En mi pradera de Frédéric Boyer. Western poético minimalista

praderaHay que reconocer que la colección de poesía de Sexto Piso nos está dando muchas satisfacciones; especialmente interesante es el eclecticismo del que está haciendo gala, variedad que se muestra tanto en los temas tratados como en la ambición mostrada por los diferentes autores según el ámbito escogido; si hace poco hablaba de la excelente Eso de la danesa Christensen en términos de poemario universal cosmogónico ahora tenemos este En mi pradera  del novelista, ensayista, poeta, dramaturgo y traductor francés. Frédéric Boyer que es una antítesis de la anterior tanto en extensión como en la ambición final. Nos encontramos con un poemario minimalista donde todo se referencia al western a través de un elemento aglutinador, esa pradera.

Una pradera que se convierte en un “territorio en el que cowboys, indios, búfalos, brujos, plantas silvestres, ríos, sirenas conviven bajo el hechizo de las palabras”; este elemento alienante se convierte, en manos del narrador, en un refugio, en el único lugar seguro al que podemos marcharnos para escapar de las ruinas de un mundo fragmentado e insalvable, el mundo que tan bien nos referenciaba Christensen y que nos causaba una inestabilidad constante:

 

“No hay tiempo que perder. Mi barco partirá al alba

 

                a mi pradera

 

                y ya nunca volveré.

                Lo juro.

 

                Mi pradera se ha vuelto lentamente el mundo entero

                y es dulce y lejana

                como una hermana ausente.”

 

En esa pradera nos podemos sentir como niños, con la inocencia de nuestra infancia, una inocencia que nos mantenía en una virginal tranquilidad, unir dicha inocencia con la lectura, en este caso del libro de Cooper El último mohícano, no sólo nos da un refugio sino que nos recuerda que allí viviremos aventuras diarias:

 

“Ya no recuerdo el día en el que descubrí la existencia

de mi pradera.

Soy un niño la primera vez la palabra pradera la ignoro

pero sé que existe. Con una linterna de bolsillo que he

robado de un cajón de la cocina leo toda la noche bajo

las sábanas una novela de James Fenimore Cooper.

Es maravilloso.

El alba llega y no tengo sueño.”

 

Lo bueno de dicha pradera es que no es individualista a pesar de lo minimalista, la idea del colectivo que convive en dicha pradera refuerza la fuerte presencia de una comunidad que se une a la pradera para ofrecer el refugio que comentaba:

 

“Próximo Viraje

mi pradera

 

Pradera ha sangrado

Pradera ha llorado

Pradera ha conocido

 

un terrible secreto

 

temblando y yo sin temor a hablarle de mi soledad

a mi pradera

 

porque mi soledad no sólo es mía sino

de los tiernos compañeros

de mi pradera “

 

Lo cual no quiere decir que en la pradera todo sea una aparente tranquilidad, en ella habitan las dicotomías como parte integrante de nuestra naturaleza contradictoria, afortunadamente la existencia de dichas contrariedades se ve atenuada por el valor intrínseco de seguridad de una pradera en la que el sol “nunca está lejos”:

 

“La belleza de mi pradera es doble –de memoria y olvi-

do. Una porción de alegría y otra de angustia. Desgarra

el corazón y lo repara. Como en junquillos y campánulas

entre las hierbas. Desordenados y arrojados por amor

y sufrimiento.

 

¿Por quién?

 

Retomar aliento.

 

Precipitarse. Tenso movimiento. El sol nunca está le-

jos de mi pradera.”

 

Lo mismo sucede con la violencia que nos retrotrae a la fuerza de la naturaleza tal y como nos la retrata McCarthy o Hughes, el dolor de esta violencia nunca será como en nuestro mundo real:

 

“Osamenta de bestias muertas. Cuidado con los cer-

nícalos. Mi cabeza tiene precio me niego a decir mi

nombre. Tragué la tierra de mi pradera junto a topos

y gusanos. Vi mi pradera desde los ojos del faisán do-

rado.

 

En mi pradera todos los prisioneros se evadieron una

noche. Nunca los encontrarán. A todos los seres vivos

veo por última vez en mi pradera.”

 

Toda nuestra existencia se redefine desde la perspectiva de lo que sucede en esa pradera, especialmente cada estación que vivimos:

 

“              Primavera

-descubro mi pradera invadida de flores que creía haber

perdido: ranúnculos anémonas mentas iris jacintos. El

niño llora el hombre que no es.

 

                Verano

-mi pradera inflamada bebió toda el agua de las lluvias.

Las raíces transpiran. Las siento bajo mis pies descalzos.

Las hierbas se secan. El arroyo está desnudo.

 

                Otoño

-siento que un mundo se pierde llorando a lo lejos.

Tintes diversos rojo amarillo café vestidos de la bru-

ma. El anciano ha cavado el foso.

 

                Invierno

-potencia congelada del sueño. La piel de los zorros

anquilosados bajo la nieve y el hielo se ha vuelto azul.

La tierra ya está inmóvil.”

 

Lo que está  claro es que Bóyér nos ofrece la solución a nuestro horror diario: un mundo interior simbolizado por la pradera que nos ayuda a sobrellevar nuestra difícil existencia, una pradera en la que perderse, en la que sentir que hay otra vida posible:

 

“Sólo esperar el momento en que

termine la ausencia en mí de mi pradera

y partiré tú lo sabes.

 

Haber sólo

sentido

mi pradera

 

Haber sólo

creído

en algo abierto

en algo vasto

 

Y arrojarme ahí

desde lo alto

del hastío.”

 

Los textos provienen de la traducción de Ernesto Kavi de En mi pradera de Frédéric Boyer para Sexto Piso.

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