No deja de ser sintomático de su complejidad que, 9 años después de su publicación, la propia escritora Doris Lessing tuviera que escribir un prefacio para su obra maestra: “El cuaderno dorado”, reconociendo su frustración ante las opiniones críticas que había suscitado su obra:
“Por razones de las que no voy a hablar, tempranas y valiosas experiencias en mi vida de escritora me dieron un sentido de perspectiva acerca de los críticos y comentaristas. Pero a propósito de esta novela, El cuaderno dorado, lo perdí: pensé que en su mayor parte las críticas eran demasiado tontas para ser verdaderas. Recuperando el equilibrio comprendí el problema. Y es que los escritores buscan en los críticos un álter ego, ese otro yo más inteligente que él mismo, que se ha dado cuenta de dónde quería llegar, y que le juzga tan solo sobre la base de si ha alcanzado o no el objetivo. “
Está claro que los críticos se perdieron en este remolino postmodernista y simplificaron en exceso un mensaje más ambicioso y más allá de lecturas feministas. Afortunadamente, con el tiempo, se ha puesto justicia a su legado literario y es una de los pocos escritores vivos que tiene en su haber el Nobel y el Príncipe de Asturias.
La premisa de la obra es sencilla pero muy original en su momento (y me atrevo a decir que incluso ahora). El personaje, Anna Wulf, es una escritora, una “mujer libre” que, tras el éxito de su primera novela, sufre el ya consabido bloqueo del escritor. Siente que la realidad se desmorona a su alrededor, la rodea un caos que no puede abarcar, que le desestabiliza y necesita encontrar una forma de superarlo: encontrar un orden.
Y la forma que utilizará para hacer esto es fragmentar su vida y escribir esos fragmentos en diferentes cuadernos: negro, rojo, amarillo y azul.
En el cuaderno negro: Anna Wulf como escritora, la británica se encargará de demoler el discurso literario:
“Para mí está claro que ahora no puedo leer la novela sin sentir vergüenza, como si fuera desnuda por la calle. No obstante, nadie más parece haberlo notado. Ninguno de los críticos, ninguno de mis amigos cultos y literarios lo vio. Es una novela inmoral porque esta nostalgia soterrada ilumina cada una de las frases. Y sé que para escribir esos cincuenta informes sobre la sociedad utilizando los datos que guardo en mi poder, tendría que excitar en mí, deliberadamente, esa misma emoción. Y esa emoción haría que esos cincuenta libros fueran novelas y no reportajes.”
“Hoy he vuelto a leer lo anterior por primera vez desde que lo acabé. Está lleno de nostalgia en cada palabra y cada frase, aunque cuando las escribí creí que eran objetivas. Pero ¿nostalgia de qué? No lo sé.”
La nostalgia se convierte en “mediador” de lo que escribe, tiñe todo lo que está escribiendo; ¿de verdad podemos confiar en el lenguaje? Está claro que el lenguaje es tan falible que no podemos fiarnos del discurso literario.
En el segundo cuaderno, el cuaderno rojo, Anna lo dedica a la política, particularizado al régimen comunista:
“He llegado a casa pensando en que, cuando me inscribí en el Partido (comunista), debía de existir en mí un secreto deseo de totalidad, de terminar con esa forma de vida dividida, fragmentaria e insatisfactoria en que todos estamos sumidos. Sin embargo, al ingresar, la división se había agrandado, y no por aquello de pertenecer a una organización cuyo dogma, sobre el papel, contradice constantemente las ideas de la sociedad en que vivimos, sino por algo más profundo. O, por lo menos, más difícil de comprender.”
Precisamente la integración en la colectividad destruye lo individual de la persona y, desde luego, no ayuda a construir la identidad de la persona. Desecha también el discurso político por esta razón.
El cuaderno amarillo lo usa para narrar historias que proceden de su experiencia como mujer, estas experiencias le ayudan a crear una historia dentro de él y que reúnen muchas de sus experiencias sexuales, la historia que crea tiene un triángulo amoroso “The shadow of the third”, esa tercera es la mujer de su amante, Ella, la protagonista es un reflejo de la vida de Anna:
“Poco a poco, acaba comprendiendo que esa imagen corresponde a lo que le gustaría a ella; que la mujer imaginada es su propia sombra, todo lo que no es ella misma. Porque ahora comprende, y eso le horroriza, su absoluta dependencia de Paul. […] Y finalmente debe reconocer que se aferra a la visión de esta otra mujer –la tercera persona- como si se tratase de un recorte de seguridad o de protección para ella misma.”
“El problema planteado por esta historia es que está escrita analizando las leyes destructoras de la relación entre Paul y Ella. […] Se percibe en términos de lo que ha acabado por destruirla.[…] Supongamos que la narrase describiendo dos días enteros, con todos los detalles, uno hacia el comienzo y otro hacia el final de la aventura. ¿Es ello posible? No, porque instintivamente seguiría aislando y acentuando los factores que la han destruido y que dan forma a la historia.”
El hecho de vivir esa historia de una manera “mediada”, sin objetividad, ya que se basa en todo lo que destruyó la relación entre los dos protagonistas elimina un discurso, el sexual, el de los sentimientos.
Por último el cuaderno azul es un diario, con varias tentativas de objetividad plena: la primera mediante el collage de recortes de periódicos que se convierte en un diario de sucesos; la segunda mediante la anotación de datos objetivos desprovistos de cualquier subjetividad. De fondo Anna tiene reuniones con un psicólogo que pretende que lo subjetivo quede en el terreno de los sueños; de ahí que le recomiende la realización de este diario, pero ¿qué es una persona sin su subjetividad? Al fin y al cabo construye la identidad personal, no puede ser que el discurso psicoanalítico sirva como aglutinador y ordenador del caos.
Esta progresiva deconstrucción de los discursos vigentes en su realidad viene de la deconstrucción del lenguaje como elemento que refleje nuestra propia vivencia.
“Ocurrió cuando hurgué en mis recuerdos y empecé a desenterrar alguna de mis propias fantasías. Pero a mi entender, lo importante era que pudiera leerse como una parodia, ya fuese irónica o seria. Pienso que esta es otra muestra de la fragmentación de todo, de la penosa desintegración de algo que me parece estrechamente ligado a lo que yo siento que es cierto acerca del lenguaje, es decir: la progresiva imprecisión del lenguaje frente a la densidad de nuestra experiencia.”
Siente la imposibilidad de vivir la experiencia tal y como la percibe:
“Anna, ¿me ocurre solo a mí? Siento que vivo como en una farsa inverosímil
-No, no eres tú sola.
-Ya lo sé, y esto empeora las cosas.”
La última posibilidad que le queda estriba en el cuaderno dorado como unión de experiencias que le permitan obtener este orden:
“Entonces fue terrible, porque me enfrenté con la carga de crear el orden dentro del caos en que se había convertido mi vida. El tiempo había desaparecido y mis recuerdos no existían. Yo era incapaz de distinguir entre lo que me había inventado y lo que había experimentado, si bien sabía que todo lo que me había inventado era falso. Era un remolino, una danza desordenada, como la danza de las mariposas blancas en el calor vibrante sobre la llanura arenosa y húmeda.”
Desgraciadamente fracasa en el intento, su vida no puede ser ordenada mediante los cuadernos y ella misma se da cuenta conscientemente de que no son la respuesta debido a la falibilidad del lenguaje en sí mismo.
“Pasó una y otra vez las páginas de los cuadernos, pero sin sentir ninguna relación con ellos.”
“No sé por qué encuentro aún tan difícil aceptar que las palabras son deficientes y, por naturaleza, inexactas –se dijo-. Si creyera que son capaces de expresar la verdad, no escribiría diarios que no dejo ver a nadie.[…]”
La única forma de afrontar esta indefensión es aceptar la realidad, caótica y fragmentada, que estamos viviendo, esta falta de un único significado, y buscar lo bueno que tiene la multiplicidad y la falta de una interpretación común para todos.
Volviendo al prefacio que comenté al principio, una frase de la escritora británica resume a la perfección la posición de la literatura y del arte en general en nuestra coyuntura actual.
“El arte occidental se convierte cada vez más en un grito de dolor. El dolor se está transformando en nuestra realidad más profunda…”
En efecto, qué mejor forma de retratarla que con libros tan imprescindibles como este.