En la introducción de Antonio José Navarro a esta edición de Valdemar para “La maldición de Hill House”, encontramos una de las claves para entender esta obra en particular de Shirley Jackson y, en general, buena parte de su carrera literaria:
“Sin embargo, aunque parezca un contrasentido, “La maldición de Hill House” no es una obra de terror al uso, ni una ghost story convencional. El lector que espere encontrar tétricos fantasmas quedará defraudado; quien busque emociones fuertes se sentirá engañado; la novela es mucho más psicológica que fantástica, si bien como apunta Stephen King, su autora “utiliza las convenciones del nuevo gótico americano para examinar una personalidad sometida a una presión psicológica extrema.”
Esta intención es palpable desde el primer momento de la narración que nos ocupa, solo hay que fijarse en la forma que Shirley Jackson utiliza para describir a los tres personajes principales convocados por el doctor Montague a Hill House:
“Eleanor Vance tenía treinta y dos años cuando llego a Hill House. La única persona en el mundo a la que realmente odiaba, ahora que su madre había muerto, era su hermana. Su cuñado y su sobrina de cinco años le disgustaban y no tenía amigos.”
“Theodora. Nunca utilizaba más nombre que ese; sus dibujos los firmaba “Theo” y en la puerta de su apartamento y en la ventana de su tienda y junto a su número en el listín telefónico y en sus pálidos artículos de papelería y en la base de la encantadora fotografía que tenía sobre la repisa de la chimenea, su nombre era siempre Theodora a secas. El mundo de Theodora era un mundo de placer y colores suaves.”
“Luke Sanderson era un mentiroso. También era un ladrón. A su tía, que era la propietaria de Hill House, le gustaba resaltar que su sobrino tenía mejor educación, mejores ropas, mejor gusto y peores compañías que nadie que ella hubiera conocido.”
Se puede ver que no utiliza ningún tipo de descripción física, sino más bien psicológica, esto le servirá para ir evolucionando cada uno de ellos según los hechos vayan sucediendo. Por el contrario, a la llegada de Eleanor no encontramos con una descripción más bien física de la casa:
“Que hago aquí, se preguntó indefensa y de inmediato; ¿qué hago aquí? La puerta era alta y ominosa y pesada, fijada con fuerza a un muro de piedra que desaparecía entre los árboles. Incluso desde el interior del coche pudo ver el candado y la cadena retorcida entre los barrotes. Más allá de la puerta solo podía ve el camino, curvándose, ennegrecido a ambos lados por los árboles inmóviles y sombríos.”
Que adquiere cualidades humanas en boca del doctor, cobrando tanto protagonismo como cada uno de los habitantes:
“Bueno… Perturbada, quizá. Leprosa. Enferma. Cualquiera de los eufemismos populares para la locura; una casa trastornada es una bonita alusión. “
A partir de aquí empezarán a suceder una serie de hechos que están cargados de ambigüedad; no está claro si son reales o no, pero desde luego contribuyen con la ambientación a crear una sensación claustrofóbica, como si algo ominoso pudiera ocurrir, un juego psicológico cargado de tensión que le servirá para desarrollar las relaciones de los protagonistas, especialmente en el caso de Eleanor, a la que dará voz propia en forma de pensamientos de dudosa moralidad. Es curioso porque, a pesar de escoger una narración omnisciente, es en estos estallidos explícitos de violencia donde cambia de focalizador hacia su persona:
“Me gustaría golpearla con un palo, pensó Eleanor, observando la cabeza se Theodora apoyada junto a su silla; me gustaría lapidarla a pedradas. “
“La odio pensó Eleanor, me pone enferma; mírala bañada y limpia vistiendo mi suéter rojo.”
El inesperado final es el culmen a un desarrollo premeditado y pensado cuidadosamente por la escritora que, por si fuera poco, deja aún más ambigua la verdadera participación de la casa en los hechos acaecidos. Lo que está claro es que la casa permanecerá, contra viento y marea, por encima de las personas. Es la verdadera protagonista, imperecedera, inmortal :
“En su interior, las paredes mantenían su verticalidad, los ladrillos se entrelazaban limpiamente, los candados aguantaban firmes y las puertas permanecían cuidadosamente cerradas; el silencio empujaba incansable contra la madera y la piedra de Hill House, y lo que fuera que caminase allí dentro, caminaba solo.”
No extraña que esta escritora, por su tratamiento del miedo, haya sido una gran influencia (como Matheson) en la narración de Stephen King. Qué maestría. Cuánto dolor es capaz de transmitir y con cuánta sutilidad.
Los textos provienen de la traducción del inglés de Óscar Palmer Yáñez para esta edición de “La maldición de Hill House” de Shirley Jackson en Valdemar.
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