Cuenta Joyce Carol Oates en su ensayo sobre la disciplina pugilística “Del boxeo”:
“Lo cual nos retrotrae a la paradoja del boxeo; su obsesivo atractivo para muchos que encuentran no solo un espectáculo que comporta sensacionales proezas de destreza física sino también una experiencia emocional imposible de comunicar con palabras; una forma de arte, como lo he sugerido, desprovista de análogo natural en las artes; por supuesto también es primitiva del mismo modo en que pueden considerarse primitivos el nacimiento, la muerte y el amor erótico, e impone nuestro reticente reconocimiento de que las experiencias más profundas de nuestra vida son acontecimientos físicos, aunque nos consideramos, seguramente somos, seres esencialmente espirituales.”
La gran escritora norteamericana consigue que, un deporte que no me atrae nada, se haga interesante, es una gran cualidad que redunda en toda su abundante obra. Ese equilibrio entre lo espiritual y lo físico, y de lo físico como originador de las experiencias más profundas de nuestra vida está presente en “Hermana mía, mi amor”, su última obra publicada en España.
Para esta obra la escritora tomó como referencia el caso real de JonBenét Ramsey, una reina de belleza infantil que fue hallada muerta en el sótano de la casa de sus padres ocho horas después de haber sido denunciada su desaparición y tras la aparición de una nota de rescate. Toma estos hechos de partida y los extrapola a una familia de su creación donde la niña es “Bliss” Rampike, icónico nombre que significa “dicha, felicidad” puesto por su madre a posteriori.
Para dotar de vida al relato utiliza el testimonio de su hermano, el disfuncional Skyler Rampike, que realiza la narración en perspectiva una vez que ha cumplido veinte años y está encerrado en una institución psiquiátrica; Skyler padece, entre otras muchas cosas, SRC (síndrome repetitivo compulsivo), que el mismo define como “mi necesidad de repetir, reconsiderar y revisar hasta la saciedad determinados episodios de mi pasado y del pasado de mi hermana”.
La elección de este narrador es muy sintomática de por dónde nos quiere llevar Oates, como él mismo comenta: “Y como corresponde, este documento no será cronológico ni lineal sino que seguirá un camino de asociaciones espontáneas organizadas por una lógica interior férrea (aunque imperceptible), nada literario, un relato sin pretensiones, de una tosquedad desarmante de aficionado […]”, es totalmente consciente, además de que algo no está bien en su cabeza (“nunca volví a ver a mi hermana y el pelo se me cayó a puñados, cuando creció de nuevo, creció mal. Y había algo en mi cabeza que también estaba mal”).
A través de este narrador tan poco fiable construye un relato postmodernista donde la prosa fluye fabulosamente de una manera discontinua con constantes saltos narrativos en tiempo y espacio, y con una profusión de notas a pie de página (a lo David Foster Wallace) que constituyen un subtexto en el que se desenvuelve el Skyler adulto y que complementan al niño; según las leemos no somos conscientes de su importancia hasta un momento en el que, en una de ellas, comenta sobre los vídeos de su hermana en internet: “[…] es el vídeo que probablemente verán ustedes de ella si entran en alguna página de las numerosas páginas de Internet sobre Bliss Rampike, porque en algún lugar del ciberespacio el vídeo se está poniendo sin descanso. ¿Es esa nuestra inmortalidad? ¿No es Cielo, si es que alguna vez ha existido, sino la posibilidad de que en algún sitio, alguien, quién sabe quién, quién sabe con qué motivos, compasivo, morboso, <<simplemente curioso>> , se baje nuestros momentos más heroicos, trágicos, humillantes, para ponderarlos como si pudieran tener algún significado?”.
¿Es Skyler el que nos habla o es la propia Joyce quien se refiere a nosotros? O mejor aún, ¿y si “Skyler Rampike no era, como mucho, más que una nota a pie de página”, qué crédito podemos dar a esta narración y, aún más, al postmodernismo?; ya que, como comenta más adelante: “Sin embargo, ¿y si el argumento de la propia vida es una trama imperfecta, episódica? ¿Y si la propia vida carece de probabilidad y de necesidad?”, ¿no es acaso el postmodernismo lo más parecido a la vida, a nuestra vida, y al habla un niño con problemas psicológicos? ¡Qué esfuerzo hace un escritor por escribir un texto postmodernista si lo puede hacer, sin embargo, cualquier niño!.
Consciente de este juego según avanzan las páginas, en un nuevo texto dentro del texto original vuelve a comentar: “¿Piensan que no soy capaz? ¿Piensan que yo, Skyler Rampike, empapado en Ironía, resentimiento y sandfraud crónica como un calamar envuelto en tinta, no puedo dejar de lado las estrategias postmodernistas de la “ficción narrativa” para cambiarlas por las emociones ingenuas, crudas, palpitantes, de la mera “narración”?”
Independientemente de estas disquisiciones, de esta sátira que puede esconder al postmodernismo como movimiento, el libro funciona a todos los niveles; consiguiendo, tanto en el estilo y estructura formal, como a nivel emotivo y crudo de la ficción narrativa, un lujazo que en su parte final y tras un sorprendente giro, empatiza con el lector, y todo ello gracias a volver al presente, al Skyler adulto y en boca del pastor Bob:
“Porque si bien no creo en gran cosa, sí “creo” en la humanidad y en nuestra necesidad de “creer”, que es una necesidad como el hambre. Y aunque no soy lo que se llama un hombre feliz, dispongo del poder de hacer felices a los otros”.
En esta expiación final del personaje y su correspondiente epifanía aprendemos que, quizá, no estemos aprovechando del todo nuestras vidas:
“Como el pastor Bob decía irónicamente: “Celebra lo que tienes. Puede que pase algún tiempo antes de que se presente otra ocasión”
Es la hora de que nos demos cuenta, hay que seguir avanzando y dando gracias por todo lo que tenemos, no es poco. Gracias Joyce por ofrecernos otro libro imprescindible.
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