El pasado 15 de agosto de este año nos abandonaba el escritor polaco Slawomir Mrozek (1930-2013); no he querido dejar pasar la oportunidad de hacer un pequeño homenaje, muy merecido, a uno de los escritores polacos más importantes en la actualidad. Cualquiera de sus libros es un buen comienzo, pero hoy vengo a hablar de “El árbol”.
Dos vertientes tiene su obra que dominan lo que ha escrito: la de dramaturgo y la de creador de cuentos cortos, microrrelatos. “El Árbol” es una recopilación de microrrelatos, como es el caso del imprescindible “La mosca”. En una novela, un lector tiene tiempo de relajación, es, en realidad sencillo seguir la trama, habitualmente, a pesar de las posibles digresiones. En el caso del cuento corto y, más concretamente, el microrrelato, este período de descanso no es posible; al tratarse de historias de dos páginas de media, si no entras rápido a lo que está contando, posiblemente cuando hayas entrado se ha terminado ya.
En el caso de Mrozek esto se acentúa y mucho, porque es particularmente preciso en la descripción, en cada palabra utilizada; pequeños detalles que contribuyen para crear pequeñas maravillas. Usos sutiles de las elipsis; finas ironías; denuncias palpables a regímenes totalitaristas; mucha imaginación y, por momentos, si lo necesita: fantasía y ciencia ficción. Parece mentira que esta amalgama de posibilidades aparezcan en apenas unas palabras, pero el polaco lo consigue con creces.
Como extrapolación de sus magníficos relatos voy a coger uno de los incluidos, el que se llama “La esperanza” que empieza con una premisa tan sencilla como esta:
“Un día recibí una carta. No habría nada de particular en ello si no fuera por el extraño contenido de esa carta o, mejor dicho, por su falta de contenido. Rasgue el sobre como de costumbre y encontré una hoja de papel totalmente en blanco, sin nada escrito ni por una cara ni por la otra. El sobre solo llevaba mi dirección -faltaba la del remitente- y el matasellos de una localidad importante. Una distracción de alguien o una broma tonta.”
Me encanta la sencillez con que lo expresa y me produce la misma sensación que siento al leer cualquiera de sus pequeñas joyas; ese parecer que no contienen nada pero con algo enigmático de fondo. Según avanza la historia, el protagonista se pregunta lo que puede ser:
“Mi razonamiento era el siguiente: si queda excluida una broma, hay que descartar la posibilidad de que la carta no signifique nada, que sea solo un medio, tal cual, sin ninguna intención. Así qué hay que volver a la tesis de que el propósito es que cada hoja de papel en blanco encierre un contenido individual, uno diferente cada una.”
¿Broma, propósito establecido… historia de amor?? ¿Qué nos estará preparando en cada relato?
“Ese flirteo duraba ya demasiado tiempo para no comenzar a dudar que se tratara de veras de un asunto de corazón.”
¡A lo mejor nos está chantajeando!
“¡Un chantaje! El remitente reclamaba un rescate. Ya el propio hecho de que las hojas estuviesen en blanco probaba lo astutos, pérfidos y cautelosos que eran los malhechores.”
El final se convierte entonces en un canto a la esperanza, la que nosotros como lectores tenemos cada vez que afrontamos uno de los momentos que nos regala Slawomir:
“Qué le vamos a hacer, tal vez no hubiese allí nada, seguro que no había nada… ¿Por qué iba a haber algo precisamente esta vez?
No había nada.
¿Y si había algo?”
Mrozek era un coloso y su legado, primordial, por todos los detalles que comenté anteriormente. ¡Cuánto se puede decir con tan poco! Un prodigio de concreción no exento de belleza. Él lo tenía clarísimo:
“La vida es sencilla, es solo mi imaginación la que la complica sin necesidad.”
Leedle, os puedo asegurar que no saldréis decepcionados.
Los textos provienen de la traducción del polaco de B. Zaboklicka y F. Miravitlles para esta edición de “El árbol” de Slawomir Mrozek para Acantilado.