2018_09_12: Recuerdos del verano, actualidad lectora

Hablar a estas alturas de mis lecturas de verano es bastante complicado; ha sido, como de costumbre, una cantidad bastante elevada de ellas; afortunadamente, gracias a GoodReads podéis echarle un vistazo en el enlace que os he puesto.

Ha sido un verano variado y tomé como base la lista que hice para el verano en Canino y añadí otros que salieron posteriormente. La verdad es que funcionó  a la perfección, he disfrutado mucho de la lectura.

Entre ellos, brilla con luz propia el dúo que forman Dixtópicas /Poshumanas, proyecto asombroso de Teresa López-Pellisa y Lola Robles que tiene como resultado una recopilación de pequeñas historias de ciencia ficción de autoras españolas desde el siglo XIX hasta la actualidad que cumplen a perfección su cometido: dar visibilidad, quitar prejuicios sobre ellas y, sobre todo, disfrutar de historias mucha calidad y suficientemente variadas por la amplitud de los temas escogidos.

Dos grandes triunfos del verano (y del año!) son las nuevas historias de Josephine Tey y Margery Allingham, escogidas de nuevo con gran acierto por los editores de Hoja de Lata e Impedimenta. Lo de Tey es un festín absoluto de lo policíaco, siempre capaz de mostrar nuevos puntos de vista y, al mismo tiempo, añadir un desarrollo psicológico de los personajes a la altura de las circunstancias, en Patrick ha vuelto no importa tanto lo que va a pasar sino el cómo se ha llegado a esa situación y es una evolución realizada con maestría. Excepcional, igualmente, Más trabajo para el enterrador, novela de madurez de una de las autoras menos conocidas del “detection club” y que demuestra su manera de crear una trama mediante el desarrollo de una ambientación, en un barrio, inteligentísima y realmente bien escrita. Un lujo en nuestras manos.

El terror también ha triunfado este verano en mi pila de libros. Gracias especialmente a dos editoriales que tienen muy claro hacia dónde van. Por un lado, Orcinny; por el otro, Cerbero.

Orcinny sigue con su apuesta (todavía minoritaria) de publicar “bizarro” y se ha lanzado este verano pasado con otros dos títulos de grandísimo nivel que tuve el placer de disfrutar. Volvió Laura Lee Bahr, la autora del impactante Fantasma, con un libro de nombre provocador: Porno religioso improvisado (llevarlo en transporte público era una fiesta de caras ajenas). El libro no es tan arriesgado en cuanto a estilo pero, sin embargo, tira por otros derroteros, lo policíaco está muy presente y el humor negro también. La mezcla funciona muy bien nuevamente gracias a las convenientes dosis de misterio que propone la autora. Mejor incluso diría que es Monstruos Bizarros,  una antología de cinco historias de bizarro muy originales y altamente recomendables para hacerse una idea de los tropos que se utilizan en este subgénero.

Con Cerbero estoy encantado, haberles seguido desde el principio me ha hecho más consciente de su evolución y me da la impresión que se han asentado en un estándar de calidad mayor. No me pierdo ningún título de su sello de terror (Tíndalos) y Micosis, de Enerio Dima, además de Agnus Dei de Nieves Mories son dos títulos tremendamente interesantes y de temáticas muy variadas. Me parece que el camino para que el terror funcione en España está siendo allanado cada vez más.

Otro día hablo de otro par de lecturas de verano, pero que no falte un apunte de lo actual. Estoy en medio de una lectura de largo recorrido, una de las apuestas fuertes de esta temporada en el sello Alfaguara: La octava vida (Para Brilka), de Nino Haratischwili, una escritora georgiana que se ha atrevido a realizar una de esas sagas familiares monumentales que transcurre a lo largo del agitado siglo XX. No quiero dar pistas sobre mis impresiones todavía, no sería justo adelantarlo, más en una lectura de más de mil páginas. Ya iré comentando cosas que surjan en este pequeño diario.

Una de mis prácticas lectoras más habituales cuando me introduzco en “tochos” de este calibre es alternarla con otras lecturas que sean, además, radicalmente distintas. Se gana mucha destreza y consigues que no te canse el recorrido. Buen ejemplo de esto es el libro que acabo de terminar, La casa del reloj en la pared, de John Bellairs, una fantasía juvenil que tiene como mayor virtud introducir elementos terroríficos de una manera no demasiado horripilante, con pequeñas gotas de buen humor, elementos mágicos y un personaje que lucha, como cualquier adolescente, por integrarse en la sociedad tras una tragedia como es perder a sus padres. Tic-Tac, un reloj de fondo que presagia el apocalipsis y mucha imaginación del autor confluyen en un cóctel irresistible.

Creo que esta entrada se ha extendido más de lo que esperaba, otro día más.

Abrazos y ¡buenas lecturas!

Carthage de Joyce Carol Oates. Viviendo en la paradoja de Zenón

carthage“Porque cada paso no es más que una fracción de la distancia total. Y la distancia total es algo que queda más allá de la experiencia.

En la paradoja de Zenón no llegas nunca a tu destino.

En la paradoja de Zenón te encuentras en un estado de anhelo perpetuo.”

La paradoja de Zenón simplemente da un nombre a algo inherente en el ser humano: el anhelo. Un anhelo que se vuelve perpetuo, una vez alcanzamos un aparente destino no nos sentimos completos, sino que vamos a por otra meta que creemos que será lo que nos complete definitivamente.

Cressida Mayfield, la protagonista del Carthage de Joyce Carol Oates, es la personificación de dicho anhelo en la narración de la norteamericana. A lo largo de tres partes (Joven desaparecida, Exilio, El Regreso)  se nos relata el viacrucis de la protagonista y las consecuencias de sus decisiones para los que la rodean. Si hay algo que caracteriza a Oates es el estudio de las consecuencias de las acciones que se producen; todo ello cargado de una gran ración crítica ante la situación de un pueblo como el americano.  Dos factores funcionan como desencadenantes narrativos en este caso. Por un lado la guerra de Iraq, legitimada religiosamente como único cauce para defenderse del enemigo; Brett Kincaid, el novio de la hermana de Cressida sufrirá esta situación:

“Toda la feligresía rezaba por ti. Por ti y por los demás que habían ido a la guerra…a las guerras.

Son tantos los que han muerto, me resulta difícil recordar la cifra, ¿más de mil?

La mayoría, soldados como tú, no oficiales. Y todos amados por Dios, es lo que una quiere pensar.

Porque a todos los ama Dios. Incluso al enemigo.

De todos modos tenemos que defendernos. Un cristiano tiene que defenderse de los enemigos de Jesucristo.

Esta guerra contra el terror es una guerra contra los enemigos de Jesucristo.

Sé que no querías matar a nadie. Te conozco, Brett, cariño mío,y eso lo sé: no querías matar a ningún enemigo ni a nadie. Pero eras militar y era tu obligación.”

Aunque ya en Mujer de Barro anticipaba este argumento, Oates vuelve a sacar a la palestra la necesidad de identificar un enemigo visible tras el atentado del 11-S: Al Qaeda es la sustitución del Fantasma comunista del que hablaba Robert Coover en su celestial hoguera.

“La lucha contra el terror es una lucha contra los enemigos de la moralidad norteamericana, contra la fe cristiana. En algún lugar de aquel país olvidado de Dios estaban los imanes de los terroristas de Al Qaeda que habían volado las Torres Gemelas. Nada más que por el simple deseo, lleno de odio, de destruir la democracia americana y sus principios cristianos como querían hacerlo los paganos de la Antigüedad, siglos atrás. La Roma imperial de los tiempos de los gladiadores: se te exigía morir por tu fe. Se lo había explicado su capellán: esto es una cruzada para salvar a la cristiandad.[…]  los Estados Unidos se habían visto forzados a reaccionar militarmente. Los Estados Unidos nunca pactarán con el mal. No había otro remedio que mandar tropas antes de que el enloquecido dictador Sadam utilizara las armas de destrucción masiva: Bombas atómicas, y guerra biológica con gases y gérmenes.”

Las consecuencias originadas a la vuelta de Kincaid son, como podía ser esperable, de dos tipos: físicas, por lo que ha sufrido en su cuerpo; y psicológicas, por lo que ha visto allí y tiene que callar para no tener represalias:

“Estaba enfermo de vergüenza. Enfermo de culpabilidad. Que se le acumulaba como en un sumidero. Y no era capaz de expulsarla.

Mejor morir. Haber muerto… “en combate”.

Pero ya era demasiado tarde. Lo habían matado pero no había muerto… exactamente.

Se sentía como algo hecho a la buena de Dios para parecer un ser humano: un híbrido de maniquí y momia. Trozos de piel verdadera curtidos como cuero, mechones de cabellos semejantes a lo que se puede ver en un museo de historia natural.”

La situación de Brett es la causa, de alguna manera, del segundo motor de la historia: la desaparición de Cressida; una Cressida que se siente cohibida, desde el primer momento, por el etiquetado al que se la ha sometido en contraposición con su hermana:

“Era evidente que le fastidiaba cómo en Carthage, entre las personas que conocían a los Mayfield, probablemente se la describía como la lista mientras que su hermana era la guapa.

¡Qué claro estaba que una adolescente prefería ser guapa antes que inteligente!

Y es que, por supuesto, se consideraba que Cressida era demasiado lista.

Como en “demasiado lista para su propio bien”.

Como en “demasiado lista para una chica de su edad.”

A propósito de la publicación de este libro, en una entrevista la escritora comentaba su fascinación por indagar en las causas que, en una misma familia, originan dos personalidades tan distintas en aparente igualdad de condiciones. Parte de culpa de estas diferencias está implícito en “lo establecido socialmente”, eso es lo que lleva a juzgar a una persona como “lista”, “guapa”, etc…

Lo que nos lleva de nuevo al anhelo, mientras Cressida deseaba haber sido guapa, se nos revela más adelante que Arlette deseaba haber sido valorada por su inteligencia más allá que por su belleza. Aunque Cressida huye por no cumplir el destino que cree que necesitaba, su huida funciona más como alienación que como satisfacción:

“Todavía era una convaleciente. Llevaba convaleciendo tantos años que había perdido la cuenta.

Había huido. Se había exiliado. Aquel otro sitio era un modo de nombrar lo innombrable.

Básicamente estás en la vida en el Punto X –este, donde estamos- de manera continua. Es mentira creer que se puede volver a aquel otro sitio del que has sido expulsado.”

El inesperado regreso es un deseo más, nuestra protagonista se da cuenta de que lo que necesita de verdad es a su familia; aunque su familia, como es el caso de su hermana, no lo aceptará tan fácilmente; por el anhelo que le hace sufrir por una vida que podría haber tenido y que no ha podido disfrutar por culpa de su hermana:

“Y lo sé: debería perdonarla.

Los demás piensan que reboso de Alegría tanto como ellos. Creen que soy una verdadera hermana para ella. Todo el mundo piensa: Las hermanas Mayfield, reunidas.

Pero no la perdono, creo que la detesto.

La sensación de odio es brutal y nueva para mí, me deja sin aliento. ¿Cómo voy a perdonarla? Me ha destrozado la vida, a mí y a Brett Kincaid. Durante siete años ha sido la causa de los sufrimientos de mis padres, todas las horas y los minutos de su vida envenenados por su ausencia.

Detesto su egoísmo, que el mundo malinterpreta como enfermedad.

Enfermedad mental, angustia psicológica, “amnesia”…

Mi hermana es moralmente deficiente.”

La misma Cressida se dará cuenta  de que lo que ahora busca no será fácil de cumplir porque las acciones que realizó en el pasado fueron dolorosas para su familia y para Brett:

“Mi hermana sigue enamorada de Brett Kincaid. El soldado joven, con el brillo de la inocencia. Está enamorada del recuerdo que tiene de Brett Kincaid antes de que lo hirieran y por lo tanto no quiere verlo y sentir que se despiertan de nuevo en ella aquel amor y aquella nostalgia.

Entendí aquel amor. Lo entendí y me amargaron los celos y el rencor. Y fui yo quien mató su amor y nunca me podrán perdonar de verdad.

Tengo que aceptarlo; aceptar que nunca me podrán perdonar. No querría que Juliet me perdonara. Ni Brett.

Quien tendría que estar en la cárcel soy yo, Cressida, la lista,  [..]”

A pesar de la intuición  que tenemos de no estar nunca satisfechos, Oates deja una nota final optimista que nos llena de esperanza. Quizá el conseguir estar felices depende, en primera instancia, de nosotros mismos, de cómo reaccionamos a las vicisitudes que nos suceden.

Los textos pertenecen a la traducción de José Luís López Muñoz de Carthage  de Joyce Carol Oates para Alfaguara.

“Wildboy. El chico salvaje” de Rob Lloyd Jones. Sherlock Holmes (nuevamente) como inspiración

WildBoyUno se encuentra sorpresas de diferente calibre en todo tipo de sellos; en este caso, en el de Alfaguara Juvenil, se trata de la novela “Wildboy. El chico salvaje” del británico Rob Lloyd Jones, libro que, me temo va a pasar desapercibido a pesar de su indudable potencial manifestado ya en el prólogo con el que da comienzo, ambientado en 1838, en el que un empresario va a buscar a alguien, un chico muy especial, a un orfanato; os dejo con dos textos muy indicativos de los derroteros que va a tomar:

“-He venido a por el chico -respondió el empresario.

Los ojos del ventanuco se entornaron.

-¿Qué chico? Aquí hay docenas de chicos.

El empresario se inclinó hacia delante, mostrando su rostro bajo la sombra de su chistera ladeada. Era una cara horrorosa, surcada por tantas cicatrices que parecía hecha con trozos de piel cosidos entre sí. Tenía marcas de latigazos, cuchilladas y arañazos. Señales de mordiscos, quemaduras y cortes de sierra. Y un largo tajo que recorría su nariz huesuda como maquillaje morado. Se acarició la herida con un dedo mientras se acercaba al ventanuco para gruñir.

-El chico.”

De los ojos del muchacho rodaron lagrimas que escamparon el vello de sus mejillas. Pero apretó los dientes y aguantó el dolor del pecho.

-¿Veré cosas? -susurró.

El empresario miró a Bledlow, desconcertado por la pregunta.

-Le gusta observarlo todo -explicó el encargado. Es lo único que hace este pequeño animal. Se sienta ahí y mira por la ventana.

El empresario soltó el pelo del muchacho dejándolo caer al suelo.

-Verás un montón, claro que sí -dijo-. Sólo que, donde tú irás, no habrá muchas cosas bonitas.

-¿Una parada de monstruos? -preguntó el chico.

-Una parada de monstruos -confirmó el empresario.”

Aparte de las inevitables resonancias dickensianas, tenemos un chico muy especial, con gran capacidad de observación, y al que recoge un empresario de circo salido de una película que nos retrotrae al “Freaks” de Todd Browning, de rabiosa actualidad actualmente con la cuarta temporada de American Horror Story y su Freakshow.

Estas pistas se irán revelando de manera muy inteligente según empiece a desarrollar la historia Lloyd Jones, ya tres años más tarde (1841) en el Londres victoriano. Nuestro chico, Wild Boy, recibe ese nombre de su condición más animal que humana, recordando más a un oso que a otra cosa. Se convierte en un personaje más de un circo que es un “Gabinete de curiosidades”, con lo cual ya tenemos el lugar en el que se desarrollará la acción y el contexto.

A continuación, sucederá un asesinato de uno de los integrantes de esta “Parada de monstruos”, del que culparán a nuestro protagonista; Wild Boy confrontará al asesino casi por casualidad al encontrarse con él y le hablará de una misteriosa máquina:

“No conseguirás la máquina.

[…]

Trató de que su voz sonara firme, pero había algo en aquella figura que le había provocado un escalofrío por todo el cuerpo, un terror más profundo que cualquiera de los acontecimientos de aquella noche. Quienquiera que fuera, se alegraba de que se hubiera marchado.”

El autor aprovechará entonces la dimensión social para poner de relevancia la típica situación en la que se culpa al que es más raro, extraño, al que puede amenazar el estatus quo de los que se consideran normales y juzgan lo que es normal desde su óptica; esto, de hecho lo está explotando también Ryan Murphy en Freakshow. Donde se desmarca Lloyd Jones es en la otra característica comentada anteriormente, la última por reseñar: su capacidad de observación:

“Le invadió la ira. Sólo porque fuera un bicho raro todo el mundo creía que era culpable. Sin poder controlarse, cogió uno de los cuencos de sopas, lo estrelló contra la pared de la cámara subterránea. Se inclinó sobre la mesa, maldiciendo y tirándose del pelo de la cara.

-¿Has terminado ya de compadecerte de ti mismo? -le preguntó Clarissa.

-no, no he terminado -gritó Wild Boy-. Déjame en paz, ¿quieres?

-¡No voy a dejarte en paz! Mi nombre está también en esa casa, ¿sabes? Y vas a ayudarme a salir de esta.

-¿Sí? Dime cómo.

-Encontraremos pistas que demuestren nuestra inocencia.”

No esconde el británico su adoración por Conan Doyle y su maravilloso personaje, dotando a nuestro peludo personaje de una capacidad de fijarse en los detalles digna del detective de Baker Street; de ahí que decida, junto a Clarissa, la acróbata, intentar desentrañar el misterio detrás de los asesinatos que se van sucediendo a continuación.

Volverá a encontrarse con el asesino y este utilizará su inseguridad para escapar; el caramelo de la máquina que puede hacerle “normal” será un germen que descompensará a nuestro protagonista y le llenará de dudas:

“El asesino entornó sus ojos tras la máscara.

-Es una máquina muy poderosa. Una máquina que te cambia. Imagina algo así Wild Boy de Londres. Imagina una máquina que pudiera volverte normal como todo el mundo.

Wild Boy estaba demasiado sorprendido para responder. Lo que el asesino acababa de decir no era posible, ¿verdad? Él nunca podría ser normal.”

No dejarán de sucederse las persecuciones llenas de acción, aparecerán aliados inesperados, sociedades secretas que esconden más de lo que se dice… hasta llegar a una resolución digna de una mistery novel con nuestro velludo compañero transmutado en un Sherlock Holmes Freak encantador que consigue aceptarse a sí mismo con sus virtudes y sus defectos.

Comienzo de una serie que, al dedicarse a la presentación de personajes, no puede desarrollar  a fondo lo que ha presentado, pero que tiene un gran potencial para las siguientes entregas. Mucho más que un entretenimiento, con una resolución sorprendente. Más que recomendable.

Los textos provienen de la traducción de Montserrat Nieto Sánchez de “Wildboy. El chico salvaje” de Rob Lloyd Jones para Alfaguara.

“Mujer de Barro” de Joyce Carol Oates

portada-mujer-barroLos que seguimos la cuenta de Twitter de Joyce Carol Oates somos muy conscientes no solo de lo activa que es, sino de sus denuncias sociales que revelan sus ganas de ser comprometida con la sociedad que le rodea.

De ahí que en “Mujer de barro”, la última novela suya publicada en España, veamos de una manera explícita su crítica ante unos hechos que han causado vergüenza a nivel mundial.

En este libro se presentan dos narraciones paralelas de la protagonista principal, Meredith Ruth Neukirchen (M.R en adelante y en el libro): en una de ellas (Niña de barro) asistimos a la evolución desde su niñez:

“Y qué belleza en esos lugares olvidados. Niña de Barro se acordaría toda su vida. Porque los sitios a los que más afecto guardamos son aquellos a los que nos han llevado a morir pero en los que no hemos muerto. Ningún olor es más acre que el agudo olor a estiércol de las marismas en los puntos donde rezuma el agua salobre el río y queda atrapada y estancada, con algas de un verde brillante como el de un lápiz de colorear. Vastas hectáreas insondables entre hierbas de enea y estramonio y restos dispersos de viejos neumáticos, botas, trozos de ropa, neveras con las puertas abiertas de par en par como brazos vacíos.”

Se trata, por tanto, de un relato de formación hasta convertirse en la Mujer de Barro. Pero muy al contrario de lo que puede parecer aprovecha la circunstancia para que todo se vuelva muy introspectivo, primitivo, crudo, muy visceral; a medio camino de lo onírico mezclado con la realidad. Consigue quizá los momentos más líricamente bellos del libro.

Por otro lado, tenemos la narración de la mujer adulta (mujer de barro) donde se desvelan las críticas de las que hablaba anteriormente; la intención de poner de manifiesto el error que supuso la guerra de Irak como consecuencia de la indefensión como nación ante el 11-S y por extensión, “la amenaza terrorista”:

“En el asiento trasero de la limusina, M.R. escuchó. Qué crédulos se habían vuelto los medios de comunicación desde los atentados terroristas del 11-S, qué poco crítica se había vuelto la información; le daba náuseas, le daba ganas de llorar de frustración y rabia, la voz inexperta del secretario de defensa de Estados Unidos que advertía sobre las armas de destrucción masiva que se cree que el dictador iraquí Sadam Hussein tiene almacenadas y dispuestas para utilizarlas en un ataque… Guerra biológica, guerra nuclear, amenaza contra la democracia estadounidense, catástrofe mundial.”

Vuelve luego a uno de sus temas habituales, el papel de la mujer en la sociedad, sus necesidades y la lucha contra una sociedad dominada por hombres:

“En cualquier caso había aceptado la oferta del Consejo de Administración de la universidad. Leonard Lockhardt había redactado su contrato. El claustro de la universidad había aprobado por una mayoría abrumadora designar a Neukirchen para el rectorado; eso había sido crucial para que M.R. Aceptase. Nunca se había sentido tan reinvidicada.

Casi se podría decir, querida.

Porque esa era la culminación de la vida de Mujer de Barro: ser admirada, querida.”

O precisamente la influencia de dicha sociedad en nuestro juicio, que elimina toda posibilidad de desarrollo individual si quieres mantener el status que has ganado en ella:

“Hablar a las claras, con franqueza –hablar con sinceridad- sólo es posible cuando se es un particular, no el representante de una institución. De modo que su indignación, su alarma, su desesperación ante la idiotez belicosa del Gobierno ardían bajo sus palabras en público, animadas y optimistas. Y su furia por la cínica explotación que hacía el Gobierno de Bush del miedo a los “atentados terroristas” después del 11-S, todo lo que sus padres cuáqueros le habían enseñado a aborrecer y rechazar.”

La soledad de la protagonista, quizá la extensión de la propia soledad que siente la escritora en su vida (no olvidemos que es viuda desde hace poco tiempo), le sirve para esconderse, para no demostrar lo que se está sufriendo:

“Señalaría una ventaja de vivir solos: nadie sabe lo débiles y ridículos que somos, cuando estamos solos.

Nadie conoce nuestra desesperación. Cuando estamos solos.

De lejos, todos parecemos serenos. Nuestra apariencia interviene para tapar nuestro ser.”

En estas condiciones el único consuelo que le queda es el disfrute de la lectura: alienación y puerta hacia otras vivencias.

“Lo que le parecía más fascinante a Meredith eran los libros: las páginas impresas, las palabras. No eran meros libros de texto ni pasatiempos, sino que podrían haber sido puertas hacia regiones desconocidas.”

En estas condiciones, no resulta incomprensible que la protagonista, impotente ante la figura de su compañero que manipula, le hace la vida imposible e intenta desacreditarla como rectora, como figura de autoridad; decida en un momento en su subconsciente que es Dexter y que esa sería la única manera de solucionarlo:

“Se puso los guantes de látex que ya estaban manchados. Como una cirujana –mejor dicho, como una patóloga-, agarró el serrucho, al principio con un temblor, pero poco a poco con más fuerza, y cortó las gruesas muñecas del hombre, los tobillos. ¡Qué sorprendente era tocar hueso! Tenía que abrirse camino por huesos y articulaciones. Ese era el secreto de la desarticulación.”

Sí, hacerle trocitos.

En momentos como estos te das cuenta de lo que nuestra Joyce Carol Oates quiere hacer, buscar nuevos medios de expresión, salirse del guión establecido; al fin y al cabo, hacer literatura. Libro difícil para iniciarse con ella, pero una buena lectura al fin y al cabo.

Los textos provienen de la traducción del inglés de María Luisa Rodríguez Tapia de esta edición de “Mujer de Barro” de Joyce Carol Oates en Alfaguara.

“Hermana mía, mi amor” de Joyce Carol Oates

del-boxeo-joyce-carol-oates-L-gUTtI7 Cuenta Joyce Carol Oates en su ensayo sobre la disciplina pugilística “Del boxeo”:

 “Lo cual nos retrotrae a la paradoja del boxeo; su obsesivo atractivo para muchos que encuentran no solo un espectáculo que comporta sensacionales proezas de destreza física sino también una experiencia emocional imposible de comunicar con palabras; una forma de arte, como lo he sugerido, desprovista de análogo natural en las artes; por supuesto también es primitiva del mismo modo en que pueden considerarse primitivos el nacimiento, la muerte y el amor erótico, e impone nuestro reticente reconocimiento de que las experiencias más profundas de nuestra vida son acontecimientos físicos, aunque nos consideramos, seguramente somos, seres esencialmente espirituales.” 

La gran escritora norteamericana consigue que, un deporte que no me atrae nada, se haga interesante, es una gran cualidad que redunda en toda su abundante obra. Ese equilibrio entre lo espiritual y lo físico, y de lo físico como originador de las experiencias más profundas de nuestra vida está presente en “Hermana mía, mi amor”, su última obra publicada en España.

Para esta obra la escritora tomó como referencia el caso real de JonBenét Ramsey, una reina de belleza infantil que fue hallada muerta en el sótano de la casa de sus padres ocho horas después de haber sido denunciada su desaparición y tras la aparición de una nota de rescate. Toma estos hechos de partida y los extrapola a una familia de su creación donde la niña es “Bliss” Rampike, icónico nombre que significa “dicha, felicidad” puesto por su madre a posteriori.

Para dotar de vida al relato utiliza el testimonio de su hermano, el disfuncional Skyler Rampike, que realiza la narración en perspectiva una vez que ha cumplido veinte años y está encerrado en una institución psiquiátrica; Skyler padece, entre otras muchas cosas, SRC (síndrome repetitivo compulsivo), que el mismo define como “mi necesidad de repetir, reconsiderar y revisar hasta la saciedad determinados episodios de mi pasado y del pasado de mi hermana”.

La elección de este narrador es muy sintomática de por dónde nos quiere llevar Oates, como él mismo comenta: “Y como corresponde, este documento no será cronológico ni lineal sino que seguirá un camino de asociaciones espontáneas organizadas por una lógica interior férrea (aunque imperceptible), nada literario, un relato sin pretensiones, de una tosquedad desarmante de aficionado  […]”, es totalmente consciente, además de que algo no está bien en su cabeza (nunca volví a ver a mi hermana y el pelo se me cayó a puñados, cuando creció de nuevo, creció mal. Y había algo en mi cabeza que también estaba mal”).

A través de este narrador tan poco fiable construye un relato postmodernista donde la prosa fluye fabulosamente de una manera discontinua con constantes saltos narrativos en tiempo y espacio, y con una profusión de notas a pie de página (a lo David Foster Wallace) que constituyen un subtexto en el que se desenvuelve el Skyler adulto y que complementan al niño; según las leemos no somos conscientes de su importancia hasta un momento en el que, en una de ellas, comenta sobre los vídeos de su hermana en internet: “[…] es el vídeo que probablemente verán ustedes de ella si entran en alguna página de las numerosas páginas de Internet sobre Bliss Rampike, porque en algún lugar del ciberespacio el vídeo se está poniendo sin descanso. ¿Es esa nuestra inmortalidad? ¿No es Cielo, si es que alguna vez ha existido, sino la posibilidad de que en algún sitio, alguien, quién sabe quién, quién sabe con qué motivos, compasivo, morboso, <<simplemente curioso>> , se baje nuestros momentos más heroicos, trágicos, humillantes, para ponderarlos como si pudieran tener algún significado?”.

portada-hermana-mia-mi-amor¿Es Skyler el que nos habla o es la propia Joyce quien se refiere a nosotros? O mejor aún, ¿y si “Skyler Rampike no era, como mucho, más que una nota a pie de página”,  qué crédito podemos dar a esta narración y, aún más, al postmodernismo?; ya que, como comenta más adelante: “Sin embargo, ¿y si el argumento de la propia vida es una trama imperfecta, episódica? ¿Y si la propia vida carece de probabilidad y de necesidad?”, ¿no es acaso el postmodernismo lo más parecido a la vida, a nuestra vida, y al habla un niño con problemas psicológicos? ¡Qué esfuerzo hace un escritor por escribir un texto postmodernista si lo puede hacer, sin embargo, cualquier niño!.

Consciente de este juego según avanzan las páginas, en un nuevo texto dentro del texto original vuelve a comentar: “¿Piensan que no soy capaz? ¿Piensan que yo, Skyler Rampike, empapado en Ironía, resentimiento y sandfraud crónica como un calamar envuelto en tinta, no puedo dejar de lado las estrategias postmodernistas de la “ficción narrativa” para cambiarlas por las emociones ingenuas, crudas, palpitantes, de la mera “narración”?”

Independientemente de estas disquisiciones, de esta sátira que puede esconder al postmodernismo como movimiento, el libro funciona a todos los niveles; consiguiendo, tanto en el estilo y estructura formal, como a nivel emotivo  y crudo de la ficción narrativa, un lujazo que en su parte final y tras un sorprendente giro, empatiza con el lector, y todo ello gracias a volver al presente, al Skyler adulto y en boca del pastor Bob:

 “Porque si bien no creo en gran cosa, sí “creo” en la humanidad y en nuestra necesidad de “creer”, que es una necesidad como el hambre. Y aunque no soy lo que se llama un hombre feliz, dispongo del poder de hacer felices a los otros”.

En esta expiación final del personaje y su correspondiente epifanía aprendemos que, quizá, no estemos aprovechando del todo nuestras vidas:

“Como el pastor Bob decía irónicamente: “Celebra lo que tienes. Puede que pase algún tiempo antes de que se presente otra ocasión”

Es la hora de que nos demos cuenta, hay que seguir avanzando y dando gracias por todo lo que tenemos, no es poco. Gracias Joyce por ofrecernos otro libro imprescindible.