En tiempos como los actuales, con tanta “sobreinformación” por tantísimas fuentes el éxito de un producto: película, libro, serie de TV, depende muy mucho de la expectativa que se cree en el posible “disfrutador” de dicho producto; antes, con un tráiler de una película era suficiente para la promoción, ahora es necesario hacer diversos trailers, teasers, virales… originando el “hype” en el consumidor, una sobrepromoción que causa que la expectativa generada sea disfrutable en sí misma. En muchos casos incluso esta expectativa resulta más satisfactoria que la propia experiencia.
Iván Turguénev (1818-1883), ya en el siglo XIX nos mostró la importancia de la espera; en su novela corta “Primer amor” asistimos a la historia del amor adolescente en carne del protagonista que se quedará prendado de la una princesa rusa de mayor edad; el descubrimiento de su belleza nos muestra el buen-escribir, exacerbamiento lírico, mostrado por el gran escritor ruso:
“[…] y en los movimientos de la joven (la vi de perfil) Había algo tan encantador, tan imperioso, tan delicado, tan burlón y tan dulce, que tuve que contenerme para reprimir un grito de sorpresa y dicha. Y lo habría dado todo en el mundo si ella se hubiese dignado a golpetear aquellos maravillosos dedos contra mi persona. Se me escurrió el arma de las manos y cayó al suelo, pero yo no era consciente de nada. Me limitaba a devorar con los ojos aquella figura esbelta y su cuello, aquellas maravillosas manos, el cabello algo despeinado bajo el pañuelo blanco, aquellos ojos astutos y medio cerrados, aquellas pestañas, y las suaves mejillas bajos los mismos…”
Ante la esperanza de poder impresionar a la joven, cada momento de proximidad es vivido como el amor mismo, es un momento de sublime felicidad casi tan satisfactorio mientras se está viviendo como el propio amor.
“Cada ruido, cada murmullo y susurro me parecían revestidos de una crucial significación, inusual… estaba preparado… pero pasó media hora, y una hora; mi sangre se calmó al fin y me sentí congelado; la idea de que había sido todo en vano, de que incluso aquello resultaba algo ridículo, de que Malevski se había reído de mí, comenzó a enquistarse en mi alma.”
La imposible consecución de este amor puede causar una frustración, indudablemente, pero, es posible, como Turguénev ya estableció, que el recuerdo de los momentos vividos, de las esperanzas depositadas, pueda sustituir dicha frustración:
“¿Y en qué se han convertido todas mis esperanzas? Ahora, cuando las sombras del crepúsculo comienzan a perseguirme, ¿qué es lo que queda que sea puro, más valioso que todas mis memorias de aquella tormenta primaveral que pasó volando tan rápido una mañana?”
Henry James, gran amigo y admirador del autor ruso, expresa en el epílogo la forma en que Iván gestaba sus relatos:
“La primera forma en la que aparece un relato para él era en la figura de un individuo, o bien una combinación de individuos, a quienes deseaba ver en acción, asegurarse de que tales personas debían hacer algo muy especial y de interés. […]Lo primero era clarificarse a sí mismo qué es lo que sabía; y para ello escribía una suerte de biografía de cada uno de sus personajes, todo lo que habían hecho y lo que les había ocurrido justo hasta el inicio de la narración. […] Con este material en sus manos era capaz de proceder el relato simplemente se encontraba en la pregunta “¿qué les hago hacer?”.
Esta novela es la confirmación del método que utilizaba el escritor; la intensidad lírica y dramática se funden en unos personajes que están más vivos que nunca y que nos demuestran que el tiempo pasa, pero los temas siguen presentándose; la historia se repite, pero no siempre es mejor.
Los textos vienen de la traducción del ruso de James y Marian Womack de “Primer Amor” de Iván Turguénev para la editorial Nevsky.
Pingback: Febrero 2014: La lista de lecturas | Lectura y Locura