Pequeñas virtudes de Natalia Ginzburg. Vuelco a la nostalgia

Pequeñas Virtudes Natalia GinzburgCreo que esto lo voy a decir varias veces este año… el tiempo que he perdido sin Natalia Ginzburg. Bien aconsejado, opté porque el primer paso de este camino infinito fuera este, Pequeñas virtudes y no hay lugar para la decepción, sí para la satisfacción plena. La italiana, aun fallecida, ha venido para quedarse en mi lista de lecturas y relecturas.

Lo que ofrece en estos pequeños relatos, que son mezcla de ensayo y autobiografía, es un catálogo de experiencias cotidianas, de sensaciones vividas que devienen en pequeñas (o grandes epifanías) de una manera sigilosa, no hay que buscar fuegos artificiales en su prosa, pero sí el tierno abrazo de la vida que nos envuelve de forma candorosa y muchas veces inimaginable. Esta descripción de lo cotidiano es tan vivaz que nos revela detalles que conocemos pero no sospechamos, como saber si una casa es pobre o rica según como esté hecho el fuego:

“En las cocinas estaba el fuego encendido; había varios tipos de fuegos: grandes fuegos con leños de encina, fuegos de frasca y hojas, fuegos de ramas recogidas una a una del suelo. Era fácil distinguir a los pobres de los ricos mirando el fuego encendido; más fácil que mirando las casas y a la gente, su ropa y sus zapatos, que eran todos más o menos iguales.”

Un recurso tan manido (y chapucero a la par que sensiblero) como es la evocación nostálgica cobra un sentido radicalmente distinto en sus manos; en el pequeño universo de Natalia existen los matices y nos desvela cómo puede ser tierna, naturalmente; pero también nos muestra que si se vuelve aguda y amarga, revierte en el odio:

“La nostalgia crecía en nosotros día a día. A veces era incluso agradable, como una compañía tierna y ligeramente embriagadora. Llegaban cartas de nuestra ciudad con noticias de bodas y muertes de las que quedábamos excluidos. A veces la nostalgia se tornaba aguda y amarga, se convertía en odio: odiábamos entonces a Domenico Orecchia, a Gigetto di Calcedonio, a Anunziatina, las campanas de Santa María. Pero era un odio que manteníamos oculto, pues lo considerábamos injusto, y nuestra casa estaba siempre llena de gente, unos venían a pedir favores, otros a ofrecérnoslos.”

La escritora utiliza el pasado, lo que ha vivido, incluido la nostalgia vivida como banco de pruebas para la vida; ella constata que la vida es un continuo vaivén entre las esperanzas  (los sueños que nos gustaría que se cumplieran) y nostalgias (al romperme la promesa de cumplimiento de un sueño):

“Existe una cierta uniformidad monótona en los destinos de los hombres. Nuestras existencias se desarrollan según leyes antiguas e inmutables, según una cadencia propia, uniforme y antigua. Los sueños no se hacen nunca realidad, y en cuanto los vemos rotos, comprendemos de repente que las mayores alegrías de nuestra vida están fuera de la realidad. En cuanto vemos rotos nuestros sueños, nos consume la nostalgia por el tempo en que bullían dentro de nosotros. Nuestra suerte transcurre en ese alternarse de esperanzas y nostalgias.”

Una vida que le ha enseñado a no olvidar el pasado, esto se podría expresar de muchas maneras, sin embargo, la imagen de los zapatos rotos que utiliza nuestra autora rezuma ternura y tristeza y demuestra, al mismo tiempo, su capacidad de relativizar todos los acontecimientos que le suceden:

“Pero yo sé que también se puede vivir con los zapatos rotos. En la época alemana estaba sola aquí, en Toma, y no tenía más que un par de zapatos. Si los hubiese llevado al zapatero habría tenido que pasarme dos o tres días en la cama, cosa que no me era posible. Así, seguí llevándolos, y para colmo, cuando llovía, los notaba romperse lentamente, hacerse blandos e informes, y sentía el frío del empedrado bajo las plantas de los pies. Es por eso por lo que incluso ahora  llevo siempre los zapatos rotos, porque me acuerdo de aquellos y, en comparación, no me parecen tan rotos, y si tengo dinero prefiero gastármelo en otras cosas, porque los zapatos ya no me parecen algo muy esencial.”

Poderosa resulta igualmente la antropomorfización de la ciudad en la que vivió;  la ciudad se convierte en el amigo perdido tan querido, sirve para resucitar el recuerdo a través de su paseo por la misma, cada esquina como un recuerdo; esta humanización da empaque al objeto revelando inusitados sentimientos, podemos imaginar cómo siente su ciudad de una manera muy viva:

“Ahora nos damos cuenta de que nuestra ciudad se parece al amigo que hemos perdido y que tanto la amaba;  es, como era él, laboriosa, ceñuda en su actividad febril y terca, y, al mismo tiempo apática y dispuesta a holgazanear y a soñar. En la ciudad que se le parece, sentimos revivir a nuestro amigo dondequiera que vayamos. En cada esquina y en cada vuelta creemos que puede surgir de repente su alta figura con el abrigo oscuro de trabilla, el rostro oculto tras el cuello, el sombrero calado hasta los ojos.”

ginzburgfumandoEspecialmente hermosa me resulta su aparente incapacidad para formarse en la cultura, sobre todo porque, gracias a sus recuerdos y emociones tenemos sus libros y ese hecho es, sin lugar a dudas, parte de nuestra cultura:

“Por el contrario, él ha sabido formarse una cultura, se ha formado una cultura de todo aquello que ha provocado su curiosidad; y yo no he sabido formarme una cultura de nada, ni siquiera de las cosas que más he amado en mi vida: han quedado en mí como imágenes dispersas, alimentando mi vida de recuerdos y emociones, sí, pero sin llenar el vacío, el desierto de mi culpa.”

Su percepción de la guerra es una percepción muy distinta a la habitual; esta percepción se acerca a esas actitudes que quería destacar la premio nobel Svetlana Alexiévich en La guerra no tiene rostro de mujer; alerta sobre  su carácter inmutable, no se puede curar uno de ella, ya que después de ella todo es distinto a todos los niveles; lo bueno es que calibra las consecuencias del fenómeno bélico a través de su resistencia a la mentira; no teme decir la verdad y pregonarla a los cuatro vientos:

“No nos curaremos nunca de esta guerra. Es inútil. Jamás volveremos a ser gente serena, gente que piensa y estudia y construye su vida en paz. Mirad lo que han hecho con nuestras casas. Mirad lo que han hecho con nosotros. Jamás volveremos a ser gente tranquila.

Hemos conocido la realidad en su aspecto más tétrico. Ya no nos produce disgusto. Todavía hay quien se queja de que los escritores utilicen un lenguaje amargo y violento, de que cuenten cosas duras y tristes, de que presenten la realidad en sus términos más desolados.

Nosotros no podemos mentir en los libros ni podemos mentir en ninguna de las cosas que hacemos. Acaso sea el único bien que nos ha traído la guerra. No mentir y no tolerar que nos mientan los demás. Los que son mayores que nosotros siguen muy enamorados de la mentira, de los velos y de las máscaras con que  se cubre la realidad. Nuestro lenguaje los entristece y los ofende. No comprenden nuestra actitud ante la realidad. Nosotros estamos próximos a las cosas en su sustancia. Es el único bien que nos ha dado la guerra, pero nos lo ha dado sólo a nosotros, los jóvenes. A los que son mayores les ha dado inseguridad  y miedo.”

Cuando habla de su oficio lo hace por comparación de emociones y sentimientos, sabe que le gusta escribir por oposición; el resto de trabajos no le gustan porque se siente incómoda, e incluso, pierde el sentido:

“Mi oficio es escribir, y lo sé bien y desde hace mucho tiempo. Espero que no se me interprete mal: no sé nada sobre el valor de lo que puedo escribir. Sé que escribir es mi oficio. Cuando me pongo a escribir, me siento extraordinariamente cómoda y me muevo en un elemento que me parece conocer extraordinariamente bien, utilizo instrumentos que me son conocidos y familiares y los siento bien firmes en mis manos. Si hago cualquier otra cosa, si estudio un idioma extranjero, si intento aprender historia, o geografía, o taquigrafía, o intento hablar en público, o hacer punto, o viajes, sufro y  me pregunto continuamente cómo harán los demás estas cosas, me parece siempre que debe de haber una forma mejor de hacerlas que los demás conocen y que a mí me es desconocida. Y me siento sorda y ciega, y noto como una náusea dentro de mí.”

Casi sin querer expresa  sus miedos: el saber que el hombre es valorado de diferente manera que la mujer; le aterrorizaba demostrar que se pueda saber que es mujer, de ahí que escogiera personajes masculinos; bastante sintomático de esta situación es que escogiera como herramientas de caracterización la ironía y la perversidad; de hecho de esta manera asocia al hombre con dichas formas, no es casualidad que utilice esta comparación:

“La ironía y la perversidad me parecían armas muy importantes en mis manos; me parecía que me servían para escribir como un hombre porque entonces deseaba ardientemente escribir como un hombre, me daba pavor que a través de las cosas que escribía se pudiera inferir que era mujer. Los personajes que creaba eran casi siempre hombres, para que fueran distintos y lo más alejados posible de mí.”

El siguiente párrafo me resultó ciertamente inusual, ya que identifica su satisfacción y felicidad con un alejamiento de la realidad,  y, precisamente este alejamiento (más frío aunque lúcido) le sirve como aliento creador a la hora de configurar personajes y tramas distintos; nuevas historias con diferentes perspectivas, como las que ella nos ofrece en sus relatos: 

“He dicho que entonces, cuando escribía lo que yo llamaba novela, era una época muy feliz para mí. […] Entonces era feliz de un modo pleno y tranquilo, sin miedo y sin angustia, y con una total fe en la estabilidad y en la consistencia de la felicidad en el mundo. Cuando somos felices, nos sentimos más fríos, más lúcidos y distanciados de nuestra realidad. Cuando somos felices, tendemos a crear personajes muy distintos de nosotros, a verlos bajo la gélida luz de las cosas extrañas, apartamos la vista de nuestra alma feliz y satisfecha y la fijas sin piedad en los demás seres, sin piedad, con un juicio despreocupado y cruel, irónico y soberbio, mientras la fantasía y la energía inventiva actúan con fuerza en nosotros. Logramos inventar personajes con facilidad, muchos personajes, fundamentalmente distintos de nosotros, y logramos escribir historias sólidamente construidas, como secadas bajo una luz clara y fría.”

El pequeño relato que da título a la antología nos ofrece una perspectiva muy distinta del habitual “fiel en lo pequeño, fiel en lo grande”; Ginzburg considera por el contrario que donde hay que educar es en las grandes virtudes; no le falta razón con respecto a la falta de peligro y compromiso de las pequeñas y de ahí que predique la educación de las grandes, también es cierto que nunca será tarea fácil: 

“Por lo que respecta a la educación de los hijos, creo que no hay que enseñarles las pequeñas virtudes sino las grandes. No el ahorro, sino la generosidad y la indiferencia hacia el dinero; no la prudencia, sino el coraje y el desprecio por el peligro; no la astucia , sino la franqueza y el amor por la verdad; no la diplomacia, sino el amor al prójimo y la abnegación; no el deseo del éxito, sino el deseo de ser y de saber.

Sin embargo, casi siempre hacemos lo contrario. Nos apresuramos a enseñarles el respeto a las pequeñas virtudes, fundando en ellas todo nuestro sistema educativo. De esta manera elegimos el camino más cómodo, porque las pequeñas virtudes no encierran ningún peligro material, es más, nos protegen de los golpes de la suerte.”

Me gustaría terminar con un sentimiento que define a la perfección cómo es relacionarse con los demás, sobre todo porque destaca el abanico de dicotomías que supone siempre cualquier relación humana, saberlo ayuda a comprender la verdadera naturaleza humana, contradictoria pero exigente; capaz del momento más horrible así como del más bello: 

“Las relaciones humanas deben descubrirse y reinventarse todos los días. Debemos recordar siempre que toda clase de encuentro con el prójimo es una acción humana y, por lo tanto, es siempre mal o bien, verdad o mentira, caridad o pecado.”

Cuánta satisfacción me espera a la vuelta de la esquina al descubrir el resto de libros de esta magnífica escritora.

Los textos provienen de la traducción de Celia Filipetto de Pequeñas virtudes de Natalia Ginzburg  para la editorial Acantilado.

Sonetos de William Shakespeare. El bardo y sus lindezas

SonetosTenía yo entre mis manos la edición de los Sonetos de William Shakespeare a cargo de Bernardo Santano Moreno que sacó el año pasado Acantilado; una edición que consta de una traducción en prosa (a pie de página) y otra en verso, más poética, al lado de la edición en la lengua original y a la que solo se le echan en falta algunas notas que expliquen ciertos términos que se  dan por sentados; dicho lo anterior, la edición es más que disfrutable de la forma en que está planeada.

Bueno, a lo que iba, de la carrera recordaba lo enrevesado que era nuestro “Will” y podéis  comprobarlo por vosotros mismos en los siguientes sonetos (135 y 136):

 

135

“Whoever hath her wish, thou hast thy Will,

And Will to boot, and Will in overplus;

More than enough am I that vex thee still,

To thy sweet will making addition thus

 

Wilt thou, whose will is large and spacious,

Not once vouchsafe to hide my will in thine?

Shall will in others seem right gracious,

And in my will no fair acceptance shine?

 

The sea all water, yet receives rain still

And in abundance addeth to his store;

So thou, being rich in Will, add to thy Will

One will of mine, to make thy large Will more.

 

Let no unking, no fair bessechers kill;

Think all but one, and me in that one Will.”

 

136

“If thy soul check thee that I come so near,

Swear to thy blind soul that I was thy Will,

And will, thy soul knows, is admitted there;

Thus far for love my love-suit, sweet, fulfil.

 

Will will fulfil the treasure of thy love,

Ay, fill it full with wills, and my will one.

In things of great receipt with ease we prove

Among a number one is reckoned none;

 

Then in the number let me pass untold,

Though in thy stores’ account I one must be;

For nothing hold me, so it please thee hold

That nothing me, a something sweet to thee.

 

Make but my name thy love, and love that still,

And then thou lov’st me, for my name is Will.”

 

Para este par de poemas, el traductor hace la necesaria aclaración:

“En los sonetos 135 y 136, Shakespeare juega con los diferentes significados del término will, que son los siguientes: a) auxiliar de futuro; b) voluntad; c) deseo, antojo, capricho; d) deseo carnal, deseo lujurioso; e) diminutivo de William; f) órgano sexual masculino (registro vulgar); g) órgano sexual femenino (registro vulgar). Las cuatro versiones que se presentan deben entenderse simultáneamente. Para el diminutivo de William he preferido usar la forma Guille, fácilmente reconocible por cualquier lector como diminutivo de Guillermo”

Para cada uno de ellos ha realizado cuatro traducciones poéticas que alternan la semántica anteriormente mencionada. El resultado final es espectacular, esa mezcla de lo soez con alta literatura es prodigiosa. Su dificultad, ya podéis comprender, es de primer nivel.  Siempre he pensado que solo Cervantes puede estar al nivel del Bardo, su genialidad es manifiesta. Otros sonetos son más comprensibles, como esta joya que voy a usar para terminar:

76

“Why is my verse so barren of new pride,

So far from variation or quick change?

Why with the time do I not glance aside

To new-found methods and to compounds strange

 

Why write I still all one, ever the same,

And keep invention in a noted weed,

That every word doth almost tell my name,

Showing their birth and where they did proceed

 

O, know, sweet love, I always write of you,

And you and love are still my argument,

So all my best is dressing old words new,

Spending again what is already spent.

 

For as the sun is daily new and old,

So is my love still telling what is told.”

 

El pareado final es magistral, esa fusión entre lo nuevo y lo antiguo que tan bien llevó a cabo expresada en un par de versos: “Como el sol es a diario nuevo y viejo a la vez, /así mi amor aún cuenta lo que ya se ha contado” (traducción mía libre)

Leer a Shakespeare, un placer único.

Crónicas de feria: Adquisiciones y mucho más…

Junio empezó de la mejor manera posible a nivel de adquisiciones; la visita a la Feria del Libro es ya una tradición ineludible, no solo por dichas compras y su carácter lúdico, sino además por la posibilidad que se tiene de charlar y hablar de literatura con editores, libreros y otros compañeros, aunque otro año me gustaría poder desvirtualizar a algún madrileño más.

Este año hice dos visitas igual de fructíferas en cuanto a compras y beneficios; en el primer día el resultado final de las compras fue el siguiente:

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Antes de explicar estas novedades voy a ir dividiéndolas, al menos lo hice para el primer día, el segundo será grosso modo;  empecé visitando a Óscar Palmer, el editor y hombre para todo del pequeño sello EsPop Ediciones ; esta pequeña editorial refleja a la perfección las vicisitudes, el sufrido vivir día a día, libro a libro; me encanta hablar con él porque siempre desvela ese tipo de cosas que nunca te imaginarías y que no puedes saber tratando con una editorial estilo mastodonte: el cómo la sorpresa de ventas de un libro le ayuda a que el siguiente pueda ajustar más el precio, los libros con los que vende más, su verdadero núcleo duro mágico, esas biografías musicales, el poco éxito de los de novela negra que ha sacado y, cómo no, las próximas publicaciones que ya os digo que son ciertamente interesantes por diferentes motivos; pero ante todo y sobre todo, las ganas de hacer cuidadas ediciones y reunir un catálogo de calidad; la última adquisición, este Hollywood Gótico de David J. Skal es un ensayo que recoge la evolución cultural desde los libros al cine de la figura de Drácula y, sinceramente, no puede apetecerme más.

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La segunda visita, a la caseta de la editorial Turner me sirvió para desvirtualizar a Pilar Álvarez , la editora del sello de ensayos Noema; siempre es un placer conocer a alguien con quien has mantenido tan buenas conversaciones y comprobar que puedes seguir manteniéndolas en “carne y hueso” y además es mucho más maja en persona de lo que esperabas. Yo iba solo a por un libro y me llevé tres finalmente por su influencia:

 

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Mi elección para la feria era el curioso La dichosa importancia de la belleza de Amanda Filipacchi, una curiosa mezcla de humor absurdo, irreverencia y juegos literarias que puede ser realmente interesante; En un metro de bosque de Haskell es uno de esos libros que siempre tienes en antena, y no te acabas de decidir hasta ese día, su premisa es como poco original: reflejar en un libro la observación de un bosque a lo largo de un año completo desde el mismo sitio; el libro de Carlos García Gual está integrado en la colección de Historias mínimas y en este caso tiene como protagonista la Mitología, uno de esos temas que siempre me fascinará.

A continuación me dirigí a la caseta del grupo contexto donde cayeron tres libros de dos de mis editoriales favoritas: Sexto piso e Impedimenta:

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Muchas ganas tenía de conseguir por fin los Cuentos completos de Kingsley Amis y me proporcionó la oportunidad de hablar con su editor Enrique Redel que ya tenía planes para el nuevo libro de mi admirado Crispin, no se puede estar más contento. En el caso de Sexto piso cayeron dos libros muy distintos: Los viernes en Enrico’s de Carpenter (acabado por Lethem) y La facultad de las cosas inútiles de Dombrovski, que ya sabía que iba a ser publicado tras haber hablado hace unos meses con su traductora Marta Rebón y me atraía bastante; dos lecturas opuestas en temática y estilo y, en el caso del ruso, ciertamente dificultosa, me encantan los retos.

La visita del día finalizó visitando la librería Estudio en Escarlata donde iba buscando otros libros, pero me llevé estos finalmente:

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Tiene gracia lo mío con Miéville, los tengo casi todos, sin leer, sé que me va a gustar… pero todavía no he empezado con él; este de fantasía juvenil Un lun dun, ha caído como viene siendo costumbre; le ha faltado tiempo a Roja y negra para sacar lo que faltaba de Nesbo en España, aquí el segundo libro en el que estoy ahora precisamente, el nombre, Cucarachas, no invita al buen gusto, veremos el contenido; Disforia fue otra de esas compras extrañas, sigo recopilando todos, o casi todos los títulos del sello Insomnia, de terror contemporáneo de Valdemar. A ver si algún día los leo. Y acabé con un fijo, el argentino Carlos Salem y su última novela negra En el cielo no hay cerveza. Y aquí sucedió un hecho aún más sorpresivo, me estaba yendo y le vi en una caseta firmando y no tenía mucha gente, no soy muy dado a estas cosas, pero la tentación me venció y aquí tengo el libro firmado por el autor:

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Ay, se me olvidaba, otra de esas compras ineludibles, a mi mujer le encanta Benjamin Lacombe y vamos consiguiendo sus libros poco a poco, esta vez no podía ser menos, qué edición más lujosa y maravillosa de esta Genealogía de una bruja:

 

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Y esto nos lleva ya al segundo día de feria, acompañado del gran amigo, librero, devorador de cultura, incombustible… (póngase aquí el adjetivo que prefiera) Jónatan  con el que estuvimos dando otra vueltecita, esta vez entre semana, y que me sirvió para hablar con mucha gente que probablemente ni me recuerde ya. Bueno, excepto Óscar y Raquel Vicedo con la que conversamos en alegre compañía sobre el éxito de Sexto Piso y lo bien que se estaba vendiendo su colección de poesía, qué alegrías te llevas a veces, ah, y encontramos otro lector “gaddisiano”… si al final va a haber más de los que esperaba. También hablamos con el editor de Reino de Cordelia y sobre la próxima publicación de Memoria de un asesino, y no faltaron compras:

 

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En Generación X cayó lo último de Ligotti, Grimscribe, y la reedición del Stalker. Picnic extraterrestre de los Strugatski y de propina el promocional El jardín crepuscular de Clute, un sorpresón. Lo que me costó encontrar en una caseta Los tres de Sarah Lotz, en RBA (su editorial!) lo tienen agotado, parece mentira… ; el impronunciable, inescribible, Krasznahorkai, fue otra de mis compras, tengo ganas de probarlo después de su flamante Man booker International Prize; también adquirí el nuevo libro de entrevistas y reflexiones de corte psicoanalítico de Coetzee El buen relato y un Roth (Joseph) La (fabulosa) leyenda del Santo Bebedor. Todo acabó con los cuatro volúmenes de Cine-Bis que me había encargado Jónatan, pulp a raudales.

Y no quiero liarme más, me ha salido demasiado grande el artículo.

Espero que os haya gustado y que me contéis vuestras compras igualmente.

Un abrazo y buenas lecturas.

Fouché. Retrato de un hombre político de Stefan Zweig. Paradigma maquiavélico

FoucheNo hace falta recomendar al autor austriaco Stefan Zweig. Afortunadamente, es uno de esos autores reconocidos en calidad y ventas. Además, tiene la rara cualidad de resultar emocionante y tiene muchas puertas de entrada según el lector, ya que cultivó todo tipo de formas y géneros. Desde la novela, relato corto, ensayo, etc… hasta la biografía , como la que traigo hoy. Fouché es, sin lugar a dudas, uno de los mayores logros del autor, una historia que aúna biografía, historia y buenas dotes narrativas al mismo tiempo. Una obra prácticamente perfecta y que saca a la luz a uno de los personajes de la historia, el paradigma de Maquiavelo encarnado en el ministro de policía de Napoleón.

El prefacio del autor pinta con profusión de adjetivos la personalidad de este personaje único (“no se ahorra con él ninguna palabra despreciativa”) y va más allá al entroncarlo con las narraciones de género, no en vano lo relaciona con Sherlock Holmes, convirtiéndole en un precursor,  pero va más allá, centrándose en su papel en las sombras, entre bastidores, un papel secundario principal:

“Joseph Fouché, uno de los hombres más poderosos de su tiempo, uno de los más singulares de todos los tiempos, encontró poco amor entre sus contemporáneos y aún menos justicia en la posteridad. A Napoléon En Santa Elena, a Robespierre entre los jacobinos, a Carnot, Barras, Talleyrand en sus memorias, a todos los historiadores franceses ya sean realistas, republicanos o bonapartistas, les empieza a brotar bilis de la pluma con tan solo escribir su nombre. Traidor nato, miserable intrigante, puro reptil, tránsfuga profesional, vil alma de corchete, deplorable inmoralista…,no se ahorra con él ninguna palabra despreciativa […] De vez en cuando, su figura aparece como un fantasma en una obra de teatro o una opereta napoleónica, pero la mayoría de las veces lo hace en el manido y esquemático papel del astuto ministro de policía, de un precursor de Sherlock Holmes; una presentación en este plan confunde siempre un papel entre bastidores con un papel secundario.”

Incide en el detalle de este perfil esquivo, precisamente por ser la clave de su misterioso papel; obrar desde lo invisible, sin grandes fuegos artificiales ni grandes discursos (muy al contrario, no duda en resaltar su aversión a hablar en público) pero manipulando poco a poco, con gran tenacidad y confianza:

“Pero, lo mismo que a lo largo de su vida, Fouché ha sabido mantenerse en un segundo plano en la Historia: no gusta de dejarse mirar a la cara ni de enseñar sus cartas. Casi siempre se esconde dentro de los acontecimientos, dentro de los partidos, actuando de forma tan invisible tras la envoltura anónima de su cargo como la maquinaria de un reloj, y solo muy raras veces se logra, en el tumulto de los acontecimientos, atrapar las curvas más cerradas de su trayectoria, su huidizo perfil.”

Y esta es la clave para entender, por extensión, lo que es la política; Acantilado, subtituló el libro como “Retrato de un hombre político”, añadido innecesario (que no aparece en la edición original) para los que conocemos la vida del personaje, pero que actúa como potenciador para el resto; Fouché es el reflejo del tahúr que sabe cómo manejar la política, sin moral, sin convicciones firmes:

“Y diariamente volvemos a ver que en el discutible y a menudo sacrílego juego de la política, al que los pueblos siguen confiando de buena fe sus hijos y su futuro, no se abren  paso los hombres de amplia visión moral, de inconmovibles convicciones, sino que siempre se ven desbordados por esos tahúres profesionales a los que llamamos diplomáticos, esos artistas de las manos ágiles, las palabras vacías y los nervios fríos. […] Así, esta biografía de Joseph Fouché es una contribución a la tipología del hombre político.”

Esto se ve reafirmado en  “Ascensión” donde Zweig nos saca a relucir otras características del gran embaucador; la primera de ellas es no ser fiel a nadie, ni siquiera a Dios:

“Podría llegar más alto, convertirse en sacerdote, quizá incluso un día en obispo o cardenal, si tomase los votos sacerdotales. Pero, típico de Joseph Fouché, ya en el primer escalón de su carrera, el más bajo, se pone de manifiesto un rasgo característico de su personalidad: su aversión a vincularse plenamente, irrevocablemente, a alguien o algo. […] Joseph Fouché no se siente obligado a ser fiel de por vida ni siquiera a Dios, no digamos a un hombre.”

La segunda tendría que ver con su sangre fría, con su confianza en su cerebro y su indudable gusto por la intriga, por los manejos subrepticios o subterráneos:

“Esta sangre fría es el verdadero genio de Fouché. Su cuerpo no le frena y no le arrastra, está por así decirlo ausente de todos estos osados juegos intelectuales. Su sangre, sus sentidos, su alma, todos esos perturbadores elementos sentimentales de un verdadero ser humano, jamás actúan de veras en este secreto jugador de azar, cuya entera pasión se encuentra desplazada hacia el cerebro. Porque este seco hombre de escritorio ama de manera viciosa la aventura, y su pasión es la intriga. […] Tender los hilos desde un despacho, atrincherado tras expedientes y registros, golpear de manera asesina, sin ser esperado y sin ser visto, es su táctica.”

Estos dos rasgos se ven reafirmados con, quizás, su principal virtud, que aparece en  “El mitrailleur de Lyon”, su capacidad para cambiar de bando según sea necesario: ser una veleta para sus intereses:

“El viejo miedo acomete a Fouché: dejar de estar con la mayoría. Los partidarios del Terror han sido vencidos…,  ¿para qué seguir siendo uno de ellos? Mejor pasarse rápidamente a los moderados, a Danton y Desmoulins, que ahora exigen un “tribunal de los mansos”, cambiar rápidamente de chaqueta siguiendo la dirección del viento.”

En “La lucha con Robespierre” nos encontramos con una lucha impactante, emocionante, que consigue que el relato se vuelva apasionante en los brazos de Zweig; la descripción de la lucha de ambos personajes, tan distintos, es simplemente épica; cada uno usa sus armas, Robespierre su grandilocuencia, su saber estar, Fouché, nuevamente sus enredos:

“En pocas palabras, todos tiemblan, todos consideran posible un ataque contra ellos, nadie se siente lo bastante puro como para responder plenamente a la hiperrigurosa exigencia que Robespierre plantea a la virtud ciudadana. Y una y otra vez, como el huso en la rueca, Fouché corre del uno al otro tendiendo nuevos hilos, anudando nuevas redes, enganchándolos  más en esa tela de araña de desconfianza y de sospecha. Pero el que practica es un juego peligroso, porque sólo teje una tela de araña, y un solo movimiento brusco de Robespierre, una palabra de traición, puede destruir su tejido.

Este misterioso, desesperado, peligroso y subterráneo papel de Fouché en la conspiración contra Robespierre no ha sido lo bastante destacado en la mayoría de los estudios, y en los superficiales ni siquiera se lo menciona.”

Lo bueno de Zweig es que muestra virtudes y defectos al mismo tiempo; e incluso, como parte del rol principal, muestra sus horas bajas, sobre todo en la lucha con Robespierre, se muestra su lado más humano a través de la enfermedad de su hija pequeña:

“Porque en esos días este hombre acosado con desesperación por todos los perros, constantemente amenazado por el brillo del hacha, añade a su caída en desgracia política una última y extrema desgracia en su propia vida. Duro, frío, intrigante y nada comunicativo en la vida pública y en la política, este hombre extraño es en casa el más conmovedor de los maridos, el más tierno padre de familia.[…] a la preocupación por su propia vida se une terriblemente la nueva preocupación por la de su hija. La más espantosa de las pruebas: sabe que el ser amado, débil, enfermo del pecho, yace moribundo junto a su esposa y, perseguido por Robespierre, no puede sentarse por las noches junto al lecho de su hija enferma, sino que tiene que esconderse en ajenas viviendas y desvanes. En vez de cuidar de ella y escuchar el aliento que se le escapa, ha de correr con las suelas al rojo de un diputado a toro, mentir, implorar, conjurar, defender su propia vida. Con los sentidos perturbados, con el corazón roto, el desdichado yerra incansable en esos ardientes días de julio (el más caluroso en muchos años) por entre las bambalinas políticas, y no puede asistir al sufrimiento y muerte de su amada hija.”

Si épica es la lucha con Robespierre, este umbral se sobrepasa, desde su primer enfrentamiento, con el gran Napoleón:

“Se encuentran frente a frente por primera vez; cuidadosamente, el uno examina y mide al otro para saber si será útil a su fines personales. Y siempre los seres superiores se reconocen al vuelo. Enseguida Fouché advierte en el inaudito dinamismo  de este hombre de poder el genio indomeñable de la autoridad; enseguida Bonaparte, con su mirada aguda de ave rapaz, reconoce en Fouché al auxiliar útil, empleable en cualquier cosa, que lo comprende todo con rapidez y lo lleva a la práctica con energía. […] Desde el primer momento se reparten los papeles, señor y criado, diseñador del mundo y político del momento; ahora puede empezar su colaboración.”

Es en esta época cuando asistiremos  al ascenso de Fouché que llegará a introducirse en su última faceta, como político de exteriores; es entonces cuando llegamos al culmen de sus dobleces, casi se comportará como una agente doble al servicio de nadie, simplemente al servicio de sí mismo, de un juego que le apasiona y sin el que no puede vivir:

“Completo traidor…, no ocasional, una genial naturaleza de la traición, eso es lo único que fue, porque la traición no es tanto su intención, su táctica, como su más auténtica naturaleza. Quizá la mejor forma de comprender su esencia sea la analogía con el agente doble, tan conocido en los casos de guerra, que entrega secretos a una potencia extranjera para conseguir a su vez de ella otros más valiosos, y que en ese ir y venir finalmente ya no sabe a qué potencia sirve en realidad; el agente al que ambos pagan y no es fiel a ninguno, entregado realmente tan solo al juego, al doble juego del ir y venir, de estar en el medio, un placer ya casi inmaterial, un placer diabólico y mortal.”

El excepcional último episodio nos muestra a un Maquiavelo crepuscular en total decadencia, refugiado, por mano propia, en el olvido:

“Nada en esta pobre sombra recuerda al hombre temido y peligroso que durante dos décadas confundió al mundo y puso de rodillas a los hombres más fuertes de su tiempo. Sólo quiere paz, paz y una buena muerte. Y, realmente, en sus últimas horas hace la paz con su Dios y con los hombres. Paz con Dios, porque el viejo y combativo ateo, el perseguidor del cristianismo, el destructor de altares, hace venir en los últimos días de diciembre a uno de esos “repugnantes estafadores” (como los llamaba en los días de esplendor de su jacobinismo), un sacerdote, y recibe con manos devotamente entrelazadas los últimos óleos. […] Se enciende un gran fuego, al que se arrojan cientos y cientos de cartas, probablemente también las temidas memorias ante las que temblaban centenares de personas. Fue una debilidad del moribundo o una última y tardía bondad, fue miedo a la posteridad o burda indiferencia… , en cualquier caso, con una novedosa y casi piadosa consideración, destruyó en su lecho de muerte todo lo que podía comprometer a otros y con lo que podía vengarse de sus enemigos, buscando por vez primera, en vez de la fama y el poder, otra dicha, cansado de los hombres y de la vida: el olvido.”

Magnífica biografía, uno de los mejores libros de Zweig. Un placer inconmensurable.

Los textos pertenecen a la traducción de Carlos Fortea Fouché. Retrato de un hombre político de Stefan Zweig en Acantilado.

“Poética Musical” de Ígor Stravinski. Clases magistrales

stravinskiHay que reconocer que Acantilado tiene una colección de libros relacionados con música que es ciertamente interesante. Si el otro día hablaba de la monografía de Charles Rosen sobre Arnold Schoenberg, hoy paso a reseñar un libro que  recoge unas clases magistrales sobre poética musical que dio el compositor Ígor Stravinski; en la presentación de Iorgos Seferis encontramos el origen de los textos:

“Las seis conferencias siguientes fueron impartidas en francés bajo el título general de “Poétique musicale sous forme de six leÇons”, y pertenecen a la famosa serie de Charles Eliot Norton Lectures on Poetry de la Universidad de Harvard. Durante años estuvieron agotadas y era imposible encontrar el texto original.”

Así como poner en perspectiva la importancia musical de la figura del ruso, equiparable en genialidad al gran Picasso:

“Sin embargo, donde hemos de buscar la expresión más profunda de Stravinski –y utilizo esta palabra en un sentido absoluto- no es en el campo de la palabra, sino en el campo del sonido. Ahí fue donde trasplantó a su persona y es ahí donde ha sido reconocido como un gran señor de la música, una figura comparable en estatura al otro pilar de nuestra época, Pablo Picasso.”

Las seis conferencias revelan la gran capacidad de síntesis del compositor; en “Toma de contacto”, la primera conferencia, establece la base que le servirá de argumentación, su pretensión era fundar unas teorías objetivas, alejadas de subjetivismos:

“No se trata, pues, de mis sentimientos y de mis gustos particulares. No se trata de una teoría de la música proyectada a través de un prisma subjetivista. Mis experiencias y mis investigaciones son enteramente objetivas y mis introspecciones no me han llevado a interrogarme sino para sacar consecuencias concretas.

Estas ideas que desarrollo, estas causas que defiendo y que defenderé sistemáticamente ante ustedes, han servido y servirán siempre de base a la creación musical, precisamente porque están basadas en el plano de la realidad concreta.”

Como ejemplo de esa realidad concreta toma, al hilo del controvertido estreno de su “Consagración de la primavera”, la opinión del compositor Ravel a la hora de valorar lo verdaderamente reseñable de dicha composición:

“Cuando la Consagración apareció, fueron muchas las opiniones contradictorias, mi amigo Maurice Ravel intervino casi solo para poner las cosas en su lugar. Él supo ver y dijo que la novedad de La Consagración no residía en la escritura, en la instrumentación, en el aparato técnico de la obra, sino en la entidad musical.”

Su exposición, cristalina, resume los pasos siguientes que llevará a cabo en las próximas conferencias:

“Como ven, esta explicación de la música que voy a emprender para ustedes y, lo espero, con ustedes, tendrá el aspecto de una síntesis, de un sistema que, partiendo del análisis del fenómeno musical, terminará con el problema de la ejecución de la música.”

Entrando ya en el capítulo “Del fenómeno musical” desbroza la música a través de dos de sus elementos fundamentales: sonido y tiempo.

“Porque el fenómeno musical no es más que un fenómeno de especulación. Esta expresión no les debe asustar lo más mínimo. Supone simplemente, en la base de la creación musical, una búsqueda previa, una voluntad que se sitúa de antemano en un plano abstracto, con objeto de dar forma a una materia concreta. Los elementos que necesariamente atañen a esta especulación son los elementos de sonido y tiempo. La música es inimaginable desvinculada de ellos.”

Si a ellos les sumamos el juego tonal, es cuando podemos hablar con propiedad de lo que es la música.

“Las articulaciones del discurso musical descubren una correlación oculta entre el tempo y el juego tonal. No siendo la música más que una secuencia de impulsos y reposos, es fácil concebir que el acercamiento y el alejamiento de los polos de atracción determinan, en cierto modo, la respiración de la música.”

Cada cierto tiempo utiliza ejemplos ilustrativos de lo que está explicando en ese momento, como la importancia de la melodía en el caso de Bellini y su carencia en el caso de Beethoven:

“Beethoven ha legado a la música un patrimonio que no parece sino fruto de su obstinada labor. Bellini recibió el don melódico sin haber tenido la necesidad de pedirlo, como si el Cielo le hubiese dicho: “Te doy justamente todo aquello que faltaba a Beethoven.”

Es interesante, cuando ya entramos en la conferencia “De la composición musical”, cómo desgrana la teoría musical con el tiempo vivido, el convulso siglo XX con el derribo de lo establecido decimonónicamente llegando a la raíz de la era de la información, la paradoja del desconocimiento:

“Vivimos en un tiempo en el que la condición humana sufre hondas conmociones. El hombre moderno va camino de perder el conocimiento de los valores y el sentido de las relaciones. […] En el orden musical las consecuencias son las siguientes: de un lado se tiende a apartar el espíritu de lo que yo llamaría la alta matemática musical para rebajar la música a aplicaciones serviles y vulgarizarla acomodándola a las exigencias de un utilitarismo elemental. […] por otro lado […] el nuevo pecado original […] un  pecado de desconocimiento: desconocimiento de la verdad y de las leyes a que da lugar, leyes que hemos llamado fundamentales.”

Prácticamente anecdótica parece sin embargo su conferencia sobre “Las transformaciones de la música rusa” que utilizó para detenerse en “sus avatares, sus transformaciones, en el curso del período tan breve de su duración, ya que sus orígenes, en su aspecto de arte culto, no se remontan más allá de un centenar de años.”

La última conferencia “De la ejecución” es, en mi opinión, la más jugosa y, sobre todo, más cercana al aficionado, llega a compararlo con el traductor de idiomas en su faceta más traidora y pone de relevancia la dificultad de interpretar cualquier obra, ejecutarla, según los dictados del compositor y las variables que influyen en las ejecuciones

“Advirtamos que coloco al ejecutante ante una música escrita en la que la voluntad del autor está explícita y se desprende de un texto correctamente establecido. Pero por escrupulosamente anotada que esté una música y por garantizada que se halle contra cualquier equívoco en la indicación de los tempi, matices, ligaduras, acentos, etc., contiene siempre elementos secretos que escapan a la definición, ya que la dialéctica verbal es impotente para definir enteramente la dialéctica musical. Estos elementos dependen, pues, de la experiencia, de la intuición, del talento, en una palabra, de aquel que está llamado a presentar la música.”

Me encanta cuando, en un ejercicio de sinceridad, habla sobre las prácticas actuales de inflar orquestas que no se pensaron de esa manera, como para la Pasión según San Mateo de Bach, escrita para un conjunto de música de cámara (34 miembros en total con solistas y coro); parece de sentido común pensar que no fueron pensadas para dichas sonoridades, cosa que, hoy en día, para qué engañarnos, no parece tan claro.

“Lo absurdo de semejantes prácticas clama al cielo desde cualquier punto de vista, en primer lugar en el aspecto acústico. Porque no basta con que el sonido llegue al oído del público: es necesario, además cuidar en qué condiciones y en qué estado llega. Cuando la música no ha sido concebida para una gran masa de ejecutantes, cuando su autor no ha querido producir efectos dinámicos macizos, cuando el marco es desproporcionado a las dimensiones de la obra, la multiplicación de los efectivos no puede producir sino efectos desastrosos.”

Y acaba con otra reflexión digna de su genio y que demostró una gran clarividencia, no puedo dejar de pensar en mi Spotify donde con un par de botones puedo encontrar prácticamente cualquier versión musical de una obra en cuestión:

“El oyente moderno no necesita hacer más esfuerzo que el de girar un botón. Pero el sentido musical no puede adquirirse ni desarrollarse sin ejercicio. En música, como en todas las cosas, la inactividad conduce, poco a poco, a la anquilosis, a la atrofia de las facultades. Así entendida, la música termina por ser una especie de estupefaciente, que, lejos de estimular el espíritu, lo paraliza y lo embrutece. De modo que el mismo agente que trata de infundir amor por la música, difundiéndola cada vez más, se encuentra a menudo con que aquellos a quienes quisiera despertar el interés y desarrollar el gusto pierden el apetito.”

Implícitamente, Stravinski defiende la autoformación musical como vía para poder apreciarla; estoy muy de acuerdo con él, que sea ocio no quiere decir que no se investigue sobre ello y esta idea debería aplicarse a otras artes, como literatura, pintura… esto, sin embargo, es algo de lo que se adolece cada vez más con las consecuencias funestas que todos conocemos.

Fantástico libro, accesible a pesar de que en algunos momentos resulte denso por su saber.

Los textos provienen de la traducción del francés de Eduardo Grau de “Poética Musical” de Ígor Stravinski para Acantilado.

“Schoenberg” de Charles Rosen. La polémica de una figura única en la música del siglo XX

Schoenberg-Charles-Rosen-portadaSi hay una figura clave para entender el devenir y la evolución de la música del siglo XX esa es sin duda el alemán Arnold Schoenberg. Figura en la cual se aunaban polémica y genio a partes iguales. Para desgranar dicha importancia Acantilado acaba de publicar la obra “Schoenberg” del pianista profesional, profesor de música y autor de diversos ensayos Charles Rosen (1927-2012). El norteamericano integra en esta pequeña obra biografía, historia cultural, sociología  y análisis musical de manera admirable, ya que consigue que, a pesar de la complicación de lo tratado musicalmente, resulte accesible para neófitos en la materia además de no decepcionar por su superficialidad en el caso de sus estudiosos.

En su prólogo, Rosen nos pinta la biografía de un músico que cayó en desgracia para el público general y, especialmente, el mundo musical; él fue totalmente consciente de su importancia:

“Schoenberg se consideró a sí mismo como una fuerza histórica inevitable. En una ocasión en que le preguntaron si él era el famoso compositor Arnold Schoenberg, respondió: “Ningún otro quiso el trabajo, de modo que tuve que asumirlo.” Llegó a ser un clásico aun sin haber obtenido en su vida la aceptación pública que se dispensó sin regateo a figuras menores. Hoy día es indudable que sus trabajos son duraderos y el peso de su influencia, reconocido; sin embargo la significación de ambos sigue siendo objeto de controversia.”

Así como de la hostilidad de sus adláteres que tuvo que soportar por sus ideas “revolucionarias” y ciertamente avanzadas que le proporcionaron no pocas penalidades:

“Al final de su vida, Schoenberg reconoció la importancia de la hostilidad con la que tuvo que enfrentarse a lo largo de su carrera: 

Personalmente tengo la sensación como de haber caído en un océano de aguas hirvientes y, sin saber cómo nadar o escapar de otra manera, haber tratado de hacer lo mejor que podía con manos y pies…, sin rendirme nunca. ¿Cómo podría haberme rendido en medio de un océano? 

[…] nunca entendí qué les había hecho yo para conseguir que fueran tan maliciosos, tan iracundos, tan maledicentes, tan agresivos…”

El texto resulta preclaro en la forma de presentar poco a poco, las ideas del alemán,; en primer lugar desmontando la idea general de lo que es una disonancia:

“Circulan dos concepciones generales erróneas sobre la disonancia: la primera sostiene que la disonancia es un sonido desagradable; la segunda, que para que exista una disonancia deben tocarse por lo menos dos notas simultáneas. Ambas exigen una rectificación para poder captar en qué sentido y en qué medida la revolución estilística de las primeras décadas de este siglo puede ser descrita como una emancipación de la disonancia.”

En este contexto musical es cuando la disonancia se define en base a su terminación, es decir, la necesidad de que exista una consonancia que complete la disonancia:

“Este efecto de terminación, denominado función cadencial, es lo que precisamente define una consonancia. Una disonancia es cualquier sonido musical que debe ser resuelto, es decir, ir seguido de una consonancia; en cambio una consonancia es un sonido musical que no requiere resolución y puede actuar de última nota redondeando la cadencia.”

Es en ese momento cuando por fin el autor introduce la verdadera innovación de Schoenberg, la “emancipación de la disonancia”:

“En este continuo vaivén entre tensión y resolución, la total “emancipación de la disonancia” significó –y sólo podía haber significado eso- una liberación con respecto a la consonancia, es decir, con respecto a la obligación de resolver la disonancia. Esto no sólo significaba que cualquier combinación de notas era aceptable, sino que dejaba de existir la obligación de resolver un acorde disonante en una consonancia.”

Se suprime la necesidad de “completar” una disonancia, y ello generará la base para el desarrollo de unas formas de estructurar las partes musicales que, hasta ese momento, eran inconcebibles, como en el caso de su ópera Erwartung:

“Pero dichos espaciamientos son sólo una pequeña parte de la textura musical, y donde Erwartung es más revolucionaria es en la casi inconcebible variedad y significación de sus texturas. Es sobre todo aquí donde se reconstruyen los efectos fundamentales de disonancia y resolución. Desterrada la armonía, la disonancia vuelve, transformada, a tomar posesión de todos los demás elementos de la música.”

Rosen resulta tremendamente didáctico cuando introduce la idea de completitud que sustituirá la consonancia, la saturación musical, una plenitud cromática musical (que ojo, puede ser fuerte o débil en volumen):

“Este masivo movimiento cromático a distintas velocidades, ascendente y descendente, y acelerando, constituye una saturación del espacio musical, conseguida en unos pocos segundos, y al ser un movimiento cada vez más rápido, cada nota dentro de la tesitura orquestal es tocada en una especie de glissando. La saturación del espacio musical es para Schoenberg el sustituto del acorde de tónica del lenguaje musical tradicional. La consonancia absoluta es un estado de plenitud cromática.”

A partir de ahí el texto sube el nivel para introducir el serialismo (que surge a partir del dodecafonismo schoenbergiano) en el cuál cada nota tiene la misma importancia y en el que sólo importa su ubicación:

“El serialismo de Schoenberg (dodecafonismo) adopta como condición inicial la homogeneidad del espacio cromático. Cada nota es en teoría tan importante como cualquier otra y ninguna posee valor intrínseco alguno que la coloque por encima de las demás; su único valor viene dado por su lugar en la serie. El principio de no redundancia implica simplemente que deben ser respetadas las posiciones relativas dentro de la serie.”

A pesar de una mayor aridez final para explicar esta parte, la evolución del texto es tan lógica y bien hilvanada que no resulta tan dificultoso a pesar de la apariencia; Schoenberg fue tan variado en la evolución de su música que desencadena en los oyentes respuestas de lo más variopinto, quizá en sus primeras obras es en donde se puede descubrir parte de este genio por el público menos habituado al repertorio:

“Quizá en estas obras el oyente es más consciente del movimiento continuo de fondo debido a que la serie, en sus múltiples formas, se plasma en una extraordinaria variedad de ritmos y configuraciones. Schoenberg probablemente hubiese gozado la ironía de pensar que las obras donde más llegó a involucrar sentimientos no musicales fueron precisamente las que le permitieron desarrollar las formas abstractas más satisfactorias.”

Muy buena aproximación a la figura del compositor alemán y su música, bastión de la música del siglo XX. Charles Rosen sabía muy bien cómo ser didáctico sin dejar de hacer interesante lo que escribía.

Los textos provienen de la traducción del inglés de Fernán Díaz de “Schoenberg” de Charles Rosen en Acantilado.

“Confusión de Sentimientos” de Stefan Zweig. En torno al intimismo

confusionsentimientosSi hay un autor clásico con el que disfrute en demasía ese es, sin lugar a dudas, el austríaco Stefan Zweig, elección ineludible para mi proyecto de acabar de leer toda la obra de algunos autores en los próximos años.

Y es imprescindible porque su estilo (gracias a las fantásticas traducciones que, por otra parte, le realizan) roza lo sublime en todo momento, de un lirismo exacerbado, lleno de imágenes, metáforas y belleza sin entrar en lo “cursi”, te puede gustar más o menos la historia que cuenta, pero, indudablemente, siento que me diluyo en esa prosa; es como entrar en el “séptimo cielo”, un sitio del que no quieres escapar.

Lo bueno del autor es que, además, suele interesarme bastante lo que cuenta; buena cuenta de ello es el último libro publicado por Acantilado: “Confusión de sentimientos”. En él, asistimos a una narración en primera persona de Roland que nos cuenta sus sensaciones cuando le hacen un regalo: una relación de los hechos de su vida y cómo, sin embargo, es consciente de que no refleja el hecho que de verdad cambió su forma de ser:

“Y así yo, que había dedicado una vida a describir a gente a partir de sus obras y a dar una dimensión real a las estructuras espirituales de su mundo, descubrí de nuevo, precisamente por experiencia propia, cuán inescrutable permanece en cada destino el núcleo esencial del ser, la célula motriz que da origen a todo crecimiento. Vivimos miríadas de segundos y, sin embargo, es uno solo, siempre uno, el que pone en ebullición todo nuestro mundo interior, es el segundo en que (Stendhal lo ha descrito) la flor interior, saturada ya de todos los jugos, llega como un relámpago a la cristalización: un segundo mágico, parecido al de la procreación y, como él, oculto en el cálido interior de la vida propia, invisible, impalpable, imperceptible, misterio vivido una sola vez. Ningún álgebra del espíritu puede calcularlo, ninguna alquimia del presentimiento puede adivinarlo, y raras veces lo capta la percepción de uno mismo.”

A partir de entonces se desencadenará una prolepsis que nos llevará a sus tiempos de estudiante y que va encaminada a reflejar ese hecho que vivió en su interior y que cambiará su percepción de la vida; el discurso del profesor, esa persona que será tan importante, fluye como una sinfonía, erigido como director de una orquesta de la elocuencia:

“Y bastaron unos minutos para que yo mismo, olvidando mi intrusión, sintiera la fuerza cautivadora de su disertación que actuaba con un poder magnético; sin querer me acerqué un poco más para ver, más allá de las palabras, los gestos de sus manos que envolvían y abrazaban y a veces, cuando una palabra prorrumpía majestuosa, se extendían como alas y se elevaban temblorosas para después descender musicalmente poco a poco imitando el gesto tranquilizador de un director de orquesta.”

La relación entre el profesor, su esposa y el narrador es entonces narrada desde su perspectiva y asistimos a una profunda lucha interior de los tres personajes por motivos que tendréis que descubrir vosotros aunque os podéis figurar. El reflejo de esta lucha, en el caso de profesor y alumno, queda perfectamente expuesto aquí:

“-¿De veras quieres irte… hoy, precisamente hoy? -Me cogía de la mano: una tensión invisible la hacía pesada. Pero de pronto la dejó caer bruscamente, como una piedra-. Lástima -exclamó decepcionado-, me habría alegrado tanto hablar una vez contigo francamente. ¡Lástima!

Por un momento ese profundo suspiro se propagó por toda la habitación como una mariposa negra. Yo estaba avergonzado, lleno de un miedo perplejo inexplicable; me retiré vacilante y cerré la puerta detrás de mí sin hacer ruido.”

El miedo a mostrar lo que uno es y el miedo a aceptarlo por parte del alumno, la vergüenza de ambos, la sinceridad encubierta por un falso miedo a complicar aún más las cosas. Su extensión será palpable en el bellísimo final donde sí que surgirá la sinceridad del profesor en su confesión “largamente pospuesta” con todo el impulso poético del autor:

“Pero aquí un hombre se reveló ante mí en toda su desnudez, aquí un hombre se rasgó el pecho, ávido de descubrirme su corazón roto a golpes, envenenado, consumido y supurante. Una voluptuosidad indómita se martirizaba, se flagelaba voluntariamente en aquella confesión contenida durante años y años. Solo quien durante toda una vida había sentido vergüenza, había bajado la cabeza y se había escondido podía, bajo los efectos de una embriaguez tan abrumadora, descender hasta el rigor de tal confesión. Pedazo a pedazo, un hombre arrancó la vida de su pecho, y en aquella hora, yo, un muchacho, penetré azorado, por primera vez, en las inimaginables profundidades del sentimiento humano.”

Parece mentira la facilidad que tiene Zweig para reflejar el dolor de ese secreto tanto tiempo guardado sin caer en sentimentalismos pero con toda la fuerza lírica de sus palabras.  Qué placer más inmenso siento con cada libro suyo. Basta de intentar explicarlo, solo hay que disfrutarlo.

Los textos vienen de la traducción del alemán de Joan Fontcuberta de “Confusión de Sentimientos” de Stefan Zweig en Acantilado.

“El árbol” de Slawomir Mrozek

el-arbol-de-slawomir-mrozekEl pasado 15 de agosto de este año nos abandonaba el escritor polaco Slawomir Mrozek (1930-2013); no he querido dejar pasar la oportunidad de hacer un pequeño homenaje, muy merecido, a uno de los escritores polacos más importantes en la actualidad. Cualquiera de sus libros es un buen comienzo, pero hoy vengo a hablar de “El árbol”.

Dos vertientes tiene su obra que dominan lo que ha escrito: la de dramaturgo y la de creador de cuentos cortos, microrrelatos. “El Árbol” es una recopilación de microrrelatos, como es el caso del imprescindible “La mosca”. En una novela, un lector tiene tiempo de relajación, es, en realidad sencillo seguir la trama, habitualmente, a pesar de las posibles digresiones. En el caso del cuento corto y, más concretamente, el microrrelato, este período de descanso no es posible; al tratarse de historias de dos páginas de media, si no entras rápido a lo que está contando, posiblemente cuando hayas entrado se ha terminado ya.

En el caso de Mrozek esto se acentúa y mucho, porque es particularmente preciso en la descripción, en cada palabra utilizada; pequeños detalles que contribuyen para crear pequeñas maravillas. Usos sutiles de las elipsis; finas ironías; denuncias palpables a regímenes totalitaristas; mucha imaginación y, por momentos, si lo necesita: fantasía y ciencia ficción. Parece mentira que esta amalgama de posibilidades aparezcan en apenas unas palabras, pero el polaco lo consigue con creces.

Como extrapolación de sus magníficos relatos voy a coger uno de los incluidos, el que se llama “La esperanza” que empieza con una premisa tan sencilla como esta:

“Un día recibí una carta. No habría nada de particular en ello si no fuera por el extraño contenido de esa carta o, mejor dicho, por su falta de contenido. Rasgue el sobre como de costumbre y encontré una hoja de papel totalmente en blanco, sin nada escrito ni por una cara ni por la otra. El sobre solo llevaba mi dirección -faltaba la del remitente- y el matasellos de una localidad importante. Una distracción de alguien o una broma tonta.”

Me encanta la sencillez con que lo expresa y me produce la misma sensación que siento al leer cualquiera de sus pequeñas joyas; ese parecer que no contienen nada pero con algo enigmático de fondo. Según avanza la historia, el protagonista se pregunta lo que puede ser:

“Mi razonamiento era el siguiente: si queda excluida una broma, hay que descartar la posibilidad de que la carta no signifique nada, que sea solo un medio, tal cual, sin ninguna intención. Así qué hay que volver a la tesis de que el propósito es que cada hoja de papel en blanco encierre un contenido individual, uno diferente cada una.”

¿Broma, propósito establecido… historia de amor?? ¿Qué nos estará preparando en cada relato?

“Ese flirteo duraba ya demasiado tiempo para no comenzar a dudar que se tratara de veras de un asunto de corazón.”

¡A lo mejor nos está chantajeando!

“¡Un chantaje! El remitente reclamaba un rescate. Ya el propio hecho de que las hojas estuviesen en blanco probaba lo astutos, pérfidos y cautelosos que eran los malhechores.”

El final se convierte entonces en un canto a la esperanza, la que nosotros como lectores tenemos cada vez que afrontamos uno de los momentos que nos regala Slawomir:

“Qué le vamos a hacer, tal vez no hubiese allí nada, seguro que no había nada… ¿Por qué iba a haber algo precisamente esta vez?

No había nada.

¿Y si había algo?”

Mrozek era un coloso y su legado, primordial, por todos los detalles que comenté anteriormente. ¡Cuánto se puede decir con tan poco! Un prodigio de concreción no exento de belleza. Él lo tenía clarísimo:

“La vida es sencilla, es solo mi imaginación la que la complica sin necesidad.”

Leedle, os puedo asegurar que no saldréis decepcionados.

Los textos provienen de la traducción del polaco de B. Zaboklicka y F. Miravitlles para esta edición de “El árbol” de Slawomir Mrozek para Acantilado.