Tengo que reconocer que, a priori, este libro no me interesaba demasiado; pero también es cierto que, una vez terminado, la realidad ha superado a la expectativa creada y se puede decir que he disfrutado bastante de su lectura.
“Los entusiastas” está escrito por el escritor valenciano Arturo Borja y entra perfectamente en la filosofía de una editorial que busca distinguirse por una temática muy alejada de lo habitual: Macadán es una editorial marginal especializada en literatura de motor y en su web podemos ver su motivación, “Asumimos el desafío de acercar a los lectores la mejor narrativa de ficción y no-ficción sobre automovilismo, motociclismo, aviación y cualquier otra mecánica de fin cinético y evasivo, en la tradición del pulp español y norteamericano.“ Si en “El avión rojo de combate” aprovechaban la autobiografía del Barón rojo para repasar la mecánica de los aviones de la primera guerra mundial. En este caso, la primera página del libro nos ayuda a discernir por dónde va este:
“Finalizaba el año 1922 y aquella mañana del veintidós de diciembre el estado del tiempo no se diferenciaba mucho de otras mañanas del mismo mes. A primera hora, en las calles, los charcos estaban helados, la hierba del parque cubierta de escarcha y hacía un frío intenso, pero en el cielo no se veían nubes, no soplaba el viento y lucía un espléndido sol. […]
Sin embargo, para don Guido era una mañana especial. No porque confiase en su buena estrella en la lotería de aquel sorteo de Navidad que se estaba celebrando, sino, simplemente porque iba a recoger su esperada Harley-Davidson a las dependencias del importador.”
En efecto, la verdadera protagonista de la historia es una Harley-Davidson; verdadera observadora, omnipresente a lo largo de la historia española, desde finales de 1922 hasta el presente pasando por la guerra civil española:
“Cierta noche empezaron a entrar en el cartel algunos civiles que fueron reunidos en la sala de banderas. El momento que se vivía resultaba muy extraño para muchos. La tropa estaba acuartelada y a Juan Peláez, como a otros, se le retiró a última hora el permiso que tenía concedido. Una extraña sensación, algo así como la ráfaga de viento que anuncia una tormenta, azoraba el ambiente. Oficiales desconocidos hasta la fecha engrosaron el número de los habituales en servicio. Y de repente comenzaron a escucharse arengas y órdenes que rompieron la tensión de aquellos bochornosos días de verano.
Esto sólo fue el preludio. Después vendría la sangre.”
Este relato de los hechos históricos, de lo cotidiano del día a día de las personas que se van encontrando con la moto es el sello de identidad de una obra que ahonda en la relación entre ella y sus dueños; ese tipo de magia que cada motero sabe definir, una simbiosis hombre-máquina que llega a atribuir características humanas más allá de ser un elemento motorizado:
“Retrocedió hasta la entrada de su chabola y contempló la moto. Para protegerla del relente de la noche le tenía tapado el motor y la magneto con un saco. Ella sí que le era fiel. Era ya vieja, aún conservaba la pintura en parte del depósito; había sido una moto muy bonita, no cabe duda. No corría mucho, pero siempre arrancaba con facilidad, y aunque petardease lo suyo, tiraba y bien. Hacía tiempo que pensaba que aquella máquina tenía conocimiento. En las situaciones más peligrosas nunca se averió.”
Características como la fidelidad, el conocimiento…. E incluso, cómo no, el envejecimiento a lo largo de nuestra historia, sobreviviendo, eso sí, a tres generaciones:
“Nuestra Harley a nadie podía contar su historia y tampoco nadie se preocupó de averiguarla. A fin de cuentas, reconozcamos que para quien la veía en aquellas fechas no era más que un montón de hierro viejo.”
La culminación de la historia nos muestra a su último dueño reafirmándose en la idea de esa simbiosis entre moto-motorista desde un punto de vista social, no solo es una relación entre ambos sino entre la gente que vive está unión con la moto.
“La historia le gustó a Don Julián, que a su vez le relató una de las muchas que de pequeño escuchase de boca de su tío Antonio. Aquel nuevo entretenimiento con las motos antiguas le brindaba cada día nuevas amistades, y le apasionaba descubrir que detrás de cada moto había un hombre, y con él, un retazo de su existencia en común con la motocicleta, que aunque no dejase de ser una simple máquina, daba vida propia a esta.”
A estos dos niveles se suma, además, la relación de la moto con nuestra propia historia.
Destacar, para terminar este comentario, las Ilustraciones de Cristina Bueno al comienzo de cada capítulo, en clave más juvenil pero que están muy acordes con el tono del texto. Una mezcla nostálgica en blanco y negro.
Novela que apasionará especialmente a los moteros pero que no dejará indiferente a profanos en el tema como es mi caso particular.
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