Curioso el caso de Lafcadio Hearn (1850-1904), nacido en Grecia, de padre Irlandés y madre griega, se crio entre Grecia e Irlanda. Se trasladó a los Estados Unidos para iniciar su carrera de periodismo y posteriormente a Japón, en 1890, donde pasaría el resto de su vida como profesor y escritor. Fue uno de los primeros europeos en dar a conocer la cultura japonesa al lector occidental. Su larga estancia en Japón, sumada a su profundo conocimiento tanto de la cultura como de las tradiciones niponas, a su imaginación poética y estilo narrativo le han asegurado un lugar privilegiado en la comunidad lectora y occidental. En el Japón fantasmal, traído ahora por Satori, supone la enésima recopilación de sus escritos que van desde la ficción al ensayo. Y digo que es curioso porque leer a Hearn es prácticamente leer a un japonés, como dice en el prefacio de esta selección:
“Lafcadio Hearn es casi tan japonés como el haiku. Tanto uno como otro son una institución en Japón. […] Su búsqueda de la belleza y la tranquilidad, de la tradición y de los valores perdurables lo retuvo en el País del Sol Naciente durante el resto de su vida, convirtiéndolo en un “japonófilo” confeso. Fue uno de los pioneros en dar a conocer la cultura japonesa al lector occidental. Su imaginación poética, su aguda inteligencia y su estilo claro y sencillo le permitieron penetrar en la esencia más profunda del universo japonés.”
La gran virtud de Hearn es que los propios japoneses le consideraron uno de los suyos y, de esta manera, consiguió acercar a occidente la cultura japonesa; todo ello es visible en esta antología donde podemos encontrar:
“En las páginas de En el Japón fantasmal Hearn invoca personajes sobrenaturales: fantasmas, espectros y demonios cuyas espeluznantes historias entrelaza sutilmente con el folclore, las supersticiones y las tradiciones más antiguas de Japón.”
Nada mejor que sumergirse en su estilo, cargado de sensibilidad, una sensibilidad alejada de los parámetros que conocemos y que nos acerca irresistiblemente al sentir oriental:
“Emergiendo de entre las sombras, un loto reposa en un jarrón. Aunque el jarrón no resulta del todo visible, intuyo que es de bronce y que las asas que apenas vislumbro representan cuerpos de dragones. Solo el loto está iluminado por completo: tres flores inmaculadamente blancas y cinco grandes hojas doradas y verdes –dorada, la superficie superior; verde la intrincada parte inferior-, un loto artificial. La luz de un rayo de sol incide sobre él de forma oblicua; en el resto de la estancia reina la oscuridad; cae el crepúsculo en el templo. No alcanzo a ver la abertura por la que penetra la claridad, pero estoy seguro de que se trata de una pequeña ventana con forma de campana.”
Los relatos se suceden con pequeños ensayo como el relativo al incienso, con título homónimo, y que resulta particularmente interesante por su mezcla de documentación con las propias sensaciones del autor, el poder evocador del incienso como parte de la cultura nipona:
“El perfume del incienso ha traído a mi memoria la vívida imagen de este loto, el recuerdo de mi primera visita a un templo budista. A menudo, cuando el aroma del incienso invade mi sentido olfativo, surge ante mí esta visión y, a continuación, muchas otras sensaciones de mi primer día en Japón cobran vida, sucediéndose vertiginosamente con una intensidad rayana en el dolor.”
No podemos olvidarnos de la capacidad que tenía Hearn para crear historias terroríficas instauradas en el folclore japonés; “Un karma pasional” es un ejemplo excelente de este buen hacer, siempre asocia lo más lírico a lo más terrorífico, su forma de describir el horror resulta paradójica por su uso del lenguaje: horrorizar maravillando:
“Vio con sus propios ojos el rostro de una mujer que llevaba largo tiempo muerta; los dedos que acariciaban eran mero hueso; la parte inferior del cuerpo no existía: era una especie de sombra ondulante que se arrastraba por el suelo. Donde los ojos del crédulo enamorado veían juventud, belleza y gracia, los ojos del sirviente solo veían el horror y el vacío de la muerte.”
“Aullido” es otra buena muestra de lo que acabo de indicar, resaltando además cómo juega con las descripciones sensoriales; es fabulosa la forma de caracterizar un aullido y se sale de lo habitual:
“Comienza con un gemido ahogado, como el gemido de un mal sueño, asciende hasta convertirse en un alarido prolongado, como el ulular del viento; se hunde vibrando hasta transformarse en una risilla ahogada y asciende nuevamente hasta convertirse en un quejido mucho más alto y salvaje que antes; estalla de repente en una especie de carcajada atroz y finalmente se transforma en un sollozo, como el llanto de un bebé. Lo más horroroso de toda la actuación es el carácter burlón de la carcajada en contraste con la desesperada agonía de los alaridos: una incongruencia que remite inevitablemente a la locura. Imagino que el alma de la criatura sufre una incongruencia similar.”
Se demuestra el eclecticismo de la selección por la aparición de dos capítulos dedicados a proverbios japoneses y, especialmente, a la importancia de la poesía en la cultura oriental; en “Fragmentos poéticos” el autor intentó plasmar esta omnipresencia poética:
“La poesía en Japón es tan universal como el aire. Todo el mundo la siente. Todo el mundo la lee. Prácticamente cualquiera, independientemente de su clase o condición social escribe poesía. Pero esta no solo está presente como concepto, sino que también se percibe, se escucha y se ve por todas partes.
La poesía se escucha en cualquier lugar en el que alguien esté trabajando, pues donde hay trabajo hay canto. Tanto las labores de labranza como los quehaceres de la ciudad se realizan al ritmo de versos cantados; las canciones son una expresión de la vida de la población, del mismo modo que el canto metálico lo es del grillo…La poesía se ve por todas partes, escrita o grabada […]”
De ahí que haya decidido terminar con un fragmento de este capítulo, de profundo lirismo, y que supone una de las mejores definiciones de la poesía que he leído:
“Como el único tañido de la campana de un templo, así el poema perfecto debería permanecer como un murmullo ondulante en la mente del oyente, como un prolongado sonido místico.”
La obra de Lafcadio Hearn permanece en mi memoria como “un murmullo ondulante”, “un prolongado sonido místico”, una imborrable sensación que sedimenta en mi recuerdo.
Los textos pertenecen a la traducción de Marián Bango Amorín de En el Japón fantasmal de Lafcadio Hearn para la edición de Satori.
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