Moisés y Aarón de Schönberg: epopeya coral en el Teatro Real

Publicado inicialmente en Ópera World en este post.

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Programar a Schönberg no es sencillo, menos si se trata de alguna de sus óperas. No nos engañemos, el dodecafonismo no es algo que entre fácilmente a través del oído. Lo mismo suele suceder con Alban Berg, todavía recuerdo la espantada tras el primer acto de Lulú, uno de los mayores paradigmas de este tipo de música en la lírica. Buena idea parece plantear este Moisés y Aarón como una representación continua, sin interrupciones, un todo musical-escénico que cuadra muy bien con la intención del compositor.

Esta nueva producción del Teatro Real en coproducción con la Ópera National de París ha dado que hablar en medios por temas incluidos en el montaje escénico (la leche y el Toro!), pero hay que reconocer que Romeo Castelluci nos ha hecho una propuesta ciertamente acorde al canto de Moisés; aunque Schönberg utilizara el texto bíblico como base, le sirvió para cuestionarse la existencia de Dios, la simple idea de que exista Dios; la puesta en escena, desde la indefinición inicial como una amalgama de formas, de bultos indistinguibles, pretende reflejar la indefensión ante la posibilidad de entender esa idea. Según avanza, el papel de la ciencia resulta primordial para traer definición a nuestras vidas, el cayado de Moisés es una sonda médica-espacial, sin embargo no sirve para poder comprender la idea de Dios, las palabras se van sucediendo en una pantalla que vemos delante de nosotros y que es reflejo de nuestra confusión, de la impotencia ante algo tan imposible de creer. En efecto, es claro, que la mente no nos mostrará a Dios, de ahí que toda la producción se ordene a mostrarnos esto, solo la fe y la voluntad individual nos abrigan en este camino de sinsabores de nuestra existencia.

Al mismo tiempo que se desarrolla la escena se puede escuchar de la misma manera la inigualable (e imposible) música del compositor alemán; todo se funde para transmitir la confusión que quería mostrarnos, no se puede comprender; el trabajo de Lothar Koenigs es excelso en este orden de actuación, la orquesta titular del Teatro Real muestra su mejor cara y consigue, bajo su batuta, desgranar una tras otra la imposibilidad. Una música discordante, más allá de cualquier asonancia, enervante, dolorosa y, al mismo tiempo, ominosa, transmite la sensación oscura de que algo va a suceder.

Moisés y Aaron en el Teatro Real

Junto a él luchan como dos adalides Albert Dohmen y John Graham-Hall como Moisés y Aarón respectivamente. Dos colosos que tienen que expresar con sus voces inflexiones cada vez más imposibles, el tenor acusa el esfuerzo sin medida, podemos perdonar su fatiga (cortes en los agudos e incluso un pequeño gallo) porque su actuación es sin tacha, creíble hasta la extenuación (hasta cuando le echan un líquido negro encima mientras canta), es una locura tener que mantener tanta nota aguda y siendo esta su última función se ha ganado el descanso; totalmente sobrenatural lo de Dohmen, cambia la fatiga por rotundidad durante toda la representación con una voz densa, redonda y noble y con gran proyección de agudos. Un verdadero héroe en este maremágnum sonoro.

Dejo para el final el esfuerzo inhumano, verdaderamente sobrenatural, de un coro del teatro real que lleva muchos meses trabajando esta partitura endiablada en la que no faltan extremismos vocales de primera índole. Simplemente excepcional. Apabullante dominio de la voz que consigue momentos de gran emoción. Parece mentira, pero siguen creciendo, no pierden tersura y sensibilidad pero ganan aún más en contundencia sonora con atronadores gritos a los que nunca les faltó la afinación. Toda una epopeya coral.

Una gran noche que fue recompensada por un público generoso en aplausos que supo reconocer un trabajo muy bien hecho.

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