Los atracadores de Tomás Salvador. Novela negra en plena dictadura

AtracadoresSe está produciendo una deslocalización evidente en cuanto a la publicación de novela policiaca, negra, de detectives, etc… Se puede comprobar por la falta de una colección central, en alguna editorial, que saque todos los meses una buena remesa de novelas de género; Serie Negra de RBA lo estaba haciendo hasta hace poco, pero ahora mismo, como mucho, saca dos al mes y es ciertamente insuficiente, ya que el equilibrio necesario entre clásico-consagrados y novedades es imposible sacando tan poca cosa. Que no exista un referente ha ocasionado que cada editorial saque un sello negro alternativo, tal es el caso de varias como Salamandra, Navona, Alfaguara, Anagrama, Siruela, RHM… que, en la mayoría de los casos, utilizan autores que ya tenían y le unen otros para completarlo un poco. Esta descentralización tiene cosas buenas y cosas malas: las buenas tienen que ver con una cierta variedad en novedades, cada editorial busca autores fetiche que les ayuden en las ventas y están explorando mercado, están saliendo autores que no se han leído por aquí con frecuencia con resultados de éxito desiguales; las malas, como ya he comentado varias veces, tienen que ver nuevamente con la ausencia de clásicos y la prácticamente inexistente presencia de novedades detectivescas más allá de lo ya conocido.

Hoy traigo un caso afortunado, la recuperación de novela española realizada en medio de la dictadura franquista: tal es el caso de Los atracadores de Tomás Salvador gracias a la labor de Salto de Página. El prólogo de Javier Sánchez Zapatero introduce de manera admirable el contexto de la obra y el autor:

“Relegada hoy a mera nota a pie de página de las historias de la literatura, la de Tomás Salvador Espeso (1921-1984) es una de las más singulares e interesantes trayectorias de la narrativa española del siglo XX. Autor de una extensa producción que incluye alrededor de cuarenta novelas, una decena de compilaciones de cuentos y varios ensayos, disfrutó de cierta popularidad durante las décadas de 1950 y 1960.”

Y lo emparenta con la tradición ya conocida con la dicotomía policía-escritor, una tradición que venía del siglo XIX, la figura de Vidoq se convirtió en proto-policía-escritor:

“Al regresar a España, aprovechando los beneficios que se le concedían a los divisionarios, ingresó en el Cuerpo General de Seguridad y fue destinado a Barcelona como inspector de la Brigada Político-Social, la policía secreta encargada de reprimir cualquier tipo de disidencia durante el régimen franquista. Su condición de “policía-escritor” lo vincula con la tradición instaurada a mediados del siglo XIX por Eugène-Francois Vidocq –quien escribió sus memorias después de abandonar su pasado delictivo para convertirse en el primer director del departamento de “Seguridad Nacional” francés- y que, en el caso español, tuvo como representantes fundacionales a Luis Fernández-Vior y Tomás Gil Llamas.”

Subraya en dicho prólogo las virtudes del autor (y de la novela) sacando a colación el retrato psicológico que realiza con admirable precisión Tomás Salvador; no duda en comentar su punto débil, la necesidad de presentar a la policía en toda su rectitud estatal:

“Los atracadores destaca por la forma en la que aborda una temática no especialmente transitada en la literatura española de mediados del siglo XX. La capacidad para penetrar en la psique de los criminales, reflejar de forma realista los ambientes del hampa de la época y transmitir una interpretación social del delito –alejada, eso sí, de cualquier atisbo crítico y filtrada por un obvio mensaje moralizante que concordaba con la ideología oficial- sitúan a la novela, junto a títulos de Mario Lacruz y Francisco García Pavón, en el reducido grupo de obras que durante el régimen franquista comenzó a sentar las bases de la tradición de género policiaco en la literatura española.”

La novela se estructura en tres libros y un epílogo que describen a la perfección el esquema ya habitual en el caso de los criminales: inicios-ascensión-caída. En esta ocasión Salvador utiliza tres libros con títulos muy sugerentes y que conectan con el esquema: Libro de la inquietud, libro de la violencia y libro de la muerte y un epílogo policial.  No hace falta que explique los paralelismos evidentes. No se queda ahí, en cada uno de los tres libros se divide en tres grupos de narraciones (1,2 y 3) según el atracador que esté describiéndola desde su primera persona. No resulta previsible esta asociación ya que elige en cada uno de los libros un orden distinto de narradores acorde a la evolución de la novela.

Si estructuralmente no se rige por lo habitual, su adecuación estilística es todavía más dispar, destacando su eclecticismo, dado que la adapta al protagonista que esté narrando en ese momento, se atreve hasta a hacer un monólogo interior “joyceano” donde se salta toda regla de puntuación y así reflejar la confusión mental de uno de los protagonistas:

“Había dejado que las manos fueran colgando ta ca ta corre las manos así colgando y los hombros por allí y los hombros por allá Ramón que eres un bailón y ya está oh la zorra que te llama chico es muy vieja déjala que llame salta por el agua otra vieja cuidado vieja casi tropiezas Ramón tenía los ojos cerrados zas y ya está ni siquiera se ha dado cuenta nadie se daba cuenta iba corriendo y no se daban cuenta ni miraban y podía llevar una pistola o un puñal o una bomba que hiciera mucho ruido y matara mucha gente eso podría saltar por encima del chaval su madre se enfadaría no era que le importara que la madre se enfadara pero habían quedado atrás eso no sabía porque la calle estaba oscura tenía sucia la camisa no iba afeitado pero debía ser joven y guapoooo eso es idiota […]”

La alternancia de los narradores le sirve para dar riqueza al texto, en el caso de las descripciones es más que evidente, utiliza la narración de Chico Ramón para describir al “Señorito” y a Compare Cachas, las descripciones no se quedan en lo meramente físico sino que añaden características psicológicas e incluso la propia opinión personal del narrador:

“El Señorito era un tipo alto y delgado, muy alto, muy delgado. Todo era largo en él: la nariz, las manos, el pelo, hasta las pestañas casi femeninas. Miraba pocas veces de frente y por eso no podía decir cómo eran sus ojos. Llevaba buena ropa, pero muy arrugada. Largo estómago y largas piernas. Sobre las escurridas caderas el pantalón se le sostenía casi de milagro. Su gesto más característico era llevar las manos en el bolsillo del pantalón, manoseándose. Aquel gesto le resultó a Ramón profundamente antipático; pero al Señorito, por lo visto, le importaba muy poco ser esto o lo otro.”

“Compare Cachas tenía un bigote extraordinariamente fino y bien cuidado. Compare Cachas era todo bigote y mano en la nariz, sacándose punta, hablando gangosamente. Tenía una barbilla débil y unos labios gruesos. No parecía muy listo. No lo era, desde luego… Hasta le escurría un poco de baba. Pero en algunos instantes lograba alcanzar una serenidad casi perfecta, pasmosa. Sucedía esto cuando no se creía observado. El afán de comprender las cosas le obligaba a una atención tan forzada que durante la misma llegaba a ser inteligente. Cuando se le miraba, y se le preguntaba algo, volvía a reír tontamente, a tocarse la nariz. Una de sus manos, la derecha, estaba siempre cerrada, con el puño apretado sobre unas legendarias cachas.”

Las tres narraciones son, como se puede esperar, poco fiables, los tres atracadores, los tres fuera de la ley; en ningún momento se tiene noticia de los avances policiales pero se atisba una sombra que cumple su labor siempre, un departamento policial aparentemente invencible, una amenaza. Utiliza a los tres atracadores para criticar, de alguna manera, la situación de la sociedad, lo puede hacer porque en el final invalidará todo lo contado/pensado por ellos mediante el epílogo que salvaguardaba la posible censura franquista:

“-Tú representas la inquietud. No sabes lo que quieres, del mismo modo que yo no sé para lo que vales. Si yo lo supiera, te lo diría. Y se acabarían tus dudas y se acabarían las mías. Mira, Chico, la inquietud es esto: es no saber, no tener confianza, es desear hacer una cosa y empezarla con grandes ánimos para ir decayendo a medida que se avanza; inquietud es tener pocos años y sentirse viejos. Todos nosotros tenemos pocos años y sin embargo somos viejos. Somos una generación de viejos. Somos unos mierdas que antes de antes de pensar en la vida sabíamos lo que era la muerte.”

Hay una progresiva evolución hacia su caída, Salvador indaga en la posible causa antes de que se produzca este hecho. Camina de mano del lector, guiándole en el camino policial encubierto:

“Al decirle eso, Chico Ramón se estaría figurando que le llevaba una estupenda noticia. Y no sabía que con ello remachaba el último claro que quedaba suelto en el enorme cajón de madera que los contenía todos. El miedo venía después. Cuando pensados los hechos asustan, no su consecuencia, sino su facilidad. Aquella facilidad en la acción, en la violencia, era un peligro. El peligro de su misma soberbia. El peligro de creerse todopoderosos.”

El epílogo, narrado desde la perspectiva policial, da luz a los hechos de los últimos capítulos, de esta manera desacredita las opiniones que han tenido anteriormente ensalzando a la vez la labor policial con todas sus consecuencias.

“El pensamiento pasa a serlo todo. Le basta con pensar: “entre los ojos”. Y la pistola se dispara sola. Tal es la realidad. No disfracemos las cosas. Sintamos piedad por los delincuentes, pero no busquemos para ellos ninguna disculpa. Han borrado las distancias, las leyes. Contra ellos solo puede defenderse la sociedad eliminándolos de su seno. Todo atracador debe suscitar en los hombres honrados una repulsión violenta. No son héroes, no lo serán nunca. En un héroe podrá haber un asesino; pero es un hombre que lucha gallardamente. Cuando termina la circunstancia personal que lo empujó, el héroe vuelve a su casa, abandona sus armas y se pierde en el anonimato. Un atracador es un cobarde. Y no conoce principio ni fin en sus fechorías.”

Una verdadera suerte tener con nosotros esta fantástica novela. Roguemos porque podamos  ver más ejemplos de este tipo en un panorama negro cargado de incertidumbres.

5 thoughts on “Los atracadores de Tomás Salvador. Novela negra en plena dictadura

  1. Pingback: Resumen Enero 2015. Nuevo año, nuevas lecturas | Lectura y Locura

  2. Hola Mariano,

    Felicidades por tu blog.
    A través de este medio he descubierto varios autores que quiero leer. Voy a empezar con esta novela negra de Tomás Salvador.

    Quisiera saber si has leído “El Complot Mongol”. Es una novela de culto en México, es una novela de detectives del tipo “hard boliled”. La escribió el mexicano Rafael Bernal a finales de los 90.

    Saludos desde México,

    Alan

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *