Qué mejor que empezar este artículo con estas palabras del postfacio de Kiko Amat:
“Caída y auge de Reginald Perrin” y esta secuela, “El regreso de Reginald Perrin, ambos de David Nobbs, son dos de los mejores ejemplos habidos de humor melancólico, hasta un punto tal que su existencia convierte el término en género. Hablamos de Humor Melancólico, en mayúscula. En ambos libros, el humor, el disparate, la hipérbole y el absurdo -todo lo cómico, en resumen- sirven a un fin: explicar una historia de congoja y desazón, de almas en quebranto y espíritus aplastados, de monotonía urbana y aburrimiento pertinaz. De gente sin rumbo encadenada a su propia rutina, abulia y ocasional desaliento.”
Resume a la perfección el subgénero del que forman parte las novelas de David Nobbs, en este caso, la segunda que narra las aventuras de Reggie Perrin “El regreso de Reginald Perrin”; un humor melancólico que se caracteriza por el uso de todos los artificios disponibles y en todas sus modalidades humorísticas emplazados en una historia que, sin embargo, no tiene nada de gracioso y sí mucho de infeliz.
De hecho, la novela, que empieza exactamente donde lo dejó la anterior nos presenta a Martin Wellbourne (¡¡bien nacido!!!) inmerso de nuevo en un vaivén donde el aburrimiento se convierte en la característica más reseñable. Ante tal desesperación Martin (nuestro Reggie) vuelve a hacer gala de un humor teñido de tristeza en cada manifestación, hasta cuando dicta una carta a su secretaria, donde, en realidad recuerda una broma que utilizaba en su anterior vida:
“-A la atención del director del Colegio de Psicología Industrial -dijo Reggie-, Casa de Iniciativas de Helions Bumpstead. Afectísimo señor: gracias por su amable misiva en relación con la Fundación Reginald Perrin. El propósito de nuestras piernas es que nuestros empleados sean más felices…
-¿Piernas, señor Wellbourne?”
Nobbs aprovechaba estas novelas para mostrar, con toda su acidez, la infelicidad inherente en el trabajo, y lo extendía a una sociedad como la inglesa:
“-Va contra natura ser feliz en el trabajo -opinó el doctor Morrisey-. Hay gente que disfruta de lo lindo criticando a los demás a sus espaldas, guardando rencor y quejándose porque las chicas de la cantina no se lavan las manos después de ir al baño. Es el modo de vida inglés.”
Es una de esas cosas que sorprende bastante, esa capacidad de reírse de sí mismo que parece que en otros sitios no se puede ni llegar a pensar. Nuestro protagonista llega a plantearse la necesidad de desaparecer de nuevo para renacer como el que era; ante las vicisitudes que le llevan a perder su trabajo tendrá una idea feliz de trabajo; esa idea se basará en, quizás lo más absurdo que se pueda plantear:
“-El mundo es absurdo, de modo que cuanto más absurdos seamos, más posibilidades de triunfar tendremos.
-Pero la gente no es tan tonta. Se dará cuenta de que vendemos basura.
-Pero lo sabrán desde el principio.”
Sin embargo, se demostrará que la idea no es tan absurda, lo podemos ver en este diálogo desternillante del que solo pongo unas pocas frases pero que se extiende durante un par de páginas con idéntico resultado:
“Reggie se les acercó discretamente.
-¿Puedo ayudarles?
-Querríamos unos de esos cuadros -le dijo el hombre.
-¿Les gustan?
-No, la verdad es que no.
-Son horribles, ¿verdad?
-Horrorosos. Son perfectos para nuestros amigos.
-¿No les caen bien sus amigos?
-No, al contrario, son una gente encantadora, pero los pobrecillos carecen por completo de gusto.
-No sé por qué dices los pobrecillos -comentó la mujer-. Ellos son felices así.”
No podemos dejar de darnos cuenta de los dos factores que hacen que tenga éxito: uno, efectivamente, es el hecho de vender cosas que no valen para nada y decirlo desde el primer momento, sólo por la curiosidad del público puede llegar a funcionar; el otro va más allá, ya que el regalo no es para una persona porque la odian, sino que, en realidad son conscientes de que les van a hacer felices, también son conscientes de que no tienen el suficiente gusto para apreciarlos. Esta segunda reflexión ayuda a entender cómo mucha gente se puede llegar a conformar con lo justo y a no indagar en momentos que quizá podrían traer más satisfacción: la querencia general por tener lugares seguros en los que guarecerse; la búsqueda de los refugios también en lo cultural.
Fantástica la capacidad de Nobbs para pintar todo lo malo del hombre e impregnarlo con gotas de humor, como cuando habla con una de sus empleadas a la que “no le gusta criticar”:
“-Dime: ¿se te ocurre alguna cosa más que el señor Morrisey haga mal aparte de lanzaros miraditas, hacer comentarios, rozarse con vosotras, vender las cosas más baratas a niños, viejos y chicas (sobre todo a chicas), olvidarse de hacer los pedidos y formarse un poco de jaleo con el papeleo?
-No. Y aunque así fuera, no se lo diría. No me gusta criticar a la gente a sus espaldas.”
Al final resulta que somos demasiado previsibles en nuestros comportamientos, pero si lo miras de diferente manera puede ser hasta divertido ser conscientes de esta situación:
“-¿Está sugiriendo en serio que a la gente le gusta tirar el dinero?
-Desde luego que sí, a la gente le encanta derrochar dinero. Es una de las pocas cosas divertidas que se pueden hacer con el dinero.”
Las novelas de Nobbs no necesitan recurrir a moralinas, ellas mismas enseñan de una manera sutil pero siempre, siempre con muy buen humor, de eso van sobradas.
Otro culmen de la novela humorística británica, del Humor Meláncolico.
Los textos provienen de la traducción de Julia Osuna Aguilar de “El regreso de Reginald Perrin” de David Nobbs en Impedimenta.
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