No pocas han sido las vicisitudes por las que ha tenido que pasar Melisa Tuya hasta ver publicada su ópera prima; arriesgarse a empezar a escribir con una novela de ciencia ficción sabiendo que este género es un nicho en España es encomiable; además de todo esto, tener éxito es casi milagroso. Galatea ha cambiado y evolucionado desde que la conozco y, el resultado final, sencillamente, es muy satisfactorio.
El punto de partida no resulta novedoso, es la típica historia de colonización espacial en un posible futuro altamente tecnificado y adelantado a nuestra realidad; la colonia es Galatea y cada uno de los jóvenes colonos tiene asignados unos robots llamados módulos que, en la narración de Melisa, toman vida propia. La protagonista y narradora en primera persona de buena parte del libro no tiene nombre pero es dibujada y tratada con extrema precisión por la autora desde la despedida con sus padres:
“Poco después se encontraba en la sala de embarque abrazando a sus padres antes de partir. No podía permitirse llorar. En su familia, las lágrimas no eran algo aceptable. Con la única excepción de haberse hecho daño físico de verdad, claro. Y aun en esos casos se premiaba una reacción contenida.
“A mamá no le gusta que llores.” “No se consigue nada llorando.” “Las niñas fuertes y listas no lloran.” ”¡Qué orgulloso estoy de mi niña, que no llora!”
Ella nunca había visto llorar a sus padres. Y tampoco les vería hacerlo esa tarde.”
Cada detalle que se nos muestra va configurando una personalidad de muchísima fuerza que se irá rebelando ante una situación que no considera justa; la selección de las parejas para la colonización, de una manera establecida desde la colonia central, será el pequeño desencadenante de una revolución:
“Quince días atrás había escrito el nombre de diez de sus compañeros varones. Diez entre cerca de tres mil. Esos nombres habían sido entregados al Consejo. Era de esperar que ella estuviera también en unos cuantos cartones. Era imposible saberlo. En cualquier caso, todo estaba ya en manos de los médicos.
Ellos cruzarían preferencias con idoneidades genéticas y de personalidad, y hoy se haría público al fin el emparejamiento de los ocupantes de la Pegasus. La gran mayoría los acataría. […]”
Junto a ella su módulo ClaX, un robot cuidado “hasta en las imperfecciones”, acercándose al ideal humano:
“Bajo la luz del sol de media tarde, la niña pudo apreciar más detalles: el pelo, cortísimo, no era castaño, sino de un pelirrojo tan oscuro que la diferencia era difícil de notar salvo que la luz brillase directamente sobre él. La boca era pequeña, de labios muy finos. Tenía la piel ligeramente tostada y pequeñas pecas irregulares, apenas perceptibles. Una ceja estaba algo más poblada que la otra.
Las pequeñas imperfecciones hacían de los módulos una compañía más tolerable, sus creadores lo habían descubierto con los primeros que elaboraron.”
La total compenetración que siente la protagonista con su módulo, junto con el emparejamiento que considera inadecuado, actúan como disparo, ocasionando “el despertar” del módulo que toma consciencia propia, y con ello una serie de decisiones comenzando por una matanza indiscriminada, descrita desde el punto de vista del propio módulo:
“Fue demasiado fácil. Adormilados y confiados, sus cráneos eran frágiles cáscaras para sus fuertes manos.
La Pegasus dormía profundamente. Primero fueron los guardas. Luego la tripulación de guardia, después los que soñaban. Tras ellos, los colonos, habitación por habitación.
Las dos porras fueron de gran ayuda. Con una en cada mano, ClaX avanzó como un ángel exterminador, incansable, veloz, inmutable, invisible.”
Uno de los puntos más interesantes es, precisamente, la evolución de ClaX, paralela a la de la protagonista y opuesta a la suya, según avanza la narración:
“-He empezado a sentir anhelos para los que no había sido programado. ¿No te agrada?
Ella lo pensó durante un segundo.
-Sí, lo prefiero así. Pero no entiendo cómo ha podido pasar.
-Yo tampoco –dijo él, depositando un beso en su frente-. Sé lo que ha cambiado en mi código, pero como las otras veces, no sé cómo se ha producido.
-Empiezo a creer que no hay nada imposible para ti.
-Por desgracia, eso no es cierto. Si lo fuera, no habríamos tenido esta discusión.”
Solo hay que ver un momento de una conversación con su hija más adelante para comprender esta situación a la perfección, sobre todo porque es el centro del devenir de la trama:
“-No quiero pasar por Nueva Europa sin pisarla, pero a este paso estoy viendo que no saldré de la Aurora hasta que volvamos a estar con Galatea. Otros doce años con el mismo techo sobre mi cabeza.
-No estaremos las dos en el exterior al mismo tiempo, de ninguna manera –concluyó ella sin perder la calma y tomando una nueva cucharada de avena.
Cala no insistió. Sabía de sobra que era más fácil mover la Aurora a empujones que convencer a su madre. Se levantó y tomó otro albaricoque antes de volver a hablar.
-Será como deseas, mamá. Como siempre.”
Curiosamente mientras el robot se vuelve más humano, su dueña pierde cada vez más características humanas, volviéndose cada vez más dictadora, tirana e impredecible. Melisa, muy consciente de esta situación, no solo sabe escribir mujeres de gran personalidad sino que pinta quizá el mejor personaje del libro, el gran Duncan, contraposición a la protagonista y que sirve para equilibrar la situación de cara al lector. Tengo que reconocer que su forma de caracterizar al hombre está muy lograda, exquisitamente ambiguo, manipulador pero al mismo tiempo noble y cargado de sensatez, duro pero no indestructible, cargado de sensibilidad si hace falta:
“Cualquier módulo hubiera podido encargarse de llevarle el alimento, pero a ella le gustaba al menos una vez al día acercarse a charlar con él. Y no podía jurarlo, pero le daba la impresión de que era algo mutuo. No se había dado cuenta en una década, pero lo cierto es que había echado de menos el sentido del humor de otro adulto. Era además un hombre peculiar. Considerado y duro. A ella le recordaba una piedra de afilar: suave y romo pero irrompible.”
La perspectiva es indudablemente femenina y esto es un reclamo, entre otras cosas, porque nos salimos del yugo patriarcal y vemos un mundo futuro, una historia de una posible sociedad desde un punto de vista muy distinto; la fuerza de todos los caracteres femeninos contrasta con sus acompañantes masculinos. Hasta ClaX demuestra más fortaleza y es el único que se acerca a ellas, exceptuando el ya nombrado Duncan.
Si sumamos a todo lo anterior una historia cargada de acción (muy bien narrada por cierto), parajes inhóspitos; escenas de alto contenido sexual y torturas brutales narradas con concisión, que nos acercan al más encantador género pulp; un final subyugador; y todo ello con un estilo falto de artificios pero efectivo en la descripción; nos encontramos con una novela muy adictiva y que proporciona un entretenimiento de buen nivel; estoy convencido que hará disfrutar a la mayoría de sus potenciales lectores.
No quiero dejar de mencionar como colofón que se trata de una novela solidaria, en palabras de la autora en esta entrevista que apareció en Nuevo Best Seller Español:
“Sí, la mitad de los beneficios que nos genere a mí y a la editorial irán destinados a los perros y gatos abandonados de la Asociación Nacional de Amigos de los Animales , la protectora en la que adopté a mi perra, que ahora es una viejita de unos 15 o 16 años. No es que me sobre el dinero, tengo hipoteca y dos hijos, uno de ellos con discapacidad, pero tengo la suerte de trabajar y tener un sueldo todos los meses y me siento más cómoda repartiendo el dinero extra que pueda recibir. Ya lo hice así con los 10.000 euros del premio al Ingenio en Internet que me dieron en el Congreso de Periodismo Digital hace cinco años.”
Poco más puedo decir, ¡chapeau Melisa! ¡Y mucha suerte!
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