Los que seguimos la cuenta de Twitter de Joyce Carol Oates somos muy conscientes no solo de lo activa que es, sino de sus denuncias sociales que revelan sus ganas de ser comprometida con la sociedad que le rodea.
De ahí que en “Mujer de barro”, la última novela suya publicada en España, veamos de una manera explícita su crítica ante unos hechos que han causado vergüenza a nivel mundial.
En este libro se presentan dos narraciones paralelas de la protagonista principal, Meredith Ruth Neukirchen (M.R en adelante y en el libro): en una de ellas (Niña de barro) asistimos a la evolución desde su niñez:
“Y qué belleza en esos lugares olvidados. Niña de Barro se acordaría toda su vida. Porque los sitios a los que más afecto guardamos son aquellos a los que nos han llevado a morir pero en los que no hemos muerto. Ningún olor es más acre que el agudo olor a estiércol de las marismas en los puntos donde rezuma el agua salobre el río y queda atrapada y estancada, con algas de un verde brillante como el de un lápiz de colorear. Vastas hectáreas insondables entre hierbas de enea y estramonio y restos dispersos de viejos neumáticos, botas, trozos de ropa, neveras con las puertas abiertas de par en par como brazos vacíos.”
Se trata, por tanto, de un relato de formación hasta convertirse en la Mujer de Barro. Pero muy al contrario de lo que puede parecer aprovecha la circunstancia para que todo se vuelva muy introspectivo, primitivo, crudo, muy visceral; a medio camino de lo onírico mezclado con la realidad. Consigue quizá los momentos más líricamente bellos del libro.
Por otro lado, tenemos la narración de la mujer adulta (mujer de barro) donde se desvelan las críticas de las que hablaba anteriormente; la intención de poner de manifiesto el error que supuso la guerra de Irak como consecuencia de la indefensión como nación ante el 11-S y por extensión, “la amenaza terrorista”:
“En el asiento trasero de la limusina, M.R. escuchó. Qué crédulos se habían vuelto los medios de comunicación desde los atentados terroristas del 11-S, qué poco crítica se había vuelto la información; le daba náuseas, le daba ganas de llorar de frustración y rabia, la voz inexperta del secretario de defensa de Estados Unidos que advertía sobre las armas de destrucción masiva que se cree que el dictador iraquí Sadam Hussein tiene almacenadas y dispuestas para utilizarlas en un ataque… Guerra biológica, guerra nuclear, amenaza contra la democracia estadounidense, catástrofe mundial.”
Vuelve luego a uno de sus temas habituales, el papel de la mujer en la sociedad, sus necesidades y la lucha contra una sociedad dominada por hombres:
“En cualquier caso había aceptado la oferta del Consejo de Administración de la universidad. Leonard Lockhardt había redactado su contrato. El claustro de la universidad había aprobado por una mayoría abrumadora designar a Neukirchen para el rectorado; eso había sido crucial para que M.R. Aceptase. Nunca se había sentido tan reinvidicada.
Casi se podría decir, querida.
Porque esa era la culminación de la vida de Mujer de Barro: ser admirada, querida.”
O precisamente la influencia de dicha sociedad en nuestro juicio, que elimina toda posibilidad de desarrollo individual si quieres mantener el status que has ganado en ella:
“Hablar a las claras, con franqueza –hablar con sinceridad- sólo es posible cuando se es un particular, no el representante de una institución. De modo que su indignación, su alarma, su desesperación ante la idiotez belicosa del Gobierno ardían bajo sus palabras en público, animadas y optimistas. Y su furia por la cínica explotación que hacía el Gobierno de Bush del miedo a los “atentados terroristas” después del 11-S, todo lo que sus padres cuáqueros le habían enseñado a aborrecer y rechazar.”
La soledad de la protagonista, quizá la extensión de la propia soledad que siente la escritora en su vida (no olvidemos que es viuda desde hace poco tiempo), le sirve para esconderse, para no demostrar lo que se está sufriendo:
“Señalaría una ventaja de vivir solos: nadie sabe lo débiles y ridículos que somos, cuando estamos solos.
Nadie conoce nuestra desesperación. Cuando estamos solos.
De lejos, todos parecemos serenos. Nuestra apariencia interviene para tapar nuestro ser.”
En estas condiciones el único consuelo que le queda es el disfrute de la lectura: alienación y puerta hacia otras vivencias.
“Lo que le parecía más fascinante a Meredith eran los libros: las páginas impresas, las palabras. No eran meros libros de texto ni pasatiempos, sino que podrían haber sido puertas hacia regiones desconocidas.”
En estas condiciones, no resulta incomprensible que la protagonista, impotente ante la figura de su compañero que manipula, le hace la vida imposible e intenta desacreditarla como rectora, como figura de autoridad; decida en un momento en su subconsciente que es Dexter y que esa sería la única manera de solucionarlo:
“Se puso los guantes de látex que ya estaban manchados. Como una cirujana –mejor dicho, como una patóloga-, agarró el serrucho, al principio con un temblor, pero poco a poco con más fuerza, y cortó las gruesas muñecas del hombre, los tobillos. ¡Qué sorprendente era tocar hueso! Tenía que abrirse camino por huesos y articulaciones. Ese era el secreto de la desarticulación.”
Sí, hacerle trocitos.
En momentos como estos te das cuenta de lo que nuestra Joyce Carol Oates quiere hacer, buscar nuevos medios de expresión, salirse del guión establecido; al fin y al cabo, hacer literatura. Libro difícil para iniciarse con ella, pero una buena lectura al fin y al cabo.
Los textos provienen de la traducción del inglés de María Luisa Rodríguez Tapia de esta edición de “Mujer de Barro” de Joyce Carol Oates en Alfaguara.
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