Gran expectación había ante la publicación de la novela policíaca de Danielle Thiéry “Clavos en el corazón”; venía con la vitola del triunfo que le daba haber ganado el premio Quai des Orfèvres del 2013, corroborado además por el considerable éxito de ventas en Francia. Su autora, primera mujer commissaire divisionnaire, hacía presumir un dominio claro de los procedimientos policiales.
Más que el premio y las ventas, me interesaba a priori la trama, la posibilidad de que a la investigación principal se le uniera una pasada y que tuviera que ver con el pasado de uno de los protagonistas tenía un gran potencial; la cosa empezó bien, el investigador principal, el comandante Maxime Revel es el típico perdedor que genera empatía inmediatamente. Sobre todo porque encadena sus problemas a los que le suceden a la sociedad en general:
“-¡Dejo de fumar si vuelves a comer! -concluyó Maxime sin convicción. Si fuera tan sencillo decidir sobre las adicciones, el mundo no sería lo que es, sin fumadores, sin bebedores, sin drogadictos, sin bulímicas, sin nada que lo perturbara. Léa se tragó su “píldora del olvido” sin decir una palabra y subió a su habitación.”
Tal es su incapacidad que, casi sin enterarse, por sus problemas de comunicación, perderá el contacto con su hija:
“La habitación de la chica estaba ordenada y las sábanas de la cama estiradas al máximo. El ordenador estaba apagado y no había ningún mensaje a la vista. Léa se había ido sin decir una palabra. Pensó con horror que su hija llevaba al menos dos días fuera de casa sin que su padre se preocupará por su ausencia. Se dejó caer sobre la cama de su hija, con la cara escondida entre las manos, y empezó a sollozar.”
Caerá enteramente en los abismos cuando no pueda soportar la presión y, debido a sus malos hábitos, la enfermedad haga que casi muera:
“Ese día de Navidad fue raro para todo el mundo. Recogieron a Revel justo al borde del abismo en el que se había dejado caer, cansado de luchar. Su corazón había aguantado, por eso estaba vivo.”
La investigación que, hasta el momento parecía llevada por un típico detective, ganará en coralidad cuando sus subordinados, Sonia Bretón y Renaud Lazare, la retomen donde la deja Revel; es entonces cuando cada vez ganan más importancia los procedimientos policiales y la forma de reflejarlos.
No falta un elemento que suele hacer que este tipo de investigaciones ganen en interés, la presencia de un autista, Nathan Lepic, cuyos recuerdos de los días de los hechos serán imprescindibles para la resolución del caso.
“Desde su ventana Nathan Lepic observaba el despliegue de fuerzas que se instalaba en torno al café que seguía llamando La Fanfare, porque era una referencia demasiado fuerte de su primera infancia, en un océano de recuerdos innombrables e incoherentes. Particularmente los que tenían que ver con su abuela Alise. En sus sueños, e incluso en estado de vigilia, llegaba a sentir su presencia con una absoluta precisión. Como si su memoria sensorial sufriera picos de intensidad.”
El caso se resuelve de manera correcta pero tiene ciertos problemas, sobre todo a la entrada de los subordinados de Maxime Revel: no resultan tan carismáticos como aquel y la resolución se presenta de una manera rutinaria, con un simple informe policial utilizado por partida doble. Una pena, porque la resolución es interesante pero hay una falta de brillantez que desluce el resultado final. Su mayor virtud, ese posible conocimiento real de “lo policial” y los procedimientos tratados, se convierte en su principal problema, vuelve “mate” una historia que prometía pero que se queda como una más del montón. Una lástima, podría haber resultado mucho mejor.
Los textos provienen de la traducción del francés de Julia Alquézar para “Los clavos del corazón” de Danielle Thiéry en La esfera de los libros.
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