Qué curiosa sensación se genera cada vez que termino una de mis listas de libros. Una extraña sensación de agotamiento y la consecuente necesidad de no escribir durante un tiempo, como si se me hubieran acabado las palabras y no tuviera más que compartir aunque sigo consumiendo cultura en proporciones masivas. Me cuesta entender que sea interesante para alguien. De ahí que deje pasar un tiempo para que desaparezca esta sensación. La realidad es que, si no pongo en copia a las editoriales, prácticamente casi nadie comparte mis listas. Agradezco eternamente a esas personas que las pasan y que no tienen nada que ver con el mundillo cultural. Cada vez me sorprendo más cuando las comparte gente metida en el negocio. Pero es cierto que por cada una de estas personas que lo hace vale la pena seguir escribiéndolas.
Ahora me he tomado un pequeño descanso de lecturas de novedades para coger algún libro pendiente de la (interminable) pila de lecturas. He aprovechado para ponerme al día con Perdición de Jack Ketchum y esta lectura me ha llevado a la relectura de La chica de al lado del mismo autor. Qué extraño es, en esta dictadura de la novedad, realizar una relectura de un libro más antiguo, más aún si se trata de una novela que me prometí no volver a leerla por el impacto que me produjo, agravado por mi condición de padre que da una nueva dimensión a las barbaridades que escribió Ketchum en esta novela tan terrorífica.
Releer elimina de un plumazo el “qué” para fijarse en el “cómo” (al menos en este caso, sé perfectamente cómo terminaba, es imposible olvidarlo) y añade nuevos matices que antes no te parecieron tan significativos porque estaba totalmente subyugado por la sucesión de acontecimientos.
Gracias a esta nueva relectura se producen nuevas sensaciones y reflexiones que puede ser interesante reproducir aquí. Aviso de antemano que comentaré hechos relevantes del libro y que pueden ser considerados spoilers, quien no quiera leerlos puede pasar al siguiente epígrafe.
Se considera que el autor está enmarcado dentro del movimiento splatterpunk, en otros libros este hecho es muy acusado pero en este, planteado en un continuo crescendo no eres tan consciente de lo que llega hasta los dos tercios del libro.
Además, cuando lo lees por primera vez tenías la sensación de que va haber escapatoria, esta idea desaparece en la relectura. Sabes que no hay redención, que no hay ninguna escapatoria, que todo va a ser un horror y no hay forma de evitarlo, esto conlleva que cada pasaje sea aún más triste, más desesperanzador, cada palabra supone una puñalada a tu corazón.
Sin duda es el libro más misógino del autor, todos los tormentos se aplican a chicas/mujeres y, aún peor, con el consentimiento de la matriarca Ruth que va generando ese clima, deshumanizando cada vez más a las víctimas, sembrando una serie de mensajes que los menores absorben sin sensación de culpabilidad: “si lo dice nuestro mayor tiene que estar bien y está justificado….”. Muchas veces a lo largo del libro se producen justificaciones de estas violencias y vienen casi siempre de hombres.
También es cierto que la actitud de Ruth se desencadena porque es una madre abandonada por su marido teniendo que cuidar a cinco niños y niñas, su desesperación ante sentirse maltratada en la sociedad es derivar sus problemas en las dos niñas que le han llegado de postizo. Ejemplifica a la perfección todas las conductas tóxicas de una sociedad patriarcal que ahora sí que somos capaces de identificar.
No fui tan consciente de esta situación en la primera lectura y es muy posible que, incluso inconscientemente, Ketchum lo retratara a pesar de su misoginia interiorizada. También creo que quiero buscar algo positivo que extraer pero no es descabellada esta interpretación.
Por lo que se sabe ahora, el autor se inspiró en un caso real (lo dice también el autor Brian Keene en el prólogo) y esto reafirma que, en mi caso particular, me da más miedo el horror puede ocurrir en mi día a día. El más real. Y en este caso con un punto de gravedad muy importante: buena parte de la violencia es ejecutada por menores de edad. Este punto, como padre, es primordial y supone otro punto de intensidad, entre otras cosas porque el bullying está muy presente hoy en día y, al fin y al cabo, en esta novela hay bullying llevado al extremo.
Lo más terrorífico es que según lo vas leyendo, el autor fue ciertamente muy inteligente planteando cada una de las situaciones que van generando la escalada de sucesos, cada pequeña cosa es un ladrillo que construye un muro de dolor. Es tristísimo cómo demoniza que una mujer haga arte (un cuadro) y a partir de ahí todo vaya cuesta abajo y sin frenos.
También vuelve a enfatizar que cualquier persona, según las circunstancias puede ser capaz de hacer cualquier cosa. Todos estos elementos, sin haber llegado al final de la historia otra vez, contribuyen a crear una de las historias más terroríficas que yo haya leído, miedo tengo de llevar de nuevo a ese final. Lo que está claro es que luego necesitaré algo más sosegado.
El proceso de clasificar en los juegos de cartas
He hablado antes en estas cartas de lo que estoy disfrutando de los juegos de mesa de Marvel Champions y Arkham Horror. De hecho ahora estoy desgranando la campaña Motivos siniestros y es la primera vez que disfruto de un personaje con el aspecto de protección (Ghost-spider) y me encanta lo bien que se sincroniza con Miles Morales. Hay que reconocer el mérito de los escritores del juego que son capaces de dar el Do de pecho en el desarrollo de las campañas.
Lo que no había comentado hasta ahora es lo que disfruto de ordenar el material según me llega. En juegos de esta índole es muy importante tener bien clasificadas las cartas para que sean fácilmente identificables según la partida que quieras desarrollar. De ahí que, una vez recibo cualquier expansión a continuación tenga que seguir los siguientes pasos:
-Buscar separadores verticales u horizontales en webs de referencia.
-Imprimir los separadores para luego plastificarlos en una tienda de reprografía.
-Una vez plastificados hay que cortar cada uno de ellos y adaptarlos al recipiente en que van a estar incluidos.
-Un vez tenga todos los separadores preparados, comprar las fundas que uso habitualmente para las cartas.
-Introducir cada una de las cartas en sus fundas (al mismo tiempo las voy leyendo), colocarlas en sus compartimentos.
-Finalizado lo anterior, empezar a pensar cuál va a ser la siguiente partida (Marvel o Arkham) y empezar a leer las instrucciones (o nuevas reglas) que se van a aplicar a esa partida.
Este proceso de clasificado funciona más profundamente de lo que parece, establecer este orden, de alguna manera, da orden a mi vida personal y laboral, donde muchas veces no puedes ser tan metódico. Es una sensación placentera porque consigue que tengas una cierta sensación de pulcritud (aunque, posiblemente, el resto de cosas no vayan tan ordenadas en tu ajetreada vida).
Tristán e Isolda: la eterna emoción
Hacía un tiempo que no escuchaba a Wagner, bastaron los primeros acordes del preludio de Tristán e Isolda para que me pusiera a llorar.
La música y, específicamente, la Ópera (música sacra, instrumental, etc…) especialmente me generan una respuesta emocional como casi ninguna de otras artes. Lo hablé alguna vez en este blog, es una especie de sintonía total con lo que escucho que provoca lágrimas de felicidad por estar disfrutando de algo inmenso, algo que me llena hasta el extremo.
Me ocurre con muchas óperas y obras de música clásica y con obras modernas, pero es cierto que me ocurre más con lo clásico. Y el caso de esta ópera de Wagner es sangrante. Empiezo a llorar nada más empezar y a lo largo de sus casi 4 horas (según versiones) no exageró si estoy 45 minutos llorando. Es un poco espectacular, sobre todo cuando estoy en el teatro, es bastante incómodo.
La música de esta obra universal tiene algo especial, esa sensación de infinitud, es minimalismo que se vuelve prácticamente místico. Cada personaje está tan bien escrito musicalmente y psicológicamente que abruma. Cada escena se me representa mentalmente cada vez que la escucho y cuando llega el Liebestod estoy rendido, devastado emocionalmente (sobre todo si está bien cantado).
No descarto que, precisamente estos días, por lo que comentaba antes de la relectura de Ketchum, me encuentre un poco más blandito emocionalmente pero da lo mismo. Siempre caigo con ella y qué maravilla poder rendirme así ante el arte cuando no puedes controlar lo que te pasa en la vida.
Cuidaos mucho
Un abrazo