Crónicas de feria: Adquisiciones y mucho más…

Junio empezó de la mejor manera posible a nivel de adquisiciones; la visita a la Feria del Libro es ya una tradición ineludible, no solo por dichas compras y su carácter lúdico, sino además por la posibilidad que se tiene de charlar y hablar de literatura con editores, libreros y otros compañeros, aunque otro año me gustaría poder desvirtualizar a algún madrileño más.

Este año hice dos visitas igual de fructíferas en cuanto a compras y beneficios; en el primer día el resultado final de las compras fue el siguiente:

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Antes de explicar estas novedades voy a ir dividiéndolas, al menos lo hice para el primer día, el segundo será grosso modo;  empecé visitando a Óscar Palmer, el editor y hombre para todo del pequeño sello EsPop Ediciones ; esta pequeña editorial refleja a la perfección las vicisitudes, el sufrido vivir día a día, libro a libro; me encanta hablar con él porque siempre desvela ese tipo de cosas que nunca te imaginarías y que no puedes saber tratando con una editorial estilo mastodonte: el cómo la sorpresa de ventas de un libro le ayuda a que el siguiente pueda ajustar más el precio, los libros con los que vende más, su verdadero núcleo duro mágico, esas biografías musicales, el poco éxito de los de novela negra que ha sacado y, cómo no, las próximas publicaciones que ya os digo que son ciertamente interesantes por diferentes motivos; pero ante todo y sobre todo, las ganas de hacer cuidadas ediciones y reunir un catálogo de calidad; la última adquisición, este Hollywood Gótico de David J. Skal es un ensayo que recoge la evolución cultural desde los libros al cine de la figura de Drácula y, sinceramente, no puede apetecerme más.

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La segunda visita, a la caseta de la editorial Turner me sirvió para desvirtualizar a Pilar Álvarez , la editora del sello de ensayos Noema; siempre es un placer conocer a alguien con quien has mantenido tan buenas conversaciones y comprobar que puedes seguir manteniéndolas en “carne y hueso” y además es mucho más maja en persona de lo que esperabas. Yo iba solo a por un libro y me llevé tres finalmente por su influencia:

 

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Mi elección para la feria era el curioso La dichosa importancia de la belleza de Amanda Filipacchi, una curiosa mezcla de humor absurdo, irreverencia y juegos literarias que puede ser realmente interesante; En un metro de bosque de Haskell es uno de esos libros que siempre tienes en antena, y no te acabas de decidir hasta ese día, su premisa es como poco original: reflejar en un libro la observación de un bosque a lo largo de un año completo desde el mismo sitio; el libro de Carlos García Gual está integrado en la colección de Historias mínimas y en este caso tiene como protagonista la Mitología, uno de esos temas que siempre me fascinará.

A continuación me dirigí a la caseta del grupo contexto donde cayeron tres libros de dos de mis editoriales favoritas: Sexto piso e Impedimenta:

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Muchas ganas tenía de conseguir por fin los Cuentos completos de Kingsley Amis y me proporcionó la oportunidad de hablar con su editor Enrique Redel que ya tenía planes para el nuevo libro de mi admirado Crispin, no se puede estar más contento. En el caso de Sexto piso cayeron dos libros muy distintos: Los viernes en Enrico’s de Carpenter (acabado por Lethem) y La facultad de las cosas inútiles de Dombrovski, que ya sabía que iba a ser publicado tras haber hablado hace unos meses con su traductora Marta Rebón y me atraía bastante; dos lecturas opuestas en temática y estilo y, en el caso del ruso, ciertamente dificultosa, me encantan los retos.

La visita del día finalizó visitando la librería Estudio en Escarlata donde iba buscando otros libros, pero me llevé estos finalmente:

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Tiene gracia lo mío con Miéville, los tengo casi todos, sin leer, sé que me va a gustar… pero todavía no he empezado con él; este de fantasía juvenil Un lun dun, ha caído como viene siendo costumbre; le ha faltado tiempo a Roja y negra para sacar lo que faltaba de Nesbo en España, aquí el segundo libro en el que estoy ahora precisamente, el nombre, Cucarachas, no invita al buen gusto, veremos el contenido; Disforia fue otra de esas compras extrañas, sigo recopilando todos, o casi todos los títulos del sello Insomnia, de terror contemporáneo de Valdemar. A ver si algún día los leo. Y acabé con un fijo, el argentino Carlos Salem y su última novela negra En el cielo no hay cerveza. Y aquí sucedió un hecho aún más sorpresivo, me estaba yendo y le vi en una caseta firmando y no tenía mucha gente, no soy muy dado a estas cosas, pero la tentación me venció y aquí tengo el libro firmado por el autor:

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Ay, se me olvidaba, otra de esas compras ineludibles, a mi mujer le encanta Benjamin Lacombe y vamos consiguiendo sus libros poco a poco, esta vez no podía ser menos, qué edición más lujosa y maravillosa de esta Genealogía de una bruja:

 

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Y esto nos lleva ya al segundo día de feria, acompañado del gran amigo, librero, devorador de cultura, incombustible… (póngase aquí el adjetivo que prefiera) Jónatan  con el que estuvimos dando otra vueltecita, esta vez entre semana, y que me sirvió para hablar con mucha gente que probablemente ni me recuerde ya. Bueno, excepto Óscar y Raquel Vicedo con la que conversamos en alegre compañía sobre el éxito de Sexto Piso y lo bien que se estaba vendiendo su colección de poesía, qué alegrías te llevas a veces, ah, y encontramos otro lector “gaddisiano”… si al final va a haber más de los que esperaba. También hablamos con el editor de Reino de Cordelia y sobre la próxima publicación de Memoria de un asesino, y no faltaron compras:

 

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En Generación X cayó lo último de Ligotti, Grimscribe, y la reedición del Stalker. Picnic extraterrestre de los Strugatski y de propina el promocional El jardín crepuscular de Clute, un sorpresón. Lo que me costó encontrar en una caseta Los tres de Sarah Lotz, en RBA (su editorial!) lo tienen agotado, parece mentira… ; el impronunciable, inescribible, Krasznahorkai, fue otra de mis compras, tengo ganas de probarlo después de su flamante Man booker International Prize; también adquirí el nuevo libro de entrevistas y reflexiones de corte psicoanalítico de Coetzee El buen relato y un Roth (Joseph) La (fabulosa) leyenda del Santo Bebedor. Todo acabó con los cuatro volúmenes de Cine-Bis que me había encargado Jónatan, pulp a raudales.

Y no quiero liarme más, me ha salido demasiado grande el artículo.

Espero que os haya gustado y que me contéis vuestras compras igualmente.

Un abrazo y buenas lecturas.

Zarzarrosa y Ciudad fantasma de Robert Coover. Catas posmodernas

No hay muchas posibilidades, actualmente, de acercarse a la obra de Robert Coover; si sumamos el desorden cronológico a la selección de materiales, el pobre lector que intente introducirse en su obra y en la figura del norteamericano se puede llevar una sorpresa, y no siempre agradable, por las indudables dificultades que ofrece su lectura; la editorial Anagrama publicó varias obras suyas en su momento pero ahora están descatalogados así que nos quedan tres opciones reales y bastante diferentes; por un lado tenemos la colosal y excesiva La hoguera pública, de la que hablé en profundidad aquí  y que podemos disfrutar gracias a Pálido fuego, pero se antoja como una opción abrumadora por su temática, uso de recursos y estilos, todo un compendio que reúne casi todas las estrategias posmodernas y que necesitaría una explicación extensa para disfrutarla.

CiudadFantasmaPor otro lado tendríamos las novelas cortas Noir y Ciudad fantasma, Galaxia Gutenberg ha sido la artífice de su aparición, y se caracterizan por la utilización de algún recurso y una extensión llevadera; curiosamente podrían ser una buena forma de acercarse a su trabajo con la debida orientación. Y eso me lleva a este post donde voy a coger Zarzarrosa (descatalogada pero encontrada) y Ciudad Fantasma (novedad de este año) y, como si de una cata de vino se tratase intentaré dilucidar dos tipos de estrategias posmodernas que usa Coover.

“Ironía, jugueteos, parodia, humor negro”

En efecto, una de las características más emblemáticas del posmodernismo literario es este uso de la ironía, junto con el humor negro y esa idea de jugueteo del lenguaje. Se trata de coger un concepto aparentemente serio y parodiarlo, reírse de ello, mostrar su contrario precisamente para abrir nuevas perspectivas de ello.

En Ciudad fantasma, Coover utilizó este concepto hasta la extenuación, al fin y al cabo, toma prestadas todas las características de un western (que aparentemente, por defecto, debe estar impregnado de una cierta gravedad, seriedad, dureza) y convierte toda la historia en una amalgama de excesos que el protagonista narra en primera persona en su búsqueda de una ciudad:

“Bueno, chico, ¿y hacia dónde vas de paso? pregunta un tipo acartonado de barba gris con sucios pantalones a rayas, camiseta roja y abollado sombrero hongo. A su lago, el hombre del sombrero flexible lía hábilmente con nudosos dedos unas hebras de tabaco en una fina hoja amarilla.

A esa ciudad  de allá lejotes. Su fusil ya no cuelga del pomo de la silla, sino que descansa sobre sus piernas.

No me digas.

Pierdes el tiempo, chico. Allí no hay na.

Bueno, igual me vale.

Nunca llegarás, chaval.

No es más que una ciudad fantasma.

Pallá voy.

¡Ja!”

Los excesos, el uso exagerado de la parodia vienen caracterizados por la violencia de los indios, salvajes  que apelan a la magia a través de prácticas inhumanas:

“El hechicero le practica unos agujeros en el pecho a cada lado de los pezones y se los ensarta con unas clavijas de madera atadas con cuerdas de cuero, para luego hacerle bailar al extremo de las cuerdas hasta que se le arrancan las clavijas. Si no se desprenden, lo cuelgan al poste central de la cabaña del hechicero, con los tobillos y el miembro viril cargados con cráneos de búfalo (una especie de bendición, le aseguran sus hermanos con compadecidos movimientos de cabeza y guiñándole el ojo sin alegría), hasta que las clavijas se sueltan, mientras los demás guerreros lo pinchan rítmicamente con lanzas y flechas y le graban símbolos religiosos en las nalgas. Afortunadamente, una vez extirpada la primera clavija, le dicen, la segunda no tarda en salir, pero entretanto el dolor es tal que sólo permanece consciente parte del tiempo, con pesadillas recurrentes sobre la podredumbre de la civilización, los horrores del cosmos tal como se representan en el reino animal y las visiones del futuro pronosticadas por su futura esposa: sí, la abandonará; así se lo dice el tremendo dolor que atenaza su corazón.”

Y también vienen por el uso de lo escatológico de una manera grotesca, desenfadada, zafia, ciertamente desagradable:

“Remata el brindis con un eructo retumbante que los demás, rodeándolo, remedan sonoramente. Golpean los vasos vacíos contra las mesas y sirven otra ronda de whisky, que alimenta la creciente agitación.

¡Uaah! ¡Qué pestuzo tan agradable!

¡Como el de un coño caliente en la mano!

¡Pero mirad esos revólveres de plata, fijaos!

¡Y esas botas de postal!

¡Y el cuchillo con todas esas tachuelas!

¡Qué refinao!

¡Un vaquero mu distinguío, hombre!

¡Seguro que tamién tiene tachuelas en el nabo!”

Aunque parezca mentira, todo esto tiene un sentido, nuestro protagonista busca, como ocurrió en dicha época (y sigue ocurriendo en la actualidad…), el santo grial que le haga crecer por sí mismo, es la personificación del sueño americano, del hombre hecho a sí mismo:

“Me dijeron que por aquí había to lo que se podía desear o incluso imaginar. Me dijeron que había afloramientos de oro entre árboles cargaos de piedras preciosas y ríos del whasky más puro y alegres y preciosas mujeres y hasta la puta fuente de la juventú, y, joer, yo quería un cacho de to eso, ¿quién no? Quería estar, tal como mabían dicho, en el azaroso escenario de una grandiosa gesta. ¿Y sabes una cosa, hijo? Acércate más, me estoy quedando sin aliento.”

Este paleto que no sabe ni hablar (el uso de lengua vernacular es otra estrategia en este caso para conseguir esta parodia) se encuentra con lo más grotesco de lo que estaba buscando, con la decepción y la frustración de un sueño que no es tal y como le habían dicho, así lo refleja Coover más adelante:

“Da un paso atrás y considera todo eso, mira alrededor. El único signo de vida es su propio sombrero en medio de la calle desierta. Se ha equivocado en todo. La ciudad está abandonada. Aparte de él no hay nadie. Le flaquean los hombros y se da cuenta de lo cansado que está, un cansancio que no sólo obedece a los esfuerzos físicos sino a todas las difíciles reflexiones que ha realizado. En lo único que tiene ahora que pensar es en encontrar algo húmedo para despegarse la lengua del cielo del paladar.”

zarzarrosa-robert-coover-18350-MLA20153124029_082014-FNo hay tal sueño, la realidad es más como una parodia tal y como la pinta Coover: una tierra baldía.

“Intertextualidad” “Reescritura”

La intertextualidad es aquella relación entre un texto y otro y cómo están entrelazados en el tejido de la historia literaria. Los posmodernistas utilizan esta cualidad para coger un texto conocido por la mayoría de los lectores y reescribirlo. Esta reescritura sirve para mostrar matices que no eran visibles anteriormente y se resaltan mejor por el hecho de que el lector conoce cómo era el texto original. Normalmente, estos matices, suelen ser lo contrario de lo original, estas dicotomías obran de manera deconstructiva y buscan, sobre todo, cuestiones de género, raza, colonialismo, etc…

Zarzarrosa es un ejemplo perfecto de este recurso; Coover usó para esta narración el cuento de la Bella durmiente (Briar Rose=Zarzarrosa):

“Tú eres esta llama, que parpadea como una fiebre abrasadora en el corazón de los hombres, consumiéndolos de deseo, cautivándolos con tu radiante y misterioso encanto. Lo que el hada  no dice, porque no quiere aterrarla (siempre un lío que luego hay que limpiar sábanas que cambiar), es: Tú eres la Bella. Ella dice: Cuando otros preguntan quién soy, qué soy, tú eres la medida y la justificación de sus preguntas. Quédate tranquila, hija mía. Tú eres Zarzarrosa. Tu príncipe vendrá.”

La típica espera, dormida, a la llegada del príncipe, es utilizada en diferentes variaciones, mucho menos canónicas del cuento y nos saca la perspectiva desde el punto de vista del príncipe (en este caso preguntándose si ella sueña con él, con quitarse el hechizo):

“Y, sin embargo, si bien todo progreso a través del seto se ha detenido dolorosamente y las espinas lo arañan con cada golpe, él continúa luchando incansablemente, dando tajos decididos al seto con su espada, rechazando las ramas que lo atrapan, reflexionando todo el tiempo sobre la bella doncella, profundamente dormida, llamada Zarzarrosa. ¿No sueña nunca con su desencantamiento? ¿No sueña nunca con él?”

Y usa, como no podía ser de otra manera, el punto de vista de Zarzarrosa, precisamente para cuestionarse su propia identidad y la esclavitud que supone ser elegida para ser rescatada, es la forma de dar voz a una mujer que no ha podido tenerla en el cuento tradicional:

“Ah, aquí estás, preciosa mía, dice la vieja bruja, con una risita socarrona. ¿De vuelta para un poco más de lo mismo? ¿Quién soy yo? ¿Qué soy yo?, pregunta enfadada desde la puerta, temiendo entrar pero temiendo todavía más echarse atrás, sin estar segura de que las escaleras que subido sigan estando allí detrás de ella. ¡No es justo! ¿Por qué soy la elegida?”

Cada variante redunda en aspectos que van de lo escabroso a lo mágico y que desenfocan para siempre nuestra visión del cuento para abrirnos a otras posibilidades; parece mentira que éstas se acerquen a una visión más realista de la sociedad en que vivimos, esa sociedad en la que la mujer queda reducida a un cuento, a una imagen idealizada de la belleza ninguneada por el “héroe” que parece el único protagonista.

“[…] ha intentado, hasta cuando se aferraba a la trama principal, contar cada variante como si nunca hubiese sido contada antes, sorprendiéndose incluso a sí misma por lo novedoso de sus enfoques. Ha imaginado, y lo ha descrito para Rosa, un rico surtido de bellas y príncipes, obstáculos, despertares y qué-ocurre-luego, tejiendo una variada colección de monstruos, dragones, ogros, mofas, violaciones, acertijos, asesinatos, magia, lisiados, cadáveres y bebés, solo para observar cómo la insaciable durmiente se estremece y grita y se retuerce de miedo y anhelo, como hada malvada que es.”

Coover no tarda en mostrar el camino de la rebeldía ante esta situación; Zarzarrosa no se conforma con una historia que la relega a un papel secundario, odia el cuento, ¡y con razón! Lo que no está claro es que se pueda librar de ello, como ocurre nuevamente en la actualidad, el poder del heteropatriarcado  imperante, a veces consciente, muchas veces inconsciente:

“¿De qué otro modo pasaría estos tediosos siglos? Érase una vez, se dice sonriendo con una mueca, su lado perverso dominando la situación como siempre, un apuesto príncipe y una bella princesa que vivieron felices por siempre jamás. ¡Pero es terrible!, gritó Rosa. No, no, espera, ése es solo el principio. ¡Pero odio este cuento! Felices por siempre jamás, le reprende el hada, agitando un dedo nudoso del color de un lingote de hierro. Tal vez  no valga una higa, hija mía, pero oculta las verrugas, ¡de modo que no te des tanta prisa en rechazarlo! Eres realmente malvada, gime Rosa, que sigue pinchándose sin piedad. Sí, bueno, ¿qué esperabas, bobita?”

No me digáis que no vale la pena leer estos dos libros desde estas aproximaciones. Espero que os hayan gustado.

Los textos provienen de la traducción de Juan Antonio Masoliver Ródenas de Zarzarrosa de Robert Coover para Anagrama y de Benito Gómez Ibánez de Ciudad fantasma para Galaxia Gutenberg.

El mundo deslumbrante de Siri Hustvedt. La permanente sombra del patriarcado

Maquetación 1Este es uno de esos libros que establece un límite entre el lector habitual sin pretensiones y el lector avezado dispuesto a ser más arriesgado.

Este es uno de esos libros que no aparece en ninguna lista de lo mejor del año.

Este es uno de esos libros que  difuminan la frontera de la erudición y el esnobismo.

Este es uno de esos libros que se revela como imprescindible.

Las primeras páginas de El mundo deslumbrante son demoledoras:

“Todas las creaciones intelectuales y artísticas, incluso las bromas, las ironías o las parodias, tienen mejor recepción en la mente de las masas cuando estas saben que en algún lugar detrás de una gran obra o de un gran engaño se encuentra una polla y un par de pelotas.” En el año 2003 me topé con esta frase provocativa leyendo una carta al director publicada en la revista The Open Eye, una publicación interdisciplinar que venía leyendo diligentemente desde hacía varios años. La frase no la había escrito quien firmaba la carta, Richard Brickman. Citaba una artista cuyo nombre jamás había visto en letra impresa: Harriet Burden.”

A lo largo de sus páginas, Siri Hustvedt establece una ingeniosa forma de afrontar el papel de la mujer en el arte y parte del hecho esencial indicado en el anterior texto: la recepción de una obra de arte está fuertemente polarizada por el género del artista. A partir de ahí, adopta el papel de una hipotética escritora que se dedica a estudiar la vida de la artista Harriet Burden, que , recientemente fallecida, utilizó a tres hombres para representar sus propias manifestaciones artísticas, tres “máscaras” donde se ocultó por sus miedos a no ser aceptada como mujer. Como un puzle, esta escritora irá conformando un relato totalmente fragmentado donde cada pieza va ensamblando en un complejo rompecabezas formado por los testimonios de las personas que la conocieron, sus suplantadores de identidad y sus propios diarios, así como críticas de arte y artículos sobre su obra:

“De cualquier forma, la carrera de Rune ha sido documentada extensamente. Su obra ha sido objeto de multitud de reseñas y existen bastantes artículos firmados por críticos de arte y libros sobre él a disposición de quienes tengan un mayor interés. No obstante, he querido que el punto de vista de Rune tenga cabida en este libro y por eso le pedía a Oswald Case, un periodista, amigo, y, a la vez biógrafo de Rune, que contribuyera con su opinión y accedió amablemente a ello. Han contribuido, además, Bruno Kleinfeld; Maisie y Ethel Lord; Raquel Briefman (amiga cercana de Burden); Phineas Q. Eldridge (la segunda “máscara” de Burden); Alan Dudek (que convivió con Burden y es también conocido como el Barómetro); y Sweet Autumn Pikney, que trabajó como ayudante en La historia del arte occidental y conoció a Anton Tish.”

Esta forma de estructurarlo deviene en una escritura muy variada y cargada de matices, ya que, adapta cada uno de los testimonios a diferentes estilos, además de obtener un resultado final en el que la construcción de su identidad es casi como un relato de detectives, todo un acicate para la de por sí dificultosa narración; un tipo de narración que, indudablemente, reta al lector habitual, haciéndole salir de su zona de comodidad tanto por los temas tratados como por su estilo:

“Puede que lo mejor sea que el lector del presente libro juzgue por sí mismo lo que Harriet Burden pretendía o no decir y si su relato autobiográfico tiene visos de verosimilitud. El relato que emerge de esta antología de voces es íntimo, contradictorio y, debo admitir, algo extraño. He ensamblado lo mejor que he podido los textos para darles un orden razonable, adjuntando notas que los clarifiquen donde lo he considerado necesario, pero cada palabra pertenece a quienes han contribuido con su declaración, ya que yo me he limitado a realizar los mínimos retoques editoriales.”

Lo fascinante de dicha narración es que, según avanza, Hustvedt demuestra mucha más ambición; si como lectores podemos pensar que ella es la narradora de dicha construcción, esto se va desmoronando, ya que, en realidad, Harriet Burden se convierte en la encarnación de los propios miedos e inquietudes de la escritora norteamericana:

“Sospechaba que, de haber venido yo a este mundo con otro envoltorio, mi obra habría tenido aceptación o, al menos, hubiera sido tomada en serio. No pensaba que hubiese habido ningún complot contra mí. Hay muchos prejuicios que son inconscientes. Lo que aflora a la superficie es una aversión indefinida a la que luego se le asigna alguna justificación racional. Quizá es peor ser ignorado (esa expresión de aburrimiento en la mirada de otra persona) a que los demás estén convencidos de que nada que provenga de ti puede tener interés alguno. No obstante, yo fui acumulando golpes y humillaciones hasta convertirme en una persona aprensiva.

Oído a mis espaldas: esa es la mujer de Felix Lord. Hace casas de muñecas. Risitas por lo bajo.

En mi cara: He oído que Jonathan va a exponer tu trabajo porque es amigo de Feliz. Además necesitaban alguna mujer entre los artistas de la galería.

En un periodicucho: La galería de Jonathan Palmer expone la obra de Harriet Burden, esposa del legendario marchante Felix Lord, […]”

Tal paradoja alimenta un texto cargado de matices donde se dedica a exponer estos dos papeles como una narración esquizofrénica donde se van confrontando estas dos manifestaciones de su propia identidad; es imposible que, leyendo el texto anterior, no recordemos la entrevista que no hace mucho le hacían en un periódico de tirada nacional y que la presentaba, nuevamente, como “la mujer de…”, relegando su importancia a estar conectada a un hombre, como en tantas ocasiones Siri, y otras artistas, han sufrido y sufren en actualmente. Es inevitable establecer los paralelismos entre el libro y la realidad tal y como los dibuja la escritora, llegando al punto en el que, la propia mujer se considera invisible ante el papel preponderante del hombre en un mundo tan restringido como el del arte:

“A la gente de ese mundo le gusta que sus genios sean tímidos, distantes, o unos borrachos que se lían a golpes en el Cedar Bar, dependiendo de los tiempos. Antes de publicar mi artículo sobre Tish descubrí que la tía rara que había conocido en su estudio era la viuda de Felix lord y las piezas del rompecabezas encajaron: la viuda rica y su protegido. El chico estaba bajo su amparo, si no por sus caderas delgadas y adorables, sí por su talento.

Lo que me sorprendió fue no haberla reconocido. Tuve que haberla visto docenas de veces antes de aquel día con Tish. Yo iba siempre a todas las inauguraciones y por lo menos un par de veces asistí, en la espaciosa chabola de los Lord, a los multitudinarios y ruidosos cócteles que daban, donde abundan los canapés y los cotilleos malévolos. Yo tengo muy buen ojo para juzgar a la gente y buen oído para captar un comentario jugoso desde el otro extremo del salón. Sin embargo, la señora de Felix Lord no había dejado en mí huella alguna. En resumen, era la mujer invisible. Supongo que ahora está teniendo sus quince minutos de fama, desde su tumba.”

Como decía en mi introducción, la sensación al leerla, y al leer posteriormente algunos análisis relacionados con la novela, es la de profundo asombro ante la erudición de la escritora, ese tipo de saber que, debido a la multirreferencialidad, el estilo y la oscuridad/ambigüedad de lo tratado, da como resultado una narración difícil, un profundo desafío a la inteligencia del lector y del crítico por extensión; la frontera entre el esnobismo y la erudición se vuelve difusa y depende del fondo lector del que lo lee. No os voy a engañar, cuesta, pero el premio es incalculable.

“A todos los críticos de arte les gusta sentirse por encima de la obra sobre la que escriben. Si la obra los desconcierta o los intimida es más que probable que la pongan por los suelos. Gran parte de los artistas no son intelectuales, pero Burden lo era, y su trabajo reflejaba sus amplios conocimientos. Sus referencias abarcaban muchas áreas y a menudo eran imposibles de rastrear. Su arte también tenía una calidad narrativa, literaria, que a muchos le producía rechazo. Estoy convencida de que su sola erudición basta para irritar a algunos críticos.”

No quería acabar sin resaltar una idea que aparece en el discurso de Hustvedt, la idea de la superficialidad y la falta de profundidad cada vez más acuciantes acentuados por unos medios de comunicación social que están destruyendo precisamente lo que se supone que deberían alentar.

“Rune era un fabulador. Se reinventó continuamente hasta su día final. En ese sentido fue un hombre de nuestro tiempo, una criatura nacida de los medios de comunicación que vivía en una realidad virtual, un avatar caminando sobre la tierra, un ser digitalizado. Nadie le conocía en realidad. El comentario que hizo sobre su autobiografía calificándola de simulacro es, a la vez, profundo y superficial. Ahí radica el quid de la cuestión. En nuestro mundo no puede haber nada profundo, ninguna personalidad, ninguna historia verdadera, tan sólo imágenes sin sustancia proyectadas en cualquier sitio y en todos los sitios simultáneamente. Pronto tendremos artilugios implantados en el cerebro para comunicarnos. La distinción entre realidad e imagen se está desdibujando en estos momentos. La gente vive dentro de una pantalla. Los medios de comunicación social están sustituyendo a la vida social.”

Hustvedt ha compuesto una sinfonía maravillosa de claroscuros que no cesa. Un apabullante grito feminista contra el patriarcado reinante en el mundo del arte. Una novela, sin más, deslumbrante.

Los textos provienen de la traducción de Cecilia Ceriani de El mundo deslumbrante de Siri Hustvedt para Anagrama.

“Niveles de vida” de Julian Barnes. Sehnsucht y ausencia

Maquetación 1Siempre que leo a Julian Barnes me vuelve a recordar el infinito placer que siento al leer cualquiera de sus obras y cómo dejo pasar demasiado tiempo entre una y otra lectura. Barnes tiene la extraña cualidad de conseguir emocionarme con una apariencia formal que no busca dicha emotividad sino una aproximación alejada de sentimentalismos.

En “Niveles de vida” Barnes nos propone un juego de relojería que divide en tres partes; en la primera de ellas “El pecado de la altura”, donde habla sobre los pioneros de la conquista del cielo mediante globos aerostáticos, consigue contarnos un hecho muy general que utilizará más adelante, ya que, de fondo, esta historia es una alegoría que le servirá de hilo conductor. Sólo hay que fijarse en lo que significa estar en las alturas según sus locos aeronautas:

“En este espacio silencioso, moral, el aeronauta experimenta una salud física y también espiritual. La altitud “reduce todas las cosas a sus proposiciones relativas, y a la Verdad.” Se esfuman las cuitas, los remordimientos, las aversiones: “Con qué facilidad se disipan la indiferencia, el desprecio, la desmemoria… y surge el perdón.”

En la segunda parte, “En lo llano”, se produce la particularización a través de uno de los personajes que veíamos en esa primera parte, Fred Burnaby, y refleja especialmente su obsesión por Sarah Bernhart, una de las grandes experimentadoras y conocida actriz de la época.

“Vivimos a ras del suelo, en lo llano, y sin embargo aspiramos a elevarnos. Terrestres, a veces ascendemos tan alto como los dioses. Algunos se elevan por medio del arte, otros con la religión; la mayoría con el amor. Pero al elevarnos también podemos caer en picado. Hay pocos aterrizajes suaves. Podemos rebotar en el suelo con tal fuerza que se nos fractura una pierna y somos arrastrados hacia una vía férrea extranjera. Cada historia de amor es en potencia una historia de aflicción. Si no al principio, más tarde. Si no para uno, para el otro. A veces para ambos.”

Aspiramos a lo máximo, el amor nos puede elevar hasta lo máximo; pero también nos puede conducir a lo más hondo, “cada historia de amor” se convertirá en algún momento “en una historia de aflicción”.

La tercera parte, “La pérdida de profundidad”, supone el paso de lo ajeno a lo propio, en este caso, lo personal más íntimo, las consecuencias de la muerte de su mujer en su vida. Es aquí cuando te das cuenta de cómo ha ido preparando Barnes la narración para llegar a su punto culminante y aprovechar lo andado, donde el reloj, con todos sus mecanismos, funciona perfectamente, con su correcto tic-tac; como cuando dos personas se juntan y se produce dicha simbiosis:

“Juntas a dos personas que nunca habían estado juntas. A veces es como aquel primer intento de acoplar un globo de hidrógeno a otro de aire caliente: ¿prefieres estrellarte y arder o arder y estrellarte? Pero a veces funciona y se crea algo nuevo y el mundo cambia. Después, tarde o temprano, en algún momento, por alguna razón u otra, una de las dos desaparece. Y lo que desaparece es mayor que la suma de lo que había. Esto es quizá matemáticamente imposible, pero es emocionalmente posible.”

Ese reloj que funciona a la perfección se rompe en algún momento, lo malo es que, como comenta el británico, se pierde mucho más que la suma, algo probable únicamente en el terreno emocional. Es capaz de entrar en un terreno tan espinoso sin caer en lo cómodo, solo hay que comprobar la forma en que la añora, en lo que hace y en lo que no hace:

“Lloro su pérdida de un modo muy simple y absoluto. Tengo esa buena y también esa mala suerte. Antes las palabras venían a mi cabeza: la añoro en cada acción y en cada inacción. Era una de esas frases que me repetía para confirmarme dónde estaba y lo que era. Al igual que, al volver a casa, me preparaba para el regreso diciendo en voz alta: “No estoy volviendo con ella ni hacia ella.” Al igual que, cuando algo fallaba o se rompía o se perdía alguna cosa, me tranquilizaba diciendo: “En la escala de las pérdidas no es nada.”

Sorprende siempre por su capacidad para racionalizar aspectos tan emocionales como es en el caso de discernir entre dos conceptos tan próximos como aflicción y duelo; exactamente, la aflicción es vertiginosa y es la que causa el verdadero estado de dolor.

“Está la cuestión de la aflicción frente al duelo. Cabe intentar diferenciarlos diciendo que la primera es un estado y el segundo un proceso; sin embargo, es inevitable que se superpongan. ¿Disminuye el estado? ¿Progresa el proceso? ¿Cómo saberlo? Quizá sea más fácil pensarlo metafóricamente. La aflicción es vertical –y vertiginosa-, mientras que el duelo es horizontal. La aflicción te trastorna el estómago, te quita la respiración, corta el suministro de sangre al cerebro; el duelo te proyecta hacia una nueva dirección.”

Cuando muere alguien más querido, no solo muere la persona sino lo que esa persona tenía de ti como he comentado en un texto anteriormente; esa condición de pérdida genera una añoranza inevitable que define con una palabra alemana única en su sonoridad:

“Hay una palabra alemana, Sehnsucht, que no tiene un equivalente inglés; significa “añoranza de algo”. Tiene connotaciones románticas y místicas; C. S. Lewis la definió como el “inconsolable anhelo” del corazón humano de “no sabemos qué”. Parece bastante alemana la capacidad de especificar lo inespecificable. El anhelo de algo o, en nuestro caso, de alguien. Sehnsucht describe el primer tipo de soledad. Pero el segundo tipo procede del estado opuesto: la ausencia de un alguien muy específico. No es tanto soledad como la ausencia de ella. “

Esta ausencia de la persona con la que has compartido (o no) tantas cosas es la que genera una añoranza casi mística, que roza el romanticismo pero no cae en el sentimentalismo barato, ya que, por momentos, se vuelve inespecificable. La dificultad de expresar lo vivido con Barnes fluye hasta transmitir un sentimiento de congoja durante su lectura que nos sobrecoge y subyuga. La facilidad de la palabra del británico, una total experiencia lectora donde no cabe la mediocridad.

Los textos provienen de la traducción de Jesús Zulaika de “Niveles de vida” de Julian Barnes para Anagrama.

“La trama nupcial” de Jeffrey Eugenides. La renuncia como la máxima expresión del amor

tramaNupcialPrimero: No he leído “Las vírgenes suicidas”

Segundo: No he leído tampoco “Middlesex”

Ergo, no conocía nada del autor hasta que he llegado a este: “La trama nupcial”.

Tercero: Tengo claro que, después del disfrute que ha supuesto su tercer libro, los otros caerán en un tiempo no muy lejano.

El norteamericano Jeffrey Eugenides es de esos escritores sosegados, que necesitan su tiempo para sacar cada libro, al estilo de Tartt y Salter; uno se acostumbra a la exuberancia creativa de Mr King o de la gran Oates y, claro, estos ritmos acaban sorprendiendo. De todos modos, es lógico que cada escritor tenga una forma de escribir, es parte de su personalidad, la labor de nosotros como críticos-lectores es evaluar el resultado final. También creo que el mercado anglosajón tolera más este tipo de escritor que el español que, en muchas ocasiones, parece que obliga a ciertos autores a sacar libros (al precio que sea) para cubrir el cupo editorial de ventas, con resultados más que dispares (y poco satisfactorios).

En “La trama nupcial” tenemos un atípico triángulo amoroso; en un vértice se encuentra Madeleine Hanna, el prototipo de mujer romántica que está escribiendo una tesis sobre las tramas nupciales; no puedo evitar recordar mi motivación principal cuando empecé Filología inglesa, en palabras, es lo que siente la protagonista:

“Que era exactamente lo que Madeleine quería. Había elegido Lengua como asignatura principal por la más pura y simple de las razones: porque le encantaba la lectura. El “Catálogo del Curso de Literatura Británica y Norteamericana” era, para Madeleine, el equivalente del Catálogo de los almacenes Bergdorf para sus compañeras de apartamento.”

Eugenides ha crecido con las grandes corrientes y escritores del siglo XX y lo utiliza a discreción gracias a Madeleine; mi corazoncito saltó con cada una de estas reflexiones metaliterarias que le dan unas posibilidades infinitas de interpretación:

“Zipperstein asignaba cada semana un libro de teoría (intimidador) y una pieza literaria. Los emparejamientos eran extraños si no abiertamente arbitrarios. (¿Qué tenía que ver, por ejemplo, “Escritos sobre lingüística general”, de Saussare, con “La subasta del lote 49”, de Pynchon?)”

Sólo faltó Adrienne Rich en este casi póker de autoras contemporáneas francesas:

“Cogió Nuevos feminismos franceses de la mesa del comedor.

La austera cubierta mostraba todo un regimiento de nombres. Julia Kristeva, Hélène Cixous, Kate Millet. Mitchell había visto montones de chicas leyendo Nuevos feminismos franceses en la facultad, pero jamás a un chico. Ni siquiera a Larry, que era menudo y sensible y muy aficionado a las cosas francesas.”

Madeleine una la figura de Barthes para expresar, con sus palabras, la evolución del amor que siente; se apoya en la literatura, en la novela, para poder expresar dicho amor; aunque recurra a la prosa inglesa victoriana como verdadero sostén más allá de lo contemporáneo:

“¡Qué maravilloso era que una frase siguiera lógicamente a la anterior! ¡Qué exquisita culpa sentía al disfrutar perversamente de la narrativa! Madeleine se sentía a salvo con una novela del siglo XIX. En ella habría gente. Y algo le iba a suceder a esta gente en un lugar parecido al mundo.

Además había montones de bodas en Wharton y en Austen. Y había todo tipo de hombres sombríos e irresistibles.”

En los vértices masculinos tenemos por un lado a Mitchell Grammaticus, estudiante de ciencias de la religión y atormentado por las dudas. Dudas que le llevarán a nunca expresar lo que siente por Madeleine y que le atormentarán a lo largo de su devenir, de su evolución en la vida:

“El hecho de que Larry hubiera superado lo de Claire en cuestión de semanas, mientras Mitchell seguía con el corazón destrozado por Madeleine –por mucho que no hubiera tenido una relación con Madeleine-, significaba una de las dos cosas siguientes: o bien su amor por Madeleine era puro y verdadero y crucialmente trascendente, o él era un adicto a sentirse abandonado, alguien a quien le gustaba que le rompieran el corazón, y la “emoción” que sentía por Madeleine –incrementada un tanto por el generoso chianti- era solo una forma pervertida del amor a sí mismo. En otras palabras: no era amor.”

En estas circunstancias, la protagonista se enamorará perdidamente de su compañero de clase Leonard Bankhead, un carismático, aunque solitario personaje que conseguirá que Madeleine caiga rendida y del que iremos conociendo sus terribles problemas psicológicos:

“Durante un tiempo, la Enfermedad –que aún no tenía nombre- le susurraba cosas. Le decía: Acércate. Adulaba a Leonard para que se sintiera más que la mayoría de la gente; más sensible, más profundo. La visión de una película “intensa” como Malas calles dejaba a Leonard conmocionado, incapaz de hablar, y eran necesarias tres chicas abrazándolo durante una hora para hacerlo volver en sí. Inconscientemente, empezó a sacar partido de esta sensibilidad.”

Leonard vivirá una lucha continua consigo mismo para poder sacar adelante su vida en común con ella, su trastorno depresivo, insalvable, marcará la relación de ambos:

“He aprendido una cosa: entre la drogadicción y la depresión, la depresión es mucho peor. La depresión no es algo de lo que uno se quita. No puedes desengancharte de la depresión. Depresión es como un moratón que nunca se te quita. Un moratón en la mente. Tienes que tener mucho cuidado de no tocarte donde duele. Pero está siempre ahí.”

En estas condiciones, Mitchell huye hacia delante, convierte sus estudios teológicos en una forma de descubrirse a sí mismo; gracias al hecho de ayudar a los demás, como en su estancia en la India, consigue salir de su intervalo de comodidad y evolucionar.

“Enjabonaron al anciano con jabón antiséptico, y lo hicieron con las manos desnudas. Le lavaron los pies, las piernas, la espalda, el pecho, los brazos, el cuello. Ni por un momento creyó Mitchell que el cuerpo canceroso que yacía sobre la losa era el cuerpo de Cristo. Bañaron al anciano tan suavemente como pudieron, frotándole la base del tumor, enrojecido por la ponzoña y rezumante sangre.”

Parece que Eugenides configura tres relatos de formación, para su trío amoroso, con características muy diferentes, pero que acaban fluyendo hasta un final ciertamente conmovedor.  Leonard y Mitchell viven una epifanía en la parte final de sus relatos; especialmente bella es la de Mitchell, le llevará al paroxismo emocional y a una entrega total:

“Él era un kit de supervivencia.

La verdad lo iluminó como una luz, y si alguno de los amigos sentados a su lado vio a Mitchell secándose los ojos no dio la menor muestra de ello.

Había llorado durante los diez últimos minutos, tan calladamente como había podido.”

La renuncia se convierte, en manos de la Eugenides, en la mayor expresión del amor de sus protagonistas y, al mismo tiempo, de su propia libertad.

Los textos provienen de la traducción de Jesús Zulaika de “La trama nupcial” de Jeffrey Eugenides.

“Lionel Asbo” y “Maten al león” de Amis e Ibargüengotia. La sátira como elemento aglutinador.

Por causas que ahora no vienen al caso, voy a reunir en este post dos libros a los que, sinceramente, no los unía aparentemente nada.

plantLIONEL.qxd:PlantALBA.qxdEn “Lionel Asbo. El estado de Inglaterra” se supone que Amis nos quería, aparentemente, mostrar el estado de la Inglaterra a través de la extraña figura de su protagonista, el bulldog británico Lionel Asbo:

“Así, los signos externos de la riqueza, en el caso de Lionel Asbo, no han sido sino meros recordatorios de su inanidad de base. Su autoestima no es más alta que su coeficiente de inteligencia (que apenas puede aspirar a un porcentaje de dos dígitos). Esto, unido a unos trastornos emocionales graves, y a una alarmante inestabilidad en el terreno sexual, ha dado como resultado un terrible cóctel de inseguridad violenta y orgullo vano.”

Aunque no lo elige como narrador, sino a su sobrino Desmond Pepperdine que protagoniza un relato de formación con la influyente figura de su tío de fondo. Por momentos da la impresión de que se va a tratar de una sátira salvaje sobre dicha sociedad como podemos ver por su opinión sobre la política estadounidense en Irak:

“-Pues claro que sé lo de Irak -dijo Lionel sin levantar la mirada-. El 11-S. Verás, Des, el 11-S esos tipos con telas en la cabeza fueron y…

-¡Pero Irak no tenía nada que ver con el 11-S!

-¿Y…? Des, eres bastante ingenuo. Verás: Norteamérica es el chico grande. Es Papá. Y cuando se follan la libertad, como en el 11-s, bueno, se rompe la baraja y Papa se revuelve hecho una furia.

-Sí, pero ¿contra quien?

-no importa contra quien. Cualquiera vale.”

El problema viene cuando todo lo salvaje que podías pensar se queda corto ante el grado de enrevesamiento y locura que es capaz de mostrar el escritor inglés, ya famoso por ser bastante polémico en el tratamiento de sus temas.  De tan transgresor que es se queda a un medio camino de lo humorístico y lo serio. Con momentos como este te da la impresión de que es capaz de hacer de todo:

“-Verás. Hay ciertas cosas, Des …, hay ciertas cosas que un hombre no puede hacer hasta que su madre estira la pata.”

En el final, de hecho, creía que iba a cometer la barrabasada que se sugiere por la narración. Me temo que el afán de ser tan bestia me deja con una sensación amarga al acabarlo. La sensación de que podría haber sido mucho mejor y que se queda en un entretenimiento pasable con buena prosa.

maten-al-leon_jorge-ibarguengoitia_libro-OAFI970Lo curioso de “Maten al león” de Jorge Ibargüengoitia es que no la elegí por afinidad con respecto a la novela de Amis y, sin embargo, sí que tienen elementos en común que son ejecutados de distinta forma. 

El mexicano Jorge Ibargüengoitia es un maestro de la sátira (que también utiliza Amis con frecuencia), en esta ocasión nos encontramos con Arepa, una isla gobernada por un tirano, el Mariscal Belaunzarán, que rige con mano firme y que no duda en “cargarse” a quien no esté de acuerdo con él:

“-Dentro de un momento van ustedes a entrevistarse con la prensa. Esto es un privilegio. Ya cada uno sabe lo que confesó, y lo que tiene que decir. Si alguno mete la pata, lo pasamos por las armas. ¿Está claro?”

O cambiar las leyes de tal forma que pueda hacer perpetuo su mandato:

“Se aprueba la petición, y a las once y cinco, cuando los moderados están llegando a casa del muerto, la Cámara aprueba, en pleno, por siete votos contra cero, la eliminación del párrafo que dice: “Podrá permanecer en el poder durante cuatro periodos como máximo y no podrá reelegirse por quinta vez.”

“-Este país necesita progreso. Para progresar necesita estabilidad. La estabilidad la logramos quedándonos ustedes con sus propiedades y yo con la presidencia. Todos juntos, todos contentos y adelante.

-Yo estoy en completo acuerdo con usted, señor Presidente -dice Don Carlitos.

-Me alegro, señor Berriozábal -dice Belaunzarán y advierte a los otros dos-: Sin presidencia Vitalicia, las cosas serían más difíciles. La ley de Ratificación del Patrimonio, por ejemplo, no tiene la menor esperanza en la cámara.”

En un marco tal, que podría extrapolarse a situaciones actuales de diferentes regímenes, Pepe Cussirat se convierte en la mejor elección como candidato por los motivos equivocados:

“En el acta se asentó, y se dijo en la carta que le enviaron, que habían llegado a esa decisión, “en consideración a sus altas virtudes cívicas, a la austeridad de su posición política, reflejada en el exilio voluntario que se ha impuesto, y de sus méritos personales”. Pero, en realidad, uno de los factores que ganaron la batalla lo expresó don Bartolomé González, en un momento optimista  y visionario:

-Si llega en avión, ganamos las elecciones.

Porque en Arepa nadie había visto un avión.”

De hecho, ante su imposibilidad de desbancar la figura del mariscal, la única manera que se le ocurre de solucionar esta papeleta es matarlo, convirtiéndose en un “coyote en busca de un correcaminos” tan difícil de agarrar como en los dibujos de la Warner.

Si lo consigue o no… es mejor que lo descubra el lector. Lo que importa, en este caso, es el manejo de la sátira como elemento conductor que realiza el mexicano; parodiando de esta manera cualquier régimen absolutista y, por extensión, cualquier gobierno que intenta imponer su poder sobre los ciudadanos. Las intenciones de Ibargüengoitia están claras desde el principio y las lleva a cabo con buen humor no falto de crítica en una novela mucho más consistente que la de Amis, el inglés no consigue transmitir el tono adecuado, quedándose a medias de todo y llevándonos a una conclusión no tan satisfactoria.

Dos formas distintas de utilizar el mismo medio: la sátira. Una mejor realizada que otra pero, desde luego, dos maneras interesantes de hacerlo.

Los textos vienen de la traducción del inglés de Jesús Zulaika para “Lionel Asbo. El estado de Inglaterra”  de Martin Amis.

“Operación Dulce” de Ian McEwan

Maquetaci—n 1He estado pensando en la idea que utiliza McEwan como premisa de partida de “Operación Dulce” y, en mi opinión, es un anacronismo en sí mismo:

“-¿Se supone que por lo menos tendremos un poco de influencia sobre lo que escribe esa gente?

-Nada que hacer al respecto –dijo Nutting-. Tenemos que confiar en ellos y en que Haley y los demás den buen resultado y lleguen a ser importantes. Estas cosas se incuban despacio. Pretendemos enseñar a los americanos cómo se hace. Pero no hay motivo para no echarle un cable a Haley en su carrera. En fin, hay gente que nos debe un favor o varios. En el caso de Haley, bueno, tarde o temprano uno de los nuestros va a presidir ese nuevo comité del Booker Prize. Y podríamos estudiar lo del agente. Pero, en cuanto al proyecto en sí, tienen que sentirse libres.”

Serena Froome (rima con “plume”), la divertida protagonista, es el “fichaje” del MI5 para conseguir que, un escritor, posiblemente afín a las ideas políticas vigentes se dedique a escalar en lo literario y sea favorecido sin que casi ni se dé cuenta, cuando al mismo tiempo está difundiendo las ideas que a ellos les interesan.

Y digo que es un anacronismo porque, seamos realistas, teniendo en cuenta el impacto de “lo literario” con respecto a otros medios de masas como TV, internet o cine, si esta labor se hiciera en la actualidad, hay que reconocer que el público al que se llegaría sería mínimo en comparación con los otros medios. No descarto su posibilidad pero me inclino más a pensar que es innecesario.

McEwan, aun así, se aprovecha de este “caramelo” de otra época para pintarnos en primer lugar la situación cultural y política de los años setenta británicos, una época en la que escoge a una mujer como protagonista y abanderada de un tipo de mujer que, en general, estaba mucho menos considerada que actualmente.

“Por lo general, tanto la mano como el hombro pertenecían a hombres. Era infrecuente que a una mujer la contactasen de este modo tantas veces descrito y tan tradicional. Y aunque era rigurosamente cierto que Tony Canning acabó reclutándome para el MI5, sus motivos eran complicados y no dispuso de autorización oficial. Si el hecho de que yo fuera joven y atractiva fue importante para él, llevó tiempo descubrir el pleno patetismo de su acto.”

Menos aún si se considera el entorno de espionaje que sirve de base para esta novela, más cercana a la novela de género habitual:

“Conforme avanzaba nuestro adiestramiento caótico, asimilaba el espíritu general del entorno y, siguiendo el ejemplo de las otras chicas, empecé a aceptar que en aquella pequeña parte del mundo adulto, y a diferencia del resto de la función pública, las mujeres pertenecían a una casta inferior.”

Especialmente divertidas son las situaciones que ella y su amiga Shirley vivirán en las primeras páginas hasta que desemboque en una historia de amor:

“Me producía una especie de placer inocente pensar en lo horrorizado que se habría quedado el mundo de la contracultura que nos rodeaba si hubieran sabido que éramos el enemigo definitivo del convencional universo gris del MI5. Laurel y Hardy, las nuevas tropas del choque de la seguridad interior.”

Lo bonito del postmodernismo es que existen muchas corrientes y formas de acometerlo, McEwan lo hace a su manera; sigue de fondo su no-reflexión sobre la ética y las consecuencias morales de la misma (esto era muy patente en el caso de “Expiación” o “Amsterdam”), aquí pasa más de puntillas en esta ocasión y se centra en unas reflexiones metaliterarias cargadas de cinismo y humor negro, el primer texto lo pone de relevancia, es delicioso:

“Era una empirista nata. Creía que a los escritores les pagaban por fingir, y que cuando se terciase debían servirse del mundo real, el que todos compartíamos, con el fin de dar verosimilitud a lo que hubiesen inventado. En suma nada de artificiosos regateos sobre los límites de su arte, ni de mostrar deslealtad al lector aparentando que cruzaban y recruzaban  camuflados las fronteras de lo imaginario. En los libros que me gustaban no había sitio para el agente doble. Aquel año probé y descarté a los autores que refinados amigos de Cambridge me incitaban a leer: Borges y Barth, Pynchon y Cortázar y Gaddis. Advertí que entre ellos no había un solo inglés, y ninguna mujer de ninguna raza. Yo me parecía bastante a las personas de la generación de mis padres, que no solo sentían aversión por el gusto y el olor del ajo, sino que desconfiaban de quienes lo consumían.”

Este tampoco tiene desperdicio:

“Él no se entretuvo con mis escritoras: su mano pasaba de Byatt a Drabble, de Monica Dickens y Elizabeth Bowen, las novelas cuya lectura me había deleitado. Encontró y alabó El asiento del conductor, de Muriel Spark. Dije que a mí me parecía muy esquemática y que prefería La plenitud de la señora Brodie. El asintió, pero, al parecer, no porque estuviera de acuerdo, sino más bien como un terapeuta que de pronto comprendiese mi problema. Sin abandonar la butaca se estiró hacia delante y recogió El mago de John Fowles y dijo que admiraba algunas partes de libro, así como la totalidad de El coleccionista y La mujer del teniente francés. Yo dije que no me gustaban los trucos, que me gustaba ver recreada en la página la vida tal como la conocía. Se levantó, fue a la cómoda y cogió un libro de B.S. Johnson, Albert angelo, el que tenía agujeros recortados en las páginas. Dijo que también admiraba ese libro. Yo dije que lo detestaba.”

Y son profundamente sintomáticos según avanza la novela y llegamos al final que desestabiliza la narración de Serena que habíamos estado viviendo desde el principio, con un cambio de narrador que vuelve totalmente falible lo anteriormente narrado y contradiciendo explícitamente las ideas que Serena había mencionado. McEwan no está, evidentemente, narrando a través de Serena, sino a través del escritor. Todo cobra sentido. Pero este juego, este truco, es sumamente divertido.

McEwan ha hecho de nuevo una novela muy por encima de la media, como de costumbre.

Los textos provienen de la traducción del inglés de Jaime Zulaika de esta edición de “Operación Dulce” de Ian McEwan.

“Amsterdam” de Ian McEwan

amsterdam“La fotografía ocupaba el ancho de ocho columnas, e iba justo desde el pie de la cabecera hasta tres cuartos del largo de la página. La muda estancia contempló el sencillo vestido, la fantasía de pasarela, la atrevida pose, juguetona y tentadora, que simulaba querer evitar la mirada de la cámara, los minúsculos pechos y el taimadamente insinuado tirante del sostén, el leve arrebol del colorete de los pómulos, la caricia de lápiz labial moldeando la turgencia de los labios (y su mohín, casi un puchero), la expresión íntima, anhelante del aquel alterado aunque fácilmente reconocible rostro público.”

No pensaba hacerlo, pero cambié de opinión según iba leyendo la novela, es necesario que la gente conozca a Ian McEwan.

Cierto que McEwan vivió su gran momento de reconocimiento gracias a la película “Expiación” que, además, fue multinominada a los óscars y tenía un reparto de campanillas. La película reflejaba, con mayor o menor suerte, la novela “Atonement” y era fiel al mensaje que el escritor británico trataba de transmitir en la obra: esa posibilidad de redención de un personaje  a través de la ficción reescribiendo la vida de unos protagonistas malogrados por la supuesta ética de unos personajes que impusieron su sentido común.

Es imposible no dejar de descubrir con cada lectura nuevos matices a esta interpretación, así que os dejaré leerla y emocionaros con ella.

La obra que traigo hoy, sin embargo, es anterior a esta,; escrita en 1998, “Amsterdam”, ganadora del Booker, supone para un servidor, su madurez literaria;  según voy rememorando cada momento, más perfecta me parece en su realización.

Cinco vértices constituyen el eje de la novela: Molly Lane, seductora protagonista en la sombra, amante de cuatro personas muy diferentes y nexo de unión entre ellos desde el primer capítulo, su entierro, al que asisten todos ellos. Los amantes: Clive Linley, músico de éxito; Vernon Halliday, periodista y director del periódico “El juez”; George Lane, multimillonario marido; Julian Garmony, político conservador y aspirante a convertirse en primer ministro.

La figura de Molly Lane es dibujada a través de las vidas de sus amantes y las vivencias de estos con ella, de hecho McEwan aprovechará para cambiar de perspectiva y punto de vista narrativo, especialmente a través de los inmorales Linley y Halliday. De hecho una fotografía, la que he citado en el texto inicial, se convertirá en el hilo de argumento que los ligará de manera invisible a todos y que desencadenará una serie de dilemas éticos que se convierten en sello de identidad del autor británico.

Y no sólo se queda ahí, sino que estas relaciones personales entre ellos le servirán para pintar el estado de la nación (se trata de una “state-of-the-nation novel”); una sociedad, la inglesa, sustentada en figuras cuya amoralidad es, desde luego, más que evidente, y que rigen los destinos de los ciudadanos.  No deja de ser irónico que cada personaje se caracterice por su falta de ética y que, a pesar de ella, se dedique a juzgar al resto de los personajes por eso mismo. Qué mejor forma de retratar nuestra realidad.

Mc Ewan, a pesar de no utilizar un narrador omnisciente para tomar parte de ese juicio, nos propone un final que, a su manera, supone un castigo ante la actitud egoísta de sus protagonistas;  en un guiño paradójico a las novelas policíacas de género y que constituye un colofón más que digno a una trama milimétricamente concebida; esa maravillosa sensación de encontrarse ante una novela redonda, casi perfecta se ensancha en un halo de felicidad al recordarla en estos momentos. No dejéis de leerla, y de leer al  británico claro.

Fragmento de la traducción del inglés de Jesús Zulaika para esta edición de “Amsterdam” en Anagrama.