista; la paradoja entre el contenido y el continente era más que evidente en esta ocasión, tanto para mí como para la editorial, la dicotomía de la belleza-crudeza realista es palpable según pasas las páginas.

Sin embargo, hay otro giro a esta percepción, y tiene que ver con el magnífico postfacio de la escritora a esta obra donde llega a afirmar que, a pesar de lo raro que pueda ser, existe una añoranza asociada a esta época cargada de tintes autobiográficos; en este postfacio aborda conceptos relacionados con la creación literaria, sobre el momento inicial en el que se gesta un escritor, que vale la pena comentar,: el primero, la envida del autor hacia esos primeros tiempos:

“Sobre todo son las primeras obras, motivadas por ese calor blanco, las que con el paso de los años le resultan más misteriosas por sus orígenes a un escritor, rebosantes de la energía de la juventud que aún no se ha rendido y a su vez atormentadas, o quizá muy conscientes respecto a cómo una obra de arte ambiciosa será recibida por otros. Todos los escritores repasan sus primeras creaciones con envidia, incluso con admiración: cuánta energía rebosábamos entonces, habiendo vivido tan poco.”

El segundo está relacionado con el objetivo por el cual se escribe (la metáfora del nido resulta muy efectiva a tal efecto):

“Pero claro, un trabajo literario es una especie de nido: un nido cuidadosa y arduamente tejido de palabras que incorpora trozos y fragmentos de la vida del escritor dentro de una estructura imaginada, de la misma manera que el nido de un pájaro incluye todo tipo de cosas del mundo que existe más allá de nuestras ventanas, y en él se entretejen de forma ingeniosa. Para muchos de nosotros escribir es una forma de aliviar, aunque también quizá una manera de echar leña a la añoranza del hogar. Escribimos para monumentalizar lo que es pasado, lo que está empezando a ser pasado, y todo aquello que pronto desaparecerá de la tierra.”

Es curioso cómo el libro lo estructura en tres partes diferenciadas, con los nombres de tres hombres en ellas: Carleton, Lowry y Swan. Y digo esto porque, en realidad, la verdadera protagonista es Clara, Hija de Carleton, novia de Lowry y madre de Swan. A pesar de desviar esta perspectiva, Clara brilla con luz propia, un carácter cargado de violencia y que nunca ha conocido la niñez propiamente dicha:

“-¿Cuántos años tienes, joder?

-No me acuerdo. Dieciocho.

-No, solo eres una niña.

[…]

-No soy una niña –dijo con ira-. Nunca lo he sido.”

Es Clara la que tendrá que elegir entre la febril efervescencia del simpático Lowry (“Paraban en algunos lugares a lo largo de la carretera. Pequeños restaurantes, tabernas. Al entrar en estos sitios, parecía como si siempre reconociesen a Lowry; si no su cara y su nombre, a Lowry en sí mismo. Por el modo en el que sonreía, sabía que la gente le devolvía la sonrisa, sabía que estaban contentos de ver su sonrisa y no otra cosa.”) o la sobriedad y seguridad del gris pero sólido Revere (“Revere la miró solemne. Si Curt Revere fuera un naipe, Clara pensó, sería uno de los reyes. Con una pesada mandíbula, inclinado hacia la reflexión. No inquieto, sexy y traidor como las sotas. Solías pensar que el rey de espadas era más fuerte que la sota de espadas, pero no era así. Tener tanto, conocer tanto, desgastaba el alma, ya que sabías que podías perderlo todo.”).

Su vida, desgraciadamente, tendrá las consecuencias que sus elecciones ocasionan, estas serán palpables en su hijo Steven, al que ella llama Swan (Cisne):

“Y también sabía en qué tipo de hombre se convertiría cuando creciera: no sería como Revere, tan bondadoso, sino otra clase de persona. No alguien amable, sino de mirada afilada como Clara. Aquel otro hombre tenía una cara que Swan casi podía recordar, y quizá en sueños lograría verla. No tenía prisa, las cosas sucederían como debían. Se convertiría en lo que otros quisieran, sin poder elegir. Revere era su padre, y querría a su padre, aunque su  verdadero padre fuera otro. Ese era el secreto de Clara y de él: moriría con aquel secreto. Ahora comprendió algo acerca del sol cegador y centelleante. No había palabras, no había lógica. Solo el calor, y la terrible luz cegadora.”

Swan, progresivamente, se dará cuenta de que no todo es lo que parece, más bien, todo lo que ve le repugna por su falsedad y, aunque al principio, como niño, sea capaz de compartirlo con su madre:

“Había tantas cosas a su alrededor, que había dejado de contarlas. No tenía dedos suficientes en las manos. ¡Ni siquiera si contaba también los dedos de los pies! Cuando era más pequeño, casi un bebé, Clara y él se reían de cosas como esas, de contar los dedos de las manos y de los pies. Pero ya no era un bebé.”

Según pasa su vida, habrá una separación materno-filial que no tendrá reconciliación, en la voz de Swan encontramos palabras durísimas, las mismas que su madre tuvo anteriormente en su vida; su madre, a pesar de que no quería que su hijo tuviera su misma vida, fracasa estrepitosamente:

“Por primera vez en toda su vida, Swan no compartió con su madre el estado de ánimo. Había encendido la luz de la habitación, sin importarle que eso pudiese molestar a sus ojos, y Swan se tapó la cara con el brazo. “Te odio, eres una zorra.” Le hubiese gustado castigarla, y llamarla de esa manera era un castigo, aunque ella no pudiera escucharlo. Incluso aunque no lo supiera jamás.”

El final, profundamente desmotivador, está cargado de violencia, no puede ser de otra manera:

“Temblaba, se preparaba para saltar sobre él. Usaría sus uñas. Le arañaría, le golpearía. La estaba atacando como hacían los niños crueles con los más débiles.

-No no vas a disparar. Ni a mí ni a nadie. ¿Crees que puedes matar a tu propia madre? No puedes, no puedes apretar el gatillo. Eres débil, no te pareces en nada a tu padre, ni a tu abuelo, en el fondo de mi corazón sé perfectamente cómo eres, Steven Revere.

Swan levantó la pistola, a ciegas. El rugido en sus oídos era ensordecedor y aun así se mantenía tranquilo, había tomado una determinación.”

A pesar de lo que podemos pensar, la novela no trata de víctimas, en el postfacio que mencionaba la autora lo dice muy claro, ; en efecto, quería tratar temas que, en esa época, no eran ni siquiera castigados y se veían con normalidad; pero buscaba el reflejo de una sociedad, sí, la autodefinición, cómo se hace a sí mismo, ni más ni menos que el “sueño americano”:

“Aunque actualmente términos como “víctimas de abuso”  o “supervivientes de abusos” pueden parecer clichés, no existían en los tiempos de “Un Jardín…”, de hecho era habitual que muchos hombres siguiesen siendo moral y legalmente inocentes aun cuando daban palizas a sus mujeres  y sus familias; y aunque el acoso sexual, el abuso sexual y la violación eran habituales, no lo era, sin embargo, la terminología para definirlos, y rara vez se denunciaba, y todavía era más extraño que la policía se lo tomara en serio.” “Un jardín…” es un reflejo de ese mundo, pero no se trata de una novela sobre víctimas, sino sobre cómo los individuos se definen a sí mismos y se hacen a la vez “americanos”, es decir, todo menos víctimas.

Una vez acabada esta increíble primera parte del Wonderland Quartet,  busqué los siguientes sin mucho éxito en español, siento decir que las próximas entregas (“Expensive People”, “Them” y “Wonderland”) llegarán con textos en inglés…. No puedo perderme nada de ella.

Traducción del inglés de Cora Tiedra de “Un jardín de placeres terrenales” de Joyce Carol Oates para Punto de lectura.

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