“Cartas a Poseidón” de Cees Nooteboom

cartas-a-poseidon-9788498419993Es muy dado Cees Nooteboom a tomar como musa inspiradora de sus escritos el elemento más impensable, ya hablé al respecto con su “Autorretrato de otro”  donde se daba uno de estos casos.

En esta ocasión una servilleta con el nombre de Poseidón escrito en letras azules en un restaurante al azar en Múnich supone el desencadenante para que el holandés escriba unas cartas al dios con lo que ve, oye y piensa. Sigue una estructura sencilla donde alterna cartas directas a Poseidón que se van alternando con otras que pueden ir (o no)  directamente relacionadas con él y que poseen títulos diversos; además, cada una de estas notas, cartas, etc. vienen complementadas con notas e imágenes al final del libro.

En estos libros de viajes nos encontramos con la faceta en la que saca su lado más lírico; el resultado, a pesar de algún texto irregular, es maravilloso. Un triunfo de lo sensorial con algunas cotas que alcanzan lo sublime; aprovechando precisamente su lectura, totalmente satisfactoria, me gustaría citar algunos de estos momentos:

En ‘Bayreuth’: “Ocurre cada verano, con las misma certeza que Wimbledon o el Tour de Francia. De repente penetran en mi jardín mediterráneo sonidos alemanas. Sonidos aún inseguros, que no saben si son bienvenidos. Metales, timbales, voces altas y duras. Como sondeándolo todo. Noto que todo mi jardín se pone alerta, a la defensiva. Las palmeras, el hibisco, los cactus, el papiro, plantas que no sobrevivirían en la bruma fría del norte. Pero la música no tiene compasión, disfruta de su poder. A mis oídos llegan los tonos sostenidos alemanes, los sonidos militantes del coro, esa otra lengua cortante, las cornetas de caza, el crescendo de una gran orquesta, la traición de Tristán que entrega a Isolda a su rey, la furia de ella, el grito de dolor que disfrazado de canción corre junto al lila claro del plumbago y, como una súbita tormenta, cruza veloz la buganvilla que deja en la tierra manchas moradas. Y yo ahí en medio, desterrado, un jardinero nórdico bajo los olivos, apresado en la contradicción de mi vida.”

¿Hay mejor forma de describir la música de Wagner en su templo Bayreuth? Qué catálogo de imágenes que juegan con la vista y el sonido: “La música no tiene compasión, disfruta de su poder”.

‘Libros’ contiene el siguiente párrafo: “Al principio no reconozco otro sonido que el rumor del agua que corre, pero luego percibo por debajo de ese suave rumor un murmullo cada vez más intenso y furioso, como un coro que cantara con los dientes apretados, un zumbido átono y siniestro que no desvela ningún significado, un agobiante lamento de tinta y papel, el sonido que emiten los libros cuando saben que son quemados o ahogados, el dolor por lo que ya nunca más será leído.”

Capacidad innata de encontrar la metáfora más acertada que describa lo que quiere decir, vuelve a jugar con esa fusión de sonido y visión y se suma el olor ahora. Qué imagen más bella la de “agobiante lamento de tinta y papel”.

Una de esas maneras que tiene de ligar textos con el dios la tenemos en el texto ‘Chica’, sencillo, onírico: “Entonces la oigo. Al principio el sonido es muy flojo, aún no sé de dónde viene. Luego un poco más fuerte y entonces consigo localizarla. Una chica sentada con su guitarra sobre un bordillo de piedra, más abajo, junto a una especie de dique, las piernas colgando sobre el agua. Está sola, su voz es aguda y fina. Entona una canción en su lengua que resuena por toda la bahía y, cuando ya me he alejado un buen trecho, la sigo oyendo, una mujer cantándole al mar. Seguro que el dios también la ha oído, no puede ser de otra manera.”

Una simple foto amarillenta en el artículo ‘Bal des Ambassadeurs’, encontrada en el mercadillo bonaerense de San Telmo, le sirve para deleitarnos con el paso y la evocación del tiempo: “Haciendo un esfuerzo de concentración, oigo fragmentos de palabras y frases: Masaryk, Rijnland, Múnich, pero estas desaparecen enseguida o se ocultan detrás de otras palabras más inocentes: foxtrot, mañana, champán, recepción. Las bocas abiertas o entreabiertas, frases políglotas congeladas al mismo tiempo que su significado, y entre pasos de baile y trajes de noche, entre flirteos y espionaje, entre hombres y mujeres, la música y el misterio del tiempo.”

Me gustaría acabar con una pequeña dosis de una de las cartas que dirige directamente al dios,  ‘Poseidón XXII’: “En un barco pequeño se percibe mejor la infinitud del mar, es como si una fuerza tirara de la embarcación. Cuando de noche estás solo en la cubierta y miras fijamente el movimiento de las olas, la existencia se torna una infinita pregunta sin respuesta. Algo así será. Más adelante visité tus templos vacíos en el cabo Sunión y en Segesta, Sicilia. Envoltorios clásicos de extraordinaria belleza, poderosas columnas dóricas con el cielo como techumbre, donde la imaginación transforma el susurro de los árboles en voces humanas que tal vez aún hablen de ti o tal vez no. Y aquí, donde me encuentro ahora, tengo el mar y con él te tengo a ti siempre a mi alrededor. ¿He logrado así estar más cerca de ti? Creo que no, porque sigo buscándote. Cuanto más leo sobre ti, más identidades adoptas, normalmente no muy amables.”

Lo fascinante del mar en su aparente infinitud. Nooteboom, poeta siempre, buscando la sublimidad.

Textos de la traducción del neerlandés de Isabel-Clara Lorda Vidal para esta edición de “Cartas de Poseidón” de Siruela.

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