Han pasado ya siete años del último libro del madrileño Eloy Tizón; este largo período se ve colmado con estas “Técnicas de iluminación”, su último libro publicado en este mismo año. Es una pena que no se prodigue más porque, sin exagerar, estamos ante una recopilación de cuentos excepcional, tanto en el fondo, en los temas tratados, como por el manejo del estilo, espléndido, cada palabra tiene un sentido, cada momento es imprescindible. La poesía fluye y nos embriaga de tal forma que da mucha pena terminar cada uno de sus cuentos.
Estos cuentos nos iluminan sobre las pequeñas cosas que caracterizan al ser humano y nos hacen partícipes de algo mucho mayor desde lo más pequeño; aterroriza encontrar esa mirada lúcida que le da la vuelta a los conceptos más manidos para expresar una manera distinta de verla que, posiblemente, ni se nos había ocurrido, aquí por ejemplo podemos ver una muestra de lo que le da miedo de la felicidad:
“La felicidad, en cambio, da miedo. Es demasiado –cómo decir- inapelable. Uno está indefenso ante la felicidad, ante la inminencia de su desplome con su descomunal peso feliz, bajo el que queda felizmente aplastado, agitando sus extremidades. Uno se siente más cómodo y protegido en las afueras de la felicidad –igual que en las afueras de las ciudades o en las afueras de la gente-, sin tanta presión encima, con más espacio libre para moverse y, llegado el caso bailar. Son esos momentos previos en que la felicidad gravita alrededor de uno en forma de promesa. Una moderada desgracia, una calamidad llevadera, el intervalo entre dos alferecías. La felicidad sobreviene y es una crisis, una catástrofe, un rayo que calcina un árbol, una enfermedad fulminante para la cual no hay antídoto. La felicidad es un lugar solitario. La felicidad y los rayos, mejor cuanto más tarde. Cree uno.” (“Fotosíntesis”)
Las “afueras de la felicidad” como lugar en el que nos encontramos seguros, la “felicidad como crisis”. Esa felicidad que se nos puede quitar siempre, que encontramos a alguien dispuesto a arrebatárnosla, como es el caso de la protagonista de “Ciudad dormitorio”:
“Debía andarme con cuidado, ya me había sucedido antes al menos en otras dos ocasiones, en el pasado, con otros Tolers iguales o peores, con más o menos pelo, con incisivos más o menos alineados, que lograron embaucarme con sus tejemanejes masculinos de maneras suaves, promesas incumplidas, astucia, sexo y dinero, para al final amanecer sola entre las sábanas revueltas de una cama de hotel, después de haber exprimido mi ternura y lo peor –quiero decir, lo mejor- de mí misma.”
En “Los horarios cambiados” encontramos una de las mejores maneras de describir el proceso creativo que he tenido la suerte de leer, ese “espasmo de lucidez” que busca discernir en el proceso de escritura es una imagen poderosísima, poética y maravillosa, solo Tizón podría pensar en esta forma:
“Porque escribir, pensaba yo, es estar más despierto de lo normal. Un espasmo de lucidez recorre todo, nos sacude el sistema nervioso con una sobrecarga de vitalidad, de plenitud, de audacia, de algún modo hay que canalizar toda esa energía dispersa y un tanto alucinógena que desborda la conciencia. De la euforia molecular hasta el folio. Entran ganas de cantar, de bailar, de recibir una bofetada o un electroshock. En lugar de eso, volcamos toda esa actividad frenética hacia dentro y nos contentamos con enfilar, con gran aplomo, un signo negro tras otro.”
No se queda en ello sino que consigue demostrarnos que este proceso es como preparar una maleta, se convierte en una obsesión, en una “cacería encarnizada” del verbo o de la palabra justa que exprese lo que estamos pensando:
“Quizá por casualidad, Tricia había acertado. Preparar una maleta era igual de comprometido que urdir una ficción, soñar un libro o construir un universo poético. Uno solo puede hacer algo bien obsesionándose con ello. Si no, resulta imposible. Cacería encarnizada de la página y la maleta, si no perfectas –eso es mucho decir-, sí al menos de una imperfección impecable; en ambos casos se trata de sentenciar –nada menos- qué salvas y qué condenas. Ante esto, cualquier elección conlleva una responsabilidad y un peligro.”
A través de lo cotidiano consigue expresar lo inexpresable, Tizón lo hace tan fácil que casi da un poco de vergüenza que yo escriba, con mi prosa inferior, sobre lo bien que escribe él, se siente uno como:
“Usted me pareció siempre una versión mejorada de mí misma, como si yo fuese un garabato deficiente y orientativo, nada más que un intento malogrado, y Usted la obra de arte definitiva, la que se enmarca en los catálogos y vuelve loca a la gente. A lo mejor pienso esto por haber sido pintora en el pasado, nunca se sabe.” (El cielo en casa)
Tizón es la “obra de arte definitiva”, me siento como ese “intento malogrado” pero no me importa si he conseguido transmitir un poco de la genialidad de este maravilloso escritor. Con eso me bastaría: con que alguien más lo conozca al leer esta pequeña crítica.
Eloy, ¡no tardes tanto tiempo la próxima vez!