Estoy convencido de que este libro de cuentos es, sin lugar a dudas, la mejor puerta de entrada para conocer a esta escritora; mucho más que otros libros que, probablemente, resulten muy áridos a la hora de ponerse con ellos a pesar de su indudable calidad.
La razón es clara, en la mayoría de sus libros, hace un alarde de erudición e inteligencia que, posiblemente, abrume al lector poco acostumbrado a este tipo de lecturas. Sin embargo, en este “Libro negro de los cuentos” tenemos cinco cuentos breves que se leen bastante rápidamente y no pierde un ápice de la prosa detallada, exhaustivamente florida de Byatt; concentrada, eso sí, de tal manera que, además, consigue que tengas implicación emocional con las historias, y eso, es definitivo.
En la primera historia “La cosa del bosque”, esta implicación no es tan evidente: “¿Qué son los sueños sino la vida misma?”. Esa visión fantasmagórica, es, al fin y al cabo un elemento imaginativo que utiliza para crear la fábula, y que les sirve a las dos protagonistas del cuento para mantenerlas unidas para siempre; el concepto de la ficción, a través de pequeñas fábulas en este caso, como base que sustenta y ayuda a afrontar las vicisitudes que nos encontramos en la vida.
Funciona, de hecho, de esta manera el segundo cuento “Arte corporal”, una historia excelente y milagrosa sobre el misterio del nacimiento de un bebé; es aquí donde te gana para el resto de historias, ya que la implicación emotiva/emocional es muy potente para el lector:
“-Todo el mundo habla del amor. Amor, amor, amor. Tú y yo, yo y tú… Bueno, no tú y yo personalmente, sino en un sentido abstracto. Nadie escribe canciones a los bebés, ¿no? Pero en cuanto la vi, eso fue amor, eso es lo que era, sé que es amor…”
Ese relato me costó acabarlo porque, al ir en transporte público, me entraron unas ganas tremendas de echar unas lágrimas y no podía ser claro.
En “Una mujer de piedra”, la transformación de una mujer en piedra sirve como pretexto para reflejar la superación de una persona, la búsqueda de la identidad personal a toda costa, literatura a raudales:
“Temblaba por el esfuerzo y la emoción, por miedo a un encierro de piedra y por una confusa inquietud respecto al islandés. La cuchilla del pan resbaló cuando ella bregaba para cortar el tierno pan de molde, y le hizo un tajo en la mano de piedra, entre el pulgar y el índice. Sintió dolor, cosa que la sorprendió, y vio el chorro de sangre caliente que manaba de la herida, cuya profundidad era incapaz de apreciar. Observó el espero líquido rojo que le corría por el dorso de la mano y goteaba en el pan, en la mesa. Era de un color dorado rojizo y formaba largos regueros vidriosos, y allí donde tocaba el pan, el pan echaba humo, y allí donde tocaba la mesa, el líquido siseaba, humeaba y abría un ardiente orificio en la madera para luego gotear, ya de un rojo más apagado, en el suelo de plástico, donde dejaba círculos chamuscados y ampollas de color ámbar. Sus venas estaban llenas de lava fundida. Apagó los minúsculos fuegos y echó a la basura el pan quemado. Pensó: “No voy a quedarme bajo la lluvia y cubrirme de musgo. Tal vez entre en erupción. No sé cómo ocurrirá”. Con la cuchilla del pan en la mano contempló las rugosas estrías que su sangre había cavado en el acero. Sintió pánico. Por fantástico que fuera, convertirse en piedra era una metáfora de la muerte. ¿Pero convertirse en lava fundida y contener un horno en su interior?”.
Lo que parece una metáfora de la muerte se convierte en la antítesis de la misma.
Curioso el relato “Material en bruto” sobre un taller de escritura creativa y el fatal destino de una de sus alumnas, un brutal final que servirá de aprendizaje para el resto de alumnos:
“Sus alumnos, por su parte, bullían de excitación con la idea de escribir sobre ello, un día. Estaban justificados. Al fin y al cabo, Miss Fox pertenecía al mundo normal de sus relatos, el mundo de la violencia doméstica, la tortura y las conmociones traumáticas. Escribirían lo que sabían, lo que le había sucedido a Cicely Fox, y sería la más satisfactoria de las terapias.”
Para acabar, no sólo no baja el pistón, sino que llegamos a lo sublime con “La cinta rosa”, otro milagro, la narración de de una mujer que tiene Alzheimer y vive con su marido que contemplará la progresiva degeneración de su esposa hasta convertirse casi en un bebé, todo ello tratado con exquisitez, como un nuevo cuento de hadas que servirá para superar lo que nos viene mal en nuestras vidas.
Byatt combina erudición y emoción a partes iguales, y lo hace tan sabiamente que no puedes dejar de leerla. La ficción como motor de nuestras vidas, la literatura como la mayoría de los lectores la entendemos.
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