No será porque no lo avisaba el propio autor en la introducción:
“Escribí Ángeles Robados en 1994, antes de ser padre. […] No estoy diciendo que no hubiese escrito el libro de haber sido padre por aquel entonces, pero mi hija nació entre la finalización y la revisión del primer borrador de la novela, de modo que quedé profundamente afectado. Escenas y pasajes que no habría dudado en escribir antes del nacimiento de mi hija, ahora me resultaban aterradores, y fue en ese momento cuando comprendí lo verdaderamente espantoso que era el tema en que se basaba la novela que estaba escribiendo.”
Stephen King ha explotado en muchas ocasiones, sin dejar de lado lo sobrenatural, lo que denominamos el terror cotidiano; basado sobre todo en la cualidad de encontrar el terror poniendo como base lo que es más cotidiano y aparentemente inofensivo, precisamente por estar en un intervalo de comodidad en el que nos manejamos; si lo que nos da estabilidad se convierte en fuente de miedo, ese miedo suele ser mayor, de ahí que siempre temamos más aquello que nos puede suceder a nosotros.
Por estas razones uno de los libros que más me ha sobrecogido en los últimos años ha sido La chica de al lado de Jack Ketchum, un ejemplo de tensión narrativa llevado al límite y una mezcla de truculencia y realidad que, sencillamente, es brutal, inimaginable hasta que lo lees; Ketchum añadía otro ingrediente que hacía aún más reveladores los hechos que narraba: la presencia de niños. La indigesta mezcla causaba una enfermiza situación de malestar según lo ibas leyendo que, desde luego, se volvió inolvidable por la sensación vivida.
En Ángeles Robados, salvando las distancias (menor grado de truculencia y el manejo de niños como víctimas, no como ejecutores de maldad), Shaun Hutson consigue en algunos momentos recordarme las sensaciones que tuve al leer al maquiavélico Ketchum; este es un libro que impresiona aún más en el caso de ser padre, es un hecho innegable; pero, afortunadamente, la trama está tan bien llevada que impresionará a todo lector que se sumerja en su lectura.
El desencadenante de la trama es la sucesión de una serie de suicidios de personas aparentemente felices, Hutson lo refleja muy bien en cada uno de ellos:
“-Maldito machista –dijo entre risas.
Parriam se tambaleaba de la risa.
-Me acordaré de eso, Graham –se burló.
Luego, con un movimiento experto, hizo girar el tambor de la 357, se metió el cañón en la boca y apretó el gatillo.”
Personas con una conversación normal, incluso riendo, que deciden de pronto suicidarse sin causa aparente.
Por otro lado tenemos a un protagonista, James Talbot, que se va perfilando según avanza la historia, un pasado dudoso en el que recibió malos tratos y abusos le predispone ante lo que pueda llegar:
“-¿Es cierto? ¿Le pegaste durante el interrogatorio?
-Por culpa de sus malditas acusaciones me suspendieron durante dos semanas, ¿recuerdas? Por culpa de ella y de sus “fuentes”. Puede que fuera algo brusco con él, pero te diré algo, yo no fui el único poli que lo trató mal.
-Fueron varios niños, ¿no?
-Tres. Era un puto pederasta.[…]”
Por último, el hermano de la periodista Catherine Reed, profesor, descubre que algún alumno puede estar recibiendo abusos físicos. Hutson urde una trama aparentemente inconexa que se va uniendo poco a poco: lo que sospechamos siempre puede ser peor según avanzan las páginas:
“-Creía que ya había quedado claro lo que tenemos, María –dijo Nikki en tono mordaz-. Una red de pedofilia. ¿Cuántas pruebas más necesitas?
María Goldman mantuvo la vista en la hoja de papel trazando con los ojos el contorno del dibujo que había en el centro.
-No me cabe duda de que tienes razón, Nikki –dijo ella, tocando el dibujo garabateado-. Solo espero que eso sea todo.”
El británico ahonda en la impunidad de los actos que se cometen, no tanto echando la culpa a la prensa sino a los que la leen, más interesados en el último cotilleo que en las desgracias de los demás. Su radiografía de la sociedad es ciertamente poco halagüeña:
“-No es una noticia novedosa –dijo Cross.
-Dios mío, Phil, estamos hablando de la violación de al menos nueve niños, una posible red de pedofilia, padres bajo sospecha de abusar de sus propios hijos y, para colmo, la probabilidad de que haya elementos rituales en todo el asunto… y a nadie le importa un carajo. Prefieren saber cuánto se ha gastado la princesa Diana en una maldita manicura.”
Hutson no da respiro al lector, ni siquiera le da la oportunidad de completar la novela con un final feliz; no esperéis redención, esperad más bien indefensión y, desde luego horror, mucho horror. Un verdadero mal rato, una muy buena novela de terror.
Los textos provienen de la traducción de Javier Martos Angulo de Ángeles Robados de Shaun Hutson para Tyrannosaurus Books.
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