“Mal dadas” de James Ross

Mal dadasSegún va acabando el año, uno no espera encontrarse ya obras de nivel muy alto; sin embargo, este año, en su mes de diciembre, hemos vivido uno de esos momentos increíbles en los que las editoriales lo han dado todo; solo tenéis que ver mis últimas reseñas para comprobar el nivel, bastante alto, de lo último publicado, y eso que me falta todavía bastante por leer.

Uno de estos libros de calidad alta es, sin dudarlo, el “Mal dadas” del norteamericano James Ross (1911-1990) que nos acaba de traer Sajalín. El caso de este escritor me ha recordado poderosamente al de William Lindsay Gresham del que esta misma editorial sacó “El callejón de las almas perdidas”; otro de esos autores sin suerte en vida y que han sido olvidados a pesar de la indudable calidad de sus obras. Ross, a pesar del éxito de crítica de esta obra no pudo publicar ninguna más, no encontró editorial que apostara por él.

Escrita en 1940, “Mal dadas” está ambientada en los tiempos posteriores a la Gran Depresión; una época en la que acompañaremos a Jack McDonald, prototipo de “perdedor” clásico, que no tiene un sitio donde caerse muerto y que se agarrará a lo que pueda para intentar avanzar, o más bien sobrevivir:

“-¿Mis bienes inmobiliarios? A ver hombre, el banco agrario tiene hipotecada la granja por más de lo que vale. Por los muebles de la casa no me darían más de veinte dólares, y eso con suerte; dudo que se puedan sacar ni siquiera diez. Debo cuarenta de impuestos. Todo eso va por delante de tu factura. Tengo algunos aperos de labranza: unos quince dólares. Y una mula que no vale nada. También hay algunas gallinas, pero si han puesto un solo huevo en los últimos meses debe de haber un perro que ha ido por mi casa y se lo ha zampado.”

Él no es el único perdedor, estamos hablando de una época en donde se sentía más lejano que nunca la posibilidad del sueño americano, esa posibilidad de hacerse a uno mismo y prosperar era muy difícil en una sociedad donde faltaban los recursos y la hipocresía se convertía en una defensa ante esta indefensión:

“Hay una diferencia entre la gente como dios manda y la gente como dios manda de verdad. Los segundos son los que más esfuerzos hacen para que nadie se entere de nada cuando se emborrachan. De esos en Corinth apenas había un puñado. “

Corinth, el pueblo en el que está ambientado, se convierte en el epítome de cualquier ciudad norteamericana de la época;  sus habitantes, esos emprendedores que, ante la falta de herramientas legales no dudarán en hacer lo que haga falta para crecer, para superar los pagos a plazos que les endeudan hasta casi no poder respirar:

“-No me haría ninguna gracia tener que quemarte los ojos para obligarte a decirme la verdad -dijo. “ 

En esta frase de Smut Milligan a Bret Ford, tras una presentación impecable de Ross de la época con todas sus estrecheces, empezamos a vislumbrar los elementos que la acaban convirtiendo en una novela negra brutal en la que los dos protagonistas Smut y Jack juegan, en su complicidad, un juego de ajedrez cargado de tensión que no puede acabar satisfactoriamente para ambos; esa ambición mutua, ese egoísmo, les llevará a hacer lo que sea, a llegar hasta las últimas consecuencias “por un puñado de dólares”.

Este juego te deja sin aliento y nos lleva a un final de infarto que no estará claro hasta las últimas páginas; los perdedores parece que no puedan salir de ese estado de permanente miseria:

“Entonces entré en la que había sido mi cabaña, cogí la bolsa atada con un pedazo de cordón de ventana, salí y cerré la puerta. Ya se hacía de noche. El viento del este era húmedo y cortante. Me subí el cuello de la cazadora y me calé el sombrero hasta las orejas. Se había puesto a lloviznar cuando crucé el patio para llegar a la carretera. “

El fantástico epílogo de George V. Higgins resume a la perfección el sentido final de una obra sorprendentemente adelantada a su tiempo, una novela negra de quilates, una obra para leer indefectiblemente:

“Escribió con una sutil indiferencia hacia las modas, con valentía, y sus editores, con el mismo coraje, publicaron lo que les entregó. Pero nadie se enteró. Eso debió de ser lo más difícil de soportar: nadie se enteró. Hizo avanzar el oficio de la narrativa todo lo que podía avanzar en el momento en que escribió, pero nadie presto atención. O muy poca gente. La vida es dura, muy dura. Aún más cuando no hay suerte.

Y eso, por descontado, era lo que quería contarnos el autor.”

Qué duro es ser ignorado. Qué dura es la vida.

Los textos provienen de la traducción del inglés de Carlos Mayor para la obra “Mal dadas” de James Ross en esta edición de Sajalín Editores.

“El renacimiento del siglo XII” de Charles Homer Haskins

el-renacimiento-del-siglo-xii-9788493829582La de veces que he dicho que no me gusta la novela histórica,  disfruto mucho más de la ficción,  es un hecho; sin embargo, ¿cómo es posible que me atraiga a priori un ensayo histórico como es el caso que me ocupa en esta ocasión?; es buen momento para discutir sobre ello, la recomendación ha venido a través de mi librero (como de costumbre) y, cómo no, una de esas editoriales que miman sus ediciones y que demuestran un buen gusto innato.

Llevaba tiempo la editorial Ático de los libros “amenazando” con empezar una colección de novela histórica que se presentaba, a primera vista, más que interesante. Por fin en este año vemos que ha fructificado y han salido dos títulos: el primero, será un regalo de Reyes y hablaré de él más adelante. El segundo título es este “El renacimiento del siglo XII” del historiador estadounidense Charles Homer Haskins (1870-1937) en el que voy a centrarme a continuación y que supone, sin dudarlo, una joya a descubrir.

En el prólogo a esta edición española realizado por la traductora/editora Claudia Casanova se cumple con creces el objetivo de despertar (aún más) el interés de una obra que vas a leer, gracias su  propia experiencia personal que relata con verdadera pasión:

“La lectura de El renacimiento del siglo XII, como el lector avezado ya adivina, fue un punto de inflexión para mí: uno de esos instantes en los que se descubre o mejor dicho, se confirma, una pasión. ¿Por qué la Edad Media? Lo sé y no lo sé. Sic et non, como diría Abelardo. En todo caso la lectura del volumen que el lector tiene en sus manos me permitió empujar las puertas de esa antesala y sumergirme de lleno en una época llena de contrastes y pasiones.

De la mano de la prosa limpia y erudita del profesor Haskins, conocí la labor que durante los años, estos sí oscuros, que transcurren entre la caída del imperio romano y las dinastías de los reyes francos, desarrollaron los monasterios y sus abades, copiando manuscritos incansablemente para consérvalos, conscientes de que allí residía la sabiduría clásica.”

A partir de ahí, ella misma resume a la perfección el valor de la obra de Haskins, conseguir dar luz a un período ciertamente oscuro y darle valor al Renacimiento medieval incluso por encima del Renacimiento que todos conocemos:

“Sí debemos reconocer que el gran Renacimiento no fue tan único ni tan decisivo como se ha supuesto hasta ahora. El contraste cultural no fue tan agudo como creyeron los humanistas ni sus seguidores modernos y durante la Edad Media se produjeron resurgimientos intelectuales cuya influencia dejó huella en los años posteriores y que poseían el mismo espíritu que el movimiento, más conocido y popular, que tuvo lugar en el siglo XV. Así pues, este volumen se centrará en uno de esos resurgimientos, el Renacimiento del siglo XII, también conocido como Renacimiento Medieval.”

A partir de ahí, el norteamericano divide cada uno de los capítulos en diferentes epígrafes, que ayudan a comprender la verdadera importancia de este renacimiento y por qué cree él que de verdad se trata de un renacimiento y de su valor en todos los ámbitos; es imposible no rendirse ante su prosa erudita y ante los hechos que despliega a caballo entre nuestra curiosidad y desconocimiento; en el capítulo segundo, hablando sobre los centros intelectuales de la época, por ejemplo, refiriéndose a la corte:

“En cuanto a la corte, feudal o real, como centro intelectual, también hay diferencias. Alrededor de 1155, un poeta de Samarcanda llamado Nizami declaró que una corte debía poseer cuatro clases de hombres sabios: secretarios de estado, poetas, astrólogos y médicos, pues “los asuntos reales no pueden llevarse a buen puerto sin secretarios competentes; sus triunfos y victorias no serán inmortalizados si no cuenta con poetas; sus empresas no tendrán éxito, a menos que se inicien en la estación adecuada, designada por astrólogos juiciosos; y la salud, la base de toda felicidad y actividad, solamente se puede procurar mediante los servicios de un médico capaz y de confianza.”

Es imposible no sentirse maravillado ante lo que nos cuenta y la forma en la que lo hace, con una prosa clara y detallista que no olvida la reflexión intrahistórica más allá de la época, como cuando habla sobre el resurgimiento de los clásicos latinos en el capítulo cuarto:

“Desde la caída del Imperio romano hasta bien entrados los tiempos modernos, los clásicos latinos han sido el mejor barómetro de la cultura de cada período de la Europa occidental. Nunca se ha perdido su estudio por completo, pero la intensidad y el tiempo dedicados al mismo suben y bajan en estrecha relación con el nivel general de educación y la actividad intelectual.”

Lo cual le lleva inevitablemente en su siguiente apartado sobre la lengua latina:

“El latín sigue siendo el medio natural de expresión de la mayoría de los poetas; la poesía latina gusta a un público más grande, y refleja todos los aspectos de la vida contemporánea. No solamente es una imitación lograda y extendida de los modelos clásicos, sino que también surgen poemas de nuevo tipo, con una gran riqueza de formas métricas nuevas, especialmente presentes en la lírica libre de los goliardos y el nuevo drama litúrgico, ambos más deudores de la tradición clásica.”

El completo texto no olvida ningún detalle, ni siquiera los detalles relativos a la jurisprudencia y el nacimiento, aunque parezca mentira, en esa época de los grandes “administradores” de dicha burocracia:

“Con el crecimiento de la burocracia, hasta la Iglesia empezó a depender más de sus abogados y juristas y, en consecuencia,  fue un proceso natural que los reyes también contaran con juristas laicos o legistas. Para bien o para mal, el experto en leyes pasó a convertirse en un elemento activo del gobierno mundial: los abogados habían llegado para quedarse.”

Y en adelante tampoco falta un ensayo profundo sobre historiografía o sobre el resurgir de la ciencia; resaltando por primera vez, la necesidad de discutir sobre los clásicos, de no dar nada por sentado e incluso olvidar esa percepción establecida que consideraba que, lo clásico, por ser clásico, es inmutable:

“No hubo una comprobación sistemática de lo que decían los clásicos, ni verificación ni pruebas empíricas que lo sostuvieran. Pedir esto, claro está, es mucho pedir de cualquier era, demasiado; anti-históricamente excesivo, para el siglo que nos ocupa. Pedir algo así no equivale, sin embargo, a violar el espíritu histórico, pues ya el siglo XIII se atreve a sugerir que las afirmaciones de Aristóteles quizá pudieran estar equivocadas.”  

En resumidas cuentas, estamos ante una obra capital para entender una época difícil sobre la que no hay tanto escrito y que, sin embargo, estoy convencido de que fue muy importante por los motivos que indica Haskins.

Se me antoja necesario leer esta obra, una de las mejores del año y de la que me consta que Ático  de los libros va a seguir apostando por ella. Una total delicatessen para los paladares más selectos.

“La libertad es un término relativo: si los hombres no se consideran prisioneros, a todos los efectos son libres”

Los textos provienen de la traducción del inglés de Claudia Casanova en esta excelente y cuidada edición de “El renacimiento del siglo XII” de Charles Homer Haskins en Ático de los libros.

“Bleeding Edge” de Thomas Pynchon

2013-09-24 12.23.50Cada vez que Thomas Pynchon saca un libro, estamos hablando de un acontecimiento, sobre todo por la calidad general de su obra y porque, además, se suma a la naturaleza ya de por sí oculta del personaje, no muy dado a manifestaciones públicas. En tales circunstancias y, habida cuenta de que hasta que llegue la traducción puede pasar un tiempo bastante grande; me armé de valor y leí al gran literato en su lengua de origen. No podía esperar más. La conclusión: estamos ante una obra magnífica, una de las novelas del año, y una confirmación de que Pynchon es, posiblemente, el mejor escritor vivo.

“Bleeding Edge”, desde su título, nos da una de las primeras grandes pistas sobre lo que nos quiere contar en esta ocasión, cogiendo la definición de la Wikipedia encontramos lo siguiente:

“Bleeding edge technology is a category of technologies incorporating those so new that they could have a high risk of being unreliable and lead adopters to incur greater expense in order to make use of them. The term bleeding edge was formed as an allusion to the similar terms “leading edge” and “cutting edge”. It tends to imply even greater advancement, albeit at an increased risk of “metaphorically cutting until bleeding” because of the unreliability of the software or other technology. The first documented example of this term being used dates to early 1983, when an unnamed banking executive was quoted to have used it in reference to Storage Technology Corporation.

By its nature, a proportion of bleeding edge technology will make it into the mainstream. For example, electronic mail (email) was once considered to be bleeding edge”

En ese contexto, el tecnológico, nos estamos refiriendo a aquellos avances que por su novedad tienen el riesgo de ser poco fiables o que generen un gran coste para los que los usen. Grandes avances son percibidos de esta manera. Lo más curioso es que el correo electrónico, lógicamente, fue considerada una “bleeding edge technology.”

Esto va unido a la siguiente gran pista, internet; en la mayoría de sus anteriores novelas Pynchon utilizaba versiones primigenias del gran fenómeno virtual; aunque no se nombraba específicamente, era perfectamente reconocible mediante la sutiliza de los detalles empleados. En esta, su última novela, internet es un protagonista más. De hecho, internet y sus avances, serían la “bleeding edge technology” que comenté al principio.

Para terminar de redondear las grandes bases de la novela, tenemos la propia ubicación temporal en la que nos establece el autor norteamericano; ubicada entre el fracaso de las empresas de internet dotcom (puntocom) y el 11-S, Pynchon no esconde que va a ofrecernos su particular reescritura de ese período temporal, con todo lo que conlleva, entre otras cosas, el tratamiento del famoso atentado a las torres gemelas. Reescritura es uno de los sellos de identidad del postmodernismo y que aquí el norteamericano lo lleva a la parte más arriesgada: la que conocemos de primera mano por haberla vivido tan recientemente.

A esta base podríamos sumar la siguiente bola extra que dejo aquí hasta el final, el resumen de la trama de “La subasta del lote 49”, con la que guarda más de un parentesco:

“When Oedipa Maas is named the executor of her late lover’s will, she discovers that this estate is mysteriously connected with and underground organization” (La protagonista Edipa Maas se convierte en la ejecutora del testamento de su amante del que descubre que su alma está conectada con una organización clandestina y conspiranoica)

En “Bleeding edge” volvemos a tener una protagonista femenina, como en “La subasta…” Maxine Tarnow  que se encarga de investigar la empresa de seguridad liderada por Gabriel Ice por posibles fraudes económicos. Tarnow es el alter ego de de Pynchon que servirá de presagio para todos los acontecimientos que se van sucediendo. A partir de ahí los sellos de identidad del escritor se van destacando, sobre todo al realizar el símil de la paranoia con el ajo en una cocina, nunca tienes suficiente:

“Too paranoid for you?

Not me, paranoia’s the garlic in life’s kitchen, right, you can never have too much”

La mezcla de tecnología y literatura es aún más patente en esta ocasión, sobre todo al hablar de temas económicos, maravilloso cómo define la Ley Bendford, no se puede negar que es Pynchon:

“Though it’s been around in some form for a century and more, Bendford’s law as a fraud examiner’s tool is only beginning to surface in the literature. The idea is, somebody wants to phony up a list of numbers but gets too cute about randomizing it. They assume that the first digits, 1 through 9, are all going to be evenly distributed, so that each one will turn up 11% of the time. Eleven and change. But in fact, for most lists of numbers, the distribution of first digits is not linear but logarithmic. About 30% of the time, the first digit actually turns out to be a 1-then 17.5% it’ll be a 2, so forth, dropping off in a curve to only 4.6% when you get to 9.”

El uso de esta terminología económica altamente especializada le servirá para destapar casos que surgieron más tarde en la historia, es evidente para la protagonista el momento Madoff:

“Madoff Secuirities. Hmm, maybe some industry scuttlebutt. Bernie Madoff, a legend on the street. Said to do quite well, I recall.

One to two percent per month.

Nice average return. so what’s the problem?

Not average. Same every month.

Uh-Oh. What the fuck. It’s a perfect line, slanting up forever?”

De fondo  encontramos una crítica evidente al capitalismo, y por extensión, a la sociedad norteamericana, personificación de dicho capitalismo:

“No, I meant late capitalism is a pyramid racket on a global scale, the kind of pyramid you do human sacrifices up on top of, meantime, getting the suckers to believe it’s all gonna go on forever.”

Internet está presente especialmente desde el principio con la empresa DeepArcher, donde se corrobora el uso del concepto al que aludía en el título anteriormente:

“What’s known as bleeding-edge technology,” sez Lucas. “No proven use, high risk, something only early-adoption addicts feel comfortable with.”

Aplicado especialmente a la idea que tiene Pynchon de la “Deep web”, una capa profunda e interior de internet donde se encuentra aquello que no se ve en la superficie, un mundo oculto donde lo imposible se hace posible, navegar por ese espacio es una experiencia que provee de capas a la realidad:

“It’s Ok”. She gets out of bed and shuffles over to the computer. “You mind some company? Show me around the deep web, maybe? We did have a date.

[…]

Presently they’re linked and slowly descending from wee-hours Manhattan into teeming darkness, leaving the surface-Net Crawlers busy overhead slithering link to link, leaving behind the banners and pop-ups and user groups and self-replicating chat rooms… down to where they can begin cruising among co-opted blocks of address space with cyberthungs guarding the perimeters, spammer operation centers, video games one way of another deemed too violent of offensive or intensely beautiful for the market as currently defined…”

No puedo evitar recordar Matrix en estos momentos….

Es a partir de esos momentos que se erige en observador y participante histórico, esto contraviene  la imagen de un Pynchon encerrado en casa sin salir a la calle; tengo la impresión contraria, él observa el devenir de la sociedad norteamericana y reescribe lo vivido dotándole de su afilada pluma, diseccionando lo que ha sucedido para sacar las carencias o reforzar las virtudes; en el mini recuerdo al efecto 2000  y cómo lo vivieron aprovecha para sacar el innegable efecto de lo “judío”  en la figura del malvado Gabriel Ice:

“She finds a short of mini-dossier in which we learn right away, and seemingly a big deal to whoever compiled this, than Gabriel ice is Jewish, while also continuing to be instrumental in the illegal transfer of millions of $US to an account in Dubai controlled by the Wahhabi Transreligious Friendship (WTF) Fund, which, according to this anyway, is a known terrorist paymaster.

“Why”, the account wonders plaintively, “being Jewish, would Ice provide aid and comfort on this lavish scale to the enemies of Israel?” Possible theories include Simple Greed, Double Agency, and Self-Hating Jew.”

Lo mismo sucede con el 11-S, nos adelanta lo que va a suceder, a modo de presagio, ya que Horst, el marido de Maxine trabaja en el Worl Trade Center:

“Next day Horst takes Otis and Ziggy down to his new office at the World Trade Center, and they eat lunch at Windows on the World which has a dress code, so the boys wear Jackets and ties.”

Una vez que todo sucede, no hay una explicación de los hechos en el día que suceden, lo describe a través de los que lo ha visto, como los hijos de Maxine al ver las noticias:

“Are we at war, Mom?”

“No Who says we are?”

“This Wolf Blitzer guy?”

“Usually countries go to war with countries. I don’t think whoever did this, that they’re in a country.”

“It said on the news they’re Saudi Arabians,” Otis tells her. “Maybe we’re at war with Saudi Arabia.”

“Can’t be,” Ziggy points out, “we need all that oil.”

Esa necesidad de estar en Guerra siempre con alguien para poder vencerlo. Sin embargo va más allá en esta interpretación:

“But there’s still always the other thing. Our yearning. Our deep need for it to be true. somewhere, down at some shameful dark recess of the national soul, we need to feel betrayed, even guilty. As if it was us who created Bush and his gang, Cheney and Rove and Rumsfield and Feith and the rest of them -we who called down the sacred lightning of ‘democracy’, and then the fascist majority on the Supreme Court threw the switches, and Bush rose from the slab and began his rampage. And whatever happened then is on our ticket.”

El anhelo de todo un país de sentirse traicionado o incluso culpable. La utilización de un término de la Guerra fría en los sesenta que se designaba para escenarios de guerra nuclear, el burdo uso de la etimología errónea para adaptarlo a lo que los medios buscan:

“[…] dependable history shrinks to a dismal perimeter centered on “Ground Zero”, a Cold War term taken from the scenarios of nuclear war so popular in the early sixties. This was nowhere near a Soviet nuclear strike on downtown Manhattan, yet those who repeat “Ground Zero” over and over do so without shame or concern for etimology. The purpose is to get people cranked up in a certain way. Cranked up, scared, and helpless.”

La crítica al mercadeo del “Atrocity site” que se convierte en escaparate de las diferentes cadenas para hacer sucesivos e interminables homenajes, en vez de un sitio sagrado o tratado con respeto:

“Every firehouse in the city lost somebody on 11 September, and every day people in the neighborhoods leave flowers and home-cooked meals out in front of each one. Corporate ex-tenants of the Trade Center hold elaborate memorial services for those who didn’t make it out in time, featuring bagpipers and Marine honor guards. Child choirs from Churches and schools around town are booked weeks in advance for solemn performances at “Ground Zero”, with “America the Beautiful” and “Amazing Grace” being musical boiler plate at these events. The atrocity site, which one would have expected to become sacred or at least inspire a little respect, swiftly becomes occasion instead for open-ended sagas of wheeling and dealing bickering and badmouthing over its future as real state, all dutifully celebrated as “news” in the Newspaper of Record. “

Lo cual no quiere decir  que no crea que haya sido una catástrofe, Pynchon es consciente de que debería haber sido una oportunidad de madurar pero, sin embargo, ha habido una regresión, una infantilización inevitable que no traerá nada bueno al país; algo que ocurre habitualmente, el uso de la victimización hasta el infinito suele dejar consecuencias funestas para todas las sociedades:

“So 11 September turns out to be a mitzvah for the mob, Heidi.”

“I didn’t mean that. The day was a terrible tragedy. But it isn’t the whole story. Can’t you feel it, how everybody’s regressing? 11 September infantilized this country. It had a change to grow up, instead it chose to default back to childhood.”

La trama en ese momento se vuelve aún más conspiranoica, girando hacia la novela de género en la investigación de Maxine, que se convierte en la búsqueda de un asesino y se mezcla con los posibles perpetradores del atentado. De ahí hasta el final no resolverá el caso pero se refugiará en la “Deep web” que inspirará lo siguiente, lo que puede ocurrir:

“She sees the boys, but they haven’t seen her. There aren’t any passwords, still she hesitates to log in without an invitations, it’s their city after all. They have different priorities here, the cityscapes of Maxine’s DeepArcher are obscurely broken, places of indifference and abuse and unremoved dog shit, and she doesn’t want to track any more of that than she can help into their more merciful city, with its antiquated dyes, its acid green shrubbery and indigo pavements and overdesigned traffic flows. Ziggy has his arm over his brother’s shoulder, and Otis is looking up at him with unhesitating adoration. They are ambling around in this not-yet-corrupted screenscape, at home in it already, unconcerned for their safety, salvation, destiny…”

No deja de ser curioso que en la recta final sea la familia su respuesta al problema, ya que Horst y Maxine y sus hijos vuelven a unirse; en una rara epifanía Maxine siente que está viviendo un momento que ya vivió en DeepArcher a través de la “Deep Web”, el internet más profundo sirve de presagio, de “bola de cristal”, al fin y al cabo esa Deep Web es una prolepsis de lo que vamos a vivir.

“Hort is semiconscious in front of Leonardo DiCaprio in “The fatty Arbuckle Story,” and does not look street-ready. The boys have been waiting for her, and of course that’s when she flashes back to not so long ago down in DeepArcher, down in their virtual hometown of Zigotisopolis, both of them standing just like this, folded in just this precarious light, ready to step out into their peaceable city, still safe from the spiders and bots that one day too soon will be coming for it, to claim-jump it in the name of the indexed world.”

Esto me lleva a lo que comenté al principio de “La subasta…”, si allí la consciencia del personaje estaba conectada a una asociación clandestina; aquí, Pynchon especula con la posibilidad de que no solo nosotros, sino también nuestras vidas, estén conectadas a esa “Deep Web”, esa capa profunda en el corazón de Internet, verdadero eje y centro de nuestras vidas donde realmente estamos ya viviendo.

En fin, genial. Cuánto nos haces pensar Thomas. Y Cuánto nos haces disfrutar. Novela imprescindible que supone un colofón, una confluencia de ideas y conceptos que ya había tratado en novelas anteriores. Una obra maestra.

“La casa de hojas” de Mark Z. Danielewski

CasadehojasEs indudable que la publicación de “La casa de hojas” de Mark Z. Danielewski se ha convertido en uno de los acontecimientos literarios del año, gracias al trabajo conjunto de las editoriales Alpha Decay y Pálido fuego y de su traductor Javier Calvo, debido al carácter legendario y anti-editable que tiene como aura la novela del norteamericano por sus características tan particulares.

Hay muchas maneras de afrontar la forma de realizar la reseña/crítica de la obra; como referencia, una vez leída, la mayoría de la gente debería leerse este artículo de Javi Avilés, siempre referencial en su blog “El lamento de Portnoy”. En ese artículo se examinan todos los posibles niveles de lectura y se discute sobre el narrador de la novela, sobre Truant y Zampanó. Estoy bastante de acuerdo con lo que comenta y me ha ahorrado tener que hacer un análisis tan cerebral para centrarme en las sensaciones a la hora de leerla. Y es que, aparte de todos los juegos que nos propone el autor, estamos ante una nueva variación de la típica ghost-story aunque anclada en el postmodernismo donde hasta las variaciones tipográficas de las fuentes y la forma que se distribuye el texto en cada página se convierten en parte indispensable de la historia. De esta manera, también evitaré el enfermizo “namedropping” utilizado en varias reseñas para señalar las indudables fuentes del autor.

Como buena historia de terror, sea postmodernista o no, debe transmitirnos desde el comienzo este aire ominoso de encontrarnos ante algo inevitable y más doloroso de lo habitual:

“Al principio fue solamente la curiosidad lo que me llevó de una frase a la siguiente. A menudo pasaban varios días sin que cogiera otro fragmento mutilado, tal vez hasta una semana, y sin embargo siempre volvía, durante diez minutos, tal vez veinte, para examinar las escenas, los nombres, las pequeñas conexiones que empezaban a formarse, las tenues continuidades que se desarrollaban en aquellos resquicios de tiempo libre.

Jamás leía más de una hora seguida. […]

Y luego una noche miré el reloj y descubrí que habían pasado 7 horas.”

Lo mejor de Danielewski es que, así, intenta conseguir ligar la experiencia de los narradores de la historia en la nuestra propia: que nosotros podamos sentir lo mismo, en el siguiente texto está la constatación, busca llamarnos la atención y que habitemos la casa con los protagonistas:

“Por mucha magia iridiscente que haya ahí arriba, vuestra mirada ya no podrá detenerse en la luz, ya no podrá encontrar las constelaciones. Solamente pensaréis en oscuridad y os pasaréis  buscándola horas, días, tal vez incluso años, intentando en vano creer que sois una especie de centinela indispensable nombrado por el Universo, como si con el mero hecho de mirarla pudierais mantenerlo todo a raya. La cosa se pondrá tan mal que tendréis miedo hasta de apartar la vista, tendréis miedo de dormir.”

En las primeras páginas vemos una narración densa que nos ayuda a entender dónde nos estamos metiendo, a partir de que nos hagan conscientes de que la casa es mucho más grande por dentro que fuera (esto me recuerda… no, no lo diré…) todo se vuelve más terrorífico por lo indefinible, aquí no vamos a encontrar terror cotidiano sino algo que no podemos entender porque nos saca de nuestro intervalo de confianza, de lo que conocemos y experimentamos de primera mano:

“El haz de la linterna y la cámara recorren el techo y el suelo en armonía aproximada, infiltrándose en habitaciones pequeñas, nichos o espacios que recuerdan a armarios, aunque dentro no hay camisas colgadas. Pese a todo, no importa lo mucho que Navidson avance por este pasillo en concreto: la luz de su linterna nunca se acerca ni siquiera a tocar el punto y final que prometen las líneas de perspectiva convergentes, sino que se limita a deslizarse más y más y más allá, revelando un espacio tras otro, un flujo constante de rincones y paredes, todas ellas ilegibles y completamente lisas.

[…]

Llegados a este punto, empezamos a entender lo grande que la casa de Navidson es realmente.”

Navidson, el protagonista que vive en primera persona lo que sucede en la casa es quien nos recuerda que no tiene nada dónde agarrarse, no hay puntos de referencia:

“Navidson se da la vuelta a toda prisa. Para gran horror suyo, ya no puede ver el arco, mucho menos la pared. Se ha alejado demasiado para encontrarlo con la linterna. De hecho, da igual adónde enfoque con su linterna, lo único que percibe es oscuridad azabache. Y lo que es peor, el giro que ha dado presa del pánico y la consiguiente ausencia de puntos de referencia hacen que le sea imposible recordar de qué dirección acaba de venir.”

Estamos, además, en un laberinto, sin guías para salir:

“En esencia, los ecos solamente están presentes en espacios grandes. Sin embargo a fin de plantearnos cómo las distancias en el interior de la casa de Navidson se ven radicalmente distorsionadas, tenemos que abordar una serie de ideas más complejas acerca de las circunvoluciones, la interferencia, la confusión e incluso  las ideas des-céntricas del diseño y la construcción. En otras palabras, tenemos que abordar el concepto de laberinto.”

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En uno de los momentos más logrados el texto se convierte en un laberinto de digresiones en las que nos vemos encerrados y que nos hace avanzar adelante y atrás a través de las páginas dándonos precisamente esa sensación de falta de ancla y de estar atrapados narrativamente (en este capítulo es cuando la frase del maestro del terror se me hizo más patente), desde ese momento la expedición que tiene lugar más adelante no hace más que redundar en estas sensaciones de desamparo que sentimos al estar imbuidos definitivamente en lo que nos cuenta, puede que no haya un monstruo visible, pero nos sentimos más oprimidos por estar en un sitio que desafía lo que conocemos, donde nos asentamos:

“Sin embargo, incluso mientras Holloway Roberts, Jed Leeder y Wax Hook se adentran más y más en la escalinata durante la Exploración nº 4, siguen sin tener ni idea del propósito de ese lugar gigantesco. ¿Se trata de una mera aberración de la física? ¿De una especie de distorsión del espacio?  ¿O no es más que un laberinto de setos a una escala mucho mayor? ¿Acaso sirve a un propósito funerario? ¿Oculta un secreto? ¿Encarcela o esconde a alguna clase de monstruo? Tal como descubre pronto el equipo de Holloway, las respuestas a estas preguntas no se presentan exactamente con facilidad.”

Los juegos de páginas se suceden desde esa expedición, algunos como el laberinto o la equivalencia de la secuencia del  balazo con fotogramas de una película son realmente interesantes y contribuyen al avance y a nuestra involucración; otros, sin embargo, resultan un poco pueriles a pesar de lograr un efecto indudable.

De todos modos el autor no deja de subrayar el carácter poco fiable que tiene toda la narración, el texto, las imágenes, todos los niveles de lectura que le busquemos…

“Cuando por fin volví a la casa para recuperar la Hi 8, no pude creer lo deprisa que había sucedido todo en realidad. En la filmación mi salto parece facilísimo y aquella oscuridad no parece oscura en absoluto. No capta el vacío que hay en ella, ni el frío. Tiene gracia lo incompetentes que pueden ser a veces las imágenes.” 

La sensación final cuando se resuelve todo es la de libertad, la de haber vivido una experiencia única; y es en esto en lo que me quería centrar, en la necesidad de leer este libro como una experiencia en sí mismo, entrar en el juego y disfrutar de lo que nos va ofreciendo el autor; funciona más como un “artefacto” que como una novela (de hecho mucho de lo que sucede lo hemos vivido mil veces en otras tantas historias); pero, indudablemente, es una experiencia que hay que vivir, con mente abierta, un disfrute sensorial.

Los textos provienen de la edición a cargo de Alpha Decay y Pálido fuego con traducción de Javier Calvo

“El complot mongol” de Rafael Bernal

cubierta El complot mongolEl mexicano Rafael Bernal (1915-1972) perpetró “El complot mongol” en 1969. En su momento fue considerada la piedra fundacional de la novela negra mexicana; el tiempo, desde luego, ha pasado muy bien por la estupenda obra del escritor y, editada ahora por Libros del Asteroide, los lectores españoles podemos calibrar el éxito a través de sus virtudes.

El gran protagonista es el durísimo y carismático Filiberto García, cuyo aspecto físico ya de por sí, nos despierta la aprensión: “La cara oscura era inexpresiva, la boca casi siempre inmóvil, hasta cuando hablaba. Solo había vida en sus grandes ojos verdes, almendrados. Cuando niño, en Yuruécaro, le decían el Gato, y una mujer en Tampico le decía mi Tigre Manso. ¡Pinche Tigre Manso! Pero aunque los ojos se prestaban a un apodo así, el resto de la cara, sobre todo el rictus de la boca, no animaba a la gente a usar apodos con él.”

Personaje apolítico pero comprometido a su manera:

“-Pero es usted anticomunista.

-Soy mexicano y aquí en México tenemos la libertad de ser lo que nos da la gana ser.”

Se encontrará con una trama magnicida con tintes políticos, quizá algo a lo que no está acostumbrado y con la colaboración (no deseada) de dos elementos de similares características, el agente del FBI Graves y el agente del KGB Laski. Esta internacionalización será aún mayor por la participación de la población china e, incluso, de los mongoles. Este argumento más cercano a la de una novela de espías ambientada en la guerra fría le da posibilidad a Bernal para plantear situaciones humorísticas como la siguiente:

“-[…] García, sé que Laski tiene hombres que me siguen…

-Y usted tiene hombres que lo siguen a él.

-Es rutinario. Pero hay otros que creo que no son de Laski. ¿No son suyos?

-Y hay otros que me siguen a mí. Los de Laski, los suyos y otros. Parecemos procesión.”

Si hay algo que maneja con maestría el mexicano es  la alternancia de registros lingüísticos, perfectamente reconocibles por su forma de hablar, los protagonistas tienen voz propia, definida e idiosincrática, sobre todo el gran Filiberto, al que podemos distinguir cada vez que pronuncia con su gracia habitual “Pinche”.

A pesar de la aparente trama de espías, que no se desalienten los aficionados a la novela negra, la novela es negra, muy muy negra  y según va avanzando se va haciendo más sórdida. Filiberto se encarga de recordar que él, al fin y al cabo, es un aficionado, comparado con sus homólogos del KGB y el FBI:

“-A nosotros en México no nos enseñan todos esos primores. A nosotros, solo nos enseñan a matar. Y tal vez ni eso. Nos contratan porque ya sabemos matar. No somos expertos, sino aficionados.”

La trama está fenomenalmente construida y se desenvuelve con soltura, la amargura empieza a teñir toda la recta final, donde el magnicidio pasa a un segundo plano para recordarnos la importancia de la muerte cuando es personal, cuando se pierde a alguien querido. A pesar de encontrar la venganza que necesita Filiberto es consciente de que está en un callejón sin salida:

“Yo solo sé cómo se va empezando en ese camino, cómo se vive con una soledad a cuestas. ¡Pinche soledad!”

El único camino que le queda es el dolor de la soledad, sin alguien con quien compartirla. Es una condena demasiado dura.

Espléndida novela negra. Sin más, hay que disfrutarla. A por ella sin más dilación.

“Jota Erre” de William Gaddis

2013-11-14 21.12.04Parto de las siguientes bases como conocimiento de partida:

-Consideraciones sobre el autor y su obra en este artículo, que realicé a propósito de la lectura de “Gótico Carpintero”.

-Definición del mito de la Gran novela americana en este otro donde tomé como ejemplos a Franzen y Scott Fitzgerald para establecer los fundamentos del gran mito.

“Jota Erre” fue la segunda novela escrita por William Gaddis, veinte años después de “Los reconocimientos” (1975) y anterior a la ya mencionada “Gótico Carpintero” (1985); lo que llama la atención al acabar esta mastodóntica novela es, sobre todo, la ambición del escritor, mientras “Gótico…” iba a lo “micro” para explicar un escenario “macro” con pocos personajes; aquí, en “Jota erre”, partimos de lo “macro” el escenario inmenso de la sociedad norteamericana y el capitalismo enfermizo  para explicar lo que ocurre en las vidas de los más de cien personajes que van apareciendo.

El personaje principal es Jota Erre Vansant, un niño de once años que entiende perfectamente cómo se maneja la sociedad y que, mediante su inteligencia, articulará los medios necesarios para hacerse poderoso en una empresa prácticamente ficticia. De él no sabemos prácticamente nada en un principio; todo lo que sabemos viene porque es uno de los protagonistas de “El oro del Rhin” wagneriano, Alberich, y la descripción de su persona la tenemos en boca de otros personajes:

“-¡Vale!, el enano, vamos, ¿quién es Alberich, el enano?.

-Se supone que es el chico ese, Jota Erre –dijo Odín, acercándose sigilosamente, limpiándose las manos en una cola de zorro-. Solo lo hace para librarse de la gimnasia el enanito ese de todas maneras. Todavía no tiene el disfraz ni siquiera.

[…]

-Estoy resfriado, por eso tengo los ojos así –dijo Odín con una mirada legañosa que envió a Bast a recorrer el pasillo y a salir del auditorio de color pastel; buscó tras todas las puertas hasta que llegó a la última: allí, en una silla giratoria, estaba sentado un chico, de espaldas a la puerta; su triste jersey de rombos negros sobre un fondo gris se inclinaba sobre el escritorio, y una mano con un cabo de lápiz se levantaba por encima de un hombro delgado para rascarse donde le surgía el pelo, junto a una vasta etiqueta cerca de la nuca.”

“-Ah, sí, es verdad, me ha parecido que no se baña muy a menudo pero, no, tiene algo, tiene algo distinto, cuando le hablo no me mira pero no es como si, no parece que estuviera ocultando algo. Da la impresión de que estuviera intentando entender lo que le digo, incorporarlo en un mundo completamente distinto del que no sabemos nada, es un chiquillo tan ansioso, pero tiene algo como desolado, como un hambre…”

Conocemos al verdadero eje de la trama por la narración de otro; se convierte en una figura en la oscuridad que sabemos que es el protagonista pero de la que se nos dan los datos a cuentagotas; no es casual que haga de Alberich en la obra de Wagner; en esa obra, el enano es el epítome del egoísmo, un enano pequeño y negrísimo, un ser repulsivo y perverso, desgraciado y de frío corazón que robó el oro del Rin y esclavizó con él a sus hermanos Nibelungos; en efecto, es el paradigma del capitalismo más exacerbado, Gaddis hila cada nexo, no hay elementos al azar. Solo hay que ver, según avanza la obra, en lo que se va convirtiendo nuestro Jota Erre capaz de manejar los hilos de la empresa desde un teléfono en el que se pondrá pañuelos para deformar su voz y que no reconozcan que es un niño en realidad:

 “-¡Vale, y qué quieres que haga! –dio una patada a un montón de hojas que había delante de él, se detuvo ahí para cambiar de brazo su carga-, o sea, ¿qué me dedique a vender esas muestras cosméticas gratis, con las cajitas de cerillas esas, los zapatos esos que son enormes?, ¿o, o sea, la cosa esa que tengo en casa de una emocionante carrera trabajando en un motel o las importaciones y exportaciones en la intimidad de tu propia casa? O sea, los ratos divertidos esos, mi madre siempre está trabajando, cómo sé yo cuándo va a volver, o sea, es como lo de los bonos y las acciones esas, no ves a nadie, no conoces a nadie, solo por correo y por teléfono, porque así es como lo hacen, nadie tiene que ver a nadie, puedes tener una pinta rarísima y vivir en un retrete, ellos qué saben, o sea, es como los tipos esos de la bolsa de valores donde se venden acciones unos a otros. No les importa una mierda de quién son, solo venden y comprar para una voz que se lo dice por teléfono, por qué les va a importar una mierda si tienes ciento cincuenta años, lo único que les..”

Gaddis satiriza hasta el extremo la creación de una empresa, y por extensión el capitalismo, poniendo la figura de un niño de apenas once años a controlar y crearla dándonos dos lecturas, a cual más terrorífica: por un lado que hasta un niño puede martirizar, gracias al capitalismo, a sus congéneres; por el otro, el capitalismo se convierte entonces en una infantilización de nuestras vidas que dejan de cobrar sentido. Esta satirización extrema de la sociedad empezará a verse en el gran escenario originado, solo tenemos que ver cómo se puede empezar una guerra si interesa lo que hay allí:

“-Box, el general Box, es un directivo de la compañía, lo nombraron porque todavía tiene algunos contactos bastante miserables en el Pentágono y es perfecto para enviarlo como punta de lanza a algún país miserable donde hemos comenzado una guerra civil para que se independice la única provincia donde está la riqueza mineral de todo el país, joder, he tenido que volar cinco mil kilómetros para prepararle un discurso y dárselo bien mascado para que no diga Platón rima con camión, joder.”

O cómo todo al final se rige por la ley del peloteo, se paga a la gente para hacer quedar bien a otros:

“-Comandante, por última vez, cállese y escuche, lo  único que tenemos que proteger aquí es un sistema organizado para fomentar la conducta más miserable posible de la naturaleza humana y hacer que quede bien. A Dan se le pagaba para que hiciera quedar bien a Whiteback, no ha podido hacerlo y ha quedado fuera. A Whiteback se le ha estado pagando para hacerme quedar bien a mí, no lo ha hecho y también ha quedado fuera, comandante, y en eso consiste Estados Unidos en realidad, pero si usted cree que yo voy a intentar que usted quede bien, ahí, cagando balas en su refugio con su sistema de gestión de residuos, cuando suban al monte buscándolo…”

Es escalofriante darse cuenta de que, en realidad, sin hacer nada ilegal, se puede conseguir lo que se quiera a costa del resto, el caso es encontrar la ley que pueda justificar las trampas realizadas a nivel económico:

 “Las leyes son las leyes, por qué vamos a querer hacer nada ilegal si hay leyes que nos dejan hacerlo de todas maneras, como vender los telares esos en el programa de ayuda estadounidense a Sudamérica y que el dinero estadounidense vuelva aquí, o sea, ¿nos hemos inventado nosotros la exención de impuestos que se consigue con eso? O sea, si ponemos cien mil, o sea, un millón de dólares en la exploración esa, la perforación, ¿nos hemos inventado nosotros que podemos deducirnos el ochenta por ciento por los costes intangibles de perforación esos? Si encontramos petróleo, gas o algo, ¿se supone que tenemos que dejarlo ahí si nos dan el veintidós por ciento por agotamiento de recursos para que nos pongamos en marcha y lo agotemos? O sea, estas son las leyes estas y usted tiene que encontrar exactamente la letra, y eso es lo que hacemos.”

WGdworkin1Este desolador panorama, durante tantas páginas podría resultar deprimente, pero, sin embargo, no es así, Gaddis impregna su prosa con buen humor, un humor que tiene dos vertientes, por otro lado, el más negro:

 “-Tom aquí hay un niño que vende tarjetas de felicitación, en qué curso estás.

-Sexto eme, la señora Manzinel…

-Tom aquí un niño buscándose la vida en sexto eme, vende tarjetas de felicitación. Qué felicitación.

-Bueno, sabe, hay tarjetas para todas las ocasiones, o sea, para todas las ocasiones, son para todas…

-Tarjetas para todas las ocasiones, Tom, tiene para todas las ocasiones.

-O sea, cumpleaños, aniversarios, sabe, todas las ocasiones, o sea…

-Tengo un amigo se ha tirado por la ventana, ¿tienes una tarjeta para eso?

-Bueno, vaya, me, a lo mejor se recupera…

-No puede recuperarse, se fue a casa y se ahorcó, ¿tienes una tarjeta para eso?

-Bueno,  vaya, me parece que no, pero a lo mejor usted podría…

-Tengo una mujer, le paso la pensión alimenticia, se acuesta con un vendedor de libros, una ocasión de la hostia, ¿tienes una tarjeta para eso? 

-Bueno, vaya me, o sea, aquí tengo simpatía, a lo mejor usted podría…”

Por el otro lado, el humor más caótico y acorde con el estilo del grandísimo Gaddis, con una habitación que recuerda al camarote de los hermanos Marx y que se convierte en una enumeración de productos según los protagonistas se van tropezando con ellos:

 “-¡No ponen la sinfonía entera, ni siquiera ponen el scherzo entero, joder, cabrones…! –Guía Musical de 1911 cayó hacia un lado, él se retorció, golpeó, dio una patada a 24 paquetes de 10 pastillas, lo empujó con fuerza con una rodilla, con la otra empujó con fuerza 48 latas de salsa de ternera Primera Calidad y se hundió aún más, lo intentó con un hombro contra el abrupto descenso de 2 docenas 57 El kétchup más vendido del mundo, se afanó, sacó una mano-, ¡uuf! –Especializado Extra se le rompió contra una costilla-, ¡cabrones..!”

No puedo acabar esta reseña sin hablar del estilo, del inconfundible, retador y desafiante estilo del norteamericano; sirva como explicación el artículo del que hablé al principio, en esta obra lo llevó hasta la perfección: diálogos interminables en forma de monólogo interior en los que no vemos toda la conversación que se está desarrollando, nos la tenemos que figurar; cada diálogo realiza la transición de una manera sublime al siguiente personaje, y nunca se nos informa de quién está hablando, consiguiendo el inconfundible efecto de que estamos viviendo ese caos, el caos que Gaddis entendía que era la sociedad en la que vivía y que satirizaba sin piedad, si somos conscientes de que hay más de cien personajes, no voy a engañaros, cuesta ir diferenciando a  cada uno de ellos, aunque según pasan las hojas aprendes a darte cuenta, Gaddis te educa en la excelencia; cuántas elipsis, cuánta sutileza al desarrollar cada paso de una escena a otra; son esos hilos invisibles que tan bien utilizaba Virginia Woolf en “Mrs Dalloway” al realizar los cambios de escena, os dejo con uno de esos innumerables momentos:

 “-¿Ves, Donny? Papi no está enfadado, solo quería recuperar su centavo… -Por la previsible reconvención que escuchó todo el rato, hasta el final, antes de bajar los ojos y apartarlos de aquel hostil espectáculo del crecimiento para volver a marcar, y alzarlos de nuevo hacia su esposa, ahí fuera, que refregaba su sari con agua de la manguera del jardín agachada como una lavandera gangética; la mirada vacía fija en el privilegio remotamente masculino de la caza, mientras prosperaba, aquí, junto a unos recargados herrajes hechos de aluminio para que parecieran nuevos, y nuevas extensiones de postes y vía tratados para que parecieran viejos, con la forma de Bast, próximo a un galope detrás de una presa que trotaba despreocupada, más segura, a cada paso, bajo la protectora monotonía del negro estampado sobre el gris, desgastado, enredado, sin pelar ni cuidar los detalles, a medida que los intervalos entre los arrayanes que se mantenían a una podada distancia de las mimosas, muy alerta a Seguros, Pedicuro. En venta magnífica mansión, Dios responde a nuestras plegarias, dejaban paso a profundidades de acacias atrofiadas hacía largo tiempo por las luchas intestinas que ahora forcejeaban con la madreselva, y la propia acera al fin desaparecía debajo de la hierba, en el emplazamiento designado por la gracia de Dios para un edificio para el culto, por parte de la gente de la Iglesia Baptista Primitiva, en un cartel a punto de ser reclamado por la maleza:

-¡Para!

-¿Qué?

-¡He dicho que espere un momento…!

-No, usted ha dicho…”

Abrumador el manejo de la prosa.

Y ahora enlazo con el segundo artículo, en efecto, esta novela es un prototipo incluido en el mito de la Gran novela americana porque refleja, sin lugar a dudas, el estado de una sociedad como la norteamericana en un momento concreto; poco importa que lo que refleje sea precisamente la destrucción del sueño americano, ahí está precisamente el reflejo del fin de una sociedad como la capitalista, ya hace unos cuantos años.

Para acabar con este maestro, no hay que dejar de mencionar su predilección por la música, solo tenemos que ver el siguiente párrafo, pero está omnipresente a lo largo del libro:

“-¡No, es eso! Eso es lo que estoy tratando de, escucha, lo único que quiero que hagas es que te olvides un momento de las deducciones esas de cinco centavos de los activos netos tangibles esos y escuches una obra de un músico extraordinario, es una cantata de Bach, joder, Jota Erre,  ¿no entiendes que lo que estoy tratando de, de mostrarte es que existen otras cosas que son, que son activos intangibles?, lo que traté decirte la noche esa del cielo, ¿te acuerdas?, ¿cuándo volvíamos del ensayo ese, la sensación esa de, de maravilla absoluta de El oro del Rihn, te acuerdas?

-Bueno, me, claro, o sea, todavía lo estamos haciendo, la señora di…

-Que puede elevarte por encima de ti mismo, hacerte sentir cosas que, ¿entiendes algo de lo que te estoy diciendo?

[…]

-¡No tiene por qué ser así, eso es lo que te estoy diciendo! La música es una, no es solo efectos sonoros, hay cosas que solo la música puede decir, cosas que no pueden escribirse ni colgarse de un tendedero, cosas que…”

La música te eleva como persona y se convierte en la respuesta humanizadora ante la deshumanización de una sociedad como la nuestra; lo aparentemente inútil, como la música y, desde luego, la literatura, se convierten en la única forma de seguir siendo personas.

Imprescindible obra maestra nuevamente traída de la mano de la editorial Sexto Piso, el año que viene, “Los reconocimientos”, ya cuento los días.

Los textos provienen de la traducción del inglés de Mariano Peyrou para esta edición de “Jota Erre” de William Gaddis por la editorial Sexto piso.

“Técnicas de iluminación” de Eloy Tizón

TecnicasIluminacionHan pasado ya siete años del último libro del madrileño Eloy Tizón; este largo período se ve colmado con estas “Técnicas de iluminación”, su último libro publicado en este mismo año. Es una pena que no se prodigue más porque, sin exagerar, estamos ante una recopilación de cuentos excepcional, tanto en el fondo, en los temas tratados, como por el  manejo del estilo, espléndido, cada palabra tiene un sentido, cada momento es imprescindible. La poesía fluye y nos embriaga de tal forma que da mucha pena terminar cada uno de sus cuentos.

Estos cuentos nos iluminan sobre las pequeñas cosas que caracterizan al ser humano y nos hacen partícipes de algo mucho mayor desde lo más pequeño; aterroriza encontrar esa mirada lúcida que le da la vuelta a los conceptos más manidos para expresar una manera distinta de verla que, posiblemente, ni se nos había ocurrido, aquí por ejemplo podemos ver una muestra de lo que le da miedo de la felicidad:

“La felicidad, en cambio, da miedo. Es demasiado –cómo decir- inapelable. Uno está indefenso ante la felicidad, ante la inminencia de su desplome con su descomunal peso feliz, bajo el que queda felizmente aplastado, agitando sus extremidades. Uno se siente más cómodo y protegido en las afueras de la felicidad –igual que en las afueras de las ciudades o en las afueras de la gente-, sin tanta presión encima, con más espacio libre para moverse y, llegado el caso bailar. Son esos momentos previos en que la felicidad gravita alrededor de uno en forma de promesa. Una moderada desgracia, una calamidad llevadera, el intervalo entre dos alferecías. La felicidad sobreviene y es una crisis, una catástrofe, un rayo que calcina un árbol, una enfermedad fulminante para la cual no hay antídoto. La felicidad es un lugar solitario. La felicidad y los rayos, mejor cuanto más tarde. Cree uno.” (“Fotosíntesis”)

Las “afueras de la felicidad” como lugar en el que nos encontramos seguros, la “felicidad como crisis”. Esa felicidad que se nos puede quitar siempre, que encontramos a alguien dispuesto a arrebatárnosla, como es el caso de la protagonista de “Ciudad dormitorio”:

“Debía andarme con cuidado, ya me había sucedido antes al menos en otras dos ocasiones, en el pasado, con otros Tolers iguales o peores, con más o menos pelo, con incisivos más o menos alineados, que lograron embaucarme con sus tejemanejes masculinos de maneras suaves, promesas incumplidas, astucia, sexo y dinero, para al final amanecer sola entre las sábanas revueltas de una cama de hotel, después de haber exprimido mi ternura y lo peor –quiero decir, lo mejor- de mí misma.”

En “Los horarios cambiados” encontramos una de las mejores maneras de describir el proceso creativo que he tenido la suerte de leer, ese “espasmo de lucidez” que busca discernir en el proceso de escritura es una imagen poderosísima, poética y maravillosa, solo Tizón podría pensar en esta forma:

“Porque escribir, pensaba yo, es estar más despierto de lo normal. Un espasmo de lucidez recorre todo, nos sacude el sistema nervioso con una sobrecarga de vitalidad, de plenitud, de audacia, de algún modo hay que canalizar toda esa energía dispersa y un tanto alucinógena que desborda la conciencia. De la euforia molecular hasta el folio. Entran ganas de cantar, de bailar, de recibir una bofetada o un electroshock. En lugar de eso, volcamos toda esa actividad frenética hacia dentro y nos contentamos con enfilar, con gran aplomo, un signo negro tras otro.”

No se queda en ello sino que consigue demostrarnos que este proceso es como preparar una maleta, se convierte en una obsesión, en una “cacería encarnizada” del verbo o de la palabra justa que exprese lo que estamos pensando:

“Quizá por casualidad, Tricia había acertado. Preparar una maleta era igual de comprometido que urdir una ficción, soñar un libro o construir un universo poético. Uno solo puede hacer algo bien obsesionándose con ello. Si no, resulta imposible. Cacería encarnizada de la página y la maleta, si no perfectas –eso es mucho decir-, sí al menos de una imperfección impecable; en ambos casos se trata de sentenciar –nada menos- qué salvas y qué condenas. Ante esto, cualquier elección conlleva una responsabilidad y un peligro.”

A través de lo cotidiano consigue expresar lo inexpresable, Tizón lo hace tan fácil que casi da un poco de vergüenza que yo escriba, con mi prosa inferior, sobre lo bien que escribe él, se siente uno como:

“Usted me pareció siempre una versión mejorada de mí misma, como si yo fuese un garabato deficiente y orientativo, nada más que un intento malogrado, y Usted la obra de arte definitiva, la que se enmarca en los catálogos y vuelve loca a la gente. A lo mejor pienso esto por haber sido pintora en el pasado, nunca se sabe.” (El cielo en casa)

Tizón es la “obra de arte definitiva”, me siento como ese “intento malogrado” pero no me importa si he conseguido transmitir un poco de la genialidad de este maravilloso escritor. Con eso me bastaría: con que alguien más lo conozca al leer esta pequeña crítica.

Eloy,  ¡no tardes tanto tiempo la próxima vez!

“La casa y el cerebro” de Edward Bulwer-Lytton

La casa y el cerebroTengo que reconocer que el subgénero de casas de fantasmas dentro de las historias de terror siempre me atrae, quizá el que más junto con los vampiros y los “slashers”. No son pocos los que lo han practicado y no son pocos los que lo harán en el futuro. También en el cine se ha hecho con mejor o peor suerte y el número de muestras es prácticamente tendente al infinito.

De ahí que cada vez que sale algún exponente del género no pierda ocasión en hacerme con él; siempre tengo en la mente a muchos autores, quizá Henry James es el primero que se me viene a la cabeza por su relato cargado de ambigüedad “Vuelta de tuerca” pero tampoco olvido a Shirley Jackson y su “La maldición de Hill House”, espléndida muestra psicológica y la aproximación científica de “La casa infernal” de Matheson. En el cine, últimamente siempre me viene a la mente el “Expediente Warren”, última y terrorífica actualización simplemente sorprendente.

El caso que nos ocupa hoy es el de “La casa y el cerebro” de Edward Bulwer-Lytton, publicada en 1857 con el nombre de “The Haunted and the Haunters” o “The House and the Brain” y que ahora nos trae Impedimenta en su excelente colección. Esta obra supone un antecedente ineludible en el género porque fue una de las primeras publicadas en este tipo de novelas y, desde luego, influenció inevitablemente a escritores posteriores.  El planteamiento en este tipo de historias es fundamental, tiene que ser lo suficientemente terrorífico y al mismo tiempo inconcreto para que nos entren ganas de saber lo que sucede a continuación, en el siguiente párrafo podemos comprobar que se cumple con creces esta premisa:

“-Disculpa; no deseo que se burlen de mí y me tachen de soñador supersticioso, ni tampoco podría solicitar que aceptes bajo mi testimonio lo que tú, sin la evidencia de tus propios sentidos tendrías por increíble. Déjame decirte solo una cosa: más que lo que vimos u oímos (respecto a eso supondrías con justicia que éramos víctimas de nuestra imaginación alterada o de la impostura de otros), lo que nos ahuyentó fue un terror indefinible que nos atenazaba a ambos al pasar junto a la puerta de cierta habitación vacía en la que ninguno de los dos vio ni oyó nada; y lo más asombroso y extraño es que, por primera vez en mi vida, estuve de acuerdo con mi esposa, pese a lo estúpida que sea, y admití tras la tercera noche que era imposible permanecer una cuarta en aquella casa.”

El protagonista de la historia, ese narrador en primera persona, se hace eco de una teoría que, probablemente, era la misma del proprio Bulwer-Lytton y que intenta dar sentido a lo sobrenatural indicando que, en realidad, está dentro de la naturaleza pero no ha sido comprobado aún:

“Ahora bien, mi teoría afirma que lo sobrenatural es un imposible; lo que se llama sobrenatural solo es algo, dentro de las leyes de la naturaleza, que hasta ahora hemos ignorado. Si un fantasma se alza delante de mí, no tengo razón al decir: Luego lo sobrenatural es posible, sino más bien; Luego la aparición de un fantasma está, en contra de la opinión recibida, dentro de las leyes de la naturaleza, es decir, no sobrenaturales.”

Con esta base puede permitirse entonces jugar con lo sensorial y resolverlo de la manera que él crea conveniente, le permite cualquier posibilidad; no ahorra en descripciones de lo más ominoso para mostrarnos una situación horrorosa dentro de la casa:

“A veces sentía que me tocaban, pero no ellas; me tocaban manos invisibles. Una vez sentí que unos dedos fríos y suaves me oprimían la garganta. Aún era consciente de que si me rendía al miedo me hallaría en peligro físico, así que concentré mis facultades en resistir con voluntad obstinada. Y alejé la mirada de la sombra, sobre todo por aquellos extraños ojos de serpiente… Ojos que eran claramente visibles. Pues ahí, y no en las otras cosas que me rodeaban, me daba cuenta de que había una voluntad; y una voluntad de una maldad intensa, creativa, activa, que muy bien podría aplastar a la mía.” 

Una vez resuelto el “enigma” viene un epílogo que explica con todo lujo de detalles lo que sucedió, ahí se mezclan mesmerismo (muy en boga en la época), vida más allá de la muerte, superstición, maldiciones… de una manera explosiva, es en ese epílogo donde se comprende el porqué de que a Lovecraft le gustara tanto esta historia y, además, la que la vuelve más redonda. Lástima que se lea en un suspiro, habría estado bien hacer una recopilación de historias del autor con esta como buque insignia para que no se pasara tan rápido. Aún así, es una historia de fantasmas estupenda de esas que nos gustan tanto a los apasionados del terror.

Los textos provienen de la traducción y prólogo a la edición de Arturo Agüero Herranz de “La casa y el cerebro” de Edward Bulwer-Lytton.

“L’elisir d’amore”: (Ex) Celso Albelo y el histrión Schrott se disputan la playa.

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Tiene gracia que el montaje que pudimos observar no resultó, al final, nada transgresor, y cuando digo que no lo resultaba es porque todos los papeles principales prácticamente mantenían su personalidad, no había subversión en ello. Ni tampoco en la ambientación en la que podría ser cualquier playa mediterránea. El director de escena Damiano Michieletto plantea que Adina es la dueña del Bar homónimo y es tan frívola y aparentemente segura como siempre, consciente de sus encantos para ligar con cualquier hombre que la interese. Su escena inicial, en la que lee el cuento de Tristán e Isolda no lo hace en un libro sino directamente de un portátil. Nemorino es el típico perdedor, un recogedor de basuras de la playa, un palurdo entrañable que vive ensimismado por el amor que siente por la dueña del Bar. Belcore no cambia absolutamente nada, el sargento del ejército es en esta producción un sargento de navío y es igual de creído y mujeriego que en cualquier montaje que hayamos visto antes. El papel que cambia un poco en su planteamiento es el de Dulcamara, aquí el buhonero adquiere connotaciones bastante oscuras ya que se convierte en un vulgar camello que reparte papelinas en las fiestas. La interpretación, rozando el histrionismo, del uruguayo Schrott lleva al límite a un personaje que, sin embargo, hace las delicias del público por sus elementos cómicos; pocos pueden negar que su presentación es apabullante: un coche todoterreno con cuatro azafatas y gigantescas bebidas refrescantes hinchables. Con coreografías con las azafatas y una actuación sencillamente memorable. A partir de la presentación de todos ellos la trama se sostiene durante casi toda la obra. elixir-300x168Consigue añadir elementos cómicos ajenos a la obra sin hacernos olvidar los ya presentes en el texto. Quizá el único momento en el que el italiano no sabe como ligar las escenas es justo después de la fiesta de espuma (con un Celso remojado… sí es cierto) hasta llegar a la escena final. Falta en ese momento el hilo conductor; aún así no ensombrece una concepción del espectáculo que, a pesar de rozar peligrosamente lo grotesco e incluso el mal gusto en algún momento puntual, funciona bastante bien y causó no pocas risas en el público.

Marc Piollet entendió perfectamente el carácter festivo de la ópera, reforzando con su dirección lo que tenía que ser una fiesta (playera); el problema es que se olvidó de la sutileza y la orquesta sonó muy descompensada por momentos, en comparación con los solistas que tenían que hacer esfuerzos encomiables para que se les oyera. Este desequilibrio se notó sobre todo en los concertantes, en los que los músicos tocaron demasiado fuerte y sin matices.

Esta obra maestra del gran Donizetti necesita cinco papeles principales de mucho carácter y características bien distintas. Celso Albelo estuvo inmenso en todos los aspectos de su actuación y del manejo de su espléndida voz; qué facilidad para cantar en mezza voce en la mayoría de los momentos; qué equilibrado en todos los momentos en que cantaba con otros y en los que adaptaba su voz para buscar el empaste; se permitió improvisar “dos de pecho” que nos permitieron descubrir la sencillez en la emisión de un agudo brillantísimo, sin apenas vibrato, colosal; si además juntamos a eso que estuvo divertidísimo y que la famosa “Una furtiva lagrima” la cantó con sentimiento, buen gusto y una línea de canto envidiable, nos encontramos con el gran triunfador de la noche. El segundo fue más sorprendente, no me molesta que los cantantes tengan ego, muy al contrario, normalmente un cantante con ego tiene mucha confianza y canta cada vez mejor, este es el caso del más que atractivo cantante uruguayo Erwin Schrott, su Dulcamara fue tan diferente a lo habitual que resultó inolvidable, llevó el papel de barítono bufo al límite elixirde lo permisible pero salió airoso, su papel fue el más divertido de la noche porque derrocha carisma por todas partes; lo bueno es que no se queda en la actuación; su voz es descomunal, con un volumen bestial, estaba tan cómodo que hizo muchas improvisaciones (en agudos), algunas no muy adecuadas, también hay que decirlo. Su voz es un torrente que no se acaba, impresionante y merecido segundo triunfador. En estas condiciones pasó un poco desapercibida la voz de la bellísima georgiana Nino Machaidze, con una voz realmente perfecta para el papel; no ahorró en agudos y los realizó con seguridad, el problema es que su voz no es excesivamente hermosa, sobre todo si comparamos con los anteriores intérpretes, y no consiguió el éxito de sus predecesores, aún así no desentonó para nada;  lo mismo podríamos decir de Capitanucci, su Belcore, por lo menos, estuvo bien caracterizado, su voz, pequeña, aunque muy cálida y templada, fue una de las más oscurecidas por la labor orquestal; no se le pueden poner peros a una actuación bien pensada y bien cantada aunque no rozara el sobresaliente; Ruth Rosique, en cambio, demostró que no existen papeles pequeños y cantó con mucho gusto a Gianneta, su voz es bastante potente, por momentos conseguía sobrepasar a la georgiana, aunque se abrían los agudos resultando un poco desafinados; su actuación estuvo sembrada ayudada por la dirección escénica que le dio mucha importancia a su papel. El coro titular siempre consigue que se le oiga, le pongan la orquesta que le pongan, estuvo como de costumbre matizado, afinado y muy correcto en todos sus momentos.

Un total éxito que fue premiado por los aplausos de un público entregado y que disfrutó de un montaje por momentos divertidísimo. Celso y Schrott se han doctorado en el Teatro Real, el público ya no les olvidará.

Se acerca el fin de año

2013-09-24 12.23.50Noviembre se ha acabado ya y ya está uno pensando en diciembre, las últimas lecturas del año e, inevitablemente, en la selección de lo mejor del año. Este año me va a costar bastante (como siempre digo) por el aumento de lecturas. Pero promete ser interesante y, espero, ecléctica. Por ahora vamos a repasar los últimos libros leídos que se han encontrado con tres escollos considerables que han jerarquizado mi ritmo lector: “Bleeding Edge”,” Jota Erre” y “La Casa de Hojas”.

“La maldición de Hill House” de Shirley Jackson, una de las grandes del género en una novela que se caracteriza por su sutileza.

“Prince” de Matt Thorne, sorprendentemente exhaustiva biografía del gran genio musical con el que me aficioné a la música pop. Es difícil no disfrutar de ella.

“Bleeding Edge” de Thomas Pynchon, el coloso ha vuelto, en plena forma, para demostrar con su creatividad que es el más grande vivo.

“Diario de una dama de provincias” de E.M. Delafield, divertidísimo diario con mucho humor inglés y que no se limita a lo anecdótico.

“¿Quién será a estas horas?” de Lemony Snicket, historia de detectives para niños, inteligencia a raudales, dibujos de Seth, ¿hace falta algo más?

“Los drusos de Belgrado” de Rabee Jaber, viaje a lo largo de las desdichas, una maravillosa forma de comenzar la nueva colección de ficción contemporánea árabe de Turner.

“El oasis” de Bahaa Taher, viaje a un oasis de contradicciones con  Alejandro Magno en retrospectiva, el pasado como argumento. Una muy buena propuesta y de calidad.

“El doctor proctor y la bañera del tiempo” de Jo Nesbo, el noruego deja a Harry Hole aparcado para hacer literatura juvenil, esta vez, con viajes en el tiempo. Hay sobrados motivos para disfrutarlo.

“La música de los bosques” de Carmen del Bosque, una propuesta clásica de literatura para niños.

“El Sunset Limited” de Cormac McCarthy, no es lo mejor del titán, pero es McCarthy.

“El consejero “ de Cormac McCarthy, la ultimísima de McCarthy, más thriller que novela contemporánea, razonable calidad. Entretenimiento digno.

“El árbol” de Slawomir Mrozek, mi pequeño homenaje póstumo al escritor polaco, un maestro de la micronarrativa.

2013-11-14 21.12.04“La casa y el cerebro” de Edward Bulwer-Lytton, un clásico del subgénero de casas encantadas del siglo XIX que se lee en un suspiro.

Si decía que las han jerarquizado es porque el primero supuso muchas horas terminarlo, Pynchon en inglés, es posiblemente, de lo más complejo a lo que puedas aspirar leyendo la lengua de la Pérfida Albión. Una lectura excelente, eso sí.

En cuanto a “Jota Erre” y “La Casa de hojas”, están suponiendo la lectura de finales de noviembre  y parte de principio de diciembre. Sobre todo la primera de ellas resulta bastante densa y absorbente: una obra de mucha calidad pero que requiere su tiempo, ya que, además, son casi 1200 páginas. “La Casa de Hojas” es otra cosa, una experimentación no sólo de la palabra sino de cómo se dispone en el propio libro, la tipografía utilizada, el color, etc… todo ellos para promover diferentes niveles de lectura. Hablaré de las dos en cuanto las acabe. Próximamente en este blog.

Esta es la foto con las últimas compras.

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Diciembre se presenta como poco bonito, con muchas posibilidades de alternar entre grandes autores. Será difícil decidir lo que voy a leer, nunca había sentido esta sensación pero creo que vale la pena vivir la incertidumbre de no saber qué elegir porque todo lo que tienes, a priori, tiene tan buena pinta.

El siguiente artículo de este tipo serán los mejores del año. Nada más y nada menos.

Concurso de reseñas en Libros y Literatura: “El plantador de tabaco” de John Barth

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Este año voy a participar en este concurso de reseñas que organiza el portal de literatura Libros y Literatura. Más por curiosidad que por otra cosa. No guardo muchas esperanzas de ganar por votación popular y ni mucho menos espero que mi reseña sea la mejor. Los premios son lotes de libros y el lector de libros ebook Sony Reader PRS-T3. Hay que reconocer que son atractivos.

Las votaciones populares comenzarán a través de facebook a partir del 10 de diciembre en este enlace

Y la reseña con la que voy a participar ya auguro que seguro que será única… se trata de uno de mis libros favoritos del año. “El plantador de Tabaco” de John Barth, y la pongo a continuación para que sea más fácilmente identificable:

Reseña de “EL PLANTADOR DE TABACO” de John Barth

plantador_gdeSi algo tenía claro era que la vuelta al blog después de las vacaciones tenía que ser a lo grande; ya que este post es el número ciento cincuenta y para tal acontecimiento era necesario que el comentario se refiriese a una “magna” obra. Dicho y hecho, aprovecharemos el momento para hablar de “El plantador de tabaco” del norteamericano John Barth.

Desde que empecé Filología Inglesa tengo una pequeña obsesión con pintar, rellenar todos los huecos de la narrativa anglosajona; cosa harto difícil, habida cuenta del número de obras que permanecen inéditas todavía en este, nuestro querido país. Dentro de ese fascinante mundo anglosajón las piezas del puzle se van ensamblando cada vez más, gracias a la labor de editoriales pequeñas independientes: ahí tenemos el caso de Pálido Fuego que va a publicar en no mucho tiempo el “House of leaves” de Danielewski, obras de David Foster Wallace e incluso de Robert Coover en el futuro; e, igualmente, gracias a Sexto Piso estamos viendo la aparición de la obra literaria del gran William GaddisKurt Vonnegut y, ahora, de John Barth. De hecho, estamos hablando de la que siempre se ha considerado la obra maestra del escritor y prometen más obras de él en adelante. No puedo más que relamerme los dedos y desesperarme con la (gozosa) espera.

“El plantador de tabaco” (“The Sot-Weed Factor”) fue publicada en 1960 e inicialmente Barth la concibió como la conclusión a una trilogía nihilista, siendo las dos primeras novelas de la trilogía “The Floating Opera” (1956) y “The End of the Road” (1958); y tomó su título del poema “The Sotweed Factor, or a Voyage to Maryland, A Satyr” de 1708 realizado por el poeta inglés Ebenezer Cooke (c. 1665-c.1732) del que prácticamente no se sabe nada.

Resumiendo a grandes rasgos la trama, la novela (ubicada en la década de 1680 a 1690 en Londres y Maryland) es una narración épica satírica de la colonización de Maryland basada en la vida ficcionalizada de Ebenezer Cooke; honrado con el título de Poeta Laureado de Maryland, y al que se le manda para cantar las alabanzas del proceso y que vivirá una serie de aventuras en su viaje a la colonia ( ¡y en ella!) mientras preserva, con no pocos problemas, su virginidad intacta.

Barth también tenía la idea de dar un epitafio al poeta, en sus propias palabras: “The Sot–Weed Factor began with the title and, of course, Ebenezer Cooke’s original poem. . . . Nobody knows where the real chap is buried; I made up a grave for Ebenezer because I wanted to write his epitaph”. 

A pesar de lo comentado, el resultado final fue por otros derroteros. Como dijo Barth en 1994: “Looking back, I am inclined to declare grandly that I needed to discover, or to be discovered by, Postmodernism.” (“Mirando atrás, me inclino a pensar mayormente que necesitaba descubrir, o ser descubierto por el Postmodernismo”). A partir de ese momento, de hecho, las obras de los períodos siguientes se inclinarían cada vez más a la fabulación, la metaficcionalidad, en conclusión: lo postmoderno.

Tras leer la obra, no puedo más que estar de acuerdo con lo anterior. Y me gustaría incidir en lo que considero sus virtudes, aquellas características que la hacen tan especial y, por qué no decirlo, una obra imprescindible del postmodernismo y, extendiéndolo aún más, de la literatura universal.

En primer lugar hay que tener en cuenta la estructura: la trama principal, ese tour de force de nuestro querido poeta, se convierte en un juego de cambios de identidad, mascaradas y equívocos altamente humorísticos por momentos que alternan con digresiones, historias dentro de historias e incluso listas (esotéricas, ingredientes de comidas, insultos…). Se puede comprobar fácilmente cómo la historia comienza de una manera más realista (como en sus obras anteriores) y va desencadenando una narración cada vez más postmoderna según avanza la obra: esas digresiones, esas historias dentro de historias, son elementos clásicos de este estilo. La novela toma como referencia los géneros (y formas) del siglo XVIII y las parodia, imita, recupera y reescribe: en esta parodia entran el Bildugnsrroman o relato de formación, el Künstlerroman o relato de formación de un artista y del género picaresco, convirtiendo toda la obra, en sí, en una farsa satírica de proporciones épicas. Luego volveré sobre este tema, ya que hay que indicar para qué le sirve esto.

En este texto que pongo a continuación de la fabulosa traducción de Eduardo Lago (que además hace el prólogo y de la que proceden todos los textos que voy a reproducir) para esta edición de “El plantador de tabaco” de Sexto Piso, encuentro dos hechos reseñables:

“En los años finales del siglo XVII había entre los juerguistas y petimetres que frecuentaban los cafés londinenses un individuo delgaducho y zanquilargo llamado Ebenezer Cooke, con más ambición que talento y, sin embargo, más talento que prudencia, el cual, al igual que sus compañeros de juerga, que en teoría estaban educándose en Oxford o Cambridge, encontraba en los sonidos de la madre lengua inglesa más un motivo de juerga y diversión que algo con sentido, con lo que se podía trabajar y, en consecuencia, en lugar de entregarse a los sinsabores de la erudición, el tal Ebenezer aprendió el arte de versificar, dando en desgranar, conforme a la moda de entonces, cuadernillos de pareados plagados de Joves y Júpiteres espumeantes, entre el estruendo de las rimas estridentes y símiles que de tanto tensar la cuerda, a punto estaban de romperla.”

Uno, sin dudarlo, el estilo, que imita las formas de novelas anteriores de FieldingSterne y su “Tristan Shandy” o de Samuel Richardson; requiere mayor esfuerzo lector por lo estrambótico, por la réplica del estilo antiguo; pero compensa debido al increíble lirismo de cada descripción, a la minuciosidad narrativa, al humor que destila en cada palabra, en cada metáfora. Una joya, de la que no te cansas y que te ayuda a disfrutar aún más. Dos, los personajes, este es el primer párrafo y asistimos a la presentación, cuál Quijote, de este poeta “de pelo y ojos claros, huesudo, los pómulos hundidos” “hombre garza, de patas flacas y pico largo, caminaba y se sentaba con pose descoyuntada; su porte mismo era una sorpresa angulosa, cada uno de sus gestos, una semiagitación.”

El triángulo de protagonistas que forma junto con Henry Burlingame (que en algún momento llegué a identificar con Sancho Panza) y la hermana del poeta, Anna, llevan el peso de buena parte de la obra y son parte de su encanto;  sin perder de vista al criado traidor, Bertrand, que le pone en más de una situación comprometida y a Joan Toast, una suerte de Dulcinea grotescamente desahuciada, a la que ama sin reparo:

“-¡Y vos sabed que os amo por ser mi salvadora y mi inspiración! –repuso Ebenezer-. Pues hasta esta noche en que habéis venido a mí, jamás fui hombre, sino un mero patán chocho y un currutaco; y hasta el momento en que os abracé jamás había sido poeta, sino poetastro fatuo y huero. Con vos Joan, ¿qué proezas no ejecutaré? ¿Qué versos no escribiré? […] Despreciadme, Joan, que entonces seré un loco egregio, un don Quijote que se tambalea por causa de su ignorante Dulcinea; pero aquí os desafío (si tenéis la vida y el fuego y el ingenio suficientes) a que me améis sinceramente, como yo os amo a vos, y entonces lucharé contra gigantes de verdad, y los sojuzgaré. Amadme y os juro lo siguiente: ¡Yo seré Poeta laureado de Inglaterra!”

No se puede negar la influencia “cervantina”, patente en ese protagonista y en sus compañeros; el ser conocedor del texto ayuda a disfrutar aún más de esta reescritura en clave satírica. También la “Ilíada” de Homero es musa inspiradora y nos lleva al hilo principal de la obra que además se convierte en otra cualidad reseñable:

“¿Hubiera tenido el mundo noticia alguna de Agamenón, o del fiero Aquiles, o del ingenioso Odiseo, o del cornudo Menelao, o del circo, todo lleno de griegos y troyanos que se iban pavoneando por ahí, de no ser porque el gran Homero habló de ellos en verso? ¿Cuántas batallas de mayor importancia creéis vos que se han perdido en el polvo de la historia por falta de un poeta que las cantara para la posteridad? […] Los héroes perecen, las estatuas sucumben, los imperios se desmoronan; pero la Ilíada se ríe del tiempo, y los veros de Virgilio son hoy tan verdaderos como el día en que fueron compuestos. […] ¡Sería una composición épica como jamás se ha escrito ninguna! ¡La Marilandíada, por mi fe!”

De la Ilíada deriva en esa “Marilandíada” y nos muestra su interés por ensalzar la labor del poeta y de la literatura en general como atestiguan estos momentos:

“Entre todas las artes y ciencias la literatura era la única que tenía como dominio propio el campo entero de la experiencia y el comportamiento humanos (de la cuna a la tumba y aún más allá; del emperador a la puta barata; desde la quema de ciudades hasta el modo de luchar contra el viento), así como los problemas de toda magnitud que afectan al hombre.” “¿Quién tiene más necesidad que el poeta de todos los dones divinos? El poeta posee el ojo del pintor, el oído del músico, la inteligencia del filósofo, la persuasión del letrado; cual un dios atisba el alma secreta de las cosas, la esencia que se oculta bajo la forma de las mismas, su más recónditos recodos. Cual un dios conoce las fuentes del bien y del mal: ve la semilla de la santidad en la cabeza de un asesino, el gusano de la lujuria en el corazón de una monja. Y aún voy más lejos: así como el poeta es entre los caballeros como una perla entre piedras pulimentadas, así también debe el Laureado ser un diamante  entre las perlas, un príncipe entre los príncipes.”

“¿Quién tiene más necesidad que el poeta de todos los dones divinos? El poeta posee el ojo del pintor, el oído del músico, la inteligencia del filósofo, la persuasión del letrado; cual un dios atisba el alma secreta de las cosas, la esencia que se oculta bajo la forma de las mismas, su más recónditos recodos. Cual un dios conoce las fuentes del bien y del mal: ve la semilla de la santidad en la cabeza de un asesino, el gusano de la lujuria en el corazón de una monja. Y aún voy más lejos: así como el poeta es entre los caballeros como una perla entre piedras pulimentadas, así también debe el Laureado ser un diamante  entre las perlas, un príncipe entre los príncipes.” 

 “¿Quién lee mejor el corazón de los hombres, el filósofo o el poeta? ¿ cuál de los dos está en más estrecha armonía con el mundo?”

Me gusta la idea de esta defensa del arte literario pero no por el arte, sino como único repositorio del testimonio y la experiencia  de la humanidad; y del poeta como focalizador de todo lo que proviene de Dios, al menos lo virtuoso, poniéndolo incluso por encima de la filosofía. Es lógico, por otra parte, esta afinidad; no en vano la literatura es mi mayor pasión y esta idea está cargada de romanticismo literario.

Barth, nada ajeno a la tradición norteamericana, no se olvida en esta obra de señalar uno de los temas más recurrentes en la literatura norteamericana: la identificación del protagonista con Adán:

“Me refiero a que lo que vos estáis haciendo es volver a representar la historia de Adán. Tanta importancia le concedéis a vuestra inocencia que por causa de la misma habéis perdido vuestro paraíso terrenal. Pero aún he de llevar esta idea más lejos: vuestra aventura no solo os ha dejado sin hogar, sino que al igual que sucedió con Adán, habéis probado vuestro primer bocado de Sabiduría y experiencia; de ahora en adelante no os será fácil coger frutos con que llenaros las tripas sino que ganaréis el pan con el sudor de la culpa, como hacen las masas humanas. Vuestro padres, si lo conozco bien, no dejará pasar esta ocasión de expulsaros del jardín del Edén.”

Este Adán americano, es colonizador, hombre hecho a sí mismo, ahí está el Sueño Americano.

Me encanta cómo la obra, ya lo indiqué anteriormente, va avanzando en forma y temas, y evoluciona del realismo al postmodernismo; los momentos en los que me di cuenta de ello empiezan a aconteceren la parte final aunque empiezan con la falibilidad del recuerdo:

“-En suma, pues: ¿se es lo que se recuerda?

-Sí –convino Ebenezer-. O mejor yo no sé lo que soy, pero sé que soy y que he sido merced a la memoria. El recuerdo es el hilo que ensarta los abalorios, constituyendo el collar; o como el hilo de Ariadna, del cual hizo entrega el ingrato Teseo: indica qué camino he seguido por el laberinto de la vida, me vincula con el punto de partida.” (ese recuerdo, esa memoria se torna aún más falible según se avanza en la obra, por los trastornos de identidades)

Y se extiende a la propia realidad como vemos en este diálogo entre Burlingame y Ebenezer:

“Sólo quería dejar bien sentado que toda aserción sobre el tú y el yo, incluso de cara a uno mismo, es un acto de fe imposible de verificar” a lo que Ebenezer responderá anonadado “¡Santo cielo, tu discurso me ha robado los símiles: no conozco nada que sea inmutable y seguro!”: la realidad que conocemos, fragmentada, es irreal, nunca podemos conocerla de manera absoluta e inmutable, se resquebraja: “-¡Todo esto es sumamente cambiante y confuso! […] ¡Nadie es quien ni lo que yo creo que es! -Pasan muchas cosas –asintió crípticamente el criado- que a gentes como vos y como yo se nos escapan. Maldita sea si las cosas son los lo que aparentan.”

Realidad, apariencia y recuerdo se mezclan cada vez más y a la luz de este relativismo, se enfatizan cosas menos universales. Lejos todavía del inicio del postcolonialismo que surgiría en 1978 con la obra de Edward Said “Orientalism”Barth, con todo lo indicado anteriormente acomete una reescritura postcolonialista de los clásicos para modificar y subvertir el diálogo tradicional; de ahí el uso de la parodia y la ironía; todo se convierte en una farsa, sólo hay que ver el segundo nivel de lectura que nos da con los fragmentos de los diarios íntimos de sir Henry (de 1608), que van pintando la historia del antepasado de Henry y que no es más que una reescritura del cuento de John Smith y Pocahontas aunque con “algunas diferencias” como podemos ver en este párrafo:

 “Comenzó entonces Attonce a darse de palmotadas en la panza con el fin de despertar un mayor apetito de viandas y, en viéndolo, otro tanto hizo Burlingame, hasta que el estruendo de las tripas de uno y otro resonó por sobre las ciénagas como fragor de volcán. Acto seguido, Attonce, cruzado de piernas, dio en rebotar con las posaderas sobre el suelo, para agradar aún más su apetito; hizo otro tanto Burlingame que no daba cuartel a su rival, y la misma tierra entremecíase bajo el peso de sus espantables traseros. […] Y ansí estuviéronse  un buen espacio, efectuando numerosos rituales con que azuzaban el hambre, en tanto nuestra compañía los observaba, atónita, sin saber qué estaban presenciando, e los salvages batían palmas e danzaban en derredor, y Pokatawetussan miraba con lascivia a uno y otro rival.”

En clave de humor, la lucha entre los dos comilones dará un ganador que desflorará a Pokatawetussan. Esta visión desarma el porte apuesto y viril de una persona de principios, un gran americano, para igualarlo con la tribu de indios; es insólito, pero se produce durante el texto una lectura en contra del imperialismo británico dando aún más importancia a los personajes de otras razas y poniendo a los colonos al nivel de los indios.  Por si no nos quedara claro, en la parte final el norteamericano clarifica la reescritura del texto:

 “Otrosí fue tan osado que me mostró una relación escrita donde se refería cómo salvó a Pocahontas , cuya relación pensaba incluir en su mendaz Historia; aquella versión no hacía mención ninguna de la infamante desfloración de la princesa, sino meramente daba a entender que la doncella había sucumbido al porte viril y hermoso rostros de mi capitán. Así pues yo debía fingir que creía en aquella farsa burlesca y fue ello mismo lo que hame movido, con la esperanza de así apaciguar mi angustiada consciencia, a llevar a cabo aquesta relación verdadera en mi diario, en cuyas páginas ruego a Dios jamás pose mi capitán sus lúbricos ojos.”

La dicotomía “history-story” se hace presente, cobrando aún mayor importancia la segunda parte (“story”, esos cuentos dentro de otros cuentos)  debido a la falta de fiabilidad de la primera.

En un principio pensé sobre todo en lo anterior como motivo principal de la obra, sin embargo, ya acabando el libro me encontré con esto:

“El plantador de tabaco gozó de una popularidad constante entre las gentes de letras de Londres, bien que no era la clase de popularidad que hubiera deseado su autor. Los críticos lo consideraban un buen ejemplo de la clase de farsa satírica entonces en boga; elogiaban la rima y el ingenio; aplaudían las caracterizaciones y lo grotesco de la acción…, pero ni uno solo se tomaba en serio el poema.”

En un texto como este donde todo es farsa, ironía y parodia, ¿podría pensarse que precisamente nos quería mostrar algo serio? Según el texto de Edmund Fuller “The Joke is on Mankind” para el New York times, con el que estoy bastante de acuerdo, quizá el autor quería expresar a través de esta obra lo que es la humanidad: una sátira, un conglomerado de fragmentos que a veces no se pueden discernir y que constituyen, como nuestras vidas, una (tragi)comedia en sí mismos.

Infinitas posibilidades y reflexiones las que nos ofrece esta obra que, en mi opinión, es capital e imprescindible. Una obra mastodóntica que constituye un hito único por su influencia posterior y, cómo no, por sí misma. Necesitamos más de John Barth.

“El árbol” de Slawomir Mrozek

el-arbol-de-slawomir-mrozekEl pasado 15 de agosto de este año nos abandonaba el escritor polaco Slawomir Mrozek (1930-2013); no he querido dejar pasar la oportunidad de hacer un pequeño homenaje, muy merecido, a uno de los escritores polacos más importantes en la actualidad. Cualquiera de sus libros es un buen comienzo, pero hoy vengo a hablar de “El árbol”.

Dos vertientes tiene su obra que dominan lo que ha escrito: la de dramaturgo y la de creador de cuentos cortos, microrrelatos. “El Árbol” es una recopilación de microrrelatos, como es el caso del imprescindible “La mosca”. En una novela, un lector tiene tiempo de relajación, es, en realidad sencillo seguir la trama, habitualmente, a pesar de las posibles digresiones. En el caso del cuento corto y, más concretamente, el microrrelato, este período de descanso no es posible; al tratarse de historias de dos páginas de media, si no entras rápido a lo que está contando, posiblemente cuando hayas entrado se ha terminado ya.

En el caso de Mrozek esto se acentúa y mucho, porque es particularmente preciso en la descripción, en cada palabra utilizada; pequeños detalles que contribuyen para crear pequeñas maravillas. Usos sutiles de las elipsis; finas ironías; denuncias palpables a regímenes totalitaristas; mucha imaginación y, por momentos, si lo necesita: fantasía y ciencia ficción. Parece mentira que esta amalgama de posibilidades aparezcan en apenas unas palabras, pero el polaco lo consigue con creces.

Como extrapolación de sus magníficos relatos voy a coger uno de los incluidos, el que se llama “La esperanza” que empieza con una premisa tan sencilla como esta:

“Un día recibí una carta. No habría nada de particular en ello si no fuera por el extraño contenido de esa carta o, mejor dicho, por su falta de contenido. Rasgue el sobre como de costumbre y encontré una hoja de papel totalmente en blanco, sin nada escrito ni por una cara ni por la otra. El sobre solo llevaba mi dirección -faltaba la del remitente- y el matasellos de una localidad importante. Una distracción de alguien o una broma tonta.”

Me encanta la sencillez con que lo expresa y me produce la misma sensación que siento al leer cualquiera de sus pequeñas joyas; ese parecer que no contienen nada pero con algo enigmático de fondo. Según avanza la historia, el protagonista se pregunta lo que puede ser:

“Mi razonamiento era el siguiente: si queda excluida una broma, hay que descartar la posibilidad de que la carta no signifique nada, que sea solo un medio, tal cual, sin ninguna intención. Así qué hay que volver a la tesis de que el propósito es que cada hoja de papel en blanco encierre un contenido individual, uno diferente cada una.”

¿Broma, propósito establecido… historia de amor?? ¿Qué nos estará preparando en cada relato?

“Ese flirteo duraba ya demasiado tiempo para no comenzar a dudar que se tratara de veras de un asunto de corazón.”

¡A lo mejor nos está chantajeando!

“¡Un chantaje! El remitente reclamaba un rescate. Ya el propio hecho de que las hojas estuviesen en blanco probaba lo astutos, pérfidos y cautelosos que eran los malhechores.”

El final se convierte entonces en un canto a la esperanza, la que nosotros como lectores tenemos cada vez que afrontamos uno de los momentos que nos regala Slawomir:

“Qué le vamos a hacer, tal vez no hubiese allí nada, seguro que no había nada… ¿Por qué iba a haber algo precisamente esta vez?

No había nada.

¿Y si había algo?”

Mrozek era un coloso y su legado, primordial, por todos los detalles que comenté anteriormente. ¡Cuánto se puede decir con tan poco! Un prodigio de concreción no exento de belleza. Él lo tenía clarísimo:

“La vida es sencilla, es solo mi imaginación la que la complica sin necesidad.”

Leedle, os puedo asegurar que no saldréis decepcionados.

Los textos provienen de la traducción del polaco de B. Zaboklicka y F. Miravitlles para esta edición de “El árbol” de Slawomir Mrozek para Acantilado.

Magnífica Gala para conmemorar el 50 aniversario de la Asociación de Amigos de la Ópera de Madrid (AAOM)

gala-50En sus palabras iniciales, Francisco García Rosado daba las claves sobre las que se asienta la organización, que tuvieron su culminación en el espectáculo que tuvimos la suerte de disfrutar y que se hizo corto a pesar de durar casi cuatro horas: la promoción de lo español y, en particular, de las jóvenes promesas con talento en este ámbito. Esa declaración de principios era la base de un concierto donde todos los cantantes eran españoles (hasta diecisiete participaron), la Barbieri Symphony Orchestra, fundada en el año 2012, está formada en su mayoría por jóvenes españoles procedentes de los conservatorios y también español era el Coro Vía Magna.

El repertorio escogido, muy acorde al nombre de la asociación, era una selección de fragmentos de ópera (en su mayoría dúos, aunque había algún cuarteto) de Puccini, Bellini, Donizetti, Verdi y Mascagni con un par de concesiones a la Zarzuela con Fernández Caballero y Francisco Alonso. Los cantantes, una sabia mezcla de algunos más consagrados como Elisabete Matos, Cantarero o Celso Albelo y nuevas promesas, savia joven con gran proyección futura como María Ruiz, Nicola Beller Carbone o Miguel Borrallo. El resultado, en su heterogeneidad, fue espléndido con momentos mágicos y, siempre, muy buena música. Paso a relatar particularmente sus aportaciones.

Evaluar a estas alturas el trabajo de Elisabete Matos es una casi una entelequia; hizo gala de su potencia y rotundidad habituales tanto en el “Mario,Mario” de Tosca como en el “Oh di qual’onta aggravasi” del Nabucco verdiano; es imposible no disfrutar enormemente de su voz; actriz experimentada y, sobre todo, una artista completísima, capaz de luchar contra cualquier orquesta al mismo tiempo que interpreta su papel, una transmisora de sentimientos que emocionó y triunfó como no podía ser de otra manera.

Tuvimos que esperar a la segunda parte (estaba programada inicialmente en la primera pero se cambió por los ensayos del Elixir de Amor que está haciendo en el Teatro Real) para disfrutar del tenor canario Celso Albelo, pero la espera estaba más que justificada; el dúo “Verrano a te” de la “Lucia de Lammermoor” con Mariola Cantarero fue de lo mejor de la noche; Mariola cantó con mucho gusto alternando fabulosamente “fortes” y “pianísimos” con una línea de canto plagada de matices, tanto en esta como en el “Pura siccome un angelo” de “La Traviata” lo bordó y convenció sobradamente al público entregado. Lo de Celso es proverbial, teniendo en cuenta que, además, venía de ensayar en el teatro Real hasta tarde; su voz combina en un prodigio sin igual la “mezza voce” de Bergonzi y los brillantes agudos de Kraus; los agudos ya venían de hace tiempo, solo hay que oírle cantar el famoso aria de los nueve dos de pecho de “La fille du Regiment” para quedarse anonadado; pero es que cada vez canta mejor el repertorio lírico manteniendo esa tesitura; sus medias voces le ayudan a matizar apoyados en un fiato muy profundo y borda cualquier momento con un verdadero terciopelo que está desarrollando en notas medias. Si a esto sumamos que su voz es ciertamente bella y que no está exento de potencia, nos encontramos ante una de las voces más interesantes del panorama actual; una joya que se está puliendo y que va a triunfar con “L’elisir D’amor” en el Real, tiempo al tiempo.

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Gran esfuerzo el de la soprano Yolanda Auyanet que estaba aquejada de afonía el día anterior y que se entregó sin reservas a momentos realmente dificultosos sin que se notara la fatiga prácticamente; estuvo chisposa e irreverente en el “Pronta io son” de Don Pasquale, ayudada además por un joven Borja Quiza que es un talentazo en ciernes, agudo potentísimo y brillante,  que resultó refrescante. La misma pareja realizó el “Apressati, Lucia” con igual de buen resultado, Borja quizá estuvo incluso más rotundo en este número y Yolanda cambió de registro para hacer un papel más espiritual y comedido.  Yolanda interpretaría también maravillosamente y con elegancia sus papeles verdianos en “Un di felice” y “Bella figlia del amore”. Muchos registros, eclecticismo y buen hacer.

Momentazo el que nos ofrecieron Nicola Beller Carbone y Enrique Ferrer en el dúo “No cantes más La Africana”, sobre todo por la forma en que interactuaron entre ellos y con el propio director Óliver Díaz, consiguiendo momentos muy divertidos que sacaron las sonrisas sinceras de los asistentes. Su voz ha ganado lirismo y se notó que disfrutaba de veras; Beller Carbone bordó en actuación este  momento y en el fragmento de la Cavalleria Rusticana “Oh, il signore vi manda Comprar Alfio” sacó toda la calidad que atesora en su voz de lírico-spinto, fuerza ganas y calidad unidas. Una mezcla irresistible.

El que es considerado mejor cuarteto de la historia de la ópera, “Bella figlia dell’amore” de Rigoletto, fue un colofón excelente a la primera parte: El tenor Miguel Borrallo demostró tener una voz que se desenvuelve con facilidad en las notas más agudas de su registro; su bella voz, con la que comenzaba el cuarteto, estuvo excelsa. Una voz segura, hermosa y con mucho futuro que tendremos que seguir de cerca; le acompañaban la experimentada Marina Rodríguez-Cusí interpretando una Magdalena sensual y voluptuosa con una voz espléndida de graves contundentes, Yolanda Auyanet que ya comenté antes y Juan Jesús Rodríguez que empastó correctamente con su profunda voz en el cuarteto. Un gran momento de nuevo.

Es importante señalar el papel de la recién convertida en soprano Lola Casariego; prácticamente ha perdido el color de mezzo y no tiene dificultades para realizar los agudos y agilidades que exige la tesitura de soprano; pudimos comprobarlo en su “Mira d’acerbe lagrime” de “Il trovatore” y en el cuarteto “Giustizia Sire” de Don Carlo; Juan Jesús Rodríguez, del que hablé en el cuarteto, la acompañó en la primera y destacó por su seguridad y su calidez en el registro baritonal, más manifiestos aún en su fantástica interpretación de “Pura siccome un angelo”.

María Ruiz, una belleza en su vestido amarillo, estaba deseosa de agradar; su voz se adecúa perfectamente a lo que anteriormente cantaba la grandísima Renata Tebaldi, ese registro spinto, aunque con más facilidad para llegar a las notas agudas que la italiana; estuvo estupenda en el dúo de las flores de Butterfly y en Aida, mucho mejor aun en “Tú eres otro, yo también” con José Julián Frontal, que fue su mejor momento de la noche; su voz tiene un color particular que embriaga, auguro muchas posibilidades. José Julián es ya un veterano en estas lides, estuvo muy correcto en su momento, hubo química con María en el fragmento de “Curro el de Lora” de Alonso.

zarzuela_madridBuen momento nos regalaron igualmente María Rodríguez y Federico Gallar en el “Orsú, Tosca, párlate”; a nivel dramático funcionó muy bien, Federico hizo un Scarpia creíble, abominable, poderosísimo en sus notas agudas, terrorífico, desplegó medios ante una Tosca como la de María Rodríguez que acabó plena de intensidad y volumen, pasional pero con control. Todo muy bien actuado y transmitido al público.

No quiero dejar de mencionar al bajo Francisco Crespo que estuvo destacado en su dúo de “La sonámbula” con Mariola Cantarero o en el cuarteto final de Don Carlo. Su voz es muy noble y se despliega con unos medios más que adecuados para las tesituras afrontadas. Una voz más que recomendable. Gran generosidad la de Javier Franco que tuvo que sustituir al enfermo Giorgio Caoduro a última hora y cantó con solvencia los papeles asignados.

Finalmente, el coro Vía Magna inició el concierto con el típico “Va pensiero”; empezaron con un buen canto “dolce” para las primeras estrofas; fue un muy buen comienzo para una gala inolvidable para todos los asistentes.

El director Óliver Díaz dirigió con mano firme una orquesta muy joven; teniendo en cuenta la dificultad de este tipo de repertorio, lo solventaron notablemente. Díaz se permitió, por momentos, participar de la actuación, como en ese fragmento divertidísimo de “La africana”.

Éxito absoluto el que se vivió en esta velada memorable. Espléndida organización de Francisco García Rosado que demostró que, a pesar de lo que piensan algunos, hay muchísimo talento en España y pueden hacer muy buena música. Hacernos vivir momentos mágicos y emocionantes. Muchas gracias a todos por vuestra entrega.