La carrera por el segundo lugar de William Gaddis. Historia incompleta de la pianola

Nada más terminar de leer La carrera por el segundo lugar me vino a la cabeza la idea de que Gaddis no se sentía cómodo fuera de sus obras de ficción, como si el ensayo no fuera su medio de expresión. La publicación de estos ensayos (y textos de ocasión) de manera póstuma me reafirman en la idea de que el autor no estaba demasiado convencido en vida y la introducción y notas de Joseph Tabbi para esta edición aclaran ciertas ideas interesantes al respecto:

“Para Gaddis, la novela, en cuanto forma genérica, podía incluir cualquier cosa y, desde luego, era un buen medio para ejercer la crítica.” Dando este papel preponderante a la forma novelística, no creo que el ensayo le llamara demasiado como género, con la novela lo podía conseguir todo, lo que nos lleva al siguiente punto.

“[…] desarrolló algunos de los temas que aparecen en sus novelas en piezas escritas para la radio, revistas, ceremonias de entregas de premios, coloquios universitarios y una publicación académica. Incluso hay guiones de cine, tratamientos y discursos escritos para ejecutivos, todo de la época en que se ganaba la vida escribiendo para pequeñas empresas y corporaciones internacionales […] los ensayos y textos de ocasión están hechos, en muy buena medida, de retales de citas, no todas literarias; y, al igual que las obras de ficción de Gaddis, pueden leerse (o, mejor dicho, escucharse, como una partitura de varias voces.”  Dichos textos, en realidad, parece como si hubieran sido las semillas que generaron sus obras de ficción, más que escritos a propósito; es importante señalar igualmente su forma de gestarlos, como un continuo de citas que se sumaban a sus pensamientos y que, posiblemente, hicieran su concepción dificultosa para el autor. El propio Tabbi acaba reconociendo que “No todas las piezas son de primera categoría. Algunas nunca se publicaron, y hay unas pocas que no pasaron de ser borradores, meras notas para una intervención oral.”  Todo ello producto de lo que he dicho anteriormente y que sirve de argumentación para entender su lectura.

“Gaddis no había leído la obra de Benjamin sobre la mecanización y el arte cuando le pregunté por el tema en 1990, pero reconoció la “pertinencia” de Benjamin como un ejemplo más de convergencia, no de influencia.” Esto enlaza directamente con la obsesión de Gaddis por la pianola, esa historia incompleta de la que tenemos retazos en sus ensayos o en alguna de sus obras, pero de la que nunca sabremos enteramente lo que tenía pensado. El binomio mecanización-arte es, sin lugar a dudas, otro de los sellos de identidad del escritor.

4º “Gaddis, que estaba demasiado débil para asistir a la ceremonia (de recepción del Premio a la Trayectoria profesional que se le daría a Schnabel), elogió la obra de Schnabel por obligarnos a “mirar, y mirar de nuevo.” Este elogio deviene en una forma necesaria de interpretación de la compleja obra de William Gaddis, mirar de nuevo, una y otra vez, hasta poder discernir todo lo que nos quería transmitir.

Dicho lo anterior, esta recopilación de textos (que contiene ensayos, textos, discursos y homenajes) es, por la propia naturaleza de su creación, irregular, por momentos farragosa, pero, indudablemente, contiene destellos de la genialidad del autor que justifican su lectura. El ensayo homónimo, por ejemplo, es fantástico y recoge perlas como la siguiente al hilo de la unión entre tecnología y arte:

“La auténtica maravilla de nuestro complejo mundo tecnológico, dada la frustración que hay implícita en la ley de Murphy, no es que si algo puede salir mal, saldrá mal, sino que todavía haya algunas cosas que salgan bien.“

Especialmente ocurrente se mostró cuando tenía que recoger premios, impagable por ejemplo este texto cuando recibió el National Book Award por Jota Erre: 

“Debo decir que formo parte de esa estirpe en vías de extinción que piensa que los escritores deben leerle y no escucharse, y mucho menos verse. Creo que esto es porque en la actualidad parece haber una tendencia a colocar a la persona en el lugar de su obra, a convertir al artista creativo en un artista escénico, a considerar que lo que un escritor dice sobre la escritura es, en cierto modo, más válido, o más real, que su propia escritura.”

Me gusta especialmente el párrafo porque desvela varias facetas del autor: su aversión a la prensa y a ser una figura pública es ya conocida, a la manera de otros autores esquivos que consideraban que lo más interesante, lo que tienen que decir, está en sus libros, de ahí su incomodidad para ir a recoger un premio o tener que agradecerlo en público; parte de esta incomodidad viene igualmente de tener que expresarse mediante un ensayo, su medio era, sin lugar a dudas, la ficción. También porque la ficción la entendía como una extensión de su persona, de sus obsesiones, un proyecto de vida reflejado en todo lo que escribió. Todo se ordenaba con respecto a este fin.

No puedo terminar sin poner otro de los textos que más aparecerá en las reseñas/críticas que se hagan de estos ensayos y en el cuál se refiere a un crítico que comentó ciertos aspectos sobre su segunda novela:

“Recientemente, un grupo de críticos vanguardistas ha planteado la idea de que los libros deberían ser ilegibles. Este movimiento tiene ventajas evidentes. Al ser ilegible, un texto repele a los reseñistas, críticos, antólogos, académicos y otras formas parasitarias de vida.”. Y después sobre la idea de que cualquiera puede escribir un libro, añade: “¿Qué pasa entonces con el libro realmente ilegible? Sin duda esto parece estar alcance de cualquiera y sin embargo, no es así. Crear un texto ilegible, mantener este atractivo propósito a lo largo de 726 páginas, es algo que exige unas facultades poco corrientes. El señor Gaddis las tiene.”

Totalmente consciente de su estatus, Gaddis bromea sobre su ilegibilidad, una señal de identidad que se conserva en la actualidad; me siento privilegiado por haber disfrutado de todas sus obras (a falta de cartas 😉 y haberlas criticado todas en este humilde espacio virtual. Disfruto de sus momentos “ilegibles” porque, al final, me han llevado a momentos tremendamente lúcidos y, sobre todo, me he divertido descubriendo todas y cada una de sus obras.

El apéndice con el cuál finaliza esta recopilación lleva por título el Resumen del proyecto y notas sobre “Ágape se paga: la historia secreta de la pianola” y hay unas notas, hasta una cronología de la pianola hasta 1929, lástima que todo se quedará en retazos, me habría encantado descubrir la historia de la pianola que tenía en mente.

Para llenar este agujero no me va a quedar más remedio que leer sus cartas, necesito mi ración anual de Gaddis, bueno, también me quedan las relecturas. No parece un mal plan.

Los textos provienen de la traducción de Mariano Peyrou de La carrera por el segundo lugar de William Gaddis para Sexto Piso.

Su pasatiempo favorito de William Gaddis. Culmen postmodernista

GaddisEl lector habitual de Gaddis acaba una obra suya y se siente envuelto en un aura de reverencia. La sensación de haber caminado por un inmenso desierto, lleno de trampas, penurias, hambre, etc. pero también sabe que se ha encontrado con oasis donde lo placentero remedia  el viaje por la tierra baldía, son respiros donde se distingue con mayor intensidad la potencia de la prosa del escritor. Tras leer Su pasatiempo favorito, la última obra de ficción que quedaba por reeditar por Sexto Piso, el desierto ya no es tal, los oasis han aumentado milagrosamente. Estoy en ese momento en el que he disfrutado plenamente del escritor y su obra, y todo ello olvidando el halo de dificultad que le rodea. (Podría ser un buen momento para releer alguna de sus obras anteriores).

Su pasatiempo favorito, publicada en 1994, fue la culminación de su obra narrativa en vida, sus tres obras anteriores, excelsas, le sirvieron para desarrollar un estilo propio que está presente en esta última, la mayor diferencia estriba en el tema que trata de fondo: una sátira del sistema judicial estadounidense. Sin embargo, muchos de los temas tratados ya aparecieron en sus obras anteriores y el estilo, al tener menos narradores, no resulta tan enrevesado para seguir, es mucho más accesible manteniendo la sutileza de Gótico Carpintero ; de ahí que esta obra resulte como una amalgama de todo lo bueno que desarrolló Gaddis y que ahora mismo resumo, por ejemplo, la siempre presente motivación musical  que tan bien desarrollaba en JR:

“Estos papeles que me has hecho que te traiga porque tienes miedo de que te los roben y mira Harry tiene razón, lo demás es pura ópera. Yo soy la Reina de la Noche y ese misterioso mensajero recorre las salas del hospital en busca de casos terminales, engatusando al viejo conde para que componga un réquiem y así hacerlo pasar después por obra suya, asustándome cuando éramos niños cuando decías que volverías a la casa en forma de fantasma, justo lo que me ha pasado esta mañana, con la neblina que rodeaba el lago y de repente una bandada de cisnes aparecen planeando como muertos y al otro lado del lago  todos esos rojos y rojizos…”

Sus referencias musicales van más allá de la simple mención, hay un conocimiento mucho más profundo como ya he comentado en alguna ocasión, lo mismo podemos decir de su sapiencia literaria que se manifiesta de manera muy clara en el siguiente párrafo y que vuelve a poner la diana en el discurso artístico que está presente de desde su primera obra:

“Entre los ejemplos más egregios cabe destacar la acusación de Ruskin contra Whistler de haber arrojado un bote de pintura al rostro del público; las burlas que al principio recayeron sobre los impresionistas y que, una vez asimiladas, se dirigieron contra los cubistas; las mofas con que fueron acogidas las innovaciones musicales de Bizet, consideradas responsables de la muerte del artista; los desórdenes provocados por el estreno de La consagración de la primavera, de Stravinski; sin olvidar que desde el día en que Aristófanes tachara a Eurípides de “creador de muñecos y granujas” se ha venido acumulando sobre los escritores una avalancha de desdén: la prensa recomendó al autor de “Oda a una urna griega” que volviese con “los emplastos, las píldoras y los botes de ungüento”; calificó Espectros, de Ibsen, de “repugnante herida sin vendar, un acto obsceno realizado en público”; de “basura sentimentaloide” la Ana Karenina de Tolstoi; en nuestro propio país, el desprecio que despertaron todas y cada una de las obras de Herman Melville culminó en Moby Dick, “enormes dosis de jerga hiperbólica, sentimentalismo lacrimógeno y bazofia tragicómica”, y desde los días de Melville los escritores que han corrido la misma suerte son demasiado numerosos para citarlos a todos.[…] En definitiva, el artista es el blanco de la crítica y su causa confusa.”

De hecho no suele faltar su reflexión (en tono jocoso) al respecto de la crítica cultural, uno de los chistes recurrentes en este libro como podemos ver aquí:

“SR. BASIE: Debe constar en acta y es una cuestión de forma. Está confundiendo al testigo deliberadamente, yéndose por las ramas con eso de los críticos literarios y…

  1. MADHAR PAI: Perdone, amigo, pero yo no he hablado de críticos literarios, sino de quieres reseñan libros, y existe una diferencia enorme, aunque a muchos les gusta que los llamen críticos, a no ser que tengan problemas, en cuyo caso prefieren que los llamen periodistas. Y si no le importa, querría continuar con…”

Gaddis siempre utiliza casos particulares para llevarnos a la caracterización de una sociedad entera, la desorbitada presencia de abogados por habitante nos alerta sobre la corrupción de una sociedad avariciosa y estúpida que no actúa por el bien del individuo; los pleitos, o más bien su deformación, son las consecuencias de un sistema injusto donde la única motivación es el bien propio, el egoísmo:

AFrolic“-No te burles Harry, no puede uno reírse de los problemas de la gente… Puede parecer así, pero ¿por qué no intentas ver el lado bueno?

-No deberías haberte casado conmigo Christina. Nosotros no tenemos muchas oportunidades de ver el lado bueno de la gente, con tanta avaricia, tan estupidez, tanto doble juego.. En un sistema como el nuestro, ¿cómo quieres que la gente saque a la luz lo bueno que lleva dentro? Hay un abogado por cada cuatrocientos  o quinientos habitantes y la mayoría no puede permitirse el lujo de pagarles. Los que pueden, como tu amiga, son todavía peores, lo lían todo y encima luego quieren que les soluciones el lío y…”

Me imagino que, por la época en que fue escrita, Gaddis era más que consciente de la cultura del espectáculo, encarnada especialmente por ese monstruo/ente mediático que tiene que ver con Hollywood, Broadway;  nuevamente su idea del espectáculo hoy en día (sea este cine, teatro, etc…) está estigmatizada por elementos superficiales muy lejanos a lo que él entendía como arte, elementos que, por otra parte, llaman más la atención que su concepción de un arte que va más allá de lo que se ve a primera vista:

“-¡Pues precisamente porque nunca ha llegado a representarse! No la ha visto nadie, porque ¿usted cree que una obra de ideas tan seria tiene cabida en Broadway? Lo único que quieren son tetas y culos, un montón de idiotas haciendo cabriolas en el escenario y cantando estupideces sobre culos y tetas y ordinarieces, con las entradas pagadas por la empresa para los clientes de otra ciudad, que no están precisamente interesados en nada que requiera una pizca de inteligencia y…”

Concepción, la suya, que se fundamenta, ni más ni menos que en el uso de la palabra:

“-Vamos a pasar a las declaraciones Oscar, todavía no ha visto usted nada. Es lo que intento que comprenda desde el principio: palabras, palabras y nada más. De eso se trata precisamente. 

Adviértase que, de acuerdo con el artículo 31 del Código de Derecho Civil, el demandado, denominado Kiester en el presente documento, reconocerá al demandante, Oscar L. Crease, como la parte contraria […]”

Y que le sirve para presentarnos un concepto que me resulta muy interesante: el lenguaje como protección. De hecho lo podemos ver como ejemplo en el propio libro gracias a las sentencias que el autor, amablemente, nos presenta con toda la verborrea habitual del lenguaje judicial. El lenguaje, en sí mismo, se convierte en una barrera que protege la accesibilidad con respecto a la profesión completa. En efecto, no es algo que ocurra solo en esta profesión sino que ocurre en la mayoría de ellas y contribuye a que los profesionales se sientan seguros en el medio que ejercen, toda una paradoja que el lenguaje se vuelva estable en inestabilidad ya que, en la mayoría de los casos, se caracteriza por la oscuridad y ambigüedad de aquello a lo que se está refiriendo (jerga judicial): 

“-Pues claro, no me hace falta pensarlo. Todas las profesiones son una conspiración contra la gente, todas las profesiones se protegen a sí mismas con un lenguaje propio, si no fíjate en el psiquiatra al que me mandan, ¿has intentado leer alguna vez una hoja de balance? Es como lo de las plumas de esa ave gigantesca parecida al perro que acorrala a su presa, todo se diluye en la lengua que se enfrenta con el lenguaje y lo convierte en teoría hasta que no trata de lo que trata sino que trata sólo sobre sí mismo, […]”

A falta de sus ensayos y cartas, es indudable que estamos ante uno de los escritores con una carrera literaria más consistente, pocos hay que puedan contar sus obras por número  de obras maestras (sus cuatro primeras lo son); es un lujazo que podamos disponer (gracias al esfuerzo de Sexto Piso) de todas ellas para releerlas en cualquier momento y dejarnos seducir una vez más por el embrujo de la subyugadora prosa de William Gaddis:

“Sobre el lago había descendido una extraña bruma y la extensa pradera se deslizaba hacia el agua como si se estuviera inundando, ni una nube en el cielo a la que culpar del súbito cambio de la luz con el que la orilla opuesta desapareció bruscamente en una apagada línea de gris y la distancia media pareció avanzar y retroceder, el lago entero elevarse, jadeante, al menguar al pie de la pradera en una ondulación ascendente hacia el otro lago como un enorme desnivel mecido por alguna catástrofe del inframundo, titubeando con el regreso de la ondulación , retirándose con un ritmo ininterrumpido como si se ladease un cuenco gigantesco, cuando ella se aferró con una mano al alféizar arrastrada por una oleada de vértigo que, de repente, le frunció la blusa contra el cuello y se volvió buscando aire entre la nube de humo que se dirigía hacia ella, rizándose desde la chimenea.”

Los textos provienen de la traducción de Flora Casas de Su pasatiempo favorito de William Gaddis editado por Sexto Piso.

El corazón es un cazador solitario de Carson McCullers. Abismo emocional

9788432219573Hay libros que suponen un antes y un después en tu vida lectora, a veces no es fácil que ocurra porque el listón está muy alto, máxime cuando lees una cantidad elevada de libros; este libro, mi encuentro con Carson McCullers es uno de ellos;  en El corazón es un cazador solitario, al que me acerqué sin conocer nada más que el nombre de su autora, encontramos un compendio de sentimientos devastador, sobrecogedor en la aparente simplicidad de la escritura de la autora.

Me encanta la aproximación que hace Soledad Puértolas a la autora en el prólogo, ya que, en cuatro párrafos que he escogido, podemos definir las claves de su estilo y los temas que trata, voy a ellos, en primer lugar:

“La lectura de El corazón es un cazador solitario, como la de cualquier obra de McCullers, resulta fácil. El estilo no se manifiesta para enredarnos y hacer que nos perdamos. Todo lo contrario. El estilo nos centra continuamente, nos guía, nos muestra. La voz que narra sabe muchas cosas, y sigue aprendiendo, no parece dispuesta a claudicar. Nos invita a compartir su sabiduría, sus dudas y su búsqueda. Una invitación que es casi un mandato, porque está llena de convencimiento, de una seguridad que emana de lo más profundo de uno mismo, de la necesidad de encontrar una verdad, algo que explique el inmenso lío y la terrible injusticia –pero también, la desconcertante poesía- que es la vida. Los sentimientos son confusos pero el tono es firme. Aquí radica la intensidad de McCullers, en su interés por el mundo. Está dispuesta a llegar a lo más profundo de esa confusión.”

En efecto, es una obra que se lee sin dificultades, no hay complicación en las imágenes utilizadas, en las metáforas y en el vocabulario empleados, tampoco abusa de la subordinación ni de la enumeración; este estilo, caracterizado entonces por la claridad, por la precisión de los términos sirve como guía, como un timón que guiara el camino del mar de nuestra lectura; es estable pero al mismo tiempo tremendamente sólido a la hora de expresar las emociones, los sentimientos que viven los protagonistas en un mundo como el que nos refleja la norteamericana. Contrasta especialmente esta solidez del lenguaje frente la confusión de sentimientos a la que alude Puértolas; la escritura actúa, casi inconscientemente como un amplificador de lo que de verdad quiere expresar, lo que más le interesa y, por lo tanto, en lo que profundizará aún más.

El siguiente texto alude a la forma en que diseña el texto a nivel de personajes y cómo ese diseño le servirá para tratar los temas en los que quiere profundizar:

“En John Singer, el mudo, convergen todos los personajes. La autora, que meditó mucho sobre esta obra, escribió: “A causa de su sordera, la relación de Singer con el mundo exterior es vaga e imprecisa. Sus amigos pueden atribuirle todas las cualidades que les gustaría que tuviese. Cada uno de estos personajes crea su propia manera de entender al sordomudo a través de sus propios deseos.” Impresiona lo meticuloso del plan, la conciencia plena de lo que la autora tiene entre manos. Su propósito declarado es “la rebeldía del ser humano contra su aislamiento interior y la necesidad que siente de una expresión personal lo más plena posible.” McCullers está evidentemente interesada en una lucha desigual. Sabe que las posibilidades de perder son grandes. “He aquí a estos heroicos perdedores,” nos dice. Un mudo, un borracho comunista, un anciano médico de raza negra, el dueño de un bar, que observa y compadece, una adolescente inquieta… Frustraciones e insatisfacciones personales en un marco social caracterizado por la desigualdad y donde las injusticias que padecen sobre todo las personas de raza negra nos hacen estremecer.”

El faro que sirve de vehículo narrativo es la figura de John Singer, el personaje mudo en el que convergen todos los personajes, especialmente, por supuesto, su amigo Antonapoulos (el otro mudo); los otros cuatro representan polos opuestos que van desde el tabernero Biff Brannon al doctor negro Benedict Mady Copeland pasando por el comunista alcohólico Jake Blount y terminando con la chica adolescente Mick Kelly. Gracias a la sordera, Singer vive aislado en una sociedad a la que no puede llegar en plenitud, la única persona a la que se siente verdaderamente unido está lejos de él (el otro mudo), por lo tanto adopta un tono adecuado con el resto de personas, son ellas las que modelan a Singer, convirtiéndole en aquello que necesitan encontrar, en una persona para sentirse felices; Singer se convierte en el epítome de la amistad, en un elemento consolador para satisfacer las frustraciones e insatisfacciones a las que se van enfrentando cada uno de ellos. No deja de ser paradójico que un mudo sea la solución ante los problemas de la gente y alude directamente a la falta de comunicación que se produce en nuestros días, una falta de comunicación que evita que compartamos nuestros problemas con personas como nosotros, ellos descargan sus dificultades en la imagen idealizada de su amistad encarnada en el ubicuo Singer.

thlh_crowd_slide_01_350A través de las palabras que nos ofrece podemos asomarnos a una cualidad del amor que no esperamos: la no-correspondencia. Esta cualidad nos abruma cuando la vemos aplicada a nuestro protagonista en cuanto a su relación con el otro mudo:

“El ejemplo más sobrecogedor del amor generoso, que se da sin esperar correspondencia, lo encarna el amor que siente Singer por el otro mudo, el griego Antonapoulos. Cada vez que nos asomamos a este abismo de amor, nos estremecemos, doloridos. Qué doloroso puede ser amar, qué solitario.”

Este dolor es palpable casi en nuestras propias carnes, podemos entender la desesperación del protagonista ante los hechos que acontecen; ciertamente, nos encontramos ante un amor sin límites que se sustentaba en una amistad que se malogra. Al perder esa amistad, la verdadera ancla que le unía a la vida, pierde su sentido. Es por ello que ese impactante momento que llega casi al final es un abismo de sentimientos que no tienen fin y en el que nos sentimos reflejados:

“Carson McCullers, en suma, pertenece a esa estirpe de escritores que nos obligan a mirarnos a nosotros mismos, a pensar, como lo hacen sus personajes, en quiénes somos, dónde reside nuestra identidad, nuestras debilidades, nuestra fuerza. Era una escritora extremadamente consciente de lo que hacía. “El aislamiento espiritual es la base de la mayoría de mis temas. Mi primer libro –este que ahora tienes en las manos, lector- se ocupaba de ello, casi en su totalidad…” “El amor, y en especial el amor por una persona que es incapaz de corresponder o de recibirlo, está en el núcleo de mi selección de figuras grotescas objeto de mis obras: personas cuyas deficiencias físicas son un símbolo de su incapacidad espiritual para amar o recibir amor, de su aislamiento espiritual.” No olvidemos que, también según sus propias palabras, “la buena prosa de be estar fundida con la luz de la poesía” y “la imaginación es más verdad que la realidad.” Sí, esto es Carson McCullers: deformación, intensidad, poesía, verdad.”

De ahí que su principal virtud sea conseguir que los personajes, atormentados por su amor no correspondido, por su aislamiento espiritual, se conviertan en verdaderos prototipos de nuestros propios sentimientos; conseguimos ver en ellos reflejadas nuestra propias confusiones y frustraciones y nos parecen tan reales como la vida que vivimos.

Solo hay que irse a su prosa para encontrarnos evidencias de esta poesía cargada de franqueza, tal es el caso de Mick Kelly y su especial sensibilidad musical; especialmente bellas son las imágenes que utiliza para expresar la escucha de la música clásica (“trocitos coloreados de caramelo” y “la cosa más suave y triste”); poesía en nuestros oídos:

“Era algo extraño, pero casi continuamente estaba oyendo en el fondo de su mente algo así como una pieza de piano u otra música. Hiciera lo que hiciera, o pensara lo que pensara, casi siempre estaba allí. Miss Brown, que se hospedaba con ellos, tenía una radio en su habitación, y durante todo el invierno último estuvo sentada en la escalera los domingos por la tarde, escuchando los programas. Probablemente se trataba de obras de música clásica, pero eran estas las que ella recordaba mejor. Había un tipo especial de música que le encogía el corazón cada vez que la oía. A veces, esta música era como trocitos coloreados de caramelo, y otras era la cosa más suave y triste que jamás imaginara.”

Y cómo la presencia de dicha música en su mente le sirve para pintar una nueva forma de aislamiento espiritual: ese que sientes a veces aunque estés rodeado de gente:

“La cálida tarde transcurrió lentamente, y Mick seguía sentada en la escalera, sola. La música de aquel tipo, Motsart, aparecía otra vez en su mente. Era extraño, pero Mister Singer le recordaba esta música. Deseó ardientemente encontrarse en algún lugar donde pudiera cantarla a voz en grito. Había músicas que eran demasiado íntimas para cantarlas en una casa atestada de gente. Era extraño, también, lo sola que podía sentirse una persona en una casa llena de gente. Mick trató de imaginarse un buen lugar íntimo al que poder ir y estar sola y estudiar aquella música. Pero aunque estuvo pensando en ello largo rato, sabía desde el inicio que no existía semejante sitio.”

En el caso de Jake Blount su aislamiento viene por la falta de comprensión ante lo que él cree justo y razonable, nadie le comprende y eso se convierte en un obstáculo para relacionarse en un mundo incongruente y, sobre todo mediocre:

“La verdad es que me gustan las palabras: Materialismo dialéctico…Tergiversación jesuítica… -Jake desgranaba las sílabas en su boca con amorosa solemnidad-. Propensión teleológica. –El mudo se secó la frente con un pañuelo cuidadosamente doblado-. Pero lo que quiero decir es esto. Cuando una persona sabe, y no puede conseguir que los demás comprendan, ¿qué puede hacer? –Singer se esforzó en coger un vaso de vino, lo llenó hasta el borde y lo puso firmemente en la magullada mano de Jake-. Emborracharme, ¿eh?”

“Nadie puede vivir sin prestar su aceptación pasiva a la mezquindad. Alguien tiene que agotarse por completo por cada bocado que comemos y cada pedazo de tela que llevamos puesto.. y nadie parece darse cuenta. Todo el mundo está ciego, mudo, obtuso…, estúpido y mezquino.”

Singer actúa, como ya dije anteriormente como nexo de unión de todas estas personalidades que se sienten abandonadas sin su presencia, simplemente con la expresión de sus ojos consigue que se sientan bien y, sobre todo, queridos:

“Poco después de que Singer regresara a su habitación de la casa de huéspedes, Mick y Jake Blount y el doctor Copeland empezaron a venir nuevamente. Todos querían saber dónde había estado y por qué no les había advertido de sus planes. Pero Singer fingió que no entendía las preguntas, y su sonrisa era inescrutable.

Uno a uno iban llegando a la habitación de Singer para pasar las tardes con él. El mudo se mostraba siempre pensativo y tranquilo. Sus ojos, tan llenos de matices, aparecían graves como los de un hechicero. Mick Kelly y Jake Blount y el doctor Copeland llegaban y se ponían a hablar en la silenciosa habitación, porque sentían que el mundo siempre comprendía, fuera lo que fuera lo que quisieran decirle. Y tal vez incluso más.”

carson10Copeland es utilizado por la escritora para reflejar cuestiones de raza, sus preocupaciones ante una posición, la de la población negra, que se sentía desubicada en el sueño americano, inútil ante una vida de esclavitud, de amargura continua que no les ayuda a evolucionar, muy al contrario, se sienten bajo el yugo de su color de piel que ordena todo lo que les pueda suceder de una manera estructural:

“Muchos se dedican a encerar y pulir resbaladizos suelos de bonitas mansiones. O conducen automóviles para personas ricas demasiado perezosas para conducir ellas. Nos pasamos la vida haciendo miles de trabajos que no son de verdadera utilidad para nadie. Trabajamos y la totalidad de nuestra labor se desperdicia. ¿Es eso servicio? No, es esclavitud.

Trabajamos, pero nuestro trabajo se desaprovecha. No se nos permite servir. Vosotros, los estudiantes que esta mañana estáis aquí representáis a los pocos afortunados de nuestra raza. A la mayoría de nuestra gente no se le permite ir a la escuela. Por cada uno de vosotros hay docenas de personas jóvenes que apenas si saben escribir su nombre. Nos niegan la dignidad del estudio y la sabiduría.

De cada uno según su capacidad; a cada uno según sus necesidades. Todos los que estamos aquí sabemos lo que es padecer verdaderas necesidades. He ahí una gran injusticia. Pero hay una injusticia todavía más amarga que ésa…, que se le niegue a uno el derecho a trabajar según su capacidad. Trabajar toda una vida inútilmente.”

Por si fuera poco, también aprovecha el papel de Mick para reflejar cuestiones de género que también aparecen como algo estructural. Ese ventajismo del que goza un muchacho por ser solamente un hombre frente a su caso:

“-Se me ha ocurrido una cosa –dijo Mick-. Un chico tiene más ventaja que una muchacha. Quiero decir que un chico por lo general consigue un trabajo a horas que no le impide ir a la escuela y le deja tiempo para otras cosas. Pero no hay trabajos así para las muchachas. Cuando una quiere un empleo tiene que dejar la escuela y trabajar todo el día. Tanto como me gustaría a mí ganar un par de dólares a la semana, como tú, pero no hay manera. “

El hecho de ser Singer el sostén del relato sirve como desencadenante de la última parte; en su ausencia los personajes que rondaban, que flotaban alrededor de él, pierden su rumbo, no saben a dónde dirigirse, se vuelven inestables, como es el caso de Copeland en permanente fuga tras un estallido de violencia:

“Sólo le quedaban cuatro manzanas para recorrer y entonces se hallaría sin duda a salvo. El miedo le había cortado la respiración, de modo que estaba jadeando. Cerró los puños y bajó la cabeza. Luego, de pronto, redujo la marcha y se detuvo. Estaba solo en un callejón, cerca de la calle principal. A un lado estaba la pared de un edificio y se desplomó contra ella, jadeando, la gruesa vena que le cruzaba la frente inflamada. En su confusión había cruzado toda la ciudad para llegar a la habitación de su amigo. Y Singer estaba muerto. Empezó a llorar. Sollozó ruidosamente, y gruesas lágrimas le corrían por la nariz, mojándose el bigote.”

También se demuestra que, ante la falta de lo que da sentido a su vida, cada personaje deberá evolucionar para seguir adelante o rendirse en ese mismo momento; tal es el caso de Biff, el tabernero que siente una epifanía en las últimas páginas, una epifanía contradictoria, es capaz de ver el esfuerzo y el valor de aquellos que aman pero, al mismo tiempo se da cuenta de la dificultad que supone enfrentarse a esta nueva situación, volviendo a plantearse el grotesco monstruo del que hablaba la escritora: el amor nunca correspondido.

“El silencio de la habitación era profundo como la propia noche. Biff estaba paralizado, sumido en sus meditaciones. Entonces sintió de repente como un intenso estímulo en su interior. El corazón le dio un vuelco, y apoyó la espalda contra el mostrador para sostenerse. Porque en un fugaz resplandor captó una vislumbre del esfuerzo y del valor humanos. Del interminable y fluido paso de la humanidad a través del tiempo infinito. De aquellos que trabajan y de aquellos que –tan sólo una palabra- aman. Su alma se expandió. Pero sólo por un momento. Porque en su interior sintió una advertencia, un rayo de terror. Se hallaba suspendido entre los dos mundos. “

Qué abismo de emociones nos ofrece Carson McCullers. Qué lectura inolvidable.

Los textos provienen de la traducción de Rosa Maria Bassols de El corazón es un cazador solitario de Carson McCullers

Monstruo de ojos verdes de Joyce Carol Oates. Violencia de género para jóvenes

Monstruo de ojos verdesAprovechando la lectura de Sexy de la misma autora, ya comenté por aquí la faceta de la autora relacionada con la creación de libros para jóvenes; libros que aprovecha para contar temas controvertidos en clave más accesible a nivel de estilo pero con el suficiente fondo para que valgan la pena. El tratamiento que realiza la autora va encaminado a hacer conscientes a los jóvenes de actitudes que pueden ser difíciles de percibir y el modo de hacerlo es llevándolo a su terreno: aquí mismamente recurre a una historia policíaca.

La historia comienza con la típica historia familiar a la que añade elementos que auguran distintos desarrollos. La protagonista, Franky, afronta la posibilidad de que un chico la viole y del que consigue escapar afortunadamente; es parte de la evolución de su identidad, consciente del hecho, tan joven, de haber podido ser violada desarrollará una escisión de su identidad, una especie de reverso tenebroso que le servirá para afrontar todo lo que se encuentre y que sea peligroso para su vida:

“Pero ahora estoy A SALVO.

Soy una buena corredora. Me gusta correr casi tanto como nadar. Así que me voy corriendo hacia casa junto a la carretera de la costa, evitando los coches, con el pelo al aire y dándome contra la espalda. Supongo que para los que pasan en coche tengo aspecto de loca. Pero me siento muy bien. No es lo que podría esperarse; ni siquiera pienso: Oh, Dios, casi me violan. Al contrario, pienso en lo contenta que estoy. Mi madre decía que ella había sido más afortunada que lista cuando tenía mi edad. Creo que yo he sido afortunada y también lista. He luchado contra el atacante y no ha podido conmigo. Le he dado con la rodilla en la ingle, le he dado patadas y le he mordido. Me he escapado. Ni siquiera he tenido tiempo de tener miedo. Era un abusón y un miedica y me imagino que ahora estará preocupado por si les cuento a mis padres lo que ha sucedido y se ve metido en un buen lío.” 

Ese reverso es su personalidad como Monstruo de ojos verdes y se trata de un mecanismo de defensa que utilizará de forma alienante, evadiéndose de hechos a los que no encuentre explicación. Es importante la aparición de este elemento de la identidad ya que, al mismo tiempo que actúa como escudo, inconscientemente irá enmascarando acciones que van sucediendo y que afectan a la relación con sus padres: 

“Bueno, no lo iba a contar. Era suficiente con haber escapado.

Él me había llamado “MONSTRUO DE OJOS VERDES.”

El MONSTRUO DE OJOS VERDES me salvó la vida.”

De hecho, aunque sea capaz de ver el cambio en la personalidad de su madre, cambio que se expresa igualmente en la apariencia y en la forma de actuar, deliberadamente optará por omitirlos, como si una especie de filtro operase en su cerebro:

“Mamá empezó a usar pañuelos. Hermosos pañuelos de seda de colores vivos, chales, blusas de manga larga y jerséis. A veces las mangas eran demasiado largas y le ocultaban por completo las muñecas.

¿Qué ocultaba? ¿Cardenales en las muñecas, en el cuello, en la parte superior de los brazos? ¿Violentas marcas rojas hechas por los dedos fuertes de un hombre?

No podía preguntar. Las palabras se me amontonaban en la garganta pero de allí no pasaban. En presencia de mamá empecé a estar muy callada. Y ella estaba más callada conmigo.”

En este orden de cosas, la toxicidad del ambiente no le ayuda a superar estas reticencias, preguntará a su hermano por lo que está sucediendo y el no contestará (más adelante nos enteraremos de que el hermano es hermanastro y está profundamente influenciado por la fuerte personalidad del padre):

“Pasaba gran parte de las noches en vela, así que, ya muy tarde, solía mandar mensajes de correo electrónico en mi cabeza. A veces, un poco desesperada, me levantaba, revisaba mi correo (casi nunca tenía mensajes; los releía continuamente de forma compulsiva y respondía enseguida) y envidaba alguno. Muchas veces a Todd; me daría vergüenza echar la cuenta de cuántos le envié. 

Hola, Todd…

No sé de ti desde hace algún tiempo. Espero que las cosas te vayan bien por ahí.

Me preguntaba si sabes lo que pasa entre papá y mamá estos días (supongo que si papá se lo cuenta a alguien será a ti).

Franky.”

Oates refleja a la perfección cómo los hechos van afectando a los hijos (especialmente a las hijas y particularmente a Franky) y cómo sus reacciones están cargadas de absolutismos, no hay grises cuando eres joven, o es blanco o es negro, a veces es casi imposible elegir entre una y otra cosa porque están muy cerca; tal es el caso cuando tiene que elegir entre padre y madre, no hay un término medio que lo aúne:

“-¿Lo ha dicho? ¿Papá?

-Y no hemos hablado de divorciarnos, cariño. Si Samantha habla sobre eso alguna vez, Franky, por favor, dile que tu padre y yo no hemos hablado de divorciarnos, ni ahora ni nunca.

Su forma de decir estas palabras, “ni ahora ni nunca”, fue extraña, como si no fueran suyas sino de alguien más.

Mamá se dio la vuelta, frotándose los ojos, y salió de mi habitación. Quería pedirle que volviera, quería abrazarla y sentir sus brazos alrededor de mí. Pero a la vez quería que se fuera; no soportaba seguir viendo esa sonrisa o el cardenal amoratado que le asomaba un poco bajo la mandíbula.”

Esto se demuestra especialmente ante las acusaciones del padre de infidelidad de la madre; la potente figura heteropatriarcal manipula poco a poco con su personalidad dominante la percepción que pudieran tener las hijas, hasta el punto de incitar un odio manifiesto hacia la madre, culpabilizada de los problemas de la pareja:

“Enamorada de otro hombre. Nunca podremos perdonarla.

¿Me creía estas palabras? No lo sé. ¿Creía que había un hombre en la vida de mamá? No lo sé. ¿Me lo creía cuando me parecía saber que no, que no había un hombre, no podía haber un hombre, puesto que mamá se había ido a Skagit Harbor para ser libre? Sin embargo, si papá decía que había un hombre, entonces tenía que haber un hombre.

Y nunca la perdonaríamos.”

La forma de conseguir esta manipulación es una mezcla de violencia (de la que a veces ni es consciente) y un chantaje emocional que le sirve como desencadenante de una situación final insostenible; al final la madre acaba desapareciendo y todo se articula como una investigación policíaca:

“Ha conocido a alguien más con quien se quiere casar. Todo este numerito que ha montado es por dinero. Chantaje. Ha estado exigiendo millones de dólares por el divorcio, además de pagos mensuales y pagos por manutención de las hijas, y yo me he negado, porque no quiero que destruya nuestra familia. Me importa un comino el dinero. Solo me importáis tú, Samantha y Todd. Yo no creo en el divorcio. Me he resistido a sus exigencias, y esto es lo que nos hace, no solo a mí, sino a todos nosotros.. Tú me crees, cielo, ¿verdad?

Vi brillar la verdad en los ojos de papá, y la verdad era el amor y la verdad me protegería.”

Solo la aparición de unos terceros, los investigadores y otros familiares conseguirá sacar de su burbuja a la protagonista que empezará a ser consciente de lo que de verdad estaba sucediendo, el maltrato al que le sometía su padre:

“Sí. Creo que los llegué a oír, a veces.

Nunca delante de nosotras. Normalmente en dormitorio, con la puerta cerrada.

Mi padre se enfada con facilidad. Yo antes pensaba que mi madre le provocaba, pero esa es una forma equivocada de pensar, culpar a mi madre por ser maltratada.

Llevaba pañuelos al cuello, mangas largas para tapar las marcas. Pero yo sabía de qué se traba.

Porque yo tenía miedo, creo. Era más fácil odiarla.”

Maltrato que se replicaba igualmente con las dos hijas; la escritora norteamericana consigue mostrarnos las dudas de un joven ante una situación de este tipo y, al acabar como acaba la investigación policíaca, nos alerta (especialmente al joven lector/a) de las consecuencias que pueden desencadenarse por no actuar a tiempo:

“¡No! Estoy bien, no estoy llorando. Quiero que sigamos.

Sí, es verdad. A veces, Era “disciplina”.

No recuerdo muy bien. Lo tengo un poco borrado, como una pesadilla o algo que has visto en la tele hace mucho tiempo y se te mezcla con la vida real.

Azotes, bofetadas, puñetazos, sacudidas fuertes. Papá me agarraba por los hombros y me sacudía, me sacudía como si quisiera romperme el cuello.”

Un libro ciertamente fantástico para utilizarlo en las aulas; además la editorial ha incluido una guía final muy educativa relacionada con las formas de actuar ante un caso de violencia de género que resulta muy ilustrativa. Espléndida muestra del buen hacer de una escritora comprometida.

Los textos provienen de la traducción de Mª Dolores Crispín de Monstruo de ojos verdes de Joyce Carol Oates para la editorial SM

Resumen Enero 2016. ¡Que no llego!

No me queda más remedio que poner el resumen del mes, aunque me faltan tres reseñas por poner en el blog que llegarán (espero) la siguiente semana: las de Ginzburg, Eliot y Chimamanda (espléndidas las tres, por cierto).

Aquí vengo con el primer resumen de este año tan particular, 16 libros han sido los que me han hecho la vida tan feliz durante este tiempo; la lista es la siguiente, como siempre, en el caso de haber reseña completa, podéis pinchar en el título para acceder a ella: 

Solsticio de Joyce Carol Oates, tenéis una reseña en profundidad de esta obra prácticamente desconocida de la norteamericana.

El libro de la almohada de Sei Shonagon, un clásico oriental y de la literatura universal  que sorprende, precisamente, porque fue escrito por una mujer en tiempos tan lejanos. Como siempre, más información en el enlace.

La bestia de París y otros relatos de Marie-Luise Scherer, esta recopilación de relatos es variada y está escrita con mucho criterio. Fue olvidada en el momento de su lanzamiento, buen momento para recordarla.

La guerra no tiene rostro de mujer de Svetlana Alexiévich, la última premio Nobel de literatura nos garantiza puntos de vista distintos y la óptica de los olvidados; a estas alturas me atrevo a recomendarla vivamente y este ensayo es una forma genial de descubrirla.

Black water de Joyce Carol Oates, una nouvelle que utilizó la norteamericana para narrar unos hechos reales desde un punto de vista muy distinto. En este caso de la víctima, la mujer que acompañaba al senador.

Ejercicios para el endurecimiento del espíritu de Gabriella Wiener, uno llega a lo que llega, si quiero reseñar otras obras esta es demasiado para este mes. El siguiente mes tengo previsto otro libro de ella. Espero dedicarle un tiempo. De todos modos, el poemario está muy bien y os dejo una muestra:

 

“tuve un novio que quería matarme

 

durante el día boxeábamos

por la noche nadie curaba las heridas

 

el viernes santo escapé

llegué hasta la plaza de armas

las mujeres llevaban hojas de palma en las

manos

compré una pensando si acaso servirían

para desinfectar el alma

el olor a vísceras fritas se esparcía en el aire

el azufre del infierno

y una procesión subiendo el cerro san cristóbal

siguiendo remolonamente a cristo

el sujeto disfrazado de mecías

y su cruz descomunal”

 

Érase una vez de Margaret Atwood, uno de mis ºfallos habituales al comprar es no comprobar el contenido, craso error, ya que este libro es una edición anterior de Lumen que incluía la mayoría de cuentos que salieron en Chicas Bailarinas que ya comenté por aquí y no me voy a detener más en ello. El comentario se aplica perfectamente a las estrategias utilizadas por Atwood en esta buena selección de cuentos. 

El viento que arrasa de Selva Almada, me he prometido que voy a leer autoras en habla castellana y aquí van llegando; también es cierto que, gustándome, no me ha convencido tanto. Tengo previsto otro libro suyo en un par de meses… y a ver si le puedo dedicar un poco más de espacio a su descripción de ambientes y personajes en la tradición de  la novela norteamericana sureña:

“Esto ocurrió hace casi diez años. Leni no recuerda con exactitud la cara de su madre. Sí que era una mujer alta delgada y elegante. Cuando se mira al espejo piensa que heredó su porte. Al principio creía que era solo una expresión de deseo, parecerse a ella. Pero ahora que es una mujer ha pescado más de una vez a su padre mirándola con una mezcla de fascinación y desprecio, como se mira a alguien que nos trae, al mismo tiempo, buenos y malos recuerdos.”

Pequeñas virtudes de Natalia Ginzburg, otra de esas autoras que inexplicablemente se habían quedado en mi pila de obras pendientes. Solucionado con esta primera muestra, me ha convencido hasta el punto de adquirir el resto de sus obras. Espero desarrollarlo más pero entra por la puerta grande, ya está entre mis favoritas.

Las efímeras de Pilar Adón, lástima, por las mismas razones no voy a poder hacer un comentario extenso (y lo merece) este relato claustrofóbico y tremendamente endogámico que plantea un microcosmos contenido que es un reflejo de la realidad con preocupaciones y disquisiciones de género desde su propia contención; espero dedicar este año otro libro a la autora; me parece ciertamente interesante:

“En un escenario plano, aislado y fácilmente inundable, donde parecían darse la mano la indiferencia y el retraimiento después de haber establecido sus corazas sobre sus habitantes. Porque, al fin y al cabo, de eso se trataba. Ésa era la esencia del orden creado en la Ruche, la comunidad en la que vivían las Oliver: salvar a las especies más frágiles sin permitir ataques externos. Sin factores tóxicos ni competidores por el espacio o el alimento, propiciando las condiciones  óptimas para que sus protegidos pudieran crecer y desarrollarse. Decidiendo qué especies sí y qué especies no. En qué número y en qué cantidad.

El ambiente, controlado e inofensivo. El sustrato, nutritivo. La estructura, perfecta.”

Middlemarch de George Eliot, típico libro que siempre retrasas en el tiempo por las típicas razones: prosa victoriana, número de páginas, etc… Imperdonable. Este libro es una verdadera delicia por mil y una razones que intentaré explicar en breve tiempo. Guardad un hueco, no os decepcionará.

Medio sol amarillo de Chimamanda Ngozi Adichie, tras tres libros de la nigeriana estoy convencido de que es una de las mejores voces actuales. No exagero si digo que veo como candidata al Nobel en 20 años si sigue de esta manera. Independientemente de los premios, trata muchísimos temas y lo hace muy bien. En sus obras se respira una especie de sensación de estar ante algo grande. 

Los peores años del castigo de Fleur Jaeggy, no estaba prevista en este mes… pero, a veces, tengo que improvisar por diferentes circunstancias, por ejemplo, lecturas de fin de semana; en fin de semana coger un libro grande y ponerse a leer es harto difícil, de ahí que escoja otro tipo de lecturas. Lo mejor de todo es que esta escritora (nacida en Suiza) de raíces italianas me ha proporcionado una buena lectura con esta descripción de los años de juventud de la protagonista en un internado femenino. De esta no haré reseña porque tengo previsto Proleterka en el próximo mes y ahí pienso desgranar el estilo y los temas utilizados por la autora. Aun así, esta novela es bastante recomendable para introducirse en su obra.

 

Los disidentes

Este pequeño apartado aparecerá (o no) en todos los resúmenes del año, e incluirá aquellos libros que se han salido del objetivo anual, este primer mes los afortunados son los siguientes:

Locke & Key Omnibus 1 de Joe Hill y Gabriel Rodríguez, ya comenté que alguno podía haber cada mes, no pude evitarlo, fue el regalo de SSMM los reyes magos de oriente y tengo que reconocer que llevaba tiempo desenado leerlo. Este ómnibus recoge los tres primeros arcos argumentales de la historia que gestó el hijo de Stephen King con los dibujos de Gabriel Rodríguez;  una vieja mansión de Nueva Inglaterra, la mansión de las llaves, donde cada llave origina una serie de acciones de diferente índole. La historia desborda por su imaginación y originalidad, con una mezcla de géneros, siendo el terror y lo policíaco lo predominante; el dibujo de Rodríguez es perfecto para una historia que a primera vista puede resultar sucia en sus trazos pero que, sin embargo, está muy bien hilvanada. Una verdadera maravilla del noveno arte.

Los Caza- Zombis de John Kloepfer, ejem, nunca sabe uno los designios que originan que lea un libro como este. En fin. La curiosidad mató al gato. Algún día explicaré la causa. 

Poema a tres voces de Minase. Renga de Shôchô, Shôhaku, Sôgi, ¿he dicho alguna vez lo que me encanta la colección de poesía de Sexto Piso? En este poema a tres voces se vuelven a sumar más motivos para esta predilección. Más información en el enlace, como siempre.

Solamente tres lecturas de las 16 resultantes están fuera del proyecto. No está nada mal. Lo mejor de todo es que al final he tenido doce mujeres distintas, y de ellas ocho, nada menos, son nuevas dentro de mi abanico de lecturas habitual. Todo un triunfo.

No quiero irme sin la tradicional foto de adquisiciones del mes de enero:

AdquisicionesEnero

De los que podéis ver en la foto ya os podéis figurar que algunos van a esperar hasta el año que viene por mi proyecto. El resto me gustarían que entraran todos este año. De hecho, tres de ellos han entrado en febrero: Los dos cómics y la poesía de Ana Rosetti. Los cuentos de Ozick necesitan más tiempo disponible, serán para más adelante; probablemente la de Stevenson caiga antes.

Un abrazo y ¡Buenas Lecturas!

Black Water de Joyce Carol Oates. Reescritura en clave femenina

41Cjjl7H0iLGracias a la Wikipedia encuentro esta información sobre el Chappaquiddick incident :

“The Chappaquiddick incident was a single-vehicle automobile accident on Chappaquiddick Island, Massachusetts on July 18, 1969. The incident involved longtime U.S. Senator Ted Kennedy. His young colleague, Mary Jo Kopechne, drowned. 

According to his own testimony, Kennedy accidentally drove his car off a one-lane bridge and into a tidal channel before swimming free, leaving the scene, and not reporting about the accident for nine hours. Meanwhile, Kopechne had died in the car through drowning or suffocation. The next day, Kopechne’s body and the car were finally recovered by divers. Kennedy pleaded guilty to a charge of leaving the scene of a crash after causing injury and later received a two-month suspended jail sentence. The Chappaquiddick incident became a national scandal, and likely influenced Kennedy’s decision not to campaign for President in 1972 and 1976”

En 1969 el Senador Ted Kennedy su acompañante Mary Jo Kopechne tuvieron un accidente de coche tras una fiesta que tuvo lugar en la pequeña isla de Chappaquidick, como consecuencia de dicho accidente Mary Jo murió ahogada. El asunto estuvo cargado de mucha polémica debido a la tardanza del senador a la hora de notificar los hechos (nueve horas después del accidente) tras conseguir él escapar del coche. Este hecho supuso, sin lugar a dudas, la muerte política del candidato, que no se presentó como candidato a la presidencia en años sucesivos.

Veintitrés años después (1992), Joyce Carol Oates, decidió acometer la difícil tarea de convertir dicha tragedia (bien conocida por el público general) en un drama con el nombre de Black Water (más una novella)  donde explora las pasiones, los miedos y las decisiones puntuales que pudieron ocasionar esta situación.

En esta claustrofóbica narración Oates adopta una diferente perspectiva, en este caso la de la víctima (con otro nombre: Kelly Kelleher) enriqueciendo la historia con un punto de vista más terrenal, para desentrañar lo más humano. La estructura que escoge parte del hecho conocido, el accidente, contado en el mismo momento en el que ocurre: 

“She heard, as the Toyota smashed into a guardrail that, rusted to lacework, appeared to give way without retarding the car’s speed at all, The Senator’s single startled expletive –“Hey!”

And then the water out of nowhere flooding over them. Over the hood of the car. Over the cracked windshield. Churning in roiling waves as if alive, and angry.”

A partir de ahí, se producirán sucesivas analepsis que le sirven para establecer los momentos anteriores al suceso en cuestión, en todos estos momentos escoge una serie de estrategias que son muy destacables para transmitir ese nuevo punto de vista:

“And then The Senator said, a chuckle deep in this throat like phlegm, “this is a shortcut, Kelly. There’s only one direction and we can’t be lost.”

“Yes,” said Kelly, very carefully very tactfully, licking her lips which were parched, staring ahead too but seeing nothing except the headlights illuminating the tunnel of the road, vegetation, mirror-shards glittering out of the shadows,” –but the road is so poor.”

“Because it’s a shortcut, Kelly. I’m sure.” 

La víctima, Kelly, tiene nombre; el senador, sin embargo, no es nombrado en ninguna ocasión. De esta manera consigue que empaticemos con la verdadera víctima de la situación, su acompañante, la que fue abandonada; por otro lado, esta humanización contrasta con la figura de un ente poderoso, el senador y posible candidato a la presidencia: puede ser Ted Kennedy pero podría ser otro con un resultado parecido; que utiliza su poder para dominar, para tomar decisiones que generan una condescendencia con los que están debajo de él; en el texto anterior esta actitud está presente cuando le dice a Kelly que ha cogido un atajo y él no puede estar equivocado; ante este manejo  del poder investido en su persona, Kelly solo puede callarse y aceptar lo que le comenta; es dominada por la figura patriarcal que no le deja estar en desacuerdo.

De hecho, Kelly, siente la atracción de dicho poder, siente que se siente feliz solo por el hecho de que el Senador pronuncie su nombre; no quiere disentir de lo que le diga porque quiere creer que ella es especial para él:

Kelly! –her heart tripped absurdly, her face went hot, hearing her name, that name given her by schoolgirl friends, on this man’s lips. So casually so intimately on this man’s lips as if he knows me, feels affection for me.

Just before the car flew off the road.”

Precisamente por ello, Kelly idealiza la figura de este ente de poder que se supone que debe guiar el destino de la sociedad norteamericana hasta el punto de atribuirle cualidades humanas que, sin embargo, son exactamente lo contrario de lo que ella piensa; Oates no duda en presentar al senador como una figura manipuladora que muestra una imagen lo suficientemente atractiva para abusar de su poder y conseguir conquistar a quien se proponga, nuevamente la imagen del poder masculino como dominador del género más débil históricamente, los siguientes textos presentan a la perfección la actitud de entrega e idealización de Kelly y el dominio, el abuso de poder de la figura manipuladora del senador:

“He turned out to be really warm, really nice, not at all condescending, Kelly Kelleher began to compose her account of that memorable Fourth of July on Grayling Island –spoke to us all as if we were, not just equals, but old friends.

He’d kissed her, too. But that was later.”

“Shaking Kelly Kelleher’s small-boned hand, squeezing.  “Kelly, is it? Callie? Kelly.”

She’d laughed. Liking the sound of her schoolgirl name on a U.S. senator’s lips.

He wasn’t as I’d imagined him, he turned out to be really warm, really nice, not at all condescending-

Shaping the precise words that would encapsulate, in her memory, in her recounting of memory to friends, perhaps Mr Spader himself who had known the Senator years ago but was distant from him now.

How courteous, genuinely friendly, interested in who we were and what we thought of his Senate proposals, the Medicaid, the welfare reform, yes and he is a visionary. I don’t think it is an exaggeration to say-

How crucial for us to rehearse the future, in words.

Never to doubt that you will live to utter them.”

Esta idealización desencadena un sentimiento de culpa en la mujer, él es perfecto, amable, es decisivo para el futuro del país; en este contexto, que se hayan estrellado y puedan morir ahogados ha sido causado por ella: no quería ofenderle antes diciéndole que se había equivocado, y esa indecisión les ha llevado a una situación límite. Es paradójico, ya que, estructuralmente, ella siente que es la culpable, olvida que el hombre se puede equivocar (y esa es la más probable causa del accidente), pero lo hace porque está coaccionada por un sentimiento íntimo impreso a fuego en su interior: el hombre no se puede equivocar, menos si se trata de un personaje tan poderoso como es el senador; estamos de nuevo ante una estructuralidad que limita la libertad de la mujer en su capacidad de elección además de obligarle a actitudes perniciosas:

“Kelly Kelleher who, after G—-, vowed she would never take her life for all life is precious.

And so it was a matter of her strength, her will. The concentration of her soul. Not to give in. Not to weaken. The black water was rising by choppy degrees to splash over her chin, her mouth, but If I can keep by head up it was a matter of knowing what to do and doing it.

Why had she hesitated to say they were lost, why hadn’t she told him to turn the car around, to reverse their course, oh please! –but she had not dared offend him.

The black water was her fault, she knew. You just don’t want to offend them. Even the nice ones.

He was nice. Even knowing they were so closely watching, memorizing him, certain of his remarks, his jokes. The way, in the spontaneous heat of a tennis volley, he gripped his jaws tight, bared his teeth.” 

Joyce Carol Oates es muy valiente a lo largo de esta pequeña gran obra, no solo por hablarnos de la corrupción del poder y sus consecuencias, sino por dar voz a la víctima, adoptando una perspectiva mucho más humana, conmovedora y, desde luego, más terrenal. Es un canto lleno de indignación ante las figuras que abusan de él.

Solsticio de Joyce Carol Oates. Confrontación psicológica

303580Decidir cómo comenzar este año tan especial era fundamental para dar impulso a mi idea; lo único que tenía claro era que quería empezar con algo que me gustara mucho; al fin y al cabo se trata de leer, y si no te diviertes leyendo, estás apañado; de ahí que, a modo de círculo que se cierra casi desde el primer instante, pensé en mi querida Joyce Carol Oates. El libro fue puro azar, un libro descatalogado y que tuve que poner directamente en Good Reads porque nadie lo había puesto en la base de datos, esto es ciertamente extraño teniendo en cuenta que el libro es de 1985 y esta edición, en concreto, del año 2002.

Anécdotas aparte, la elección ha sido muy adecuada; dentro de las eclécticas posibilidades que nos ofrece la vida y obra de Oates, este libro concretamente, por el tema trata y la forma de hacerlo tiene que ver con una forma de escribir que podría estar asociada más a mujeres, al tratar la extraña relación de amor-odio entre ellas. Al estar leyéndola, de hecho, me vino a la cabeza la idea que sostenía Adrienne Rich según la cual las mujeres llegan a un grado de amistad tan íntimo, tan especial que no puede ser replicado por ninguna amistad entre hombres, ni siquiera homosexual. Rich lo contextualizaba incluso entre amigas que no tienen por qué ser lesbianas.

En Solsticio, Joyce Carol Oates aborda este tipo de amistad entre dos mujeres radicalmente distintas, por origen y condición social, por un lado tenemos a Mónica, a pesar de su juventud es experimentada en la vida, a sus veintinueve años se ha divorciado ya, está huyendo del recuerdo de una época que le hizo olvidar lo preciada que era por sí misma:

“Mónica, sin sentimentalismo, se vio como una mujer, anteriormente una jovencita con el poder (que no sabía de dónde provenía) de convencer a los demás, durante un tiempo, de su cualidad de “dorada” y especial. La lógica emocional del amor por ella.

Se había casado a los veintiún años y divorciado a los veintinueve. Tenía que rendir cuentas por los ocho años, más o menos. (Se había ido a vivir con su novio, en lo que figuraba ser un gesto de desafío, siete u ocho meses antes de la boda. Pero ni la familia de él ni la suya decidieron responder al desafío.) Estaba empezando a olvidar muchas cosas. Ya había olvidado mucho.”

Por el otro la poderosísima figura de Sheila Trask, artista con un marido famoso y relacionado con el arte; su descripción es muy significativa, utiliza las características físicas para subrayar la psicología que hay detrás, su llamativa personalidad, incluso la adopción de rasgos de hombre, pero singularmente atractiva:

“Así, cuando en la animada fiesta de los Green vio por casualidad a una mujer alta, que entraba en la habitación, de pelo oscuro, vestida de forma descuidada, lo único que pensó Mónica fue que era extraña, llamativa, un “carácter” con un estilo no del todo tangible. Era una mujer de cinco o seis años mayor que Mónica, de unos treinta y pico años, y bastante atractiva, incluso –casi- hermosa, con unos ojos negros burlones, unas espesas cejas sin depilar y una boca grande, seria y curiosa. Tenía un tipo casi dolorosamente anguloso, los hombros caídos, y toda ella era desgarbada. A diferencia de los demás invitados de los Green, no se había tomado el acontecimiento con la suficiente seriedad como para vestirse en consecuencia; llevaba una falda negra sin forma que le caía irregularmente sobre las pantorrillas y una camisa de algodón, barata y demasiado lavada, y lo que parecía ser una chaqueta de hombre de tweed, sin abrochar, que le colgaba de los delgados hombros. Una curiosa ave rapaz, pensó Mónica, maniobrando para poder observar más fácilmente a la mujer.”

La amistad entre ambas será el eje de un libro que juega con la caracterización psicológica, en una relación de opuestos, extraña, más difícil de entender desde una perspectiva de un hombre; una relación de extremos donde el odio y el amor aparecen íntimamente relacionados:

“Mónica, mirándola fijamente, no lograba decidir si le disgustaba profundamente Sheila Trask y quería que se marchara o bien sentía el tirón de su poderosa atracción.

Sheila empezó a meditar en voz alta, diciendo a Mónica que envidiaba sus libros, estos libros concretamente (ejemplares de las Brontë, de Dickens, George Eliot, Trollope, Penguins de lomo naranja) estaban tan doblados en las puntas y gastados, tan subrayados y anotados, que era evidente que el lector no sólo había leído las novelas, sino que las había vivido. ¿Qué valor tenía una novela si no se podría vivir?… ¿Si no era más que una cuestión de palabras colocadas con pericia?”

En el anterior texto podemos comprobar estos extremos en el párrafo inicial; en lo siguiente Oates define el sentido de la novela, más como experiencia que simple entretenimiento; si no podemos vivir una novela, ¿qué valor tiene juntar letras?

Esta confrontación de dos personalidades tan radicalmente opuestas es utilizada por la autora para caracterizar cuestiones de género de diferentes formas, una de ellas es la presencia de la mujer en el arte, como expliqué anteriormente con El mundo deslumbrante de Siri Hustvedt la mujer tiene que luchar aún más por conseguir abrirse un hueco en la cultura, por conseguir que la valoren por su obra más allá de ser “la mujer… de alguien conocido”:

“Si hablaban de Sheila Trask en algún aspecto profesional, era sólo para hablar de Morton Flaxman, quien fue uno de los “grandes nombres” de la región durante muchos años. Había vendido su obra a museos y colecciones de todo el mundo, se había escrito sobre él en revistas nacionales, se le habían concedido premios y había rechazado premios. Había aceptado encargos y rechazado encargos, se le había mencionado junto a Moore, Calder, Lipchitz, David Smith.. En su época fue polémico; no tenía pelos en la lengua. Frente a la biblioteca de la escuela se exhibía orgullosamente una de sus obras tempranas, una especie de figura de piedra, aluminio y bronce: su enigmático nombre era Solsticio.”

Sin embargo, con Mónica aborda temas más estructurales sin ser explícita, como el hecho de tener que comportarse de una manera a pesar de estar pasándolo mal, su creencia errónea de que eso le vendrá bien porque se la ha educado así:

“En Wrightsville, secuestrada en su habitación, se pasó varias horas (intoxicantes y agotadoras) estudiando detenidamente los álbumes de recortes que había hecho en el bachillerato, buscando a Mónica, la muchacha dorada, Mónica la reina del baile (el penúltimo curso: había sido acaso la vertiginosa cumbre de su vida social?), para darse ánimo con sus tempranos éxitos. Sabía cómo sonreír, entonces, tal como demostraban esas fotografías, sabía cómo expresar felicidad aun cuando no siempre la sintiera. Pues lo volveré a intentar, pensó Mónica inspirada: seré de nuevo esa muchachita.”

Más explícitas son las referencias posteriores, pero no menos gráficas, como el caso de la enfermera que, en una clínica abortista, acepta, como si no hubiera posibilidad, la maldición de que este sea un mundo de hombres; lo más doloroso es que se da cuenta de ello en un lugar enteramente dedicado a mujeres, que “huela a desinfectante”, es una cualidad que Oates asocia a una situación en la que la mujer necesita ser desinfectada, desparasitada…

“Este es un mundo de hombres, había dicho una de las enfermeras, hacía años, en la clínica de abortos. Este es un mundo de hombres: dicho con un suspiro, como si hablara del tiempo o de la hora del día. Un mundo de hombres, precisamente ese mundo, una clínica iluminada por fluorescentes y oliendo a desinfectante, poblada exclusivamente por mujeres.”

Extremo tras extremo, como en el momento en que Mónica sufre una violación; su único refugio es Sheila y aún en esa situación, con su apoyo, no es capaz de encontrar la culpa en el hombre que la ha maltratado sino que se acusa a sí misma; otro indicio de la estructuralidad inherente y establecida donde se convierte a la víctima en la causante de su daño:

“Sheila le tomó la cabeza en sus brazos, la meció, le preguntó si quería que la llevara a un médico. Si quería que Sheila denunciara a ese hijo de puta a la policía.

Porque, al fin y al cabo la había violentado. Técnicamente y legalmente era una violación.

Mónica se echó a reír, y luego a llorar otra vez, en los brazos de Sheila.

No, no quería ir al médico, y no quería denunciarlo a la policía, sobre todo había sido culpa suya, déjalo estar…”

Mónica, Sheila, dos mujeres, muchos contrastes, una lucha psicológica donde, a pesar de las diferencias entre ellas, se produce un vínculo que más allá de la diversidad, como comentaba al principio sobre Rich:

“Mónica se había equivocado, no estaba mejorando rápida, delirantemente. Le intrigaba el pensar que pronto los huesos le atravesarían la piel. Los huesos de la pelvis, las clavículas, las costillas. Le intrigaba que el “envoltorio protector” de la piel, su piel, pronto se podría disolver; y todo el mundo le entraría.

Ahora hubiera llamado para pedir ayuda, pero se encontraba demasiado floja.

Una llamada a los Jensen de Whightsville, Indiana, pero estaba demasiado floja.

Demasiado floja también para defenderse de Sheila Trask; Sheila imponiéndose ante ella: abriéndose paso a la fuerza en la soledad de Mónica donde no se la quería.”

Nuevas perspectivas que consiguen que abra mi mente a lo que puede ser posible aunque, en un principio, no lo pueda entender.

Empieza mi año, y el estreno es (casi) inmejorable. Lo que me queda por disfrutar.

Los textos provienen de la traducción del inglés de Isabel Sancho para Solsticio de Joyce Carol Oates.

Mis estadísticas del 2015

Los números sirven para poner en perspectiva. Ese es el objetivo de este post: complementar la visión cualitativa que ya comenté en Mis libros favoritos del 2015 

En el 2015 he vuelto a batir mi récord, he llegado a 226 libros… superando los 200 del anterior. Han supuesto un total de 61486 páginas que son más que las 50195 del año anterior.  Este número de páginas supone que:

1º El libro medio tenía 277 páginas; sin embargo, en el 2013 fue de 273 páginas aproximadamente, ha habido un cierto aumento.

2º Teniendo en cuenta los 12 meses del año, la media de libros mensual ha sido de casi 19 (lo que supone unas 5124 páginas mensuales)

El “mamotreto” del año fue Barth con su Giles, el niño-cabra con 1120 páginas.

En cuanto a la lista de libros este año no la pongo al final, me cuesta mucho hacerla y no vale la pena a nivel práctico, lo que sí os pongo es el enlace a GoodReads donde podéis echarle un vistazo y está muy bien ordenada. Aquí lo tenéis junto con las imágenes que pone  la aplicación:

Reto1

Reto2

Esto significa que mi proyecto a tres años, que lo he alargado a cuatro (y se irá a cinco), ha avanzado poco… En cuanto a la famosa distinción de hombres y mujeres, de estas últimas han caído casi 42 libros, lo que supone un 18% de libros de mujeres. En inglés, ha habido 18, solo un 8% sobre el total. Y las nacionalidades, ha habido de todo.

Las consecuencias de estos números no hacen más que refrendar mi proyecto del año que viene que ya he dicho en un post anterior:

Es el año para leer mujeres, al menos en su mayoría.

-Habrá menos lecturas nuevas, aprovechando solo las que salgan de mujeres.

-Posiblemente lea más en inglés.

Este año he bajado mi reto de cantidad a algo más cómodo (180) y me voy a centrar en lo anteriormente mencionado.

Y para conseguirlo voy a cambiar la forma de elegir las lecturas, todos los meses pondré una foto de las lecturas que he elegido para el mes que viene y donde casi todas ellas serán seguro  referentes a mi proyecto. Habrá disidentes por otros compromisos pero van a ser los menos posibles.

Es la única manera de asegurar lecturas. Cierto que se vuelve un poco programático… pero avanzaré las lecturas del proyecto y tengo mucha ilusión.

Eso es todo por ahora.

Un abrazo y ¡Buenas lecturas!

Mi proyecto literario 2016: Las mujeres como protagonistas

Pablo-Picasso-Woman-writingHechos a tener en cuenta:

-14 mujeres han ganado el premio Nobel de literatura de 112 galardonados.

-Actualmente en las listas de apuestas aparecen como mucho 14 o 15 de 70, no es que haya cambiado mucho.

Este post de @Metamaiko en Verne forzó mi reflexión.

Svetlana Alexievich, escritora bielorrusa, gana este año el Nobel de Literatura. Raro es el que la ha leído, raro es el que lee mujeres habitualmente, raro es el que la leerá.

Repasando los libros leídos todos los años suelo hacer mis estadísticas para saber el tipo de lecturas que hago, no sólo en cuanto a cantidad y calidad, me gusta repasar también cuestiones de género y, a veces nacionalidades. Gracias al post que mencioné anteriormente revisé las que llevo leídas este año, la gran cantidad de libros me ayuda para poder diversificar y hay que reconocer que, por ejemplo, este año, he leído cuarenta libros escritos por mujeres.

Aun así, este número supone un 20% de los libros que leo, normalmente, de cada cinco libros, cuatro son de hombres. Está ligeramente desproporcionado, y eso es mi caso… no digo el resto de lectores habituales.

De ahí que me haya propuesto dedicar un año a leer la mayoría de mis libros (todos será imposible por estar escribiendo en otros sitios donde tengo algún otro encargo) pero la idea es clara: siempre que sea posible, mi siguiente lectura será una mujer. Esto naturalmente tiene unos objetivos que paso a mencionar:

-Lo habitual, culturalmente (de una manera estructural) es que se elija una lectura con escritor masculino, si vemos las novedades mensuales, la mayoría de las veces la proporción está radicalmente balanceada hacia ese lado. Lógicamente, se escogerá una lectura de este tipo. Intentaré que esta tendencia, escrita inconscientemente en mi interior, se balancee hacia un cierto equilibrio futuro.

-Leer muchas más mujeres que hombres me va a servir para evaluar, al final del año, si de verdad podemos considerar que existe una “écriture feminine”, término que fue acuñado por Hélène Cixous para referirse a la forma de escribir de una mujer (“woman must write her self: must write about women and bring women to writing, from which they have been driven away as violently as from their bodies”). Si esto fuera así, serían identificables una serie de signos tanto en estilo como en temática, narradores, etc…  que nos llevarían a pensar en una serie de características propias de las mujeres que no están presentes en los hombres y que, si no lees a mujeres, no podrás descubrir nunca. Estaría genial poder ir identificando este tipo de rasgos. E incluso indagar en los rasgos machistas de las propias escritoras, que, lógicamente, podrán encontrarse.

-En mi caso particular me va a servir para abrir la mente a otras posibilidades, tendré que evaluar si esta mayor diversidad me resulta interesante tanto en el análisis literario como a nivel personal. Esto convencido de que va a ser así por la nómina de escritoras que tengo pendiente.

-Naturalmente, me va a servir para hacer proselitismo con un montón de autoras, escritoras que verá más gente y que puede animarse a leer. Eso siempre  es un objetivo de fondo. A lo personal (mi principal razón) se une lo social y la difusión.

-El tipo de escritoras escogidas no se va a limitar a lo contemporáneo, habrá escritoras de género, poesía, pensamiento, tiene que haber de todo para que de verdad valga la pena y se pueda hacer una buena comparación incluso por géneros.

Repasando el otro día mi nutrida biblioteca, encontré unas cuantas escritoras de las que vais a ver un buen desfile el año que viene. Tengo muchas obras suyas sin leer:

Joyce Carol Oates

Margaret Atwood

Alice Munro

A.M. Homes

Eleanor Catton

Kate Atkinson

Dorothy Sayers

Patricia Highsmith

Nancy Mitford

Elizabeth Taylor

Stella Gibbons

Beryl Bainbridge

Connie Willis

Rosa Ribas

Agatha Christie

Sarah Paretsky

Sue Grafton

Janet Evanovich

Iris Murdoch

AS Byatt

Virginia Woolf

PD James

Jhumpa Lahiri

Hillary Mantel

Mary MacLane

Svetlana Alexeievich

Anna Katherine Green

Marisha Pessl

Zadie Smith

Caitlin R Kiernan

Elizabeth George

Maria Lang

Carson McCullers

Val McDermid

Lea Cohen

Susan Sontag

Muriel Spark

Elizabeth Bowen

George Eliot

Pilar Pedraza

Flannery O’ Connor

Katherine Ann Porter

Molly Keane

Hanna Arendt

Eudora Welty

Miyuki Miyabe

Natsuo Kirino

Margaret Millar

Ngaio Marsh

Mary Shelley

Doris Lessing

Marie Edgeworth

Helen MacDonald

Edith Wharton

Fred Vargas

Margaret Drabble

Chimamanda Ngozie Adichie

Nawal El Saadawi

Nadine Gordimer

Rita Indiana

Elfriede Jelinek

Clarice Lispector

Toni Morrison

Valerie Mrejen

Hertha Müller

Cynthia Ozick

Alejandra Pizarnik

Marilynne Robinson

Mercé Rodoreda

Beatriz Sarlo

Wislawa Szymborska

Gabriella Wiener

Adrienne Rich

Siri Hustvedt

Selva Almada

Sandra Santana

Cristina Rivera Garza

Diamela Eltit

Tamara Kamenszain

Sylvia Molloy

Y no descarto que haya más elecciones según lleguen novedades editoriales. El caso es que veremos cómo evoluciona. Quiero fomentar, de esta manera, reflexiones distintas, debates distintos. De hecho estaría bien poder analizar las obras desde otras perspectivas.

Es muy ambicioso, pero bueno, veremos cómo se desarrolla. Por lo menos es un subconjunto de mi proyecto (algunas mujeres estaban incluidas) . Y me viene bien por partida doble para ir cerrándolo.

¿Qué pensáis de este proyecto? ¿Os interesa? Espero todos los comentarios que se os ocurran.

¡Buenas lecturas!

End Zone de Don Delillo. Demasiado fútbol

don-delillo-end-zoneEn octubre Seix Barral (otro de los sellos de Planeta, por si alguien no lo sabe) nos trae la última novela que nos faltaba por tener publicada de de Don Delillo, se trata de End Zone que aquí se ha traducido con el equívoco nombre Fin de campo; y digo que el nombre puede llevar a error por el contenido que se puede encontrar el lector:

“The ball was spotted at our 33. Dennis Smee moved along the line, slapping helmets and pads. Jessup sat next to me on the bench. Blades of grass were stuck to the dry blood on his face. Centrex shifted into a tight-T. Halfback picked up four. Telcon kept for six. Halfback went straight ahead for nine. Halfback went straight ahead for eight. Fullback went off-tackle for four. Fullback went straight ahead, taking George Dole into the end zone with him. The extra point was good.

“Fee-uck,” Jessup said.

“It’s all over.”

Sí, fútbol americano, mucho, un capítulo entero dedicado a un partido con toda la terminología e incluso hay una advertencia del autor antes de empezarlo:

“(The spectator, at this point, is certain to wonder whether he must now endure a football game in print –the author’s way of adding his own neat quarter-notch to the scarred bluesteel of combat writing. The game, after all, is known for its assault-technology motif, and mumerous commentators have been willing to risk death by analogy in their public discussions of the resemblance between football and war. But this sort of thing is of little interest to the exemplary spectator.”

Y no anda desencaminado, en inglés se me hizo cuesta arriba, no tanto por la terminología que acabas cogiendo tras un montón de consultas al diccionario, sino porque es un deporte que no me fascina demasiado, ni lo comprendo ni le encuentro ningún tipo de interés (el béisbol es más entretenido). Me sacaba de la narración cada dos por tres.

fin-de-campo-don-delillo-trabalibrosEnd Zone traducido como “zona de anotación” o “zona final” pegaría más con la terminología asociada a lo que puedes encontrarte en él. La traducción escogida lleva a la parte más metafórica con la amenaza nuclear que se toca también de alguna manera. Pero, sinceramente, si quisiera recomendar a alguien leer a Delillo no le recomendaría este libro por el fuerte peso de lo autóctono y su conexión más que profunda con un deporte que en Europa no es demasiado popular.

Lo que no quiere decir que el libro tenga destellos de lo que el autor desarrollará más adelante, bueno, y cosas que perderá, como es el buen humor:

“You‘re saying that what I learn on the gridiron about sacrifice and oneness will be of inestimable value later on in life. In other words if I give up now I’ll almost surely give up the the more important contests of the future.”

“That’s it exactly, Gary”

“I’m giving up.” I said.

Un humor que, en alguna ocasión más irreverente, mezcla con el sempiterno asunto de la culpa en el pueblo judío de una manera bastante ocurrente:

“Why don’t you want to be Jewish anymore?”

“I’m tired of the guilt. That enormous nagging historical guilt.”

“What guilt?”

“The guilt of being innocent victims.”

“That changes the subject.”

“Also the predicate and the object.” He said.

Quizá me pilló un poco a contrapié esta reflexión sobre la cualidad de comodidad que nos dan los clichés a nuestra vida; aunque es cierto que entrarían dentro de esas rutinas que necesitamos para estar estables; lo cual no quiere decir que esté de acuerdo con su proliferación:

“Most lives are guided by clichés. They have a soothing effect on the mind and they express the kind of widely accepted sentiment that, when peeled back, is seen to be a denial of silence. Their menace is hidden with the darker crimes of thought and language. In the face of death, this menace vanishes altogether. Death is the best soil for cliché. The trite saying is never more comforting, more restful, as in times of mourning. Flowers are set about the room; we stand very close to walls, uttering the lush banalities.”

Los dos últimos textos que os traigo vienen a colación sobre uno de los temas más importantes en la carrera de Delillo: la influencia tóxica de la tecnología para todos los ámbitos de nuestra vida.  En el primero de ellos la asocia a la eliminación del carácter individual de cada persona y la emparenta directamente con su capacidad de destrucción, para el mundo la mejor tecnología es aquella capaz de traer más obliteración (en la guerra o en otro ámbito parecido por extensión):

“I don´t think we care too much about individual bravery anymore. It´s better to be efficient than brave. So that’s it then. It’s regrettable but there it is. And your technology isn’t any good if it can’t beat the enemy’s. Your weapons have to be more efficient than theirs, more reliable, more accurate, more deadly. Your technology has to reach peak efficiency. It has to stretch itself out, overreach itself; it has to improve itself almost instantaneously. It won’t do this without the stress of war. War brings out the best in technology.”

Y esta identificación violencia-destrucción con la tecnología le sirve, a continuación, para referenciarla a la crisis de un sistema de valores que valora cada vez más esa violencia cuando se la tergiversa, dándole incluso un valor positivo en el colmo de nuestra civilización.

“We all know that life, happiness, fulfilment come surging out of particular forms of destructiveness. The moral system is enriched by violence put to positive use. But as the capacity for violence grows in the world, the regenerative effects of specific violent episodes become less significant. The capacity overwhelms everything. The mere potential of one form of violence eclipses the actuality of other forms. I am interested in these things. I am also interested in the discontinuation of contractions. Medial letters are as valid as any others. I have already begun to revise my speech patterns accordingly.”

Posibles lectores futuros de Fin de campo, evaluad si os puede gustar con este comentario. El que avisa, no es traidor.

Mi vida como hombre de Philip Roth. Comienza el juego

mi-vida-como-hombre-ebook-9788499896083“-¡Vuelve a tocarlo, Philly –le dijo el padre, furioso-, y te verás hablando con los atunes, te lo prometo! Te verás hablando con las anguilas.

Pero una vez de regreso en la pensión donde los Zuckerman pasaban sus quince días de vacaciones, Nathan, por primera y única vez en su vida, fue azotado con un cinturón por haber estado a punto de sacarle un ojo a su tío mientras hacía payasadas con el maldito anzuelo. Lo dejó atónito que el rostro de su padre estuviese tan bañado en lágrimas como el suyo propio cuando hubo terminado la paliza de tres correazos y le pareció más sorprendente aún que inmediatamente después se encontrase estrechado entre los brazos del padre.”

y…

“NOTA AL LECTOR

Las dos historias de la primera parte, Ficciones útiles, y la narración autobiográfica de la segunda parte, Mi verdadera historia, han sido extraídas de los escritos de Peter Tarnopol”

No deja de ser curioso que, siendo esta la primera aparición real del álter ego del autor Nathan Zuckerman, nunca aparezca relacionada con la serie de novelas relacionadas con él. El primer texto, ficcional (como nos dice la nota al lector al principio del libro), introduce el que será el personaje más famoso creado por Roth y lo hace a través de otro de sus álter egos, Peter Tarnopol. De hecho, en esa primera parte tenemos toda una declaración de intenciones que nos lleva a uno de los juegos que desarrollará y evolucionará el norteamericano hasta las últimas consecuencias:

“La historia de los sufrimientos de Zuckerman exige un enfoque mucho más serio que el que se juzgó apropiado para el relato de su apacible época de candor juvenil. Narrar con fidelidad los infortunios de Zuckerman entre sus veinte y sus treinta años exigiría un sondeo más profundo, un sentido más sombrío de la ironía, una voz grave y reflexiva en lugar de aquel punto de vista olímpico y divertido… o quizá lo que necesite una historia así no sea gravedad ni complejidad, sino autor capaz de verla como la sencilla comedia de cinco mil palabras que bien podría haber sido. Por desgracia, el autor de este relato –que ha experimentado por sí mismo infortunios similares, y aproximadamente a la misma edad-, no tiene dentro de sí ni siquiera ahora, mediada la treintena, lo que le permitiría relatar esa historia de un modo breve o en un tono divertido. “Por desgracia”, porque el autor se pregunta si no será esto, antes que el infortunio, la medida del hombre.”

“Para terminar, en la mejor tradición de la narrativa, la historia de ese Zuckerman en ese Chicago se la dejo a los escritores que viven en el vistoso presente americano, y cuyas extravagantes novelas cato desde la distancia, para que traten lo improbable, lo absurdo y lo insólito de una forma diferente a la directa y reconocible.”

En mi caso, debido a no haber seguido estrictamente el orden cronológico, ya había leído las cuatro partes que se reúnen bajo el nombre de Zuckerman encadenado y La contravida y este libro actúa como presagio de lo que iba a venir, como una prolepsis que Roth tenía ya en la cabeza y que pensaba acometer tras los experimentos que suponen sus primeras obras; esa capacidad de Roth (como Piglia o Vila-Matas) de expresar sus pensamientos a través de sus contrapartidas literarias, es lo que hace difícil recomendar su obra al lector de a pie, sobre todo porque un libro solo constituye una única pieza de un puzle mayor, mucho más complejo.

A través  de la identidad de Zuckerman empieza a afrontar la relación del escritor con su obra y, al mismo tiempo, presentar rasgos de su personalidad que irá fragmentando a través de otros pseudónimos ficticios (o no tanto), como es el caso de Tarnopol, el escritor que inventa a Zuckerman y que, curiosamente, fue tratado por el mismo psicoanalista  de Portnoy, Otto Spielvogel:

“De 1962 a 1967, el señor Tarnopol fue paciente del psicoanalista Otto Spielvogel de la ciudad de Nueva York, cuyos artículos sobre la creatividad y la neurosis han aparecido en numerosas publicaciones especializadas, sobre todo en Fórum Norteamericano de Estudios Psicoanalíticos, del cual es colaborador. El señor Tarnopol es considerado por el doctor Spielvogel uno de los más destacados narcisistas jóvenes del mundo de las artes nacional. “

En boca de Spielvogel Tarnopol es un narcisista (¿está Roth hablando de sí mismo?) y es  evidente que Zuckerman va a ser su gran proyecto futuro, me encanta el símil musical ya que resume a la perfección los juegos literarios que se desencadenarán, como una fuga en la que cada libro tendría su contribución pintando historias con pequeñas variaciones que se van superponiendo:

“En busca del desastre (uno de los cuentos que le envié) se vería tal vez ampliado en una obra más extensa, ambientada en Italia, sobre un Zuckerman cargado de remordimientos y su bella hijastra: se trata de las típicas reflexiones posfreudianas sobre motivos inspirados en Ana Karenina y Muerte en Venecia. “¿Esto es lo que piensa usted hacer, o continuará escribiendo variaciones sobre Zuckerman hasta haber construido una especie de fuga completa en el género de la ficción?” “Sí, esas ideas son muy buenas –tuve que decirle al hombre, que estaba allí con mi cheque en la mano-, pero lo que estoy haciendo podría describirse más bien como un modo de intentar abrirme camino a puñetazos desde el interior de una bolsa de papel.”

Todo este juego que nos propone es solamente visible desde la óptica del lector avanzado de Roth, el libro en sí mismo se puede quedar para un lector ocasional es una historia en la que brilla con luz propia el protagonista y sus problemas con las mujeres de diversa índole; es este uno de esos libros en el que un análisis superficial pintaría un Roth  machista que atribuye características muy negativas a todas las mujeres con las que se encuentra:

“En este momento no recibo consejos de nadie en lo referente a Susan. Estoy aquí para estar libre de consejeros… y de tentaciones. ¿Susan, tentación? ¿Susan, hechicera? ¡Vaya palabra para calificarla! A pesar de todo, nunca me ha dolido tanto la añoranza de alguien. Como se suele decir, hemos pasado mucho juntos, y no del mismo modo en que “lo pasamos” Maureen y yo. Con Maureen era la monotonía implacable de la lucha, algo que casi me hizo perder la razón. Por mucho razonamiento, inteligencia incluso fuerza bruta a que recurriese para hacer frente a nuestro conflicto, nunca logré cambiar nada. Todo lo que hacía era inútil, incluso, por supuesto, no hacer nada. Con Susan había lucha, sin duda, pero también ciertas compensaciones. Las cosas cambiaron. Nosotros cambiamos. Hubo progreso, evolución, transformaciones maravillosas y conmovedoras en todos los aspectos.”

Aunque siempre nos deja perlas referentes al papel de la literatura en nuestras vidas, es evidente que para el autor norteamericano sus experiencias con mujeres nunca podrán igualar lo que ha vivido gracias a la lectura y no duda en expresarlo cada vez que se presenta la oportunidad:

“Si no me hubiera sentido tan fascinado por aquellas complicadas ficciones cargadas de angustia moral, tal vez no habría dado nunca aquel paseo de ida y vuelta hasta el Upper West Side y nunca habría llegado a tomar la que entendía como la única decisión “honorable” para un hombre moralmente tan “serio” como yo. A pesar de todo, no es mi intención atribuir mi ignorancia a mis maestros, ni mis delirios a los libros. Los maestros y los libros siguen siendo lo mejor de mi vida, y si no hubiese albergado un sentido tan grandilocuente de mi honor, de mi integridad, de mi deber como hombre y de la “moralidad en sí”, quizá no habría sido tan susceptible a la educación literaria y a los placeres que esta conlleva.”

Teniendo en cuenta estos dos últimos ingredientes, es profundamente sintomático que el último capítulo de la segunda parte lleve el título de “Libre” ya que conlleva varias facetas de lo que él entiende como libertad: por un lado su vida como hombre, cómo él mismo, reafirmado en su personalidad y su forma de ser, libre de la influencia perniciosa de las mujeres con las que se ha encontrado; por el otro, la libertad de crear a Zuckerman y desencadenar su futura identidad, su futura relación con la literatura a través del personaje y la composición de esa fuga literaria de la que hablaba con anterioridad. ¡Música maestro!

“Y entonces, con los ojos anegados en lágrimas y los dientes castañeteando, y lejos de parecer un hombre cuya némesis ha dejado de existir, un hombre que vuelve a ser dueño y señor, me volví hacia Susan, que seguía sentada allí, con el abrigo puesto y un aspecto (para mi sorpresa) tan indefenso como el día que la conocí. Seguía allí sentada, esperando. “Oh, Dios mío…-pensé-,  ¡y ahora tú! ¡Tú siento tú! ¡Y yo! ¡Este yo que es yo siendo yo y ningún otro!”

Los textos provienen de la traducción de Lucrecia Moreno de Sáenz y Mercedes Mostaza de Mi vida como hombre de Philip Roth  con revisión de Lourdes González para Debolsillo.

La gran novela americana de Philip Roth. El béisbol como catalizador del mito

GranNovela-Roth-lowCada cierto tiempo es bueno recordar lo útil que es el texto que hice sobre el mito de la Gran Novela Americana a propósito del Libertad de Franzen y El gran Gatsby de Fitzgerald; allí hablaba, entre otras cosas, del momento (1868) en que dicho término fue acuñado por John William De Forest y el verdadero alcance del mismo, más allá de superficialidades aplicadas hoy en día en cuanto a tamaño o simple calidad:

“But the Great American Novel–the picture of the ordinary emotions and manners of  American existence–the American “Newcomes” or “Miserables” will, we suppose, be possible earlier. “Is it time?” the benighted people in the earthen jars or commonplace life are asking. And with no intention of being disagreeable, but rather with sympathetic sorrow, we answer, “Wait.” At least we fear that such ought to be our answer. This task of painting the American soul within the framework of a novel has seldom been attempted, and has never been accomplished further than very partially– in the production of a few outlines.”

Para De Forest la clave estaba en que tenía que ser “la imagen de las maneras y emociones ordinarias de la existencia del pueblo americano” (“the picture of the ordinary emotions and manners of American existence”), es decir, “pintar el espíritu americano dentro de una novela” (“this task of painting the american soul within the framework of a novel”). 

Teniendo en cuenta lo anterior, vamos con Philiph Roth, que en 1973 decidió escribir una novela llamada La gran novela americana, con una intencionalidad clara en cuanto a conocimiento del mito y con una subversión manifiesta en cuanto a la forma de presentar el “espíritu americano”  y “las maneras y emociones ordinarias del pueblo americano”; se puede ver claramente en dos textos, en el primero de ellos dándole la importancia que se merece el béisbol, ese desconocido que despierta la pasión de los americanos: 

“Además, era imposible comunicar la esencia del juego con palabras, ya fueran escritas o habladas, ni siquiera con palabras tan poéticas e inspiradas como las que solía pronunciar Míster Fairsmith. Como decía el general, la belleza y el sentido del béisbol residían en la inalterable geometría del diamante y en el reto que esta comportaba para la habilidad, la fuerza y el sentido de la oportunidad de los jugadores. El béisbol era un juego que se veía de manera distinta desde cada uno de los asientos del estadio, y por consiguiente jamás podría representarse adecuadamente a menos que alguien fuera capaz de reunir en una única imagen lo que todos y cada uno de los espectadores presentes en el estadio veían a cada momento […]” 

Para, a continuación, identificar el béisbol con toda una nación: el nexo que los une a todos. Por lo tanto, en palabras de Roth, el béisbol estaría indefectiblemente unido al sueño americano:

 “¿Qué le dice un americano a otro para entablar conversación en el tranvía, en el tren, en el autobús: “¿Di, puedes ver, con la primera luz de la aurora…?”, ¡No! Le dice: “Eh, ¿qué han hecho hoy los Tycoons?”. Le dice: “Eh, ¿Mazda ha marcado jonrón?”. Dime Roland, ¿sabes ya qué es lo que hermana a millones  y millones de americanos, lo que convierte a los rivales en aliados, a los extraños en vecinos, a los enemigos en amigos? ¡El béisbol! Y Así es como se proponen destruir América, jovencito, ese es su malvado e ingenioso plan: ¡destruir nuestro deporte nacional!

-Pero… ¿cómo? ¿Cómo pretenden lograr algo así?

-¡Convirtiéndolo en un espectáculo ridículo! ¡Haciendo que la gente se ría de él! ¡Quieren que nos riamos hasta morir!”

El final del sueño americano, o la debacle de dicho sueño sería representar dicho deporte no por sus heroicidades  sino más bien desde su faceta más ridícula; eso es lo que hace Roth, ya que toma el equipo más inútil de una de las ligas de béisbol, y lo utiliza para representar las costumbres del pueblo americano mediante una sátira continua y desternillante del deporte y, por extensión, de la sociedad americana.

Para ello escoge como narrador a Word Smith, Smitty, un periodista que será el que relatará las vicisitudes de la liga de béisbol y, en particular de los Mundys, el equipo en cuestión. Adoptará la primera persona de este periodista en el prólogo y en el epílogo, el prólogo le sirve para encuadrar la novela en la tradición, en esa Gran Novela Americana comentada anteriormente:

“Con esta prosa de segunda infancia no me dejarían ni entrar en secundaria, ¿cómo, pues, van a darme el Pulitzer? En fin, ni el monte Rushmore se labró en un día ni la Gran Novela Americana se escribirá sin sufrimiento. Además, empieza a pensar que quizá el dolor le hace bien al estilo: cuando escribir una letra como la z minúscula se convierte en algo tan tedioso y traicionero como un trayecto de montaña donde a cada curva de herradura hay que girar para no despeñarse al abismo, uno tiende a ahorrarse las palabras con z.”

De hecho, no duda, por si no lo teníamos claro, en establecer paralelismos con el Moby Dick de Melville o con el Huckleberry Finn de Twain; un verdadero prodigio que le sirve tanto para asentar la base en cuanto a tradición novelística como para realizar un pequeño resumen de la historia que se va a contar:

“Estudiantes de L. y fanáticos, la historia que me he propuesto contaros –prefigurada en las andanzas de Huckleberry Finn y el negro Jim, así como en las aventuras y el ostracismo de Hester Prynne, la paria de los puritanos- es la de los en tiempos poderosos Mundys,  la de cómo fueron expulsados de su estudio local en Port Ruppert, la del humillante año que pasaron en la carretera y la de la vergonzosa catástrofe que acabó con ellos (y conmigo) para siempre. Poco se imaginaban los otros siete equipos de la liga –poco nos lo imaginábamos todos, incluido el menda- que el aparentemente cómico infortunio de los Mundys constituía el preludio de nuestro común olvido. Mas esa, fanáticos, es la tiránica ley de nuestras vidas: hoy, la euforia; mañana, el torbellino.”

Esta forma de contarlo es lo que utilizará en cada comienzo de los siguientes capítulos, a modo de resumen, adoptando un narrador omnisciente y que entronca directamente con la forma de narrar de la época victoriana, llama la atención su intención de hacer una novela moderna, contemporánea, encuadrada en la tradición más antigua, del inicio de lo que podríamos llamar la Gran Novela Americana:

“Donde se narra cuanto es preciso sobre la historia de la Liga Patriota para que el lector se familiarice con su precaria condición a comienzos de la Segunda Guerra Mundial. Del carácter del general Oakhart, soldado, patriota y presidente de la Liga. De su gran apego a las reglas del juego. De sus ambiciones. A modo de contraste, del carácter del pícher Gil Gamesh, el debutante más sensacional de todos los tiempos. De su actitud hacia la autoridad y la humanidad en general. De la sabiduría y los sufrimientos de Bocazas Masterson, el umpire que se cruzó en su camino. De Cómo Gil Gamesh fue expulsado del béisbol por vulnerar la ley.[…]”

A partir de ahí, cada capítulo es una recopilación de los hechos que les suceden a los Mundys, la liga de béisbol y todo lo que se relaciona con ellos. Los Mundys son un equipo de perdedores, de inadaptados, con miembros amputados, aquellos que no han podido ir a la guerra por sus diversas taras y que van desde Mike Rama que se estrella contra las paredes en cada partido:

“[…] La afición, por supuesto, se sentía profundamente conmovida al ver cómo aquel joven brillante anteponía la victoria a su propia integridad. Cada vez que en el estadio resonaba el pataplum, el corazón se les encogía: ¿se había matado esta vez? Y lo más importante, ¿se le habría caído la pelota? Milagrosamente, la respuesta siempre era negativa. “

Hasta Buddy, el inadaptado de color que se presenta como un gran fichaje y que le sirve para hacer una broma sobre su hombría:

“A causa de la lluvia de flashes que acompañó el contacto de la yema del dedo de Doblona con la carne de Buddy, el efecto de su gesto sobre el antiguo jugador de los Mundys no se hizo perceptible de manera inmediata, pero cuando por fin los presentes recuperaron la vista resultó evidente que en los pantalones nuevos de franela de Buddy asomaba un bulto de considerables proporciones.

-Cáspita –dijeron los reporteros entre risas.

Mazuma, que siempre tenía alguna ocurrencia a punto, dijo:

-Caballeros, si quieren les digo qué es lo que no le falta a mi nuevo jardinero derecho.”

De fondo, la guerra fría, los dobles agentes, los espías, el balanceo entre la posibilidad del comunismo y lo que le puede hacer mal al mundo:

“-En mil novecientos treinta y ocho me mandaron ir a Moscú, el mayor honor que podía concedérsele a un joven agente comunista. Ahí me matriculé en el Centro de la Unión leninista de Espías y Técnicos en Sabotaje, conocido popularmente como el Culetes.

-Gamesh, ¡esperas que me crea que ese es el nombre de una escuela de Moscú? –preguntó el escéptico general.

-General, los comunistas no sienten más que desdén por la decencia y la dignidad humanas. La irreverencia y la blasfemia son su negocio, y saben cómo practicarlo.”

Y el capitalismo como verdadero destructor del sueño americano:

“Oakhart: Sí, es ridículo, pero ¿y si aun así es verdad? ¿Y si acaban destruyendo el béisbol desde dentro?

Smitty: Cuando eso ocurra, querido general, será un día muy triste, pero no será por culpa del comunismo ateo y materialista.

Oakhart: ¿De quién entonces?

Smitty: ¿De quién? ¡Del capitalismo ateo y materialista, he aquí de quién! Pero, claro, eso  es solo una opinión personal, general, la de un tipo llamado Smith.”

Pero, al final, para Roth, es el pueblo americano el que sufre, no son los héroes los que representan el sueño americano, sino los que luchan en el día a día:

“¿Qué pasa con el resto de nosotros, campeón? ¿Qué pasa con los desgraciados, por ejemplo? ¿Qué pasa con los débiles y los humildes y los desesperados y los cobardes y los que no tienen, por decir los primeros que me vienen a la cabeza? ¿Qué pasa con los perdedores? ¿Qué pasa con los fracasados? ¿Qué pasa con los parias de la tierra, que, por si no lo sabías, conforman el noventa por ciento de la raza humana? ¿Ellos no tienen sueños, Agni? ¿No tienen esperanzas? ¿Quién os ha dicho a los campeones como tú que el mundo es vuestro? […] Déjame que te diga una cosa, Adonis americano: a los hijoputas rubitos se os ha pasado la hora. Se acabó, Agni. Ya no aceptamos vuestras reglas, ¡ahora jugamos con las nuestras! ¡La Revolución ha empezado! ¡A partir de ahora los Mundys son la raza suprema!”

Ha llegado tarde, pero ha llegado para quedarse, la última novela que nos quedaba del gran Philip Roth.

Los textos provienen de la traducción de David Paradela López de La gran novela americana de Philip Roth para la editorial Contra.

Jack of Spades by Joyce Carol Oates. Escritora de género, versatilidad

jackOFspadesLa sinopsis de la segunda novela de Joyce Carol Oates en este año tras The Sacrifice , Jack of Spades, no podía atraerme más a priori:

“Andrew J. Rush has achieved the kind of critical and commercial success most authors only dream about: his twenty-eight mystery novels have sold millions of copies in nearly thirty countries, and he has a top agent and publisher in New York. He also has a loving wife, three grown children, and is a well-regarded philanthropist in his small New Jersey town. But Rush is hiding a dark secret. Under the pseudonym “Jack of Spades,” he writes another string of novels—dark potboilers that are violent, lurid, even masochistic. These are novels that the refined, upstanding Andrew Rush wouldn’t be seen reading, let alone writing. Until one day, his daughter comes across a Jack of Spades novel that he has carelessly left out and begins to ask questions. Meanwhile, Rush receives a court summons in the mail explaining that a local woman has accused him of plagiarizing her own self-published fiction. Rush’s reputation, career, and family life all come under threat—and unbidden, in the back of his mind, the Jack of Spades starts thinking ever more evil thoughts.”

Comenté a propósito de El gusano de seda el recurso que utilizan algunos autores de escribir a través de un pseudónimo y cómo esta escisión de la autoría les permite experimentar en temas o géneros tratados (lo más habitual) e incluso transforman su estilo para adaptarse al nuevo tema/género o simplemente por probar nuevas formas de escribir (menos habitual). Joyce Carol Oates no escribe en este caso con pseudónimo (aunque sí lo ha hecho en otras ocasiones) pero trata sobre ello en esta última novela transformando su estilo de tal manera que podríamos estar hablando de la última entrega terrorífica de Stephen King, de hecho, es inevitable pensar en La mitad oscura según la estás leyendo.

Lejos de tratarse de una coincidencia, Oates es muy consciente de los paralelismos que se encarga de alentar continuamente desde el comienzo, aquí se puede comprobar su similitud con el fenómeno Bachman y cómo el utilizar el pseudónimo le sirve para escribir de una manera “más cruda, visceral, francamente terrorífica”:

“There is another, curious similarity between Stephen King and me: as Stephen King experimented with a fictitious alter ego some years ago, namely Richard Bachman, so too I began to experiment with a fictitious alter ego in the late 1990s, when my career as Andrew J. Rush seemed to have stabilized, and did not require quite so much of my anxious energies as it had at the start. Thus, Jack of Spades was born, out of my restlessness with the success of Andrew J. Rush.

Initially, I’d thought that I might write one, possibly two novels as the cruder, more visceral, more frankly horrific  “Jack of Spades” –but then, ideas for a third, a fourth, eventually a fifth pseudonym novel came to me, often at odd hours of the night.”

De hecho, volverá a comentar en varias ocasiones esta diferenciación en la forma de escribir como en este caso donde igualmente habla de su método de escritura, ese “no saber cómo va a acabar una novela hasta que ocurre”:

“The endings of Jack of Spades’s  mysteries were crueler, as they were more primitive. There was too much evil spilling over everything to be tidily mopped up and mostly, everybody died, or rather was killed. Often I had no idea how a novel by Jack of Spades would end until the last chapter which came rushing at me like a speeding vehicle”

Independientemente de la apariencia de thriller que sirve para leerlo con inevitable interés Oates explota las posibilidades de este tipo de narración y el uso del pseudónimo por parte del escritor; solo hay que ver el miedo que tiene el Rush a perder el control, hecho que le sucede cada vez que Jack of Spades paulatinamente parece tomar el control de algunos momentos de su vida:

“Since the previous day, when my dear daughter Julia had innocently picked up a copy of Jack of Spades’s  A kiss before killing and begun leafing through it, I had feeling that something further would happen, out of my control. If there is one thing that frightens me, and infuriates me, it is losing control.

As if Jack of Spades had come to crouch in a corner of my life, unbidden by me, dragging all the light to him, and into him, like a black hole.”

Esta continua evolución hacia el orden establecido por Jack of Spades es expresado con otro recurso que utiliza King en sus novelas: el uso de una voz del subconsciente que, habitualmente aparece en cursiva y suele reflejar pensamientos que parecen ajenos a la personalidad del protagonista:

 

“Easily, the wife’s skull might be broken in a fall.

In the night, on the steep steps –easily.”

 

“I like not that.

Such phrases Jack of Spades inserted into the stream of my thoughts, that were random and inexplicable and not to be taken seriously.

I like not that. Nor should you.”

 

Quizá lo más discutible en la novela es la aparición de C. W. Haider, una mujer que la demanda por plagio pero la siguiente reflexión, en los pensamientos de Rush, nos da luz a un posible objetivo, mucho más ambicioso, de Oates:

“Of course it had not helped Haider’s carrer that she was female, but not feminine. She’d hoped to break into a male-dominated field of popular American mystery-horror writing as few women have been able to do, and certainly not a woman writer who displayed  the ego of a male writer.”

El papel de la mujer en la literatura de género es difícil sobre todo por la falta de reconocimiento inherente a las mujeres en un tipo de literatura (misterio-terror) dominada, de por sí, por los grandes machos; Oates no se corta, a estas alturas de la vida, con su edad, en denunciar esta situación y quiere demostrar con esta novela su capacidad para crear novelas de este tipo al nivel más alto, independientemente de que sea mujer o hombre:

“These Jack of Spades novels will combine some of the intricacies of plot of A. Rush with the crude, quick-moving, visceral power of Jack of Spades. Blend DNA of Stephen King, Mickey Spillane, Clive Barker, Jack Ketchum, Chuk Palahniuk plus sheer gut-wrenching carnage… Euphoria swept through me like flame”

El colofón de este reconocimiento buscado es el momento en que idea una carta ficticia en la que Stephen King felicita a Jack of Spades subrayando la mayor oscuridad de las novelas del personaje (“U R 2 DARK 4 Me”):

“Imagine my surprise and chagrin when, a few weeks later, a hastily scrawled postcard arrive at the P.O. addressed to “Jack of Spades.”

Whoever you are –“Jack of Spades”- U R 2 DARK 4 Me & We ARE NOT rivals

S.K.”

Un supuesto accidente en el pasado que supuso la muerte de su hermano pequeño nos llevará a un final donde lo real se mezcla con lo sobrenatural, en un cúmulo de ambigüedades que os dejo que descubráis por vosotros mismos (de hecho he preferido quitar algún texto que podía revelar algo de esto). Ese punto macabro final supone una fantástica culminación de una novela que tiene mucho por detrás, como siempre ocurre con la grandísima Joyce Carol Oates.

Cuando ella era buena de Philip Roth. El “Roth” menos “rothiano”

CuandoErabuenaLa segunda novela de Philip Roth, Cuando ella era buena, escrita en 1967, es la más atípica con respecto al, por llamarlo de alguna manera, paradigma “rothiano”; inscrita en la tradición naturalista y ajena al entorno judío. Se ambienta en una ciudad del medio oeste en los años cuarenta y tiene como protagonista a una mujer, Lucy Nelson. El retrato de ella y su marido Roy devienen en una historia muy efectista y engañosa. Es evidente que, en sus primeros tiempos, Roth experimentaba  por dónde quería ir, y tocaba todos los palos. Posteriormente, dos años después llegaría el clásico El lamento de Portnoy, toda una declaración de intenciones sobre lo que llegaría más adelante. El lector poco habitual del autor que le descubra a través de esta novela encontrará una buena novela pero no encontrará a Philip Roth.

Sorprende especialmente la utilización de un personaje tan fuerte y contradictorio como es el caso de Lucy Nelson, un personaje creado en la desdicha que juzga sin piedad al resto de personajes que se va encontrando por su moralidad, rozando lo feroz, cuando se trata de una familia, aún peor que la suya:

“Y al pequeño Bing (llamado así por el cantante), que arrastraba la sábana de su cama por el patio trasero mientras llamaba a gritos a alguien llamado Fay, que, según le explicó Kitty, ni siquiera existía. Luego apareció el señor Egan, que podría haberle gustado a Lucy por su caminar sordo y pesado y sus brillantes ojos verdes, si no hubiese sido porque antes Kitty le había señalado algo que colgaba de un clavo, en la parte trasera de un cobertizo abierto, y había susurrado que era un látigo. En todos los aspectos, era la familia más miserable y desdichada que Lucy había visto, de la que hubiese oído hablar o se hubiese imaginado; era aún peor que la suya, si tal cosa era posible.”

O al hablar del amigo más íntimo de su prometido Roy:

“Roy había organizado aquella excursión y había hecho que su madre preparara la merienda como una fiesta de despedida para Joe Whetstone, a quien consideraba su amigo más íntimo. Lucy siempre había considera a Joe un gran tonto. Suponía que, sin duda, era un gran deportista y había que admitir que era guapo y robusto, siempre que a uno le gustara ese tipo de chico, pero no tenía una sola opinión personal sobre ningún tema. Dijeras lo que dijeses, Joe estaba de acuerdo. Había momentos en que Lucy sentía deseos de recitar la Declaración de la Independencia solo para observar cómo cabeceaba afirmativamente, y para oírle decir, después de cada frase famosa:

-Puedes apostar a que sin duda alguna es verdad. Seguro que tiene mucho sentido; es exactamente lo que dice mamá…”

El embarazo (sorpresa) de Lucy desencadenará los acontecimientos posteriores,  la narradora muestra su sufrimiento ante la incomprensión del médico al que va a ver a propósito de la situación,  su actitud defensiva es fruto de una sociedad patriarcal en la que, por defecto, reacciona con acritud:

“-Oh, no me refería eso. ¡Doce cosas, pero ni siquiera sé lo que dice! Doctor… por favor, tiene usted razón, no quiero casarme con él. No quiero mentirle. ¡Odio las mentiras, no miento nunca, esa es la verdad! Por favor, cientos y cientos de chicas hacen lo que yo he hecho. ¡Y lo hacen con varias personas!

-Quizá no deberían hacerlo.

-¡Pero yo no soy mala! –No podía evitarlo, era la verdad-. ¡Soy buena!

-Por favor, debes serenarte. No he dicho que fueras mala. Estoy seguro de que no lo eres. No debes saltar ante todo lo que digo antes de terminar de escucharme.

-Lo siento. Es una costumbre. Lo siento muchísimo.”

La actitud condescendiente del médico nos horroriza como lectores, y nos sorprende en un autor, como es Roth, acusado frecuentemente de ser machista, notamos la indefensión de ella como mujer, al menos desde su perspectiva:

“-Cobarde –gemía Lucy mientras corría hacia la cafetería-. Miserable –sollozaba mientras llevaba la guía telefónica hasta la cabina de la parte trasera de la cafetería-. Egoísta, pusilánime, cruel… -repetía mientras revisaba con el dedo la lista de médicos en las páginas amarillas del listín, imaginando que todos le dirían lo mismo, “Jovencita, no puedes esperar que solucione tu vida”, y se vio a sí misma pasando de un consultorio a otro, humillada, obviada y maltratada.” 

Obligada a casarse con alguien que no merece su respeto, tomará el papel aparentemente matriarcal, Roy, su marido, se convierte en una persona insegura en todos los aspectos con respecto a ella:

“-Oh, ¿de veras? ¿Y por qué motivos, si es que puedo preguntarlo? ¿Soy yo quien desaparece? ¿Soy yo quien no va al trabajo y quien ni siquiera no se concentra cuando está trabajando? ¿Soy yo quien rompe a llorar y tiene pataletas delante de un niño pequeño? ¿Soy yo quien imprime tarjetas de visita para un negocio que ni siquiera puedo empezar a organizar?

Señor, no me diga que consiga un abogado. Dígale a su cliente, el señor Sowerby, que le diga a su sobrino que crezca. Tengo que ocuparme de un apartamento y de un confundido niñito cuyo padre desaparece para pedirle consejo a una persona despreciable e irresponsable. ¡Adiós!”

La raíz de la forma de ser de Lucy tiene que ver con el estigma de su padre, que no ha hecho la vida fácil a su madre, según se acerca al final, no duda en recriminar a su madre su actitud:

“-Déjame… -La voz era apenas audible.

-¿Por qué? ¿Para echar por la borda otros veinte años? ¿Para ser humillada una vez más? ¿Para volver a ser maltratada? ¿Para que vuelvan a abusar de ti? Madre, ¿qué crees que estás haciendo? ¿A quién crees que salvas? Madre, ¿qué sentido tiene decirle al señor Muller que se vaya cuando ese idiota, ese retardado, ese redomado inútil…?

-¡Pero tú deberías ser feliz!

-¿Cómo? –de pronto Lucy se quedó sin fuerzas.”

Podríamos estar hablando de una novela feminista hasta ahora; sin embargo, Roth, en un giro final inesperado y efectista; le da la vuelta todo, demostrándonos la falta de fiabilidad de la narradora y convirtiendo todo lo que hemos leído en un delirio, con una escena final tremendamente patética que recuerda más a un thriller de Lehane:

“-No –dijo Papá Will-, no, Lucy.

-Déjame pasar, abuela. Papá Will, dile que me deje pasar, si es que tienes algún poder sobre tu propia esposa. Subiré a recoger mi abrigo  y mis zapatos y luego iré a la comisaría de policía. Porque ninguno de ellos se saldrá con la suya. Y si la policía tiene que arrestarlos todos, a Roy, a Julian y a ese famoso buen hombre Lloyd Bassart, entonces que lo hagan. ¡Porque no se puede robar un niño! ¡No se puede arruinar una vida! ¡No se puede abandonar un matrimonio y una familia! ¡Por favor, abuela, déjame que suba a buscar mi abrigo!”

No dudo de que muchos lectores puedan disfrutar con ella, pero, indudablemente, Cuando ella era buena no entraría en el corpus de las obras magníficas que ha creado el escritor norteamericano; es bueno acercarse a ella, pero no vamos a descubrir lo mejor de Roth.

Los textos provienen de la traducción de Horacio y Margarita González Trejo de Cuando ella era buena de Philip Roth para DeBolsillo.

El maestro de Petersburgo de J. M. Coetzee. La escritura como sacrificio

ElMaestropetersburgo“Intenta lanzar un encantamiento, pero ¿sobre quién? ¿Sobre un espíritu o sobre sí mismo? Piensa en Orfeo cuando camina hacia agrás, paso a paso, susurrando el nombre de la mujer muerta, para engatusarla y obligarla a salir de las entrañas del infierno; piensa en la esposa envuelta en el sudario, con los ojos ciegos, muertos, que lo sigue con las manos extendidas ante sí, inertes, como una sonámbula. No hay flauta, no hay lira: solo la palabra, la única palabra una y otra vez. Cuando la muerte siega todos los demás lazos, aún queda el nombre. El bautismo: la unión de un alma con un nombre, el nombre que llevará por siempre, para toda la eternidad. Apenas respira, pero forma de nuevo las sílabas: Pavel.”

Haber leído y analizado varias novelas de Coetzee en el blog me da una ventaja creativa considerable a la hora de afrontar lo que me queda del autor sudafricano (ahora australiano): la de poder fijarme en detalles que, a veces, no definen en esencia la novela, sino más bien al autor. Esta es una de esas ocasiones en las que aprovecho la situación; El maestro de Petersburgo, aparentemente, puede ser considerada como una biografía ficcional de Fiodor Dostoievski que adopta el papel (falso) de padre del recientemente fallecido Isaev:

“-Tu padre que te quiere, Fiodor Mijailovich Dostoievski –murmura el magistrado antes de mirarle a la cara-. Hablemos, pues, con claridad. Usted no es Isaev. Usted es Dostoievski.

-Sí. Ha sido una treta, un error estúpido, pero inofensivo, que ahora de veras lamento.

-Comprendo. No obstante, viene usted aquí y afirma ser… En fin, ¿hay que utilizar esa fea expresión? Utilicémosla cautelosamente, por así decir, al menos de momento, a falta de otra mujer. Afirma ser el padre del difunto Pavel Alenxadrovich Isaev y solicita que le sean devueltas sus pertenencias, cuando lo cierto es que no es usted esa persona. Esto no tiene  buena pinta, ¿verdad que no?”

“-Utilicé el nombre pensando en no complicar más las cosas, nada más que por eso. Pavel Alesandrovich Isaev es mi hijastro, el único hijo de mi difunta esposa. Pero para mí es como si fuera mi propio hijo. Aparte de a mí mismo no tiene a nadie en el mundo.”

Me fascina cómo Coetzee utiliza algo tan sencillo para verter sus ideas que van mucho más allá de este mero relato de posibles hechos biográficos; da la impresión de que utiliza la figura del escritor ruso para reflejar sus propias inquietudes y miedos, como es el inferior papel de los hombres sobre las mujeres:

“Este es el gran secreto de las mujeres, eso es lo que les da ventaja sobre los hombres como nosotros. Saben cuándo ceder, cuándo echarse a llorar. Nosotros, tú y yo, no lo sabemos. Aguantamos, embotellamos la pena dentro de nosotros, la encerramos a cal y canto, hasta que se convierte en el mismísimo demonio. Y entonces nos da por cometer alguna estupidez, solo con tal de librarnos de la pena, aunque no sea más que un par de horas. Sí, cometemos alguna estupidez que luego habremos de lamentar durante toda la vida. Las mujeres no son así, porque conocen el secreto de las lágrimas. Tenemos que aprender del sexo débil, Fiodor Mijailovich; tenemos que aprender a llorar. Fíjate: a mí no me avergüenza llorar. El mes que viene se cumplirán tres años desde que sobrevino la tragedia. ¡Y no me avergüenza llorar!”

Utiliza una característica tradicionalmente femenina, por costumbre un signo de debilidad, para resaltar que el hombre es inferior precisamente por no saber llorar;  y, afortunadamente no se queda ahí, utiliza el marco histórico para criticar el acomodamiento de una sociedad en contra de la revolución en marcha:

“-Se lo voy a decir. Sus días están contados. Lo que ocurre es que en vez de hacer mutis y abandonar el escenario sin hacer ruido, quieren arrastrar al mundo entero con ustedes. Les irrita que las riendas pasen a manos de hombres más jóvenes y más fuertes, hombres que van a construir un mundo mejor. Así es como son ustedes. Y no me venga con el cuento de que usted fue un revolucionario, que fue condenado a diez años en Siberia por sus creencias. Sé al dedillo que a usted lo trataron en Siberia como si fuese parte de la nobleza. Usted no compartió los sufrimientos del pueblo, en modo alguno: todo eso es mera falsedad. ¡Los viejos como usted me dan asco! El día en que cumpla treinta y cinco años, me vuelo la tapa de los sesos, se lo juro.”

Y llego a las dos reflexiones que se me quedaron grabadas, una es la referente a la muerte, sobre lo que de verdad nos asusta, no tanto el dolor físico como el psicológico:

“-Lo que más nos asusta de la muerte no es el dolor. Es el miedo de dejar atrás a los que nos aman, y de viajar solos. Pero no es así, no es tan simple. Cuando nos morimos, nos llevamos a los seres queridos en nuestro corazón. Por eso, Pavel te llevó consigo cuando se murió, y me llevó a mí consigo, y también a tu madre. Aún nos lleva dentro a todos. Pavel no está solo.”

La otra, como no podía ser de otra forma, es referente al precio de escribir, el escritor que, de manera faustiana, entrega su alma al escribir cada libro, como hizo su ejemplo, Dostoievski, como hace el propio premio Nobel con cada texto que perpetra:

“Le da la impresión de que es un precio enorme el que ha de pagar. Le pagan muchísimo dinero por escribir libros, dijo la niña, repitiendo lo que había oído al niño muerto. Lo que ninguno de los dos alcanzó a decir fue que a cambio había de entregar su alma.

Ahora empieza a probar ese sabor, y sabe a hiel.”

Los textos provienen de la traducción de Miguel Martínez-Lage de El maestro de Petersburgo de J. M. Coetzee para Random House Mondadori.

Sobre la escritura de Virginia Woolf. Edición de Federico Sabatini. Selección epistolar

SobrescrituraCuriosa la publicación que nos trae Alba de la mano de Federico Sabatini (1973), profesor de lengua y literatura inglesa de los siglos XIX y XX en la Universidad de Turín y doctor en literatura comparada;  este Sobre la escritura es todo un descubrimiento por su potencialidad más que por el conjunto de textos reunidos; la introducción de Sabatini nos introduce con acierto en la figura de la británica, de cara a poner en valor su creciente prestigio:

“Su prestigio siguió creciendo con el tiempo tanto en el medio académico como en el sentir popular. Junto con su sorprendente y conmovedor suicidio, hay múltiples factores que han contribuido a que se ha ya considerado un icono: fue una mujer que, a pesar de sufrir episodios de una enfermedad mental grave, consiguió escribir un corpus asombrosamente amplio de ficción y crítica literaria; alguien que, a pesar de su frágil sensibilidad, tuvo la fortaleza de expresar abiertamente sus propias opiniones y de oponerse con firmeza a la cultura de su tiempo y a la tradición literaria que la precedió. Y, por último, una escritora valiente que, con su marido, fue capaz de fundar su propia editorial para poder disfrutar de una completa libertad de expresión.”

Para, a continuación, informarnos de la composición; ni más ni menos que una selección de pasajes significativos de las cartas que escribía Virginia Woolf:

“Este libro presenta los pasajes más significativos de las cartas de Virginia Woolf en los que habla de la escritura en general y de sí misma como escritora. Los fragmentos de sus textos sobre la escritura revelan, inevitablemente, el carácter vanguardista y original de su personalidad, su ironía, que ha sido demasiadas veces pasada por alto y su alegría. Y, de un modo todavía más relevante, su profunda clarividencia, captura en esos “momentos de ser de la vida cotidiana.”

Y nos descubre el valor de las mismas, no solamente en cuanto al fin, ese reflejo de los momentos de vida, sino también en lo estilístico, mucho más elaboradas de lo habitual, con un uso nada ordinario de comparaciones y metáforas:

“En algunos de los fragmentos seleccionados en este libro encontramos el empleo recurrente de metáforas y comparaciones sutiles, originales y a menudo humorísticas que son típicas de su manera de desafiar el uso del lenguaje ordinario y los límites del propio lenguaje. Podemos leer, por ejemplo, que un libro es “como una serpiente que ha sido medio atropellada pero que siempre acaba levantando la cabeza”; el texto de Lytton Strachey le parece “una serpiente que se insinúa con innumerables anillos de oro”, ella es la morsa que “trepará a su roca y lanzará un grito” o se siente como si estuviera “clavando una bandera en lo alto de un mástil en medio de un vendaval enfurecido.”

Estas cartas se centran en dos aspectos claros, tanto en lo personal como en lo profesional en su faceta de escritora y crítica; esa diferenciación es difusa en ocasiones  como en el siguiente caso, pero la escritora ahondaba en la falibilidad del lenguaje como medio de expresión y la paradoja que supone al dedicarse a escribir:

“Supón que cuando esta carta te llegue estás de humor y que la lees justo con la luz adecuada, junto al brasero en la habitación grande. Entonces, como por accidente, puede que llegues a comprender algo de lo que yo, que estoy sentada junto a mi chimenea en Monks House, soy, siento o pienso. Todo parece bastante incierto e infinitamente engañoso: hay tantas afirmaciones vacías, tantas trampas del lenguaje. Y sin embargo es el arte al que consagramos nuestras vidas.”

Esta unión en el caso de Woolf se convierte en algo indisoluble: finalizar un libro supone un momento desolador, no solo como escritora sino a un nivel interno psicológico:

“Te lo juro, todo aquí es tan amargo, tan roto, tan desolador, todo fracturado, todo inerte. Los Huxley vienen a cenar y no consigo armarme de valor para atender a mis invitados. Qué gran vacío… lo que quiero decir es que estoy temblando como una hoja en un vendaval en algún pasillo o antesala, fuera de la vida, fuera de la habitación, todo porque he terminado un libro.”

No faltan comentarios críticos, faceta quizá más olvidada pero fundamental en el caso de la ambigua escritora; y comprobamos que existía un fin, esa búsqueda de la belleza, de lo sublime, que ya había visto en obras clásicas; la aparición de Proust no es casual como comentaré más adelante.

“Pero estoy de acuerdo en que uno (nosotros, nuestra generación) debe renunciar a conseguir la gran belleza; la belleza que viene de la plenitud, esa que está en libros como Guerra y Paz y supongo que en Stendhal y en algo de Jane Austen; y en Sterne; y sospecho que en Proust, del cual solo he leído un volumen. Solo ahora que he escrito esto dudo de que sea verdad. ¿No estamos siempre esperándola? Y aunque siempre fracasamos, seguramente no lo hacemos tan completamente como lo haríamos si no estuviésemos desde el principio para intentarlo todo.

Hay que renunciar cuando el libro ya está terminado, no antes de empezarlo.”

El talento de Woolf es patente hasta para definir su forma de pensar:

“Mi cerebro es una máquina que solo es capaz de funcionar diez minutos seguidos.”

Me quedo especialmente con su faceta crítica; es fabuloso como se queda sin palabras para describir la poesía de T.S. Eliot y evita utilizar lengua de suplemento cultural hasta poder encontrar una forma de comentarlo:

“Es lo que el crítico del Lit. Sup. (Times literary suplement) llamaría encanto, o encantamiento. Tiene que haber una palabra exacta que es la que usaría un crítico, pero tengo demasiado sueño para buscarla. Así que debo simplemente dejar constancia del hecho de que es la magia la que me aleja de la comprensión. Uno de estos días espero empezar a comprenderlo más y más y entonces cortaré el libro en muchas cintas con mil navajas.. eso espero.”

Y es por ello que la selección se queda en un pequeño compendio ligeramente insatisfactorio, no me importaría que publicaran sus seis volúmenes de cartas y sus estudios críticos para completar la idea y la personalidad que tengo ya formada de la contradictora escritora. Una buena muestra de su genialidad a la hora de mezclar este género epistolar con crítica y unirlo a ese “momento de vida” es el siguiente párrafo, una delicia sobre Proust:

“Mi gran aventura es Proust. Bueno, ¿qué queda por escribir después de eso? Voy todavía por el primer tomo y supongo que se podrían encontrar faltas, pero estoy en estado de fascinación. Como si se estuviera produciendo un milagro delante de mis ojos. ¿Cómo es posible que por fin alguien haya conseguido solidificar esa materia siempre fugitiva y convertirla en esta sustancia tan perfectamente bella y duradera? Uno tiene que dejar el libro y respirar hondo. El placer es físico, como sol, vino y uvas.”

No hay mejor forma de terminar este pequeño comentario. Woolf y su grandísimo talento.

Los textos provienen de la traducción de María Tena de Sobre la escritura de Virginia Woolf en la edición de Federico Sabatini para Alba.

The Sacrifice de Joyce Carol Oates. Lo racial como eje

TheSacrifice_OatesTeniendo en cuenta que Alfaguara  (ahora incluida dentro de Penguin Random House Mondadori) está sacando, con suerte, un libro al año de Joyce Carol Oates (el año pasado únicamente Carthage que comenté por aquí) es ciertamente insuficiente para equilibrar los tres libros al año que va a sacar en el 2015, por poner un ejemplo. En este orden de circunstancias, sabiendo que puedo leer en inglés sin problemas, opto por leerlo mejor en su lengua original e iré adquiriendo los que vayan saliendo. Por lo tanto, para vuestro bien o no… podréis ir viendo los nuevos lanzamientos de la prolífica y ecléctica escritora estadounidense.

El primer libro que ha sacado este año es The Sacrifice y está de pletórica actualidad habida cuenta de los últimos hechos acontecidos en Estados Unidos; siguiendo la cuenta de twitter de la autora (si no lo hacéis ya, deberíais…) es uno de los temas más comentados (¡junto con la sociedad del rifle!) y este libro es la respuesta a esta preocupación.

La premisa inicial es sencilla, una hija negra desaparecida que supuestamente recibe malos tratos por un grupo de policías blanco; el marco, Pascayne, una ciudad de New Jersey donde ambientaba la novela Them que terminaba en una explosión racista de considerables dimensiones. La víctima, Sybilla Frye, es buscada en una escena inicial de indudable patetismo por parte de su madre Ednetta, fijaos en la forma de caracterizar el habla, como el segmento más bajo de la sociedad, además, de color:

“Seen my girl? My baby?

[…]

My girl S’b’lla –anybody seen her?

[…]

S’b’lla young for her age, and trustin –she smile at just about anybody.”

La ciudad, racista casi por naturaleza, los negros, una especie en peligro de extinción en un sitio como este:

“They were an endangered species –black boys. Ages twelve to twenty-five, you had to fear for their lives in inner-city Pascayne, New Jersey.”

La victima describe lo que le ha ocurrido mediante un monólogo interior de mucha fuerza que resalta por las faltas que comete al hablar para describir una situación extrema:

“Tied me so tight like you’d tie a hog no water and no food, they was hopin I would weaken and die some of them went away, an other ones came in therr place Nigra hoar of babyland they was laughin

I could not see their faces mostly I heard their voices

[…]

In my hair and on my body they smeared dog shit to shame me when they was don with me two of them dragged me from the van to that place in the cellar they put they foot on the back of my head to press into the earth they would leave me there, they said beetles would eat me and nobody give a damn about some ugly nappy lit nigra if she live or die and nobody believe her, that a joke to think!”

A partir de ahí, Oates utiliza una narración ficcional de una manera ensayística, su objetivo es, a través de la ficción, mostrar una situación general racista (independientemente de si ha ocurrido o no) y evaluar quién/es serán los sacrificados por esta situación; de esta manera propone diferentes perspectivas desde distintos puntos de vista, en una narración coral que ayuda a dilucidar todas las personas que se convertirán en sacrificio; Pascayne es el paradigma de ciudad racista, como muchas otras en EE.UU para Oates, de hecho, que ocurra algo así no es común, pero tampoco es raro:

“A brutal gang-rape is not a common incident even in inner-city Pascayne. Yet, a brutal gang-rape is not an uncommon incident in inner-city Pascayne.”

La variedad de matices que nos muestra enriquece muchísimo una narración tan variada donde vamos encontrando uno tras otro sacrificio, como es el caso de la Sargento Iglesias, de Puerto Rico, que sufrirá de diferentes maneras el tener que investigar el caso, primero por parte de sus compañeros:

“When she’d graduated from the police academy and began to wear the patrol officer’s uniform she’s felt suffused with pride. She’d thought Now I am one of – something. Now there are many like me.

Apart from the Forest Park captain Ramon Iglesias there were few Puerto Rican-American police officers in the Pascayne PD. Very few African-Americans. And very few women.

Not quite out of earshot her fellow officers had begun saying of her If Iglesias believes that rape bullshit she’s crazy. She’s finished.”

Algo que puede llegar a entender, lo que no comprende y le atormenta es el rechazo manifiesto de Ednetta; discriminación entre personas del mismo sexo, el femenino; la raza es en este caso lo que prevalece, al no reconocerla como negra… sino como latina:

“Iglesias was pained that Ednetta Frye so disliked and distrusted her. There seemed nothing she could say to persuade the woman otherwise.

The animosity of men, she could comprehend. Sex-hatred of the female was common in the culture. But the animosity of a woman so like herself –so essentially herself- was something very different.”

El colmo para la pobre sargento es encontrar que no solo no va poder investigarlo sino que le van a indicar que no puede hacer nada para evitarlo; esta inevitabilidad e impotencia ante algo que va a volver a suceder es una de las grandes tesis de Oates; independientemente de que en esta ocasión haya sido verdad o no, volverá a ocurrir de nuevo y no hay manera de evitarlo:

“Mrs Tice laughed. Still she was gripping Iglesias’s elbow in an oddly intimate gesture.

“Mrs. Tice, if nothing is done, whoever hurt Sybilla will get away with it. If she’s been sexually assaulted – he will do it again. Or –they will do it again.”

Now gravely Mrs. Tice said, “Yes ma’am. They will do it again. Nobody gonna stop that.”

Si todo fuera en una dirección no aportaría demasiado a estudios de este estilo pero Oates va más allá; es decisiva la entrada del reverendo Mudrick y su hermano gemelo abogado Byron; todo va encaminado en este caso dirigido a la mercantilización del dolor en provecho propio:

“You, Sybilla, are a race victim, a martyr, and a sacrifice. But you will be our saint –our Joan of Arc.”

Aprovechar la situación para extenderlo, en general, a un conflicto contra toda la raza es la baza que usará el reverendo para montar una cruzada contra la raza blanca:

“Another time now, but with renewed zest and revulsion, Mudrick recounted the unspeakable outrage” perpetrated upon Sybilla Frye. “When white men assault a black girl, it is ‘blackness’ they are assaulting- that is, all of us.”

Su propio hermano, Byron, no podrá entenderlo; Marus tomará decisiones sin consultarle, arriesgando su carrera y añadirá la utilización de la religión como elemento aglutinador en su cruzada; Marus adaptará la religión y las enseñanzas de Cristo a lo que le interesa en ese momento provocando situaciones muy peligrosas, no solo para su hermano sino para toda la ciudad:

“Jesus! My brother is insane.

Reckless, vicious…

But I’m the one who will be disbarred.

Afterward, Marus said with a shrug that he hadn’t consulted with Byron because he’d knows that Byron would have counselled him against the impromptu march. And Byron Said, incensed, “You are right, Marus! You are absolutely right.”

“You’re a conservative by nature, Brother. I’m a radical.”

“You’re a Christian. You can’t betray the basic tenets of our religion.”

“Brother, there are ‘conservative’ and ‘radical’ Christians. Jesus was hardly ‘conservative’ –He died for his radical beliefs, and we must emulate him.”

“You don’t want to die for your beliefs, Marus –don’t be ridiculous. Like King? Like Malcolm X? Not you.”

La religión se convertirá en el único bálsamo, el remedio para Sybilla que cederá ante un líder musulmán para buscar refugio ante una situación insostenible:

“’Aasia Muhammad.’ Daughter of the Prophet you will rise…”

Aasia Muhammad! She had never heard so beautiful a name.

No longer was she “Sybilla Frye” –already the name sounded coarse and common to her ears.”

El final se revela como una epifanía donde, en realidad, cada pequeño sacrificio es parte de un Sacrificio mayor, el de toda una sociedad polarizada por múltiples intereses que no pueden evitar que se sigan produciendo estos conflictos en los que nadie gana, todos perdemos. Su visión, en una sociedad como la norteamericana, es profundamente pesimista. Los sacrificios quedan claros, lo que no está tan claro es que pueda haber una solución a una situación que se está enquistando y convirtiéndose en una espiral incontrolable de destrucción.

Gran libro el que se marca Joyce Carol Oates. Si manejáis inglés, es un buen momento para introducirse en la prosa de la norteamericana, quizá no lo veamos nunca por aquí.

La habitación de Jacob de Virginia Woolf. Woolf y sus orígenes

LaHabitaciónJacobLo bueno de empezar a leer ciertos autores desde el comienzo es empezar a encontrar trazas de lo que está por venir, tanto en estilo como en temas; ya lo he comentado a propósito de otros como Coetzee, McCarthy o Roth  y ahora llegamos a Woolf, una de los grandes exponentes del modernismo.

La habitación de Jacob, escrita en 1922, es una de sus primeras novelas y, ya es un compendio embrionario de lo que estaba por venir. El texto es una especie de bildungsroman, un relato de formación, con la peculiaridad de ser una sombra el protagonista de dicha evolución; Jacob Flanders es presentado a través de los testimonios de aquellos que le conocieron (casi todos mujeres) y no puede ser más ambiguo en su resultado final:

“Nadie ve a los demás como son, y mucho menos una señora mayor sentada frente a un joven desconocido en un vagón de tren. Ven el conjunto… ven toda clase de cosas… se ven a sí mismos… La señora Norman leyó entonces tres páginas de una de las novelas de Frank Norris. ¿Debería decir al joven (a fin de cuentas era exactamente de la misma edad que su hijo): “si quieres fumar, no te preocupes por mí”? No: el muchacho parecía absolutamente indiferente a la presencia de la mujer… no deseaba interrumpirlo.

Pero puesto que, incluso a su edad, notaba su indiferencia, seguramente era, en uno otro sentido (al menos para ella), simpático, guapo, interesante, distinguido, bien proporcionado, como su hijo. Que cada uno sacara lo mejor de este informe. En cualquier caso, el joven era Jacob Flanders, de diecinueve años.”

Una narración fragmentada en la que no falta la terrible sapiencia de la autora capaz de presentar la ciudad de Cambridge a través de su arte, de su cultura, en una demostración de erudición continúa:

“Si alguna luz arde en las capas superiores del aire de Cambridge, tiene que ser una de estas tres habitaciones; aquí arde el griego; allí la ciencia; filosofía en la planta baja. El pobre viejo Huxtable no puede andar derecho; Sopwith, también, ha elogiado el cielo todas las noches durante estos veinte años; y Cowan sigue teniéndose que tragar la risa con las mismas historias. No es simple, ni pura, ni enteramente espléndida, la lámpara del aprendizaje, puesto que si uno los ve bajo esta luz (tanto si en la pared hay una reproducción de Rosetti como si es de Van Gogh tanto si en el cuenco hay lilas como pipas oxidadas), ¡no parecen sino clérigos! ¡Cuán similar es todo a un barrio residencial adonde uno va por las vistas y a comer un pastel especial! “Solo nosotros preparamos este pastel.” De vuelta de nuevo a Londres; se acabó el banquete.”

No falta el lirismo en un estilo inigualable en flujo continuo de pensamientos que se va hilando, todo lleva a un conjunto, a un final, a la final caracterización de la identidad de Jacob, la habitación en la que vivió se convierte en dicho destino:

“Mujeres envueltas en chales llevan bebés con párpados morados; muchachos aguardan en las esquinas; muchachas miran al otro lado de la calle… dibujos groseros, imágenes en un libro cuyas páginas volvemos una y otra vez como si al final hubiéramos de encontrar lo que estamos buscando. Cada cara, cada tienda, cada ventana de habitación, cada bar y plaza oscura es una imagen pasada febrilmente… ¿en busca de qué? Pasa lo mismo con los libros. ¿Qué buscamos entre millones de páginas? Sin embargo seguimos girando las páginas… ah, he aquí la habitación de Jacob.”

Estos hilos son tejidos de manera invisible, con maestría, algo que llevaría al extremo en sucesivas novelas, como es el caso de La señora Dalloway, especialmente en el caso de la transición de escenas; el siguiente texto lo desvela, una escena se entrelaza con la siguiente solamente por la confluencia física del personaje, Fanny Elmer, al pasar por debajo de la ventana de Jacob; esa simple presentación nos lleva a la siguiente escena sin más preámbulos:

“La casa estaba sin vida, oscura y silenciosa. Jacob estaba dentro, enfrascado en un problema de ajedrez (el tablero en un taburete entre sus rodillas). Con una mano se tocaba el pelo de la nuca. Lentamente la llevó hacia delante y levantó la reina blanca de su casilla; acto seguido la depositó de nuevo en el mismo lugar. Cargó la pipa; meditó; movió dos peones; desplazó el caballo blanco hacia delante; después rumió con un dedo apoyado en el alfil. En este momento, Fanny Elmer pasaba por debajo de su ventana.

Iba a posar para Nick Bramham, el pintor. 

Se sentó en un chal español estampado de flores, con una novela amarilla en la mano.

-Un poco más baja, un poco más suelta, así… mejor, bien – musitaba Bramhan […]”

El que sean mujeres las verdaderas narradoras con sus diferentes puntos de vista nos lleva a su faceta más feminista, aplicada no solo al papel de la mujer en la sociedad, sino a la propia cultura; subraya el hecho de no haber recibido educación precisamente por ser mujer, una educación que le ayudaría a disfrutar de una obra (un tostón) como Tom Jones; hay que tener en cuenta que esto es muy embrionario con lo que estaba por venir en este sentido:

“A las diez de la mañana, en una habitación que compartía con una maestra de escuela, Fanny Elmer leía Tom Jones, aquel libro místico. Porque semejante tostón (pensaba Fanny) con personajes de nombres raros es lo que le gusta a Jacob. A la gente bien le gusta. Mujeres anticuadas a quienes no les preocupa como cruzar las piernas leen el Tom Jones, un libro místico; porque hay algo, pensó Fanny, en los libros que, si tuviera yo educación, podría haber disfrutado, mucho más que los pendientes y las flores, suspiró, pensado en los pasillos de la Slade y en el baile de disfraces de la semana próxima. No tenía nada que ponerse.”

La imagen final de Jacob, en su habitación, es desoladora, le conocemos menos de lo que habíamos atisbado al empezar:

“Lo dejó todo tal como estaba”, pensó maravillado Bonamy. “No ordenó nada. Todas sus cartas esparcidas por ahí para que todo el mundo pueda leerlas. ¿Qué esperaba? ¿Creía que volvería?”, pensó, en medio de la habitación de Jacob.”

Esta indefinición es el sentir de una autora que jugaba con la ambigüedad más que con el juego de dicotomías, no había lucha entre contrarios sino integración de todo en una barrera difusa, como la personalidad de Jacob, tan aparentemente contradictoria como la de Woolf.

Los textos provienen de la traducción de Carles Llorach Freixes de La habitación de Jacob de Virginia Woolf para Piel de Zapa.

El asesinato de Margaret Thatcher de Hilary Mantel. Mujeres en distancias cortas

ElAsesinatoMargaretParto de un hecho esencial: disfruto mucho de las buenas recopilaciones de cuentos, historias o narraciones o como queramos llamarlas, independientemente de género y temática.

Particularizando al caso que me atañe en esta ocasión, El asesinato de Margaret Thatcher es una antología de Hilary Mantel que contiene once narraciones; Mantel es una escritora que maneja realmente bien el ritmo narrativo de historias largas; hablé con anterioridad en el blog de En la corte del lobo donde resaltaba sus grandes dotes como escritora.

Teniendo en cuenta estas dos premisas, el resultado final adolece del genio de la autora británica presente en sus obras sobre Cromwell; pero, a pesar de su irregularidad, se convierte en una antología de buena calidad aunque sin llegar a la excelencia de los grandes paradigmas.

Sus historias  utilizan diversos medios para funcionar siendo la tónica común la utilización del narrador en primera persona en la figura de diferentes mujeres, mujeres que luchan en el día a día y se encuentran con diferentes adversidades; tal es el caso de la protagonista de “Perdone la molestia”, excelente historia en la que tiene que afrontar estar en un país extranjero cuya sociedad sistemáticamente relega a la mujer a un papel de mera comparsa:

“Aquella noche decidí que no podía soportarlo más. Creía que ni siquiera soportaría que tomáramos otra taza de café juntos. Pero tenía medio de poner fin a aquello, así que me excusaba diciendo que la sociedad que me rodeaba me había dejado indefensa. No me sentía capaz de hablar con Ijaz claramente. Seguía siendo totalmente incapaz de desairarlo. Pero el simple hecho de pensar en él me hacía retorcerme por dentro de vergüenza, por mi propia desorientación general y por las lamentables mentirijillas que él me había contado para falsear su vida,  la situación en la que nos habíamos metido atolondradamente; recordaba a la cuñada, su gasa color melocotón y su labio fruncido.”

Uno de los pocos momentos en los que se rinde al relato de género aparece en “Vacaciones de invierno,” el sentido de lo narrado en el siguiente párrafo contiene un significado muy distinto según se lee su parte final, es un relato en crescendo en la tradición de Poe:

“El fresco de la noche les golpeó entre los omoplatos y se encogieron un poco uno contra otro. Phil le cogió la mano; ella la soltó de un tirón;  no malhumorada, sino porque sintió que necesitaba concentrarse. La silueta del conductor apareció ante ellos, iluminado por los faros. Volvió la cabeza y miró a un lado y al otro de la carretera vacía. Tenía algo en la mano, una piedra. Se agachó. Zud, zud, zud. Ella se puso tensa. Quiso gritar. Zud, zud, zud. El hombre se incorporó. Llevaba un bulto en brazos. “La comida de mañana –pensó ella-. Cocida con cebolla y salsa de tomate.” No sabía por qué le había venido a la cabeza la palabra “cocida.”

Sin embargo, en “La calle Harley” trata con mucha sutileza las relaciones entre mujeres del mismo sexo, las dudas que surgen, el miedo a lo desconocido… con un humor irresistible:

“Dejando a un lado mis prejuicios (cosa nada fácil, ¿por qué habría de serlo?), he de decir que no tengo ninguna elevada opinión de la señora Bathurst, aunque como colega de trabajo sea mucho más alegre últimamente. Ahora que se ha enrollado con Bettina, es una persona vivaz, llena de energía. Tiene los ojos brillantes y no hace más que mirarme. Supongo que quiere disculparse  por haberme atacado en la calle. Me ha pedido que la visite el próximo fin de semana. No sé si iré o no. “Ven para un bocadito”, fue así como me lo dijo.”

No puede faltar la violencia de género, en “La escuela de inglés” me gustaría comentar dos temas con los que articula con éxito un tema sobradamente tratado en diferentes ámbitos, aparte del literario. En primer lugar, la presentación del maltratador, caracterizado de una manera infantil, malcriado por sus padres e inherentemente educado como un hombre que está por encima de las mujeres, hay aquí una alusión a lo estructural del patriarcado:

“-Joshua, se dice con razón: “No sabes que has nacido.” He aprendido esta expresión hace poco, significa que hay que estar agradecido por lo que se tiene. Tú cuentas con la bendición de una familia cariñosa, al menos en parte. Tienes buena salud y educación, ropa de abrigo y limpia, comida preparada para ti todos los días del año, dinero para gastar que te dan por nada, y ninguna tarea más que procurar ser amable y limpiarte los zapatos del colegio después del largo permiso del fin de semana, cosa que nunca haces. Sé un chico mayor –dijo-. Sólo los niños lloran por no ir a esquiar. Una niña pequeña de la edad de Jonquil. Tú, Joshua, ya es hora de que te portes como un hombre.”

En segundo lugar, la reacción de la mujer es inadmisible para el lector; hay un tierno patetismo en su respuesta al maltratador, al intento de minimizar el dolor que puede llegar a sufrir: dolor tanto físico como mental. El reconocimiento de su debilidad ante esa situación es resultado de la tradición y no es capaz de superarla, es una relación de poder que no puede evitar.

“-¿Es que eres tonta? Tienes que gritar. ¿No me has oído lo que voy a hacerte?

-Sí, señor –dijo ella-, pero no puedes. En la violación tiene que haber forzamiento, es decir, resistencia. Yo no voy a luchar contigo, porque soy una persona hambrienta y débil, y aunque no lo fuese, tú puedes conmigo. Así que no correré el riesgo de resultar herida y tener que ir a urgencias. No puedes arrancarme esta ropa porque no tengo dinero para otra. Si quieres me la quitaré yo, o si tienes mucha prisa me levanto la falda y ya podrás hacerlo, si sabes cómo. No es como el porno, en que la mujer está siempre abierta. Lleva tiempo. Es difícil. Como sacar la cama del armario.”

Si todos los cuentos reflejan de alguna manera la situación actual de la mujer,  en “El Asesinato de Margaret Thatcher” plantea sin embargo una situación pasada hipotética: la narradora se encuentra con un miembro del IRA que quiere asesinar a Margaret Thatcher y accede a ayudarle para que esto suceda:

“Él coge el haceviudas, lo coloca tiernamente sobre las rodillas. Inclina la silla hacia delante y, como veo que sus manos están una vez más resbaladizas de sudor, le llevo una toalla y él la coge sin hablar y se seca las palmas. Vuelvo a tener el recuerdo de algo sacerdotal: un sacrificio. Haraganea una avispa en el alféizar. El aroma del jardín es acuoso, verde. Entra bamboleante la tibia luz del sol, abrillanta los zapatones sucios de él, avanza tímidamente por la superficie del tocador. Deseo preguntar: “Cuando suceda lo que ha de suceder, ¿será ruidoso? ¿Desde dónde esté sentada yo? ¿Voy a estar sentada? ¿O de pie? ¿De pie dónde? ¿Junto a su hombro? Quizá debiera arrodillarme y rezar.”

Es evidente que la autora materializa una petición presente en el inconsciente colectivo de muchos británicos ( y en el suyo propio como ha reconocido en alguna entrevista al respecto); es el poder de la escritura para imaginar que ese pasado distinto podría haber deparado una realidad distinta para las mujeres, una realidad diferente, no sabemos si mejor, a la que aparece en el resto de sus narraciones anteriores.

Los textos pertenecen a la traducción de José Manuel Álvarez Flórez de El asesinato de Margaret Thatcher de Hilary Mantel para la edición de Destino

Fouché. Retrato de un hombre político de Stefan Zweig. Paradigma maquiavélico

FoucheNo hace falta recomendar al autor austriaco Stefan Zweig. Afortunadamente, es uno de esos autores reconocidos en calidad y ventas. Además, tiene la rara cualidad de resultar emocionante y tiene muchas puertas de entrada según el lector, ya que cultivó todo tipo de formas y géneros. Desde la novela, relato corto, ensayo, etc… hasta la biografía , como la que traigo hoy. Fouché es, sin lugar a dudas, uno de los mayores logros del autor, una historia que aúna biografía, historia y buenas dotes narrativas al mismo tiempo. Una obra prácticamente perfecta y que saca a la luz a uno de los personajes de la historia, el paradigma de Maquiavelo encarnado en el ministro de policía de Napoleón.

El prefacio del autor pinta con profusión de adjetivos la personalidad de este personaje único (“no se ahorra con él ninguna palabra despreciativa”) y va más allá al entroncarlo con las narraciones de género, no en vano lo relaciona con Sherlock Holmes, convirtiéndole en un precursor,  pero va más allá, centrándose en su papel en las sombras, entre bastidores, un papel secundario principal:

“Joseph Fouché, uno de los hombres más poderosos de su tiempo, uno de los más singulares de todos los tiempos, encontró poco amor entre sus contemporáneos y aún menos justicia en la posteridad. A Napoléon En Santa Elena, a Robespierre entre los jacobinos, a Carnot, Barras, Talleyrand en sus memorias, a todos los historiadores franceses ya sean realistas, republicanos o bonapartistas, les empieza a brotar bilis de la pluma con tan solo escribir su nombre. Traidor nato, miserable intrigante, puro reptil, tránsfuga profesional, vil alma de corchete, deplorable inmoralista…,no se ahorra con él ninguna palabra despreciativa […] De vez en cuando, su figura aparece como un fantasma en una obra de teatro o una opereta napoleónica, pero la mayoría de las veces lo hace en el manido y esquemático papel del astuto ministro de policía, de un precursor de Sherlock Holmes; una presentación en este plan confunde siempre un papel entre bastidores con un papel secundario.”

Incide en el detalle de este perfil esquivo, precisamente por ser la clave de su misterioso papel; obrar desde lo invisible, sin grandes fuegos artificiales ni grandes discursos (muy al contrario, no duda en resaltar su aversión a hablar en público) pero manipulando poco a poco, con gran tenacidad y confianza:

“Pero, lo mismo que a lo largo de su vida, Fouché ha sabido mantenerse en un segundo plano en la Historia: no gusta de dejarse mirar a la cara ni de enseñar sus cartas. Casi siempre se esconde dentro de los acontecimientos, dentro de los partidos, actuando de forma tan invisible tras la envoltura anónima de su cargo como la maquinaria de un reloj, y solo muy raras veces se logra, en el tumulto de los acontecimientos, atrapar las curvas más cerradas de su trayectoria, su huidizo perfil.”

Y esta es la clave para entender, por extensión, lo que es la política; Acantilado, subtituló el libro como “Retrato de un hombre político”, añadido innecesario (que no aparece en la edición original) para los que conocemos la vida del personaje, pero que actúa como potenciador para el resto; Fouché es el reflejo del tahúr que sabe cómo manejar la política, sin moral, sin convicciones firmes:

“Y diariamente volvemos a ver que en el discutible y a menudo sacrílego juego de la política, al que los pueblos siguen confiando de buena fe sus hijos y su futuro, no se abren  paso los hombres de amplia visión moral, de inconmovibles convicciones, sino que siempre se ven desbordados por esos tahúres profesionales a los que llamamos diplomáticos, esos artistas de las manos ágiles, las palabras vacías y los nervios fríos. […] Así, esta biografía de Joseph Fouché es una contribución a la tipología del hombre político.”

Esto se ve reafirmado en  “Ascensión” donde Zweig nos saca a relucir otras características del gran embaucador; la primera de ellas es no ser fiel a nadie, ni siquiera a Dios:

“Podría llegar más alto, convertirse en sacerdote, quizá incluso un día en obispo o cardenal, si tomase los votos sacerdotales. Pero, típico de Joseph Fouché, ya en el primer escalón de su carrera, el más bajo, se pone de manifiesto un rasgo característico de su personalidad: su aversión a vincularse plenamente, irrevocablemente, a alguien o algo. […] Joseph Fouché no se siente obligado a ser fiel de por vida ni siquiera a Dios, no digamos a un hombre.”

La segunda tendría que ver con su sangre fría, con su confianza en su cerebro y su indudable gusto por la intriga, por los manejos subrepticios o subterráneos:

“Esta sangre fría es el verdadero genio de Fouché. Su cuerpo no le frena y no le arrastra, está por así decirlo ausente de todos estos osados juegos intelectuales. Su sangre, sus sentidos, su alma, todos esos perturbadores elementos sentimentales de un verdadero ser humano, jamás actúan de veras en este secreto jugador de azar, cuya entera pasión se encuentra desplazada hacia el cerebro. Porque este seco hombre de escritorio ama de manera viciosa la aventura, y su pasión es la intriga. […] Tender los hilos desde un despacho, atrincherado tras expedientes y registros, golpear de manera asesina, sin ser esperado y sin ser visto, es su táctica.”

Estos dos rasgos se ven reafirmados con, quizás, su principal virtud, que aparece en  “El mitrailleur de Lyon”, su capacidad para cambiar de bando según sea necesario: ser una veleta para sus intereses:

“El viejo miedo acomete a Fouché: dejar de estar con la mayoría. Los partidarios del Terror han sido vencidos…,  ¿para qué seguir siendo uno de ellos? Mejor pasarse rápidamente a los moderados, a Danton y Desmoulins, que ahora exigen un “tribunal de los mansos”, cambiar rápidamente de chaqueta siguiendo la dirección del viento.”

En “La lucha con Robespierre” nos encontramos con una lucha impactante, emocionante, que consigue que el relato se vuelva apasionante en los brazos de Zweig; la descripción de la lucha de ambos personajes, tan distintos, es simplemente épica; cada uno usa sus armas, Robespierre su grandilocuencia, su saber estar, Fouché, nuevamente sus enredos:

“En pocas palabras, todos tiemblan, todos consideran posible un ataque contra ellos, nadie se siente lo bastante puro como para responder plenamente a la hiperrigurosa exigencia que Robespierre plantea a la virtud ciudadana. Y una y otra vez, como el huso en la rueca, Fouché corre del uno al otro tendiendo nuevos hilos, anudando nuevas redes, enganchándolos  más en esa tela de araña de desconfianza y de sospecha. Pero el que practica es un juego peligroso, porque sólo teje una tela de araña, y un solo movimiento brusco de Robespierre, una palabra de traición, puede destruir su tejido.

Este misterioso, desesperado, peligroso y subterráneo papel de Fouché en la conspiración contra Robespierre no ha sido lo bastante destacado en la mayoría de los estudios, y en los superficiales ni siquiera se lo menciona.”

Lo bueno de Zweig es que muestra virtudes y defectos al mismo tiempo; e incluso, como parte del rol principal, muestra sus horas bajas, sobre todo en la lucha con Robespierre, se muestra su lado más humano a través de la enfermedad de su hija pequeña:

“Porque en esos días este hombre acosado con desesperación por todos los perros, constantemente amenazado por el brillo del hacha, añade a su caída en desgracia política una última y extrema desgracia en su propia vida. Duro, frío, intrigante y nada comunicativo en la vida pública y en la política, este hombre extraño es en casa el más conmovedor de los maridos, el más tierno padre de familia.[…] a la preocupación por su propia vida se une terriblemente la nueva preocupación por la de su hija. La más espantosa de las pruebas: sabe que el ser amado, débil, enfermo del pecho, yace moribundo junto a su esposa y, perseguido por Robespierre, no puede sentarse por las noches junto al lecho de su hija enferma, sino que tiene que esconderse en ajenas viviendas y desvanes. En vez de cuidar de ella y escuchar el aliento que se le escapa, ha de correr con las suelas al rojo de un diputado a toro, mentir, implorar, conjurar, defender su propia vida. Con los sentidos perturbados, con el corazón roto, el desdichado yerra incansable en esos ardientes días de julio (el más caluroso en muchos años) por entre las bambalinas políticas, y no puede asistir al sufrimiento y muerte de su amada hija.”

Si épica es la lucha con Robespierre, este umbral se sobrepasa, desde su primer enfrentamiento, con el gran Napoleón:

“Se encuentran frente a frente por primera vez; cuidadosamente, el uno examina y mide al otro para saber si será útil a su fines personales. Y siempre los seres superiores se reconocen al vuelo. Enseguida Fouché advierte en el inaudito dinamismo  de este hombre de poder el genio indomeñable de la autoridad; enseguida Bonaparte, con su mirada aguda de ave rapaz, reconoce en Fouché al auxiliar útil, empleable en cualquier cosa, que lo comprende todo con rapidez y lo lleva a la práctica con energía. […] Desde el primer momento se reparten los papeles, señor y criado, diseñador del mundo y político del momento; ahora puede empezar su colaboración.”

Es en esta época cuando asistiremos  al ascenso de Fouché que llegará a introducirse en su última faceta, como político de exteriores; es entonces cuando llegamos al culmen de sus dobleces, casi se comportará como una agente doble al servicio de nadie, simplemente al servicio de sí mismo, de un juego que le apasiona y sin el que no puede vivir:

“Completo traidor…, no ocasional, una genial naturaleza de la traición, eso es lo único que fue, porque la traición no es tanto su intención, su táctica, como su más auténtica naturaleza. Quizá la mejor forma de comprender su esencia sea la analogía con el agente doble, tan conocido en los casos de guerra, que entrega secretos a una potencia extranjera para conseguir a su vez de ella otros más valiosos, y que en ese ir y venir finalmente ya no sabe a qué potencia sirve en realidad; el agente al que ambos pagan y no es fiel a ninguno, entregado realmente tan solo al juego, al doble juego del ir y venir, de estar en el medio, un placer ya casi inmaterial, un placer diabólico y mortal.”

El excepcional último episodio nos muestra a un Maquiavelo crepuscular en total decadencia, refugiado, por mano propia, en el olvido:

“Nada en esta pobre sombra recuerda al hombre temido y peligroso que durante dos décadas confundió al mundo y puso de rodillas a los hombres más fuertes de su tiempo. Sólo quiere paz, paz y una buena muerte. Y, realmente, en sus últimas horas hace la paz con su Dios y con los hombres. Paz con Dios, porque el viejo y combativo ateo, el perseguidor del cristianismo, el destructor de altares, hace venir en los últimos días de diciembre a uno de esos “repugnantes estafadores” (como los llamaba en los días de esplendor de su jacobinismo), un sacerdote, y recibe con manos devotamente entrelazadas los últimos óleos. […] Se enciende un gran fuego, al que se arrojan cientos y cientos de cartas, probablemente también las temidas memorias ante las que temblaban centenares de personas. Fue una debilidad del moribundo o una última y tardía bondad, fue miedo a la posteridad o burda indiferencia… , en cualquier caso, con una novedosa y casi piadosa consideración, destruyó en su lecho de muerte todo lo que podía comprometer a otros y con lo que podía vengarse de sus enemigos, buscando por vez primera, en vez de la fama y el poder, otra dicha, cansado de los hombres y de la vida: el olvido.”

Magnífica biografía, uno de los mejores libros de Zweig. Un placer inconmensurable.

Los textos pertenecen a la traducción de Carlos Fortea Fouché. Retrato de un hombre político de Stefan Zweig en Acantilado.