“La Nariz de un notario” de Edmond About. Sátira, parodia, construcción de la identidad.

nariznotarioEdmond About (1828-1885) fue un escritor francés muy  conocido en su época por la fama de polemista que llevaban sus obras, muy críticas con la corte y con la sociedad en general. En esta obra de 1962 que acaba de publicar Ginger Ape Books & films, “La nariz de un notario”, tenemos un ejemplo fantástico de esto con una sátira de la beau monde parisien que le sirve de vehículo para criticar las relaciones de clase e indagar en la reflexión sobre la construcción de la identidad de una persona como fin último.

En las primeras  páginas tenemos la descripción del personaje principal, el central de la obra, ni más ni menos que el notario (y su nariz!); no deja de ser curioso que su descripción física vaya indisolublemente unida a su peripecia por la pérdida de su nariz, o su falta de ella:

“Maese Alfred L’Ambert, antes de recibir el fatal golpe que le obligó a cambiar de nariz, era, sin sombra de duda, el más brillante notario de Francia. En aquella época contaba treinta y dos años; era de elevada estatura, poseía unos ojos grandes y rasgados, frente olímpica, y su barba y sus cabellos eran de un rubio admirable. Su nariz (antes que su nombre) se curvaba en forma de pico de águila. Y créanme si les digo que la corbata blanca le caía de maravilla. ¿Sería porque la usaba desde la más tierna infancia o porque se la suministraba algún buen fabricante? Supongo que por ambas razones a un tiempo.”

Ya en la descripción de su personalidad percibimos cuál es la verdadera valía de un personaje que no duda en despreciar a la gente de la calle aunque, él precisamente, no se encuentre tan lejos de ellos, a pesar de que no le falten aspiraciones para ser noble:

“Legítimo heredero de un nombre y una fortuna considerables, el joven Alfred había mamado, a la par que la leche, los buenos principios. Despreciaba, como es debido, todas las novedades políticas que se habían introducido en Francia después del desastre de 1789. A su juicio, la nación francesa se componía de tres clases: el clero, la nobleza y el estado llano. Opinión respetable y compartida todavía hoy por un reducido número de senadores. Se situaba modestamente entre los primeros del tercer estado, no sin ciertas pretensiones secretas de formar con la nobleza de toga. Sentía un profundo desprecio por el grueso de la nación francesa, esa caterva de campesinos y obreros que recibe el nombre de pueblo o vil muchedumbre. Se acercaba a esta lo menos posible, por consideración a su amable persona, que amaba y cuidaba apasionadamente. Sano, esbelto y vigoroso como un lucio de río, estaba convencido de que aquella gentuza era morralla creada expresamente por la Providencia para servir de alimentos a los señores lucios.”

Esta lucha de clases será patente prácticamente en cada venenosa frase que suelte nuestro protagonista y servirá al autor francés para reflejar cuál era el sentimiento contra lo popular por parte de las clases más altas; está sátira es continua pero viene aderezada con momentos donde “lo absurdo” se vuelve parte de la irrefrenable trama, solo hay que ver la persecución del gato que se lleva la nariz del notario una vez que ha sido cortada:

“Nunca se vio en el pequeño bosque de Parthenay, ni indudablemente se volverá a ver, una cacería similar. Un marqués, un agente de cambio, tres diplomáticos, un médico rural, un enorme lacayo de librea y un notario con un pañuelo ensangrentado, lanzándose desesperadamente en persecución de un gato famélico. […] Ya agrupados, ya dispersos; unas veces  distribuidos en línea recta, otras formando un círculo alrededor del enemigo; sacudiendo los matojos, agitando los arbustos, trepando a los árboles, desgarrando sus botines con todas las raíces y sus ropas con todos los matorrales, se precipitaba en pos del gato como una tempestad. Pero aquel gato del infierno corría más rápido que el viento.”

Sátira desenfrenada, situaciones absurdas;  añadamos un elemento más: especulaciones médicas de dudoso valor científico y grabados que ayuden a comprender las posibles situaciones. Solo hay que comprobar cuando el notario, queriendo recuperar su nariz de la manera que sea, hojea un manual de cirugía de la época, de Ringuet:

“Pero el efecto que produjo su lectura fue muy distinto del que cabría esperar. Cuando hubo hojeado las primeras doscientas páginas, cuando vio desfilar ante sus ojos la impresionante serie de ligaduras, amputaciones, extirpaciones y cauterizaciones, dejó caer el libro, se echó en una silla y cerró ojos. Cerró los ojos y siguió viendo incisiones en la dermis, músculos separados con pinzas, miembros seccionados a golpe de escalpelo, huesos aserrados por manos de cirujanos invisibles. Los rostros de los pacientes, tal y como se veían en los grabados anatómicos, le parecían tranquilos, estoicos, indiferentes al dolor, y se preguntaba si tales dosis de valor podían encontrar algún acomodo en el alma humana.”

Tal es el terror que siente nuestro notario a que le hagan alguna cicatriz en su cuerpo para poder reconstruirle la nariz que, en su desesperación y su soberbia, se plantea una posibilidad más delirante:

“-En realidad –exclamó-, el mundo es una gran jaula de grillos, ¡felicitemos por ello al Creador! Tengo doscientos mil francos de renta y me quedaré tan chato como una calavera. Mientras mi portero, que no tiene más de diez escudos, tendrá la nariz del Apolo Belvedere. ¡La suprema Sabiduría, que tas cosas ha previsto, no previó que un turco llegaría a cortarme la nariz por saludar a mademoiselle Victorine Tompain! Hay tres millones de mendigos en Francia, todos los cuales no valen ni diez sueldos, ¡y yo no puedo adquirir a peso de oro la nariz de uno de estos miserables!… Aunque de hecho, ¿por qué no?”

Romagné será la víctima propicia, del que se hará el trasplante de piel que le servirá para obtener la nariz; en su forma peculiar de hablar expresará sus necesidades, y cómo no tiene miedo a ceder a la locura del notario y de sus compañeros si de esa manera consigue un dinero que le hará la vida más fácil, aguantará el efecto secundario de estar pegado a él durante un tiempo por esa mejora de su vida:

“-Monsieur L’Ambert te alimentará gratis.

-¡Gratich! ¿Echo echtá incluido en el precio? Aquí tiene mi piel. Córtemela encheguida.

Soportó la operación como un valiente, sin pestañear.

-Echto ech un placer –decía-. Me habían hablado de un auvernéch que che dejaba congelar en una fuente por veinte chueldoch la hora. Prefiero hacerme cortar en pedazos. No ech tan molechto y che gana mucho mách.”

Este período de convivencia de tan opuestos personajes, junto con el hecho de compartir una parte de su piel, los convierte en carne con carne, una relación indisoluble que traerá no pocas situaciones a cuál más alucinante y que llevan al notario, en última instancia, a cuidar a su donante. No desvelaré más de la trama. A partir de este momento sí que vale la pena comprobar cómo el autor es capaz de particularizar la sátira para llevarla a un tema más personal, que es el de la construcción de la identidad de una persona.

La inevitable relación entre ambos personajes hará que, de alguna manera, esta relación se estreche más y que el notario se dé cuenta de que no puede despreciar al auvernés; muy al contrario, se saltará su clasismo proporcionando el bienestar al miembro más pobre de la sociedad; un bienestar egoísta, ciertamente, pero que, en el impecable y divertidísimo final, nos corrobora la necesidad de llevarnos bien con nuestros semejantes.

Esta pequeña delicia solo tiene un motivo para la amargura: la breve extensión. Lo demás funciona todo tan bien que es imposible no disfrutar de ella.

Los textos vienen de la traducción del francés de Rubén López Conde de “La Nariz de un notario” de Edmond About en Ginger Ape Books & Films

“Las dos Señoras Abbott” de D. E. Stevenson. El costumbrismo británico.

las-dos-senoras-abbott-9788484289685Después de leer el segundo libro de D.E. Stevenson, que continuaba las peripecias narradas en el fabuloso “El libro de la señorita Buncle”, no voy a esconder que no guardaba muchas esperanzas con este tercero. “El matrimonio de la señorita Buncle” olvidaba toda la parte literaria que supuso una mezcla deliciosa de ficción-realidad del primer libro, mucha metaliteratura que ayudaba a la comedia y representaba una crítica al proceso de edición-publicación de novelas, para centrarse más en las relaciones de la protagonista con su futuro marido y con el resto de habitantes. La mezcla por momentos se quedaba a medio camino, perdiendo parte del humor que la caracterizaba.

En este, “Las dos Señoras Abbott”, volvemos a tener como centro  a la protagonista de los dos anteriores, ahora convertida en Bárbara Abbott, ya con dos hijos, cuando se encuentra con una amiga de su antiguo pueblo:

“La primera impresión de Sarah fue que su antigua amiga había cambiado mucho, pero al cabo de unos minutos se dijo que “cambiado” no era la palabra exacta. Bárbara se había desarrollado, eso era. Seguía siendo tan natural como siempre, se interesaba por los demás y poco por sí misma; y tan humilde y sincera como el primer día también. Había engordado un poquito, desde luego, vestía mejor y se comportaba con mayor seguridad… Pero eran unos cambios meramente superficiales. Le dio tiempo a advertir todas esas cosas mientras Bárbara intentaba convencer a su hijo, y finalmente lo convencía, de que se marchara por las buenas a cambio de una galleta de chocolate.”

Lo bueno de esta entrega es que, gracias a la presentación de nuevos personajes Stevenson consigue, prácticamente, una novela coral; descentraliza la atención de Bárbara sin perderla de vista y vuelve a presentarnos a una escritora nueva (Janetta) con el ansia de demostrar la calidad de su obra por encima de la simple literatura comercial. La hermana y mánager de Janetta, Helen, no querrá salir fácilmente de esta situación tan cómoda para ella:

“-Es una novela -dijo -Helen en tono tranquilizador.

-Quiero escribir algo sobre personas de la vida real -dijo Janetta. Le sorprendió oírse decir eso, porque no lo había pensado hasta ese momento, pero su sorpresa no fue nada comparada con el pasmo y la consternación que tan sencillas palabras causaron en su hermana.”

De hecho, intentará convencer al marido de la Bárbara para conseguir que esta escritora vuelva a ponerse a escribir las obras que hacía anteriormente con resultado adverso:

“El señor Abbott no respondió. Por supuesto, comprendía que por la editorial y por su socio, estaba obligado a hacer cuanto estuviera en su mano para que Janetta volviera al trabajo, pero le iba a costar un gran esfuerzo, porque no le gustaban sus novelas. No le gustaban nada. Había encontrado una definición (muy convincente para él) del último producto de su pluma: puro cartón piedra.”

El propio señor Abbott se da cuenta de que este tipo de literatura es más bien “cartón piedra”, nombre que podemos aplicar perfectamente a muchas de las novedades que salen actualmente…

El relato costumbrista de los vecinos del pueblo de las dos señoras Abbott funciona a la perfección: además de la trama literaria que servirá de trasfondo para reflexionar sobre la construcción de la identidad de uno mismo y sobre todo lo relacionado con la literatura; se suman una serie de subtramas que le sirven para relacionar a los personajes, según sus costumbres e interacciones con el resto de habitantes de la población, consiguiendo por momentos , alguna situación brillantísima que me sacó las carcajadas como todo lo relacionado con la búsqueda (delirante) del espía o los soldados alojados en la casa.

No falta la trama amorosa, pero, afortunadamente, se olvida de los lugares comunes:

“No tenía por qué preocuparme de Cyril ni de Edward y compañía. A ninguno de ellos se le ocurrió declararse en la sala de espera del dentista. Ni se me había ocurrido a mí, por cierto. La verdad es que no me declaré, a menos que se considere que enarcar las cejas es una declaración de amor, ¿verdad? -le preguntó al niño de piedra-. ¿A ti te parece que eso puede considerarse una declaración? Es muy importante, la verdad.

El Niño de piedra no respondió.

-Bueno, es igual -dijo Archie -. No me extraña que no puedas responderme de buenas a primeras. Piénsalo y después me lo dices.”

En su afán de declararse de una forma distinta a la de los libros de la escritora  que ya conocía, la localización es, ciertamente, poco común y la respuesta a la declaración se caracteriza por la sutileza.

Nueva muestra de ese subgénero costumbrista que tan bien han cultivado los británicos y tantas alegrías nos dan autoras como Stevenson, Gibbons o Mitford… pequeñas delicias para disfrutar sin complejos.

Los textos vienen de la traducción del inglés de Concha Cardeñoso Sáenz de Miera de “Las dos señoras Abbott” de D. E. Stevenson en el sello Rara Avis de Alba.

“El regreso de Titmuss” de John Mortimer. La política como herramienta de control.

el-regreso-de-titmuss-9788415625711Los que leímos y nos maravillamos con las andanzas de la familia Simcox en “Un paraíso inalcanzable” teníamos claro que “El regreso de Titmuss” era una compra imprescindible, sobre todo teniendo en cuenta que consideré el primer libro como uno de los mejores de año pasado.

La lectura de este segundo libro de la saga nos trae de nuevo la prosa más que recomendable de Mortimer aunque hay diferencias sustanciales con el primero, que ya comenté aquí ; en dicho post me centraba en las características que, en mi opinión, hacían del primer libro un libro redondo alcanzando prácticamente la perfección.

En este segundo libro la trama se centra principalmente en Leslie Titmuss, el político conservador del partido político de Margaret Thatcher que fue beneficiario de la herencia del reverendo Simeon Simcox; la primera parte del libro supone la concisa caracterización de su carismática figura:

“Leslie siempre se sentía, le resultaba inevitable, como un rey de vuelta a su pequeño reino. ¿Acaso él, el niño despreciado y ridiculizado que se ganaba unas monedas cortando ortigas y haciendo trabajillos en el jardín de la rectoría, no se había abierto camino entre los niños bien, los banqueros y la aristocracia rural de su partido para convertirse en diputado por Hartscombe y Worsfield Sur, un escaño que había conservado por incontestable mayoría durante veinticinco años? ¿No era el candidato que había predicado por primera vez el evangelio –aprendido, solía decir, de su padre, empleado de la cervecera- que preconizaba el respeto por la frugalidad, el aprecio constante del poder místico del dinero  y una profunda desconfianza hacia aquellos que deseaban distribuirlo entre los pobres indignos de ayuda? Armado con este sencillo credo, reconvertido en la doctrina de su partido, Leslie Titmuss había contribuido a cambiar la cara de Inglaterra.”

No exenta de su capacidad de manipulación y manejo de la vida política:

“-Nunca ha sabido mantener la boca cerrada, Cantellow; me ha contado exactamente lo que quería saber. –Leslie se levantó, una vez concluida la conversación-. No hace falta que me acompañe a la puerta. Solo le diré que me alegra mucho que no sea usted mi abogado; sería como llevar mis asuntos personales al telediario de la noche.”

“-Bueno, al menos les has dado lo que quieren oír.

-Me gusta más cuando les doy lo que no quieren oír. Y tienen que tragárselo. Es entonces cuando la política empieza a ponerse interesante.”

De fondo, un plan urbanístico que pretende edificar en Rapstone Fanner, un valle idílico y pastoril donde sus habitantes viven en flamante camaradería; en primer plano, los intereses contrapuestos de Leslie como político y como habitante de esa zona donde creció, vive su madre y quiere formar una familia con Jenny Sidonia.

La trama policíaca de fondo, el enigma, el misterio que rodeaba todo, en esta ocasión se sustituye por el romance de Jenny y  Leslie y las tramas políticas asociadas; desde este punto de vista se mantiene, desde lo micro, el reflejo, no tanto de la sociedad (como ocurría anteriormente) sino de los vericuetos de los romances y, sobre todo, de la vida política con sus traiciones y triunfos.

Ya en una segunda parte aparece de nuevo la familia Simcox, en la figura de Fred, el médico que se convertirá en la figura visible del movimiento de resistencia contra el plan urbanístico, que cambie las vidas de los habitantes del valle:

“Fred se había sentido más próximo a la aceptación de los hechos inmutables de la vida y la muerte que profesaba el anciano médico que a la optimista marcha de su padre hacia un paraíso que cada vez se antojaba más distante e inalcanzable. A diferencia de su hermano mayor, Henry, que había empezado como joven novelista airado para convertirse en un viejo gruñón reaccionario que escribía artículos en que denunciaba como peligrosas ilusiones las más queridas creencias de su padre, Fred había optado por evitar toda actividad política, contentándose con la apacible vida de médico rural en el pueblo donde se había criado.”

Fred tiene personalidad, ya muy bien definida, pero resulta un personaje serio, grave, sobre todo sin el contrapunto cómico que suponía su hermano Henry, el joven airado, que ponía unos toques de humor ciertamente deliciosos y que pueden echarse a faltar en esta segunda parte de la saga de Mortimer.

Lo que no falta es el reflejo muy acertado de la vida política y, por extensión, de la sociedad durante el tiempo en que fue Primer Ministro Margaret Thatcher; lo más novedoso y que, afortunadamente añade un nivel aunque pierda otros, es la relación entre Jenny, Leslie y el marido muerto de Jenny, Tony.

“-Claro que no. Hablo de política. Es una palabra fea para ti ¿no?

-No necesariamente.

-Es otro mundo, indigno de ti. Un mundo donde hay que decir lo que no piensas para conseguir lo que quieres. Un mundo donde a veces hay que mentir. Eso no le habría gustado a tu precioso Tony Sidonia, ¿verdad?”

La soberbia recalcitrante de Leslie le conducirá a una situación de celos imposible de soportar, que le llevará a tomar decisiones no del todo correctas y que, en última instancia, desencadenará su  inseguridad; nuestro Leslie se volverá falible en lo personal y ello tendrá sus consecuencias ineludibles en su trabajo, en el manejo político. Él será capaz de justificar sus decisiones de la manera más vil: disfrazándola su egoísmo de altruismo para la pareja.

“De pronto Jenny le atacó, pero sus puñetazos eran como los de un niño. Ni consiguieron apartarlo ni le hicieron el menor daño. Leslie sonrió satisfecho, convencido, como siempre, de que tenía razón. Tarde o temprano, ella también lo admitiría.

-No solo lo intenté, sino que lo conseguí.

-¿Por qué? ¿Para qué? –Jenny lo miró no solo enojada sino perpleja, como si él fuera un ser de otra galaxia.

-Para liberarte de él.

Aquello era un golpe inesperado, él lo entendía. Jenny lo asimilaría. Tarde o temprano.

-¿Liberarme?

-Vale –admitió-, para liberarnos a los dos. Lo hice por nosotros.”

No puedo decir que sea mejor libro que “Un paraíso inalcanzable”; la confluencia de elementos del primero rozaba una perfección literaria difícil de olvidar. Lo que sí sé es que “El regreso de Titmuss” es un muy buen libro y me permito pensar de nuevo que es otra de esas lecturas ineludibles que te hacen disfrutar y te enseñan, a pesar de lo amargo que puede llegar a ser lo que refleja.

Los textos vienen de la traducción del inglés de Magdalena Palmer de “El regreso de Titmuss” de John Mortimer en Libros del Asteroide.

“La noche a través del espejo” de Fredric Brown. La ficción como (el mejor) reflejo de la realidad.

la-noche-a-traves-el-espejo-9788415973225Es difícil escribir algo sobre “La noche a través del espejo” de Fredric Brown en la preciosa edición de “Reino de cordelia” sin caer en el entusiasmo fácil y en los lugares comunes: Obra maestra, imprescindible, mecanismo de relojería, adictivo, se lee en un santiamén, etc…

Pero quizá es necesario recurrir a ellos de vez en cuando para que, en este caso, todo el mundo se entere de que es un Must-Read, sin comentarios crípticos que la emborronen.

Hacía ya varios años (desde 1987) de la edición de la maravillosa colección de Etiqueta Negra de Júcar y era prácticamente inencontrable. Reino de Cordelia nos trae una nueva traducción de la obra (fantástica por cierto) de Susana Carral y una edición exquisita para que podamos disfrutar como se merece este clásico.

En el prólogo de Juan Salvador (sí, de la librería Estudio en Escarlata) tenemos una condensación de las diversas virtudes por las que se ha hecho célebre:

“La noche a través del espejo” es una novela redonda, de embriagadora precisión. Por eso es complicado decir qué me gusta más de ella. La trama llena de giros y sorpresas, los tragos de whisky, la crítica a la política y al periodismo, los personajes cercanos y creíbles, el bar de Smiley, la atmósfera nocturna y onírica, el despliegue de humor y paradojas, o el juego de espejos y distorsiones con Alicia en el país de las maravillas y A través del Espejo y lo que Alicia encontró allí, de Lewis Carroll.”

Leer estas razones una vez acabado realza aún más las sensaciones que tuve, ese indefinible halo de felicidad que surge cuando te encuentras una lectura tan plena.

Doc Stoeger, el periodista dueño del Clarion, es el narrador; el espacio temporal es la noche y parte de la madrugada de un día; el espacio físico es la ciudad en la que vive, el bar de Smiley, un pequeño grupo de localizaciones que se envuelven en un sueño; nuestro protagonista, como Fredric, ama la literatura:

“Pero me conformo, todas las noches, con mis libros. Recubren por completo dos paredes enteras de mi salón y desbordan las librerías del dormitorio; incluso tengo una estantería en el baño. ¿Cómo que incluso? Creo que un baño sin una estantería está tan incompleto como lo estaría sin retrete.

Además, son buenos libros. No, no me sentiría solo, ni aunque Al Grainger faltara a nuestra partida de ajedrez. ¿Cómo iba a sentirme solo si llevaba una botella en el bolsillo y me esperaba tan buena compañía? Leer un libro es casi como escuchar al hombre que lo escribió dirigiéndose a ti. En cierto modo es mejor, porque no te obliga a ser amable con él. Puedes cerrarlo y hacerlo callar en el momento en que te apetezca y dedicar tu tiempo a otro. Puedes descalzarte y apoyar los pies en la mesa. Puedes beber y leer hasta olvidarte de todo, excepto de aquello que lees y de que llevas encima la cruz de un periódico que te pesa día y noche, hasta que llegas al refugio de tu hogar, donde olvidas.”

Hacía tiempo que no me encontraba una definición tan redonda  como esta de leer un libro: “escuchar al hombre que lo escribió dirigiéndose a ti” pero sin la obligación de sentirte amable con él, la lectura como afición libre, sin obligaciones, y que te ayuda a “olvidar” cuando te sumerges en él.

Su único sueño como periodista es conseguir tener una exclusiva en portada, todas las posibilidades de hacer algo diferente se le truncan, una tras otra; parece que todo está en contra y su único refugio es tomar una copa en el bar de Smiley (el sonriente!!) caracterizado por un humor difícil de entender a pesar de reírse cada dos por tres.

A esa noche sin pena ni gloria se le añade el contrapunto de conocer, en su propia casa, al enigmático y extraño Yehudi Smith, que viene a turbar su ánimo dándole la vuelta a todo en lo que creía, resaltando la fantasía, la ficción, como la mejor manera de reflejar la realidad:

“-Doctor ¿alguna vez se le ha ocurrido pensar que las fantasías de Lewis Carroll pueden no ser fantasías?

-¿Se refiere a que la fantasía suele estar más cerca de la verdad esencial que la ficción que quiere parecer real? –pregunté.

-No. Me refiero a que son literal y realmente ciertas.  A que no son ficción, que son reportajes.”

No solo le da vuelta a sus creencias sino a su propia existencia:

“-Que hay otro plano de existencia, además de aquel en el que vivimos. Que podemos tener acceso a él y que, en ocasiones, lo tenemos.

-Pero ¿qué clase de plano? ¿Un plano de fantasía  “a través del espejo”? ¿Un plano onírico?

-Exacto, doctor. Un plano onírico. No es una explicación totalmente precisa pero, de momento, no puedo ampliársela más.”

Y le invita a una reunión de “fanáticos” de Lewis Carroll y, en particular de sus dos obras de Alicia. En su desesperación acepta y a partir de ahí nada será igual, los hechos extraños y aparentemente  imposibles  van desencadenándose, produciendo una atmósfera donde lo aparentemente real se yuxtapone con la materia de los sueños, llevándole a una situación en la que se empieza a dudar de su propia cordura:

“¿Por qué no? Formaba parte del patrón. Tenía que haberlo imaginado. No por el tipo de letra, casi todos los talleres tienen la garamond ocho, sino porque la botella del “bébeme” contenía veneno y Yehudi no iba a estar allí cuando Hank fuese a buscarlo. Seguía un patrón y yo ya sabía cuál era: el patrón de la locura.”

No voy a contar más, porque precisamente la trama es uno de los grandes puntos fuertes, engranaje a engranaje se irá ensamblando y lo único que nos quedará es asentir, levantar la cabeza y sonreír satisfechos.

Como bien dice Juan Salvador, bebamos una copa a la salud de Fredric Brown y degustemos el libro como se merece, sorbo a sorbo, sueño a sueño.

Los textos vienen de la traducción del inglés de Susana Carral de “La noche a través del espejo” de Fredric Brown en Reino de Cordelia

“1914. De la paz a la guerra” de Margaret McMillan. Olvidar la historia puede llevar a repetirla de nuevo

1914Que el año 2014 podía originar la proliferación de novedades referentes a la Gran Guerra era de conocimiento general; que fuese tal el alud de textos, una “Granguerraexploitation” en toda regla, convirtiéndose en algo inabarcable, no era quizás tan predecible. No quiero ni pensar cuando lleguemos al 2039, teniendo en cuenta la mayor popularidad de la Segunda Guerra Mundial.

Entre tanto libro es difícil tener un criterio claro sobre cuál escoger, así que os voy a ayudar, dentro de mi humilde contribución, con algunos de los textos de referencia. El que traigo hoy es imprescindible y no debería quedar enterrado entre otros tantos no tan rigurosos; se trata de “1914. De la paz a la guerra” de la británica Margaret McMillan que nos acercó Turner el año pasado. McMillan no se centra en la guerra en sí, sino en indagar en las posibles causas que llevaron a desencadenar el conflicto más allá del famoso atentado, que fue simplemente la gota que colmó el vaso.

En la introducción encontramos las claves de las hipótesis que seguirá más adelante en su voluminoso análisis y que sirven para subrayar su importancia; en primer lugar, resaltar el hecho de que olvidar puede llevarnos a otra situación parecida en la actualidad, nada es inexorable:

“Resulta cómodo encogerse de hombros y decir que la Gran Guerra fue inevitable; pero se trata de una conclusión peligrosa, y más teniendo en cuenta que nuestro mundo se asemeja en algunos aspectos, aunque no en todos, al de los años previos a 1914, es decir, al mundo que fue barrido por la guerra.”

En segundo lugar aboga por un estudio analítico y pormenorizado del contexto anterior a dicha guerra:

“Al tratar de interpretar los acontecimientos del verano de 1914, deberíamos meternos en la piel de nuestros antepasados de hace un siglo, antes de insultarlos, criticarlos y acusarlos. […] Una cosa está clara: a la hora de tomar sus decisiones, o de eludirlas, tuvieron muy presentes otras crisis y situaciones previas.”

A partir de ahí nos encontramos con un ensayo exhaustivo donde la claridad de la exposición se convierte en su mayor cualidad, por encima de “lo literario”; es abrumadora la cantidad de datos y la rigurosidad con que son presentados capítulo a capítulo empezando, como no podía ser de otra manera, por los ingleses a través de Lord Salisbury que reflexionó por primera vez sobre el ascenso como nación de los Estados Unidos:

“Ninguna nación parecía desagradarle más que las otras; salvo Estados Unidos. En los estadounidenses encontraba todo cuanto le disgustaba del mundo moderno: eran codiciosos, materialistas, hipócritas, vulgares y creían que la democracia era la mejor forma de gobierno. Durante la guerra de Secesión fue un apasionado defensor del bando confederado, entre otras cosas porque pensaba que los sureños eran caballeros y los norteños no. Pero, además, porque temía el auge del poderío estadounidense.”

No falta ninguno de los participantes en la generación del conflicto, especialmente el caso de los alemanes y su emperador Guillermo II, figura clave, por su forma de ser en el ascenso de Alemania y en su actitud general:

“La errática conducta de Guillermo, sus entusiasmos cambiantes y su propensión a hablar demasiado sin pararse a pensar, contribuyeron a crear la imagen de una Alemania peligrosa, de un estado inconformista que no acataba las reglas del juego internacional, y que estaba decidido a dominar el mundo.”

Lo mismo podemos decir de Rusia, ahogada por sus problemas económicos y que, sin embargo, sería una de las partes preponderantes y el principal artífice de su antagonismo con Alemania y el imperio Astro-húngaro:

“El dilema era similar al que debería enfrentarse la Unión Soviética más tarde, durante la guerra fría: las ambiciones rusas estaban plenamente desarrolladas, pero no así su economía ni su sistema tributario. En la década de 1890, Rusia gasta menos de la mitad por soldado que Francia y Alemania. Además, cada rublo empleado en el ejército era un rublo que se dejaba de invertir en el desarrollo”.

Sorprende la capacidad de la inglesa para discernir todas las pequeñas causas que generaron la situación final, me llamó especialmente la atención el aumento de burocracia de los Austro-Húngaros, principalmente porque dicho aumento significó disponer de menos dinero cuando se estaba produciendo una carrera armamentística a gran escala:

“Entre 1890 y 1911, la burocracia creció en un doscientos por cien, debido principalmente a nuevos nombramientos. […] No es de extrañar que la opinión pública prefiriera referirse a la burocracia como un viejo jamelgo deslomado; pero sus consecuencias estaban muy lejos de ser jocosas. El desprecio por lo que el escritos satírico vienés Karl Kraus llamó “burocretinismo” contribuyó a menguar aún más la confianza pública en su gobierno; amén de que el coste de la burocracia significaba, entre otras cosas, que había menos dinero disponible para las fuerzas armadas.”

No faltan referencias al nacionalismo alemán (“El nuevo nacionalismo no auguraba nada bueno para las minorías, ni en el plano lingüístico ni en el religioso. ¿Podrían alguna vez los polacoparlantes ser verdaderamente alemanes? ¿Y los judíos?”) y a la progresiva degeneración europea reflejada en el libro homónimo de Max Nordau publicado en 1892:

“Degeneración, traducido a varios idiomas y comercializado en toda Europa, atacaba con energía el materialismo, la avaricia, la búsqueda incesante del placer y la pérdida del apego a la moral tradicional, tendentes a la “lascivia desenfrenada” que estaba destruyendo la civilización. Afirmaba Nordau que la sociedad europea “avanza hacia su ruina definitiva porque está demasiado desgastada y flácida para acometer grandes empeños.”

Lo bueno del análisis es que no se queda solo en los hechos políticos o socioeconómicos sino intenta integrarlo con “lo emocional”, así lo expresó uno de los mayores pacifistas:

“Incluso Angell, que tanto se había esforzado por persuadir a sus lectores de que la guerra era irracional, se vio obligado a admitir: “Hay algo en la guerra, en su historia y su parafernalia, que exalta profundamente las emociones y calienta la sangre en las venas hasta a los más pacíficos, y que apela a no sé qué instintos remotos, por no mencionar nuestra natural admiración por el valor, nuestro gusto por la aventura, por el movimiento y por las acciones intensas.”

No hay que olvidar que la guerra estaba vista como una posibilidad de ser un héroe; esta ansiedad vital del hombre es inherente a nosotros mismos y la guerra sirvió para este propósito igualmente. De hecho, es entonces cuando surgieron las famosas batallas aéreas, y el Barón Rojo fue uno de los grandes protagonistas.

McMillan ni siquiera se olvida de Italia, aunque sea, en este caso, para ridiculizarla de una manera poco caritativa…

“Los extranjeros iban a Italia por su clima y sus muchas bellezas, pero también se reían de ella, consideraban a sus ciudadanos encantadores, caóticos, infantiles; pero no un pueblo digno de ser tomado en serio. En asuntos internacionales, las demás potencias, y hasta sus propios aliados de la triple alianza, tendían a tratar a Italia con desdén.”

En la parte final llegamos a las conclusiones que resultan clarificadoras. Podemos enfocarlas en tres puntos principales:

1º La no existencia de una única causa generadora del conflicto:

“El comité entrevistó a docenas de testigos, pero, como cabía esperarse, no logró presentar pruebas. La Gran Guerra no tuvo una única causa, sino que fue provocada por una combinación de factores y, en última instancia, de decisiones humanas. Lo que hizo la carrera armamentista fue elevar el nivel de las tensiones en Europa y presionar a los líderes para que apretaran el gatillo antes que el enemigo.”

2º El papel fundamental de la Gran Guerra como detonador de la fe en el avance de la civilización; la situación actual no hace más que convencernos de este hecho:

“La Gran Guerra marcó un giro en la historia de Europa. Hasta 1914, Europa, con todos sus problemas, confiaba en que el mundo se estaba convirtiendo en un lugar mejor y en que la civilización humana estaba avanzando. A partir de 1918, ya no era posible para los europeos semejante fe. Mirando hacia el pasado, hacia su mundo perdido antes de la guerra, solo podían tener una sensación de pérdida e inutilidad.”

3º La imposibilidad de obtener respuestas y sin embargo, hacernos más preguntas (esto es una paradoja en sí misma, sobre todo ante lo abrumador de la presentación de datos de la inglesa):

“Una vez más, las preguntas son tantas como las respuestas. Acaso a lo más que podamos aspirar sea a entender lo mejor posible a aquellos individuos que debieron decidir entre la guerra y la paz, así como sus fuerzas y sus debilidades, sus amores, sus odios, sus prejuicios. Para ello tenemos también que entender su mundo, los supuestos de la época. Hemos de recordar, como lo hicieron estos líderes, lo que había sucedido antes de la última crisis de 1914 y las lecciones que se sacaron de las crisis marroquíes, de la de Bosnia, o de los sucesos de las primeras guerras balcánicas. […] Y si quisiéramos señalar culpas desde nuestra perspectiva del siglo XXI, podríamos acusar de dos cosas a quienes llevaron a Europa a la guerra. Primero, de falta de imaginación para ver cuán destructivo sería un conflicto semejante; y segundo, de falta de valor para enfrentarse a quienes decían que no quedaba otra opción que ir a la guerra. Siempre hay otras opciones.”

Me quedo sin embargo con la última parte de este párrafo: qué importante es llegar a calibrar las consecuencias de nuestros actos antes de realizarlos, y en base a esto, siempre, siempre, buscar la mejor opción posible a cualquier conflicto, hasta los cotidianos.

Excelente lectura la que nos trajo Turner; uno de esos libros que se tienen que convertir en referencia obligada cuando se habla de la Primera Guerra Mundial.

Los textos vienen de la traducción del inglés de José Adrián Vitier de “1914. De la paz a la guerra” de Margaret McMillan en Turner.

“Jagannath” de Karin Tidbeck. Elogio de lo extraño.

jagannath“Extraño” no es peyorativo “per se”; de hecho me quedo con su acepción de “súbito, inesperado y sorprendente”, que bien podemos aplicarlo  al caso del libro que traigo hoy, un libro de relatos cortos de la escritora sueca Karin Tidbeck y que nos trae por primera vez al castellano Nevsky gracias a su sello “Fábulas de Albión”: el libro en cuestión es “Jagannath” y estoy dispuesto a hacer proselitismo con él.

En la introducción de Elizabeth Hand resalta, entre otras cosas, características que afirman el hecho de ese “Bizarre” o “Weird” aplicable a la ficción de la autora sueca:

“Tidbeck comparte con el gran Robert Aickman un talento natural para insuflarnos una profunda sensación de disociación con el mundo que creemos conocer, apuntando en la brecha a través de la cual un número variado de cosas inimaginables podrían emerger, y de hecho lo hacen. Más que cualquier otra cosa, sus relatos están inundados por una destacable ausencia: de seres queridos (especialmente padres); del paso del tiempo: del conocimiento del propio mundo que habitan los personajes.”

En efecto, esa capacidad de disociación, de dar una vuelta a lo que conocemos, de subvertir las normas establecidas para demostrarnos otras formas de expresar la realidad; a veces gracias la ciencia ficción y/o lo mitológico/fantástico;  como en el cuento “Beatrice”, el amor a una máquina que se extiende a lo real:

“-Yo he aprendido más de una cosa desde que me enamoré de esta Koenig & Bauer. El enamoramiento no vale nada. No tiene nada que ver con la realidad. –Señaló la bomba, que estaba silenciosa en un rincón, junto a su cama-. Hércules y yo tenemos un acuerdo: cuidarnos mutuamente. Ese es un tipo de amor más valioso, a mi entender.” 

Otras veces simplemente mediante la descripción de “lo extraño” a los ojos de un niño, como puede ser en “Cartas a Ove Lindström”, su descripción sucinta de la desaparición de su madre:

“Este es mi segundo recuerdo. Ahora sé que es de después de una semana de la fiesta del cangrejo. Yo estaba en aquel arenero pequeño que teníamos; debajo de la primera capa, la arena estaba fría y húmeda; me había quitado los zapatos y estaba enterrando los dedos de los pies en aquella masa fría. Mamá me dio un beso en la frente y se fue. Llevaba el vestido rojo. Iba descalza. Se adentró entre los árboles y, suspendido en el aire quedó un tintineo como de campañas pequeñísimas. Cuando volviste de la tienda, me encontraste llorando a lágrima viva en el arenero.”

O en “Rebecka” donde la narradora  establece una relación más profunda con la protagonista gracias a sus intentos de suicidio:

“Vine a parar aquí porque era la única amiga de Rebecka. Yo era la que venía a limpiar después de sus intentos de suicidio desganados: la sangre de los cortes superficiales de las muñecas, lo vómitos de vodka mezclado con tranquis, ganchos de lámparas y marcos de puertas que habían cedido bajo su peso. Siempre me llamaba de madrugada: “Ven y ayúdame, he vuelto a intentarlo y se ha ido a la mierda…”, y allá iba yo, lo limpiaba todo y la curaba y la abrazaba, una y otra vez.”

A partir de los excepcionales “¿Quién es Arvid Pekon”? y “El complejo de vacaciones de Brita” todo va acercándose a la excelencia, y es en la ciencia ficción y en la fantasía donde está el vehículo que mejor utiliza Tidbeck para mostrarnos la extrañeza en la que vivimos, una realidad tan distinta que no nos transmite horror sino una cierta apariencia subyugadora como la de Cilla en “La montaña de los renos”:

“La visión le provocó una congoja que Cilla no pudo nombrar ni explicar. Era una especie de ansia, peor que nada que hubiera experimentado, pero por qué no tenía ni idea. Algo increíble la esperaba ahí fuera. Algo maravilloso estaba a punto de suceder, y le aterrorizaba la posibilidad de que se le escapase entre los dedos.”

La sensación al leer cada uno de los relatos de Karin es la de esa extrañeza/sentido de la maravilla que, unido a su prosa sencilla, sin artificios pero poética cuando es necesaria, nos lleva en volandas con sus brazos, nos sobrecoge, nos maravilla, el tiempo nos parece que transcurre de diferente manera, es él nuestro mayor enemigo, porque según pasa tenemos la sensación que se nos pueden acabar los relatos de la sueca; como dice uno de los personajes de “Augusta prima”:

“El muchacho señaló las distintas partes del reloj, explicando sus funciones. Las varillas se llamaban manecillas, y recorrían la esfera del reloj en consonancia con el paso del tiempo. La esfera indicaba el instante dentro del tiempo en el que uno estaba situado. Produjo una desagradable sensación en Augusta. El tiempo era una cosa aberrante, algo que pertenecía a los humanos. No tenía cabida en su mundo. Se trata del poder que convertía la carne y los sueños en polvo.”

Afortunadamente en los dos últimos relatos nos causa una última impresión, de esas que nos deja un sello a fuego en nuestra memoria, en nuestro corazón; la originalidad transgresora es súbitamente inesperada gracias los curiosos personajes que aparecen en “Tías”:

“Las Tías tenían una única tarea: aumentar su tamaño. Con paciencia acumulaban capa tras capa de grasa. Si se partiera en dos uno de sus muslos, se revelaría un patrón de círculos concéntricos, la grasa de diversas tonalidades. En el asiento central estaba recostada la Tía Abuela, que era la más grande de todas. Su cuerpo se derramaba hacia abajo desde su cabeza como en oleadas de nata montada, con brazos y piernas que no eran más que protuberancias ocasionales que sobresalían de su magnífica masa corporal.”

“Jagannath”, el cuento homónimo,  tenemos una historia que dignifica la forma de escribir de Karin Tidbeck, un culmen de su estilo y originalidad mezclada con la emoción que debe tener un buen cuento corto. Lo único malo es que se nos han acabado sus historias. Hasta que Nevsky nos vuelva a traer otro libro de la autora, no nos queda más remedio que releer estos… ¡hasta que se desgasten las páginas!

Los textos provienen de la traducción del sueco de Carmen Montes Cano y Marian Womack para “Jagannath” de Karin Tidbeck en Fábulas de Albión de Nevsky.

Febrero 2014: La lista de lecturas

Febrero no suele ser un buen mes de lecturas, habitualmente por diversos motivos. Parece mentira, pero esos tres días de menos con respecto al resto de meses unidos a que, tras enero, que suele tener el impulso inicial, el segundo mes del año suele ser de relajamiento. Con todo esto, era lógico que tuviera menos lecturas que el mes anterior. Aun así no han estado mal las que he sacado y que os pongo a continuación:

“Vida y época de Michael K” de J.M. Coetzee,  con el sudafricano (ahora australiano) retomaba el proyecto literario, le seguirían McCarthy y Philip Roth. Otra joya que me iluminó este post conjunto con la ayuda del primer norteamericano.

“I wear de Black Hat: Grappling with Villains” de Chuck Klosterman, su último ensayo podría haber estado entre lo mejor del año pasado. Qué capacidad para “leer” en la cultura popular.

“Mentiré si es necesario” de Daniel Ausente, ¿quién dijo que la nostalgia era siempre ñoña? Don Daniel Ausente lo confirma con esta obrita incomensurable.

“El guardián en el vergel” de Cormac McCarthy, una primera obra siempre es interesante, sobre todo cuando hablamos del bueno de Cormac. Su reflejo de la realidad lo traté en el post que tiene enlazado junto con Coetzee.

“Lionel Asbo: El estado de Inglaterra” de Martin Amis, el espléndido escritor inglés no estuvo tan afortunado con esta obra y de ello hablé más profundamente.

“Kinsey y yo” de Sue Grafton, defendí lo detectivesco a cuenta de la grandísima Grafton, estupendos relatos cortos de misterio , un ensayo muy clarificador y una extraña última parte donde la escritora juega con lo autobiográfico.

“Primer Amor” de Ivan Turgenev, estoy cada vez más convencido de que la literatura rusa es mi siguiente hito a explorar. Una pequeña nouvelle donde la condensación de lo lírico está más que presente.

“Maten al león” de Jorge Ibargüengoitia, el buen uso de la sátira por parte del mexicano siempre augura buenas novelas, en este caso nuevamente lo confirma.

“Clavos en el corazón” de Danielle Thiéry, una propuesta interesante de novela policíaca, aunque se quede sin brillantez la conclusión ante una trama potencial con muchas posibilidades.

“El resucitador” de H.P. Lovecraft, no es el mejor relato de Lovecraft, pero ay, es Lovecraft.

“El avión rojo de combate” de Manfred von Richthofen, un relato de aventuras del legendario Barón rojo en el marco de la Gran Guerra. Una propuesta excelente de una editorial humilde pero con ganas de editar, que no es poco.

“Le ParK” de Bruce Bégout, una de las primeras grandes sorpresas del año este texto dixtópico del francés. La edición exquisita de Siberia lo puso fácil, me tenía ganado desde el principio.

Se supone que lo que toca en marzo es lo que debería poner a continuación, siempre ayuda poner la foto de las últimas compras.

Adquisicionesultimas

 Lo que tengo claro es que hay ciertos libros que van a ser un MUST; en efecto, son fijos pase lo que pase:

“La noche a través del espejo” de Fredric Brown, por fin la reedición de un clásico de la novela policíaca.

“Trabajos de amor ensangrentados” de Edmund Crispin, el tercer caso de Gervase Fen es uno de los mejores motivos que existen para ponerse a leer.

“La ciudad de N” de Leonid Dobychin, Nevsky recupera uno de esos autores rusos con mucho que contarnos. ¿Un clásico olvidado?

“Jagannath” de Karen Tidbeck, nueva escritora sueca que nos trae igualmente Nevsky; imagínate que sale algo tan bueno como Anna Starobinets. Tenía tantas ganas de leerla que cuando salga publicado este post ya habrá caído.

“Las dos señoras Abbot” de D.E. Stevenson, el tercer libro de la saga de la señora Buncle siempre es un motivo para estar de enhorabuena.

“Muerto el perro” de Carlos Salem, “Matar y guardar la ropa” es tan bueno que, cualquier libro del argentino me parece un pequeño acontecimiento.

Y seguiré con el proyecto literario, no puedo descansarlo ni un mes. Este mes caerá Roth, Nooteboom, Delillo, Joyce Carol Oates…  en fin, una mezcla muy sana e interesante. Veremos hasta dónde llego.

Coetzee y McCarthy: Aproximaciones a lo inhóspito

michael-kLos beneficios de mi proyecto literario  cada vez se hacen sentir más de diferentes maneras. Inicialmente solo pensé en lo evidente: leo grandes autores contemporáneos y clásicos con los que estoy seguro de disfrutar y, en la mayoría de los casos, observo los temas que tratan, veo su evolución en temas y estilo, estudio el contexto, etc…

Según voy avanzando en lecturas, sin embargo, está aumentando la lista;, he extendido las lecturas más allá de su traducción y, en muchos casos, como el de Joyce Carol Oates, estoy adquiriendo su ingente obra en inglés; de esta manera, en muchos casos voy a poder disfrutar en plenitud de su literatura. Lo que no había pensado hasta ahora era en la posibilidad de relacionarlos, y eso me lleva al post de hoy.

Las lecturas de “El guardián del vergel”, ópera prima de Cormac McCarthy, y de “Vida y época de Michael K”, otra de las joyas del premio Nobel sudafricano J. M. Coetzee, han servido para darme cuenta de todo lo que tienen en común en cuanto a temas tratados y qué diferencias de estilo en su prosa a la hora de afrontarlos.

En particular me voy a centrar en el reflejo que hacen en su obra, lo que voy a llamar “Lo inhóspito”; ambos autores se caracterizan por mostrarnos la realidad “menos hospitalaria”, aquella que causa inseguridad al ser humano en todas sus vertientes; siendo la primera de ellas, la más evidente, la que tiene que ver con el lugar, con la localización en que ambientan sus obras. Esto se puede observar en los párrafos que voy a poner a continuación, en primer lugar en el caso de Cormac McCarthy y su guardián:

“Despertó antes de que empezara a llover. La brisa cada vez más fresca abanicó su cara y el sudor que le perlaba la frente. Se incorporó y se frotó la nuca. Dos sinsontes que hacían girándulas entre las ramas altas de los arces se quedaron quietos; y entonces, como sorprendidas ellas mismas en el calor verde dorado de la tarde, las primeras gotas de lluvia salpicaron oscuras el barro acumulado al pie de la casa. Una sombra plana ondeó sobre el patio, sobre la carretera, y trepó por el talud como si le hubiera entrado prisa; la lluvia arreció, medrando con el viento en la distancia y pintando de un verde plateado, casi amarillo, los árboles de junto al arroyo. El viejo observó la lluvia avanzar por los campos, la hierba que se agitaba, las piedras del camino que se volvían negras y después el lodo en el patio. Oyó bailar los tejemaniles al tiempo que una ráfaga le rociaba la mejilla.”

Que contrasta en estilo con la obra de Coetzee:

“La luna emergía difuminada entre las nubes cuando, a un kilómetro de la carretera principal, K se paró, ayudo a bajar a su madre, y se adentró en la espesa maleza de Port Jackson para buscar un refugio nocturno. En este submundo de raíces enmarañadas, tierra húmeda y sutiles olores putrefactos, ningún lugar parecía más protegido de los elementos que otro. Regresó junto al camino tiritando”.

La belleza de los dos párrafos es muy diferente, McCarthy escoge en esta obra (más adelante lo perfeccionará aún más) un barroquismo, por momentos exagerado, de un lirismo único (qué paradoja que retraté lo inhóspito mediante la exuberancia), no ahorra en adjetivos, en descripciones, en imágenes  que nos sirvan para entender la situación y vivirlas sensorialmente (“oyó bailar los tejemaniles al tiempo que una ráfaga le rociaba la mejilla”) como si presenciáramos la escena. Por el contrario, Coetzee aboga por una economía de la descripción, por una aridez que va indisolublemente unida a cada frase que utiliza y que tiene que ver muchísimo con lo que está describiendo, es consonante con la ambientación;  a pesar de dicha concreción, no deja de ser bella y en sus metáforas usa “sutil” con “olores putrefactos”, combinación poco habitual que imprime mucho carácter a la imagen; la sequedad del “regresó junto al camino tiritando” es simplemente sobrecogedora con el contexto usado.

el-guardian-del-vergel-mccarthy-cormacEl segundo nivel que ambos autores utilizan para definir “lo inhóspito” va unido a las personas, a los personajes que utilizan como representación de dicha cualidad, nuevamente utilizo primero al americano, y a continuación uso un texto del sudafricano:

“El viejo se detuvo para bajar por un trecho pizarroso hasta la garganta repleta de árboles partidos. El perro miró hacia abajo, levantó intrigado la vista hacia su amo, estudió una vez más la garganta y se alejó mientras el viejo cogía su bastón y seguía adelante. Uno de sus zapatos se había quedado casi sin suela y ahora renqueaba un poco, apoyándose en el otro zapato a fin de no malgastar el cordel con que la había sujetado.”

“Lo primero que advirtió la comadrona de Michael K cuando lo ayudó a salir del vientre de su madre y entrar en el mundo fue su labio leporino. El labio se enroscaba como un caracol, la aleta izquierda de la nariz estaba entreabierta. Le ocultó el niño a la madre durante un instante, abrió la boca diminuta con la punta de los dedos, y dio gracias al ver el paladar completo.”

El viejo, guardián observador de toda la trama en la novela de McCarthy, representa la fragilidad mediante la cojera y mediante el propio hecho de ser anciano, lo utiliza como personificación del paisaje;  curiosamente, en el caso de Michael K tenemos un marginado desde el propio nacimiento, su labio leporino es una seña de esta identidad “borderline”, es el epítome de “lo inhóspito” desde su primer instante de vida; funcionan bien los dos personajes, pero es indudable que lo marginal de Michael K es mucho más efectivo y consigue el objetivo que subrayaré en el final; además, el hecho de que su apellido no sea mencionado, lo universaliza, en el caso del viejo sí sabemos que se trata de Arthur Ownby, una persona con nombre y apellidos, una particularización.

Ambos cumplen a la perfección su papel de inadaptados, de estar fuera de la sociedad vigente, uno es un ermitaño, el otro no para de buscar su lugar en el mundo, como podemos ver nuevamente en estos textos:

“El funcionario hizo un fugaz esfuerzo por comprender, luego lo descartó. Lo único que necesitamos, dijo, es cierta información.

El viejo le miró. ¿Usted es también policía?, preguntó.

No, dijo el funcionario. Represento a la oficina para asistencia social… me han encargado que venga a verle… por si podíamos ayudarle de alguna manera.

Pues lo dudo mucho, dijo el viejo. Soy lo que podríamos decir carne de presidio.”

“Estaba mejor en las montañas, pensó K. Estaba mejor en la granja, estaba mejor en la carretera. Estaba mejor en Ciudad del Cabo. Pensó en la caseta oscura y calurosa, en los desconocidos amontonados en las literas alrededor, en el aire lleno de burlas. Es como volver a la infancia, pensó: es como una pesadilla.”

Uno es “carne de presidio”; el otro vive la pesadilla de no encontrar su sitio desde la infancia; “lo inhóspito” que viven los dos personajes se convierte el reflejo de su falta de adaptación: están fuera de la sociedad.

Esta particularización le sirve a los dos autores para, al final, llevarla a la generalización; además de lo catártico que tiene de por sí para los lectores esta visión, el fin último es mostrar la disconformidad ante una sociedad excluyente que no soporta las personalidades que no se adapten a lo que tiene que estar establecido; son estos pobre luchadores, los que se enfrentan al orden inherente, los que no recuerdan que no todo es tan maravilloso como nos quieren hacer entender:

“Se han ido ya. Huidos, proscritos en la muerte o el exilio, perdidos, arruinados. Sobre la tierra, sol y viento regresan todavía para quemar o mecer los árboles, los pastos. Ningún avatar, ningún vástago, ningún vestigio queda de estas personas. En boca de la extraña raza que allí mora sus nombres son ahora mito, leyenda, polvo.”

“Tu estancia en el campamento no ha sido más que una alegoría, si conoces esta palabra. De manera escandalosa y ultrajante, esta alegoría revelaba (utilizando el lenguaje erudito) hasta que punto un significado puede alojarse en un sistema sin convertirse en parte de el. “

La alegoría a la que se refiere Coetzee es, precisamente,  lo que acabo de comentar, y se refiere a ese sistema del que también hacía referencia y en el que no encaja de ninguna manera.

Dos formas, una más redonda que otra, pero igualmente válidas para reflejar “Lo inhóspito” y hacer que se “nos remuevan las entrañas” y seamos cada vez más conscientes de la realidad que nos rodea.

Los textos vienen de la traducción del inglés de Luís Murillo Fort de “El guardián del vergel”  de Cormac McCarthy en Debolsillo y de Concha Manella para “Vida y época de Michael K” de John M. Coetzee en Debolsillo.

“Alceste”: A medias…

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“A medias…” son las palabras que resumen a la perfección las sensaciones que me produjo el “Alceste” que tuve la oportunidad de presenciar el pasado día cuatro de marzo.

A medias estaba el teatro al empezar la función, ni la polémica atrae a la gente; 400 a 500 butacas libres todos los días que están disponibles en la web… y no hablemos de las entradas que encima son regalos. El propio Warlikowski estaba en el patio de butacas, pequeño, de apariencia frágil, con una gorrita puesta y observando los acontecimientos, nadie le reconocía curiosamente, le tenía a dos metros y en el descanso empezó él a aplaudir.

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A medias se quedó la propuesta escénica del polaco; venía precedida, como no podía ser de otra manera, de unas declaraciones bastante  curiosas sobre su concepción del teatro por encima de la música y el libretto, viniendo a decir que quien quiera oír música que se fuera a casa. El director de escena vive de este “status quo”, es un hecho que, además, es alentado por los directores de teatros como el que hemos “sufrido” en estos últimos años en Madrid. Sorprende especialmente el que los directores de escena de ahora se quieran convertir cada vez más en creadores, intentando ponerse por encima del propio compositor, no hablemos de los cantantes o directores de orquesta. El sentido común dicta que la escena debe funcionar como unión con la música y el texto y de esta manera se debe llegar a esa simbiosis que suele traer momentos aún más excelsos por aunar tantas facetas artísticas. Para Krzystof no es así, ya que considera que la acción teatral está por encima de todo. Eso le lleva a “reescribir” con sus insertos lo que nos cuenta la ópera “per se”. Así, comienza en su visión este Alceste, con una entrevista en inglés a Alceste que se convierte en sosias de Lady Di, aunque no se diga explícitamente (ya se encargaron de recordárnoslo antes del estreno); a pesar de que el paralelismo de los dos personajes no me parece tan adecuado ni en trayectoria ni en el final a menos que nos movamos a parámetros generalistas como la cuestión de lo necesario de la monarquía y del papel de la mujer, no  solo en dicha monarquía, sino en general en la sociedad patriarcal. Desde ese punto de vista, podemos encontrar más aciertos en la escena a pesar de que, en ocasiones, haya tantos elementos arbitrarios (la famosa bailarina…) que, irremediablemente, te sacan de la escena. Lo único que me queda pensar es si lo hace adrede o hay un hilo conductor por detrás, me temo que lo segundo no es así, ya que se queda en un estado intermedio donde, al final, no concluye lo empezado. Aun así, la analogía final del Hades con una morgue es lúcida y el tercer acto resulta por lo menos más acorde con la música y el texto consiguiendo esa simbiosis de la que hablaba al empezar.

A medias, muy a mi pesar, resultó la dirección musical del flamante nuevo director del Teatro real Ivor Bolton; sobre todo porque esta era su presentación tras su elección y, además, lo hacía con una obra de un repertorio que manejaba con soltura; desgraciadamente se evidenció, sobre todo en los dos primeros actos, una dirección plana que aunque hizo el esfuerzo de mostrar dinámicas, no sacó todas las texturas necesarias para que la obra de Gluck resultara atractiva; con lo cual todo resultaba pastoso, sin fluidez y, ciertamente, un poco aburrido, sobre todo en todos los recitativos acompañados que son la base de la obra. Producto quizá de una falta de entendimiento con una orquesta que tiene que acostumbrarse a lo que le pedirá el inglés no acababa de fluir como debe hacerlo la música del alemán. Me quedo con esperanza por  el tercer acto, donde sí se pudo apreciar una mejor aclimatación, a lo mejor ayudado por el contraste de tiempos y cambios dinámicos de la música en sí misma; pero esto es a lo que me agarro hasta el año que viene donde hará “Las bodas de Fígaro”.

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A medias también la desafortunada actuación de los papeles principales; Denoke no es una voz adecuada para el papel de Alceste en estos momentos, y no lo es porque todas las notas agudas estaban tremendamente forzadas, sin frescura, calantes y desafinadas; en una obra como la de Gluck, este flujo de voz debe ser continuo, sin estridencias y Ángela no puede acometerlo ahora mismo. Peor es el caso de Paul Groves con una vergonzosa línea de canto para el papel de Adméte; no se puede cantar peor, agudos fuera de estilo y cantados sin sutileza, su voz no es lo que era, pero dio la impresión de estar peor que nunca con esos vibratos y su falta de adecuación, una elección desastrosa para el papel principal. Willard White tiró de galones para realizar una interpretación poderosa, a pesar de que su voz no está en plenitud, siempre demuestra que puede actuar y resultar convincente en sus papeles sin que se note que se resiente musicalmente.  Mejores las prestaciones de Magnus Staveland y Thomas Oliemans en los papeles de Évandre y Hercule respectivamente, sobre todo teniendo en cuenta los roles principales. Muy interesantes Radó como Heraldo y Oráculo e Issac Galán en el corto, pero bien dibujado, papel de Apollon. Sorprendentemente hasta el coro titular, habitualmente regular en sus actuaciones en los últimos meses, se mostró inseguro en los dos primeros actos, con desajustes y pequeños problemas de afinación en sus numerosas actuaciones; ya en el foso en el tercer acto, todo sonó bastante mejor , devolviéndonos la sensación más habitual.

Más gris que brillante este “Alceste” gluckiano. El público recompensó a Bolton y la mitad abucheó  la propuesta de Warlikowski, nada nuevo bajo el sol.

Las fotografías son de Javier del Real para el Teatro Real

Publicado inicialmente para la revista Ópera World aquí.

“Le ParK” de Bruce Bégout. El miedo a la confusión.

lepark_grandeUna de las primeras sorpresas agradables de este año es este “Le ParK” del filósofo y escritor francés Bruce Bégout; era difícil que un libro que tenga esa portada, ese diseño y edición y un parque de atracciones para representar una distopía no fuera a gustarme y, ciertamente, ha sido así. Estamos ante una pequeña joya.

Estructurado en pequeños capítulos, desde prácticamente la primera página el francés adopta un estilo periodístico poco habitual para este tipo de narraciones; de hecho, la mayoría de las ocasiones suele hacerse de una manera ficcional como si se tratara de una novela representándonos alegóricamente dicha distopía. La adopción de este estilo periodístico resulta más terrorífica precisamente porque esta forma de escribir nos acerca aún más a la realidad en que vivimos; la sensación es la de estar leyendo una crónica que tratara sobre algo que es real, que está sucediendo de verdad:

“Le ParK es un parque, si bien un parque distinto a los demás. Hay muchas clases de parques: para plantas, para animales, para hombres, parques de empresa, destinados a vehículos e incluso a aparatos averiados, parques de ocio, de encarcelamiento, de estacionamiento, de espacios protegidos. Le ParK es eso y más. La K mayúscula subraya su singularidad absoluta. En cierto modo, este lugar expresa la esencia universal de todos los parques reales y posibles. Es el parque de todos los parques, la síntesis definitiva que revela al resto como obsoletos; el concepto universal, el invariante formal. Todo aquello que pueda caracterizar a un parque se encuentra reunido en Le ParK, bajo una forma inédita y un  tanto fantástica. Abominable, dirán algunos.”

La letra K en mayúscula subraya la unicidad del sitio, incluso a través del nombre, un sitio en el que lo lúdico que se puede mezclar con lo no tan lúdico de una manera explosiva:

“Le ParK guarda más similitudes con un sistema de gobierno cosmopolita en la era web 3.0 que con el antiguo esquema de panem et circenses. Y no es que –hagamos hincapié en ello- el goce y la distracción se hallen del todo ausentes en este emplazamiento singular, a contracorriente de lo habitual en esta materia, pero sí se encuentran combinados con otros elementos menos lúdicos que le confieren un giro especialmente asombroso, incluso explosivo. Nace una nueva geografía del sueño, con sus imágenes ambiguas, sus ambientes flotantes, sus condensaciones salvajes.”

Lo que más asusta, como dije anteriormente, es precisamente esta apariencia de realidad que se representa aún más por la sensación de confusión que nos transmite; esta confusión está emparentada con la visión que tenemos actualmente de una realidad que no acepta verdades absolutas; vivimos en tantos grises que no nos sentimos seguros, y esa es la baza más original del parque:

“El espacio psicopatológico de Le ParK se ocupa en cada una de las encrucijadas del terrorismo mundial y del urbanismo inmunitario. Como vemos, su originalidad tiene que ver con la confusión, en un solo y mismo lugar, de diferentes clases de enclave humano; con el juego sutil de los mestizajes salvajes, de los collages surrealistas,  de los acoplamientos monstruosos, de las relaciones inéditas, unas veces geniales y otras descabelladas, siempre provocadoras.”

La singularidad del parque se convierte entonces su mayor característica para la elección de los visitantes, vivir en él, sufrir sus confusiones, se vuelve su mayor baza, lo convierte en elitista; el siguiente nivel de terror al que podemos llegar, no solo lo pasaremos mal en la realidad que vivimos sino que nos pelearemos por estar entre los elegidos para dicha realidad:

“Le ParK no aspira rivalizar con Las Vegas, Macao o Dubái, esas vulgares trampas para turistas que deslucen su oferta al ampliar la admisión de su clientela. Lejos del circo popular, se postula como un producto de élite, una obra de vanguardia, severa y difícil, que no pueden apreciar sino los iniciados escogidos tras una cuidadosa criba. Lo que nos ocupa es una nueva clase de parque, más especializado, más riguroso, más selectivo.”

A la descripción inigualable que hace de Le ParK, Bégout añade, en su parte final, la experiencia de aquellos visitantes que han gozado del parque, a los dos niveles de terror mencionados añade un tercero, más allá, la aniquilación de la esperanza como posible elemento dulcificador de la realidad vivida:

“Se acuerda entonces, valiéndose de una reminiscencia escolar, de que la esperanza es el último de los males –el más temible y devastador- que sale de la caja de Pandora, contrariada por haberse dejado atrapar. Ere es el recuerdo particular de Le ParK que se llevará consigo y que no lograrán tapar, por su capacidad inimaginable de atraer el polvo, las mesas o chimeneas en el salón de sus ambiciones derrotadas.”

Por si fuera poco, para acabar, nos demuestra la vigencia de “Le ParK” y cómo nos conformaremos con esta situación por muy horrorosa y grotesca que nos parezca:

“Podemos apostar a que, a medida que el mundo occidental se vuelva más sano, hermoso, bueno, rico y viejo, menos soportable será para una franja importante de su población esta felicidad ineluctable de la que se empeñará en escapar cueste lo que cueste. Entonces la crueldad constituirá un nuevo mercado a explotar, una evasión lucrativa. No obstante, Le ParK no es un mero espejo del futuro, se asemeja más bien a una galería viviente de pinturas bárbaras alrededor de las cuales gravita, sin cuestionarse demasiado, un público ávido de emociones alacres y morosas.”

Quizá lo más doloroso es que no estamos hablando del futuro sino que Le ParK ya está imbuido en nuestras vidas. Excelente libro, sin lugar a dudas, en tema, edición, estilazo… no puedo ponerle ningún pero. Hay que leerla.

Los textos vienen de la traducción del francés de Rubén Martín Giráldez  de “Le Park” de Bruce Bégout en la editorial Siberia

“I wear the black hat. Grappling with villains” de Chuck Klosterman. Necesitamos a Hitler.

blackhat-klostermanEste es un libro que, muy probablemente, no veremos traducido a nuestro querido castellano. El artífice es el grandísimo Chuck Klosterman, escritor norteamericano y crítico musical que se caracteriza especialmente por intentar dilucidar los mecanismos que rigen ese tan difuso mundo en el que vivimos, particularmente el de la sociedad norteamericana. Quizá por este motivo, la utilización de múltiples referencias autóctonas disminuye el interés de potenciales compradores en un país como el nuestro.

Una verdadera pena porque muchas de sus agudas conclusiones se pueden aplicar independientemente del país en el que te encuentres; su juicio ayuda a discernir cómo se comporta la sociedad ante ciertos eventos. Este es el caso de “I wear the black hat. Grappling with Villains”, el libro que publicó en el 2013 y que tiene la original premisa de ponerse en la piel de los que son considerados “villanos” e investigar cuáles son las causas que llevan a las personas a considerarlos de esta manera.

Ya en el prefacio las intenciones están claras, partiendo del hecho de mostrarnos lo que no va a ser: construcción mediante negación; además, nos introduce a la idea de que lo que va a contar puede no gustarnos:

 “Here’s what this book will not be: It will not be a 200-page comparison of the Beatles to the Rolling Stones, even though I was tempted to do so in seventeen different paragraphs. It will not analyze pro wrestling or women on reality TV shows who are not there to make friends. And most notably, it will not be a repetitive argument that insists every bad person is not-so-bad and every good person is not-so-good. Rational people already understand that this is how the world is. But if you are not-so-rational –if there are certain characters you simply refuse to think about in a manner that isn’t 100 percent negative or 100 percent positive- parts of this book will (mildly) offend you. It will make you angry, and you will find yourself trying to intellectually discount arguments that you might naturally make about other people. This is what happens whenever the things we feel and the things we know refuse to align in the way we’re conditioned to pretend.”

(Pequeño apunte para no angloparlantes: la cantidad de textos y densidad, unido a la falta de tiempo imposibilita mi traducción palabra a palabra. Solo pasaré por encima reflejando el sentido general)

Su premisa de partida es tan simple como efectiva a la hora de definir lo que considerará un villano:

“The villain is the person who knows the most but cares the least.”

Con esta base es capaz de originar cada uno de los capítulos centrándose en aspectos de la villanía (normalmente centrándolos en personas concretas) y emparentándolos con sucesos de la vida cotidiana o de la sociedad; de esta manera es capa de reflexionar sobre la crítica, sobre lo que debe ser un crítico para ser considerado por el resto, ni puedes odiar todo ni puedes amarlo todo, el término medio aristotélico parece ser la solución y, sobre todo no perder esa cualidad de “ser emocionalmente frágil”:

“My personality had calcified and emancipated itself from taste. I still cared about music, but now enough to feel emotionally distraught over its non-musical expansion into celebrity and society. And this was a real problem. Being emotionally fragile is an important part of being a successful critic, it’s an integral element to being engaged with mainstream art, assuming you aspire to write about in public. If you hate everything, you’re a banal asshole… but if you don’t hate anything, you’re boring. You’re useless. And you end up writing about why you can no longer generate fake feelings that other people digest as real.”

En el marco televisivo indaga sobre los traficantes de drogas (drug-dealers) y cómo, aunque a priori deberían ser malvados, son pintados con frecuencia como “complicados, inteligentes y generalmente comprensivos” dándole una vuelta al sentido peyorativo que lleva asociado su nombre y la inevitable asociación a las drogas:

“When consuming TV in 2013, how do you know the program you’re watching is supposed to be art? The most important indicator is the network airing it –if it’s on HBO, AMC, or FX, the program is prejudged as sophisticated (and must therefore adhere to a higher standard). But a less obvious clue involves the depiction of any characters who sell drugs. If the drug dealers are depicted positively, the show is automatically seen as “realistic” and directed toward a discriminating adult audience. Drug dealers on high end TV shows are never straight-up bad gays; they are complicated, highly intelligent, and generally sympathetic.”

Sin embargo, su mayor genialidad viene en el capítulo “Easier than typing”  que comienza con la siguiente hipótesis:

“Let’s pretend Batman is real.

I’m aware that this opening is enough to stop a certain kind of person from reading any further. It could be the opening line from an episode of Community that references a previous episode of Community. But that’s life. That’s how it goes.

Let’s pretend  Batman is real. Let’s assume Gotham City is the real New York, and someone is suddenly skulking the streets at night, inexplicably dressed like a winged mammal. (For the sake of argument, we’re also assuming this is happening in a universe where the pre-existing BatmanTM character has never been invented by DC Comics, so no one is presuming that this is a person impersonating Batman –this is an original Batman, within a world where he’s never been previously imagined.”

En efecto, imaginemos la existencia real de Batman, el justiciero nocturno, pensemos que está actuando en nueva York, teniendo en cuenta que no ha existido el protagonista de cómic; en sucesivos y desternillantes párrafos nos damos cuenta de lo difícil que sería admitirlo en la realidad; lo bueno es que Chuck lo utiliza para llevarnos al caso real de Bernhard Goetz personaje bien conocido en Estados Unidos por haber matado a cuatro jóvenes de color porque creía que iban a robarle. El paralelismo entre las dos figuras es más que evidente; sin embargo, en la realidad Batman se considera un héroe y Goetz es un villano. Klosterman llega a la siguiente conclusión:

“Because he is unreal, Batman controls de Batman Message. He lives in a finite unreality. Goetz faced (and partially created) the opposite circumstance. Every forthcoming detail about his life –even the positive ones- made his actions on the subway seem too personal. And people hate that. What people appreciate are scenarios in which someone’s individual experience becomes universal. When that transference goes the other way –when something wholly universal (like the fear of crime) comes across as highly personalized (as it did for Goetz)- the ultimate takeaway is revulsion.”

Lo que convierte a Goetz en algo revulsivo, y que la gente le odie en última instancia, es la particularización de su crimen, todo lo que sea universal  (el miedo al crimen) es tolerado, sin embargo cuantos más detalles conocemos que le llevaron a ese acto, más particularizado se vuelve, más reprobable, ya que la involucración es personal y no tan moral.

No se acaban las genialidades con este fabuloso capítulo; en la exploración de las figuras de Assange y Kim Dotcom (creador de megaupload) tenemos otra de esas reflexiones inigualables:

“This is why Assange can make an argument that openly advocates actions that (in his words? “might be inmoral”. Those actions are going to happen anyway, so he doesn’t have to pretend that they contradict the way we’ve always viewed morality. He doesn’t have to convince us he’s right, because our thoughts don’t matter. His vies of everything is like Perez Hilton’s viez of gossip or Kim Dotcom’s view of entertainment: He believes everything longs to be free. And he will make that happen, because he knows how to do it and we don’t know how to stop him. He’s already beaten everybody. It was never close.”

Estos “villanos” no solo no consideran que tengan que justificar sus obras, o más bien, convencernos de que lo que hacen es correcto;  sino que Dotcom cree también que “todo tiene que ser gratis y hará que suceda porque sabe cómo hacerlo y también sabe que no podemos pararle.” Exacto, la premisa inicial de Klosterman aparece de nuevo: “The villain is the person who knows the most but cares the least.” (El villano es el que más sabe de todos y el que menos se preocupa de ello.)

Los análisis de Abdul Jabar o Chevy Chase como figuras “odiables” son bastante encomiables también, especialmente en el caso del humorista, famoso por sus irrefrenables polémicas con todos los compañeros/directores/actores con los que interactúa:

“The fear with Chevy Chase is that every role is just another manifestation of “the Real Chevy” –that all these identical characters reflect  the person he truly is, and that all his alleged arrogance is the product of believing he’s the only person smart enough to recognize how everything is a clumsy joke, including love and death and unedited emotion. That’s what he means when he says, “I’m Chevy Chase and you’re not”. It’s not something he’s happy about.

I see all of Chevy’s worst qualities in myself. But none of his good ones.”

Todos tenemos el miedo de que en realidad cada rol que ha efectuado Chevy Chase no es una actuación, sino que solamente reflejan la verdadera idiosincrasia del detestable personaje y encima es totalmente consciente de ello.

En este ensayo el escritor norteamericano no baja el pistón sin que deja para el final al “villano”  paradigmático, al reconocible por todos, al que todos necesitamos en nuestras vidas; lo habéis adivinado (bueno, también venía en el título de post), necesitamos a Hitler:

“Hitler is the human catch-all for all other terrible humans. Other genocides can be viewed as sinister in concept and heartbreaking in practice, but without any pressure to understand and personify the men who made them happen. Mao and Stalin (and Hirohito and Amin and Leopold and Robespierre) are dead, both literally and figuratively. They are historic caricatures. They can disappear. But we need to keep Hitler alive. Hitler needs to be a person we hate on a one-to-one basis. He’s the worst. That’s his job.”

La necesidad de mantener a Hitler vivo por nuestra propia salud es una de las mayores paradojas de la sociedad contemporánea; y es así porque Hitler tiene que ser objeto de odio.  Chuck ahonda en la personalidad del dictador y nos trae a colación la famosa escena de “El hundimiento” , curiosamente una de las pocas películas que intentaba sacar alguna de sus facetas más humanas, dulcificarlo de alguna manera; si recordáis ese momento ha sido parodiado hasta el infinito siendo utilizado para crear escenas cómicas de todo tipo según el motivo buscado: el discurso de Ana Botella en el COI  o el final de la serie Perdidos .

Esta parodia continuada en el tiempo consigue su principal objetivo, que la posible manifestación humana del dictador sea considerada en sí una mentira, o no relevante para la mayoría de la población.

Necesitamos a Hitler, porque necesitamos elementos seguros, la estabilidad que causa el tener un personaje al que puedas odiar de verdad, sin tonos de gris, nos trae estabilidad a nosotros y nos mantiene en armonía indudablemente. Esa es la función de Hitler y lo seguirá siendo por nuestro bien.

“Clavos en el corazón” de Danielle Thiéry. Ahogado por los procedimientos policiales.

clavos-en-el-corazon-es_medGran expectación había ante la publicación de la novela policíaca de Danielle Thiéry “Clavos en el corazón”; venía con la vitola del triunfo que le daba haber ganado el premio Quai des Orfèvres del 2013, corroborado además por el considerable éxito de ventas en Francia. Su autora, primera mujer commissaire divisionnaire, hacía presumir un dominio claro de los procedimientos policiales.

Más que el premio y las ventas, me interesaba a priori la trama, la posibilidad de que a la investigación principal se le uniera una pasada y que tuviera que ver con el pasado de uno de los protagonistas tenía un gran potencial; la cosa empezó bien, el investigador principal, el comandante Maxime Revel es el típico perdedor que genera empatía inmediatamente. Sobre todo porque encadena sus problemas a los que le suceden a la sociedad en general:

“-¡Dejo de fumar si vuelves a comer! -concluyó Maxime sin convicción. Si fuera tan sencillo decidir sobre las adicciones, el mundo no sería lo que es, sin fumadores, sin bebedores, sin drogadictos, sin bulímicas, sin nada que lo perturbara. Léa se tragó su “píldora del olvido” sin decir una palabra y subió a su habitación.”

Tal es su incapacidad que, casi sin enterarse, por sus problemas de comunicación, perderá el contacto con su hija:

“La habitación de la chica estaba ordenada y las sábanas de la cama estiradas al máximo. El ordenador estaba apagado y no había ningún mensaje a la vista. Léa se había ido sin decir una palabra. Pensó con horror que su hija llevaba al menos dos días fuera de casa sin que su padre se preocupará por su ausencia. Se dejó caer sobre la cama de su hija, con la cara escondida entre las manos, y empezó a sollozar.”

Caerá enteramente en los abismos cuando no pueda soportar la presión y, debido a sus malos hábitos, la enfermedad haga que casi muera:

“Ese día de Navidad fue raro para todo el mundo. Recogieron a Revel justo al borde del abismo en el que se había dejado caer, cansado de luchar. Su corazón había aguantado, por eso estaba vivo.”

La investigación que, hasta el momento parecía llevada por un típico detective, ganará en coralidad cuando sus subordinados, Sonia Bretón y Renaud Lazare, la retomen donde la deja Revel; es entonces cuando cada vez ganan más importancia los procedimientos policiales y la forma de reflejarlos.

No falta un elemento que suele hacer que este tipo de investigaciones ganen en interés, la presencia de un autista, Nathan Lepic, cuyos recuerdos de los días de los hechos serán imprescindibles para la resolución del caso.

 “Desde su ventana Nathan Lepic observaba el despliegue de fuerzas que se instalaba en torno al café que seguía llamando La Fanfare, porque era una referencia demasiado fuerte de su primera infancia, en un océano de recuerdos innombrables e incoherentes. Particularmente los que tenían que ver con su abuela Alise. En sus sueños, e incluso en estado de vigilia, llegaba a sentir su presencia con una absoluta precisión. Como si su memoria sensorial sufriera picos de intensidad.”

El caso se resuelve de manera correcta pero tiene ciertos problemas,  sobre todo a la entrada de los subordinados de Maxime Revel: no resultan tan carismáticos como aquel y la resolución se presenta de una manera rutinaria, con un simple informe policial utilizado por partida doble. Una pena, porque la resolución es interesante pero hay una falta de brillantez que desluce el resultado final. Su mayor virtud, ese posible conocimiento real de “lo policial” y los procedimientos tratados, se convierte en su principal problema, vuelve “mate” una historia que prometía pero que se queda como una más del montón. Una lástima, podría haber resultado mucho mejor.

Los textos provienen de la traducción del francés de Julia Alquézar para “Los clavos del corazón” de Danielle Thiéry en La esfera de los libros.

“El avión rojo de combate” de Manfred von Richthofen. Una visión distinta de la Gran Guerra.

El avión rojo de combate_ ALTAEn este año en el que nos encontramos, conmemoración del comienzo de la primera Guerra Mundial o “Gran Guerra”, estamos viviendo, en lo literario, una total “Granguerraexploitation”; es tal la cantidad de libros sobre el tema o que tratan aspectos de ella que las librerías se están inundando de voluminosos ensayos (en su mayoría) y, a veces, de otra obras más periféricas que ofrecen otras visiones.

Tal es el caso de la pequeña editorial granadina “Macadán libros” que ha elegido diferenciarse mediante una forma muy original: la publicación de libros relacionados con la mecánica en todos sus ámbitos;  ejemplo de ello es este curiosísimo “El avión rojo de combate” que tiene como autor y protagonista autobiográfico a Manfred von Richthofen, más conocido como el sanguinario Barón RojoRichthofen, no olvidemos, fue una figura destacada de la Gran Guerra como bien indican en la nota del editor al comienzo:

“Richthofen, un joven e inexperto capitán de caballería de veintitrés años, estaba llamado a convertirse en el as de la aviación de la Gran Guerra y en un mito popular moderno. En su figura se concentran los elementos clave que forjarían una leyenda: juventud, audacia, sentido del humor y una ruptura total con el pasado representada por su avión rojo de combate.”

El apasionante relato autobiográfico contiene elementos propios del Bildungsroman, del relato de formación, cruzándose con el relato histórico; la adictiva historia de aventuras áreas y, cómo no, un relato pormenorizado de todas las mecánicas que tuvieron los aviones de dicha época (la especialidad de la editorial).

La personalidad del Barón Rojo queda muy bien definida desde el principio, y va muy unida a la mentalidad germana; el orgullo nacionalista:

“Finalmente me dieron las charreteras. Creo que la satisfacción más grande de mi vida la experimenté la primera vez que me llamaron “mi teniente.”

Aunque al principio reconozca alguna incapacidad, de una manera más bien humorística:

“Cada vez que veía un aeroplano me confundía. No podía distinguir los aviones alemanes de los enemigos, no tenía ni idea de que los alemanes llevaran cruces pintadas y los del enemigo círculos. Así que abríamos fuego contra todos por igual. Los viejos aviadores aún relatan la penosa situación de verse tiroteados a un mismo tiempo por amigos y enemigos.”

Avion-rojo-2

En no poco tiempo (tuvo una vida muy corta, aunque intensa) estará peleando con los grandes ases diarios; y demostrará su capacidad y su bien conocida implacabilidad, es imposible no rendirse ante sus relatos de las peripecias en las alturas:

“A cien metros de altitud, mi adversario intentó volar en zigzag para dificultarme el blanco. Entonces se presentó mi oportunidad. Lo fui acosando hasta los cincuenta metros, disparándole sin cesar. El inglés iba a caer sin remedio. Para lograrlo casi tuve que gastar un cargador entero.

Mi enemigo se estrelló al borde de nuestras líneas con un tiro en la cabeza. Su ametralladora se clavó en la tierra y hoy decora la entrada de mi casa.”

No deja de ser curioso lo bien que entendía su oficio, el volar en cazas aéreos para derribar a sus enemigos y cómo los catalogaba en base a la forma de volar; tenía un don innato:

“Naturalmente, depende del enemigo al que uno se enfrenta, si a los burlones franceses o con los gallardos ingleses. Yo prefiero a los ingleses. El francés escurre el bulto, el inglés raramente; a veces su audacia solo puede describirse como estupidez, aunque probablemente ellos lo llamen bravura.

Pero así debe ser el piloto de caza. El factor decisivo no reside en las acrobacias, sino en tener decisión y agallas.”

Afortunadamente no todo es batallar… no falta el buen humor, como esa vez en que los ingleses intentan bombardear su aeródromo:

“Eran bonitos los fuegos artificiales que el tío aquel nos regalaba, pero solo un gallina podría asustarse con aquello. En mi opinión, lanzar bombas durante la noche solo tiene efecto en la moral de la tropa, y para uno que se caga de miedo, somos muchos los que nos quedamos tan tranquilos.

Nos lo pasamos muy bien con aquella visita y opinamos que los ingleses deberían repetirla más a menudo.”

En el epílogo que, sabiamente, nos ofrece la editorial tenemos el mejor colofón a esta gran historia:

 “El 21 de abril de 1918, un agotado Richthofen con ochenta victorias a sus espaldas perseguía a un adversario inexperto sobre las líneas enemigas. El as alemán comenzó a volar a muy baja altura, situándose peligrosamente al alcance de la artillería de tierra.

En dos semanas hubiera cumplido veintiséis años.

Sus adversarios lo iban a enterrar con todos los honores.

Una bala le atravesó el corazón y lo hizo inmortal.”

En efecto, caminamos de la mano de una leyenda, de un mito. Una visión bastante distinta y muy alejada de los sesudos análisis habituales que tienen como foco la primera guerra mundial. Una historia de aventuras que se adentra en los caminos de la inmortalidad.

Los textos vienen de la traducción de Macadán libros  de “El Avión rojo de combate” de Manfred von Richthofen.