De la mano de Contraseña Ediciones y con la traducción de Ismael Attrache nos llega un nuevo relato de Charles Dickens que se publicó el año pasado, bien encuadrado en el bicentenario del nacimiento del titán británico. Publicado en 1865 (etapa de madurez del escritor y muy cerca de su final en 1870), en el número extra de Navidad de la revista All the year Round, dirigida por el propio Charles Dickens, con el nombre de “Doctor Marigold’s Prescriptions”; se trataba un extenso relato en ocho capítulos, de los cuáles sólo el primero y el octavo estaban escritos por él. Estos dos capítulos se publicarían posteriormente en 1894, en el volumen Christmas Stories from “Household Words” con el nombre de “Doctor Marigold”, y es la edición que sigue Contraseña.
Ya yendo a la obra en cuestión, el narrador y auténtico protagonista es un buhonero que debe su nombre al doctor que le trajo a la vida y que se gana la vida como vendedor ambulante, profesión para la que ha nacido, con la que disfruta en demasía y que defiende a capa y espada como podéis ver en el siguiente párrafo, en comparación con los políticos de la época:
“Esos politicastros lisonjean a la gente de forma vergonzosa, pero los chamarileros no hacemos eso. Decimos la verdad a la cara y no nos dignamos adular a nadie. En cuanto a la osadía con que se exageran las virtudes de los lotes, los politicastros nos superan con mucho en ese aspecto. Los que nos dedicamos a la venta ambulante solemos pensar que no hay artículo mejor que una pistola para ejercer nuestra labor de charlatanes divirtiendo a la gente, a excepción de unos anteojos. Con frecuencia me paso quince minutos hablando de una pistola con la sensación de que podría no parar jamás. Sin embargo, cuando cuento lo que se puede hacer con el arma y a quién ha abatido esta, no llego tan lejos como los politicastros cuando se dedican a ensalzar sus propias armas, ellos, que tan bien armados vienen de argumentos.”
La palabra como arma, que él utiliza para divertir a la gente y, de paso, ganarse la vida. Uno de los puntos de inflexión de su vida será la pérdida de su familia y posterior encuentro con Sophy, una niña, sordomuda, que arranca los momentos más líricos y emotivos:
“La muchacha era guapa de cara; ahora que nadie le daba tirones a esa melena brillante y oscura, ahora que la llevaba peinada, su apariencia destilaba un matiz conmovedor que brindaba una atmósfera de lo más sosegada y apacible al carromato, pero nada luctuosa.”
La educación de la niña le llevará a tener que renunciar temporalmente a ella; Marigold preparará, durante el tiempo que esta fuera, el carromato, para que acoja los libros que le pueden gustar a ella, para preparar su vuelta, la vuelta de su hija adoptada:
“Llevé a cabo mi propósito sin precipitarme; me construyeron y montaron los muebles, de forma muy ingeniosa, bajo mi supervisión añadía una litera para Sophy, con cortinas, y una mesa de lectura; por todas partes había filas y filas de libros, con ilustraciones y sin ellas, empastados y sin empastar, de bordes dorados y sin adornos, todos los que le fui encontrando en mis viajes por los cuatro confines del país, en parajes hermosos y en parajes feos, en sitios rebosantes de riqueza y en otros sumidos en la pobreza, algunos lejanos, otros cercanos. “
Esta biblioteca se convierte en una metáfora del hogar, un hogar cargado de libros de todo tipo que recogen todo su saber, una imagen muy bella de esas bibliotecas cada vez más abocadas a su extinción.
No voy a avanzar el final del relato, aunque sí que puedo certificar que resulta tan conmovedor como varias de sus obras más conocidas. Este amor por los libros, esta censura por la clase política, la presencia de la sordomuda; no dejan de ser detalles autobiográficos presentes a lo largo de las páginas; Marigold, curiosamente, un buhonero, un charlatán, es el personaje elegido con el que más se identifica un Dickens que está llegando al final de su carrera literaria y de su propia vida; una paradoja, la elección de este personaje, que le acerca definitivamente a un espíritu más bohemio, más cercano al pueblo más común.
No quiero dejar pasar este pequeño comentario con esta frase, hermosísima, en la que los libros actúan como metáfora de presencia de Sophy; los libros, evocadores de lo sublime o de lo que más queremos:
“Esos libros de Sophy evocaban tanto su presencia que vi claramente su conmovedor rostro antes de quedarme dormido al lado del hogar.”
Dickens, siempre necesario; más, imprescindible.