La lectura de “Escenas de la vida de Londres por “Boz” de Charles Dickens me lleva a este post que escribí hace poco tiempo sobre el Dickens primerizo; bien podría haber aparecido en ese momento ya que, en esta recopilación de Abada Editores, nos encontramos veinticinco esbozos que puede ser la recopilación más completa traducida por estos lares. En el prólogo de esta fantástica edición de Miguel Ángel Martínez-Cabeza queda bien claro lo que nos podemos encontrar:
“El Londres de los Esbozos es el de los aprendices y oficinistas, de los juzgados y los periódicos, de las crónicas parlamentarias y las cenas benéficas, de los teatros, la feria de Greenwich y el circo de Astley, de los jardines públicos y de las licorerías, de los viejos coches de punto y los nuevos ómnibus. Los cinco primeros esbozos urbanos, “Los ómnibus”, “Las tiendas y los comerciantes”, “Los tribunales de justicia”, “Las casas de empeño y las tiendas de efectos navales” y “Los caballeros venidos a menos”, representarían algo nuevo en las descripciones de Londres. Ensayistas como Charles Lamb, Leigh Hunt y Washington Irving habían escrito con espíritu romántico sobre los rincones pintorescos de la ciudad; Pierce Egan en su popular Life in London (1820) había llevado a los lectores por los locales nocturnos de una forma estilizada; pero serían las dotes de observación y atención al detalle lo que permitiría a Boz reflejar las escenas de la vida diaria londinense y los hábitos de las clases menos favorecidas con asombrosa fidelidad.”
Es más que patente el reflejo de lo cotidiano gracias al realismo de descripciones, más cercano gracias a la reproducción del habla de la calle, ese cockney que causa quebraderos de cabeza en la traducción; pero lo mejor de todo es que nos encontramos al Dickens más creativo sin perder de vista las características que le harán grande, bien lo dice Miguel Ángel:
“En los Esbozos es fácil encontrar elementos que más tarde definirían el sello “dickensiano”: las situaciones absurdas, la disparidad entre los pensamientos y las acciones, o el conflicto entre la conducta natural y las convenciones sociales. Sin embargo el material del que parten –excluyendo los cuentos- viene dado por la realidad.”
En una descripción de una escena diaria podemos comprobar el estilo del escritor inglés, en plena efervescencia; tiene la maravillosa virtud de hacernos partícipe del momento; como si estuviéramos viendo la acción, cargada de elementos que suceden habitualmente, todos los días:
“Chicos de los recados con sombreros más grandes que ellos, convertidos en hombres antes de ser niños, pasan de prisa en parejas con su primer frac bien cepillado y los pantalones blancos del domingo pasado profundamente manchados de polvo y tinta. Por supuesto requiere un considerable esfuerzo mental evitar invertir parte del dinero para la comida del día en la compra de tartas rancias expuestas tentadoramente en latas empolvadas a las puertas de las pastelerías; sin embargo, la conciencia de sentirse importantes y la paga de siete chelines a la semana con la expectativa de un rápido aumento a ocho viene en su auxilio y en consecuencia inclinan sus sombreros un poco más hacia un lado y miran bajo las tocas de todas las modistillas de los sombrereros y fabricantes de corsés -¡pobres chicas!- a quienes mientras más trabajan peor les pagan, y que muy a menudo son la clase más explotada de la sociedad.” (“Las calles de día”).
Cada momento tiene su magia inherente, a pesar de estar describiendo acciones que no pasan de ser el día a día de una gran ciudad, con su aparente monotonía, hasta se puede escribir sobre el transporte público sin ser aburrido; los coches de día y los ómnibus se vuelven familiares gracias al humor de Dickens:
“Generalmente se admite que el transporte público proporciona un vasto campo para la observación y el entretenimiento. De todos los transportes públicos que se han inventado desde los tiempos del Arca de Noé –pensamos que ese es el más antiguo del que se tiene constancia- hasta la actualidad, me quedo con el ómnibus.” (“Los ómnibus”).
Buena cuenta de su capacidad humorística se pone de relieve en algo tan aparentemente falto de interés como una crónica parlamentaria; así en “Un esbozo parlamentario” el prólogo es muy sintomático de esta virtud, además de utilizar la exhortación directa al lector como recurso para aumentar la involucración:
“Esperamos que nuestros lectores no se alarmen por lo ominoso del título. Les aseguramos que no vamos a tratar de política ni tenemos la más ligera intención de ser más aburridos que de costumbre –si podemos evitarlo-. Se nos ha ocurrido que un esbozo superficial del aspecto general de “la Cámara” y las multitudes que acuden a ella la noche de un debate importante daría lugar a algún entretenimiento.”
Según avanzamos en su lectura comprobamos que, en efecto, su sátira es aún más ejemplarizante y cómica al mismo tiempo:
“El espacio principal de la Cámara y las galerías laterales están llenos de parlamentarios, unos con las piernas sobre el asiento de delante, otros con las piernas estiradas por completo en el suelo, unos saliendo, otros entrando, todos hablando, riendo, ganduleando, tosiendo, gritando de asombro preguntando o gruñendo, presentando un conglomerado de ruido y confusión imposible de encontrar en ningún otro lugar, ni tan siquiera con las excepciones de Smithfield en día de mercado o una pelea de gallos en su apogeo.”
Solamente por el proverbial esbozo “Una visita a Newgate” esta recopilación valdría la pena; prodigio de estilo y manejo de la estructura más arriesgada a medio camino del realismo más lírico sin dejar de ser social:
“La chica pertenecía a una clase –por desgracia tan extendida- cuya misma existencia debería hacer sangrar los corazones. Apenas pasada la infancia, no hacía falta más que una ojeada para descubrir que era una de esas criaturas nacidas y criadas en el abandono y el vicio, que jamás han conocido lo que es la niñez, a las que nunca se les ha enseñado a amar ni buscar la sonrisa de los padres, o temer su ceño fruncido. Los mil cariños de la infancia, su alegría e inocencia les son todos desconocidos. Han entrado en seguida en las duras responsabilidades y penurias de la vida, y después es casi inútil apelar a su mejor naturaleza con las referencias que despiertan, aunque sea solo durante un instante, algún buen sentimiento en el pecho de cualquiera, por más corrupto que haya llegado a estar.”
Entrando por momentos en el territorio del sueño para volver a la crónica:
“Sigue un periodo de inconsciencia. Se despierta, aterido y consternado. La mortecina luz gris de la mañana se cuela en la celda y cae sobre la figura del carcelero de guardia. Confuso por los sueños, salta del camastro dudando por un instante. Pero solo es un instante. Todos y cada uno de los objetos de la estrecha celda son demasiado terriblemente reales como para dar lugar a duda o error. Vuelve a ser el reo condenado de nuevo, culpable y desesperado; y en dos horas más estará muerto.”
Todo ello acompañado, además, por los magníficos grabados de la época de George CruikShank, que componen una indisoluble unión de mucha calidad.
Los textos provienen de la traducción y edición de Miguel Ángel Martínez-Cabeza para Abada Editores.
Bis Dickensiano: “La navidad cuando dejamos de ser niños” es una recopilación de cuentos navideños, o que se relacionan con lo navideño y que el mismo Dickens escribió entre 1851 y 1853, ya alejado de sus cuentos más conocidos. Tanto el cuento homónimo como los otros cuatro guardan una calidad media que nos retrotraen a esa época a la que tanto valor daba el británico. Especialmente hermoso resulta “El cuento del pariente pobre” donde juega nuevamente con la imaginación como elemento alienador a la hora de sobrevivir:
“Ese es mi castillo, y esas son las circunstancias reales de vida allí. A veces llevo al pequeño Frank conmigo. Mis nietos lo reciben con alegría, y juegan juntos. En esta época del año, Navidad y Año Nuevo, rara vez salgo de mi Castillo. Pues los recuerdos de estos días parecen retenerme allí, y sus preceptos parecen enseñarme que es bueno estar en él.
-Y el castillo está… -empezó a decir la voz grave y armoniosa de uno de los presentes. […]
-¡Mi castillo está en el aire! He llegado al final. ¿Tendría la amabilidad de contar su historia el siguiente?”
El verdadero valor de la Navidad tal y como entendía Dickens tenía que ver con lo social, con el amor fraterno, sobre todo de los que no están en buenas relaciones:
“Nuestra marcha, la de los más orgullosos lleva el camino polvoriento por el que ellos avanzan. ¡Ay! Acordémonos de ellos este año al calor del fuego navideño, y no los olvidemos cuando este se extinga.”
Textos de la traducción de Marta Salís de “La Navidad cuando dejamos de ser niños” para Alba Brevis
Segundo Bis Dickensiano: “La declaración de George Silverman”, cuento corto de un Dickens ya en su madurez que nos trae la curiosa historia de uno de esos pequeños inadaptados, un relato de formación que comienza en la nada más absoluta:
“Hasta entonces no había tenido la más ligera idea de lo que era el deber. Tampoco había tenido conocimiento de que existiera nada hermoso en esta vida. Cuando en alguna ocasión había trepado por las escaleras del sótano hasta la calle y había mirado los escaparates, lo había hecho sin un ánimo superior al que le suponemos a un cachorro sarnoso o a un lobezno. Igual que nunca había estado a solas, en el sentido de mantener una conversación altruista conmigo mismo. Muy a menudo estaba solo, pero nada más.”
Y que avanza a través de la vida eclesiástica:
“Al saberme incapacitado para la ruidosa agitación de la vida social, pero creyéndome cualificado para cumplir mi deber de una forma ponderada, aunque con esfuerzo, en el caso de obtener algún nombramiento poco importante en la Iglesia, me dediqué a la carrera eclesiástica.”
Descubriendo igualmente lo malo que puede ser todo, pero encontrando también amor en un camino lleno de dolor; una pequeña gran historia aderezada con las iconoclastas y vivaces ilustraciones de Ricardo Cavolo.
Los textos son de la traducción de Elena García Paredes para esta edición de Periférica
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