Ya he hablado alguna vez de lo duro que es ver novela de terror en España. Se publica poco y cerrado a ciertas editoriales que han conseguido, por lo menos, crear un nicho de lectores que se salen de lo más habitual (King , Rice, algo de Barker…). Es por ello que no dejaré de aplaudir la labor de estas habitualmente pequeñas editoriales que se lanzan a la recuperación de los grandes nombres del género. Tal es el caso de Nevsky y el libro de relatos Nido de pesadillas de la norteamericana Lisa Tuttle, una inexplicable ausencia en nuestro ingente mercado español.
Se trata de trece historias que nos recuerdan a la vertiente más clásica del género, sobre todo gracias a la fantástica introducción del ya habitual en estas lides Jesús Palacios, el cuál no duda en resaltar la mezcla temática que utiliza la escritora y el equilibrio que consigue:
“El horror a lo que está “fuera” y el horror a lo que llevamos “dentro”. Ambos, humanos, demasiado humanos. Ambos, presentes siempre, en distintas proporciones y grados alquímicamente medidos y equilibrados hasta la perfección, para conseguir su mejor afecto, en los espléndidos relatos reunidos por Lisa Tuttle en A nest of Nightmares (Nido de pesadillas), procedentes en su mayor parte del Magazine of Fantasy and Science Fiction y el Twilight Zone Magazine, además de otras publicaciones, y editados como un solo volumen en 1986.”
La segunda característica (imprescindible resaltar este hecho) tiene que ver con el tipo de narrador escogido:
“La mayoría de los protagonistas de estas historias son mujeres perdidas en un mundo de hombres, víctimas de construcciones sociales masculinas, que agreden, de una u otra forma, su individualidad y búsqueda de identidad propias. Son mujeres abandonadas, madres solteras, hermanas e hijas reprimidas, cuyas vidas sufren la presión constante de necesidades imperiosas que chocan con los roles que les han sido asignados contra su voluntad, y de los que raramente se consiguen escapar, sin atreverse a identificarlos o mirarlos cara a cara. Pero no son simples víctimas inocentes de un horror que aparece bruscamente en su existencia, invocado a través de sus miedos y frustraciones patológicas. Son también vehículos para lo monstruoso y lo perverso, que retorna como todo lo reprimido, bajo formas terribles y devastadoras. El sueño de la razón produce monstruos.. que sueñan, a su vez, con otros monstruos.”
Impacta especialmente el uso de las mujeres en todas sus posibilidades, mujeres que afrontan una realidad difícil de superar y que reaccionan ante situaciones que las llevan al límite; en este orden establecido también se convierten en canalizadoras de las monstruosidades, monstruos como los que encontramos a diario:
“[…] Lisa Tuttle lleva a cabo una perfecta fusión de horror cósmico y horror mórbido, que reúne lo mejor y más escalofriante de ambas escuelas. Los fantasmas de un pasado arcano, espectros del paganismo irreductible, daimónico, y de una Naturaleza indómita e inhumana, que se niega a dejarse domesticar, encuentran su camino de sombras para manifestarse en la realidad cotidiana, arrastrándose por entre las turbias y retorcidas patologías de las protagonistas de estos cuentos. Antiguas deidades celtas (“La otra madre”), demonios del chamanismo de los nativos americanos (“El dios caballo”), visiones de sangrientos sacerdotes precolombinos vestidos con la piel de sus víctimas sacrificiales (“Sun city”), laberintos paganos que conectan el mundo de vivos y muertos (“Recorriendo el laberinto”)…”
Palacios, en la parte final de la introducción concluye muy acertadamente con el uso sutil que la autora realiza de los medios necesarios para transmitir este terror sin entrar en las casquerías habituales de la época:
“A nest of Nightmares es, ante todo, un festín para el amante del horror. En un mundo de hombres –el del género de terror de los 80-, Lisa Tuttle, prescindiendo mayormente de los efectos sangrientos y las descripciones fisiológicas tan del gusto del splatter del momento, se decantó por la sutileza atmosférica, la metáfora psicosocial y esa delicadeza terrible al describir lo siniestro que ha caracterizado a lo largo del tiempo a las mejoras escritoras del género –pienso en Emily Brontë, Margaret Oliphant, Edith Wharton y, sobre todo, en Jean Rhys y Joan Lindsay-, nunca igualada por sus homólogos masculinos.”
Normalmente, los textos de Palacios están bien pensados, este no es una excepción, pero hay que reconocer que últimamente suele abusar de dos estrategias que me causan fatiga: el namedropping sin ton ni son con cada característica que subraye del autor que toque; lo segundo es la pulla (ni siquiera disimulada) a los best sellers, con especial inquina a Stephen King, ya lo hizo en uno de Ligotti y aquí vuelve a despreciar prácticamente todo lo que ha escrito desde los primeros años. No debería olvidar que muchos de los que se acerquen a estas obras, en España, lo han hecho por haber leído a King primero y no tiene mucho sentido hacer esto a un género del que se publica tan poquito. Todo contribuye.
Dicho esto, no voy a hacer ningún tipo de resumen de cada uno de los trece cuentos como va siendo habitual por diferentes sitios. Simplemente subrayaré dos o tres aspectos que ayudan a comprender la forma que tiene la escritora de realizar sus historias. Poe es una de sus grandes inspiraciones, de él toma el formato clásico de cuento corto, lineal en su concepción y que funciona como un continuo crescendo que suele acabar con un golpe/sorpresa final que cause un gran impacto en el lector; parte de este método es el uso de descripciones de los ambientes y los lugares que realiza de una manera muy vívida:
“Marilyn se dio cuenta de que estaba tiritando, y terminó de rodear el establo con rápidos pasitos, regresando a la casa al trote.
La casa era grande y sólida, construida de piedra gris 170 años atrás. Parecía estar allí por error, un objeto perdido y hallado en medio de aquella tierra, solitaria y fría. ¿Quién pensaría en asentarse allí, quién intentaría arrebatarle un sustento a la tierra pedregosa de aquel lugar?
La vieja casona y el lóbrego campo abandonado componían un paisaje muy parecido a uno que Marilyn, que escribía novelas de suspense, había creado en una ocasión para un relato. Le gustaba la realidad mucho menos de lo que lo había hecho su heroína en la ficción.”
Este tipo de descripciones la lleva a crear sitios en los que el horror está presente pero no se define en un primer momento, la falta de concreción en cuanto a las amenazas (que irá desvelándose) es parte de ese “miedo a lo desconocido” que tan bien maneja:
“[…] Me pregunté si sabría que el desván me aterrorizaba, aquel lugar sucio y oscuro donde algo podía esconderse.. Pero a lo mejor estaba imaginándome cosas. A lo mejor allí no había nada. Debería subir al desván y verlo yo misma, poner a dormir todas esas fantasías de una vez. Pero la idea de subir allí, asomarme a aquella oscuridad desconocida, hacía que me temblaran las rodillas, y sentía algo contrayéndome el pecho. No. No tenía que subir allí.”
Es genial como la escritora no solo se queda en estos detalles sino que nos propone diferentes niveles de lectura donde nos hace reflexionar sobre el papel de la literatura tanto para el escritor como para el lector; ese mundo alternativo que sirve de refugio para ambos ante una realidad incómoda que no podemos controlar:
“Pero Sheila ya no escribía. Ya no lo necesitaba.
La escritura, para Sheila, siempre había sido una forma de escape. La alejaba de su vida diaria, de la soledad, de las aburridas clases en el colegio, y más tarde del tedio de trabajar detrás de un mostrador en el Woolco local. Cuando escribía podía olvidarse de que no era guapa, no tenía novio, ni un trabajo interesante, de que no tenía ningún talento especial, ni grandes planes de futuro. No tenía amigos porque nunca había intentado cultivar ninguno. Las chicas de su edad pensaban que era rara, un petulante ratón de biblioteca, mientras que ella las creía aburridas y no se molestaba en ocultar su opinión. Su inusual inteligencia la hacía rechazar a la mayoría de la gente y de las cosas que la rodeaban, pero tampoco hacía grandes esfuerzos por entender a los demás. […] Creó de la nada un mundo alternativo. Era un mundo de cuentos de hadas, repleto de monstruos y tesoros, más simple, más sombrío, y mucho más hermoso que la realidad que la ahogaba, y escapaba a dicho mundo siempre que podía.”
E incluso aprovecha para presentar la difícil dicotomía de la mujer vs arte, un alegato feminista a la capacidad de crear arte más allá del papel que la sociedad asigna a las mujeres por defecto:
“-Pero todavía estarían en casa, en mi cabeza.. .Esperando cosas de mí… No sé cómo explicarlo. A menudo me parece que lo único que hago es buscar excusas para no pintar. Pero es imposible ser madre y artista. No sé si puedo ser ambas cosas, ni siquiera con todos los ejemplos de otras mujeres que sí pueden, ni con todas las canguros del mundo. El arte nunca ha sido algo a tiempo parcial para mí. Era todo lo que me importaba, hasta que conocía a Bruce. Entonces esa parte de mí se sumergió. Durante los últimos cinco años he sido madre a tiempo completo. Ahora estoy intentando descubrir cómo ser una artista a tiempo parcial, y una madre a tiempo parcial, pero no creo poder hacerlo. Sé que suena muy “o todo o nada”, pero así es como me siento.”
Espléndida recopilación que amplía un poco nuestras limitadas lecturas de novelas de terror. Da gusto encontrarse a autoras de esta calidad.
Los textos provienen de la traducción de Marian Womack de Nido de pesadillas de Lisa Tuttle para Nevsky Ediciones
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