“Diez de Diciembre” de George Saunders

diez-de-diciembreLa historia que traigo hoy se repite, una vez más.

Escritor extranjero de prestigio. Editorial grande que lo empieza a publicar, no hay continuidad, no hay campaña en medios. No vende. Lo dejamos. Editorial pequeña  decide que puede intentar sacarlo ella y aquí tenemos su última novela que ha sido considerada por la crítica internacional anglosajona como una de las mejores del año y podría haber ganado el “National Book Award”.

Estoy hablando de “Diez de diciembre” del escritor norteamericano George Saunders. De la grande no hablo, pero la pequeña es Alfabia y, junto con esta recopilación de cuentos, está pensando en sacar varios libros más del interesantísimo escritor estadounidense; de hecho en la solapa anuncian “Guerracivilancia en ruinas”, “Pastoralia”, “In persuasion Nation” y el volumen de ensayos “The braindead Megaphone”. Sinceramente, me froto las manos de pensarlo porque es un autor de muchísima calidad. Desde blogs como el mío no faltarán buenas críticas que atraigan a lectores a lecturas como esta, de las que valen la pena.

“Diez de Diciembre” es una recopilación de diez relatos que demuestran con cuatro detalles la maestría innata del escritor. Un libro perfecto para, si no conoces nada de él, tengas la oportunidad de enamorarte de su estilo y convertirlo en un fijo en tus próximas compras. Cada uno de los relatos ahonda en las vidas de las personas de la calle, en esa vida diaria, muchas veces rutinaria e injusta y lo liga a la sociedad norteamericana en su extensión.

En “Vuelta de honor”, sueño y realidad se juntan para reflexionar sobre lo onírica que puede resultar la realidad y la necesidad de su negación para sobrevivir:

“No tenía los puños cerrados. Tenía la roca en la mano y estaba gritándole algo al tipo, que estaba a su vez de rodillas, como el prisionero con los ojos vendados de aquel vídeo que habían visto en Historia, a punto de recibir un sablazo de un pavo con casco.

[…]

Después, durante meses, tuvo pesadillas en las que Kyle le daba el golpe de gracia. Ella estaba sobre el porche, intentando gritar su nombre, pero no salía ningún sonido. Y luego el golpe. Entonces el tipo perdía la cabeza. El golpe, literalmente, le disolvía la cabeza.  Seguidamente el cuerpo caía desplomado y Kyle la miraba con una expresión de: “mi vida ha acabado. He matado a un tío.

¿Por qué sucede, se había preguntado a veces, que en sueños somos incapaces de hacer la cosa más sencilla?”

En “Cachorro”, el amor a un animal lo extrapola al amor general a todo el mundo:

“¿Qué acababa de decir? Eso había estado bien. El amor era querer a alguien tal y como es y hacer cosas para ayudarle a ser aún mejor: Como Bo, que no era perfecto, pero ella lo quería tal y como era e intentaba ayudarle a mejorar.”

En el excepcional “Escapar de la Cabeza de Araña” unos criminales (“Jeff”, dijo Abnesti, irritado, como si intentara recordarme que no estaba aquí por voluntad propia, sino porque había cometido un crimen y estaba cumpliendo con mi pena.”) son utilizados como base de experimentación de drogas, drogas que servirán para manipular mentalmente a cualquier persona sin dejar consecuencias. A medio camino de la novela de ciencia ficción, podríamos hablar de una dixtopía en preparación, terrorífica por las posibles consecuencias:

“Pero hace un momento no expresaste ninguna preferencia”, dijo. “Ergo no queda ninguna traza de aquellos dos grandes amores. Estás completamente limpio. Te hemos llevado hasta arriba, te hemos bajado, y ahora estás aquí, sentado, con el mismo estado emocional que tenías incluso antes de empezar las pruebas. Eso es poderoso, eso es genial. Hemos resuelto un misterio eterno.  Cómo cambia el juego. Supón que alguien no puede amar. Ahora él o ella podrá. Podemos hacer que ame. Imagina que alguien ama demasiado. O ama a una persona que sus tutores o un profesional de la salud considera inapropiada para ellos. Podemos cortarle las alas a esa mierda.”

El fatídico final supone el triunfo de la libertad individual sobre los intentos de esclavizar incluso lo que sentimos.

En el no menos fabuloso “Los diarios de las chicas Sémplica” nos encontramos con el conflicto de clases, el anhelo del padre de una familia en el seno del capitalismo y sus esfuerzos por intentar aparentar más de lo que tiene y mantenerse al nivel de unos vecinos de clase superior a la suya y la de su familia:

“Me quedé un rato mirando, pensando, rezando: Señor, danos más. Danos suficiente. Ayúdanos a no quedarnos atrás con respecto a otros. Quiero decir, ayúdanos a no quedarnos todavía más atrás respecto a otros. Por niños. No quiero que se asusten por lo mucho que nos estamos quedando atrás.

Solo pido eso.”

La misma sociedad te obliga a querer más para poder ser igual al resto y la limitación y el no poder hacerlo produce una frustración imposible de superar:

“¿No sería mejor simplemente no hacer cosas  que no puedes permitirte? ¡Qué fácil es decirlo! Vosotros no estáis aquí, en nuestro mundo, con críos, críos que amas, mientras otras personas hacen buenas cosas para sus hijos, como viaje en busca de raíces a Niza, en caso de los Mancini, o tres semanas buceando en entre pecios en Bahamas, si eres Gary Gold y su acicalado y bronceado hijo Byron.

Limitaciones frustran mucho.”

“A casa” supone una exploración de las consecuencias de la vuelta de la guerra de Vietnam en lo personal y en toda la sociedad, el protagonista es consciente de que el tiempo que ha pasado fuera ha cambiado su vida definitivamente:

“Tres coches para dos adultos, pensé. Menudo País. Menudo par de capullos egoístas mi mujer y su nuevo marido. Podía ver con claridad meridiana cómo, con los años, mis bebés se transformarían poco a poco en bebés egoístas y capullos, luego en niños egoístas y capullos, chavales, adolescentes, y adultos, y yo siempre en segundo plano,  merodeando como una especie de pariente sucio y poco de fiar.”

En “Diez de diciembre”, cuya lectura justificaría enteramente este conjunto de relatos,  Saunders lleva a cabo el paralelismo de dos vidas: la de un niño que quiere ser un héroe:

“El niño pálido con un desafortunado flequillo de Príncipe Valiente y ademanes de cachorro caminó con torpeza hasta el armario del vestíbulo y requisó el abrigo blando de Papá. Luego requisó las botas que había pintado de blanco con aerosol. Pintar la escopeta de balines de blanco había recibido un no. Fue un regalo ir a por ella para que todo el mundo pudiera admirar las vetas de la madera.”

Y un enfermo de cáncer que quiere poner fin a su vida.

“Ay, ay. Esto era demasiado. No había llorado después de las cirugías ni durante la quimio, pero ahora tenía ganas de llorar. No era justo. A todo el mundo le ocurría, supuestamente, pero ahora le estaba ocurriendo a él en particular. Había confiado una y otra vez en recibir alguna exención. Pero no. Algo/alguien más grande que él insistía en denegársela. Te inculcaban que el gran algo/alguien sentía por ti un amor especial, pero al final veías que no era así. El gran algo/alguien era neutral. No le preocupaba. Cuando decidía, con toda su inocencia, moverse un poco, aplastaba a gente.”

Sus vidas se entrelazarán irremediablemente, una colisión muy alejada de la simple parábola que podría resultar en otro narrador; Saunders cambia de estilo según el narrador (así como en el resto de historias incluidas en esta recopilación) y muestra todo su talento para crear una historia muy visceral y, sin embargo, emotiva.

No sé si necesito decir algo más de  este espléndido escritor para que los busquéis ya; coged uno de sus relatos y hablamos.

Los textos provienen de la traducción del inglés de Ben Clark para esta edición de “Diez de diciembre” de George Saunders en Alfabia.

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