“La trama nupcial” de Jeffrey Eugenides. La renuncia como la máxima expresión del amor

tramaNupcialPrimero: No he leído “Las vírgenes suicidas”

Segundo: No he leído tampoco “Middlesex”

Ergo, no conocía nada del autor hasta que he llegado a este: “La trama nupcial”.

Tercero: Tengo claro que, después del disfrute que ha supuesto su tercer libro, los otros caerán en un tiempo no muy lejano.

El norteamericano Jeffrey Eugenides es de esos escritores sosegados, que necesitan su tiempo para sacar cada libro, al estilo de Tartt y Salter; uno se acostumbra a la exuberancia creativa de Mr King o de la gran Oates y, claro, estos ritmos acaban sorprendiendo. De todos modos, es lógico que cada escritor tenga una forma de escribir, es parte de su personalidad, la labor de nosotros como críticos-lectores es evaluar el resultado final. También creo que el mercado anglosajón tolera más este tipo de escritor que el español que, en muchas ocasiones, parece que obliga a ciertos autores a sacar libros (al precio que sea) para cubrir el cupo editorial de ventas, con resultados más que dispares (y poco satisfactorios).

En “La trama nupcial” tenemos un atípico triángulo amoroso; en un vértice se encuentra Madeleine Hanna, el prototipo de mujer romántica que está escribiendo una tesis sobre las tramas nupciales; no puedo evitar recordar mi motivación principal cuando empecé Filología inglesa, en palabras, es lo que siente la protagonista:

“Que era exactamente lo que Madeleine quería. Había elegido Lengua como asignatura principal por la más pura y simple de las razones: porque le encantaba la lectura. El “Catálogo del Curso de Literatura Británica y Norteamericana” era, para Madeleine, el equivalente del Catálogo de los almacenes Bergdorf para sus compañeras de apartamento.”

Eugenides ha crecido con las grandes corrientes y escritores del siglo XX y lo utiliza a discreción gracias a Madeleine; mi corazoncito saltó con cada una de estas reflexiones metaliterarias que le dan unas posibilidades infinitas de interpretación:

“Zipperstein asignaba cada semana un libro de teoría (intimidador) y una pieza literaria. Los emparejamientos eran extraños si no abiertamente arbitrarios. (¿Qué tenía que ver, por ejemplo, “Escritos sobre lingüística general”, de Saussare, con “La subasta del lote 49”, de Pynchon?)”

Sólo faltó Adrienne Rich en este casi póker de autoras contemporáneas francesas:

“Cogió Nuevos feminismos franceses de la mesa del comedor.

La austera cubierta mostraba todo un regimiento de nombres. Julia Kristeva, Hélène Cixous, Kate Millet. Mitchell había visto montones de chicas leyendo Nuevos feminismos franceses en la facultad, pero jamás a un chico. Ni siquiera a Larry, que era menudo y sensible y muy aficionado a las cosas francesas.”

Madeleine una la figura de Barthes para expresar, con sus palabras, la evolución del amor que siente; se apoya en la literatura, en la novela, para poder expresar dicho amor; aunque recurra a la prosa inglesa victoriana como verdadero sostén más allá de lo contemporáneo:

“¡Qué maravilloso era que una frase siguiera lógicamente a la anterior! ¡Qué exquisita culpa sentía al disfrutar perversamente de la narrativa! Madeleine se sentía a salvo con una novela del siglo XIX. En ella habría gente. Y algo le iba a suceder a esta gente en un lugar parecido al mundo.

Además había montones de bodas en Wharton y en Austen. Y había todo tipo de hombres sombríos e irresistibles.”

En los vértices masculinos tenemos por un lado a Mitchell Grammaticus, estudiante de ciencias de la religión y atormentado por las dudas. Dudas que le llevarán a nunca expresar lo que siente por Madeleine y que le atormentarán a lo largo de su devenir, de su evolución en la vida:

“El hecho de que Larry hubiera superado lo de Claire en cuestión de semanas, mientras Mitchell seguía con el corazón destrozado por Madeleine –por mucho que no hubiera tenido una relación con Madeleine-, significaba una de las dos cosas siguientes: o bien su amor por Madeleine era puro y verdadero y crucialmente trascendente, o él era un adicto a sentirse abandonado, alguien a quien le gustaba que le rompieran el corazón, y la “emoción” que sentía por Madeleine –incrementada un tanto por el generoso chianti- era solo una forma pervertida del amor a sí mismo. En otras palabras: no era amor.”

En estas circunstancias, la protagonista se enamorará perdidamente de su compañero de clase Leonard Bankhead, un carismático, aunque solitario personaje que conseguirá que Madeleine caiga rendida y del que iremos conociendo sus terribles problemas psicológicos:

“Durante un tiempo, la Enfermedad –que aún no tenía nombre- le susurraba cosas. Le decía: Acércate. Adulaba a Leonard para que se sintiera más que la mayoría de la gente; más sensible, más profundo. La visión de una película “intensa” como Malas calles dejaba a Leonard conmocionado, incapaz de hablar, y eran necesarias tres chicas abrazándolo durante una hora para hacerlo volver en sí. Inconscientemente, empezó a sacar partido de esta sensibilidad.”

Leonard vivirá una lucha continua consigo mismo para poder sacar adelante su vida en común con ella, su trastorno depresivo, insalvable, marcará la relación de ambos:

“He aprendido una cosa: entre la drogadicción y la depresión, la depresión es mucho peor. La depresión no es algo de lo que uno se quita. No puedes desengancharte de la depresión. Depresión es como un moratón que nunca se te quita. Un moratón en la mente. Tienes que tener mucho cuidado de no tocarte donde duele. Pero está siempre ahí.”

En estas condiciones, Mitchell huye hacia delante, convierte sus estudios teológicos en una forma de descubrirse a sí mismo; gracias al hecho de ayudar a los demás, como en su estancia en la India, consigue salir de su intervalo de comodidad y evolucionar.

“Enjabonaron al anciano con jabón antiséptico, y lo hicieron con las manos desnudas. Le lavaron los pies, las piernas, la espalda, el pecho, los brazos, el cuello. Ni por un momento creyó Mitchell que el cuerpo canceroso que yacía sobre la losa era el cuerpo de Cristo. Bañaron al anciano tan suavemente como pudieron, frotándole la base del tumor, enrojecido por la ponzoña y rezumante sangre.”

Parece que Eugenides configura tres relatos de formación, para su trío amoroso, con características muy diferentes, pero que acaban fluyendo hasta un final ciertamente conmovedor.  Leonard y Mitchell viven una epifanía en la parte final de sus relatos; especialmente bella es la de Mitchell, le llevará al paroxismo emocional y a una entrega total:

“Él era un kit de supervivencia.

La verdad lo iluminó como una luz, y si alguno de los amigos sentados a su lado vio a Mitchell secándose los ojos no dio la menor muestra de ello.

Había llorado durante los diez últimos minutos, tan calladamente como había podido.”

La renuncia se convierte, en manos de la Eugenides, en la mayor expresión del amor de sus protagonistas y, al mismo tiempo, de su propia libertad.

Los textos provienen de la traducción de Jesús Zulaika de “La trama nupcial” de Jeffrey Eugenides.

5 thoughts on ““La trama nupcial” de Jeffrey Eugenides. La renuncia como la máxima expresión del amor

  1. No he leído ninguno de los tres… y tengo los tres 🙁 Pero al menos ya sé por cuál empezar, por este mismo, puesto que su lectura te ha convencido lo suficiente como para seguir leyendo más de este autor.

    Gracias y un saludo

    • Ana, me temo que con este es difícil equivocarse… y creo que Middlesex es otra joya…
      Cogería cualquiera pero este me llenó especialmente, cargado de detalles, un relato contemporáneo maravilloso.
      Un abrazo

  2. Uno de los mejores libros de 2013, tan rico y valiente (para los tiempos que corren) con sus lecturas que duele su recepción en España…

    • Ay, además que sí, cuánto se puede sacar de este libro, estoy seguro de que al hacer una relectura futura me fijaré en otros detalles.
      Es una grandísima lectura… gracias por la recomendación!
      Un abrazo

  3. Pingback: Resumen de lecturas del Estío del 2014, | Lectura y Locura

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