Tras haber leído unos cuantos libros del argentino Carlos Salem, empezar las páginas de “Muerto el perro”, su último libro publicado por Navona en su sello negro, me demuestran dos hechos fundamentales: el estilo es muy personal, reconocible por una serie de rasgos distintivos que comentaré a continuación; el segundo hecho es que está en perfecta forma y vuelve a la senda de sus primeras novelas policíacas.
Quien no haya leído al autor, ¿qué puede encontrarse? Yo mismo contesto: una sabia mezcla en la que confluyen el buen humor, el sexo en su vertiente más sensual, una trama policíaca negra que nos guarda siempre un giro final sorprendente y, en esta ocasión, la potencia de un personaje central femenino que se convierte en paradigma de la eterna lucha de la mujer contra el sempiterno patriarcado que la oprime.
Piedad de la Viuda, con ese nombre, es la protagonista de la que hablo; una mujer que se dará cuenta, a la muerte de su marido, de que todo no pintaba de rosa: la mentía con frecuencia, la dejó una empresa en bancarrota, etc… La beata y comedida Piedad, aficionada a la utilización de refranes en cualquier momento, representará su situación de una manera muy gráfica:
“No sé los boleros. Pero los refranes, a veces mienten.
Uno de los de papá afirma que: “muerto el perro, se acabó la rabia”.
Y el perro ha muerto.
Pero una voz dentro de mí me dice que la rabia acaba de empezar.”
Esa rabia irá en aumento según avance el libro y pasen las páginas sin que casi ni nos demos cuenta, se producirá una brecha en su identidad, la situación la obligará a que su parte más salvaje (o eso cree ella) salga cada vez más a relucir, esa “Otra” representa su lado oculto, el que ha estado más cohibido a lo largo de los años; lo terrorífico para ella será darse cuenta de que, en realidad, este lado no es tan peligroso, sino que ella misma es la que está evolucionando más allá, en una escalada de violencia:
“Que lo mataste, Piedad. No fui yo, fuiste tú. Lo mataste sin una sola vacilación, y con un crucifijo. Por eso calle y volví a esconderme. Porque tuve miedo de ti.”
Afortunadamente esta evolución no se producirá únicamente en este incremento exponencial de la violencia, sino que, al mismo tiempo, se producirá una progresiva desinhibición de todo lo que no sacaba por darle miedo, que le hará brillar con luz propia:
“Busco en mi flamante teléfono hasta dar con un hotel de cuatro estrellas que no quede demasiado cerca de las calles más transitadas. Hago una reserva para dos personas a mi nombre, que pago con la tarjeta de crédito, y cuando acabo las gestiones, Svetlana me mira con admiración. Lo curioso es que la Otra, dentro de mi cabeza, me mira de un modo parecido. “Sabía que si te daban un buen revolcón acabarías espabilando, Piedad, me dice. Pero no pensaba que tanto.”
Camino orgullosa, fingiendo por dentro y por fuera una seguridad que estoy lejos de sentir. Ellas confunden con una llama lo que es el vacilante destello de una vela que el viento de la realidad apagará en cualquier momento. Pero por ahora, me ilumina.”
Salem, a la búsqueda siempre de la mejor imagen que nos refleje la situación, no duda en buscar metáforas operísticas que vuelven lo sexual en algo sensual y divertido a un tiempo, no me resisto a poner un ejemplo de esto como es el siguiente párrafo, una verdadera muestra del buen hacer del argentino:
“Ya no. Ya no más cantos gregorianos que mueren en el primer compás.
Esta noche seguiré cantando ópera con cada poro de mi piel como si fuera un sexo o una garganta que recibe todo y todo lo da. Esta noche soy María Callas, cantando el aria de su vida para un solo espectador que no puede evitar aplaudir en mitad de la función. Y aunque le deba tanto a Ricardo, ese espectador soy yo.
Él acaba de entrar al dormitorio. Me ve desnuda y famélica y prima dona de esta gala.
Se levanta el telón. Y en su cuerpo, se levanta algo más.”
La trama está llevada de manera muy satisfactoria y, como ya avancé, nos guarda sorpresas en su parte final, consiguiendo que el resultado definitivo sea más que recomendable. Quizá no sea “Matar y guardar la ropa” (para mí, sigue siendo su obra más redonda) pero, indudablemente, es una novela negra que nos trae de nuevo al mejor Salem tras el irregular “Un jamón de calibre 45”.
Como último apunte, es mi percepción, debería leerlo una mujer para confirmarlo, pero me da la impresión de que Salem sabe escribir y reflejar bien el carácter de la mujer protagonista; y esto, no tan sencillo de realizar por la mayoría de escritores, le puede traer un público eminentemente femenino, sin descuidar al masculino, claro. Creo que es una virtud difícil de encontrar, aunque puedo estar equivocado. Nunca se sabe.
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