Si el otro día comentaba el fantástico libro de Roque Larraquy en el nuevo sello de Turner: “El cuarto de las maravillas”; hoy vengo con un nuevo título con el que se ha iniciado dicho sello. En este caso se trata de “Las esposas de Los Álamos” de la norteamericana nacida en Ohio Tarashea Nesbit, una primera obra igualmente destacada por distintos motivos que la obra del argentino, pero que, dentro de este “gabinete de curiosidades literarias”, encaja a la perfección y cuya lectura proporciona no pocas alegrías.
No soy muy dado a repasar argumentos, pero el punto de partida de esta obra que nos ofrece la editorial es muy interesante:
“Las esposas de Los Álamos es, sin embargo, la reconstrucción imaginaria de lo que no sabemos, contada por un «nosotras » que es la voz de la colmena y el pensamiento popular, pero también de la reflexión: la de unas mujeres jóvenes y cosmopolitas, esposas educadas que venían de Berkeley y de Cambridge, que habían huido de París, solían vivir en Londres y Chicago, y que, sin darse cuenta, o un poco a sabiendas, contribuyeron a desatar la fuerza más destructiva de la historia.”
Bajo la etiqueta de ficción histórica (especulativa) tenemos una reconstrucción totalmente imaginaria de lo que puso ser dicho momento, el proyecto Manhattan que, como todos sabemos, acabaría originando la bomba atómica. La mayor o menor originalidad de esta especulación se ve refrendada por la original voz escogida por Nesbit para narrar la historia. Se trata de una primera persona en plural muy poco habitual, entre otras cosas, porque, aunque esporádicamente puede funcionar, la amenaza de una cierta monotonía puede estar más que presente en todo momento. Sobre todo porque, al aplicar a un colectivo, continuamente, elimina la posible empatía con el lector y necesita de muchos recursos para poder mantenerlo durante una novela al completo. La escritora es muy audaz y aprovecha cada uno de estos párrafos para enriquecer narrativamente la historia:
“Nuestros padres dieron puñetazos en la mesa y gritaron ¿Os creéis que somos espías nazis? ¡Contádnoslo! Nuestras madres añadieron Tened cuidado, o Escribidme en cuanto podáis. Y a nuestros hijos les entró miedo y exclamaron ¡Decídselo!, pero no se lo contamos, ni a ellos ni a nuestros hijos. Después, cuando nuestros padres se tranquilizaron, cuando nos dijeron, mientras nos acariciaban el brazo, Soy tu padre, me lo puedes contar todo, no les contamos adónde íbamos, porque todavía no lo sabíamos.”
En este texto podemos ver el manejo de esa primera persona plural como un colectivo indefenso, el de las mujeres que se encuentran con una situación que no están seguros de poder desentrañar por el secretismo del proyecto, guardado por sus propios maridos. Lo mejor del asunto es que, a pesar de este aire de colectividad, es capaz de presentarlas individualmente, particularmente, de manera muy ingeniosa como podemos ver en este otro texto:
“Éramos de cara redonda, deportistas, bullangueras, austeras, de huesos finos, felinas y torpes. Cuando discutíamos las opiniones políticas de las demás nos calificaban de tercas o francas. Nuestros padres procedían del mundo académico; nosotras conocíamos ese mundo. Nos casamos con hombres exactamente iguales a nuestros padres, o completamente distintos, o solo en los mejores rasgos. Como esposas de científicos que trabajaban en ciudades universitarias, organizábamos meriendas y chismeábamos, o vivíamos en una gran ciudad y recibíamos invitados a la hora del cóctel. Ofrecíamos cigarrillos en bandejas de plata. Nos apoyábamos mucho en las otras esposas, fingíamos ser muy buenas amigas, nos llevábamos la mano a la boca y les susurrábamos cosas al oído. Y, lo más importante, descubríamos cómo lograr una plaza fija para nuestros maridos.”
De esta manera no solo nos presenta el fenómeno de un modo conjunto, sino que consigue dar rasgos individuales a dichas esposas. Nesbit utiliza la narración ficcional en dos aspectos igualmente: haciéndose preguntas generales sobre el papel de la ciencia y la guerra así como preguntas más particulares sobre aspectos que afectan a la mujer, a su papel en la sociedad y a su propio papel personal en estos hechos. En este último caso es altamente esclarecedor el siguiente fragmento:
“Tratamos de conciliar el sueño pero no lo logramos. Nos acordamos de nuestras madres, que cuando nos casamos nos habían asegurado El matrimonio no es fácil. Nos acordamos de nuestras madres, que nos habían asegurado Es un buen hombre, y de nuestras madres, que nos habían dicho Sé buena con él. Nuestras madres que nos habían asegurado que el secreto de un matrimonio feliz era una casa limpia y una comida caliente, nuestras madres que nos habían dicho que el secreto consistía en ser discretas, o nuestras madres que nos habían dicho que el secreto de un matrimonio consistía en saber elegir tus batallas. O, en el caso de una de nuestras madres, el secreto de un matrimonio feliz según ella era el sexo.”
Donde se refleja, en todo su esplendor, la influencia del patriarcado estructural en el propio pensamiento de la mujer, personificado en este caso en los pensamientos de sus madres que se extienden y se hacen propios en ellas mismas. Y, por defecto, el papel de la mujer, de cada mujer, queda relegado:
“O en su momento habíamos querido hacer un doctorado pero en el último año de universidad nuestros mentores, de sexo masculino, nos habían dicho En el campo de las matemáticas avanzadas no hay sitio para las mujeres, por brillantes que sean. A algunas nos dijeron las universidades no os querrán, y tendréis una titulación excesiva para dar clases de secundaria.”
En este marco, se desalentaba a las mujeres de seguir sus estudios, ya que, para el papel que les iban a dejar representar, no necesitaban mucho más.
La otra perspectiva que comentaba y que explota claramente la norteamericana es la reflexión sobre la guerra y el papel de la ciencia; alterna cada cierto tiempo, para dar marco temporal a la narración, fragmentos históricos que sirven para ubicarnos históricamente y, sobre todo, ubicar a las esposas, a pesar de su papel en la sombra:
“Pero las noticias de la guerra eran ineludibles y frecuentes: a finales de febrero las tropas estadounidenses izaron su bandera en lo alto del monte Suribachi, en Iwo Jima, cuyas pedregosas pendientes se habían teñido de rojo con la sangre de los soldados y de los civiles.”
Son ellas las que tienen que vivir una situación que no comprenden, que no hace más que despertarles dudas, es conveniente o no conveniente, interesa o no interesa, nos tenemos que alegrar o no hacerlo:
“Nos quedamos de pie, dándonos las manos. Respiramos profundamente. Contuvimos la respiración. Gritamos. Aquello nos pareció espantoso, o un triunfo, o algo hermoso, o todo lo anterior. En aquel lugar que una enorme erupción volcánica había formado millones de años antes, nuestros maridos acababan de crear la suya propia.”
Es en ese momento cuando Tarashea utiliza con más frecuencia la conjunción disyuntiva para expresar, precisamente, la imposibilidad de mostrar una opinión colectiva y, sin embargo, muchas opiniones individuales ante lo que está sucediendo en ese primer ensayo exitoso.
El lanzamiento de las bombas en Japón es el desencadenante final de muchas preguntas, de una escisión de las mujeres que no acaban de entender si, lo que la ciencia ha hecho en este sitio es bueno o es malo (“A algunas de nosotras nuestro pueblecito ya no nos parecía un refugio frente a un mundo moderno y cruel. A algunas ya no nos parecía que ese sitio fuese Shangri-La.”), lo que está claro es que no es lo que esperaban:
“Nuestros maridos describieron a quienes habían fotografiado como si no fueran personas, sino especímenes: Los que no fallecieron inmediatamente, si estaban lo bastante cerca de la zona cero, lo hicieron al cabo de pocos días. Aquí se ve el brazo de un niño entre los escombros. Fíjense en los efectos de la radiación.”
La riqueza del planteamiento narrativo de Nesbit ayuda a entender todo lo que hubo detrás del momento histórico y el papel que tuvieron las mujeres, las esposas, en un hecho único en la historia mundial; lo que quedó al final fue un cúmulo de dudas, un sentir general en el que cada una de ellas lo afrontó de una manera, fue el reflejo de una sociedad tan convulsa como la del siglo XX donde se derrumbaron definitivamente los valores establecidos; la inestabilidad de un mundo que avanzaba a la postmodernidad:
“Nos marchamos contentas, nos marchamos aliviadas, nos marchamos pensando que habíamos formado parte de algo único, nos marchamos con dudas sobre nuestros maridos, sobre nosotras mismas, o sobre nuestro país, o sobre todas esas cosas, o sin ninguna duda. Nos marchamos anhelando especialmente aquello que habíamos tenido, en una ocasión, en medio de aquella noche del aullido: a nuestras amigas, Louise, Starla, Margaret, Ingrid. Nos marchamos embarazadas, nos marchamos –en algunos aspectos- como habíamos llegado: llenas de polvo y con el cabello sucio.”
Los textos provienen de la traducción de Ismael Attrache de “Las esposas de los álamos” de Tarashea Nesbit para Turner.
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