En unas de las últimas declaraciones que ha hecho Mortier, comentaba lo siguiente al hilo de los abucheos que está recibiendo la última producción en escena:
“La gente que abuchea hace más ruido, pero son seis que empiezan y algunos se dejan llevar. A otros, claro, no les gusta, pero parece que a la mayoría sí. Los abonos no se devuelven y está completamente lleno.”
Se pueden hacer dos puntualizaciones a la magnificencia del belga, ayer, en la función a la que pude asistir no se empezó con abucheos orquestados, no; de hecho en los primeros momentos se interrumpió para aplaudir; lo cual no quita que, según fue avanzando, el grado de cabreo de los asistentes empezó a aumentar considerablemente hasta acabar en un abucheo generalizado, no hizo falta que lo hiciera nadie; lo de los abonos, claro que no señor Mortier, la gente quiere ver la ópera, no los va a devolver; lo que no va a hacer es renovarlos, me gustaría saber cuánto es el grado de renovación de abonos de este año.
No dudo de que Tcherniakov sea bueno, de hecho, rompiendo una lanza a favor de él, tengo que reconocer que su Macbeth (de este mismo año por cierto, y hablé extensamente de él aquí), no estaba mal del todo a pesar de ciertos tics que, por lo que veo, repite en sus montajes. El problema es cuando haces algo como lo que haces ayer y el texto, la música y la acción teatral van cada uno por su lado. En efecto, la puesta en escena no funcionaba, era inconsistente y, para colmo, rozaba un mal gusto bastante patente que no tiene que asociarse, precisamente, a lo vanguardista.
Según la visión del ruso, Don Giovanni es un libertino que no solo abusa de las mujeres sino también del alcohol y progresivamente se va volviendo cada vez más loco (porque ve al fantasma del Comendador rondando por la sempiterna habitación), hasta llegar al paroxismo en esa escena final, donde Leporello se convierte en una especie de “Grey” dominador que desnuda y abusa de Donna Anna, Zerlina o Donna Elvira. Evidentemente esta visión no se corresponde con nada de lo que estén declamando o cantando en ese momento con lo que contribuye a una confusión más que evidente, sobre todo para los que quieran descubrir esta obra con ese montaje. Especialmente absurdos son algunos momentos que destacan por una desgana evidente en no intentar ni siquiera crear, como la escena de la estatua “O statua gentilissima”; donde Leporello y Don Giovanni, en la omnipresente habitación presente en toda la obra, hablan e interactúan con una estatua imaginaria; debido principalmente a que ni se ha molestado en presentar algo, ni siquiera figurativamente, lo único que hacen es saltar y trotar de un lado a otro; no creo que haya gastado más de diez minutos en contarles lo que tenían que hacer; contrasta que este mismo director haya exigido a Arteta unos esfuerzos brutales en todos los aspectos para asimilar sus escenas, que, por otra parte, estaban muy bien dibujadas. Aparte de los problemas evidentes de perfilar ciertos papeles, totalmente en desacuerdo con su psicología (ese Leporello es indignante) hay ciertos tics (como comentaba anteriormente) que se repiten asiduamente en sus producciones y que ayudan a desconectar totalmente. Eso de que caiga el telón en cualquier momento, se interrumpa toda la acción para que nos muestre un cartel con el tiempo que va a pasar, enerva a la décima vez que cae; podrá reforzar lo teatral, pero, indudablemente desestructura toda la unidad musical de la obra (esta caída del telón me recordaba al Google maps de transición entre escenas que utilizó en la susodicha Macbeth); tampoco me cautiva el hecho de hacer cantar a los cantantes fuera de escena o mirando a las paredes, de espaldas al público, sin ningún tipo de necesidad, más bien, para ser original y vanguardista; y hacerles cantar en posiciones difíciles es ya marca de la casa; curioso que, casi siempre hace cantar a los coros fuera de escena, aunque oficialmente no lo sean, me temo que no sabe dirigir mucha gente a la vez y prefiere no tenerlos presentes (esto era patente en Macbeth también). No me voy a extender más, sobre todo con otros detalles de mal gusto, especialmente la metáfora sexual final donde la comida del banquete está representada por las cantantes, de las que abusan repetidamente o lo intentan, desvistiéndolas en todo momento sin motivo aparente o intentando una violación del todo absurda en el caso de Donna Elvira… cuando le pretende salvar. Intentar buscar el sentido a todo este cúmulo de despropósitos es más de lo que merece el montaje.
Si por lo menos lo musical hubiera estado bien, habría salido con buen sabor de boca, pero me temo que esto me cabreó más; el argentino Alejo Pérez era debutante en la dirección de esta ópera, Russel Braun también con Don Giovanni; esto no disculpa el espectáculo que ofrecieron; el director musical estuvo monótono, aburrido en casi cada momento , parece mentira que una obra como esta, tan rica, con tantos matices, quedará tan desdibujada, sobre todo por las elecciones de algunos tempi nada adecuados; su impotencia fue evidente en el caos musical producido en el final del primer acto: habían situado unos violines fuera de escena, estaban en unas butacas para poder interpretar lo que se tocaba en la fiesta en escena (ese baile de máscaras sin máscaras); la idea podría haber estado bien, el problema es que se desacompasaron con respecto a la orquesta, pero en los dos lados, parecía que la orquesta, los cantantes y la música de los violines iban “a su bola”, ocasionando un tumulto musical sin intención; un desastre que enmendó con gestos ostensibles, parecía que no se veía bien e intentó que percibieran por dónde iba el tema. Un reflejo fidedigno de lo que estábamos viviendo. Lo de Braun, sinceramente, es de juzgado de guardia, me sorprende que se haya dado un papel de esta envergadura a este cantante; leo por ahí (Mortier, de nuevo) que es bajo barítono… ¿eh? ,¿Cómo? ,¿Un bajo barítono que no se oye nada en el registro medio?. Cada conjunto musical estaba descafeinado por el la ausencia de contraste de su voz con Leporello; cada momento musical era insulso hasta decir basta; encima su voz era desagradable. Me preguntaba si había oído cantarlo peor, y no creo que lo haya oído… La sobreactuación no se la achaco a él, desgraciadamente, nuestro ruso tuvo más que ver en pintar el personaje de esta manera. En cuanto al resto, afortunadamente, estaba nuestra Ainhoa Arteta que dibujó una Donna Elvira plena en lo vocal, atormentada en lo artístico; cada momento suyo fue un lujazo y no debe quedar ensombrecido por todo lo que ha rodeado la obra; encomiable cómo cantó a pesar de las posiciones en que se le obligó a cantar por la parte escénica, brava, no hay más que decir; aceptable Leporello de Ketelsen, con una voz noble y bella; el veterano Kotscherga demostró la rotundidad de su voz en el corto papel del Comendador; Schäfer y Erdmann como Donna Anna y Zerlina estuvieron irregulares, con algunos momentos interesantes, sobre todo en la segunda y con otros momentos no tan felices en el caso de la primera, qué fría entró; regular el Massetto de Bizic, con voz amplia pero todavía por pulir; mal, muy mal, el Ottavio de Groves, no se pueden hacer portamentos en las arias de Mozart, no, por favor. Y si se va a cantar tan mal “Il mio tesoro”, casi prefiero que no lo cante, qué mal los cambios de registro dentro del área, el manejo del fiato, el canto legato, el recitado.. en fin, rematadamente mal, solo comparable a Braun. El Coro estuvo bien, no suele fallar, afortunadamente…
Me encanta en el postmodernismo, las nuevas vanguardias, deconstruyamos, no estoy en contra de ello; el problema es que hay que hacerlo con inteligencia, con sentido común, si no, se convierte en provocación tras provocación absurda. Por favor. Más vanguardismo, pero bien hecho.
Estoy convencido de que Mozart no habría disfrutado tampoco de esta visión en su obra, ay si se levantara….
Totalmente de acuerdo!!! Coincido totalmente contigo Mariano.
Muchas gracias Mar!!