“Los relámpagos de agosto” es la primera novela de Jorge Ibargüengoitia (1928-1983), escritor y periodista mexicano y que ahora vemos publicada gracias a RBA. Para la ocasión, el descacharrante mexicano escogió narrar una serie de acontecimientos históricos (los de la revolución mexicana) pero de una forma distinta, ya que cambió sus nombres y, de esta manera, pudo utilizar la sátira para diseccionar con afilado bisturí los sucesos más significativos de dicho hecho.
La frontera entre ficción y realidad, por lo tanto, es difusa, pero perfectamente reconocible a través del elemento conductor: la ridiculización de cada hecho que va sucediendo. Esta sátira, además, no puede por menos que arrancarte carcajadas; tenemos así el momento en el que nuestro Guadalupe, sin par protagonista y narrador de todo lo que sucede, asiste a un funeral y su comentario jocoso ante un hecho que, sin embargo, debería ser serio:
“Zenaidita nos empujó hasta el féretro.
-Mírenlo, parece que está dormido.
Juro que nunca vi un cadáver tan desfigurado.”
Sin embargo, en el reflejo de los tejemanejes entre los generales, con Lupe como protagonista, es donde exprime al máximo sus capacidades de satirización, solo tenemos que ver la reunión de generales en la que se comenta:
“-Tengamos en cuenta, compañeros, el mal efecto que causará en la opinión pública cualquier intento de anulación del inciso N.
Aquí intervino Trenza, que después de todo, era el Héroe de Salamanca, el Defensor de Parral y el Batidor del Turco Godínez, para decir por qué parte del cuerpo se pasaba a la opinión pública.
Todos prorrumpimos en aplausos, ante una actitud tan varonil […]”
Esta broma le sirve para caricaturizar, no demasiado benignamente, a este colectivo del ejército que ante una decisión que puede hacer daño al pueblo reacciona con un instintivo gesto de hombría de dudoso gusto que, sin embargo, jalean todos ellos.
No solo el ejército sale malparado del agudo análisis de Ibargüengoitia; los políticos, en general, ; los altos mandatarios dan una imagen en la novela que, desgraciadamente, se acerca mucho a una realidad que no varía según pasa el tiempo; así en una conversación entre Lupe y Vidal Sánchez podemos ver las características que debe tener una persona para gobernar:
“-Para alcanzar este fin -es decir, el gobierno revolucionario- debemos estar unidos, y nadie se une en torno a una figura enérgica, como tú, como yo, como González; necesitamos a alguien que no tenga amigos, ni enemigos, ni simpatías, ni planes, ni pasado, ni futuro: es decir, un verdadero fantoche. Por eso escogí a Eulalio.”
Para complementar esta visión no puede faltar lo que ya comenta más adelante….
“[…] Juan era un candidato perfecto, tenía una promesa para cada gente y nunca lo oí repetirse… ni lo vi cumplir ninguna, por cierto.”
En fin, un ejemplo maravilloso sobre cómo el humor puede servir para pintar la realidad. Una novela más que recomendable, necesaria.